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Los nombres de las calles, una ventana a la idiosincracia local

¿Qué revelan los nombres de las calles de Gualeguaychú?

La ciudad a través de la nomenclatura urbana

Los carteles que indican el nombre de las calles pueden parecer elementos anodinos, pero su impacto en la vida de los vecinos es trascendente. Ocurre que no son meras señales direccionales. También atestiguan la historia y la identidad local.

Por Marcelo Lorenzo

El nombre de las calles es un tema fascinante. Desde el punto de vista académico, tienen una denominación concreta. Se les llama “odónimo” y nace de la contracción de dos palabras de origen griego: “odos”, significa camino y “ónoma”, que significa nombre.

En principio, cumplen un rol de orientación en el laberinto urbano. Es decir, ayudan a encontrar el camino y llegar a destino sin perder tiempo ni energía.

Al respecto, no hay nada más frustrante que estar perdido en una ciudad desconocida, y ahí es donde los carteles se convierten en salvadores. La función informativa que cumplen, por tanto, es clave.

Demás está decir que es importante el diseño de estos letreros, que deben ser legibles, atractivos y armoniosos con el entorno urbano. La tipografía, los colores y la disposición de los elementos, deben producir un impacto visual acorde con lo que pide toda nomenclatura urbana.

No debe pasarse por alto el aspecto de la seguridad vial. Los carteles de calles, en efecto, permiten a conductores, ciclistas y peatones identificar claramente su ubicación y evitar confusiones que podrían desencadenar accidentes.

Pero más allá de esta función práctica, el acto de nombrar las calles cumple un papel ideológico. Ya que además de honrar la memoria de destacadas personalidades de la ciudad, en el plano de la cultura, la política, la ciencia u otros aspectos de la vida cotidiana, el conjunto constituye toda una historia colectiva, cuya memoria no se desea olvidar.

Rescate cultural

A nivel local, este aspecto cultural ha sido descripto y analizado por las profesoras Carmen Galissier de Lioni, Norma Martínez de Martinetti, Leticia Mascheroni de Gasparovic y Delia Reynoso de Ramos.

“Por las calles de Gualeguaychú. Calles de ayer y de hoy” (2017), así se llama el libro producido en el ámbito del Instituto Magnasco, que es una suerte de narrativa sobre la patria chica desde este eje espacial y a la vez social.

El trabajo explota el carácter polisémico de la calle, que se revela, así, como una ventana privilegiada de acceso a la vida de la comunidad y como dispositivo indirecto para enseñar la historia lugareña.

Allí se resalta que este espacio público específico es varias cosas a la vez: carnet de identificación personal (ubica social y económicamente al vecino), vidriera de la ciudad (sobre todo ante los visitantes), testimonio de la idiosincrasia del pueblo (la nomenclatura expresa ideas y valores comunes), muestra de evolución de la ciudad (hitos de progreso tecnológico), motivo de polémica ciudadana (queja por el estado de las arterias o debate sobre dónde hacerlas y cómo).

La vida colectiva pasa por estos espacios sociales compartidos. De ahí que el texto brinda una experiencia de lectura que puede reconectar emocionalmente con la ciudad. Por eso desde el comienzo las autoras señalan que “si la ciudad fuera un libro, las calles serían sus páginas”.

La aparición del libro surgió de una urgencia pedagógica: la extrañeza de los vecinos sobre la historia de la sociedad nativa. Y particularmente la ignorancia que existe, sobre todo entre los más jóvenes, no sólo sobre el nombre de las calles sino sobre lo que significan en cada caso.

Que los nombres de las calles pierdan sentido para los habitantes de la propia ciudad -al punto que se conviertan en un” significante vacío”- hace que ésta se vuelva desconocida y extraña para los residentes.

Narrativas predominantes

Las calles fueron apareciendo a medida que la ciudad crecía. ¿Cómo fue el proceso de darles nombre a las primeras arterias?

¿A qué razones históricas respondían esas designaciones y por qué se les cambiaron luego los nombres? ¿A qué figuras o hechos han homenajeado los gualeguaychuenses en la nomenclatura urbana?

Estas interrogantes pueden ser contestadas a partir de la completa información que surge del libro “Por las calles de Gualeguaychú. Calles de ayer y de hoy” (al cual seguimos a partir de ahora).

Al respecto, alguna vez las calles principales de Gualeguaychú llevaban el nombre de las campañas militares de Urquiza o de temas relacionados con él: Arroyo Grande (Luis N. Palma), Laguna Limpia (Bolívar), India Muerta (San Martín), de Vences (Rivadavia), del Tonelero (Del Valle), 24 de Enero (25 de Mayo), División Palavecino (Andrade), calle de Calá (3 de Caballería).

Por una razón política, los nombres se cambiaron después de la invasión de Ricardo López Jordán, el opositor a Justo José de Urquiza. Este episodio lleva a reflexionar sobre las luchas políticas que hay detrás de las designaciones de los espacios públicos.

Nos recuerda, además, que una de las virtudes de los nombres de las calles como medio de introducir narrativas históricas en la comunicación social cotidiana reside, aunque en su uso después nadie se percate, en la instauración de un significado que refleja la estructura simbólica del poder.

Las narrativas predominantes en el espacio público permiten inferir las políticas de memoria oficial y los sucesivos intentos por promover una interpretación canónica de la historia en el espacio ciudadano.

Muchas calles de Gualeguaychú, en este sentido, tienen un fuerte contenido político-institucional, al identificarse con distintas autoridades nacionales, provinciales o locales.

Así, dan nombre a nuestras calles los presidentes Bernardino Rivadavia, Vicente López y Planes, Justo José de Urquiza, Bartolomé Mitre, Domingo F. Sarmiento, Nicolás Avellaneda, Julio A. Roca, Carlos Pellegrini, Roque Sáenz Peña, Hipólito Yrigoyen, Marcelo Torcuato de Alvear y el Teniente General J. D. Perón.

En cuanto a los intendentes figuran: Cándido Irazusta, Asisclo Méndez, Antonio Daneri, Santiago Díaz, Juan José Franco, Bernardo Peyret, Pedro Jurado, Pedro Fernández Oyhamburu, Pedro Samacoits, Raúl Horacio Rébori, Juan Francisco Vallejo y Carlos Bibé.

Aparecen también muchos nombres de miembros de la Iglesia Católica, institución que ha tenido una gran influencia desde la época de la colonia. No es casual, al respecto, la profusión de calles con nombres de clérigos.

Así figuran: Monseñor Malvar y Pinto, Monseñor Angeleri, Monseñor de Nevares, Monseñor Chalup, Fray Francisco de San Bernardino, Cura Gordillo, Luis N. Palma, Desiderio Moia, Presbítero José María Colombo, Canónigo Juan Carlos Borques, Presbítero Pedro Blasón, Presbítero José Schachtel, Presbítero Marcos Panozzo, Padre Néstor González, Curita Gaucho, Acceso Padre Jeannot Sueyro.

La Catedral de Gualeguaychú, espacio emblemático local, está enmarcada parcialmente por calles cuyos nombres tienen significación religiosa. En efecto, mientras por su frente pasa la calle San José (patrono), por el contrafrente, la calle Nuestra Señora del Rosario (copatrona).

Pasado remoto

Varios nombres de calles evocan a algunos de los primeros pobladores: Agustín de León, los Hermanos Galeano, Juan Esteban Díaz, Agustín Landa, José Nadal, Antonio Núñez, José Peñalva, Mariano Añasco, Juan B. Gómez; también figura el fundador de la Villa, don Tomás de Rocamora. Sin embargo, no hay calle que evoque al virrey Vértiz, que fue quien ordenó la fundación.

¿Y qué decir de los aborígenes, los nativos que habitaron estas tierras antes de la llegada de los españoles? Tres calles hacen referencia a culturas aborígenes en el Barrio Cacique: Los Chanáes, Los Charrúas y Los Timbúes.

En 2007, se impuso el nombre de Pueblos Originarios a la calle Julio Argentino Roca (Ordenanza 11.128), el general que lideró la llamada “Campaña del Desierto” contra los pueblos mapuche y tehuelche. Pero medida fue vetada por otra disposición, por lo que la mencionada arteria conservó su denominación.

Evocaciones cívicas

Las calles con contenido cívico, es decir que recuerdan eventos memorables que hacen a la vida de la colectividad argentina y entrerriana, remiten a fechas patrias, revoluciones, batallas y demás.

Así, se encuentran las calles 25 de Mayo (Revolución de 1810); 9 de Julio (Independencia del país); 3 de Febrero (batalla de Caseros); 2 de Abril (recuperación de las Malvinas); 20 de Junio (creación de la Bandera); 18 de Octubre (fundación de Gualeguaychú); 11 de Septiembre (día del Maestro en homenaje a Sarmiento); 17 de agosto (fallecimiento de San Martín).

Por otro lado, las calles locales recuerdan a dos miembros del Primer Gobierno Patrio: Mariano Moreno y Manuel Belgrano; aunque evoca a todos los integrantes en la Avenida Primera Junta.

Desde el día 25 de Mayo de 1910 y en homenaje al Centenario de la Revolución de Mayo, la Avenida Mendoza pasó a denominarse Primera Junta desde Urquiza hacia el norte.

Escritores y artistas

Algunas arterias de la ciudad llevan nombres de escritores: Fray Mocho, Jorge Luis Borges, Gervasio Méndez, Olegario V. Andrade, Agustina Andrade, Joaquín V. González, Rubén Darío, José Enrique Rodó, Ángel Elías, Claudio Martínez Paiva, Eleuterio Tiscornia, Ana Etchegoyen, Arturo Jauretche, Belisario Roldán, Juan Bautista Alberdi, José Hernández, Cervantes, Canónigo Juan Carlos Borques, Pablo J. Daneri, Sarmiento, Luis N. Palma, Alberto Arigós de Elía, Florencio Sánchez, Carlos Guido Spano, Guillermo Saraví, Julio Irazusta, José Ingenieros.

Otras se refieren a artistas: María Luisa Guerra, Guillermo Inchaustti, Juan    Carlos Pitter, Benito Quinquela Martín, Blas Parera, Arturo Gerardo Guastavino, Juan Manuel Gavazzo Buchardo.

Calles con nombres de mujer

Recién en el siglo XX se nombró una calle de Gualeguaychú en homenaje a una mujer. Se trató de Cecilia Grierson, la primera médica argentina.

Después vinieron los reconocimientos a otras destacadas mujeres: Juana Azurduy y Juana Montenegro, ambas heroínas de la lucha por la Independencia; dos vinculadas a la política: Alicia Moreau de Justo y Eva Duarte de Perón.

También existe una gran mayoría relacionada esa la asistencia social, la educación, la cultura y la política, ellas son: Agustina Andrade, Deolinda Barell, Inés Elizalde, Ana Etchegoyen, María Luisa Guerra, Esther Duarte Perissé, Hermanas Mercedarias, Hermana Angelita Rodríguez, Maestras Piaggio, Maestra Piccini, Nélida Nóbile, «Mamita» Rivero, Rosa Regazzi, Dolores Irazusta, Teresa Margalot, Maestra María Torrilla, Madame M. S. de Curie, Camila Nievas, Felipa Irazusta de Borrajo, Amelia Cafferata de Frávega, Doña Luciana Ríos, Tula Costa, Helena Larroque de Roffo.

Curiosidades con los nombres

La nomenclatura de Gualeguaychú exhibe algunas peculiaridades. Por ejemplo, hay calles que repiten apellidos: Juan Lapalma y Francisco Lapalma; Patico Daneri, Antonio Daneri y Pablo J. Daneri; Felipa Irazusta de Borrajo, Dolores Irazusta, Cándido Irazusta y Julio Irazusta; Martín Doello Jurado y Luis Doello Jurado; Juan Esteban Díaz y Santiago Díaz; “Mamita” Rivero y Gaucho Rivero; Luis Clavarino y Miguel Clavarino; José Nicolás Benedetti y Juan Benedetti; Carlos Brunetti y Hermanos Brunetti; Javier Gómez y Juan Gómez; Eduardo Suárez y Marito Suárez.

Por otro lado, existen arterias que en su recorrido cambian varias veces de nombre: Virgen del Rosario, a partir de Urquiza es Pellegrini y, desde Del Valle, Avenida Eva Duarte de Perón. La Avenida Aristóbulo del Valle se extiende desde la Costanera hasta Avenida Parque, allí cambia su nombre por Gral. José G. Artigas y al convertirse en el Acceso Sur se denomina Padre Luis Jeannot Sueyro. Y mientras la Costanera Norte se denomina Juan Francisco Morrogh Bernard, la Sur es Almirante Guillermo Brown.

Muchas calles llevan nombres referidos a la Botánica: Las Azucenas, Las Lilas, Las Rosas, Los Álamos, Los Alerces, los Aromos, Los Paraísos, Los Pinos, Las Casuarinas, Los Talas, Los Espinillos, Los Jacarandaes, Las Tipas, Los Robles.

Por último, una misma arteria nombra a dos pobladores de la Villa primitiva Basilio y Eusebio Galeano. En tanto que, dos calles designan a una sola persona: Curita Gaucho y Acceso Padre Luis Jeannot Sueyro.

© Semanario de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 30/04/2024 en Uncategorized

 

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Las narrativas ideológicas sobre Malvinas

El 2 de Abril se celebra el Día del Veterano y de los Caídos en la Guerra de Malvinas, una conmemoración en la que se pueden constatar varios relatos, algunos antagónicos, sobre la significación de este hecho de la historia argentina contemporánea.

Suele haber una brecha entre el conocimiento histórico de los acontecimientos y los relatos sociales que se montan alrededor de los mismos, elaborados estos últimos desde necesidades políticas del presente. 

El punto es que el vínculo entre el pasado y el presente siempre ha sido problemático. Malvinas reúne los rasgos típicos de los acontecimientos cruciales susceptibles de un uso discursivo interesado, contaminado por posturas ideológicas.

La posibilidad de hacerle decir a la historia lo que cada uno quiere está siempre latente. En este sentido, se puede hacer justicia con el pasado, con vocación desinteresada para comprenderlo, o se lo falsifica mediante una lectura facciosa. 

En este último caso la historia aparece como botín, como insumo habitual para componer un “relato” de conveniencia. Aquí no importan la verdad de los hechos y los personajes, sino el uso ideológico de ellos.

A este respecto, en Argentina al menos circulan seis relatos sobre la guerra, según el politólogo Vicente Palermo. El primero de ellos se inscribe en la narrativa nacionalista que exalta el episodio como una épica.

Las fuerzas armadas, así, lucharon por la patria y los soldados conscriptos cumplieron con su deber. Los cultores de la gesta reivindican a Malvinas como la quintaesencia de la identidad nacional.

Esta lectura es consistente con la adhesión popular que en su momento concitó la toma argentina de Malvinas, aquel 2 de abril de 1982. De hecho, el presidente de la junta militar, Leopoldo Galtieri, tuvo la satisfacción de arengar a una multitud que se congregó en la Plaza de Mayo.

El gobierno militar, así, había obtenido en aquellos días una cabal victoria política al identificarse con una reivindicación de la sociedad que arraigaba en un profundo sentimiento, alimentado por una tradicional cultura política nacionalista y antiimperialista, tanto de la derecha como de la izquierda ideológica.

El segundo relato de Malvinas, según la clasificación de Palermo, es el de la “causa justa en manos bastardas”, según la cual la confrontación militar de 1982 fue legítima y justa, y el heroísmo estuvo presente, pero estuvo en manos de altos mandos militares corruptos.

El tercer relato es el de la “guerra absurda”, que ve los hechos bélicos como un evento infausto carente de sentido de principio a fin. Una suerte de chirinada alucinante perpetrada por militares desnortados en la que los soldados conscriptos aparecen como víctimas (imagen que se plasma en los “chicos de la guerra”, infantilmente indefensos).

El otro relato es el de la “herida abierta”, mentada por una literatura que concibe Malvinas como una pesadilla aún no terminada, una confrontación que sigue en pie y a la que le restan nuevos capítulos.

Luego está el relato de la “aventura militar” -que se contrapone al de la épica nacionalista- el cual se solaza en la criminalidad de los altos mandos, devenidos en dictadores lunáticos e insensibles, únicos responsables de la derrota.

Por último, la guerra de Malvinas es vista como la continuación de la “represión” militar, aunque aquí la violación de los derechos humanos habría afectado a los soldados conscriptos, vistos como representantes del pueblo mancillado por las botas militares.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 12/04/2024 en Uncategorized

 

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Andrade: el sueño federal inconcluso

Ante un nuevo aniversario del natalicio del escritor y político de Gualeguaychú

Andrade: el sueño federal inconcluso

Pocos intelectuales han sido tan lúcidos en sus convicciones federales como Olegario Víctor Andrade, cuyo pensamiento de tierra adentro sigue vigente. Y esto pese al ostracismo a que lo condenan los discursos culturales dominantes.

Por Marcelo Lorenzo

Olegario Víctor Andrade fue uno de los intelectuales que perteneció a esa generación de argentinos que, sobre todo desde Entre Ríos, soñó y luchó por un país federal y republicano, un proyecto que finalmente no cuajó en la realidad.

Más allá de la persistencia de esos dos vocablos en la Constitución, que es más bien nominal que real, el producto histórico que se impuso al cabo de 200 años de vida independiente es un modelo unitario y autoritario, reñido totalmente con el ideario andradiano.

El 6 de marzo se cumplieron 185 años del natalicio (en Alegrete, Brasil) de quien seguramente sea una de las personalidades más relevantes y atractivas de Gualeguaychú en la segunda mitad del siglo XIX.

Y esto no sólo por sus condiciones de escritor, sino por su trayectoria y pensamiento político. Es que Andrade expresó como nadie, en el marco provincial, el ideario entrerriano del federalismo.

Recordarlo hoy, en pleno siglo XXI, resulta una extrañeza. Ocurre que un sonoro silencio rodea a esta figura en el marco de la Argentina oficial, cuyos aparatos culturales (más bien ideológicos) lo vienen ignorando desde hace tiempo.

No tanto porque no se habla de él, ya que se reconoce su poesía. Sino porque se lo ha reducido a ser un mero exponente de la literatura argentina. Como si ahí acabase lo más sustancioso de Andrade.

Lo más lamentable es el desconocimiento que hay de él en la patria chica. Se diría que en Gualeguaychú -su tierra adoptiva- al igual que en Entre Ríos, se lo ha simplificado en forma imperdonable.

Se ha rescatado con justicia su condición de poeta, pero a costa de escamotear su original e interpelante pensamiento político, pese a expresar la mejor tradición provincial en este sentido.

Hay cierta lógica histórica en este olvido, porque el proyecto del gualeguaychuense fracasó políticamente (terminó oficialmente en la batalla de Pavón).

Como sea, Andrade molesta a los dos extremos ideológicos de la Argentina oficial, los cuales se construyen con sus correspondientes historiografías de apoyo.

No encaja, propiamente, en el maniqueísmo dominante, donde no hay registro de un pensamiento que justamente dinamita en su base esta antinomia artificial, en la que unos y otros, más allá de sus supuestas diferencias insalvables, coinciden sin embargo en una versión antifederal, como diría el propio Andrade.

Por un lado, cierto populismo latinoamericano -remixado en estas pampas por un progresismo de nuevo cuño-, es afecto a un proyecto autoritario y anti-liberal, pero sobre todo unitario en torno a la figura de Juan Manuel de Rosas, devenido en mítico caudillo de las masas populares.

La derecha liberal, en tanto, repugna de todo pensamiento que discuta el diseño del país-puerto, de enclave prospero del mercado global, porque ontologiza el mercado por sobre un proyecto de país republicano y federal. Son los que prefieren, en el fondo, a Bartolomé Mitre y a Bernardino Rivadavia.

Son lo mismo

¿Cómo puede ser que exista una opción política contra Rosas y contra Mitre a la vez, si han convencido a generaciones de argentinos que estos dos personajes sintetizan las dos únicas visiones antagónicas del país?

Pues bien, ahí reside la idea rupturista, la epistemología revolucionaria de Andrade, quien nos viene a decir básicamente que Rosas y Mitre son iguales en lo esencial, mas no en lo accidental.

Su tesis de fondo está expresada en “Las dos políticas”, que apareció en 1866, donde Andrade hace una denuncia y una crítica a la posición asumida por Buenos Aires desde 1810 en adelante frente al resto de las provincias.

Es una denuncia formulada desde el ideario urquicista de darle al país una constitucionalidad republicana pero con un contenido político y económico federal, acorde con la idiosincrasia y la geografía de la Argentina.

Ese ideario confronta tanto con el populismo rosista como con el mitrismo elitista, que históricamente eran en realidad, según la interpretación entrerriana, dos caras de la oligarquía porteña del puerto.

El diagnóstico de fondo, expresado en “Las dos políticas”,  es el que sigue: “Derrocado en 1810 el régimen metropolitano y devuelta la soberanía política del país al pueblo de las provincias, Buenos Aires se erigió de hecho en Metrópoli territorial monopolizando como ha dicho el señor Alberdi en nombre de la República independiente, el comercio, la navegación y el gobierno general del país, por el mismo método que había empleado España (…) En vez del coloniaje extranjero y monárquico, tuvimos desde 1810 el coloniaje doméstico y republicano”.

Se ha instalado con fuerza la idea de que Rosas es el referente indiscutido del federalismo argentino. Craso error, diría Andrade, para quien el “tirano” se apropió de esa bandera para hacer lo contrario (esto de apropiarse de causas nobles para pervertirlas es deporte nacional).

Esto dice: “¿Cómo se contesta entonces a las provincias que desean el restablecimiento del régimen federal? Inscribiendo en todas partes el lema ¡Viva la Federación!, asegurando el mando tiránico y la irresponsabilidad de los gobernadores dentro de su provincia y garantiendo a unos de otros, sin perjuicio de apoyar al mejor instrumento de la política metropolitana”.

Y añade: “¿Cómo se complace a Buenos Aires? Claro está: manteniendo la clausura de los ríos, el exclusivismo del puerto, el monopolio del comercio (…) ¿Para qué quiere Congreso la Nación si no tienen las provincias para pagar sus diputados? Basta la Sala de Buenos Aires”.

El fallido experimento confederal

A mediados de la década de 1850, los éxitos de Justo José de Urquiza hicieron parecer que la experiencia de un gobierno republicano y federal podría imponerse en la Argentina.

Prestigiado por su triunfo sobre Rosas, Urquiza unificó todas las provincias salvo Buenos Aires (que no quiso unirse) bajo un gobierno constitucional, con capital en Paraná, el cual fue conocido como Confederación Argentina.

Olegario V. Andrade fue de los intelectuales que se embanderó en la causa de la Confederación, contra el dominio porteño, junto a Juan Bautista Alberdi, Carlos Guido y Spano, José Hernández (el autor del Martín Fierro), entre otros.

Pero Buenos Aires desde el primer día saboteó este experimento genuinamente federal y constitucional. Sin las rentas del principal puerto del país, la Confederación se hizo inviable económicamente.

Las buenas intenciones del gobierno de Paraná no lograron cambiar los esquemas comerciales que seguían haciendo de Buenos Aires el centro económico de la Argentina.

La disputa entre los intereses del puerto y los del interior tuvo su clímax histórico en ese enigmático combate de Pavón, el 17 de septiembre 1861, que puso fin a una década de guerras entre Buenos Aires y la Confederación Argentina.

Allí Mitre, al frente de las tropas porteñas, se impuso a Urquiza. Pero fue una peculiar victoria, la más extraña de la historia nacional. Porque en realidad el caudillo entrerriano, que estaba ganando en el campo de batalla, se retiró inexplicablemente.

Desde entonces, éste ha sido el gran misterio de la historia argentina ¿Qué pasó en Pavón? “Pavón no es sólo una victoria militar; es un triunfo de la civilización sobre los elementos de guerra de la barbarie”, escribió Mitre, al hacer su balance ideológico del episodio.

Para Andrade, en cambio, fue la derrota definitiva del proyecto federal: “Fue la restauración del ascendiente perdido de Buenos Aires, la ruina y el desquicio para las provincias, la riqueza y el poder para Buenos Aires. ¡La misma política de todos los tiempos aciagos de la República!”.

Para no pocos interesados en el pasado argentino Pavón es acaso el enigma de la Esfinge de la historia nacional. En el caso de Entre Ríos, la provincia que más contribuyó a la Organización nacional, fue el comienzo de su insignificancia política y económica, que aún perdura.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 11/04/2024 en Uncategorized

 

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Los mitos políticos, sucedáneos de la religión

Con la modernidad, en realidad tras la Revolución Francesa, el principio político se volvió expansivo, totalitario, abarcando las cuestiones en torno al “sentido”, de las que antes respondía la religión.

Aspectos que anteriormente tenían cabida en la esfera privada y en el interior anímico: libertad, igualdad, fraternidad, felicidad, todo eso tenía que ser realizable por mediación de la política, aquí y ahora.

Si en el Antiguo Régimen monárquico la política estaba limitada a luchas de la élite, a partir de la edad moderna deviene en una empresa colectiva llamada a construir la vida desde cero.

Mediante un proceso de secularización, nace entonces el culto de la razón política, el cual viene a reemplazar a la religión, de forma que las llamadas “cuestiones últimas” se transforman en cuestiones socio-políticas (ya no importa el más allá sino el más acá).

El militante político, así, actúa como un “creyente” que, organizado en un partido (suerte de iglesia), viene a “redimir” a la sociedad proponiéndole un nuevo credo de salvación, es decir un “mito político”.

La politización de la vida en Occidente se traduce en mitologización a gran escala de la sociedad y en este sentido las grandes narrativas ideológicas en esta esfera -nacionalismo, liberalismo y socialismo- son grandes mitos.

Es decir, construcciones arbitrarias del genio humano, un mundo artificial formado por imágenes que es capaz de hacer pasar a las “masas” humanas de la teoría a la acción; una fuerza simbólica susceptible de transformar radicalmente la sociedad, haciendo realidad la Revolución.

El concepto de mito político nació a comienzos del siglo XX. Fue George Sorel (1847-1922) el primero en teorizarlo. Este filósofo francés y teórico del sindicalismo revolucionario habló de un “nuevo lenguaje” y el reconocimiento del “valor perenne del Mito en la formación de los grandes movimientos populares”.

Sorel describe el mito como la “creación de fantasía concreta que opera sobre un pueblo disperso y pulverizado para suscitar y organizar su voluntad colectiva”.

No es casual que los totalitarismos del siglo XX -comunismo, fascismo y nazismo- construyeron grandes mitos, ensalzando (o divinizando) las virtudes del proletariado, del Estado o de la raza.

Es interesante observar que aquí el mito denota fenómenos de “irracionalidad” en el ámbito de la política. Ya que detrás del concepto late una creencia superior, una esperanza super-humana que pone en marcha la historia, una suerte de utopía colectiva en acción (el paraíso comunista, el retorno a la Roma imperial de los fascistas, el dominio milenarista de la raza aria en el caso de los nazis).

De esta manera, las masas humanas descristianizadas dentro de las grandes urbes de Occidente, encontraron en los mitos políticos un sustituto o sucedáneo de la religión, disputándole la política el relato de sentido a las iglesias institucionalizadas.

En América Latina, el gran teórico de la mitología izquierdista en la región ha sido el marxista peruano José Carlos Mariátegui (1894-1939), para quien la crisis de la civilización occidental burguesa se debe a una falta de fe, de esperanza, de un mito.

En su ensayo “El hombre y el Mito” escribió: “Ni la razón ni la ciencia pueden satisfacer toda la necesidad de infinito que hay en el hombre (…) La fuerza de los revolucionarios no está en su ciencia, está en su fe, en su pasión, en su voluntad. Es una fuerza religiosa, mística, espiritual. Es la fuerza del Mito”.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 29/12/2023 en Uncategorized

 

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El péndulo argentino: un zigzagueo constante

Quienes estudian el proceso histórico del país, coinciden en que Argentina es inclasificable. No es capitalista ni comunista ni ha inventado ninguna tercera posición.

La Argentina es atípica, dicen los observadores extranjeros. Y no se equivocan. Es un país que deambula por el mundo sin saber lo que es o lo que quiere ser. No de ahora, desde siempre.

Hay razones para sospechar que el fenómeno argentino es idiosincrático. Filosóficamente, se podría decir que ser argentino es “no ser”. Nos define, en suma, la ambivalencia.

El fenómeno argentino –una categoría antropológica sui géneris– es esencialmente oscilante, responde en última instancia a la lógica del péndulo, que básicamente glorifica el zigzagueo.

El argentino puede ser, a la vez y bajo el mismo aspecto, creyente y ateo, capitalista y comunista, liberal y fascista. No cree, diría un aristotélico, en el principio de no contradicción.

Para el que no es argentino, esta postura puede parecer una tara esquizofrénica. Algo así como un caso psiquiátrico. Aunque culturalmente existe el expediente de la fanfarronería criolla, consistente en decir que todo, en realidad, es un rasgo de genialidad.

La condición pendular -esa que tanto desconcierta a los extranjeros, que se rigen por la lógica tradicional- se ha reflejado siempre en la política y en la economía.

De suerte que, en el plano propiamente político, puede abrazar un día la democracia y otra el autoritarismo; un día a la izquierda y otro, a la derecha.

En economía, el país se presentó campeón del libre mercado en la década de 1990, al privatizar todos los activos públicos vendibles. Pero después de un tiempo, tras las decepciones de rigor, descubrió las virtudes del Estado, y entonces se reguló todo, abusándose del remedio.

¿De qué lado del péndulo nos encontramos hoy? Pues del contrario, ya que se ha votado a un candidato que se proclama “anarcocapitalista”, y que reniega ferozmente del aparato estatal.

En materia de alineamiento internacional igual. Un día se apoyan los regímenes comunistas y socialistas de la región, como Cuba y Venezuela y se sitúa en el eje antioccidental pretendiendo ser la avanzada de la Rusia de Putin en el continente (último posicionamiento del gobierno peronista).

Pero este alineamiento es provisorio, ya que dura lo que un ciclo político y económico: ocho años o menos. Después de lo cual, la política exterior argentina da otro volantazo, y los que eran socios hasta ayer pasan a ser los indeseables en el concierto internacional.

El presidente electo Javier Milei, que durante la campaña electoral dijo que no iba a mantener relaciones con “gobiernos comunistas”, siempre expresó que sus dos principales aliados serán Israel y Estados Unidos.

Aunque según los analistas, tendrá forzosamente que encontrar la manera de vincularse y no dañar la relación con los gobiernos de dos países que están en las antípodas ideológicas del mileísmo: Brasil y China, adonde va un tercio del comercio exterior de la Argentina.

El péndulo, efectivamente, quizá sea la mejor metáfora que atraviesa la historia argentina. La figura, conectada con el eterno movimiento, ilustra las cambiantes dinámicas de una sociedad, sin saber qué quiere, se mueve rápidamente entre contrarios.

Todo lo cual hace prever que las opciones elegidas nunca son definitivas. Y sería un error creer que la orientación en un sentido viene para quedarse definitivamente. No hay que esperar mucho tiempo para que todo retorne a la posición contraria.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 26/11/2023 en Uncategorized

 

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La versión argentina del paleolibertarismo

¿Cuál es la filosofía política de Javier Milei, el presidente recientemente electo en Argentina? ¿Cuál es al rasgo ideológico dominante del llamado “mileísmo”? ¿Se lo puede asimilar a expresiones políticas de otras partes del mundo?

La prédica de Milei ha calado muy fuerte, sobre todo entre los jóvenes, contra lo que denomina “la casta política”, una suerte según él de superestructura de intereses vinculada a la partidocracia, que usufructúa desde hace tiempo de un Estado sobredimensionado y expoliador, generador compulsivo de inflación.

Como un auténtico predicador de una nueva fe, este economista ultra liberal ha hecho de la “motosierra” un símbolo de lo que pretende: desmontar el Leviatán, el monstruo estatal que vive a costa del individuo, al que ha sometido a servidumbre.

En cuanto a su formación económica, Milei se vincula primariamente con la llamada “escuela austríaca”, que se opone totalmente a cualquier regulación del mercado por parte del Estado, y cuyos fundadores fueron Ludwig von Mises y Friedrich Hayek.

Ahora bien, uno de los grandes exponentes de esta escuela es el estadounidense Murray Rothbard, fundador del Partido Libertario estadounidense en la década de 1970, y es uno de los académicos que forjaron la cosmovisión política del líder de La Libertad Avanza (LLA).

Rothbard defendía la necesidad de ocuparse “firmemente del descontento agravado y crónico que aflige a la masa del pueblo de los Estados Unidos: el aumento de los impuestos, la inflación, la congestión urbana, la delincuencia, los escándalos del asistencialismo”.

El Partido Libertario postuló el “anarcocapitalismo”, una versión radicalizada del liberalismo tradicional, según la cual a lo largo de la historia fue el Estado el agresor y violador principal de los derechos básicos del hombre.

La filosofía libertaria, visible al calor de la efervescencia contracultural de la década de 1960, tenía un sesgo nihilista. Y en un punto se emparentaba con el izquierdismo cultural predominante de esos años, de suerte que había un acuerdo táctico en materia de libertades individuales y anti-intervencionismo militar (particularmente contra la Guerra de Vietnam).

Pero dos décadas más tarde, tras el fin de la Guerra Fría, Rothbard abandonó el Partido Libertario y se definió como un “paleolibertario”, usando el prefijo “paleo” como representación de las raíces culturales americanas, una manera de desmarcarse del progresismo cultural.

Desarrollado por Rothbard y Lew Rockwell, el paleolibertarismo es una corriente libertaria que añade a la visión económica una visión conservadora en el ámbito cultural.

Pat Buchanan fue el candidato paleolibertario en las primarias republicanas de 1992. Confrontó con George Bush, quien finalmente se impuso y ganó las elecciones presidenciales de ese año.

En esa época Rothbard escribió el ensayo “Populismo de derecha: una estrategia para el movimiento paleo”, avalando el uso del populismo con el objetivo estratégico de expandir las ideas libertarias.

Desde ese enfoque, Milei sería la versión argentina del paleolibertarismo estadounidense que, a través de su compañera de fórmula, Victoria Villarruel, integra ideas de la derecha tradicional argentina como el nacionalismo católico, el rechazo al aborto y a la acción de la guerrilla izquierdista de los ‘70.

Para algunos investigadores, el paleolibertarismo ha resurgido en la actualidad de la mano de líderes políticos como Donald Trump (EE.UU.), Jair Bolsonaro (Brasil) y Georgia Meloni (Italia), cada uno con su propio estilo.

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Publicado por en 26/11/2023 en Uncategorized

 

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La duda, ¿votamos con el corazón, la razón o el bolsillo?

A un mes del primer test electoral nacional del año en Argentina (las PASO), la gran incógnita no sólo pasa por saber quién ganará, sino también cuáles son los motivos que deciden el voto, algo que desvela a los politólogos.

¿Qué elementos de juicio intervienen en la decisión electoral? ¿Qué explica votar una opción en lugar de otra en las urnas? ¿Afectan los mismos condicionamientos a mujeres y a hombres? ¿Influye la edad?

Están los que creen en el “voto racional”, sugiriendo que los electores son fríos analistas de la gestión del gobierno o de la economía, y a partir de esta evaluación sacan sus conclusiones y eligen.

Otros consideran que no se racionaliza mucho y más bien los votantes utilizan la “ideología” como atajo cognitivo. Es decir, prima el hecho de si se es más o menos de “derechas” o de “izquierdas”.

De esta manera se votaría de ese espectro ideológico a aquel partido más cercano al sistema de vida de cada quien, lo que se conoce como “voto por identificación de partido”.

Pero se cree, por otro lado, que los humanos no son completamente racionales, ni para hacer la lista de la compra, ni para escoger pareja o para comprar una casa. Y mucho menos, entonces, para elegir a representantes políticos.

¿Acaso se vota con el corazón? “En general, asistimos a la tendencia de que la gente vota según sus emociones en lugar de en términos de lo que les interesa económicamente”, resume el sociólogo Mauro Guillén, decano de la Cambridge Judge Business School.

De hecho, la manipulación electoral, a través de propagandas cada vez más sofisticadas, explota el predominio de lo afectivo. Las llamadas “campañas electorales”, se apoyan en la premisa de que los electores tienen un comportamiento más pasional.

La mayoría de los politólogos coinciden, al respecto, que el ciudadano ilustrado y racional -aquel elector informado, capaz de emitir juicios razonados, que analiza el coste-beneficio de la situación- es un rara avis.

Los analistas del mercado electoral suelen segmentar a los votantes según varias cuestiones, una de ellas es la edad. El folclore asegura que los jóvenes tienden más a la izquierda, pero que esa tendencia se torna conservadora con los años.

En este segmento juvenil, por caso, incide mucho la relación que tienen los más jóvenes con el mercado de trabajo. De suerte que quienes están en el mercado laboral en peores condiciones suelen votar las opciones más rupturistas.

Una corriente de opinión entre los especialistas sostiene, en tanto, que el voto no responde a una causa exclusiva, sino a una combinación de factores cambiante, compleja y a menudo caprichosa, conectada al particular contexto histórico y social.

En Argentina, por otro lado, los sociólogos han popularizado el concepto de “clientelismo político”, que en sentido restringido es un canje de favores por votos, haciendo rehenes preferentemente a los más pobres.

Es un mecanismo muy desarrollado, en toda la geografía del país, mediante el cual los titulares de cargos políticos regulan la concesión de prestaciones, obtenidas a través de su función pública o de contactos relacionados con ella, a cambio de apoyo electoral.

Los politólogos Cas Mudde y Cristóbal Rovira Kaltwasser lo definen como “un modo particular de intercambio entre grupos de electores y políticos, gracias al cual los votantes obtienen bienes (pagos directos o acceso privilegiado a empleo, bienes y servicios, por ejemplo) a condición de que apoyen a un patrón o partido”.

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Publicado por en 24/07/2023 en Uncategorized

 

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Las bases biológicas de la división «ellos» y «nosotros»

La dialéctica amigo-enemigo, causa del conflicto humano y tópico de la política, podría tener una explicación desde la biología, según algunos expertos, para quienes se trata de un instinto de la raza.

En el mundo de la ciencia política la llamada “polarización” social, que en Argentina se ha bautizado como la “grieta”, se suele vincular al ideólogo pro-nazi Carl Schmitt, para quien la esencia de las relaciones políticas es el antagonismo concreto originado a partir de la posibilidad efectiva de lucha.

En su obra de 1932, “El concepto de lo político”, considera: “La esencia de las relaciones políticas se caracteriza por la presencia de un antagonismo concreto” cuya “consecuencia última es una agrupación según amigos y enemigos”.

En esta visión, entonces, existen “ellos”, por un lado, y “nosotros”, por el otro. Dos colectivos enemistados. En Argentina, hay muchos herederos de Schmitt que entienden la política como un enfrentamiento.

Además, es un hecho que se registran niveles de polarización política sin precedentes a nivel mundial. La sociedad global sustituye la política pragmática, los riesgos calculados, el comportamiento racional, la tolerancia y la pluralidad por una especie de lucha existencial.

La pregunta es, ¿la polarización tiene alguna base en la naturaleza humana? ¿Pertenecemos a una raza que, evolución mediante, tiende a dividir a las personas en categorías bien definidas?

Eso creyó Edward Osborne Wilson (1929-2021), célebre entomólogo y biólogo estadounidense, que se enrola dentro de los científicos para quienes  el comportamiento está determinado genéticamente.

“Formar grupos obteniendo un confort visceral y orgullo de los compañeros familiares, y defender al grupo entusiásticamente contra los rivales, están entre los universales absolutos de la naturaleza humana y por tanto de la cultura”, refirió Osborne Wilson.

Desde la neurociencia, en tanto, se asegura que tenemos una “mente tribal”, que hace que nos unamos en razas, religiones y clases, pero con exclusión de otros grupos humanos, considerados “extraños”.

Hay estudios con infantes que sugieren porqué es tan natural en nosotros pensar en términos de exclusión social. Por ejemplo, en el “laboratorio de bebés”, de la Universidad de Yale, que dirige Paul Bloom, se han hecho descubrimientos sorprendentes.

A través de distintas pruebas, en las que se usaron marionetas, se observó que los niños prefieren a individuos que se les parecen, que comparten sus gustos, mientras marcan diferencias con los otros.

“En cierto sentido la mayoría de los males del mundo se debe a nuestra tendencia a distinguir entre la gente que nos importa y la gente que no. Y ese deseo de dividir el mundo en dos, en ‘nosotros’ y ‘ellos’ aparece muy temprano. Se manifiesta en los bebés a los que estudiamos. Y es algo que nos dura toda la vida. Y que sólo se puede superar con el mayor de los esfuerzos”, reflexiona Bloom.

Parecida conclusión ha sacado la investigadora Tania Singer, del Instituto Max Planck (Leipzig, Alemania). Al analizar el fenómeno de la empatía, sus experimentos sugieren que funcionan con los grupos amigos, pero no con grupos humanos rivales, como los hinchas de fútbol contrarios.

“Los seres humanos tienden a identificarse plenamente con lo que describimos como ‘endogrupo’ en contraposición al ‘exogrupo’. Los endogrupos pueden basarse en características como la raza, el sexo, la edad o la religión”, concluye Singer.

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Publicado por en 11/06/2023 en Uncategorized

 

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El desafío democrático: gestionar el pluralismo

Aunque la polarización es un fenómeno global, podría decirse que la sociedad argentina, con su historia de intolerancia política, tiene su propia pulsión cainita (de Caín) de unos contra otros, lejos del ideal democrático del respeto a las diferencias.

En toda democracia hay diferencias de opiniones, orientaciones, disposiciones de los individuos que reflejan la existencia de sociedades diversas y plurales. Pero el problema es cuando la inevitable divergencia se troca en oposiciones irreductibles, que ponen en vilo la convivencia social.

De esta manera la democracia, en lugar de ser un espacio para la discusión, la deliberación y la competición de ideas, deviene en una confrontación amigo-enemigo, en la cual la política es la continuación de la guerra por otros medios.

Se sabe que en los últimos años ha aumentado el grado de “polarización” en las democracias occidentales. Se trata de fracturas sociales y políticas que en un punto vuelven inviable la gobernabilidad al interior de los países, deviniendo el fenómeno en uno de los más inquietantes del siglo XXI.

En este sentido, cabría postular como hipótesis política que a mayor polarización mayores son las dificultades para generar consensos entre grupos, en aras de la gobernabilidad del propio sistema.

En la Argentina el fenómeno tiene nombre propio: “grieta”. Y algunos analistas sugieren que refleja en realidad la existencia de “dos países” en uno, en tanto que otros aluden a un proceso psicosocial perturbador que fractura el tejido social, a nivel familiar, de amistades, y finalmente comunitario.

La mentalidad divisoria que predomina en la sociedad argentina, en realidad no es nueva y hay quienes creen que se remonta a los orígenes, es decir al tiempo en que intentó darse una organización política propia.

“La Argentina es una casa divida contra sí misma y lo ha sido al menos desde que Moreno se enfrentó a Saavedra”, es el balance que hace el historiador norteamericano Nicolas Shumway, en su ensayo “La invención de la Argentina”.

Según su tesis, la elite que se encargó de forjar la primera idea de la Argentina, durante el siglo XIX, fracasó en su intento de dotar al naciente país de una “ficción orientadora” común.

Estas ficciones de las naciones suelen ser creaciones artificiales como las ficciones literarias. Pero son necesarias para darles a los individuos de ese país un sentimiento de pertenencia, de identidad colectiva y un destino común nacional.

Pero resulta que la Argentina nunca se puso de acuerdo respecto de sus ficciones orientadoras. En su lugar creó una “mitología de la exclusión”, una receta para la división antes que un pluralismo de consenso.

El fracaso en la formación de un marco ideológico para la unión ayudó a producir lo que el escritor Ernesto Sábato ha llamado una “sociedad de opositores”, más interesada en humillar al otro que en desarrollar una nación viable y unida.

Por eso la Argentina contemporánea es un país que le ha dado carta de ciudadanía a los fanáticos, sujetos que adhieren a una creencia incondicional, incapaces de moverse en un escenario de opiniones divergentes.

El fanático se cree dueño de la verdad, rechaza la crítica y atribuye valor absoluto a sus ideas. La violencia acompaña su comportamiento, impulsado por el deseo de imponer su dogma por la fuerza.

A la vista de esta realidad, la cultura de la pluralidad sigue siendo el talón de Aquiles de Argentina, cuya democracia está infectada de intolerancia sectaria donde no se acepta la opinión diferente.

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Publicado por en 27/03/2023 en Uncategorized

 

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