Más de 13 millones de argentinos viven en propiedades que no son de ellos, una cifra que va en aumento. A la imposibilidad de contar con la vivienda propia, se suma la escalada de los precios de los alquileres.
El deterioro del poder adquisitivo de los ingresos de la mayoría de la población vuelve cada vez más dramática la situación habitacional en la Argentina.
Para construir una vivienda de 100 m2 de calidad media (3 dormitorios, estar, cocina, comedor, baño, cochera), por ejemplo, se necesitan ahorrar por completo 12 años de salarios. O, 25 años si se ahorra el 50% del ingreso. El punto es que los salarios deprimidos van detrás de los aumentos constantes del costo de vida y el de la construcción.
Al respecto, una familia tipo necesitó en octubre $345.295 para no ser pobre, según el Indec, mientras que para ser considerada de clase media debió contar con $537.400.
Es decir, comprar una vivienda es una meta que para la mayoría de las personas en Argentina es imposible, esto a causa del deterioro en el poder adquisitivo de los bolsillos y las elevadas cuotas de los créditos hipotecarios.
Esto fuerza a mucha gente a tener que alquilar. Pero ¿cuántas personas viven en esta situación? De acuerdo al último informe de la Encuesta Permanente de Hogares del Indec más de 13 millones de personas habitan en viviendas alquiladas, ocupadas o de familiares.
En específico, dentro de la figura “inquilino-arrendatario”, se estima en 8,3 millones de personas las que “deben pagar por el uso de una propiedad un monto determinado en concepto de alquiler”.
Por su parte, los llamados “ocupantes”, comprende a un universo proyectado de poco más de 4,4 millones de personas.
Este grupo está conformado por los no propietarios que pagan los impuestos y expensas del inmueble y, en ocasiones, pueden llegar a obtener el título de dominio por el régimen de usucapión (término jurídico que indica un modo de adquirir la propiedad por el transcurso del tiempo).
Pero también figuran, por fuera de la clasificación oficial, los “usurpadores” de tierras, fenómeno que adquirió notoriedad en los últimos años, y que se calcula que involucraría a 1 millón de personas.
Al mismo tiempo, en los últimos años, poder arrendar también se ha convertido en un drama, por la escalada de los precios de los alquileres, que se actualizan de acuerdo a una imparable inflación.
La Ley de Alquileres vigente, pensada para un escenario de baja inflación y sostenida recuperación de los ingresos reales de la población, generó incertidumbre para celebrar los contratos entre propietarios e inquilinos y se tradujo en un cuadro inquietante de repliegue de la oferta de esas unidades.
Pagar alquiler es algo estresante, sobre todo en un país inflacionario como la Argentina. De hecho, en el mundo hay estudios que han establecido vínculos entre la presión generada por los precios de los alquileres y la pérdida de la salud.
Un estudio británico, por caso, descubrió que el alquiler lleva a envejecer más rápido que fumar o la obesidad. Según investigadoras de las universidades de Essex y Adelaida, vivir pagando alquiler hace que se envejezca más rápido a nivel biológico.
“Nuestros resultados sugieren que unas circunstancias desafiantes en la vivienda afectan de forma negativa a la salud mediante un proceso de más rápido envejecimiento”, escriben.
La escalada de precios de los alquileres no ayuda a que las cosas mejoren. A medida que los costos de vida suben -pero no lo hacen también los ingresos- el estrés sobre quienes alquilan aumenta a su vez, afectando así su salud mental.
© El Día de Gualeguaychú