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El péndulo argentino: un zigzagueo constante

Quienes estudian el proceso histórico del país, coinciden en que Argentina es inclasificable. No es capitalista ni comunista ni ha inventado ninguna tercera posición.

La Argentina es atípica, dicen los observadores extranjeros. Y no se equivocan. Es un país que deambula por el mundo sin saber lo que es o lo que quiere ser. No de ahora, desde siempre.

Hay razones para sospechar que el fenómeno argentino es idiosincrático. Filosóficamente, se podría decir que ser argentino es “no ser”. Nos define, en suma, la ambivalencia.

El fenómeno argentino –una categoría antropológica sui géneris– es esencialmente oscilante, responde en última instancia a la lógica del péndulo, que básicamente glorifica el zigzagueo.

El argentino puede ser, a la vez y bajo el mismo aspecto, creyente y ateo, capitalista y comunista, liberal y fascista. No cree, diría un aristotélico, en el principio de no contradicción.

Para el que no es argentino, esta postura puede parecer una tara esquizofrénica. Algo así como un caso psiquiátrico. Aunque culturalmente existe el expediente de la fanfarronería criolla, consistente en decir que todo, en realidad, es un rasgo de genialidad.

La condición pendular -esa que tanto desconcierta a los extranjeros, que se rigen por la lógica tradicional- se ha reflejado siempre en la política y en la economía.

De suerte que, en el plano propiamente político, puede abrazar un día la democracia y otra el autoritarismo; un día a la izquierda y otro, a la derecha.

En economía, el país se presentó campeón del libre mercado en la década de 1990, al privatizar todos los activos públicos vendibles. Pero después de un tiempo, tras las decepciones de rigor, descubrió las virtudes del Estado, y entonces se reguló todo, abusándose del remedio.

¿De qué lado del péndulo nos encontramos hoy? Pues del contrario, ya que se ha votado a un candidato que se proclama “anarcocapitalista”, y que reniega ferozmente del aparato estatal.

En materia de alineamiento internacional igual. Un día se apoyan los regímenes comunistas y socialistas de la región, como Cuba y Venezuela y se sitúa en el eje antioccidental pretendiendo ser la avanzada de la Rusia de Putin en el continente (último posicionamiento del gobierno peronista).

Pero este alineamiento es provisorio, ya que dura lo que un ciclo político y económico: ocho años o menos. Después de lo cual, la política exterior argentina da otro volantazo, y los que eran socios hasta ayer pasan a ser los indeseables en el concierto internacional.

El presidente electo Javier Milei, que durante la campaña electoral dijo que no iba a mantener relaciones con “gobiernos comunistas”, siempre expresó que sus dos principales aliados serán Israel y Estados Unidos.

Aunque según los analistas, tendrá forzosamente que encontrar la manera de vincularse y no dañar la relación con los gobiernos de dos países que están en las antípodas ideológicas del mileísmo: Brasil y China, adonde va un tercio del comercio exterior de la Argentina.

El péndulo, efectivamente, quizá sea la mejor metáfora que atraviesa la historia argentina. La figura, conectada con el eterno movimiento, ilustra las cambiantes dinámicas de una sociedad, sin saber qué quiere, se mueve rápidamente entre contrarios.

Todo lo cual hace prever que las opciones elegidas nunca son definitivas. Y sería un error creer que la orientación en un sentido viene para quedarse definitivamente. No hay que esperar mucho tiempo para que todo retorne a la posición contraria.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 26/11/2023 en Uncategorized

 

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La vida, entre lo dado y lo elegido

No elegimos la familia en que hemos nacido. Tampoco la época, el país, la educación, ni la sociedad en la que vivimos. ¿Somos realmente libres, entonces?

En la filosofía existe una vieja discusión acerca de si el hombre elige realmente la vida o ésta le ha sido impuesta. El enigma del destino y del libre albedrío ha dejado perplejos, desde tiempos remotos, a los pensadores.

¿Somos autores de nuestra propia biografía o, en realidad, interpretamos un libreto escrito por otro?  ¿Elegimos lo que somos o en nosotros hay algo ya decidido, con independencia de nuestra voluntad?

A poco que se analice se cae en la cuenta que no hay una decisión, tomada libremente por uno mismo, para llegar a ser. Nadie ha sido consultado, se diría, respecto de su existencia.

Este hombre que soy, perteneciendo a esta sociedad, a este tiempo histórico, con este cuerpo y en este espacio, es resultado de algo distinto de mí mismo.

Uno ha “recibido”, por otro lado, las cargas de herencia de los antepasados, al igual que la estrechez por la situación histórica y social. Se dice, con razón, que la familia no se escoge, se acepta.

Parece evidente que los miembros que conforman cada grupo familiar son lo que son y no es posible cambiarlos por otros. La persona experimenta, en suma, que no existe ni vive en virtud de ninguna opción que él haya hecho.

Desde este punto de vista la personalidad que nos caracteriza ofrece muchos aspectos que “nos han sido dados”. Al punto que los psicólogos plantean que es un signo de madurez “aceptarnos”.

De hecho hay quienes sostienen que nuestro destino está escrito en las estrellas. Es el caso del científico Albert Einstein, para quien todo el Universo, incluidos los seres humanos, sigue unas leyes y principios preestablecidos.

“Todo está determinado, tanto el principio como el fin, por fuerzas sobre las cuales no tenemos ningún control. Está determinado para los insectos así como para las estrellas. Seres humanos, vegetales, o polvo cósmico, todos bailamos al son de una tonada misteriosa entonada en la distancia por un intérprete invisible”, escribió en su libro ‘Ideas y opiniones’.

Einstein no creía en el libre albedrío, estudiaba a Arthur Schopenhauer y otros que creían en el determinismo. “En modo alguno –dijo– creo en el libre albedrío en sentido filosófico. Todo el mundo actúa no sólo bajo la compulsión externa sino también de acuerdo a una necesidad interna”.

Y añadió: “Lo que Schopenhauer decía ‘un hombre puede hacer lo que desee pero no puede desear lo que quiera’ ha sido para mí una verdadera inspiración desde mi juventud, un consuelo constante frente a las dificultades de mi vida tanto como la de los otros, ha sido una fuente incalculable de tolerancia”.

Sin embargo, están los defensores del libro albedrío, para quienes no hay nada determinado, sino que todo está abierto. Jean Paul Sartre, por ejemplo, dijo que el hombre está “condenado” a elegir.

Y el poeta Antonio Machado confirma esta visión con estos versos: “Caminante, son tus huellas / el camino y nada más; / Caminante, no hay camino, / se hace camino al andar”.
Desde aquí se plantea, además, un interrogante: si todo está predeterminado ¿cómo introducir la responsabilidad moral? Si no hay libertad nuestros actos no son morales y así cualquier barbarie o hecho criminal estaría justificado.

Frente a este dilema de peso, Einstein propuso vivir la vida “como si el libre albedrío existiera”. Y razonó: “Yo sé que filosóficamente un asesino no es responsable por el crimen que comete, pero preferiría no tomar el té con él”.

 

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 10/11/2015 en Uncategorized

 

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“No es obligatorio leer, pero vale la pena, la vida se hace más rica» – Fernando Avendaño

Elogio de la lectura ante adolescentes locales,  por Fernando Avendaño

“No es obligatorio leer, pero vale la pena, la vida se hace más rica»

Usando imágenes, citas de Borges y anécdotas personales, el investigador de la enseñanza de la lengua Fernando Avendaño hizo un alegato a favor de la lectura ante estudiantes del Instituto “Malvina S. de Clavarino”.

fernando avendaño 8 Fernando Avendaño

Por Marcelo Lorenzo

 

La palabra “leer” tiene su origen en el latín “legere”, que significa “escoger, elegir”. Por tanto etimológicamente la lectura es lo contrario de la obligación, recordó Fernando Avendaño, el pasado viernes 16 de mayo en Gualeguaychú.

La observación viene a cuento, explicó, porque nada indica  que si no leemos corremos el riesgo de perecer. “Es necesario comer, porque de lo contrario morimos de hambre. También es necesario dormir, o abrigarse en el invierno”, apuntó.

Si nadie se muerto por no leer, y de hecho ha habido generaciones analfabetas que desconocieron la práctica de la lectura, ¿por qué razón habría que leer, entonces?

Sobre las razones de este acto intelectual, justamente, giró el discurso que este especialista en enseñanza del lenguaje desarrolló ante un nutrido grupo de estudiantes del Instituto de enseñanza media “Malvina Seguí de Clavarino”.

“¿Leer o no leer?, esa es la cuestión”, así tituló Avendaño su exposición, la primera que realizó en el marco de una jornada de reflexión sobre la lectura organizada por ese colegio, a la que se sumaron alumnos y docentes de otros establecimientos.

Avendaño es un referente en la escuela, por sus aportes a la didáctica de la lectura y la escritura. Sobre todo es una voz autorizada en un momento donde el sistema educativo se topa con la imposibilidad de muchos chicos de crear y comprender textos escritos.

La lectura hoy está asociada, sobre todo para los más jóvenes, a una práctica obligatoria (la escuela la impone en su plan de estudios), pero según Avendaño el “verdadero lector” es alguien que ha elegido leer por muchos motivos.

Son motivos que no pasan de moda y, si se piensa bien, tienen que ver con cosas que han enamorado a los hombres en todos los tiempos, como la libertad, el deseo de saber o la búsqueda de la felicidad.

 

Lectura y libertad

“Quien elige leer es un rebelde, es un desobediente. En principio porque elige leer lo que quiere; elige leer cuánto quiere y dónde quiere”, enfatizó el disertante.

Si bien la lectura, dijo, no nos salva del egoísmo (“los que son egoístas por más que lean seguirán siendo egoístas”), ni de la intolerancia (“los que son estúpidos seguirán siéndolo”), su falta “tiene grandes consecuencias en nuestra vida”.

“Si leer no es una obligación, si no nos pasa nada cuando no leemos. ¿Por qué valdría la pena elegir hacerlo? En principio, les diría, porque si leemos somos libres”, remarcó ante los adolescentes.

“Esto es una cuestión muy importante –continuó-. Cuando uno lee se informa, cuando uno adquiere experiencia lectora empieza a dudar de lo que otros dicen. Uno empieza a pensar si lo establecido está bien”.

“Ustedes saben que los gobiernos autoritarios, las dictaduras, lo primero que hacen es prohibir la lectura y quemar los libros. ¿Para qué? Pues para que la gente no sea libre. La lectura es un profundo acto de libertad. Y eso es peligroso para el poder. La persona que lee no se deja engañar fácilmente, piensa por sí misma. La cuestión es, entonces: uno elige ser libre o prefiere seguir al rebaño”, razonó Avendaño.

La lectura, dijo, “nos permite ver la realidad de manera distinta”, gracias a ella uno descubre que “hay otros mundos posibles”, y toma nota de “cosas que nunca hubiera pensado”,  y eso tiene un carácter transformador sobre lo establecido.

 

Lectura y placer

“No es obligatorio leer, pero vale la pena, la vida se hace más rica”, sostuvo Avendaño, quien subrayó que la lectura “nos hace conocer otras gentes, nos impulsa a salir de nosotros mismos, a entablar relaciones sociales más creativas”.

Leer “nos da la posibilidad de charlar, de contar, de estar juntos, de crear vínculos”, frente a una vida que se presenta “rutinaria, más oscura y menos placentera”.

Sobre todo leer da placer. “La gente que lee encuentra placer en ello; le gusta, disfruta. Y es muy bueno sentir placer”, destacó Avendaño quien en este punto citó a Jorge Luis Borges.

“La lectura debe ser una de las formas de la felicidad, de modo que yo aconsejaría a esos posibles lectores que leyeran mucho, que no se dejaran asustar por la reputación de los autores, que sigan buscando una felicidad personal, un goce personal. Es el único modo de leer”, dijo el gran escritor argentino.

También es de Borges esta frase: El verbo leer, como el verbo amar y el verbo soñar, no soporta ‘el modo imperativo’. Yo siempre les aconsejé a mis estudiantes que si un libro los aburre lo dejen; que no lo lean porque es famoso, que no lean un libro porque es moderno, que no lean un libro porque es antiguo. La lectura debe ser una de las formas de la felicidad y no se puede obligar a nadie a ser feliz”.

El especialista destacó que la lectura es un “encuentro” entre un texto y un lector. “Puede haber muchos libros en la biblioteca, pero si no hay un lector que los lea, no tienen mucho sentido. El lector, a través del encuentro con el texto, le da existencia de algún modo al libro”, puntualizó.

“Y para que haya ese encuentro –agregó– tiene que producirse una especie de enamoramiento. Hay textos que en algún momento nos van a atrapar, nos van a hacer felices, nos van a hacer libres. En definitiva, no van a pasar desapercibidos en nuestras vidas”.

Según contó, una de las grandes satisfacciones personales con la lectura es que esta práctica le ayudó a establecer un vínculo afectivo e intelectual con sus dos hijas, hoy ya adultas. “La experiencia lectora en relación con mis hijas es la cosa que me ha hecho más feliz en la vida”, comentó.

 

La perspectiva del otro

Leer nos permite abrirnos a los otros, a otras culturas, a modos distintos de razonar,  lo que genera la posibilidad del encuentro entre los seres humanos, en el sentido del diálogo en la diversidad.

“La lectura como elección nos da la posibilidad de darnos cuenta que los otros no tienen que ser como nosotros, y que hay otras formas de ver el mundo”, explicó Avendaño.

“Entonces nos damos cuenta que frente a la misma situación, a la misma realidad, no todos tenemos la misma idea. Y porque no tengamos la misma idea no somos enemigos. Porque pensemos distinto no debemos estar enfrentados. Y esta sabiduría nos la permite la lectura”, afirmó.

Por último, el expositor, dirigiéndose al público adolescente, redondeó: “A mí la lectura me ha dado la posibilidad de tener un encuentro maravilloso con los textos y con mis hijas,  algo que me ha hecho muy feliz y me sigue haciendo feliz. Entonces, si algo tengo para decirles, es que elijan leer. Elijan ser felices. Elijan elegir por ustedes mismos. Elijan qué tipo de relación van a construir con los demás. Elijan qué tipo de vinculación van a tener con el mundo”.

 

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 19/06/2014 en Uncategorized

 

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No hay elección sin alguna renuncia

La vida, todo el tiempo, nos coloca ante la disyuntiva de tener que elegir entre varias alternativas. En economía se le llama “costo de oportunidad” a la opción no elegida.

Existe la eterna asimetría entre nuestros deseos, que suelen ser ilimitados, y el inquebrantable muro de la realidad, que restringe notablemente el horizonte opcional.

Es la colisión básica que atraviesa la condición humana, al decir de Sigmund Freud, entre el principio de placer y el principio de realidad, clave de bóveda de la teoría psicoanalítica.

Incluso imaginando una existencia individual privilegiada, en términos de capacidad de poder elegir sobre un amplio campo de posibilidades, nadie está en condiciones de experimentar todas las que contiene en sí la realidad.

Además, por más ricos e influyentes que seamos, nunca tendremos tiempo suficiente a lo largo de la vida para hacer todo lo que queramos. En todo caso, deberíamos poder reencarnarnos en varias existencias temporales para acumular tantas experiencias.

La economía se ocupa de este problema a través de la noción de “costo de oportunidad”, que está presente en la mayoría de los manuales de la disciplina, y que permite entender cómo funciona la lógica de la elección humana.

“El costo de algo es aquello a lo que se renuncia para conseguirlo”. La definición de Greg Mankiw, profesor de economía de Harvard, toca la esencia del asunto. Imaginemos un joven que analiza la posibilidad de ir a la universidad.

Por un lado, considera las “recompensas” asociadas a esa alternativa, tanto en términos intelectuales como sociales, al margen del hecho de que un graduado del sistema superior suele conseguir mejores oportunidades de trabajo.

Está demás decir que también ese joven debe considerar el costo de la matrícula, de los libros, el trabajo que es necesario para aprobar cada curso, y los gastos necesarios a su condición de estudiante.

Sin embargo, para tener un cuadro completo de la situación, esa persona no debe pasar por alto el “costo de oportunidad”. ¿Cuál sería en este caso? Pues los tres o cuatro años que pasará por la universidad podría dedicarlos a un empleo remunerado.

Un empleo en que además de dinero en efectivo ganaría una valiosa experiencia laboral que mejoraría sustancialmente el currículo. Aquí se ve el valor que tiene la alternativa no elegida, cuya renuncia es un costo.

Veamos otro ejemplo, esta vez en el hogar. Imaginemos que en casa se rompió la cañería, y eso permite una fuga de agua. Si nosotros mismos decidimos reparar el problema, habremos pensado que de esta manera nos “ahorraríamos” una suma considerable, que es lo que nos cobraría un profesional.

Ahora bien, esa decisión puede tener un costo invisible, a saber: todo lo que podríamos hacer con el tiempo invertido en realizar la reparación (sin mencionar el hecho de que es muy probable que el plomero hará un mejor trabajo). “El tiempo es dinero”, es una frase muy conocida.

Como se ve, en la vida estamos valorando los pros y los contras de las situaciones. Y aunque intelectualmente no sepamos qué es el “costo de oportunidad”, es un elemento que suele entrar en los cálculos cotidianos.

El concepto sería tan importante para los individuos, como para las empresas y los países. Y en términos económicos, nos recuerda que toda decisión está determinada (o debería estarlo) por el conocimiento de aquello que ha de sacrificarse (en términos de dinero y disfrute).

Al saber con precisión qué obtenemos y a qué renunciamos, en teoría tomaríamos la elección más racional y óptima.

 

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 17/02/2013 en Uncategorized

 

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