¿Estamos ya ante la hegemonía de un hombre sordo de por vida a los estímulos de la lectura y del saber transmitido por la cultura escrita, que transita de esta manera en el postpensamiento?
La tesis de Giovanni Sartori según la cual la revolución multimedial está generando un nuevo tipo de hombre incapaz de pensamiento abstracto, por abandono de la palabra escrita, parece ser confirmada por distintos representantes de la cultura.
Días atrás, el presidente de la Academia Argentina de Letras, Pedro Luis Barcia, volvió a advertir sobre el empobrecimiento del lenguaje que hoy se observa entre nosotros y de manera particularmente inquietante entre los jóvenes.
“Cuando no hay capacidad de expresión se achica el pensamiento. Lo vemos todos los días con jóvenes que no leen, que no saben escribir correctamente y terminan con un lenguaje empobrecido. Y ese empobrecimiento intelectual y verbal le hace muy mal al sistema democrático”, afirmó.
La base del problema reside en si es verosímil el desarrollo de la inteligencia prescindiendo del lenguaje. ¿Es posible pensar sin palabras? Hay razones para suponer que un minusválido lingüístico declina, en realidad, a la hora de pensar.
Esto parece decirnos Camilo Jiménez, el profesor colombiano que renunció a su cátedra abatido porque sus alumnos de periodismo no pudieron entregar un párrafo sin errores.
El diario El Tiempo de Colombia publicó una carta de Jiménez, fechada el 9 de diciembre de este año, cuyo contenido debiera ser objeto de discusión en los colegios.
Allí cuenta básicamente por qué tomó esa decisión drástica de abandonar la cátedra. En esencia, dice, no logró que sus alumnos de comunicación social lograran escribir un resumen de cien palabras que dijera algo significativo de un texto original más amplio.
No cubrieron la expectativa de los más básicos mandatos del lenguaje escrito –ortografía, sintaxis- ni atendieron a las mínimas normas de claridad, economía, y pertinencia.
Además, dice un descorazonado Jiménez, “lo que siento de tres a cuatro semestres para acá es más apatía y menos curiosidad. Menos proyectos personales de los estudiantes. Menos autonomía. Menos desconfianza. Menos ironía y espíritu crítico”.
No es un problema de clase. Los jóvenes de 20 años, que aspiran a ser periodistas por la Universidad Javeriana, provienen de familias acomodadas, y disfrutan de todas las tecnologías en boga.
¿Qué les pasa a estos nativos digitales? Lo que han perdido, concluye el docente, “es la capacidad de concentración, de introspección, de silencio. La capacidad de estar solos. Sólo en soledad, en silencio, nacen las preguntas, las ideas. Los nativos digitales no conocen la soledad ni la instrospección. Tienen 302 seguidores en Twitter. Tienen 643 amigos en Facebook”.
A todo esto, días atrás el escritor y periodista Ariel Torres escribió en La Nación (10/12/2011), un interesantísimo artículo en donde reflexiona sobre que lo importante no es el libro, sino la lectura.
Es decir, no debiera preocuparnos tanto el soporte –si el libro impreso o un e-book- cuanto que nuestros niños y adolescentes lean. En su opinión, “no existe otra destreza más importante en toda la formación de una persona, con la sola excepción –quizá- de la matemática”.
¿Y qué es la lectura? “Leer no está en nuestros genes. Oír y entender el lenguaje, sí. Leer, no. Leer requiere un esfuerzo visual (leemos con la parte del ojo que ve detalles) y entrenar al cerebro para que use un área que se dedica a reconocer formas para extraerles significados que nada tienen que ver con sus formas”, refiere Torres.
El acto de leer es una operación intelectual compleja en la cual la persona, al pasar la vista por una delgada hilera de dibujitos negros, construye de nuevo “lo que el autor, exquisita pero vanidosamente, ha plasmado; es hacerlo de un modo único”.
Padres y docentes debieran aceptar, en suma, que hay más de una razón para volver a lo básico: a enseñar a leer y a escribir.
© El Día de Gualeguaychú
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