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Archivos Mensuales: May 2009

Apolítico

Algunas palabras tienen una carga de ambigüedad que su uso se presta a confusión. Una de ellas es “apolítico”.
A veces el término sugiere oposición franca a quienes ejercen el poder. Entre nosotros, es el consabido rechazo visceral hacia la “clase política”. Aquel paradigmático reclamo “que se vayan todos”, expresado en la calle en 2002, a su modo era un rebrote apolítico.
Otras veces el término indica escepticismo, desencanto, indiferencia, apatía a todo lo que rodea a la actividad política centrada en el gobierno. Porque no se cree, en definitiva, que algo bueno o constructivo pueda salir de ese ámbito.
Acaso estas acepciones negativas tengan lógica con la definición de algunos manuales, donde política es el “arte de gobernar los Estados” o simplemente el “arte de gobernar”.
En este sentido, como se ve, el repudio hacia los que mandan, o hacia la forma de obtener el poder y mantenerse en él, estaría contaminado de “apoliticismo”.
El rechazo involucraría, por tanto, no sólo al gobierno sino a los partidos políticos. El llamado “desprestigio” de la política en Argentina rozaría, justamente, a quienes ejercen esta actividad centrada en el poder.
Sin embargo, a poco que profundicemos en nuestro término la cosa se complica. Apolítico está formado por la partícula “a” que significa negación y político tiene su origen el vocablo griego “polis”, que remite a la cosa pública.
Acá la palabra adquiere un alcance mayor, toda vez que involucra a la vida de la persona en la sociedad. La política no queda restringida al “arte de gobernar”, sino que supone el sentido gregario del ser humano.
Vista desde este plano, insistimos, la política es una dimensión constitutiva del hombre. De ser así: ¿alguien puede alegar no tener comportamiento político o ser apolítico?.
Y dado que no podemos despojarnos de nuestra condición de seres políticos, en tanto miembros de una comunidad organizada. ¿No es el apoliticismo, finalmente, alguna forma de posición política?
Quizá la discusión se aclare con la respuesta que nos diera no hace mucho el rabino Sergio Bergman, cuando le preguntamos si “hacía política”, a raíz de su intensa actuación pública (que además preocupa al gobierno).
“Ha llegado el momento en el cual podemos definir que nosotros (los religiosos) hacemos política. Pero hacemos política cívica. No hacemos política partidaria”, respondió.
Y añadió: “Todos estamos acostumbrados a asociar la palabra ‘política’ a candidaturas, a lo electoral, a los partidos (…) Pero tenemos que reivindicar la política como una acción cultural en una sociedad civilizada”.
Y esto “porque administrar nuestra vida es ya un acto político. No hay ser humano que no sea un ser político. Eso ya lo dijeron Platón, Aristóteles y el pensamiento occidental. Es decir, desde la esencia de la polis en adelante, la política es necesaria”.
De lo expresado por el religioso se colige que restringir la política a la lucha por el poder puede crear la falsa sensación, entre quienes no están en ese métier, que se puede ser asexuado políticamente.
Pero en tanto ciudadanos no hay manera de rehuirle a la cosa pública, al destino de la polis, que pide de nosotros un compromiso, desde el lugar en que uno esté –como religioso, docente, periodista, comerciante, deportista y demás- por la construcción del bien común social, que en definitiva es el fin de la política. Los apoliticismos pueden encubrir, por tanto, deserciones éticas hacia deberes cívicos elementales.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 30/05/2009 en Uncategorized

 

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El ocaso ético del progresismo

Quien haya leído a Nicolás Maquiavelo –que postulo ya en el siglo XV que el poder es a-moral, en el sentido de que está más allá del bien y del mal- nada de lo que ocurre en el gobierno argentino debiera sorprenderlo.
No obstante, algunos mitos argentinos, con las operaciones que consagran la impunidad del poder, empiezan a caerse: por ejemplo el del progresismo ético.
En su concepción binaria del mundo y de la vida –herencia de su maniqueísmo de fondo- la izquierda divide a los hombres en buenos y malos, colocándose ella, obviamente, en el bando de los angélicos.
Según este esquema, alguien progresista o de izquierda es bueno por naturaleza, como si la portación de ideología hiciese honestos a los hombres. Estos “puros”, como el Arcángel San Miguel, están llamados a vencer a los malvados de Derecha, especie de Dragón del Mal.
Esta mitología hace agua en la realidad. Porque cuando los progres llegan al poder –aquí y en otros lados- son tan maquiavélicos como sus pares de derecha. Es decir, ponen en marcha el viejo principio de que el “fin justifica los medios”.
Como lo que importa es la posesión del gobierno, el monopolio del poder, los medios son “lícitos” si sirven y consolidan ese propósito. Se sabe: este ethos ha justificado todas los totalitarismos (nazismo, fascismo, stalinismo).
¿Acaso el gobierno progre de los K ha moralizado a tal punto el poder que hoy en la Argentina asistimos a una revolución ética en la política?
Muchos de los que hoy gobiernan –sobre todos los aliados intelectuales del régimen- que antes se rasgaban las vestiduras ante la corrupción menemista, hacen hoy un silencio cómplice ante los “deslices éticos” del actual poder político.
Que en Argentina no funcionen los resortes republicanos que controlan a los funcionarios, no es noticia. Lo es sí, al menos para alguna gente, el derrape ético de la llama izquierda nacional. Bien vale, recordar en este punto lo que dijo hace poco en Argentina José Saramago, ese irreprochable ex comunista:
“Antes, cuando pensábamos que ser de izquierda era lo máximo a lo que un ciudadano debería aspirar y que, por ser de izquierda, uno mismo se reconocía más potencia cívica, caíamos en el tópico de decir que la derecha era estúpida”. “Pues bien –razona el premio Nobel de Literatura- hoy quiero decirles que no conozco nada más estúpido que la izquierda. Y miren que siento tener que decir esto. Pues así lo veo, ya está bien vivir de fantasías, imaginando que la historia equilibrará lo que en el presente es una evidencia».

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 30/05/2009 en Uncategorized

 

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El lenguaje libera

La opinión de la lingüista y poeta Ivonne Bordelois, sobre el poder liberador de la palabra, no debe pasar desapercibida.
“La gente que no sabe hablar tampoco sabe elegir en el momento de votar. No va a saber votar. Es decir, se le cae todo el aparato crítico al no tener vocabulario”, dijo la especialista.
La frase no deja dudas: quien no habla bien su lengua, quien es un minusválido lingüístico, declina a la hora de pensar y por esta vía pierde su condición ciudadana.
“Como decía José Martí: el lenguaje no es el caballo del pensamiento sino su jinete. Es el lenguaje el que conduce el pensamiento. Por eso, al restarle vocabulario a los chicos se los deja sin defensa, sin capacidad crítica frente al sistema”, razonó la académica.
Siguiendo esta lógica expositiva, que coloca al lenguaje como depósito de la conciencia, se infiere que una forma de sometimiento humano puede ser el despojo lingüístico.
Si al Poder sólo le interesa que le obedezcan apostará, sin duda, al empobrecimiento lingüístico de aquellos que estén debajo de él. Porque la palabra, en este sentido, lo amenaza.
Palabra y pensamiento son una misma cosa, nos vino a decir Bordelois. Como dos caras de una misma moneda. Y todo el que piensa es libre frente a las estructuras humanas que oprimen.
Esta dimensión política del lenguaje debería colocar su aprendizaje, por tanto, como estrategia prioritaria de cualquier comunidad. Hablar bien la lengua hace a la lucha del hombre por su dignidad de ser pensante.
¿Hay un des-potenciación planificada del pensamiento por la vía de la degradación del lenguaje? Algunos creen, efectivamente, que algo de esto existe. De hecho Bordelois dice que el consumismo, piedra de toque del sistema capitalista, desprecia la palabra y el pensamiento.
Y en esta dinámica deshumanizadora, la TV es una aliada estratégica. “Hay una imbecilización provocada por la televisión –asegura-. Ahí me parece que hay un designio claro de la sociedad consumista”.
“Es decir, hay que aplanar la capacidad lingüística de la gente para que solamente vea objetos y los desee. Y no sepa, así, expresar su verdadera necesidad con sus propias palabras”, aseguró.
Para la lingüista argentina –que ha vivido muchos años en el exterior, especializándose en su materia- no se trata de salvar la literatura sino la lengua, o la capacidad humana de comunicarse con las palabras.
Obviamente que el hombre, más allá de cualquier avatar, seguirá hablando, porque está en su naturaleza hacerlo. Lo que está en discusión, en realidad, es el anonadamiento de esa posibilidad.
Además, el hombre que sabe hablar su lengua aprende a vivir. Es capaz, en este sentido, de superar las contradicciones de la vida. Está en condiciones de enfrentar los conflictos con inteligencia.
Más de una vez hemos insistido, desde esta columna, sobre la necesidad del diálogo para vivir en sociedad. Pero ¿se puede dialogar sin palabras, sin los signos lingüísticos que lo hacen posible?
Siempre es oportuno insistir en la virtud del lenguaje para enriquecer o transformar positivamente a los individuos y a las sociedades, su capacidad para generar entendimiento entre las personas.
Bordelois nos vino a recordar esta capacidad liberadora de la palabra. Y la necesidad, por tanto, de preservarla de la degradación y de los ataques de todo tipo.
Está en nosotros, los hablantes, cultivar esta potencialidad humana, clave de bóveda de la comunicación con nosotros mismos y con los demás.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 30/05/2009 en Uncategorized

 

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