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Los mitos políticos, sucedáneos de la religión

Con la modernidad, en realidad tras la Revolución Francesa, el principio político se volvió expansivo, totalitario, abarcando las cuestiones en torno al “sentido”, de las que antes respondía la religión.

Aspectos que anteriormente tenían cabida en la esfera privada y en el interior anímico: libertad, igualdad, fraternidad, felicidad, todo eso tenía que ser realizable por mediación de la política, aquí y ahora.

Si en el Antiguo Régimen monárquico la política estaba limitada a luchas de la élite, a partir de la edad moderna deviene en una empresa colectiva llamada a construir la vida desde cero.

Mediante un proceso de secularización, nace entonces el culto de la razón política, el cual viene a reemplazar a la religión, de forma que las llamadas “cuestiones últimas” se transforman en cuestiones socio-políticas (ya no importa el más allá sino el más acá).

El militante político, así, actúa como un “creyente” que, organizado en un partido (suerte de iglesia), viene a “redimir” a la sociedad proponiéndole un nuevo credo de salvación, es decir un “mito político”.

La politización de la vida en Occidente se traduce en mitologización a gran escala de la sociedad y en este sentido las grandes narrativas ideológicas en esta esfera -nacionalismo, liberalismo y socialismo- son grandes mitos.

Es decir, construcciones arbitrarias del genio humano, un mundo artificial formado por imágenes que es capaz de hacer pasar a las “masas” humanas de la teoría a la acción; una fuerza simbólica susceptible de transformar radicalmente la sociedad, haciendo realidad la Revolución.

El concepto de mito político nació a comienzos del siglo XX. Fue George Sorel (1847-1922) el primero en teorizarlo. Este filósofo francés y teórico del sindicalismo revolucionario habló de un “nuevo lenguaje” y el reconocimiento del “valor perenne del Mito en la formación de los grandes movimientos populares”.

Sorel describe el mito como la “creación de fantasía concreta que opera sobre un pueblo disperso y pulverizado para suscitar y organizar su voluntad colectiva”.

No es casual que los totalitarismos del siglo XX -comunismo, fascismo y nazismo- construyeron grandes mitos, ensalzando (o divinizando) las virtudes del proletariado, del Estado o de la raza.

Es interesante observar que aquí el mito denota fenómenos de “irracionalidad” en el ámbito de la política. Ya que detrás del concepto late una creencia superior, una esperanza super-humana que pone en marcha la historia, una suerte de utopía colectiva en acción (el paraíso comunista, el retorno a la Roma imperial de los fascistas, el dominio milenarista de la raza aria en el caso de los nazis).

De esta manera, las masas humanas descristianizadas dentro de las grandes urbes de Occidente, encontraron en los mitos políticos un sustituto o sucedáneo de la religión, disputándole la política el relato de sentido a las iglesias institucionalizadas.

En América Latina, el gran teórico de la mitología izquierdista en la región ha sido el marxista peruano José Carlos Mariátegui (1894-1939), para quien la crisis de la civilización occidental burguesa se debe a una falta de fe, de esperanza, de un mito.

En su ensayo “El hombre y el Mito” escribió: “Ni la razón ni la ciencia pueden satisfacer toda la necesidad de infinito que hay en el hombre (…) La fuerza de los revolucionarios no está en su ciencia, está en su fe, en su pasión, en su voluntad. Es una fuerza religiosa, mística, espiritual. Es la fuerza del Mito”.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 29/12/2023 en Uncategorized

 

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El ultranacionalismo ruso, entre la decepción y la ira

Tras la humillante retirada de las tropas rusas de la ciudad de Jersón (sur de Ucrania), los activistas a favor de la invasión por parte de Rusia expresaron su fastidio y pidieron ir a fondo con la guerra.

La pérdida de control de la ciudad ucraniana, la única capital regional que las fuerzas rusas habían capturado desde el comienzo de la invasión en febrero, produjo una profunda decepción en las filas del ultranacionalismo ruso, el ala que viene alentando la guerra de Vladimir Putin.

Muchos de ellos han elevado el tono de la crítica ante lo que consideran un retroceso inadmisible en la guerra. Es el caso de Alexander Dugin, ideólogo del expansionismo ruso, considerado el “druida” de Putin.

Dugin está tan molesto por el curso de la guerra en Ucrania, sobre todo por el traspié de Jersón, que se atrevió a sugerir el sacrificio o por lo menos el derrocamiento de Putin.

En un reciente mensaje en Telegram, ha dicho que el líder ruso tiene la responsabilidad de salvar a su nación o afrontar “el destino del Rey de las Lluvias”, señalando que se refiere a “La rama dorada” de James Frazer.

Se trata de un estudio sobre magia y religión donde se relata cómo un rey fue asesinado porque no pudo llevar lluvia a sus tierras en medio de una sequía.

En su comentario, Dugin define con crudeza las reglas de la autocracia que gobierna Rusia: “Le damos al gobernante la plenitud absoluta del poder, y él nos salva a todos, al pueblo y al Estado, en un momento crítico. Si para esto se rodea de espíritus malignos o escupe a la justicia social, esto es desagradable, pero que por lo menos nos salve”.

La marcha atrás en Jersón, “no es una traición, es un paso hacia Armagedón. Las condiciones de un Occidente vencedor, esa civilización de Satán, nunca serán aceptables para Moscú”, se despachó Dugin.

Durante años este ideólogo ultranacionalista alimentó con su prédica chauvinista la idea del “Russkiy Mir”, el Mundo Ruso, que debía prevalecer en Europa del Este y Eurasia, consideradas tierras vacías de contenido político y cultural.

Dugin no está sólo en sus críticas. Otros activistas a favor de la invasión por parte de Rusia emitieron cuestionamientos duros a la actuación militar en Ucrania hasta la fecha.

Oleg Pajolkov, redactor jefe de Bloknot, recordó el heroísmo ruso de la Segunda Guerra Mundial. Los defensores de Stalingrado, dijo, tenían la opción de retroceder al otro lado del Volga ante la presión nazi, pero no lo hicieron.

Optaron por “romper al enemigo y aplastarlo, demostrar que podemos”, enfatizó Pajolkov. “La rendición de Jersón dice al mundo lo contrario”, se lamentó.

Algunos comentaristas del ala dura militarista se preguntan en voz alta, en tanto, por qué Rusia no usa su arsenal nuclear y por qué el ejército ruso no bombardea las rutas en el oeste de Ucrania que se usan para que los ucranianos reciban suministros militares de Estados Unidos y Europa.

“Si la elección es entre una victoria ucraniana y una guerra nuclear global, la guerra nuclear es preferible”, ha escrito Yegor Kholmogorov, un comentarista político nacionalista.

Este sector quiere arrastrar a Putin a la “guerra total”. Siente que Rusia se está conteniendo demasiado y exigen una movilización total, bombardeos masivos de ciudades ucranianas, e incluso el uso de armas nucleares.

Sus integrantes elogian elogia al régimen de Putin por restaurar la “grandeza” de Rusia, emanciparse de Occidente (y sus valores supuestamente decadentes) y, sobre todo, por defender el “Mundo Ruso”.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 20/11/2022 en Uncategorized

 

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La controvertida líder que fue elegida por los italianos

El triunfo de Giorgia Meloni en las elecciones italianas ha producido un tsunami político en Europa. Camino a convertirse en la primera mujer que gobernará Italia, su vínculo con el neofascismo despierta todo tipo de especulaciones.

Meloni, líder del partido Hermanos de Italia, espera formar un gobierno con Silvio Berlusconi y Matteo Salvini, la alianza catalogada de “ultraderecha” que acaba de ganar los comicios italianos.

Quien a los 31 años, allá por 2008, se convirtió en la ministra más joven de Italia, designada para la cartera de Juventud y Deporte por Silvio Berlusconi, ha llegado ahora  a la cima del poder.

Sus adversarios de la izquierda ideológica la pintan como una representante rancia del conservadorismo cultural que levanta una agenda antifeminista, antiabortista, anti LGBT y anti-inmigración árabe.

Los otros adversarios, los europeístas, la describen como una “soberanista”, es decir una referente del nacionalismo italiano, que vendría a desafiar la política de la Unión Europea (UE), siendo más afín con el líder ruso Vladimir Putin que con Bruselas.

Ambos la pintan, en suma, como una “neofascista” que a partir de ahora tomará el control de uno de los países más importantes de la Europa occidental y que podría producir cambios dramáticos a su interior. 

Su conservadurismo moral es militante. “¡Sí a la familia natural, no a los grupos de presión LGBT!”, dijo en un mitin reciente del partido Vox, vinculado estrechamente al franquismo en España.

“Soy Giorgia, soy mujer, madre, italiana y cristiana y no me lo quitarán”, así se presentó en 2019 ante una asamblea política en la plaza de San Juan de Roma.

Hermanos de Italia, el partido de Meloni, conserva algunas de las raíces culturales del fascismo italiano y tiene como lema “Dios, patria, familia”. Eso detalla la periodista italiana Annalisa Camilli.

“Tienen un discurso fuerte contra la inmigración y contra los derechos de las mujeres, están en contra del aborto y quieren aumentar la tasa de natalidad en Italia, que es la más baja de Europa. En este sentido, son muy tradicionalistas”, refiere.

Meloni representa un “peligro” para la Unión Europea, dice por su lado el profesor Gianluca Passarelli, profesor de ciencias políticas en la Universidad Sapienza de Roma, quien la pone en el mismo molde que los líderes nacionalistas en Hungría y Francia.

“Está del mismo lado que Marine Le Pen (Francia) o Viktor Orban (Hungría). Y quiere una ‘Europa de las naciones’, para que todos estén básicamente solos. Italia podría convertirse en el caballo de Troya de Putin para socavar la solidaridad, por lo que le permitiría seguir debilitando a Europa”, agrega.

Passarelli aclara que el partido de Meloni no es fascista. “El fascismo significa obtener el poder y destruir el sistema. Ella no hará eso y no podría. Pero hay alas en el partido vinculadas al movimiento neofascista. Ella siempre ha jugado de alguna manera en el medio”, agrega.

No obstante, algunos recuerdan los pronunciamientos en el pasado a favor de Benito Mussolini, el creador del fascismo italiano. “Creo que Mussolini fue un buen político. Es decir, que todo lo que hizo, lo hizo por Italia. Y eso no se encuentra en los políticos que hemos tenido en los últimos 50 años”, dijo Giorgia Meloni en un reportaje con la televisión francesa en 1996, cuando tenía 19 años y ya llevaba cuatro años en el Movimiento Social Italiano, un grupo creado en 1946 por seguidores de Mussolini.

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Publicado por en 09/10/2022 en Uncategorized

 

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El Rasputín actual que alienta el belicismo ruso

Algunos llaman a Aleksandr Dugin, el mentor ideológico del actual líder ruso, el “Rasputín de Putin”, en referencia a Grigori Rasputín, el místico que cautivó a la corte imperial de Rusia hace un siglo.

Se dice que para entender al presidente Vladimir Putin primero es necesario comprender la forma de pensar de Dugin, el influyente intelectual del Kremlin. Una influencia idéntica a la que en el pasado ejerció el místico ruso en los últimos días de la dinastía Romanov.

Rasputín pretendía darse una apariencia de Jesucristo y tenía fama de sanador, cualidades por las que fue llamado en 1905 al paladio de los zares para cortar una hemorragia de su hijo y heredero Alekséi Nikoláyevich Romanov, que padecía de hemofilia.

El zarévich (hijo del Zar) efectivamente mejoró -algunos investigadores sostienen que Rasputín usó hipnosis- y la familia Romanov, especialmente la zarina Alejandra, cayó bajo la influencia de este controvertido personaje.

La zarina no sólo veía en Rasputín al salvador de Alexei, sino a un hombre santo y a un vidente, alguien (de hecho, la única persona) en quien ella y su esposo podían confiar de verdad. 

Los zares rechaban como una calumnia cualquier prueba sobre su conducta libidinosa, que en 1911 ya escandalizaba a toda la capital. Eran públicas al respecto la afición del monje a la bebida, sus aventuras sexuales y sus equívocas relaciones con mujeres de la alta sociedad (casadas y solteras) que formaban parte de su círculo de entregadas adeptas.

Al cabo Rasputín se convirtió en el gobierno en las sombras del país. La emperatriz Alejandra interpretaba sus consejos como emanados por la Providencia. Esta influencia provocó un gran desprestigio de la Corona, que tambaleaba por el fracaso militar durante la Primera Guerra Mundial.

Finalmente algunos nobles y militares, que no toleraban a Rasputín, conspiraron en su contra y terminaron por asesinarlo en 1916, un año antes de que Nicolás II y su familia fueran asesinados por los bolcheviques durante la revolución rusa y la guerra civil.

El paralelismo que se traza en la actualidad entre Rasputín y Aleksandr Dugin obedece a la influencia ideológica que viene ejerciendo este intelectual en Vladimir Putin, el hombre fuerte de Rusia, que hoy lidera una agresión militar brutal contra Ucrania.

Dugin, un estratega conocido por sus puntos de vista ultranacionalistas, es considerado por algunos como el pensador más influyente de Rusia. Su filosofía se conoce como eurasianismo.

Sostiene que la Rusia ortodoxa no es ni de Oriente ni de Occidente, sino una civilización separada y única, un “imperio eurasiático” comprometido en una batalla por el lugar que le corresponde entre las potencias mundiales.

Y la misión principal de esta civilización, cree Dugin, es desafiar la dominación de Estados Unidos en el mundo. Sus teorías han recibido amplio apoyo tanto entre la “nueva derecha” de Europa como en la “alt right” (derecha alternativa) de Estados Unidos.

Dugin también escribió que uno de los objetivos de las anexiones de Rusia debería ser Ucrania. Su idea es que una Ucrania independiente se interpone en el camino para que Rusia se convierta en una superpotencia transcontinental.

“Ucrania como Estado independiente con ciertas ambiciones territoriales representa un peligro enorme para toda Eurasia”, escribe, y “sin resolver el problema ucraniano, en general no tiene sentido hablar de política continental”.

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Publicado por en 24/04/2022 en Uncategorized

 

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La guerra y el fanatismo narcisista del nacionalismo

En nombre del orgullo ruso, de la identidad étnica de grupo, otro país, Ucrania, está siendo devastado, en un baño de sangre que degrada la condición humana. ¿Qué resorte de la psicología social está detrás de esta tragedia?

El mundo asiste a una vuelta del nacionalismo, al retorno ancestral del tribalismo, en nombre del cual un país invade a otro para someterlo por la fuerza, creyéndose con derecho a ello. Es esta política de “identidad” la que está detrás de la invasión de Rusia a Ucrania.

Para David Brooks, periodista canadiense-estadounidense, a esta guerra que tiene en vilo al mundo no hay que encontrarle otra razón más que la necesidad de los rusos de recuperar su yo humillado.

Quien lidera esta apuesta psicológica grupal es Vladimir Putin, que se ve a sí mismo como Pedro el Grande, creador de la Rusia moderna. Su tarea desde el poder ha sido recuperar a los rusos del trauma psíquico por la caída de la Unión Soviética (URSS).

Al parecer la historia y retórica soviética les dio a los rusos la sensación de que “vivían en un país que en muchos sentidos era único y superior al resto del mundo”, según escribió la profesora Gulnaz Sharafutdinova, que explora en sus trabajos la biografía intelectual del término “homo sovieticus”.

Así como Adolf Hitler montó en su momento la retórica de que Alemania había sido humillada por las democracias occidentales pro-judías, devenidas en enemigas históricas del hombre germano, desde hace tiempo Putin adoctrina a los rusos con la idea de que Occidente es la causa de la ruina del hombre soviético.

Para Putin el fin de la Unión Soviética fue una pérdida catastrófica, convirtiendo esa crisis de identidad en una historia de humillación. “Encubrió cualquier sentimiento incipiente de vergüenza e inferioridad al declarar: nosotros somos las víctimas inocentes. Ellos -Estados Unidos, los occidentales, los chicos populares de Davos- nos hicieron esto a nosotros”, explica Sharafutdinova.

En los últimos años Putin, como otros políticos de identidad en el mundo, “impulsó una condición de resentimiento para sanar las heridas del trauma y los temores de la inferioridad”, razona David Brooks.

Es decir, explotó el nacionalismo étnico intentando ocultar (o compensar) el complejo de inferioridad de los rusos bajo el manto protector de unos supuestos valores positivos que naturalmente se derivarían de la identidad supraindividual y colectiva que es la Nación.

“La guerra en Ucrania no se trata tanto de un territorio -refiere Brooks-, se trata más bien de estatus. Putin invadió para que los rusos sientan que otra vez son una gran nación y para que él mismo sienta que es una figura mundial de la historia”.

El mentado orgullo grupal es una forma de tramitar la insignificancia individual. Así pensaba el filósofo Arthur Schopenhaur: “Todo imbécil execrable, que no tiene en el mundo nada de que pueda enorgullecerse, se refugia en este último recurso, de vanagloriarse de la nación a que pertenece por casualidad”.

Por su lado el escritor francés Albert Camus confesaba: “Amo demasiado a mi país para ser nacionalista”, en tanto que el inglés Bernard Shaw escribió que el nacionalismo “es la extraña creencia de que un país es mejor que otro por virtud del hecho de que naciste ahí”.

El científico Albert Einstein opinaba que el nacionalismo es “una enfermedad infantil. Es el sarampión de la humanidad”. Por su parte el escritor vasco Miguel de Unamuno decía que es “la chifladura de exaltados echados a perder por indigestiones de mala historia”.

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Publicado por en 01/04/2022 en Uncategorized

 

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La historieta que se convirtió en el símbolo nacional francés

En la historia real Julio César conquistó la Galia, incorporándola al Imperio Romano. Pero en un cómic creado en 1959, aparece una aldea de galos capaces de resistir a ese poderío, reivindicando así a este grupo étnico.

Se ha querido ver en la figura de Astérix, protagonista de una serie de historietas  cómicas francesa creada por el guionista René Goscinny (1926-1977) y el dibujante Albert Uderzo (1927-2020), un símbolo nacional de Francia.

Se trata del cómic más traducido en el mundo, pues se ha podido leer en 111 idiomas, y ha vendido más de 365 millones de ejemplares, al tiempo que ha pasado al cine y la televisión, fenómeno único en el mundo de la historieta internacional.

Astérix vive alrededor del año 50 a. C. en una aldea ficticia al noroeste de la Galia, la única parte del país que no ha sido conquistada aún por Julio César, también personaje de la historieta.

La aldea está rodeada por cuatro campamentos romanos: Baborum (traducido también en ocasiones como Pastelalrum), Aquarium, Laudanum y Petibonum (“petit bonhomme”, traducido en ocasiones como Hombrecitum).

La resistencia de estos aldeanos se debe a la fuerza sobrehumana que adquieren tras beber una poción mágica preparada por su druida Panorámix.

Muchos libros de Astérix tienen como trama principal el intento del ejército romano de ocupar la aldea y evitar que el druida prepare la poción o de conseguir algo de ella para su propio beneficio. Estos intentos son frustrados siempre por Astérix y su amigo Obélix gracias a la poción mágica.

En la realidad se sabe que la poción mágica de Astérix nunca existió y César, uno de los mayores estrategas militares de la Historia, tomó Francia gracias a una victoria clave: Alesia, en el año 52 a.C., una batalla que acabó definitivamente con la última resistencia gala.

El héroe de la época no era Astérix, sino Vercingetórix, el comandante de los ejércitos unidos de Galia. César quería conquistar todo un país, a cuyos habitantes consideraba más terribles que los bárbaros.

Vercingetórix consiguió unir a las tribus galas y poner en jaque a las legiones romanas. Tras oponer una fuerte resistencia a las fuerzas invasoras, finalmente cayó en Alesia a manos de Julio César, quien llevó a Roma al guerrero galo, el cual fue paseado y exhibido como trofeo, muriendo luego en reclusión.

La venganza simbólica francesa se materializa en Astérix, donde un galo bajito y otro gordinflón (Obélix) ridiculizan a César y a los romanos y son capaces de resistir a las poderosas legiones del imperio de la época gracias a la poción mágica.

“Los valores humanos son comunes a todas las culturas y los que están presentes en Astérix son los más importantes: la resistencia, el coraje, la simplicidad, ¡y el reír!”, respondió en una entrevista uno de los creadores de la saga, Albert Uderzo, al explicar la razón de su popularidad mundial.

Para algunos críticos, Uderzo y Goscinny (creadores del cómic) alimentaron el chovinismo de los franceses, aunque también la autoestima y confianza de los débiles frente a los poderosos.

Otros han visto en la historieta otra forma del “chovinismo” francés. Esa expresión viene de Nicolás Chauvin, conocido soldado de los tiempos del imperio napoleónico que encarnaba el ideal del patriota.

En 2019 toda Francia celebró los 60 años de la aparición de Astérix, de la historia de los “irreductibles galos”, devenidos en símbolo del espíritu francés y de la resistencia universal.

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Publicado por en 30/10/2021 en Uncategorized

 

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La escalada nacionalista por el control de la vacuna

Entre varias potencias mundiales hay un juego político, económico y estratégico por monopolizar el remedio contra la Covid-19. El “nacionalismo de las vacunas” podría dejar a miles de millones de personas sin poder inmunizarse, agravando la pandemia global.

La advertencia la acaba de formular Richard N. Haass, presidente del centro de estudios Council on Foreign Relations (CFR), para quien Estados Unidos, China, Rusia y el Reino Unido, entre otros, están midiendo el poder de sus capacidades científicas, invirtiendo millonarias sumas para encontrar la vacuna que haga frente al virus.

Pero esto no lo hacen por altruismo hacia la humanidad, sino para posicionarse como país dominante en el plano internacional, privilegiando a sus compatriotas, haciendo valer las prerrogativas económicas y de todo tipo que les proporcionará el control de la vacuna, que devendrá en un bien escaso global.

Así como el dominio de un recurso valioso (oro, petróleo, energía nuclear, etc.) puede engrandecer a un Estado-nación, convirtiéndolo en un jugador de peso en el plano mundial, el control de la cura contra el Covid-19 tiene un valor estratégico y económico de primer orden.

Como es imposible predecir cuál de las vacunas llegará primero a la meta, los países más desarrollados comenzaron a comprar cientos de millones de dosis a distintos laboratorios para tratar de asegurar su abastecimiento.

Por ejemplo, Reino Unido ha firmado acuerdos con varios potenciales proveedores: AstraZeneca, Pfizer, BioNtech y Valneva. De la misma manera Estados Unidos tiene gigantescos contratos con compañías como Pfizer y BioNTech, Moderna, Johnson & Johnson, AstraZeneca y Novava.

Por su parte a China, que está lanzada a una carrera de largo aliento por la supremacía mundial, la inspira idéntica lógica competitiva con el resto de los países. Es decir, no hay que esperar a que el primero que logre desarrollar la vacuna  la comparta alegremente con el resto de la comunidad internacional, sino que hará valer esa ventaja.

“Estamos viendo un nacionalismo de las vacunas contra la Covid-19 que se podría describir como un nacionalismo preventivo. Los gobiernos se están posicionando y las razones son obvias. Los líderes tienen la presión de proveer las dosis a sus propios ciudadanos. El problema es que dejará a miles de millones de personas en una posición vulnerable, lo cual es una crisis”, advierte Richard N. Haass.

El país o la potencia que logre desarrollar primero la vacuna alardeará de esta conquista, la brindará en primer término a su población nativa y luego querrá sacarle provecho en el concierto mundial.

“Eso es lo que indicaría la lógica nacionalista, a menos que exista un acuerdo global que obligue a compartir las vacunas. Por ejemplo, cada gobierno se podría comprometer a quedarse con la mitad de las vacunas y compartir la otra mitad al resto del mundo”, razona Haass.

Y advierte: “Si no compartimos las vacunas de manera inteligente, el virus seguirá activo afectando a una gran cantidad de gente en el mundo, lo que significa que todos seremos más vulnerables”.

“El patriotismo es un sentimiento vivo de responsabilidad colectiva. El nacionalismo es un gallo estúpido cacareando en su propio estercolero”, ha escrito Richard Arlington, poeta y novelista inglés.

Y en opinión de Albert Einstein el nacionalismo, causa principal de las dos guerras mundiales del siglo XX, es “una enfermedad estúpida (…) el sarampión de la raza humana”.

 

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Publicado por en 12/08/2020 en Uncategorized

 

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La idea de que a la peste la traen los extranjeros

“La crisis del coronavirus va a reforzar el nacionalismo”, ha dicho el politólogo e intelectual búlgaro Ivan Krastev, al señalar que la pandemia amenaza socavar los pilares de la sociedad abierta global.

Miembro permanente de la junta directiva del Instituto de Ciencias Humanas de Viena, Krastev percibe que el virus le da alas a la reacción rabiosa contra la globalización, que es la bandera de los populistas tanto de derecha como de izquierda.

Ocurre que el coronavirus es visualizado por mucha gente como el presente griego de ese movimiento internacional de productos, ideas, gente y tecnología. Es resultado, en suma, de flujos biológicos internacionales.

La idea para los populismos está servida: el mal viene de afuera, es un fenómeno importado, una agresión extranjera, que se combate cerrando fronteras, en una renovada épica tribal que refuerza al Estado-nación.

Lo llamativo es que mientras algunos gobiernos se lanzan con fruición a sellar fronteras y a bloquear el libre tránsito de las personas y las comunicaciones aéreas, al mismo tiempo no tienen empacho en pedir auxilio a entes multilaterales internacionales para enfrentar la crisis en sus países, como solicitar créditos al Banco Mundial (BM).

Al mismo tiempo, mientras se muestran cómodos con una actitud aislacionista, y por lo bajo azuzan el repliegue de su país, sugiriendo en sus discursos que los casos de infección son “importados”, esos mismos gobiernos aguardan con expectación que la cura milagrosa (una vacuna) sea provista por un “laboratorio extranjero”.

La crisis sanitaria global ha relanzado el discurso nacionalista del presidente de la primera potencia mundial. En efecto, el mandatario estadounidense, Donald Trump, ha definido al Covid-19 como un “virus extranjero”.

Al mismo tiempo ha vetado la entrada a Estados Unidos de millones de personas procedentes de distintos países, al tiempo que ha aprovechado para promocionar su muro con México.

La crisis del coronavirus ha reactivado el nacionalismo de Trump, que insiste en la idea de un Estados Unidos “puro” frente a un mundo amenazante.

“Este es el esfuerzo más agresivo para enfrentar un virus extranjero en la historia moderna (de EE.UU.)”, ha dicho en su discurso en el que ha culpado a China y a Europa de la propagación del coronavirus en su país.

Por otro lado las principales potencias (China, Estados Unidos, países de Europa, Israel) están lanzadas en una competencia contrarreloj para lograr una vacuna salvadora, que les daría supremacía global en la gestión del conflicto.

Por ejemplo, trascendió que Trump habría ofrecido miles de millones de dólares a un laboratorio alemán, para que en el momento que consiga el inmunizador le dé derechos exclusivos del mismo a Estados Unidos.

“Trump ha gobernado exclusivamente a base de convertir cada asunto en un ‘nosotros contra ellos’, y también lo está haciendo con esta peligrosa epidemia. La está usando para intentar explotar un sentimiento antiextranjero”, recalca Bill Schneider, profesor de ciencias políticas en la Universidad George Mason (Virginia).

Los analistas vienen diciendo desde hace tiempo que fenómenos como el Brexit (salida de Gran Bretaña de la Unión Europea) venían mostrando una creciente desglobalización.

El virus vendría a reforzar este tendencia al desacople de la globalización. Algunos gobiernos, así, están tentados de utilizar el ‘shock’ del coronavirus como coartada para acelerar el retorno del populismo contra el virus extranjero.

 

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Publicado por en 20/03/2020 en Uncategorized

 

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Sobre si es posible la unidad latinoamericana

América Latina está ocupando el centro de la atención mundial por la convulsión social que la sacude. ¿Pero este nombre remite a una geografía o a una unidad sociopolítica?

La locución, hoy generalizada y establecida, en su génesis no habría sido inocente, ya que fue así como Francia, a mitad del siglo XIX, nombró a esta región tras su invasión a México.

La “ideología de la latinidad”, así, pretendió legitimar los afanes expansionistas en la región por parte de esa potencia europea. La primera conclusión, por tanto, es que “América Latina” es un “constructo” colonialista.

Los “latinos” fueron los habitantes del Lacio, cuya capital fue Roma y su lengua el latín. Ellos dominaron, durante el Imperio Romano, los territorios europeos de donde emergieron las naciones que luego conquistarían América, como España, Portugal y Francia.

Se sigue de aquí que los nativos americanos, los llamados “pueblos originarios”, que fueron sometidos por los conquistadores europeos, lo único que tuvieron de latinos fueron sus amos.

Cabe consignar que antes de que la expresión América Latina se hiciera hegemónica, hubo otros nombres en danza para denominar a esta geografía, como Columba, Colombia, Columbiana, Colona, Colonea, Colónica, América española, Iberoamérica,  Hispanoamérica, Indoamérica, Amerindia, Euroindia, Mestizoamérica.

El diccionario de la Real Academia Española (RAE) indica que “Latinoamérica” es “el conjunto de los países de América colonizados por naciones latinas: España, Portugal o Francia”. 

Aunque, como una herencia del pasado, también admite que “iberoamericano” es el “natural de alguno de los países de América que antes formaron parte de los reinos de España y Portugal”.

El historiador y escritor chileno Miguel Rojas Mix, que escribió el libro “Los cien nombres de América”, afirma que la latinoamericana es una “sociedad indio-ibero-hispano-afro-asia-euroamericana”, es decir un híbrido sociológico en todo sentido.

La ideología latinoamericanista postula la existencia de una “Patria latinoamericana”, más allá de los Estados nacionales que integran el espacio geográfico, alegando que éste fue el sueño de los libertadores como Francisco Miranda, Simón Bolívar y José de San Martín.

Sin embargo, después de que España abandonara la región, lo que tuvo lugar fue la “desintegración” latinoamericana, de suerte que el “nacionalismo” terminó por prevalecer sobre el ideal integracionista continental.

En América del Sur, por caso, los nacionalismos alimentaron conflictos y litigios de todo tipo entre las ex colonias liberadas, devenidas en nuevos Estados, moldeando así la actual geografía política de la región.

Así, en 1825-1828 ocurrió la guerra entre Brasil y las provincias del Río de la Plata, de la cual emergió al final un Estado independiente, Uruguay. Hubo guerras entre la Gran Colombia y Perú, entre Ecuador y la Nueva Granada y también entre las Confederaciones Argentina (tiempos de Juan Manuel de Rosas) y Peruano-Boliviana.

Más acá en el tiempo tuvo lugar la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870), en la cual Argentina, Uruguay y Brasil derrotaron a Paraguay.

Existió también la Guerra del Pacífico (1879-1884), un conflicto armado que enfrentó a Chile con Perú y Bolivia. En el siglo XX, en tanto, Perú y Ecuador protagonizaron un largo conflicto fronterizo, al igual que Chile y Argentina.

Más que un proceso de unidad regional, lo que se ha visto en estos 200 años, tras la emancipación americana, es que cada país inventa su nacionalismo para mantener controles exclusivos de sus territorios.

 

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Publicado por en 19/11/2019 en Uncategorized

 

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El auge del supremacismo o el retorno del tribalismo

En varias partes del mundo, minando las bases del la convivencia plural en la sociedad del siglo XXI, se observa un rebrote del “supremacismo”, una suerte de retribalismo planetario.

La última década del siglo XX se caracterizó por un ingenuo optimismo, después de la caída del muro de Berlín se hablaba de “El fin de la historia” (según Francis Fukuyama).

Hoy la historia ha regresado “con gusto” y ciertamente vivimos en un mundo más peligroso e incierto, en el cual se ha vuelto a hablar del supremacismo,  que alude a que un grupo humano determinado es superior a otro.

¿Qué tienen en común el discurso del Brexit, el independentismo que socaba las bases de Europa, el trumpismo en Estados Unidos, el avance de los neopopulismos, la aspiración imperial de la Rusia de Vladimir Putin, el extremismo islamista o judío?

Pues es factible determinar que detrás de estos múltiples fenómenos sociopolíticos, aparentemente inconexos, late la reafirmación de la tribu étnica como un conjunto basado en la exclusión del otro.

Desde que Donald Trump ganó la presidencia de Estados Unidos volvió a la palestra la expresión “supremacismo” en relación a la dominación del hombre blanco sobre el resto de las sociedades.

Pero es un error creer que esta ideología es patrimonio de los norteamericanos. Ya que, en realidad, cabe hablar de supremacismo judío, árabe, catalán, eslavo, chino, ruso, negro, entre otros.

La prensa internacional advierte, por caso, sobre el inquietante avance de la “revolución azafán” en la India, en relación al triunfo político del “hindutva”, una suerte de nacionalismo hindú que amenaza no sólo a la minoría musulmana del país sino a los cimientos mismos de un Estado que nació inclusivo, laico y plural.

La sirena populista que explota la identidad del grupo de la mayoría hindú (80% de los 1.300 millones de indios) en el país de Mahatma Gandi, se expresa en actos violento hacia los otros grupos étnicos y religiosos (paquistaníes musulmanes, cristianos, blancos, etc.).

El caballito de batalla de la “hindutva” es reivindicar la cadena perpetua para los que maten vacas, loa animales sagrados del hinduismo. Al punto que pululan por toda India los denominados “grupos de vigilantes de las vacas”.

El término “supremacismo” no figura todavía en los diccionarios académicos, pero sí lo están las palabras a partir de las cuales se forma: supremacía (“grado supremo en cualquier línea” y “preeminencia, superioridad jerárquica”) y el sufijo -ismo (“doctrina, sistema, escuela o movimiento”, entre otros).

Algunos creen que es el viejo nacionalismo con distinto ropaje, de suerte que el auge del supremacismo es el retorno del sentimiento identitario nacional de carácter excluyente.

¿Tiene algo que ver con el patriotismo? El diplomático francés Romain Gary (1914-1980) dice que son cosas distintas. “El patriotismo es el amor a los tuyos. El nacionalismo, el odio a los otros”, refiere.

El fenómeno parece conectarse con “La llamada de la tribu”, el libro donde Mario Vargas Llosa recuerda que Karl Popper denomina “espíritu de la tribu” al irracionalismo del ser humano primitivo que anida en el fondo más secreto de todos los civilizados.

Al parecer nunca se supera del todo la añoranza de aquel mundo ancestral –la tribu- cuando el hombre era aún una parte inseparable de la colectividad, subordinado al brujo o al cacique todopoderoso, que tomaban por él todas la decisiones, en la que se sentía seguro, liberado de responsabilidades.

 

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 02/06/2019 en Uncategorized

 

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