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Archivo del Autor: Marcelo Lorenzo

Acerca de Marcelo Lorenzo

Licenciado en Ciencias de la Información - Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER). Profesión: Periodista y Docente de Enseñanza Superior.

Las aguas subterráneas, un tesoro escondido

El otro gran recurso estratégico de la región

El agua que brota de la tierra

No las vemos, pero existen y se mueven dentro del suelo. Son las aguas subterráneas, de las cuales suele haber poco conocimiento, pese a que el aprovechamiento que se hace de este recurso en la zona es de gran relevancia para la población.

Por Marcelo Lorenzo

Sabemos que existen los ríos, los arroyos, las lagunas y los bañados. Son los cursos de “aguas superficiales”. Pero también hay una gran cantidad de agua debajo de la superficie de la Tierra, que permanece de alguna manera “invisible”.

Otro término para el agua subterránea es “acuífero”. Las personas han utilizado estos reservorios de agua dulce por siglos y lo continúan haciendo hasta el día de hoy, principalmente para beber y para riego.

Nuestra zona en particular, y Entre Ríos en general, tiene una geografía muy rica en aguas subetrráneas. Y de hecho se trata de un recurso estratégico del cual dependen múltiples aprovechamientos humanos, sobre todo de carácter económico.

El agua subterránea en Entre Ríos se extrae de cuatro acuíferos distribuidos en un área de 61.116 km2 y se utiliza principalmente para consumo humano y animal, y para riego.

Esas cuatro formaciones son: Paraná, Ituzaingó, Salto Chico y El Palmar (las divisorias de las aguas subterráneas coinciden en general con las divisorias de las grandes cuencas hidrográficas de la provincia).

Además de estas formaciones, en Entre Ríos se encuentra parte del acuífero Guaraní, considerado uno de los mayores reservorios de agua subterránea del mundo (que se extiende también por países limítrofes), el cual se halla a mayor profundidad que los acuíferos entrerrianos.

A nivel mundial, varios informes vienen alertando sobre el hecho de que este recurso natural se agota de forma acelerada en todo el planeta. Se cree que está en peligro por el cambio climático, que lo hace más inaccesible, y por su uso excesivo, que amenaza las economías y los ecosistemas.

Científicos de la Universidad de California (EE.UU.) han publicado en la revista “Nature” la mayor evaluación de los niveles de agua subterránea en todo el mundo hasta la fecha, que abarca cerca de 1.700 acuíferos.

Sus resultados indican que la tendencia general es una disminución global de los recursos hídricos, con un descenso de más de 0,5 m. por año en el siglo XXI, lo que supone una reducción en el 71% de los acuíferos.

Aunque estas masas de agua se renuevan continuamente mediante su ciclo natural (gracias por ejemplo a las precipitaciones), sin embargo, no son inagotables. Por lo pronto los ciclos de la naturaleza son lentos (pensemos que una prolongada sequía puede comprometer seriamente el volumen del recurso).

Además, el agua de un lugar puede agotarse o quedar inutilizable por una conservación insuficiente, por sobreexplotación, o por contaminación.

La abundancia del recurso puede crear la falsa creencia de que va a estar para siempre, pero esto es erróneo. En ese sentido, los científicos afirman que, si los bienes naturales “están para usarse”, esto debe hacerse de una manera “sustentable”.

Las aguas subterráneas son consideradas recursos “finitos”, razón por la cual su explotación tiene que hacerse dentro de determinados “límites”.

Características del recurso

Mientras el “agua superficial” es aquella que al precipitar (en forma de lluvia, nieve o granizo) circula o se acumula en la superficie terrestre, el “agua subterránea” corresponden a la otra parte del elemento vital que tras precipitar se infiltra a través de rocas y materiales porosos bajo el suelo.

Las más conocidas aguas subterráneas son los acuíferos, que son formaciones geológicas capaces de almacenar suficiente cantidad de agua dulce como para constituir un recurso disponible para las actividades humanas.

Se forman debido a que, en ciertas profundidades del suelo, los poros y las grietas en las rocas pueden llenarse de agua.

En este sentido, no es correcta la imagen que se hace mucha gente respecto de que el líquido está entre dos capas, como en un sándwich. En realidad, el líquido se aloja en los espacios intersticiales de los sedimentos del subsuelo y forma yacimientos.

Los geólogos utilizan la metáfora del mate, una imagen en la cual la yerba oficiaría de roca y el agua está entre ella. Y así como bebemos mate a través de una bombilla, a través de un pozo se puede sacar a la superficie el agua subterránea.

Las aguas superficiales y las aguas subterráneas están muy relacionadas. Es frecuente que la segunda aflore en fuentes y manantiales para seguir un recorrido superficial; en tanto que la primera se infiltra alimentando los acuíferos.

Categorías distintas

Por otro lado, el agua está alojada a distintas profundidades dentro de la corteza de la Tierra. Y esa corteza tiene una composición distinta. De ahí que existan unidades hidrogeológicas diferentes, según su aptitud para admitir y trasmitir agua.

El “acuífero”, por ejemplo, es aquel estrato que permite la circulación del agua por poros y grietas. Pero está el “acuícludo”, que es una formación geológica que, pese a contener agua en su interior, no la entrega. Y esta el “acuitardo”, que sí la entrega, pero de una manera lenta.

Además, hay dos tipos de aguas subterráneas. Están las “someras”, que son las que están más arriba o más próximas a la superficie. Y después las que están alojadas a mayor profundidad (aguas termales, por ejemplo).

Los acuíferos más cercanos a la superficie se recargan directamente con el agua de lluvia, o a través de ríos y arroyos. A medida que se empieza a filtrar, el agua se va purificando. Y de ahí que los acuíferos más profundos permiten la extracción de agua para consumo humano directo.

Calidad de las aguas

Las aguas tienen distinta calidad física, según el nivel de profundidad geológica en que se hallen. Las que se extraen a 12 metros, que están más cerca de la superficie, aunque son aptas para el consumo humano, son más impuras.

Las que están a 35 o 40 metros, por el hecho de que atravesaron un proceso de mayor filtración, son más puras y de mejor calidad. De estos acuíferos provienen las llamadas “aguas minerales”.

Si bien todas estas aguas son minerales porque todas se cargan de ellos al ir filtrándose, el adjetivo “mineral” que se utiliza comercialmente corresponde a un tipo específico de agua, que debe cumplir determinados parámetros químicos y fisicoquímicos estipulados por el Código Alimentario.

Usos múltiples

Los bienes de la naturaleza se transforman en “recursos” cuando son susceptibles de ser aprovechados por el ser humano. En Gualeguaychú, el aprovechamiento que se hace de las aguas subterráneas es múltiple.

Donde no hay agua corriente de red, existen pozos que capturan el líquido, por medio de bombas o molinos, para consumo humano o animal, o para riego. Incluso la ciudad utiliza uno de estos métodos para alimentar la red domiciliaria.

Firmas comerciales, además, se dedican a la extracción de aguas subterráneas para venderlas embotelladas en el mercado. Por otro lado, hay dos complejos termales en la zona -uno sobre ruta 14 y otro camino a Pueblo Belgrano-.

La mayoría del agua que se aprovecha en nuestra región pertenece al acuífero Salto Chico, situado en el sector oriental de Entre Ríos. Es utilizado intensamente para el riego de cultivo de arroz (zonas de Villaguay y San Salvador). Este acuífero posee muy buena calidad de agua para consumo humano y para riego.

Cabe consignar que el agua subterránea poco profunda es una importante fuente para el regadío, pero el exceso de bombeo de los acuíferos y la contaminación debido a la presencia de sustancias agroquímicas y volcado de desechos industriales y domiciliarios generan numerosos problemas.

Las termas

En algunas zonas las aguas subterráneas alcanzan cierto grado de calor por las altas temperaturas del interior de la tierra. Constituyen, así, las aguas termales.

En la provincia la surgencia del acuífero Guaraní se utiliza principalmente como agua termal desde la década de 1990. Así, Entre Ríos lideró la creación de enclaves en los que se pueden tomar baños recreativos con aguas surgentes que contienen sales minerales, o elegir la opción de tratamientos de belleza, cuidado de la salud, estética y bienestar.

El termalismo ha abierto nuevos horizontes turísticos en esta provincia desarrollando con fuerza el turismo de bienestar y salud en ese ámbito. Hoy existen 15 centros termales distribuidos en 13 localidades.

La variada oferta para practicar el turismo de bienestar en Entre Ríos, reconocida como la Capital Nacional del Termalismo, incluye complejos en Basavilbaso, Chajarí, Colón, Concepción del Uruguay, Concordia (2), Federación, Gualeguaychú (2), La Paz, María Grande, San José, Victoria, Villa Elisa y Villaguay.

Una de las reservas más grandes

En nuestra región se encuentra uno de los reservorios de agua subterránea más grande del mundo.

Se trata del Acuífero Guaraní, que se encuentra ubicado en el subsuelo de una parte de Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay, abarcando un área de alrededor de 1.190.000 km2 (superficie mayor que las de España, Francia y Portugal juntas).

De acuerdo con lo que actualmente se conoce este acuífero se encuentra a profundidades muy variables de entre 50 y 1.500 m. En Argentina el acuífero Guaraní se encuentra a profundidades por debajo de los 900 m.

En general, cuando se realiza una perforación hasta el acuífero el agua se eleva naturalmente y en muchos casos emerge sobre el nivel del suelo con temperaturas que van desde los 33 ºC hasta los 65 ºC.

El volumen total de agua almacenado en el acuífero es inmenso y se lo estima de 37.000 km3.

Sistema de monitoreo

Desde el año pasado Gualeguaychú y Concordia cuentan con un sistema de monitoreo de los niveles de aguas subterráneas.

Estas dos estaciones meteofreatimétricas permiten monitorear sistemáticamente los niveles de disponibilidad de agua subterránea del Acuífero Salto Chico, el mejor reservorio hídrico con que cuenta la provincia.

De allí se envían datos de forma online en tiempo real a la página de la Red Hidrológica Nacional, donde se puede consultar libremente dicha información.

Se trata de una tarea de extrema importancia para el seguimiento a largo plazo del abastecimiento de agua para la región este de la provincia. En atención sobre todo a que la producción arrocera entrerriana utiliza mucho el acuífero Salto Chico para el riego.

En Entre Ríos se siembran 64.500 hectáreas de arroz (campaña 21/22) que son inundadas en su totalidad en la primera etapa del cultivo. De cada pozo se extraen alrededor de 200 m3 de agua por hora, un volumen muy elevado, a diferencia de lo que se utiliza para otros destinos. 

© Semanario de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 30/04/2024 en Uncategorized

 

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Los nombres de las calles, una ventana a la idiosincracia local

¿Qué revelan los nombres de las calles de Gualeguaychú?

La ciudad a través de la nomenclatura urbana

Los carteles que indican el nombre de las calles pueden parecer elementos anodinos, pero su impacto en la vida de los vecinos es trascendente. Ocurre que no son meras señales direccionales. También atestiguan la historia y la identidad local.

Por Marcelo Lorenzo

El nombre de las calles es un tema fascinante. Desde el punto de vista académico, tienen una denominación concreta. Se les llama “odónimo” y nace de la contracción de dos palabras de origen griego: “odos”, significa camino y “ónoma”, que significa nombre.

En principio, cumplen un rol de orientación en el laberinto urbano. Es decir, ayudan a encontrar el camino y llegar a destino sin perder tiempo ni energía.

Al respecto, no hay nada más frustrante que estar perdido en una ciudad desconocida, y ahí es donde los carteles se convierten en salvadores. La función informativa que cumplen, por tanto, es clave.

Demás está decir que es importante el diseño de estos letreros, que deben ser legibles, atractivos y armoniosos con el entorno urbano. La tipografía, los colores y la disposición de los elementos, deben producir un impacto visual acorde con lo que pide toda nomenclatura urbana.

No debe pasarse por alto el aspecto de la seguridad vial. Los carteles de calles, en efecto, permiten a conductores, ciclistas y peatones identificar claramente su ubicación y evitar confusiones que podrían desencadenar accidentes.

Pero más allá de esta función práctica, el acto de nombrar las calles cumple un papel ideológico. Ya que además de honrar la memoria de destacadas personalidades de la ciudad, en el plano de la cultura, la política, la ciencia u otros aspectos de la vida cotidiana, el conjunto constituye toda una historia colectiva, cuya memoria no se desea olvidar.

Rescate cultural

A nivel local, este aspecto cultural ha sido descripto y analizado por las profesoras Carmen Galissier de Lioni, Norma Martínez de Martinetti, Leticia Mascheroni de Gasparovic y Delia Reynoso de Ramos.

“Por las calles de Gualeguaychú. Calles de ayer y de hoy” (2017), así se llama el libro producido en el ámbito del Instituto Magnasco, que es una suerte de narrativa sobre la patria chica desde este eje espacial y a la vez social.

El trabajo explota el carácter polisémico de la calle, que se revela, así, como una ventana privilegiada de acceso a la vida de la comunidad y como dispositivo indirecto para enseñar la historia lugareña.

Allí se resalta que este espacio público específico es varias cosas a la vez: carnet de identificación personal (ubica social y económicamente al vecino), vidriera de la ciudad (sobre todo ante los visitantes), testimonio de la idiosincrasia del pueblo (la nomenclatura expresa ideas y valores comunes), muestra de evolución de la ciudad (hitos de progreso tecnológico), motivo de polémica ciudadana (queja por el estado de las arterias o debate sobre dónde hacerlas y cómo).

La vida colectiva pasa por estos espacios sociales compartidos. De ahí que el texto brinda una experiencia de lectura que puede reconectar emocionalmente con la ciudad. Por eso desde el comienzo las autoras señalan que “si la ciudad fuera un libro, las calles serían sus páginas”.

La aparición del libro surgió de una urgencia pedagógica: la extrañeza de los vecinos sobre la historia de la sociedad nativa. Y particularmente la ignorancia que existe, sobre todo entre los más jóvenes, no sólo sobre el nombre de las calles sino sobre lo que significan en cada caso.

Que los nombres de las calles pierdan sentido para los habitantes de la propia ciudad -al punto que se conviertan en un” significante vacío”- hace que ésta se vuelva desconocida y extraña para los residentes.

Narrativas predominantes

Las calles fueron apareciendo a medida que la ciudad crecía. ¿Cómo fue el proceso de darles nombre a las primeras arterias?

¿A qué razones históricas respondían esas designaciones y por qué se les cambiaron luego los nombres? ¿A qué figuras o hechos han homenajeado los gualeguaychuenses en la nomenclatura urbana?

Estas interrogantes pueden ser contestadas a partir de la completa información que surge del libro “Por las calles de Gualeguaychú. Calles de ayer y de hoy” (al cual seguimos a partir de ahora).

Al respecto, alguna vez las calles principales de Gualeguaychú llevaban el nombre de las campañas militares de Urquiza o de temas relacionados con él: Arroyo Grande (Luis N. Palma), Laguna Limpia (Bolívar), India Muerta (San Martín), de Vences (Rivadavia), del Tonelero (Del Valle), 24 de Enero (25 de Mayo), División Palavecino (Andrade), calle de Calá (3 de Caballería).

Por una razón política, los nombres se cambiaron después de la invasión de Ricardo López Jordán, el opositor a Justo José de Urquiza. Este episodio lleva a reflexionar sobre las luchas políticas que hay detrás de las designaciones de los espacios públicos.

Nos recuerda, además, que una de las virtudes de los nombres de las calles como medio de introducir narrativas históricas en la comunicación social cotidiana reside, aunque en su uso después nadie se percate, en la instauración de un significado que refleja la estructura simbólica del poder.

Las narrativas predominantes en el espacio público permiten inferir las políticas de memoria oficial y los sucesivos intentos por promover una interpretación canónica de la historia en el espacio ciudadano.

Muchas calles de Gualeguaychú, en este sentido, tienen un fuerte contenido político-institucional, al identificarse con distintas autoridades nacionales, provinciales o locales.

Así, dan nombre a nuestras calles los presidentes Bernardino Rivadavia, Vicente López y Planes, Justo José de Urquiza, Bartolomé Mitre, Domingo F. Sarmiento, Nicolás Avellaneda, Julio A. Roca, Carlos Pellegrini, Roque Sáenz Peña, Hipólito Yrigoyen, Marcelo Torcuato de Alvear y el Teniente General J. D. Perón.

En cuanto a los intendentes figuran: Cándido Irazusta, Asisclo Méndez, Antonio Daneri, Santiago Díaz, Juan José Franco, Bernardo Peyret, Pedro Jurado, Pedro Fernández Oyhamburu, Pedro Samacoits, Raúl Horacio Rébori, Juan Francisco Vallejo y Carlos Bibé.

Aparecen también muchos nombres de miembros de la Iglesia Católica, institución que ha tenido una gran influencia desde la época de la colonia. No es casual, al respecto, la profusión de calles con nombres de clérigos.

Así figuran: Monseñor Malvar y Pinto, Monseñor Angeleri, Monseñor de Nevares, Monseñor Chalup, Fray Francisco de San Bernardino, Cura Gordillo, Luis N. Palma, Desiderio Moia, Presbítero José María Colombo, Canónigo Juan Carlos Borques, Presbítero Pedro Blasón, Presbítero José Schachtel, Presbítero Marcos Panozzo, Padre Néstor González, Curita Gaucho, Acceso Padre Jeannot Sueyro.

La Catedral de Gualeguaychú, espacio emblemático local, está enmarcada parcialmente por calles cuyos nombres tienen significación religiosa. En efecto, mientras por su frente pasa la calle San José (patrono), por el contrafrente, la calle Nuestra Señora del Rosario (copatrona).

Pasado remoto

Varios nombres de calles evocan a algunos de los primeros pobladores: Agustín de León, los Hermanos Galeano, Juan Esteban Díaz, Agustín Landa, José Nadal, Antonio Núñez, José Peñalva, Mariano Añasco, Juan B. Gómez; también figura el fundador de la Villa, don Tomás de Rocamora. Sin embargo, no hay calle que evoque al virrey Vértiz, que fue quien ordenó la fundación.

¿Y qué decir de los aborígenes, los nativos que habitaron estas tierras antes de la llegada de los españoles? Tres calles hacen referencia a culturas aborígenes en el Barrio Cacique: Los Chanáes, Los Charrúas y Los Timbúes.

En 2007, se impuso el nombre de Pueblos Originarios a la calle Julio Argentino Roca (Ordenanza 11.128), el general que lideró la llamada “Campaña del Desierto” contra los pueblos mapuche y tehuelche. Pero medida fue vetada por otra disposición, por lo que la mencionada arteria conservó su denominación.

Evocaciones cívicas

Las calles con contenido cívico, es decir que recuerdan eventos memorables que hacen a la vida de la colectividad argentina y entrerriana, remiten a fechas patrias, revoluciones, batallas y demás.

Así, se encuentran las calles 25 de Mayo (Revolución de 1810); 9 de Julio (Independencia del país); 3 de Febrero (batalla de Caseros); 2 de Abril (recuperación de las Malvinas); 20 de Junio (creación de la Bandera); 18 de Octubre (fundación de Gualeguaychú); 11 de Septiembre (día del Maestro en homenaje a Sarmiento); 17 de agosto (fallecimiento de San Martín).

Por otro lado, las calles locales recuerdan a dos miembros del Primer Gobierno Patrio: Mariano Moreno y Manuel Belgrano; aunque evoca a todos los integrantes en la Avenida Primera Junta.

Desde el día 25 de Mayo de 1910 y en homenaje al Centenario de la Revolución de Mayo, la Avenida Mendoza pasó a denominarse Primera Junta desde Urquiza hacia el norte.

Escritores y artistas

Algunas arterias de la ciudad llevan nombres de escritores: Fray Mocho, Jorge Luis Borges, Gervasio Méndez, Olegario V. Andrade, Agustina Andrade, Joaquín V. González, Rubén Darío, José Enrique Rodó, Ángel Elías, Claudio Martínez Paiva, Eleuterio Tiscornia, Ana Etchegoyen, Arturo Jauretche, Belisario Roldán, Juan Bautista Alberdi, José Hernández, Cervantes, Canónigo Juan Carlos Borques, Pablo J. Daneri, Sarmiento, Luis N. Palma, Alberto Arigós de Elía, Florencio Sánchez, Carlos Guido Spano, Guillermo Saraví, Julio Irazusta, José Ingenieros.

Otras se refieren a artistas: María Luisa Guerra, Guillermo Inchaustti, Juan    Carlos Pitter, Benito Quinquela Martín, Blas Parera, Arturo Gerardo Guastavino, Juan Manuel Gavazzo Buchardo.

Calles con nombres de mujer

Recién en el siglo XX se nombró una calle de Gualeguaychú en homenaje a una mujer. Se trató de Cecilia Grierson, la primera médica argentina.

Después vinieron los reconocimientos a otras destacadas mujeres: Juana Azurduy y Juana Montenegro, ambas heroínas de la lucha por la Independencia; dos vinculadas a la política: Alicia Moreau de Justo y Eva Duarte de Perón.

También existe una gran mayoría relacionada esa la asistencia social, la educación, la cultura y la política, ellas son: Agustina Andrade, Deolinda Barell, Inés Elizalde, Ana Etchegoyen, María Luisa Guerra, Esther Duarte Perissé, Hermanas Mercedarias, Hermana Angelita Rodríguez, Maestras Piaggio, Maestra Piccini, Nélida Nóbile, «Mamita» Rivero, Rosa Regazzi, Dolores Irazusta, Teresa Margalot, Maestra María Torrilla, Madame M. S. de Curie, Camila Nievas, Felipa Irazusta de Borrajo, Amelia Cafferata de Frávega, Doña Luciana Ríos, Tula Costa, Helena Larroque de Roffo.

Curiosidades con los nombres

La nomenclatura de Gualeguaychú exhibe algunas peculiaridades. Por ejemplo, hay calles que repiten apellidos: Juan Lapalma y Francisco Lapalma; Patico Daneri, Antonio Daneri y Pablo J. Daneri; Felipa Irazusta de Borrajo, Dolores Irazusta, Cándido Irazusta y Julio Irazusta; Martín Doello Jurado y Luis Doello Jurado; Juan Esteban Díaz y Santiago Díaz; “Mamita” Rivero y Gaucho Rivero; Luis Clavarino y Miguel Clavarino; José Nicolás Benedetti y Juan Benedetti; Carlos Brunetti y Hermanos Brunetti; Javier Gómez y Juan Gómez; Eduardo Suárez y Marito Suárez.

Por otro lado, existen arterias que en su recorrido cambian varias veces de nombre: Virgen del Rosario, a partir de Urquiza es Pellegrini y, desde Del Valle, Avenida Eva Duarte de Perón. La Avenida Aristóbulo del Valle se extiende desde la Costanera hasta Avenida Parque, allí cambia su nombre por Gral. José G. Artigas y al convertirse en el Acceso Sur se denomina Padre Luis Jeannot Sueyro. Y mientras la Costanera Norte se denomina Juan Francisco Morrogh Bernard, la Sur es Almirante Guillermo Brown.

Muchas calles llevan nombres referidos a la Botánica: Las Azucenas, Las Lilas, Las Rosas, Los Álamos, Los Alerces, los Aromos, Los Paraísos, Los Pinos, Las Casuarinas, Los Talas, Los Espinillos, Los Jacarandaes, Las Tipas, Los Robles.

Por último, una misma arteria nombra a dos pobladores de la Villa primitiva Basilio y Eusebio Galeano. En tanto que, dos calles designan a una sola persona: Curita Gaucho y Acceso Padre Luis Jeannot Sueyro.

© Semanario de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 30/04/2024 en Uncategorized

 

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Primero los hechos, la lección de Orwell

La expresión “No la ven”, con la que el mileísmo contesta las objeciones a la marcha del gobierno, más allá de su carácter propagandístico, revela que en Argentina hay una disputa por la lectura de los hechos.

La frase de marras, por lo pronto, sugiere que los adversarios políticos, miembros de la mentada “casta”, no sólo no se hacen cargo de la crisis económica que ellos incubaron, y que ahora descubren asombrados, sino que están imposibilitados de percibir los cambios positivos que tienen delante de sus propias narices.

Del otro lado de la barricada, retrucan con el “No la ven” como un vulgar y totalitario producto del merchandising libertario, un ideologizado cliché viralizado por los trolls oficialistas que actúa como tapadera del desastre de la gestión.

La disputa por el “relato”, que algunos llaman pomposamente “batalla cultural”, es sólo eso: martingala virtual, de uno y otro lado. Una operación retórica conveniente en la que se acomodan los hechos a los prejuicios ideológicos.

La tentativa de escamotear la realidad mediante construcciones discursivas, con el propósito de imponer una narrativa hegemónica, está en la esencia de la lucha por el poder.

Esta disputa impone la urgencia de discriminar los hechos de la envoltura ideológica que los encubre hasta desfigurarlos. Una tarea intelectual heroica en un país ideologizado, proclive a comprar “relatos” para no enfrentar la realidad tal cual es.

Un intelectual que en el siglo XX se convirtió en un héroe de la verdad de los hechos fue George Orwell (1903-1950), el autor inglés que supo abrirnos los ojos sobre cómo funcionan los regímenes totalitarios y, por tanto, de absoluta vigencia.

El autor de libros como “1984” y “Rebelión en la granja”, fue un escritor político que hizo un culto de la honestidad intelectual frente a los hechos, lo que le costó la crítica de las tribus ideológicas de la época, tanto de izquierdas como de derechas.

Este rasgo fue descripto por la escritora y periodista española Irene Lozano, autora del prólogo al libro que reúne los “Ensayos de Orwell”. Allí dice que la gran lección que deja la obra del inglés es su “decencia” ante la realidad, cuando “ésta le obliga a apearse de alguna de sus ideas previas”.

Justamente Orwell criticaba esa deshonestidad intelectual de todos aquellos que en lugar de partir de la realidad tal cual es, quieren ajustar los hechos empíricos a sus ideas preconcebidas.

“En Orwell la verdad no es una pasión abstracta ni un concepto absoluto; él no persigue la verdad filosófica o religiosa escrita en mayúscula sino la simple realidad de los hechos. No es la verdad que debe ser creída sino la que debe ser vista”, comenta Lozano.

Por esta lealtad a los hechos, por encima de los prejuicios incluso del propio intelectual, hizo que éste se quedara solo, criticado tanto por fascistas como por comunistas.

“Si hay algún escritor al que pueda calificársele con el tópico de ‘incómodo’ ese es Orwell: lo fue incluso para sí mismo, por su heterodoxia y su disposición a traicionarse para ser fiel a su esencia más íntima”, elogia Lozano, para quien la fidelidad del escritor inglés a las cosas tal como son corría paralela con su repugnancia hacia la mentira.

En épocas de “giro lingüístico”, donde se enseña que la realidad es un efecto del discurso, donde las narrativas políticas compiten entre sí para imponerse, donde el acto de saber se ha sustituido por el de creer, donde la información se ha sustituido por la superstición, urge recuperar la pasión orwelliana por los hechos.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 25/04/2024 en Uncategorized

 

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Alférez Sobral, el héroe de la Antártida

Ante un nuevo natalicio del marino y científico gualeguaychuense

Alférez Sobral, el héroe de la Antártida

Su nombre está irrevocablemente asociado a la presencia argentina en el continente blanco. El Alférez José María Sobral, cuyo natalicio se recuerda hoy, pasó a la historia como el único argentino que protagonizó la épica expedición sueca de Otto Nordenskjöld, entre 1902 y 1903.

Por Marcelo Lorenzo

El Alférez José María Sobral es una de las personalidades relevantes de Gualeguaychú. A 144 años de su nacimiento, la figura de este explorador, marino y geólogo no pierde vigencia.

Su hazaña en la Antártida, que lo proyectó en su época a nivel nacional e internacional, sigue atrayendo a los historiadores. Sobre todo a los de la marina argentina, que tienen al gualeguaychuense como un verdadero héroe nacional.

Al respecto en 2023 la vicepresidente de la Nación, Victoria Villarruel, en su cuenta de X (ex Twitter), recordó con orgullo que su abuelo, el contraalmirante Laurio H. Destéfani, historió la gesta de Sobral, en base a los archivos personales que éste le regaló. 

En efecto, Destéfani fue el autor de los libros “El alférez Sobral y la soberanía de la Antártida”, publicado en 1974, y de “100 años de un rescate épico en la Antártida”, aparecido en 2004, ambos trabajos editados por el Instituto de Publicaciones Navales.

Sobral, con solo 21 años, fue el único integrante argentino de aquella mítica expedición y sus trabajos sobre la Antártida, tanto como el diario que escribió en sus casi dos años entre los hielos, merecieron el reconocimiento nacional e internacional.

La expedición conducida por el científico de origen sueco Otto Nordenskjöld -una comitiva de seis personas, entre los cuales estaba Sobral- a bordo de la nave nórdica Antarctic, tenía el objetivo de realizar investigaciones en esa área para conocer su geografía, clima y especialmente sus recursos naturales.

En febrero de 1902, el grupo desembarcó en la Isla Cerro Nevado -en cercanías de la actual base Marambio- mientras el Antarctic, con su tripulación de veinte personas, tomó rumbo norte para hacer investigaciones en zonas más cercanas al continente.

En el lugar los seis hombres levantaron una casilla de madera prefabricada de 6,30 m. por 4,00 m.

El plan era que el Antarctic volviera por ellos en el verano, pero el barco naufragó al ser atrapado por el hielo cuando navegaba en busca de los invernantes a principios de 1903.

Veinte meses durará esta heroica estadía, llena de peligros y acechanzas, de la cual Sobral dejará constancia después en su libro “Dos años entre los hielos”.

La Argentina asumió la misión de búsqueda y la Armada alistó a la corbeta Uruguay, la cual zarpó el 8 de octubre de 1903 en una misión sin precedentes; y finalmente en diciembre de ese año arribó de regreso con los hombres a salvo.

El capitán de la nave de búsqueda y rescate fue el Teniente de Navío Julián Irizar y de esa expedición de salvataje participó el Teniente Ricardo Hermelo, oriundo de Gualeguaychú.

Una hazaña

Cuando la corbeta Uruguay llegó de vuelta a Buenos Aires con los expedicionarios y la tripulación del Antarctic, la recepción revistió carácter de apoteosis.

La Uruguay entró en el puerto de Buenos Aires, acompañada de una multitud de vapores. Arribó al muelle en la Dársena Norte, donde unos cien mil porteños la esperaban.

El presidente de la comisión de recepción y festejos, Dr. Manuel Montes de Oca, aludió a Sobral al expresar: “La República Argentina […] no puede olvidar que hay entre estos un hijo de su suelo, representante de nuestra joven armada”.

Para calibrar la importancia de esta expedición, hay que decir que fue una aventura con final abierto. Fue una verdadera hazaña para la época, no sólo dada la precariedad de los elementos con que se hizo la expedición, sino porque fue casi un milagro el rescate de los expedicionarios.

A raíz de esta aventura científica, Sobral se convirtió en un personaje destacado. Así se lo hizo saber el pueblo de Gualeguaychú, quien le ofreció un recibimiento extraordinario el 27 de diciembre de 1902.

En su libro sobre el aporte de Sobral a la soberanía antártica, Destéfani califica al gualeguaychuense de “héroe”, lo presenta como un pionero de la presencia argentina en esas latitudes, el protagonista de uno de los hitos de la grandeza nacional.

Ahonda en la figura del alférez, destacando su aptitudes, personalidad y condiciones excepcionales, sobre todo en consideración a que era alguien que tuvo que aprender el idioma y las costumbres de los integrantes de la misión científica.

Añade gran mérito a sus trabajos científicos fruto de su viaje, pero principalmente de la obra efectuada en los últimos años de su vida, donde encarnará el rol de propulsor de las actividades antárticas.

Una característica singular de Sobral era el hábito que tenía de registrar todo en una libreta que llevaba consigo. Durante su viaje, anotó diligentemente sus hallazgos, reflexiones, predicciones y las primeras mediciones meteorológicas en la Antártida, algo que sentaría un precedente histórico para el país.

Marino y científico

José María Sobral nació en Gualeguaychú el 14 de abril de 1880, siendo el mayor de ocho hermanos de la familia encabezada por Enrique Sobral y María Luisa Iturrioz.

José María cursó parte de sus estudios primarios aquí y, en el año 1890, se trasladó a la ciudad de Buenos Aires, donde concluyó los estudios secundarios en el Colegio Nacional del Norte (el Nacional Sarmiento de la actualidad).

Realizó estudios en la Escuela Naval de Palermo, donde egresó como guardiamarina en julio de 1898. Tuvo, entonces, el privilegio de integrar la tripulación del primer viaje de instrucción que realizó la fragata Sarmiento alrededor del mundo.

Luego sirvió en distintos buques de la armada. El 6 de diciembre de 1901 fue designado, con el grado de Alférez de Fragata, para integrar la expedición científica polar que dirigió el Dr. Otto Nordenskjöld.

“Sobral era un definido tipo latino, de cutis blanco, cabellos oscuros y estatura mediana. Su aspecto general era muy agradable, y dejaba traslucir energía y voluntad. Vestía con pulcritud y corrección su uniforme y tenía un firme sentido del deber y de la responsabilidad. La impresión que provocaba en sus nuevos conocidos era sumamente favorable, lo que causaba una rápida y espontánea simpatía”.

Esa descripción del alférez la hace Enrique Aramburu, miembro de número de la Academia del Mar, miembro del Instituto de las Islas Malvinas y Tierras Australes Argentinas y Académico Secretario de la Academia de la Antártida.

Luego de volver de los hielos continentales, Sobral siguió en la marina hasta 1905 cuando pidió la baja del servicio. A partir de allí comenzó su período de estudios en el extranjero.

Viajó a Suecia a estudiar geología, obteniendo el título de Doctor en la Universidad de Upsala. Fue, así, el primer geólogo argentino con título universitario. En ese país se casó y tuvo 9 hijos.

“Al joven oficial de marina le sucedería el geólogo, el Doctor Sobral”, escribirá al respecto Laurio Destéfani.

Sobral regresó a la Argentina en 1914 y fue designado director de Hidrología, cargo que desempeñó hasta 1930. Luego el gobierno nacional lo nombró embajador en Noruega.

Nuestro personaje hablaba 9 idiomas. Escribió artículos relacionados a su conocimiento en Europa y en Suecia fue admirado por la comunidad científica. Algunos biógrafos señalan que la Sociedad Hispánica de Nueva York lo nombró en 1930 el sabio geógrafo más grande del hemisferio sur.

Este ilustre gualeguaychuense murió en Buenos Aires el 14 de abril de 1961. Su casa paterna aquí, en San Martín 633, es patrimonio histórico de la ciudad, en tanto que la EET Nº1 y el Acceso Noroeste llevan su nombre.

Un nieto suyo, en una carta al sitio web “Patagonia austral”, define a su abuelo como un “marino, […] hombre de mar y de armas”, que “no logró su prestigio en el combate, sino en la misión heroica”.

Quizá el espíritu de Sobral quede reflejado en el último párrafo que escribió en su libro “Dos años entre los hielos”, donde declara: “El hombre nunca debe contentarse con la victoria adquirida; el éxito no solo no debe ofuscarle, sino que debe darle nuevo aliento para atacar lo más difícil, porque precisamente en eso se encuentra el placer de la vida”.

© El Día de Gualeguaychú

El Alférez José María Sobral (abajo a la derecha) y sus compañeros de expedición.
Sobral haciendo mediciones en Snow Hill (Antártida) donde instalaron el campamento los expedicionarios.
 
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A 30 años del genocidio en Ruanda

En 1994, en sólo 100 días, alrededor de 800.000 personas fueron asesinadas en Ruanda por extremistas étnicos. La ola de asesinatos, entre abril y julio de ese año, constituye una de las páginas más horrorosas de la humanidad.

Se trató de un intento de exterminio de la población minoritaria tutsi y se calcula que aproximadamente el 70% de sus integrantes murieron.

Aunque también fueron eliminados hutus, la etnia a la que pertenecían los autores de la matanza, soldados del Ejército y miembros de la milicia extremista Interahamwe (Los que matan juntos).

La violencia sexual fue generalizada; se cree que fueron violadas entre 250.000 a 500.000 mujeres durante la matanza.

Las historias sobre genocidios y violencia en África muchas veces parecen ser naturalizadas, de tal manera que tienden a diluirse en el magma informativo.

Sin embargo, el horror y el dolor del genocidio de Ruanda sigue vivo 30 años después. “Nunca olvidaremos a las víctimas de este genocidio”, dijo el secretario general de la ONU, António Guterres esta semana.

Las cicatrices en los cuerpos de los sobrevivientes recuerdan a los ruandeses las matanzas. También quedó un trauma profundo en el país africano, que busca todavía sanar sus heridas.

Ruanda, en 1994, vivió una guerra étnica, producto de que sus ciudadanos fueron divididos en grupos, como parte de la herencia colonial europea.

Cuando los belgas se apoderaron de Ruanda a fines del siglo XIX, clasificaron a la población de acuerdo al grupo al que pertenecían, creando identificaciones que señalaban quién era hutu y quién tutsi.

Estas divisiones étnicas del orden colonial fueron exacerbando las tensiones y los rencores en la sociedad ruandesa.

La tragedia comenzó la noche del 6 de abril de 1994, horas después de que el presidente del país, Juvenal Habyarimana, muriera cuando el avión en el que se disponía a aterrizar en el aeropuerto de Kigali fue alcanzado por dos misiles.

Juvenal Habyarimana, que había llegado al poder en 1973 mediante un golpe de Estado, pertenecía a la etnia hutu, mayoritaria en el país (representaba el 85% de la población antes del conflicto).

Los hutus atribuyeron el magnicidio a los tutsis del Frente Patriótico Ruandés (FPR), movimiento guerrillero con el que habían librado una guerra civil intermitente desde 1990.

En cuanto se corrió la voz de la muerte del presidente Juvenal Habyarimana, los hutus comenzaron a matar a los tutsis y a los miembros moderados de su propia etnia: hombres, mujeres, niños y ancianos fueron masacrados a tiros y machetazos. Miles de mujeres tutsis fueron secuestradas y mantenidas como esclavas sexuales.

Ruanda, con 8 millones de habitantes, se convirtió en una inmensa fosa común ante la pasividad de la comunidad internacional.

Las matanzas continuaron hasta principios de julio, cuando más de 1,5 millón de ruandeses, sobre todo hutus, huyeron a Zaire (actual República Democrática del Congo), Tanzania y Burundi ante el avance de las fuerzas del FPR, que acabó ocupando casi todo el país.

La ausencia de una reconciliación entre los distintos partidos de Ruanda y la falta de respuesta de la comunidad internacional hicieron que la tragedia fuera aún más cruel.

Hoy, a 30 años del genocidio, en Ruanda es un delito hablar de divisiones étnicas y ya desde 2003, tras un referendo, se prohibió a los partidos políticos identificarse con una raza, etnia, clan, tribu, sexo o religión.

© El Día de Gualeguaychú

 
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La dimensión ficcional de todo poder

¿Será que vivimos dentro de una gran ficción instrumentada por el poder político de turno? ¿Somos, acaso, víctimas de un fantástico relato al que tendemos a darle crédito más allá de la realidad?

Todo gobierno se ve obligado a realizar la construcción de una narrativa que otorgue sentido y una nueva significación a sus acciones, desde las más trascendentes hasta las más triviales.

Es un prisma ideológico, que orientado a través de los medios de comunicación consolida un discurso político dominante.

Se trata de un montaje retórico desafiante porque en lo posible debe ser consistente a lo largo del tiempo, a la vez que adaptable a las cambiantes circunstancias que se van planteando con el devenir de los acontecimientos.

Tradicionalmente un relato “X”, como se ha visto en Argentina, implica por lo general usar el aparato del Estado, desde medios de comunicación pasando incluso por el sistema educativo, para moldear el “sentido común” de la gente, utilizando un término gramsciano.

La narrativa debe ayudar a mantener la adhesión de la mayoría de la población todo el tiempo que sea necesaria para garantizar que el elenco gobernante y sus socios sigan en el poder.

Pero nada es eterno, y menos en política. Llega un momento en que la realidad se impone al relato. Es cuando la gente cae en la cuenta que lo que le sucede contradice el discurso que baja del poder.

Entonces la pérdida de la efectividad explicativa de la narrativa oficial, su cada vez menor credibilidad, permite la emergencia de “contrarrelatos” que empiezan a pugnar por reemplazarla.

Esto es lo que preanuncia el fin del ciclo vital de un gobierno y el comienzo de un nuevo ciclo político. En otros términos, es cuando la novela del poder ha perdido eficacia y la sociedad, que cae bajo el embrujo del “contrarrelato”, decide cambiar el elenco gobernante.

¿Cómo se construye una buena novela del poder? Orlando D’Adamo y Virginia García Beaudoux, que dirigen el Centro de Opinión Pública de la Universidad de Belgrano (UB), refieren que los populismos son afectos a una historia de héroes y villanos, en la que los unos (el oficialismo) encarnan el bien y los otros (la oposición) el mal.

Además, hay una “escenificación del liderazgo” en la que el gobernante aparece enfrentando retos importantes, y de hecho protagoniza una gesta de emancipación contra los enemigos del país, que son los “desestabilizadores”.

Es importante que el líder instale una “visión”, que es el horizonte hacia el cual el gobierno se dirige, un esbozo de futuro que mueva a la gente a esforzarse para conseguirlo.

Se trata de usar un lenguaje de tipo aspiracional, un discurso con contenido épico, que permita a los ciudadanos visualizar cómo cambiarán sus vidas si la visión del líder se concretara.

La recurrencia a mitos también es central. Se trata de explicaciones, culturalmente compartidas, actúan como puntos de referencia y cohesionan a los grupos, refieren D’Adamo y García Beaudoux.

Según los autores, estos relatos sirven a tres funciones psicológicas. En primer lugar, permiten a los ciudadanos “sentirse parte”, integrar un colectivo social exitoso. Es una historia sobre todo para la propia “tropa”, es decir para los simpatizantes.

En segundo lugar, su función es proveer “certidumbre” y “blindar” discursivamente el gobierno ante las críticas.

Una tercera función, es que constituyen poderosos “heurísticos cognitivos”, de tal manera que quienes adhieren al relato lo utilizan para justificar, explicar y evaluar las acciones de gobierno.

© El Día de Gualeguaychú

 
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El desafío de apostar por el interior del país

Una mirada federal al desarrollo argentino

El desafío de apostar por el interior del país

La crisis sistémica que atraviesa el Estado argentino plantea la necesidad de barajar y dar de nuevo. ¿Por qué no atacar la macrocefalia de Buenos Aires -causa de tantos problemas- y generar incentivos para el desarrollo de localidades del interior?

Por Marcelo Lorenzo

La temática no está en la agenda de la elite dirigente, cuyas facciones siguen disputándose los despojos de un país extraviado. La Argentina necesita una empresa que la movilice y le dé una razón a los más jóvenes para que no emigren.

Un proyecto acorde con esta digna ambición es acabar con la macrocefalia urbana, concentrada preferentemente en Buenos Aires, acometiendo un repoblamiento del interior del país, dándole vida productiva a las localidades distribuidas a lo largo y ancho del territorio argentino.

Éste es el sueño del país federal, que hasta acá parece un mito romántico del siglo XIX, una aventura imposible, pero que bien mirado es una necesidad que emerge de su geografía y de la anómala distribución poblacional.

El historiador Jorge Ossona, un experto en el Gran Buenos Aires, sostiene que el conurbano bonaerense “simboliza el gran fracaso nacional, es como un cementerio de países que ya no existen”, producto de “un país que no sabe qué hacer consigo mismo y cómo trazar un sendero de desarrollo”.

Es un gran conglomerado caótico inventado y fomentado por una dirigencia ajena al interés general, que practica allí, a gran escala, un uso venal de los pobres.

Según Ossona, allí “se concentra el 40% de la pobreza administrada por un Estado bifronte con una cara legal, convencional, regida por el Estado de Derecho, y otra venal, nocturna, donde la ilegalidad constituye sus propios códigos”.

Una situación en la que el Estado es cómplice por una doble vía: “Primero porque evidentemente le da popularidad y le da votos -apunta el historiador-. Además, porque en la ilegalidad se hacen negocios suculentos cuya parte del león se la llevan burócratas al borde o al margen de la ley y que incluye a policías, jueces, fiscales, intendentes y distintos sectores de las burocracias municipales y de la provincial”.

Este engendro demográfico y territorial es querido por el poder político. Un dato puede esclarecer el punto: ese territorio empezó a cotizar políticamente, a partir de la reforma constitucional de 1994, cuando se consagró que la elección presidencial se hace de manera directa.

El peso del conurbano, por tanto, se convierte en algo sustancial. No hay la más mínima posibilidad de ser presidente si no se hace una buena elección en ese territorio.

Por lo tanto, las promesas se concentran en este lugar. Aquí va dirigido todo el aparato clientelístico del Estado. Porque es en este territorio donde se juega el poder.

Cabría postular que la generación de riqueza que se obtiene con la explotación de los recursos naturales y humanos del interior, es acaparada en su mayoría por el Estado nacional, que la distribuye luego en función de cálculos políticos. 

Lo que resulta paradójico es que mientras el interior del país está despoblado, siendo Argentina el 8º país en extensión territorial del planeta, con una densidad poblacional bajísima, millones de argentinos no pueden hacerse su casa por no tener acceso a un terreno.

El problema de fondo

Según datos del censo nacional del 2022, en Argentina viven poco más de 46 millones de personas a lo largo de los 2,8 millones de kilómetros cuadrados del territorio continental.

La distribución es por demás asimétrica: entre la Ciudad de Buenos Aires (CABA) y el Gran Buenos Aires (conurbano bonaerense) residen unos 14 millones de habitantes: casi un 30% de la población total en poco más de 13.000 kilómetros cuadrados.

Un informe del Ministerio del Interior de la Nación publicado en 2020 señala que casi el 70% de la población reside en los 31 aglomerados urbanos más grandes del país.

El estudio indica que en el país hay “una distribución espacial desequilibrada: el 37% de la población urbana se encuentra localizada en el Aglomerado Gran Buenos Aires (AGBA). Su peso supera en casi 10 veces a la aglomeración que le sigue en magnitud de población. El 73% de la población de la provincia de Buenos Aires vive en los partidos del Conurbano, que representan el 4% de la superficie provincial”.

En sintonía con este diagnóstico, el portal oficial Datos Argentina, afirma que el 50% de los argentinos vive a menos de 400 km del llamado Kilómetro Cero, que es un monolito que está frente al Congreso, en la Ciudad de Buenos Aires (CABA).

“Si hacemos un círculo con un radio de 400 km con centro en el Km 0, encontraríamos al 50% de los argentinos dentro de ese círculo”, señala el portal, en cuyos mapas digitales sobresale que la mitad de la población se encuentra asentada básicamente en CABA y el Conurbano Bonaerense.

Apostar por las ciudades del interior

El urbanista e investigador Federico Poore adhiere al diagnóstico de que la Argentina sufre macrocefalia urbana, siendo Buenos Aires el lugar donde se concentra la mayor parte de la población, a contrapelo de un interior deshabitado.

“Siendo Argentina un país con tanta extensión, uno tiende a pensar que podrían existir muchas otras ciudades intermedias que hicieran las veces de núcleos de ciertas actividades, para desconcentrar la densidad poblacional”. refiere.

En su opinión la pregunta no es cómo hacer que Buenos Aires albergue a más gente, sino “cómo hacemos para desarrollar otras ciudades para que tengan más ventajas incluso para sus residentes actuales».

Se sabe que muchas ciudades del interior, por ejemplo en Entre Ríos, han venido perdiendo habitantes en las últimas décadas. Pero otras, y acaso sea un ejemplo Gualeguaychú, se resisten a achicarse.

Con sus más y con sus menos, Gualeguaychú ha tenido como obsesión un desarrollo endógeno y ha buscado, pese a contextos nacionales adversos, incentivar sus potencialidades para evitar que sus jóvenes emigren.

Las ciudades del interior esgrimen disímiles políticas para atraer residentes. Pero parece claro que una estrategia que apueste por las ciudades de menor tamaño requiere un requisito elemental: la preexistencia de un sector económico capaz de crear empleo genuino (sin recurrir al empleo estatal ni a los planes sociales).

La vitalización de los pueblos del interior de la Argentina -que equivale básicamente a una verdadera “conquista del desierto”- requiere la creación de empresas que arraiguen en el territorio.

Pero como aclara Poore: “No puede implantarse automáticamente una empresa simplemente porque haya voluntad política, sino que también son necesarias políticas públicas y económicas que acompañen ese proceso. Lo fundamental es generar las estructuras necesarias para que las personas puedan operar en un nivel razonable y obtener una cierta calidad de vida”.

Según el experto, dos son las herramientas más utilizadas en la misión de poblar el interior del país: el desarrollo de empresas de programación y de la economía del conocimiento, por un lado, y la industria del turismo, por el otro.

Entre las ventajas de la primera alternativa, figura la deslocalización de las principales firmas -posibilitado por el trabajo a distancia-, lo que constituye un activo central para los “nómadas digitales” que brindan sus servicios remotamente.

Según el investigador, “las empresas deslocalizadas ven un atractivo en los costos de las ciudades intermedias. No solamente por la carga impositiva, sino también por el valor del suelo y del costo de vida en general”.

Los olvidados pueblos rurales

De acuerdo a la organización no gubernamental “Responde”, que incentiva la recuperación de los pueblos del interior profundo de la Argentina, 625 de las 2.500 localidades rurales alrededor del país han sufrido una caída sustancial en el número de residentes en la última década.

En realidad, esta temática de los pueblos pequeños y en vías de extinción es la otra cara de un país desequilibrado demográficamente en el territorio, producto de un diseño unitario del poder.

La migración desde el interior a Buenos Aires, y el proceso de urbanización creciente allí, ponen en entredicho la existencia de núcleos poblacionales pequeños.

Entre los pueblos rurales, alrededor del 70% tiene menos de 2.000 habitantes. Estas comunidades pequeñas sufren de invisibilidad -se sabe poco de ellas- y corren riesgo de desaparecer si no se las apuntala.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Epidemia marcada por el cambio climático

El país enfrenta una alarmante escalada en los casos de dengue, con un aumento del 2.500% en comparación con el año pasado. Se trata de un fenómeno global que, según los científicos, conecta con el cambio climático.

La enfermedad del dengue, transmitida por la picadura del mosquito Aedes aegypti, ha venido impactando durante décadas en la Argentina, pero el aumento drástico de los casos este año y la expansión del área geográfica afectada genera una alarma renovada.

Según las cifras del último boletín epidemiológico del Ministerio de Salud de la Nación, ya se verifica una marca récord con 129 muertes y 180.529 casos en la actual temporada.

De acuerdo a datos oficiales en Entre Ríos, en el período comprendido entre el 1 de agosto de 2023 al 24 de marzo de 2024, la provincia registró un total acumulado de 7.581 casos.

Según Leda Guzzi, médica infectóloga, miembro de la Sociedad Argentina de Infectología, se asiste a “una ola epidémica de gran magnitud, probablemente la peor de la que tengamos memoria”.

Mientras tanto la Organización Panamericana de la Salud (OPS), alerta que se espera la peor temporada de dengue en América Latina.

La situación es particularmente grave en el Cono Sur, con mayor impacto en Brasil, Paraguay y Argentina. Estos tres países concentran la mayoría de los casos de dengue en la región, representando el 92% de todos los contagios y el 87% de las muertes relacionadas con esta enfermedad en lo que va del año.

Hasta hace pocos años, el Aedes aegypti se encontraba habitualmente en zonas tropicales y subtropicales. ¿A qué se debe su expansión? Los expertos aseguran que el cambio climático, al elevar la temperatura global, modificó la dinámica de reproducción del mosquito vector.

De esta manera, la temporada de infecciones se extendió y ya no se reduce a los meses más cálidos. Ejemplo de ello es que el año pasado Argentina registró por primera vez casos en invierno en el norte del país.

Por otro lado, el mosquito vector del dengue extendió su área de propagación y llegó a lugares inesperados de la Argentina, donde nunca se habían notificado casos de la infección.

Al respecto, en 2024 y, por primera vez, se notificaron casos autóctonos de dengue en Olavarría, Azul y Bahía Blanca, provincia de Buenos Aires, a más de 600 kilómetros al sur de la Capital. Además, esta semana se volvió a reportar otro caso autóctono en Tandil, como había sucedido el año pasado.

La OPS señala que el dengue sigue un patrón estacional en el lado sur de América Latina, con la mayor parte de la transmisión ocurriendo durante los meses más cálidos y lluviosos del año, que corresponden al primer semestre.

Este patrón estacional coincide con el período de mayor actividad del mosquito Aedes aegypti, facilitando la transmisión del virus del dengue.

Pero “el aumento de las temperaturas y la mayor frecuencia de eventos climáticos extremos como olas de calor, sequías intensas que llevan a la población a almacenar agua de forma inadecuada y tormentas e inundaciones pueden aumentar la proliferación del mosquito vector”, explicó Jarbas Barbosa, director de la OPS, durante una conferencia de prensa.

Las condiciones óptimas para el desarrollo del Aedes aegypti están entre los 23ºC y los 29°C, por debajo de los 15°C si bien no muere inmediatamente, su ciclo se hace mucho más lento.

Eso dice la bióloga Laura Harburguer investigadora del Conicet en la Unidad de Investigación y Desarrollo Estratégico para la Defensa (UNIDEF).

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Las narrativas ideológicas sobre Malvinas

El 2 de Abril se celebra el Día del Veterano y de los Caídos en la Guerra de Malvinas, una conmemoración en la que se pueden constatar varios relatos, algunos antagónicos, sobre la significación de este hecho de la historia argentina contemporánea.

Suele haber una brecha entre el conocimiento histórico de los acontecimientos y los relatos sociales que se montan alrededor de los mismos, elaborados estos últimos desde necesidades políticas del presente. 

El punto es que el vínculo entre el pasado y el presente siempre ha sido problemático. Malvinas reúne los rasgos típicos de los acontecimientos cruciales susceptibles de un uso discursivo interesado, contaminado por posturas ideológicas.

La posibilidad de hacerle decir a la historia lo que cada uno quiere está siempre latente. En este sentido, se puede hacer justicia con el pasado, con vocación desinteresada para comprenderlo, o se lo falsifica mediante una lectura facciosa. 

En este último caso la historia aparece como botín, como insumo habitual para componer un “relato” de conveniencia. Aquí no importan la verdad de los hechos y los personajes, sino el uso ideológico de ellos.

A este respecto, en Argentina al menos circulan seis relatos sobre la guerra, según el politólogo Vicente Palermo. El primero de ellos se inscribe en la narrativa nacionalista que exalta el episodio como una épica.

Las fuerzas armadas, así, lucharon por la patria y los soldados conscriptos cumplieron con su deber. Los cultores de la gesta reivindican a Malvinas como la quintaesencia de la identidad nacional.

Esta lectura es consistente con la adhesión popular que en su momento concitó la toma argentina de Malvinas, aquel 2 de abril de 1982. De hecho, el presidente de la junta militar, Leopoldo Galtieri, tuvo la satisfacción de arengar a una multitud que se congregó en la Plaza de Mayo.

El gobierno militar, así, había obtenido en aquellos días una cabal victoria política al identificarse con una reivindicación de la sociedad que arraigaba en un profundo sentimiento, alimentado por una tradicional cultura política nacionalista y antiimperialista, tanto de la derecha como de la izquierda ideológica.

El segundo relato de Malvinas, según la clasificación de Palermo, es el de la “causa justa en manos bastardas”, según la cual la confrontación militar de 1982 fue legítima y justa, y el heroísmo estuvo presente, pero estuvo en manos de altos mandos militares corruptos.

El tercer relato es el de la “guerra absurda”, que ve los hechos bélicos como un evento infausto carente de sentido de principio a fin. Una suerte de chirinada alucinante perpetrada por militares desnortados en la que los soldados conscriptos aparecen como víctimas (imagen que se plasma en los “chicos de la guerra”, infantilmente indefensos).

El otro relato es el de la “herida abierta”, mentada por una literatura que concibe Malvinas como una pesadilla aún no terminada, una confrontación que sigue en pie y a la que le restan nuevos capítulos.

Luego está el relato de la “aventura militar” -que se contrapone al de la épica nacionalista- el cual se solaza en la criminalidad de los altos mandos, devenidos en dictadores lunáticos e insensibles, únicos responsables de la derrota.

Por último, la guerra de Malvinas es vista como la continuación de la “represión” militar, aunque aquí la violación de los derechos humanos habría afectado a los soldados conscriptos, vistos como representantes del pueblo mancillado por las botas militares.

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La tradición religiosa de Semana Santa

Una celebración que trajeron los españoles a estas tierras

La tradición religiosa de Semana Santa

Expresión de la fe católica de los pobladores de la villa hispana, la conmemoración cristiana anual de la pasión de Cristo, para esta época del año, sigue vigente en las comunidades religiosas locales, convirtiéndose en un acto cultural de Gualeguaychú.

Por Marcelo Lorenzo

La Semana Santa se fue propagando por el mundo conforme el catolicismo fue ganando terreno y fieles. En América, fueron los españoles quienes popularizaron esta celebración que, junto con la Navidad, es una de las más importantes del calendario litúrgico.

Esta rememoración habría que remontarla a las primeras manifestaciones de fe cristiana en la región. Se cree que la primera misa que se celebró en Entre Ríos pudo haber tenido lugar en 1607.

Al finalizar el dominio español (1810-1811) el territorio de Entre Ríos se hallaba subdividido en parroquias dependientes de la diócesis de Buenos Aires. Una de ellas era la de Gualeguaychú.

En 1771 unas 40 familias se situaron en este paraje, en donde en 1777 fue construida una capilla pública consagrada a San José y a la Virgen del Rosario, servida por fray Mariano Amaro.

En 1779 la región fue visitada por el nuevo obispo de Buenos Aires, Sebastián Malvar y Pinto, quien desde Santo Domingo Soriano (Uruguay) pasó a Gualeguaychú y siguió hacia Misiones. El 28 de setiembre de 1780 el obispo erigió canónicamente la parroquia de San José de Gualeguaychú.

Desde esa época, dentro de la comunidad parroquial, y antes de que Tomás de Rocamora fundara la ciudad (1783), los primeros pobladores participaban de momentos litúrgicos llenos de simbolismo, reflexión y fervor religioso, que los llevaban a recordar el paso de Jesús de Nazaret por este mundo, y en los que siempre fueron características la abstinencia de carne y el ayuno.

Se trata de una celebración que se viene realizando hasta el día de hoy, con su mensaje inalterable, en el marco de las iglesias católicas, y que con el paso del tiempo se ha transformado en un acto cultural de la ciudad.

El tránsito de la villa hispana a la ciudad moderna no ha modificado el espíritu de esta tradición religiosa, que bajo su propia modalidad es vivida también por las iglesias protestantes, asentada aquí desde principios del siglo XX.

La historiadora María Sáenz Quesada comenta que hasta bien entrado el siglo XIX, los miembros de los gobiernos en Argentina todavía asistían en pleno a las ceremonias, que incluían vía crucis y procesiones, porque el catolicismo era muy fuerte entonces.

Pero refiere que a medida que el liberalismo y las logias masónicas fueron ocupando el lugar que antaño era monopolio de la Iglesia, la participación oficial en la Semana Santa comenzó a mermar.

“La tendencia a la secularización de la vida social se acentuó a fines del siglo XIX, cuando la elite dirigente consideró que los actos piadosos eran asunto exclusivo de las mujeres. La sociedad se dividió en 1882 entre liberales y clericales a raíz de la polémica sobre la ley de educación”, refiere Sáenz Quesada.

Como sea, es un hecho que la Semana Santa ha devenido en un acontecimiento cultural significativo en todo el territorio nacional, convirtiéndose sobre todo en el interior, donde la religiosidad cristiana es mayor, también en un producto turístico.

En Argentina, por ley y como recordatorio de este tradicional evento religioso, el Jueves Santo es día no laborable en tanto que el Viernes Santo es feriado nacional.

Qué se celebra

En Semana Santa se conmemoran los hechos que precedieron a la resurrección de Jesús de Nazaret, también llamado Cristo (que en griego significa “ungido”).

La celebración comenzó este año el 23 de marzo con el Domingo de Ramos, día en que los fieles recordaron la entrada triunfal de este rabí judío a Jerusalén montado sobre un burro, después de haber resucitado a Lázaro.

Según el relato de los Evangelios, las multitudes pusieron sus ropas en el suelo para darle la bienvenida y lo aclamaron como Rey y salvador. 

El Jueves Santo, en tanto, se recuerda la Última Cena de Jesús con sus discípulos (donde manifestó saber que sería traicionado por unos de ellos) y el lavado de pies que les realizó para dar ejemplo de servicio y humildad.

El día más doloroso es el Viernes Santo, en que se recuerda la pasión y muerte de Jesús en la cruz.

Los Evangelios narran que las autoridades religiosas judías de la época, conspiraron contra él porque se proclamaba “el Hijo de Dios” y era sindicado como un “alborotador”.

Estas autoridades y quienes las apoyaban decidieron llevar a Jesús ante Poncio Pilato, quinto prefecto de la provincia romana de Judea entre los años 26 y 36 d.C. Este en principio no vio que fuera culpable para condenarlo, pero finalmente se avino a la presión de una multitud que clamaba por su crucifixión.

Se cuenta que Pilato entonces se lavó las manos con agua a la vista del pueblo, proclamándose “inocente de la sangre de este justo”. Este gesto de “lavarse las manos” es el origen de la expresión de desentenderse de algo, que llega hasta nuestros días.

La crucifixión era una pena de muerte que los romanos aplicaban a esclavos y sediciosos. Tenía un carácter infamante, por lo que de suyo no podía aplicarse a un ciudadano romano, sino sólo a los extranjeros.

Otro día significativo es el Sábado Santo, una jornada de luto y silencio por la muerte de Cristo, y por tanto de reflexión e introspección para los creyentes.

En la Iglesia Católica este día no se celebra la eucaristía, al igual que el Viernes Santo. La comunión puede darse solamente como viático. Tampoco se celebran matrimonios, ni se administran otros sacramentos, a excepción de la penitencia y la unción de enfermos.

Por último, el Domingo de Pascua es la celebración de la Resurrección, la creencia religiosa cristiana según la cual, después de haber sido condenado a muerte y crucificado, Jesús resucitó de entre los muertos.

Es el principio central de la teología cristiana y forma parte del Credo de Nicea: “Al tercer día resucitó, conforme a las Escrituras”.

Toda la Semana Santa se orienta así hacia la Pascua (que significa “pasar”), un episodio en el que se cifra el misterio de la Redención, alrededor del cual los cristianos asientan sus esperanzas.

Remembranza religiosa

Desde la época de la fundación de la Villa, con su capilla de adobe y paja, pasando por la etapa colonial, hasta el período de la independencia y luego en plena modernidad, la Semana Santa significó un evento social y religioso significativo, sobre todo para la feligresía cristiana.

Los relatos orales de vecinos, las memorias y los periódicos describen las singularidades de estas ceremonias. La Cuaresma representa un período de purificación y en este sentido destacan el ayuno y la abstinencia, dos prácticas establecidas por la Iglesia Católica.

Como una forma de penitencia, se invita a la gente a privarse de comer carne los días de vigilia, un alimento muy común y apetecido por la mayoría, el cual suele ser reemplazado por el pescado.

Una celebración peculiar es el miércoles de Ceniza, durante el cual los feligreses asisten a las iglesias, donde el sacerdote les hace una cruz en la frente con este polvo.

La ceniza se obtiene de la cremación de las palmas usadas en la Semana Santa del año anterior y simboliza el arrepentimiento y el compromiso de reconciliación.

“En el Jueves Santo caía sobre el pueblo un manto de tristeza, el sermón de la montaña. El Viernes Santo completaba el cuadro de pesadumbre, la ciudad parecía desierta y en el templo las imágenes estaban ocultas con un velo al igual del altar mayor, con un enorme cortinado”, revive Carlos Lisandro Daneri, al recordar las celebraciones del pago chico, en sus “Crónicas Informales” (1998).

Y relata: “Pero, finalmente, llegaba el Sábado de Gloria y previas las Letanías el velo se corría, apareciendo el altar mayor totalmente iluminado e irrumpía la música del órgano. Desde ese momento la tristeza de días anteriores desaparecía y todo recobraba el ritmo anterior, y finalmente llegaba el Domingo de Pascuas. Pascuas de Resurrección”.

© El Día de Gualeguaychú

 
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