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Tolerancia: entre el aguante y el respeto al otro

Hoy (16 de noviembre) es el Día Internacional de la Tolerancia, un concepto escurridizo que empezó siendo una aceptación ante algo irremediable para pasar a significar respeto a la diversidad.

Todos los grandes sabios han cantado sus excelencias y han señalado que se trata de una virtud fácil de aplaudir, difícil de practicar, y muy difícil de explicar.

Ocurre que la tolerancia aparece como una noción que no se deja definir fácilmente. Si uno se atiene a la raíz latina del término “tolerare”, remite a la idea de “soportar” o “sufrir”.

Este significado clásico sugiere la idea de que a veces es preferible “hacer la vista gorda”, como expresa el dicho, ante determinadas realidades irremediablemente incómodas.

Se trataría, en realidad, de “permitir el mal sin aprobarlo”, en la inteligencia de que el remedio sería peor que la enfermedad. Al respecto, no por nada a los prostíbulos se los llamó alguna vez “casas de tolerancia”.

Siempre hubo movimientos que pretendieron prohibir estos enclaves en nombre de la preocupación por la salud pública, la moral e incluso la “mejora de la raza”.

Esto condujo a que los prostíbulos se cerraran, creyéndose ingenuamente que eso eliminaría la práctica de la prostitución (idéntica lógica condujo al intento de prohibir el alcohol mediante la llamada “ley seca” en Estados Unidos).

En realidad, estos cierres arrojaron a las prostitutas a la clandestinidad y la miseria. De tal manera que la oferta de sexo en la vía pública se convirtió en una salida al “oficio más viejo del mundo».

El remedio, por tanto, fue peor que la enfermedad. Finalmente se prefirió “tolerar” esta práctica por considerarla socialmente irradicable y esto mediante la legalización de las casas públicas.

Por lo demás, es un arte difícil decidir cuándo y cómo permitir el mal sin aprobarlo, que exige conocer a fondo la situación, valorar lo que está en juego, sopesar los pros y los contras y anticipar las consecuencias.

Por ejemplo, ¿deben tolerarse la producción y el tráfico de drogas, la producción y el tráfico de armas, la producción y el tráfico de productos radiactivos?

Pero hay otra acepción del término tolerancia que remite a la idea de “respeto a la diversidad”, que es el sentido que se adopta en una época donde prima la ética de los derechos humanos.

Es decir, se trata de una actitud de consideración hacia la diferencia; de una disposición a admitir en los demás una manera de ser y de obrar distinta de la propia; de la aceptación del pluralismo.

Ya no es permitir un mal, sino aceptar puntos de vista diferentes y legítimos, ceder en un conflicto de intereses justos.

En este valor se basa precisamente el pluralismo, entendido como la convivencia de conductas diferentes. El pluralismo supone el reconocimiento práctico de la diferencia, y para ello es clave el respeto muto que emana de la tolerancia.

Los hombres, dijo el filósofo estoico Séneca, deben estimarse como hermanos y ciudadanos, pues el “hombre es cosa sagrada para el hombre”.

Hay razones para pensar que entre las consecuencias de la crisis de las democracias contemporáneas hay una particularmente aguda: la creciente falta de respeto por la opinión de quien no forma parte de nuestro grupo de pertenencia.

Vivimos, en suma, en sociedades “intolerantes”, producto del debilitamiento de la virtud de la tolerancia, esencial para la convivencia y el progreso social.

Esto se echa de ver, por caso, en las redes sociales donde predominan posicionamientos tajantes ante cualquier cosa, mediante descalificaciones o desprecios mutuos.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 20/11/2023 en Uncategorized

 

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Una filosofía práctica para tiempos difíciles

Hoy (12 de noviembre) concluye a nivel global la Semana Estoica o Stoic Week, un encuentro que confirma la vigencia de una filosofía de 2.300 años de antigüedad.

El primer evento de este tipo sobre el estoicismo, la doctrina originada en Atenas y con gran popularidad durante el auge de Roma, tuvo lugar en el año 2012 en Londres (Reino Unido).

Desde entonces todos los años se realiza una movida (desde la pandemia en forma virtual) en la que gente de todo el mundo se familiariza con la sabiduría de filósofos como Marco Aurelio, Séneca y Epicteto. Este año el inusual evento comenzó el 6 de noviembre y culmina hoy.

“La Semana Estoica ofrece la oportunidad de practicar el estoicismo durante siete días, incorporando ideas, técnicas, conceptos y prácticas estoicas en su vida”, señala el sitio web Modern Stoicism.

¿Cómo vivir una buena vida en un mundo impredecible? ¿Cómo hacer lo mejor dentro de nuestras posibilidades mientras aceptamos lo que está fuera de nuestro control?

Éstas son las cuestiones centrales de esta antigua filosofía práctica, hoy de moda por su capacidad para enseñar cómo manejar la angustia y frustración del hombre actual.

Los estoicos se preguntaban a menudo sobre cuál era la mejor forma de vivir para el hombre o cómo conseguir la felicidad. Preguntas de este tipo se siguen haciendo, sobre todo en momentos históricos como los de ahora, signados por la incertidumbre.

La escuela estoica tuvo una profunda influencia en la civilización grecorromana y, en consecuencia, en el pensamiento occidental en general. Y fue más allá.

Está presente en el cristianismo, en el budismo y en el pensamiento de varios filósofos modernos, como el alemán Immanuel Kant, además de haber influido en la técnica contemporánea de la psicoterapia llamada terapia cognitivo-conductual.

El estoicismo predicó el valor de la razón, al proponer que las emociones destructivas son el resultado de errores en nuestra manera de ver el mundo y ofreció una guía práctica para permanecer resueltos, fuertes y en control de la situación.

Por ejemplo, Epícteto, un esclavo que llegó a ser filósofo y vivió en el año 50 d.C., creía que la clave de la vida pasaba por saber distinguir las cosas que “no dependen de nosotros” (el cuerpo, la riqueza, la salud, la fama, etc.) de aquellas que sí “dependen de nosotros” (opiniones, deseos, repulsiones).

Si el hombre escoge las cosas que no dependen de él –decía-, estará a merced de las mismas, de los acontecimientos y de los otros hombres, será víctima de sufrimientos y por lo mismo cosechará infelicidad.

Conectado con esto, Epícteto reflexionaba que “los hombres no son perturbados por las cosas, sino por sus opiniones sobre ellas”, sugiriendo que la clave no es lo que nos sucede sino la interpretación que hacemos de ello.

Uno de los pensadores más conocidos del estoicismo es Séneca, consejero del emperador romano Nerón. En una carta a su amigo Lucilio, el filósofo habla de uno de los componentes centrales de la virtud: la capacidad de armarnos contra la desgracia.

La idea central de esa carta es que no debemos solo prepararnos para hacer frente a las necesidades de la vida, sino también preparamos para lo peor.

Los estoicos decían, además, que era conveniente tener presente nuestra condición mortal. “Medita sin cesar en la muerte de hombres de todas clases, de todo tipo de profesiones y de toda suerte de razas”, reflexionaba por su lado el emperador Marco Aurelio en su libro “Meditaciones”.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 19/11/2023 en Uncategorized

 

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El desafío democrático: gestionar el pluralismo

Aunque la polarización es un fenómeno global, podría decirse que la sociedad argentina, con su historia de intolerancia política, tiene su propia pulsión cainita (de Caín) de unos contra otros, lejos del ideal democrático del respeto a las diferencias.

En toda democracia hay diferencias de opiniones, orientaciones, disposiciones de los individuos que reflejan la existencia de sociedades diversas y plurales. Pero el problema es cuando la inevitable divergencia se troca en oposiciones irreductibles, que ponen en vilo la convivencia social.

De esta manera la democracia, en lugar de ser un espacio para la discusión, la deliberación y la competición de ideas, deviene en una confrontación amigo-enemigo, en la cual la política es la continuación de la guerra por otros medios.

Se sabe que en los últimos años ha aumentado el grado de “polarización” en las democracias occidentales. Se trata de fracturas sociales y políticas que en un punto vuelven inviable la gobernabilidad al interior de los países, deviniendo el fenómeno en uno de los más inquietantes del siglo XXI.

En este sentido, cabría postular como hipótesis política que a mayor polarización mayores son las dificultades para generar consensos entre grupos, en aras de la gobernabilidad del propio sistema.

En la Argentina el fenómeno tiene nombre propio: “grieta”. Y algunos analistas sugieren que refleja en realidad la existencia de “dos países” en uno, en tanto que otros aluden a un proceso psicosocial perturbador que fractura el tejido social, a nivel familiar, de amistades, y finalmente comunitario.

La mentalidad divisoria que predomina en la sociedad argentina, en realidad no es nueva y hay quienes creen que se remonta a los orígenes, es decir al tiempo en que intentó darse una organización política propia.

“La Argentina es una casa divida contra sí misma y lo ha sido al menos desde que Moreno se enfrentó a Saavedra”, es el balance que hace el historiador norteamericano Nicolas Shumway, en su ensayo “La invención de la Argentina”.

Según su tesis, la elite que se encargó de forjar la primera idea de la Argentina, durante el siglo XIX, fracasó en su intento de dotar al naciente país de una “ficción orientadora” común.

Estas ficciones de las naciones suelen ser creaciones artificiales como las ficciones literarias. Pero son necesarias para darles a los individuos de ese país un sentimiento de pertenencia, de identidad colectiva y un destino común nacional.

Pero resulta que la Argentina nunca se puso de acuerdo respecto de sus ficciones orientadoras. En su lugar creó una “mitología de la exclusión”, una receta para la división antes que un pluralismo de consenso.

El fracaso en la formación de un marco ideológico para la unión ayudó a producir lo que el escritor Ernesto Sábato ha llamado una “sociedad de opositores”, más interesada en humillar al otro que en desarrollar una nación viable y unida.

Por eso la Argentina contemporánea es un país que le ha dado carta de ciudadanía a los fanáticos, sujetos que adhieren a una creencia incondicional, incapaces de moverse en un escenario de opiniones divergentes.

El fanático se cree dueño de la verdad, rechaza la crítica y atribuye valor absoluto a sus ideas. La violencia acompaña su comportamiento, impulsado por el deseo de imponer su dogma por la fuerza.

A la vista de esta realidad, la cultura de la pluralidad sigue siendo el talón de Aquiles de Argentina, cuya democracia está infectada de intolerancia sectaria donde no se acepta la opinión diferente.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 27/03/2023 en Uncategorized

 

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El tribalismo identitario mina la convivencia plural

La confrontación, vinculada a la lógica binaria de “ellos” y “nosotros”, inspirada en tribalismos intersociales, impide el diálogo en sociedades que necesitan tramitar sus diferencias.

Los seres humanos tenemos una predisposición al tribalismo, es decir somos proclives a “pertenecer” a determinado grupo social, pero esta pertenencia suele hacerse sobre la base de la exclusión de otros grupos.

Una de las razones por las que las sociedades contemporáneas están atravesadas por la polarización obedece a la eclosión de asuntos identitarios: racismo, feminismo, identidades sexuales, izquierda-derecha, entre otras.

La identidad social hace que, generalmente, se tenga favoritismo por las personas que sostienen ideas que identificamos como las de nuestro “grupo de pertenencia” y prejuicio negativo por las que no.

De esta manera las personas se separan según distintos criterios: clase social, religión, nacionalidad, género, profesión, ciudad, barrio, equipo de fútbol, partido político, etc.

O incluso se separan por aquello que rechazan, unidas no por amor, sino por espanto: las “anticosas”.

De esta manera se generan estereotipos, caricaturas de rasgos exaltados, que se le atribuyen a un grupo entero, sin considerar las diferencias y los matices personales de sus individuos.

Cuando la identidad social con el grupo es fuerte, o tiene rasgos patológicos, entonces aparece el tribalismo. En esta situación, el individuo trata de abroquelarse en torno a la tribu, de suerte que si hay algo que se percibe como una “amenaza” hacia ella, privilegia la lealtad grupal, defendiéndola a capa y espada, sin reflexionar demasiado acerca del valor de las ideas.

Como esa amenaza viene de un “otro”, que por ser otro está, a priori,  equivocado, no importa el contenido de lo que está en discusión, sino la preservación de la perspectiva tribal.

De esta manera el enfrentamiento, en muchas ocasiones, gana la batalla al entendimiento e impide el diálogo. El convencimiento por medio de argumentos representa una imposibilidad, ya que la emoción se impone a lo racional.

La radicalización identitaria, que ha encontrado en las redes sociales una aliada para su expansión, conspira contra el respeto a la diversidad, es decir contra la tolerancia, entendida como una consideración hacia la diferencia; de una disposición a admitir en los demás una manera de ser y de obrar distinta de la propia; de la aceptación del pluralismo.

El sano intercambio racional queda así clausurado porque el debate identitario es intrínsecamente ad hominem: A afirma B; hay algo cuestionable (o que se puede cuestionar) acerca de A; por tanto, B es cuestionable.

Ya no se trata de aceptar puntos de vista diferentes y legítimos, ceder en un conflicto de intereses justos. Más bien se trata de tener razón siempre porque el grupo es más importante que la verdad; la estrategia siempre será abroquelarse en torno a la tribu.

Lo cierto es que en una sociedad pluralista, las divergencias hacen necesario un esfuerzo común de reflexión racional: por el diálogo  a favor del consenso y la convivencia pacífica. Siempre el diálogo es mejor que el monólogo.

Pero el tribalismo identitario prefiere tener razón siempre antes que abrirse a la posibilidad del entendimiento con otros diferentes. Por eso, todo debate político, de algún modo, enciende resortes irracionales, fomenta disputas, crispación y acritud.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 03/07/2022 en Uncategorized

 

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El sesgo político que tiñe la vida en tiempos electorales

El país vive un clima de alta politización en víspera de las llamadas elecciones de medio término, circunstancia que hace visible la puesta en acción de una ingeniería electoral para captar voluntades.

Queremos creer que el tiempo preelectoral es un espacio en el que el ciudadano discute ideas y elige racionalmente. Pero no está claro que esas ideas existan ni que el voto refleje conocimiento.

En realidad lo agonístico, la lucha por el poder, suele primar sobre las propuestas racionales. Hay algo que atenta contra la idea de que este tiempo debe abrir un espacio en el que se escuchen y discutan ideas.

Por otro lado, la llamada “grieta”, que sugiere que la sociedad argentina está dividida en dos, atraviesa todos los temas públicos del país, de suerte que nada se sustrae a la politización.

En este contexto la politización impide abordar los temas comunes con imparcialidad, con espíritu abierto. Y esto porque todas las acciones y discursos están sospechados de responder a intereses partidistas.

El escritor mexicano Enrique Krauze, describe el fenómeno como una “concentración excesiva” de la política a expensas de las diversas zonas de la realidad.

Sostiene que cuando esta lógica preside los debates públicos, se “pierde el contexto social, la perspectiva histórica, la discusión de ideas, la valoración ética, el análisis lógico”.

En el plano del saber y la cultura la politización hace estragos, dice el mexicano. “A un libro, una obra de arte, un descubrimiento científico o un producto cultural de cualquier índole no se lo juzga –si se lo juzga- por su validad o valor intrínseco, sino por la real o supuesta filiación política de su creadores”, razona.

Este planteo recuerda la queja que formulaba José Ortega y Gasset en la España de principio de siglo XX, antes de que se desencadenara la guerra civil que asoló a ese país.

El filósofo se lamentaba de la politización reinante entre los españoles: estaban tan contaminados por una mirada facciosa, que la realidad y sus consecuencias quedaban escamoteadas.

“No he hallado en derredor sino políticos, gentes a quienes no interesa ver el mundo tal como él es, dispuestos sólo a usar de las cosas como les conviene”, decía.

Por otro lado, las redes sociales están inficionadas de “ciberpolítica”. Así como los ejércitos son importantes para ganar batallas, sin ejércitos de ciberactivistas no se ganan las batallas electorales del siglo XXI.

El potencial político de las redes sociales no solo se observa en su capacidad de organizar acciones no institucionales como protestas, sino en campañas partidistas focalizadas.

Por tanto, el territorio digital se ha vuelto un espacio ineludible para los actores que disputan espacios de poder. Se ha querido ver el fenómeno de la politización en la redes como algo generacional, por el uso que de ellas hacen preferentemente los más jóvenes.

Mientras tanto, como en todo proceso electoral, los encuestólogos juegan su propio partido. Sus mediciones, que en teoría registran objetivamente la opinión pública, en realidad no son nada inocentes.

En la era de la “sondeocracia” cada vez más gente cree que las encuestas son instrumentos de manipulación: son cifras inventadas para favorecer a quien las paga.

“Dime quién te paga y te dirá cuánto mide”, es la fórmula que da a entender que este instrumento de las ciencias sociales se ha convertido en herramienta de campaña electoral, moldeable de acuerdo a las necesidades de cada cliente.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 30/10/2021 en Uncategorized

 

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La Ruta de la Seda, un puente entre dos mundos

La globalización actual ha tenido grandes precedentes en el pasado. Hubo rutas comerciales mediante las cuales distintos pueblos y culturas intercambiaron mercancías e ideas, la más célebre de las cuales ha sido la Ruta de la Seda.

Iniciada alrededor del siglo I a.C., en época de Alejandro Magno, esta vía supuso la principal conexión entre Oriente y Occidente, comunicando China con Europa, y su importancia histórica es tan trascendente que ha sido declarada “Patrimonio de la Humanidad” por la Unesco.

Durante siglos esta ruta fue el puente entre dos mundos. Un camino por el que circulaban comerciantes, sacerdotes, científicos, diplomáticos, soldados y aventureros portando, además de la seda, mercancías tales como porcelana, hierro o té, que de esta manera llegaron hasta Occidente.

Además de su contenido comercial, la ruta representó un camino de difusión de ideas y conocimientos en los ámbitos de la cultura y de la ciencia. Desde muy pronto este intercambio se realizó en los dos sentidos del camino.

El término “Ruta de la seda” fue creado por el geógrafo polaco Ferdinand Freiherr von Richthofen, quien lo introdujo en su obra “Viejas y nuevas aproximaciones a la Ruta de la seda” (1877).

Debe su nombre a la mercancía más prestigiosa que circulaba por ella, la seda, cuya fabricación era un secreto que sólo los chinos conocían, aunque los romanos se convirtieron en grandes aficionados tras conocer dicho secreto antes del comienzo de nuestra era a través de los partos: éstos organizaron entonces el comercio.

Muchos otros productos transitaban por esta ruta: piedras y metales preciosos, telas de lana o de lino, ámbar, marfil, laca, especias, vidrio, coral, etc. Por cierto que este intercambio atrajo también a salteadores y ladrones de distinta procedencia, por lo que la vía no era segura.

En Occidente el auge del intercambio de la seda coincidió con el esplendor de la ciudad de Venecia, que ya desde el siglo XV fue posicionándose social y económicamente

Este tejido representó, desde el siglo XV al XIX, la industria más potente de la ciudad italiana. La segunda mitad del XVIII fue el momento de máximo esplendor: 25.000 personas se dedicaban a la industria de la seda en la ciudad, que contaba con 4.000 telares.

El fascinante Oriente, repleto de maravillas y de ricos productos con los que comerciar, llamó la atención de intrépidos mercaderes como el afamado veneciano Marco Polo, cuyas narraciones sobre las tierras y civilizaciones del Asia Central y China cautivaron la imaginación de la Europa Medieval.

Es importante hacer constar que esta ruta fue intensamente transitada por intelectuales y por monjes de las principales religiones del mundo, que supieron también, como si fueran ávidos comerciantes del espíritu, intercambiar entre ellos las enseñanzas de Buda, Confucio, Jesucristo y Mahoma.

Hacia el siglo XV, con el auge de la navegación que generó nuevas rutas marítimas comerciales, y el apogeo de los Imperios Árabe, Mongol y Turco (selyúcidas y otomanos, ambos por igual en períodos distintos de tiempo) fue languideciendo lentamente la importancia de la Ruta de la Seda como principal vía comercial entre oriente y occidente.

De esta manera algunas de las más florecientes e imponentes ciudades a lo largo de su recorrido perdieron importancia e influencia y se convirtieron en una sombra de lo que fueron.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 10/10/2021 en Uncategorized

 

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