Es el otro problema bajo la alfombra de la economía argentina: la “distorsión de precios relativos”, según la expresión de los economistas.
En países con alta inflación se suele perder referencia sobre el valor de las cosas, no se sabe qué es caro y qué barato, de suerte que a veces resultan desopilantes algunas comparaciones.
Por ejemplo, hay zapatillas de marca que cuestan hasta $130.000. Es decir, el valor de este calzado equivale al salario mínimo, vital y móvil de octubre de este año, establecido en $132.000.
A mismo tiempo casi emparda los $148.000 de ingresos que se necesitan para no ser considerado indigente.
Por otra parte, las zapatillas representan el valor del alquiler de un departamento con un dormitorio en Gualeguaychú, que oscila entre $100.000 y $150.000.
En otro orden, una heladera con freezer está en $326.000, un valor que supera los $320.000 del salario promedio de un empleo privado registrado y bastante por encima del salario inicial docente a nivel nacional, establecido en $220.000.
Con ese salario de la actividad privada ($320.000) apenas alcanza para comprar una bicicleta para adulto ($200.000) y pagar el alquiler de un departamentito.
En tanto, el trabajador de la actividad privada, aunque no le alcance para comprar una heladera con freezer, sí podrá adquirir tres celulares gama baja/media, que están entre $70.000 y $120.000.
Y no hay que perder de vista que ese salario emparda el costo de la Canasta Básica Total (sin alquiler), que marca la línea de pobreza.
Otra comparación que atormenta a la clase media argentina: ¿cuántos salarios pesificados se necesitan para comprar una casa o un auto, bienes dolarizados?
Por ejemplo, para construir una vivienda de 100 m2 se necesitan ahorrar por completo 12 años de salarios. O, 25 años si se ahorra el 50% del ingreso.
A la relación entre el precio de un bien con respecto a otro bien se le llama en la literatura económica “precio relativo”.
El gran problema de la inflación es que los precios de los distintos bienes no aumentan todos de la misma manera sino que algunos aumentan más que otros, produciéndose una distorsión de esos precios.
De hecho, los precios relativos en la Argentina están desequilibrados con respecto a los otros países de la región, fenómeno que se echa de ver con el arribo masivo de compradores desde el Uruguay.
Además de la alta inflación, esta situación es producida por una economía signada por controles y regulaciones de todo tipo. Al punto que en Argentina se distinguen varios precios: los “no regulados”, los “protegidos” y los “regulados” (entre estos últimos los mentados Precios Justos).
Es decir, para tener una “distorsión”, el gobierno tiene que estar pisando un precio o el tipo de cambio, o un sector tiene que verse impactado en su dinámica, o ser afectado por regulaciones o impuestos.
En estas pampas, una de las medidas más populares, en un escenario de alta inflación, es “pisar” precios de la economía como las tarifas del transporte y la energía o los combustibles.
Esto genera una “inflación reprimida” que tiene dos efectos dañinos. Por un lado, al retener aumentos de precios por debajo de la inflación, no se generan incentivos para desarrollar dicho sector (se cae el servicio o se genera desabastecimiento).
Por otro, este atraso de precios esenciales de la economía genera una “olla” a presión que obliga a posteriores correcciones al alza, que pulverizan el poder adquisitivo de los ingresos.
© El Día de Gualeguaychú