El cambio de año suele ser sinónimo de fiesta y encuentros familiares. Sin embargo, para muchas personas esta fecha puede connotar melancolía. A lo que se suma la complicada situación económica que trae zozobra a tantos argentinos.
Se ha dicho, con razón, que en toda despedida de año surgen sentimientos encontrados. Están los que celebran con júbilo este tránsito, que experimentan con alegría junto a los suyos.
El final del año, por otro lado, es una oportunidad para reflexionar, aprender y establecer nuevas metas, al tiempo que se puede sentir con expectativa positiva la llegada de un año que comienza.
Sin embargo, factores como la soledad, los problemas económicos y familiares, así como el fallecimiento de un ser querido, pueden agudizar un cuadro anímico signado por la nostalgia y la tristeza.
El “síndrome de fin de año” tiene que ver con un aumento en los niveles de estrés de esta época del año. Esto obedece a que existe una presión social adicional a “festejar” más allá de lo que uno sienta realmente.
La tristeza podría estar relacionada con muchas cosas. Junto a la cuestión cronológica, a la percepción del paso inexorable del tiempo, aparece el momento del balance.
Se trata de un momento en que algunos se interrogan sobre cómo les ha ido y sobre el estilo de vida elegido. Una etapa de replanteo en la que puede aflorar la culpa por lo que no se hizo.
Un balance de esta naturaleza implica interrogarse sobre las causas de lo que no pudo ser. En estos exámenes suelen aparecer objetivos incumplidos, metas no alcanzadas.
Puede ser particularmente doloroso, así, asumir la discrepancia entre las aspiraciones y la mediocre realidad. Todo lo cual puede derivar en autocríticas dolorosas o cuestionamientos hacia los demás o hacia la vida en general.
Por otro lado, las personas suelen ponerse más sensibles en vísperas de las fiestas de fin de año, porque en ellas están implicados los afectos familiares. Renacen así las heridas por las pérdidas, por ejemplo, de los seres queridos.
Vuelve fuerte a la mente el recuerdo de aquellos seres entrañables que ya no están o se echa de menos la lejanía de los seres queridos con los que hubiera sido lindo celebrar.
Afloran quizá viejos duelos que se creían superados y con ellos un estado de angustia por reproches internos, sea por lo que no se dijo en su momento o por lo que no se hizo, prologando así un estado de malhumor.
Además, en las fiestas se exponen las desavenencias o los desencuentros con los más cercanos. En este sentido, la pregunta sobre dónde pasar el Año Nuevo y con quién, puede provocar tensiones.
El problema de la soledad, que al parecer afecta más a las mujeres que a los hombres, es un sentimiento reforzado durante las celebraciones de fin de año.
Según los psicólogos, la soledad se caracteriza por una experiencia de desconexión con el otro, de no sentirse parte de un colectivo y de tener percepciones más bien negativas respecto a la posibilidad de apoyo social, algo sumamente importante para el bienestar y la salud.
Un problema no menos grave es la zozobra económica que padecen tantas familias argentinas, a causa de la fenomenal crisis económica que se vive en el país, y que impide una celebración digna.
La planificación del presupuesto para la cena de fin de año se torna un desafío para muchos hogares, sobre todo ante la fuerte disparada de los precios de los alimentos.
© El Día de Gualeguaychú