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La libertad de expresión, piedra de toque del Estado de Derecho

Cada 20 de septiembre se celebra el Día Mundial de la Libertad de Expresión del Pensamiento, un derecho que es freno a los totalitarismos de distinto cuño.

Esta efeméride conmemora la “Brecha de la Porta Pía” en Roma, un hecho que aconteció el 20 de septiembre de 1870, protagonizado por las fuerzas garibaldinas y libertarias, las cuales derrotaron a las fuerzas del Vaticano aliadas al Imperio francés.

Ese episodio significó la caída definitiva del poder temporal del papado y de sus regímenes políticos de “Derecho Divino”, representando un triunfo para las fuerzas democráticas, republicanas y secularizantes del mundo.

Por otra parte, constituyó una derrota simbólica del dogmatismo, del oscurantismo, y fue la esperanza del renacimiento de la luz, representando el triunfo de la razón y de la libertad de conciencia.

La importancia de este principio deriva de la propia Declaración Universal de Derechos Humanos (DUDH) de 1948 que en su Artículo 19 reconoce que “todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión”, un derecho que “incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”.

La libertad de expresión no es una libertad más. Es el sustento de las sociedades libres y abiertas donde rige el Estado de Derecho. Es un derecho es un derecho básico y un freno a los totalitarismos.

Dos grande escritores del siglo XX, el inglés George Orwell y el francés Albert Camus, creían en el valor de la libertad, rechazando los dogmas y las dictaduras tanto de derechas como de izquierdas.

“La libertad de expresión es decir lo que la gente no quiere oír”, dijo Orwell, enemigo del totalitarismo nazi y del comunismo estalinista por igual.

En su distopía “1984” describía un “Ministerio de la Verdad”, nombre irónico que designaba a una oficina encargada de la manipulación y distorsión de los hechos históricos.

Bajo la dictadura no es posible expresar una opinión que no sea la impuesta oficialmente, ni divulgar una información o un conocimiento objetivo de los hechos.

Por su parte Camus, premio Nobel de Literatura, escribió en 1939 un artículo sobre el papel del periodista, que fue entonces censurado. Descubierto años después, fue difundido en París.

Contiene ideas que, según su autor, pueden servir de adecuada guía para el libre ejercicio del periodismo, sobre todo en épocas de peligro para la libertad de información y de opinión.

“Una prensa libre puede ser buena o mala, pero sin libertad, nunca será otra cosa que mala” -dice Camus- y concluye que para proteger éticamente su conducta en épocas de persecución, un periodista debe recordar que las tiranías no se construyen sobre las virtudes de los déspotas sino sobre las cobardías de los demócratas. Por eso, debe fortalecer su conciencia mediante la práctica de la lucidez, el rechazo, la ironía y la obstinación.

“Gracias a la libertad de expresión hoy ya es posible decir que un gobernante es un inútil sin que nos pase nada. Al gobernante tampoco”, refiere el escritor y humorista español Jaime Perich.

Por su parte Liu Xiaobo, líder del movimiento democrático chino, afirmó: “La libertad de expresión es la base de los derechos humanos, la raíz de la naturaleza humana y la madre de la verdad. Matar la libertad de expresión es insultar los derechos humanos, es reprimir la naturaleza humana y suprimir la verdad”.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 25/09/2022 en Uncategorized

 

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El periodismo en estas pampas antecede a Moreno

El Día del Periodista en Argentina se celebra en homenaje al nacimiento de la “Gazeta de Buenos Ayres”, el 7 de junio de 1810, fundada por Mariano Moreno, uno de los integrantes de la Primera Junta de Gobierno.

Eso fue establecido en 1938 por el 1º Congreso Nacional de Periodistas celebrado en Córdoba. La Gazeta, así, fue el primer periódico de la etapa independentista argentina.

La Primera Junta indicó por decreto su fundación por ser necesario anunciar al público los actos oficiales y las noticias exteriores y locales. Sus primeros redactores fueron Mariano Moreno, Manuel Belgrano y Juan José Castelli.

“¿Por qué se han de ocultar a las Provincias sus medidas relativas a solidar su unión, bajo nuevo sistema? ¿Por qué se les ha de tener ignorantes de las noticias prósperas o adversas que manifiesten el sucesivo estado de la Península?… Para el logro de tan justos deseos ha resuelto la Junta que salga a la luz un nuevo periódico semanal, con el título de la Gaceta de Buenos Aires”, escribió Moreno al presentar la publicación, aquel 7 de Junio de 1810.

Sin embargo hay una larga lista de medios anteriores a la “Gazeta de Buenos Ayres”, de suerte que nada fue como sugiere la canónica exégesis oficial.

En realidad, hubo otros hombres que hicieron periodismo antes que Moreno. El pionero fue el español Francisco Antonio Cabello y Mesa, que el 1 de abril de 1801 lanzó el “Telégrafo Mercantil”.

Si se lo descarta por nacionalidad, todavía hay otros dos criollos anteriores: Juan Hipólito Vieytes, que a partir del 1 de septiembre de 1802 publicó el “Semanario de Agricultura, Industria y Comercio” y Manuel Belgrano, que a principios de 1810 dirigió el “Correo de Comercio de Buenos Aires”.

Es llamativa la historia de Cabello y Mesa, que era un coronel y abogado que vivía en Lima. Hacia 1797, obtuvo permiso para trasladarse a España, pero debió pasar por Buenos Aires. Resulta que un bloqueo de los puertos del Río de la Plata –por parte de corsarios enemigos- frustró su viaje.

Hombre activo y emprendedor, el español logró que el Virrey del Río de la Plata, marqués Gabriel de Avilés y del Fierro, lo autorizara a publicar aquí el “Telégrafo Mercantil”, que contó entre sus redactores a Domingo de Azcuénaga, el déan Gregorio Funes, Manuel Belgrano y Juan José Castelli.

La publicación fue editada por la Real Imprenta de Niños Expósitos, que también tiene su historia. A los jesuitas se les debe la introducción en nuestras tierras del arte de imprimir. Los elementos llegaron desde España a Córdoba, en 1764. Pero después, en 1780, fueron trasladados a Buenos Aires, recibiendo la denominación de Real Imprenta.

El “Telégrafo Mercantil” tuvo un final emblemático: cayó bajo la censura oficial, a sólo un año de estar en la calle. El motivo: un artículo considerado polémico titulado “Política-Circunstancias en que se halla la provincia de Buenos Ayres e islas Malbinas y modo de repararse”.

Volviendo a Moreno y su Gazeta, el historiador Miguel Ángel Scenna, quien en una nota titulada “Moreno: ¿sí o no?”, aparecida en el número 5 de Todo es Historia, hace una interpretación que colisiona con el ensalzamiento canónico del personaje y su obra.

Se pregunta allí Scenna: “¿Fue Moreno un paladín de la libertad de prensa?”. Y la respuesta que da es negativa: La Gazeta era el órgano oficial de un gobierno revolucionario, y no un periódico privado independiente.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 12/06/2022 en Uncategorized

 

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El periodismo argentino con bajo índice de credibilidad

El índice de credibilidad en el periodismo y en los periodistas en el país está en uno de sus peores momentos, según recientes encuestas. La mayoría del público percibe que la visión que transmiten no es confiable y está sesgada ideológicamente.

Eso dice por ejemplo un estudio empírico elaborado por la  Universidad de San Isidro, que de esta manera desnudó el deterioro de la relación de la sociedad argentina con el mundo de las noticias.

El trabajo de campo que se realizó entre el 20 y 28 de abril de este año y tomó 1.300 casos de alcance nacional, mostró un nivel medio-bajo de credibilidad en el periodismo y en los periodistas.

Por otra parte, el 65% de las personas entrevistadas opinó que el periodismo como institución no es confiable, mientras que el 32,4% piensa lo contrario. Además, del total de los encuestados, más del 67% considera que el periodismo no es una institución independiente.

Siguiendo esa línea, el 65,8% de las personas en Argentina consideran que las noticias emitidas por los medios de comunicación son una falacia o tienen información tergiversada.

En tanto, algunas de las conclusiones del Informe 2021 del Reuters Institute de la Universidad de Oxford, que cubre 46 países -entre ellos la Argentina-, también reflejan la escasa credibilidad hacia el sistema de medios nacionales.

Entre los 46 países relevados, las personas encuestadas de la Argentina vuelven a situarse entre las más desconfiadas en el ecosistema informativo, cuya agenda está anclada desde hace más de una década en una polarización tan notoria como asimétrica.

La encuesta del Reuters Institute ofrece un perfil de públicos reactivos a la bajada de línea facciosa que impera en el estilo de numerosas empresas periodísticas y que son moneda corriente en los medios argentinos.

Para Eugenia Mitchelstein y Pablo Boczkowski, quienes analizaron para el Reuters Institute los resultados del sondeo, “la cobertura polarizada podría explicar los niveles relativamente bajos de confianza en las noticias, que solo el 36% de los encuestados encuentran creíble”.

Al parecer muchos argentinos consideran que las noticias están indebidamente influenciadas tanto por factores económicos como políticos, que hacen que se transmita una versión sesgada de los hechos.

El informe de Reuters Institute sobre la Argentina revela, en suma, que solo un 32% confía en las noticias en general y la grieta ideológica domina el escenario mediático.

A medida que crece la desafección del público hacia los medios de comunicación tradicionales, el informe revela que al mismo tiempo las redes sociales en Argentina han superado a la televisión como la principal fuente para informarse.

Facebook, WhatsApp, YouTube e Instagram son las principales fuentes, sobre todo para los jóvenes. Ocho de cada diez (80%) argentinos encuestados dicen que ahora usan el celular para acceder a las noticias cada semana.

El Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) describe la confianza como “la esperanza firme que se tiene de algo o de alguien”. 

La confianza está estrechamente ligada a la credibilidad, y en un sentido se diría que una es hija de la otra. ¿Cómo se puede confiar en alguien que no es creíble? Este es el mal que, según las mediciones, está afectando al periodismo argentino.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 24/08/2021 en Uncategorized

 

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Hacer periodismo en la era de las redes sociales

El 38º aniversario de diario EL DÍA, que se celebra hoy (15 de agosto), ocurre en momentos en que se discute en los foros de comunicación si el periodismo se ha volatilizado o se aproxima a su fin.

Hay quienes directamente dan por muerto a este venerable oficio que al no tener el monopolio de la noticia, en un contexto donde la circulación y el consumo de datos se dan fuera de su esfera, habría perdido su razón de ser.

Hubo un tiempo, efectivamente, en el que los periodistas actuaban como intermediarios entre los hechos, que ellos mismos se encargaban de seleccionar y luego comunicar, y el público.

Desde el canal que fuera (periódico, radio o televisión) eran ellos quienes gestionaban los flujos informativos, de suerte que los lectores y las audiencias, para saber lo que pasaba, dependían de sus intervenciones.

Pero los nuevos paradigmas mediáticos, revolución digital de por medio, han desplazado el poder de los emisores a favor de los receptores, rompiendo la verticalidad y unidireccionalidad propia de los “medios de comunicación de masas”.

El efecto ha sido que los receptores se han convertido en buscadores activos de datos, pudiendo elegir entre diferentes contenidos, manipularlos, reproducirlos, retransmitirlos, e incluso regular su tiempo de consumo.

El periodista, por tanto, ha perdido la centralidad que tenía sobre todo en la “semantización” de la realidad. Así se describe al proceso por el cual un hecho social se introduce en los contenidos de un medio masivo.

En el ecosistema de la comunicación digital, que ha producido un incremento exponencial de la información a disposición de los usuarios, ya nadie ostenta el monopolio del saber sobre la actualidad, que era aquello que le otorgaba poder y prestigio al oficio de periodista.

Hoy la gente se entera, por ejemplo, de los sucesos actuales (la muerte de un famoso, la caída de un avión, las encuestas de boca de urna en cualquier elección, un temblor de la Tierra) por Twitter, Facebook u otra red social.

La famosa y mítica primicia, de la que se enorgullecía de dar el periodista, ya no vale nada. La noticia está tan al alcance de la mano, por las múltiples plataformas de acceso, que la profesión de periodista parece decorativa.

Además los mismos medios alientan a los “periodistas amateurs” para que envíen a través de las nuevas tecnologías, fotografías o filmaciones de los acontecimientos que antes eran cubiertos por corresponsales o enviados especiales.

El periodista comenzó a perder ese lugar especial que tenía, dado que en esta nueva sociedad de redes, cada ciudadano pasa potencialmente a ser productor de contenidos, y ha proveerse él de los datos que precisa.

En el nuevo escenario, sin el capital simbólico que lo rodeaba, ¿el periodismo ya fue? ¿Ha caído víctima de la tecnología, como ha ocurrido con otras profesiones a lo largo de la historia?

Hay quienes piensan, sin embargo, que es aventurado pronunciar un réquiem para esta actividad. Sugieren que todavía persiste la necesidad de contar con personas intelectualmente preparadas para encontrar, seleccionar, ordenar e interpretar las noticias.

Eso piensa Carlo de Benedetti, empresario editorial, para quien el “buen” periodismo no está destinado a morir en el siglo XXI.

Y esto porque su cometido es interpretar y ofrecer una representación coherente y completa de la realidad, frente al fluir anárquico de los datos online. Y en este sentido, dice, “el periodismo es la infraestructura de la democracia”.

 

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 19/08/2020 en Uncategorized

 

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Periodismo, un oficio en constante mutación

Diario EL DÍA, que hoy (15 de agosto) celebra su 37º aniversario, es parte de una actividad, el periodismo, que ha ido evolucionando junto con el cambio social y tecnológico.

Aquí y en el resto del mundo, el periodismo nació vinculado a la política, como expresión de las ideas y los intereses de grupos determinados que perseguían el poder.

El alemán Max Weber, uno de los fundadores de la Sociología, en una conferencia dictada en Munich en 1919, sostuvo que la relación original del periodismo con la política se debía a la importancia que tenía la palabra impresa.

Los periódicos en el siglo XIX pasaron a transformarse en Occidente, así, en instrumentos de diversos partidos y fuerzas políticas en lucha por sus propios intereses.

Cada grupo buscó tener su propia prensa, en el convencimiento de que el poder no sólo se jugaba en el campo de las armas, sino también en el de la opinión pública naciente.

“Con la bayoneta, sire, se puede hacer todo menos una cosa: sentarse sobre ella”, le advertía a Napoleón el ministro Tayllerand, sugiriendo que el ejercicio del mando no debe entenderse como fuerza sino como consentimiento.

La lucha debía librarse, por tanto, en el terreno del sistema de opiniones, ideas, preferencias, aspiraciones, propósitos. “Prensa facciosa”, así se llamó a la primera etapa del periodismo.

Por entonces esta actividad no se proponía informar objetivamente. La función que cumplía era la de ser un vehículo de opinión, donde un grupo de personas propaga sus ideas políticas.

Pero el fenómeno de la industrialización, que trajo aparejada la llamada sociedad de masas, modificó al periodismo. La extensión de la alfabetización y la mejora de los sistemas de transporte, crearon una opinión pública ávida de información.

La prensa en el siglo XX se convirtió en un gran negocio a partir de la baja de los costos de impresión y el aumento de las ventas, pero principalmente por la inclusión de los avisos publicitarios.

Los periódicos empezaron a tener grandes tiradas, apareció la disputa por lograr la primicia y por ganar el interés del público. Entonces el periodismo, como práctica social vinculada a informar sobre la actualidad, generó una mercancía específica: la noticia.

Fue la época en que la prensa se convirtió en el cuarto poder, deviniendo en “perro guardián” de las instituciones democráticas, cuya función básica fue controlar los actos de gobierno.

De algún modo esto convertía a algunos periodistas, sobre todo a aquellos dedicados a la investigación, en una suerte de fiscales de la República, seres que se dedicaban, por mandato de facto de las sociedades, a velar por el interés público a través de la crítica a los gobernantes.

Pero esta visión romántica del oficio del periodismo ha ido perdiendo predicamento a partir de los nuevos actores emergentes en la escena pública, producto de la revolución tecnológica, concretamente de la masificación de Internet, de los celulares inteligentes y de las redes sociales.

Estos medios tecnológicos, en esencia, han venido a desbancar a los “intermediarios” en varias actividades, y eso incluye a los periodistas, individuos que hasta acá actuaban como mediadores entre los intereses de la sociedad y el poder político.

Resulta que en el siglo XXI al periodismo le salió un fiscal: el usuario de las redes sociales. Así, de ser controlador tradicional del poder, pasó a ser controlado por ciudadanos digitalmente empoderados, con capacidad para editarse ellos mismos la realidad.

 

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Publicado por en 29/08/2019 en Uncategorized

 

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El creador de la bandera nació rico y murió pobre

En el mes de junio los argentinos recordamos a Manuel Belgrano, el prócer que habiendo nacido en una familia rica de Buenos Aires terminó sus días pobre y olvidado.

Para algunos se trata de la síntesis perfecta del patriota modelo. Cuando se buscan ejemplos en la historia para retemplar los ánimos, aparece él, quizá el prócer más puro de la argentinidad.

Belgrano tuvo sus contradicciones como todo ser humano, pero nadie discute su conducta cristalina y desinteresada en aquellos años turbulentos que siguieron a la Revolución de Mayo.

No buscó el poder, por eso rechazó los títulos militares y no pretendió ser nombrado ni en el Consulado ni en la Junta. Tampoco amó el dinero: devolvió las onzas de oro que le envió Pío Tristán antes de la Batalla de Tucumán y donó su recompensa por la victoria para levantar cuatro escuelas.

Su interés por los pobres del país nunca fue demagógico. Además de pelear por su libertad en el campo de batalla, desplegó todas sus acciones como pedagogo y hombre público para su promoción, sacando dinero de su propio bolsillo para hacer escuelas.

Belgrano fue enemigo de la corrupción pública. En octubre de 1810, en carta a Moreno, se refirió a la necesidad de combatir el contrabando, una práctica que venía de los españoles.

Escribió: “Todo se resiente de los vicios del antiguo sistema, y como en él era condición sine qua non el robar, todavía quieren continuar. Es de necesidad que se abran mucho los ojos en todos los ramos de la administración y se persiga a los pícaros por todas partes, porque de otro modo, nada nos bastará”.  

Pero hay un dato en su biografía que agiganta su figura: al contrario del periplo de tantos políticos contemporáneos en estas pampas, Belgrano se empobreció en el servicio público.

En efecto, era hijo de un pudiente comerciante genovés, Domingo Belgrano Peri y de la porteña María Josefa González Casero. Gracias a la fortuna familiar, el joven Manuel pudo estudiar en las universidades de Salamanca y Valladolid, donde se recibió de abogado en 1793.

Se diría que estaba destinado a una vida tranquila, de libros y escritorios. Sin embargo, decidió enredarse en la construcción del país, aceptando una vida de sobresaltos y riesgos; incluso él, un intelectual, terminó abrazando por esta causa el destino de las armas.

La lección de su muerte, en este punto, es conmovedora. Pese al generoso servicio prestado a la causa pública, como pedagogo, economista, periodista y militar, Belgrano murió olvidado y en la pobreza.

Llegó a Buenos Aires a comienzos de junio de 1820, muy enfermo, muy dolorido y olvidado.”Se vio abandonado de todos el general Belgrano, nadie lo visitaba, todos se retraían a hacerlo”, se lamentaba José Celedonio Balbín, uno de los amigos que le quedaban, de los pocos que no le dieron la espalda en esa larga agonía de indiferencia y enfermedad.

El general Belgrano murió el 20 de junio de 1820 a las siete de la mañana. Al funeral asistieron su familia y un par de amigos, entre ellos el doctor Joseph Redhead, a quien Belgrano le legó su reloj porque no tenía dinero para pagarle los honorarios.

Como no había dinero para comprarle una losa de mármol, la lápida fue hecha con un trozo de la cómoda de su hermano Miguel. En su testamento, Belgrano le encomendó a su otro hermano, Domingo, el pago de sus deudas.

Fue sepultado en el convento de Santo Domingo en una humilde caja de pino cubierta con un paño negro y cal.

 

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 15/07/2019 en Uncategorized

 

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Fray Mocho, recuerdo del gran escritor nativo

Hoy se cumple el 160º aniversario del nacimiento del mítico director de la revista Caras y Caretas, el nativo que logró trascendencia a través de las letras y que se hizo famoso por sus retratos costumbristas de época.

José S. Alvarez, más conocido como Fray Mocho, nació en Gualeguaychú el 26 de agosto de 1858, producto del matrimonio de Desiderio Álvarez Gadea y Dorina Escalada (ambos orientales).

El alumbramiento coincidió con una época de despertar de la entrerrianía. En efecto, seis años habían transcurrido desde que resonó en el ámbito del país el grito lanzado por el general Justo José de Urquiza en Monte Caseros, iniciando el país su proceso de institucionalización definitiva.

José S. Alvarez nació en una ciudad que por entonces ya había adquirido un fuerte protagonismo en la empresa urquicista, abriéndose a la inmigración y a la influencia del comercio y la cultura.

Nuestro protagonista continuó sus estudios luego en el histórico Colegio Nacional del Uruguay –el heredero de Urquiza, como se lo conoce en la historia de nuestra educación- y más tarde en la Escuela Normal de Paraná.

A los 21 años buscó suerte en Buenos Aires, donde desempeñó variados oficios para ganarse el sustento. En la gran ciudad trabajó para distintos diarios y como cronista parlamentario en “La Nación”.

En 1882 publica su primer libro “Esmeraldas” y junto a Ramón Romero funda el periódico satírico “Fray Gerundio”. En 1886 empieza a trabajar en el departamento de Pesquisa de la Policía Federal, donde según sus biógrafos encontró un mundo de personajes y hechos pintorescos que luego volcó en sus cuentos, como “Memorias de un Vigilante”.

Más tarde el Ministerio de Marina le encargó contratar marineros entre la población de la zona costera del sur de Entre Ríos y Santa Fe. El contacto con esta realidad inspira un clásico de la obra de Álvarez, “Un viaje al país de los matreros”, escrito en 1897.

Dice allí: “La población más heterogénea y más curiosa de la república es la que acabo de visitar y que vive perdida entre los pajonales que festonean las costas entrerrianas y santafecinas, allá en la región donde el Paraná se expande triunfante”.

La producción literaria de Álvarez –que utilizó varios pseudónimos, aunque es más conocido por el de Fray Mocho- se ha catalogado dentro del “criollismo”, una síntesis entre la literatura costumbrista y la narrativa rural, considerándose el más saliente representante de esa línea.

La obra del gualeguaychuense se inscribe dentro del naturalismo literario, escuela de origen francés cuya figura principal fue Émile Zola, la cual buscaba pintar la realidad sin deformaciones  y dio cabida a los estratos populares en la narrativa.

Álvarez puede ser ubicado dentro de la llamada “Generación del 80” y, por tanto, coetáneo de grandes escritores de la talla de Rafael Obligado, Gervasio Méndez, Martiniano Leguizamón, Guillermo Enrique Hudson, Eduardo Wilde,  Paul Groussac, Miguel Cané y Eduardo Gutiérrez, entre otros.

Pero el rol más sobresaliente lo cumplió Álvarez como director de la mítica revista Caras y Caretas, que fue durante 41 años la publicación semanal más popular de la época.

Esa publicación que sobresalía por sus imágenes de gran calidad y sus textos, que combinaban el humor con el periodismo serio, reflejó la Argentina moderna, entre fines del siglo XIX y principios del XX, en los aspectos sociales, políticos y culturales.

 

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Publicado por en 02/09/2018 en Uncategorized

 

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Antecedentes remotos del periodismo argentino

El 7 de junio de 1810 vio la luz la “Gazeta de Buenos Ayres”, siendo su mentor Mariano Moreno, uno de los integrantes de la Primera Junta de Gobierno. Por esos se celebra hoy, en Argentina, el Día del Periodista.

Sin embargo, el periodismo en estas pampas, como práctica discursiva de relatar la actualidad, no empezó con Moreno, ya que hubo un quehacer informativo en la etapa colonial temprana.

Esta prehistoria se vincula a las primeras manifestaciones de esta actividad durante el período en que España dominó estos territorios americanos, dándoles su impronta cultural específica.

Cabría postular que muchos conquistadores, que se dedicaron a narrar en América los acontecimientos vividos y a describir el nuevo mundo para destinatarios europeos, fueron los precursores en suelo latinoamericano del reportero moderno.

Estos “cronistas” de Indias siguieron, obviamente, las pautas discursivas vigentes en las culturas de aquella época, emulando así los escritos algo fantásticos de Marco Polo, que creyó ver, por ejemplo, unicornios en los rinocerontes que aparecían ante sus ojos.

Los propios escritos de Cristóbal Colón son sin duda el primer intento por construir un universo discursivo sobre las tierras descubiertas y la relación que entablarían los españoles con los nativos.

En sus diarios de viaje se esbozan ya los trazos básicos de ese “otro nativo” que habrá de repetirse en la escritura de soldados, navegantes, clérigos y hombres de letras que llegaron posteriormente a “relatar la actualidad” del nuevo mundo.

Por lo demás, la prensa hispanoamericana registra un desarrollo similar a la de los países occidentales, aunque con un gran desfase en el tiempo.

En la época de la Colonia la evolución de la prensa escrita estuvo condicionada por la importación de instrumentos tecnológicos que hicieron posible su desarrollo.

Como se sabe, la invención de la imprenta en Occidente se adjudica a Johannes Gutenberg. Fue él quien, aproximadamente entre los años 1450 y 1455, editó por primer vez la Biblia impresa a través de caracteres móviles.

Pues bien, la primera imprenta en el Nuevo Mundo surgió en 1539, es decir casi un siglo después, en el virreinato de México. En 1576 se instaló otra en Perú. Estos son los antecedentes más remotos de la producción periodística criolla.

Distinta fue la situación en el Cono Sur americano, que por el retraso en la incorporación de tecnología, tuvo un desarrollo cultural más tardío, con “hojas impresas” que recién comenzaron a circular a principio del siglo XIX, en los años cercanos a la Independencia.

La primera máquina para imprimir en territorio argentino no fue traída de lejanas tierras, sino que fue construida en el país por los padres jesuitas. Dicha hazaña tuvo lugar hacia el año 1700.

Con esta imprenta, que trabajó hasta 1721, se buscaba que las publicaciones contribuyeran a la propagación de la fe e instrucción cristianas en las misiones.

La imprenta fue llevada a otras dos reducciones (a la de Santa María la Mayor y a la de San Javier), hasta que fue establecida en Córdoba en el Colegio de Montserrat, donde comenzó sus publicaciones en 1766.

Con la expulsión de los jesuitas en 1767, la imprenta dejó de funcionar. Pero más tarde, el virrey del río de la Plata don Juan José Vértiz decidió comprar y reparar esa máquina.

Fue así que, en 1780, fundó en Buenos Aires la Real Imprenta de Niños Expósitos con el objeto de que el gobierno tuviera un instrumento adecuado para difundir noticias, bandos y proclamas.

 

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Publicado por en 15/06/2018 en Uncategorized

 

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Recuerdo al autor del poema Martín Fierro

Un 21 de octubre pero de 1886 fallecía, en Buenos Aires, José Rafael Hernández y Pueyrredón, creador del “Martín Fierro” y personaje de las luchas civiles argentinas durante la segunda mitad del siglo XIX.

Hernández había nacido el 10 de noviembre de 1834 en los caseríos de Perdriel, en la Chacra de su tío don Juan Martín de Pueyrredón, durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas.

Hijo de Rafael Hernández e Isabel Pueyrredón, comenzó a leer y escribir a los cuatro años y luego estudió en el Liceo de San Telmo. En 1846 fue llevado por su padre al sur de la provincia de Buenos Aires, donde se familiarizó con las faenas rurales y las costumbres de los gauchos.
En marzo de 1857, poco después de fallecer su padre, se instaló en la ciudad de Paraná (Entre Ríos). De 1852 a 1872, defendió la idea de que las provincias debían defender su autonomía ante el poder central establecido en Buenos Aires
El poema “Martín Fierro”, que se publicó en el verano de 1873, es la apoteosis de la literatura gauchesca y el alegato de un tipo humano nacional, el paisano criollo del campo, que encarna una peculiar forma de cultura.

La crítica dice que el poema de Hernández es una denuncia de la exclusión a que eran sometidos los gauchos en el esquema impuesto en la Argentina tras la caída de Urquiza en Pavón y el golpe dado al federalismo, durante las presidencias de Bartolomé Mitre y Domingo F. Sarmiento.

Allí se rescatan y resaltan las virtudes del hombre de las pampas, en contraposición al inmigrante europeo. Cabe consignar, en tanto, que el autor del Martín Fierro sobrellevó una existencia ajetreada por causas políticas.

En tiempos arduos y riesgosos para la estabilidad personal, de los bienes y de la propia familia, ejerció también con carácter aguerrido el periodismo y la actividad legislativa.

El historiador Nicolas Shumway, en su libro “La invención de la Argentina”, sitúa al personaje dentro de la corriente de opinión “genuinamente federalista y progresista” que se articuló alrededor de la Confederación que lideró Justo José de Urquiza, en cuyo marco se dictó la Constitución federal y republicana (1853), y a la que Buenos Aires impugnó.

“Gracias a la Confederación, escritores como Juan Bautista Alberdi, (ya alejado de Sarmiento y Mitre), Carlos Guido y Spano, Olegario Víctor Andrade y José Hernández se unieron en la causa común contra el dominio porteño”, refiere.

Seducido por la política federal de Urquiza, Hernández se trasladó a Paraná, capital de la Confederación, donde fue periodista, comerciante, soldado y desempeñó cargos públicos.

En la capital entrerriana, se casó en 1863 con Carolina González del Solar, con quien tuvo siete hijos (seis mujeres y un varón). Hernández formó parte del ejército confederado que venció a los porteños en la batalla de Cepeda y también participó en septiembre de 1861 en Pavón, junto a las tropas de Urquiza que fueron derrotadas por las fuerzas de Mitre.

La derrota urquicista dividió las aguas entre los seguidores del caudillo entrerriano. Hernández se plegó a la revolución encabezada por Ricardo López Jordán, participó en la batalla de Ñaembé -donde los jordanistas fueron vencidos-, y se exilió en Brasil.

Pese a haber enfrentado al poder porteño, y sufrir persecución y censura por esta causa, Hernández retornó a Buenos Aires, donde en la época de Nicolás Avellaneda conoció el aplauso y el reconocimiento oficial.

 

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Publicado por en 27/10/2017 en Uncategorized

 

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Fray Mocho, referente de las letras argentinas

El director de la mítica revista Caras y Caretas, el escritor que se hizo famoso por sus retratos costumbristas y de época de fines del siglo XIX, y que la posteridad conoce como Fray Mocho, nació en Gualeguaychú el 26 de agosto de 1858.

José Seferino Álvarez es de los nativos que lograron trascendencia nacional, situándose así entre los nombres que han dado fama a la ciudad, consolidando su prestigio como cuna de escritores.

Realizó sus estudios primarios en esta localidad, asistió al Colegio de Concepción del Uruguay y luego a la Escuela Normal de Paraná. A los 21 años buscó suerte en Buenos Aires, donde desempeñó variados oficios para ganarse el sustento.

Trabajó en el departamento de Pesquisa de la Policía Federal, donde según los biógrafos encontró un mundo de personajes y hechos pintorescos que luego volcó en sus cuentos, como “Memorias de un Vigilante”.

Más tarde el Ministerio de Marina le encargó contratar marineros entre la población de la zona costera del sur de Entre Ríos y Santa Fe. El contacto con esta realidad inspira un clásico de la obra de Álvarez, “Un viaje al país de los matreros”, escrito en 1897.

Dice allí: “La población más heterogénea y más curiosa de la república es la que acabo de visitar y que vive perdida entre los pajonales que festonean las costas entrerrianas y santafecinas, allá en la región donde el Paraná se expande triunfante”.

La producción literaria de Álvarez –que utilizó varios pseudónimos, aunque es más conocido por el de Fray Mocho- se ha catalogado dentro del “criollismo”, una síntesis entre la literatura costumbrista y la narrativa rural.

En la capital Argentina fue un destacado periodista. Trabajó en los diarios La Nación, La Pampa y La Patria Argentina. Pero su rol más sobresaliente lo cumplió como director de la revista Caras y Caretas, que fue durante 41 años la publicación semanal más popular de la época.

Esa publicación que sobresalía por sus imágenes de gran calidad y sus textos, que combinaban el humor con el periodismo serio, reflejó la Argentina moderna, entre fines del siglo XIX y principios del XX, en los aspectos sociales, políticos y culturales.

Un retrato vívido del gualeguaychuense lo ofrece Roberto J. Payró: “Tenía los ojos vivos y maliciosos iluminando su cara redonda de rasgos abultados, que las viruelas habían contribuido a hacer toscos sin vulgarizarlos por eso. La boca gruesa, esbozada sonrisa de todos matices, desde el de la burla hasta el de la bondad”, dice.

Y añade: “El cráneo voluminoso estaba cubierto de espeso cabello negro, siempre muy corto; ancho de espalda y cargado de hombros, con aire de soldado o marinero, andaba de una manera peculiar, medio torcido, actitud que los años acentuaron a consecuencia de su mala salud. Usaba siempre una americana oscura, gris o marrón, sombrero blanco caído sobre el ojo izquierdo y hablaba con voz mezcla de bajo y barítono, áspera, con modulaciones de cantante, que acentuaba al decir un chiste o una ‘agachada’ siempre fácil para su agudísimo ingenio”.

El 23 de agosto de 1903, tres días antes de cumplir los 45 años, el periodista y escritor falleció en Buenos Aires, una noticia que consternó al mundo literario nacional.

Fue sepultado en el Cementerio de la Recoleta. Y a cincuenta años de su muerte, sus restos fueron traídos a Gualeguaychú, donde se le rindieron sentidas honras fúnebres.

 

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 03/09/2017 en Uncategorized

 

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