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La esperanza, motor que sostiene la vida

Pocas palabras tienen una resonancia tan significativa como “esperanza”, ya que el hombre es un ser que vive de expectativas. ¿Acaso vivimos en una época de “des-espero”?

El acto de esperar es una cualidad básicamente humana. Nada más humano, entonces, que esta actitud vital que surge cuando se presenta alcanzable lo que se desea.

“La esperanza es lo último que se pierde”, dice el conocido refrán. Mezcla de consejo y consuelo, se aplica a situaciones límites, cuando justamente se tiene la impresión de que el final no será el esperado.

Es decir, puede utilizarse para dar ánimo a aquellas personas que deben afrontar una coyuntura complicada, en la que las chances de alcanzar el objetivo aparecen como escasas.

Por otra parte, también se dice cuando los acontecimientos ya se han desarrollado lo suficiente como para notar que las posibilidades son remotas, es decir, cuando el margen para un final feliz o victorioso es mínimo.

“Desesperación” sería el concepto contrario a la esperanza. Una existencia “des-esperada” connota lo peor, el acabose, la pérdida de todo motivo para seguir viviendo.

“En las actuales condiciones muchos son arrastrados por la desesperanza”, en estos términos se suele describir la visión sombría de la realidad social.

En este sentido, se ha desarrollado en el último tiempo la “terapia de la esperanza”, un modelo psicoterapéutico para transitar los momentos oscuros.

Se trata de un enfoque que hunde sus raíces en la teoría cognitiva de la esperanza formulada por Charles Snyder y en un trabajo publicado por él mismo en 2002.

La psicóloga española Valeria Sabater explicó al respecto: “Vivir sin esperanza es quedar recluido en un rincón mental angustiante donde es muy fácil ser prisionero de la depresión. El ser humano no puede vivir sin esa luz interna que, a modo de faro, guía nuestras metas y los ánimos para poder levantarnos cada día. No nos debe extrañar, por tanto, que exista un modelo psicoterapéutico basado en esta dimensión”.

Sabater dijo que “infundir un sentido de esperanza resulta muy beneficioso para quien esté en plena batalla con una depresión y también para quienes estén en pleno duelo tras una ruptura afectiva, o bien, tras haber perdido a un ser querido”.

Cabe consignar que el concepto de esperanza ha sido tratado por filósofos y teólogos. Mientras para los antiguos griegos el término connotaba consuelo, para los cristianos es una virtud teologal, que consiste en confiar con certeza en las promesas del Reino de los Cielos y de la vida eterna.

La esperanza puede ser vista como una idea metafísica con consecuencias antropológicas. En ella va implícita una situación de incredulidad o de cierre del horizonte vital cuyo efecto puede ser la falta de deseo de vivir.

El religioso jesuita y paleontólogo francés Pierre Teilhard de Chardin llegó a escribir a propósito: “El mayor peligro que puede correr la humanidad no es una catástrofe que le venga de afuera, el hambre y la peste, sino más bien esa enfermedad espiritual, la más terrible pues es el azote más directamente humano, que es la pérdida del gusto de vivir”.

La idea de que lo que uno espera no se haga realidad afecta la estructura de lo humano y se diría que es discapacitante, al punto que tarde o temprano parece totalmente intolerable.

Desde un punto de vista sociológico, la falta de esperanza puede marcar la tónica de una sociedad, en un momento histórico determinado, conduciendo a la población a una suerte de amargura o encogimiento existencial.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 09/05/2023 en Uncategorized

 

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Las expectativas pueden producir verdaderos cambios

Lo que se cree que va a pasar puede hacer que efectivamente ocurra. Este poder de las expectativas es crucial para algunas curas. Y también para la economía, que vive de ilusiones.

Ahora mismo los analistas económicos dicen que en Argentina tiene que ocurrir un cambio de expectativas. Según esta lectura, los agentes económicos deben creer que el gobierno está enderezando las cosas, para que por ejemplo en lugar de huir al dólar se decidan por hacer inversiones productivas.

Esto influye mucho en la inflación. En efecto, las expectativas de las personas sobre cómo evolucionarán los precios en el futuro influyen en las decisiones de gasto, endeudamiento e inversión que toman en el presente.

Se dice que, en países con mucha experiencia inflacionaria, como la Argentina, las expectativas sobre ella dependen de la inflación pasada. Es decir que la inflación genera expectativas de más inflación.

Se conoce como expectativa a la esperanza, sueño o ilusión de realizar o cumplir un determinado propósito. Se asocia básicamente a aquello que se espera y en este sentido es una creencia sobre el futuro.

Consiste en depositar confianza en aquello que, según se considera, es más probable que ocurra: se trata, en definitiva, de una suposición que, de acuerdo a las circunstancias, puede ser más o menos realista.

¿Pueden las expectativas de una persona enferma condicionar el pronóstico de su patología?  ¿Puede nuestra forma de pensar modificar la biología? ¿El convencimiento de que voy a mejorar en mi salud es un agente de cambio positivo?

El “efecto placebo” describe el poder de las expectativas. Con ese fenómeno se alude al hecho de que un paciente puede mejorar al ingerir una sustancia sin efectos relacionados con las causas de la sintomatología.

Es decir, la creencia en una cura puede favorecer y en muchos casos conseguir la curación deseada. Cabe sin embargo aclarar que no todo el mundo responde al efecto placebo, como si se dijera que no todos son “autosugestionables”.

Sin embargo, según el estudio “El placebo en la práctica y en la investigación clínica”, más del 90% de la medicina alternativa se sustenta en las expectativas de la persona, la confiabilidad del profesional o la creencia irracional de que un tratamiento es eficaz.

Este fenómeno ha dado pie a un cambio en el paradigma de las ciencias de la salud y, por supuesto, en su opuesto, las pseudociencias (creencia o práctica que es criticada por ser incompatible con el método científico). 

Hay estudios empíricos que dicen demostrar que hay un sinfín de afecciones físicas y psicológicas –tanto agudas como crónicas– que son sensibles al efecto placebo: la depresión, el dolor neuropático, la fibromialgia, entre otros.

En psicología y en pedagogía, en tanto, se habla del “efecto Pigmalión” en alusión a la importancia que tiene en la vida de las personas la confianza que depositan los otros en ellas.

Esa confianza provoca lo que se conoce como “profecía autocumplida”, es decir determinada creencia o expectativa de comportamiento, determinada predicción, acaba cumpliéndose en los hechos.

En el mundo escolar se ha demostrado, en varios experimentos, cómo las expectativas de un profesor pueden incidir en el rendimiento de un alumno. Los chicos que son vistos como listos, actúan acorde con esa expectativa; a la inversa, si los docentes creen que algunos niños no aprenderán, porque no son capaces, éstos no lograrán los mismos conocimientos que los demás.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 07/08/2022 en Uncategorized

 

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Cuando ocurre lo imprevisto o la teoría del cisne negro

Los eventos que alteran el orden de las cosas, los sucesos de gran impacto que nadie esperaba, constituyen un “cisne negro”, metáfora desarrollada por el filósofo libanes Nassim Taleb.

Por mucho tiempo se creyó que todos los cisnes eran blancos, porque eso arrojaba la evidencia empírica. Sin embargo, tiempo después, ejemplares de cisnes negros fueron avistados en Australia a finales del siglo XVIII.

No fue un hito en la historia de la humanidad, sino una pequeña sorpresa que revela la grave limitación del aprendizaje en base a la observación o la experiencia, y la fragilidad de nuestro conocimiento.

Esta anécdota es el punto de partida de la teoría del cisne negro, popularizada por Nassim Nicholas Taleb, profesor de Ciencias de la Incertidumbre de origen libanés, nacionalizado estadounidense.

El cisne negro es el suceso imprevisto, una rareza ajena a las expectativas normales que provoca un impacto tremendo. Y frente al cual la naturaleza humana tiende a racionalizar, es decir a inventar una explicación verosímil después que sucedió, volviéndolo así predecible.

Para algunos autores ejemplos de “cisne negro” son el inicio de la Primera Guerra Mundial, la epidemia de gripe de 1918 o los atentados del 11 de septiembre de 2001. Y otros incluyen en esta lista a la actual pandemia de coronavirus, aunque varios especialistas la catalogan de previsible.

En este sentido, la actual peste se incluiría dentro del concepto de “rinoceronte gris”, popularizado recientemente por Michele Wucker y que se refiere así a aquellos eventos que todos vemos venir pero a los que nadie se atreve a enfrentarse.

Taleb escribió en 2007 “El cisne negro. El impacto de lo altamente improbable” donde se refiere a que prácticamente todos los descubrimientos científicos e históricos y los logros artísticos tienen como “origen” este tipo de eventos.

Además debe considerarse que, a pesar de tratarse de un hecho raro, nuestra naturaleza nos lleva a explicar el suceso tras su ocurrencia. Esto “racionaliza” el suceso y lo convierte en “esperado y predecible” (la llamada predictibilidad retrospectiva).

Un “cisne negro” es una guerra que altera el orden mundial, un atentado que infunde miedo y modifica las precauciones, una catástrofe natural como un tsunami que desemboca en el desarrollo de nuevos sistemas de alerta preventiva.

Pero también se incluyen en esta categoría las tendencias, la moda, las ideas o las corrientes artísticas. Algunos analistas políticos en Argentina han calificado de “cisne negro” a la próximas elecciones legislativas en Argentina, dada la incógnita que representan para los encuestólogos.

“La incapacidad de predecir las rarezas implica la incapacidad de predecir el curso de la historia, dada la incidencia de estos sucesos en la dinámica de los acontecimientos”, escribe Nassim Taleb en “El cisne negro”.

“La historia es opaca. Se ve lo que aparece, no el guión que produce los sucesos, el generador de la historia”, añade.

Desde el punto de vista epistemológico, el cisne negro se utiliza para cuestionar las generalizaciones que suele hacer la ciencia a partir de sus observaciones inductivas.

Aun contando con leyes generales que predicen acontecimientos o fenómenos, quienes se dedican a la ciencia saben que es posible que haya casos en los que las conclusiones no apliquen. Es decir que siempre puede haber un cisne negro.

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Publicado por en 07/09/2021 en Uncategorized

 

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Las celdas ideológicas que se crean en las redes

La tendencia humana a acomodar la realidad según su particular visión de las cosas encuentra en las redes sociales un campo fértil, donde personas que piensan igual se juntan para confirmar sus sesgos.

Al parecer Internet, en lugar de profundizar la charla social con los que piensan distinto o ser un sitio donde crece el pensamiento crítico gracias a la incorporación de más datos, en realidad sólo fomenta “burbujas” en las que cada quien sólo escucha lo que quiere oír.

Esta característica de los humanos a rechazar todo los que nos contradiga o que insinúe que llevamos toda una vida equivocados, de suerte que no nos importan los hechos en sí mismos sino tener razón siempre no es achacable a la tecnología.

En efecto, es una debilidad psicológica del hombre esto de hacer un uso arbitrario, sesgado y autoritario de la información para confirmar creencias previas o ciertas hipótesis ideológicas.

Lo que se ha descubierto es que las redes sociales exacerban esta tendencia, es decir convierten estas anomalías mentales en rasgos estructurales de consumo de noticias.

El dato es que Facebook, Twitter o Instagram en la práctica fomentan la creación de tribus de gentes similares con ideas similares, un lugar ideológico confortable donde las personas recortan las fuentes de información a la medida de sus creencias.

El fenómeno de estas burbujas en las redes sociales, esta especie de enclaustramiento que se genera en el ciberespacio según las preferencias personales, es un mentís a la promesa originaria de Internet de generar diálogos y construir espacios de ciudadanía.

Es decir, la hipersegmentación en las redes lleva a las personas a ver solo opiniones similares a las propias. Paralelamente no es raro encontrar usuarios que incluso eliminen de sus contactos a todos los que no piensan u opinan igual al círculo de afinidad ideológica.

En 2015, Eytan Bakshy, Solomon Messing y Lada Adamic, científicos sociales de Facebook, hicieron una investigación sobre la exposición de los usuarios de esa red social a contenidos noticiosos y de opinión con diversidad ideológica.

El estudio, publicado en la revista “Science”, encontró que quienes se identifican como “progresistas” consultan enlaces que desafían su forma de pensar solamente en un 22 %.

Gabriel Gómez, comunicador social investigador de medios de comunicación y redes sociales, asegura que las burbujas ideológicas son, ante todo, humanas: “Las redes sociales análogas, como los círculos de amigos, reflejan afinidades en ideas, contextos y edades. Difícilmente unos mejores amigos lo serían si uno de ellos rechazara por completo la forma de vida del otro”.
¿Pero qué problema hay de que gente que piensa igual se junte para interactuar y compartir información? El problema, según los expertos, es que esa gente pueda llegar a generarse la falsa idea de ser parte de un fenómeno global (que todos piensan igual), cuando el hecho real es que sólo ve lo que le permite la pequeña y limitada burbuja ideológica.

Esa gente podría ser víctima de una equívoca sensación de homogeneidad de las ideas, confundir su simplificador y a veces extremista modo de ver con la realidad misma.

Los usuarios así encapsulados, y poco afectos a intercambiar con posturas divergentes, terminan por fabricar y consumir su propio discurso ideológico. ¿Cómo pretender, así, conocer lo que está pasando? ¿Cómo enriquecerse con las ideas de otros?

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Publicado por en 29/11/2018 en Uncategorized

 

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Negación ante los hechos incómodos

Al igual que ocurre con los individuos, que prefieren cerrarse en una interpretación complaciente de los hechos, también los grupos humanos son proclives a elegir la versión más conveniente.

Se diría que hay una tendencia de la especie homo sapiens a negar los hechos cuando éstos desmienten expectativas. Y ya se sabe: una de las fuentes de sufrimiento humano más comunes es cuando las cosas colisionan con nuestros deseos.

La negación es la primera etapa de todo duelo, según la psiquiatra Elisabeth Kübler Ross. “Me siento bien”, “Esto no me puede estar pasando, no a mí”, decimos para tratar de lidiar con alguna tragedia.

Una enfermedad terminal, la pérdida de un ser querido, un desamor o un conflicto muy significativo, pueden activar esta especie de mecanismo psicológico de defensa.

Pero según Elisabeth Kübler Ross, llega un momento en que el individuo reconoce que la negación no puede continuar. Se desencadenan entonces las otras etapas del duelo: ira, depresión, negociación y aceptación.

¿Podemos montar nuestra vida alrededor de la negación, es decir viviendo de espaldas a la verdad? Friedrich Nietzsche contestaría que sí, ya que según él necesitamos mentiras para vivir una vida confortable. La dicha necesita de bálsamos ideológicos que adormezcan nuestro sentido de la realidad.

La verdad es demasiado incómoda y peligrosa como para que la aceptemos sin sufrir. Para asimilarla se requeriría una buena disposición de coraje y autenticidad.

En el prólogo de “Ecce Homo”, el filósofo alemán se pregunta: “¿Cuánta verdad soporta, cuánta verdad osa un espíritu? El error no es ceguera, el error es cobardía”.

Cuando un país pasa por una grave crisis, no es inmune a este fenómeno distorsivo. En efecto, la población puede en ese caso negar sus responsabilidades y buscar un chivo emisario a sus calamidades.

Echarle la culpa a factores externos siempre tranquiliza, aunque el precio sea no aceptar las cosas como realmente son. Un país, así, puede vivir de ficciones, siempre proclive a relatos ilusorios que lo alejan de la verdad.

El autor Michael Specter dice que el “negacionismo grupal” ocurre cuando “todo un segmento de la sociedad, a menudo luchando con el trauma del cambio, da la espalda a la realidad en favor de una mentira más confortable”.

Por lo visto acercarse a la verdad siempre es difícil, toda vez que hay que estar dispuesto a tomar un sendero arduo y trabajoso. “Lejos de esta actitud, la Argentina eligió, muchas veces, el camino de la violenta imposición de ‘verdades reveladas’ alejadas de la razón para resolver sus problemas”, señala el psicoanalista Carlos D. Pierini.

El término “negacionismo” se suele emplear para aludir a doctrinas que niegan algún hecho importante que está generalmente aceptado, en especial si es histórico o científico.

Normalmente se usa en relación con el holocausto judío y puede aplicarse también, como extensión de este sentido, a la negación de otros hechos que no son necesariamente históricos, en particular científicos, como ocurre con el cambio climático.

Los “negacionistas” por tanto serían aquellos que asumen una posición ideológica a través de la cual reaccionan sistemáticamente contra la evidencia histórica o las realidades empíricamente verificables.

Esta forma distorsiva de pensamiento puede ser causa de desgracias personales y grupales. La historia enseña, en efecto, que negar la realidad suele tener un alto costo humano.

 

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Publicado por en 16/05/2017 en Uncategorized

 

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La frustración, el mal siempre latente

La discrepancia insalvable entre el deseo y la realidad está en el núcleo de la existencia humana. Ninguna sociedad se salva, al respecto, de tener que lidiar con el malestar asociado a esta brecha.

Los economistas hablan de “frustración consumista” para describir una situación en la que una sociedad, acostumbrada a identificar su dicha a consumos crecientes, de repente ya no puede darse los gustos que se daba antes.

Una caída del poder adquisitivo lleva inexorablemente, así, a una sensación de desasosiego y malestar. La llamada clase media, un estrato históricamente vinculado en forma directa al consumo, suelen sufrir más que otras esta privación.

En sentido inverso, una sensación de bienestar y de plenitud se registra cuando la adquisición de objetos se halla en un punto ascendente, cuando el poder de compra se acerca al nivel aspiracional material.

Pero el sociólogo Zygmunt Bauman niega que en la “sociedad líquida” –como él le llama a la contemporánea- pretenda cerrar definitivamente ese desgarro entre las aspiraciones y su realización efectiva, porque eso sería, dice, abolir el encanto que tiene.

El poder de seducción de la actual sociedad, sostiene Bauman, se asienta  en el hecho de que los deseos permanezcan instatisfechos, que es la piedra de toque del funcionamiento del sistema económico, que necesita de consumidores voraces, siempre deseantes.

El problema son los “efectos colaterales” de mantener, en forma interminable, o más bien de azuzar deliberadamente, la brecha entre las expectativas y las promesas de consumo y su efectivo cumplimiento.

La corriente de consumo resulta, así, en una formidable fábrica de frustraciones y de neurosis. Y esto por el simple hecho de que la capacidad adquisitiva siempre está por debajo del acceso a los medios deseados.

Esta asimetría entre las expectativas y los medios de logro estaría en la base, según otros sociólogos, de la criminalidad contemporánea. Eso sostiene, por ejemplo, el chileno Armando Campos Santelices, en su libro “Violencia Social”.

“Esta disparidad convertiría al consumismo –especula– en una fuente inagotable de ‘frustaciones’, movilizadoras de resentimiento y en muchos casos de opciones violentas para el logro adquisitivo”.

Se parte del supuesto de que todo aquel que no puede consumir productos promocionados por el mercado se debe sentir infeliz, por lo que hará todo lo que tenga a su alcance (incluso cometer delitos) para lograr esas cosas.

“La frustración aparece cuando el sujeto verifica sus propias dificultades o impedimentos para adquirir más allá de lo que puede”, razona Campos Santelices.

Pero la frustración no sería patrimonio de un sistema económico (en este caso el capitalismo) sino que está en la base de la condición humana, diría Arthur Schopenhauer, para quien el hombre está tironeado entre su aspiración ilimitada y su capacidad limitada.

Según este filósofo del siglo XIX, el hombre “no es más que voluntad, deseos encarnados, un compuesto de mil necesidades”. El problema, dice, es que la naturaleza de ese deseo, que aspira a satisfacerse a costa de todo, es incolmable, apenas satisfecho vuelve a renacer.

Schopenhauer cree, de hecho, que ahí radica la defectuosidad constitutiva de nuestro ser, nuestro mal irremediable, que por encima de todas las utopías pensables carece de solución.

Bajo este punto de vista la frustración, que es la discrepancia entre el deseo y la realidad, está siempre latente.

 

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Publicado por en 10/05/2015 en Uncategorized

 

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Bajo el imperio de la realidad deseada

No sólo los individuos establecemos una brecha entre el mundo como es y el que quisiéramos que fuese. La opinión pública también suele caer víctima de una percepción interesada.

Somos un atado de hábitos y creencias que se entretejen en una interpretación de la vida y el mundo a la que llamamos “realidad”. Pero ya los antiguos estoicos advertían de la colisión entre esa versión mental, fuertemente influida por los deseos, y lo que realmente sucede.

Epicteto, figura de esa escuela filosófica, escribió una sentencia sugerente: “Los hombres no sufren por los hechos sino por las representaciones que tienen de los hechos”.

Estamos tan convencidos de lo que vemos que todo cuanto cae fuera de nuestro umbral de la percepción no es tenido en cuenta. Y si desmiente nuestra expectativa directamente lo impugnamos.

Por eso muchas veces nos producen frustración aquellos eventos que no esperábamos y que no acertamos a entender. Y dado que desmienten nuestras convicciones, hacen derrumbar la confianza que teníamos en las cosas.

Friedrich Nietzsche sugiere que necesitamos mentiras para vivir una vida confortable. La dicha necesita de bálsamos ideológicos que adormezcan nuestro sentido de la realidad.

La verdad es demasiado incómoda y peligrosa como para que la aceptemos sin sufrir. Para asimilarla se requeriría una buena disposición de coraje y autenticidad.

En el prólogo de ‘Ecce Homo’, el filósofo alemán se pregunta: “¿Cuánta verdad soporta, cuánta verdad osa un espíritu? El error no es ceguera, el error es cobardía”.

Al igual que ocurre con los individuos, que prefieren cerrarse en una interpretación complaciente de los hechos, también los grupos humanos son proclives a elegir la versión más conveniente.

La mayoría de los estudios de opinión pública dan cuenta que las sociedades adoptan pautas de pensamiento y comportamiento en defensa propia.

En esta línea se inscribe, por ejemplo, “La noticia deseada: leyendas y fantasmas de la opinión pública”, ensayo escrito en 2004 por el filósofo y periodista Miguel Wiñazki.

La pregunta que se trata de contestar allí es por qué los argentinos deciden tomar por verdaderas cuestiones poco veraces y como no-acontecimientos  hechos que efectivamente sucedieron.

La respuesta que da Wiñazki es que la “tribu masiva” –una suerte de “grandes masas humanas de seres humanos en gestos y vibraciones comunes”– es una comunidad de feligreses que sólo cree en aquello que por sí misma ha construido.

El delirio tribal más emblemático, cuenta, ocurrió durante la Guerra de Malvinas entre abril y junio de 1982, cuando buena parte de la sociedad argentina, sugestionada por la prédica nacionalista del régimen militar, creyó hasta último momento que se estaba ganando la contienda.

“Que traigan al principito” fue la expresión del envalentonamiento militar que aplaudió la opinión pública dominante de la época, y que sugería que Gran Bretaña no enviaría sus tropas al archipiélago.

Sin embargo el príncipe Andrew, miembro de la familia real y soldado de las fuerzas británicas, se hizo presente en Malvinas luego de la victoria inglesa tras una guerra de 74 días.

Abundan estos casos que revelan que la opinión pública nativa sólo está en condiciones de escuchar y leer noticias ajustadas a sus expectativas o supersticiones.

¿Qué pasa cuando la opinión pública rechaza la verdad? Pues se levanta como un imperio la noticia deseada, aquel relato que la mayoría elige creer.

 

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Publicado por en 11/03/2015 en Uncategorized

 

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La inflación mental y la carestía de la vida

Los economistas coinciden en que la inflación, que se expresa en la suba generalizada de precios, es un fenómeno multicausal, en el cual no debe despreciarse el factor psicológico.

La “economía del comportamiento”, como rama del conocimiento, ha socavado el supuesto de que los seres humanos siempre actúan de manera racional y no se equivocan cuando gestionan su propio interés.

La ‘teoría de la mano invisible’ de Adam Smith alimentó esa imagen unilateral del “homo economicus”, al sentar la tesis de que cuando se llevan a cabo grandes cantidades de acciones egoístas y racionales, el resultado global era una sociedad más prospera.

La experiencia humana demuestra que las personas no son en absoluto racionales. Son muchos los fumadores obesos que no dejan de fumar ni hacen régimen, pese al daño que se están haciendo a la salud.

Abundan, por otro lado, los quebrados económicamente porque asumieron deudas que razonablemente no podían manejar. Es la gente que vive por encima de sus posibilidades –algo que puede hacerse extensivo a los países-.

No debe darse por sentado, además, que las personas ahorrarán a lo largo de su vida, porque conviene a su interés asegurarse una vejez tranquila.  ¿Cuántos son los que, endulzados con sus ingresos de hoy, los derrochan en consumos presentes, sin precaverse de que la bonanza puede acabar algún día?

En su reciente libro “Psychonomics”, el economista argentino Martín Tetaz nos viene a recordar que junto a los sucesos objetivos de la economía (demanda, emisión, impuestos), hay que hablar de confianza, miedo e incertidumbre, palabras que señalan aspectos mentales y emocionales de quienes toman decisiones económicas.

La inflación, en este sentido, tiene un alto componente psicológico, en el sentido de que opera en la mente de las personas, quienes instalan un circuito sostenido peligroso, que al final agrava el mal respecto del cual se quieren proteger.

Así los distintos agentes tratarán de anticiparse a la inflación aumentando los precios, en el caso de los productores, o pidiendo mayores aumentos salariales, en el caso de los trabajadores.

La inflación, de esta manera, se va retroalimentando en un movimiento paradojal similar a la profecía autocumplida o autorrealizada. Este último es un término que fue creado por el sociólogo Robert Merton.

Y designa una predicción que, una vez enunciada, es en sí misma la causa de que se haga realidad, y esto porque desencadena una serie de circunstancias favorables para que se cumpla.

Un ejemplo típico de cómo funciona la profecía autocumplida es pronosticar la quiebra de un banco. Esto provocará una gran alarma entre sus clientes, que irán a retirar masivamente los depósitos, haciendo que la entidad financiera no le quede más remedio que declararse en bancarrota.

De igual manera, si la expectativa sobre la tasa futura de inflación es alta, los agentes económicos tratarán de anticiparse a la suba de precios aumentando los suyos.

La inflación mental, en ese caso, influirá sobre la real. Remarcar los precios “por las dudas”, con intenciones defensivas, es lo que los economistas llaman “inflación por expectativa”.

Por eso muchos de ellos consideran que, si se quiere domeñar la suba de precios, una política inflacionaria debe trabajar sobre esas expectativas, convenciendo a los agentes económicos de que se está haciendo algo efectivo en ese sentido.

Los agentes, por cierto, deben “creer” en la eficacia de los instrumentos para bajar la inflación. Y la credibilidad, se sabe, es un insumo de carácter psicológico.

 

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Publicado por en 11/05/2014 en Uncategorized

 

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