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De cómo la radio marcó un antes y un después

El 13 de febrero se celebra el Día Mundial de la Radio, un medio tecnológico cuya aparición en el siglo XX cambió radicalmente la comunicación, la política y la sociabilidad.

Desde la antigüedad la humanidad pretendió extender la potencia de la voz humana, reemplazándola por distintos instrumentos: los faros, las señales de fuego y humo, la “posta” de sonidos o las señales lumínicas.

El telégrafo y el teléfono eran, hacia fines del siglo XIX, las tecnologías más avanzadas para potenciar la voz. Pero la necesidad de cables o hilos entre ambos polos (aparato emisor y aparato receptor de señales) dificultaba técnica y económicamente algunas conexiones, sobre todo cuando las distancias eran muy largas o tenían obstáculos naturales (montañas, mar, etc.).

Hasta que apareció la radio, una tecnología que posibilitó la comunicación sin hilos, a través del envío de señales de audio por ondas electromagnéticas.

Aunque ha quedado para la historia que el inventor de la radio fue Guglielmo Marconi quien presentó la patente en 1904, realmente fue Nikola Tesla quien en 1895 inventó un sistema para transmitir mensajes de voz sin hilos.

Hoy se sabe que Marconi utilizó el invento de Tesla en 1899 para realizar la primera comunicación sin cables: envió un mensaje entre Dover (Inglaterra) y Boulougne (Francia), a una distancia de 48 kilómetros. Un par de años más tarde, en 1901, amplió esa distancia y realizó la primera transmisión que cruzó el océano Atlántico.

Pero en el año 1943 la Corte Suprema de Estado Unidos reconoció a Nikola Tesla como el inventor de la radio y le devolvió la patente en poder de Marconi hasta ese momento.

Las primeras transmisiones radiales en Argentina comenzaron en 1920. El 27 de agosto de ese año, desde la azotea del Teatro Coliseo de Buenos Aires, la Sociedad Radio Argentina transmitió la ópera “Parsifal” de Richard Wagner, comenzando así con la programación de la primera emisora de radiodifusión en el mundo.

Su creador, organizador y el primer locutor del mundo fue el doctor Enrique Telémaco Susini. Para 1925, ya había 12 estaciones de radio Buenos Aires y otras 10 en el interior del país.

Entre 1920 y 1930, muchos hogares en países occidentales tenían receptores de radio. Durante esos años, esta tecnología se convirtió en la principal fuente de información para la población.

Desde sus casas, sin necesidad de saber leer o de tener acceso a los diarios escritos, la gente empezó a estar al corriente de lo que ocurría. Los programas difundían información y conocimiento, a la vez que debatían sobre asuntos políticos y sociales.

Las personas podían estar informadas, pero además se enteraban de las noticias con una rapidez que nunca antes se había visto.

Esta inmediatez a la hora de transmitir informaciones hizo que la radio jugara un papel crucial durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Las personas alrededor del mundo podían seguir el desarrollo del conflicto casi en tiempo real.

Por otro lado, tanto nazis como aliados emitían mensajes de propaganda para contar su versión de la guerra y confundir al enemigo, o bien para dar ánimos a la población.

Hasta los años ‘50, la radio disfrutó de una gran popularidad. Los programas y retransmisiones eran cada vez más numerosos, lo que convirtió a este medio de comunicación en un fenómeno social.

La época dorada de la radio terminó con la aparición de la televisión y, más tarde, Internet. Aunque todavía hoy sigue siendo el medio de comunicación más utilizado en el mundo.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 19/02/2023 en Uncategorized

 

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La «guerra cognitiva» o la manipulación de la mente

No es una novedad el empleo de técnicas para influir en el sistema de valores, creencias y emociones de las personas. Una práctica propia de los regímenes totalitarios y siempre presente en las contiendas militares.

Las operaciones psicológicas han sido conocidas también con otros términos, como guerra política, “ganar las mentes y los corazones”.

Se sabe, por otro lado, que los estados totalitarios (comunismo, fascismo y nazismo) controlaban sus poblaciones mediante el monopolio de la información y la propaganda, cerrando, intimidando o controlando los medios de comunicación.

En la obra “Propaganda: La formación de las actitudes de los hombres”, Jacques Ellul escribe sobre la guerra psicológica como una política habitual y pacífica practicada entre naciones como una forma de agresión indirecta. Este tipo de propaganda mina la opinión pública de un régimen adverso retirándole el poder sobre la opinión pública.

Ahora se habla de “guerra cognitiva” en relación por ejemplo a las noticias  falsas sobre la guerra en Ucrania difundidas por Rusia, y a la batalla de desinformación que llevan adelante dos países enfrentados: China y Taiwán.

Todo indica que este concepto ha ido reemplazando las operaciones de inteligencia o guerra psicológica tradicional, por el tipo de manipulación masiva y sutil que hacen posible los nuevos medios de comunicación.

Hace ya más de un año la OTAN publicó en su web NATO REVIEW, un texto llamado, “Contrarrestando la guerra cognitiva: conciencia y resiliencia”, firmado por académicos de la Johns Hopkins University y del Imperial College de Londres.

Allí se sostiene que la guerra cognitiva “integra capacidades de ingeniería cibernética, informática, psicológica y social para lograr sus fines. Aprovecha Internet y las redes sociales para dirigirse a personas influyentes, grupos específicos y un gran número de ciudadanos de forma selectiva y en serie en una sociedad”.

El informe de la OTAN sostiene que las estrategias de desinformación y de desmoralización, que se han practicado en todas las guerras, se han actualizado hoy en Twitter, WhatsApp, Facebook o Tik-Tok, para “sembrar dudas, introducir narrativas contradictorias, polarizar opiniones, radicalizar grupos y motivarlos a realizar actos que pueden perturbar o fragmentar una sociedad cohesionada”.

En principio la guerra cognitiva consiste en desarticular el raciocinio de las personas y reemplazarlo por uno que parezca lógico, pero que en realidad es una representación manipulada de la realidad.

Esto haría que las personas a las que va dirigida la acción mediática, incluso aquellas con educación formal y elevado nivel intelectual, acepten incondicionalmente información dirigida y arbitraria de múltiples fuentes -formales e informales-, para elaborar conclusiones que en su mente aparecen como reflexión propia.

Al respecto el pasado marzo, el ejército chino publicó un manual sobre la “guerra de información”, diciendo que debía tener un papel central sobre la fuerza militar convencional.

“La guerra de la era de la información depende principalmente de la información para someter a un enemigo”, sostenía el informe. Poco después de su publicación, la presidenta taiwanesa Tsai Ing-wen denunció a China se había lanzado contra Taiwán usando “tácticas de guerra cognitiva”, cuyo objetivo era crear “un país dividido e infeliz” que sea un blanco más fácil para la invasión.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 14/08/2022 en Uncategorized

 

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Hacer periodismo en la era de las redes sociales

El 38º aniversario de diario EL DÍA, que se celebra hoy (15 de agosto), ocurre en momentos en que se discute en los foros de comunicación si el periodismo se ha volatilizado o se aproxima a su fin.

Hay quienes directamente dan por muerto a este venerable oficio que al no tener el monopolio de la noticia, en un contexto donde la circulación y el consumo de datos se dan fuera de su esfera, habría perdido su razón de ser.

Hubo un tiempo, efectivamente, en el que los periodistas actuaban como intermediarios entre los hechos, que ellos mismos se encargaban de seleccionar y luego comunicar, y el público.

Desde el canal que fuera (periódico, radio o televisión) eran ellos quienes gestionaban los flujos informativos, de suerte que los lectores y las audiencias, para saber lo que pasaba, dependían de sus intervenciones.

Pero los nuevos paradigmas mediáticos, revolución digital de por medio, han desplazado el poder de los emisores a favor de los receptores, rompiendo la verticalidad y unidireccionalidad propia de los “medios de comunicación de masas”.

El efecto ha sido que los receptores se han convertido en buscadores activos de datos, pudiendo elegir entre diferentes contenidos, manipularlos, reproducirlos, retransmitirlos, e incluso regular su tiempo de consumo.

El periodista, por tanto, ha perdido la centralidad que tenía sobre todo en la “semantización” de la realidad. Así se describe al proceso por el cual un hecho social se introduce en los contenidos de un medio masivo.

En el ecosistema de la comunicación digital, que ha producido un incremento exponencial de la información a disposición de los usuarios, ya nadie ostenta el monopolio del saber sobre la actualidad, que era aquello que le otorgaba poder y prestigio al oficio de periodista.

Hoy la gente se entera, por ejemplo, de los sucesos actuales (la muerte de un famoso, la caída de un avión, las encuestas de boca de urna en cualquier elección, un temblor de la Tierra) por Twitter, Facebook u otra red social.

La famosa y mítica primicia, de la que se enorgullecía de dar el periodista, ya no vale nada. La noticia está tan al alcance de la mano, por las múltiples plataformas de acceso, que la profesión de periodista parece decorativa.

Además los mismos medios alientan a los “periodistas amateurs” para que envíen a través de las nuevas tecnologías, fotografías o filmaciones de los acontecimientos que antes eran cubiertos por corresponsales o enviados especiales.

El periodista comenzó a perder ese lugar especial que tenía, dado que en esta nueva sociedad de redes, cada ciudadano pasa potencialmente a ser productor de contenidos, y ha proveerse él de los datos que precisa.

En el nuevo escenario, sin el capital simbólico que lo rodeaba, ¿el periodismo ya fue? ¿Ha caído víctima de la tecnología, como ha ocurrido con otras profesiones a lo largo de la historia?

Hay quienes piensan, sin embargo, que es aventurado pronunciar un réquiem para esta actividad. Sugieren que todavía persiste la necesidad de contar con personas intelectualmente preparadas para encontrar, seleccionar, ordenar e interpretar las noticias.

Eso piensa Carlo de Benedetti, empresario editorial, para quien el “buen” periodismo no está destinado a morir en el siglo XXI.

Y esto porque su cometido es interpretar y ofrecer una representación coherente y completa de la realidad, frente al fluir anárquico de los datos online. Y en este sentido, dice, “el periodismo es la infraestructura de la democracia”.

 

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 19/08/2020 en Uncategorized

 

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La versión inquietante que ofrecen los medios

Hay gente que se queja que no se pueden leer los diarios, escuchar las radios ni ver la televisión sin tener la sensación de que todo es un horror en el mundo. ¿Acaso los medios sólo ofrecen “malas noticias”?

El tópico es tan viejo como la profesión del periodismo. Dado que la noticia es un “recorte” de la realidad, ¿qué criterio define el carácter noticioso de lo que se publica?

O en otros términos: ¿qué hace que algunos hechos sean considerados más relevantes que otros para que sobre ellos se informe en los medios de comunicación?

La definición canónica al respecto es que debe ser un hecho novedoso o no muy común, que tenga interés para la mayoría de la población. Eso significa, por tanto, que la noticia tiene una ideología.

A propósito, en las escuelas de periodismo se ejemplifica esto con la siguiente pregunta: ¿Qué es noticia: que un perro muerda a un hombre, o que un hombre muerda a un perro?

En la profesión, noticia es lo segundo. Es decir, podría decirse que los periodistas desarrollan un olfato especial para detectar lo anormal, tienen afinada la mirada para ver lo patológico.

El conflicto, por ejemplo, es algo altamente noticioso. Guerras, crisis económicas, catástrofes naturales, disidencias, violencia de todo tipo, configuran un menú habitual en las mesas de redacción de la prensa.

La pregunta que cabe hacerse, al respecto, es si la versión que da el periodismo sobre la actualidad, dada su inclinación por los aspectos sórdidos y anormales, no implica una distorsión sombría de la realidad.

El dicho periodístico «Good news isn’t news» (“Una buena noticia no es noticia”), tiene una larga tradición en el mundo de los medios de comunicación, y sugiere que la noticia “negativa” atrae más que la “positiva”.

Aunque el semiólogo italiano Umberto Eco cuestiona esta interpretación: “Es una ideología vieja considerar que noticia es sólo lo que es excepcional: el hombre que muerde al perro y no al revés. Pensándolo bien, está concepción de la noticia es lo opuesto a la noción histórica y científica de un hecho significativo”, escribió.

Como sea, dado que los medios de comunicación son un negocio y que su mercadería son las noticias, hay razones para sospechar que éstas deben atrapar de algún modo el interés del público.

¿Funcionaría, por ejemplo, un diario que se propusiera publicar sólo buenas noticias? ¿No estaría condenado ese medio al fracaso? En principio, decir que todo está bien, equivaldría a ignorar los horrores que genera una parte de la sociedad.

Pero además, ¿acaso al público no le gustan el morbo y el escándalo? ¿No está probado, por ejemplo, que las noticas sobre crímenes o desgracias enganchan y conmueven como ninguna otra historia?

Para el filósofo español Fernando Savater es verdad que en periodismo notica  es lo que “sale de la norma”, y por lo cual que el sol amanezca cada día o que los aviones arriben normalmente a los aeropuertos no lo consideramos noticia.

Pero añade: “Lo insólito puede ser negativo o positivo, y la tendencia suele ser más bien el inclinarse por lo negativo. Por ejemplo, cuando informamos sobre un descubrimiento científico, suele gustarnos subrayar más los males que pueda acarrear dicha investigación que no sus ventajas”.

Savater plantea a este respecto un tema interesante: “En los diarios, la publicidad hasta ahora suele ser el espacio de las buenas noticias, ya que todo lo que se anuncia en ella es maravilloso. Y, por contraposición, la información se limita más bien a las noticias malas”.

 

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Publicado por en 08/04/2018 en Uncategorized

 

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Consumir noticias que confirmen prejuicios

Desde el mundo de la semiología y la comunicación se ha descubierto que las lecturas de la realidad no son asexuadas. El público, en realidad, elige qué consumir siguiendo sus propios prejuicios.

Se sabe, por otro lado, que la percepción no es un puro registro del mundo exterior, sino que es una forma de organizar los objetos y de darles un sentido. Eso significa que hay una alta dosis de subjetividad en todo acto de conocimiento.

No percibimos al mundo tal cual es, sino que lo interpretamos, le damos un significado sobre todo según nuestros deseos, es decir según como nos gustarían que fuesen las cosas.

El público que consume noticias e información actún de idéntica manera: selecciona los contenidos que circulan por el sistema de medios ante todo para confirmar su modo de ver el mundo.

Acá en lugar de analizar ls que los emisores hacen con los receptores –según la vieja fórmula hipodérmica de la comunicación- en realidad hay que preguntarse qué hacen estos últimos con los diarios, las radios, los canales de televisión, y últimamente con las redes sociales.

Es el público el que “usa” a los medios, no al revés. En este sentido cabría postular que hay un pacto implícito entre los medios de comunicación y los destinatarios, que el semiólogo argentino Eliseo Verón llamó “contrato de lectura”.

Según este contrato, quienes leen esperan del medio elegido cierto estilo, cierto enfoque, cierta terminología, cierta “construcción del acontecimiento”, cierta mirada ideológica global sobre la vida y al mundo.

La era digital, con su multiplicación de ofertas informativas, ha profundizado este contrato de lectura, al ofrecer a un público cada vez más heterogéneo más opciones para elegir. En todos lados las redes sociales y sitios web como Facebook y YouTube han superado a los medios “tradicionales” como fuente primaria de información para la población joven.
“Audiencias chúcaras”, “receptores empoderados”, “telespectador activo”, “recepción de autor”. Esas son las expresiones que se emplean hoy para definir a los usuarios digitales de bienes culturales o mediáticos.

Es decir ya no estamos en presencia de audiencias masivas controladas sino de usuarios que tienen el poder de decidir, desde los nuevos dispositivos tecnológicos, qué consumir y cuándo.

Es decir, la profusa oferta mediática ha ampliado los márgenes de elección de los públicos, haciendo que el consumo de medios refleja más las preferencias de las audiencias.

El punto es que el público escucha y presta atención a aquello que más le gusta y coincide con lo que está dentro de sus expectativas (contrato de lectura).

El periodista y escritor Miguel Wiñazki ha formulado, a propósito, el concepto de “noticia deseada”, según el cual el público desea confirmar sus prejuicios antes que informarse.

Esto conduce a que los medios y emisores se acomoden a la demanda, sometiéndose los periodistas a la tensión de la noticia deseada, que consiste en comunicar lo que su público quiere escuchar.

Pero según Wiñazki, la notica que el público elige creer es un mecanismo de distorsión de la realidad. La noticia deseada, en este sentido, puede actuar como un opio en aquel público que sólo ve o lee cosas que no contradicen su expectativa ideológica.

Preferir la noticia deseada es un rasgo de baja tolerancia hacia la verdad, dice Wiñazki, para quien el mayor capital social que puede tener un país es su capacidad para aceptar y soportar la verdad.

 

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Publicado por en 17/03/2018 en Uncategorized

 

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Redes sociales o el conventillo virtual

En América del Sur el “conventillero” es aquel que alborota, intriga y chismorrea. ¿Acaso las redes sociales no se han convertido en el espacio donde tanta gente espía la vida ajena y se dedica a hablar mal del prójimo?

Twitter, Facebook, Instagram, Snapchat, WhatsApp son las plataformas en las que las personas intercambian experiencias. Para quienes han nacido al abrigo de estas redes sociales, como los adolescentes, son su espacio de intercambio.

Las redes, es innegable, responden a las necesidades comunicativas de una generación. Visto en estos términos, se entiende su popularidad. Somos seres sociales, necesitamos del otro, deseamos sentirnos parte del grupo.

La socialización online, sin embargo, parece haber potenciado un fenómeno psicosocial antiquísimo, el chisme, toda vez que permite asomarse a la vida ajena, como quien quiere conocer lo que ocurre detrás de las paredes del vecino.

Un lugar, al mismo tiempo, ideal para hacer correr rumores, para hablar mal de otras personas desde el anonimato. Para de última “sacar el cuero”, como se suele decir en Argentina.

La Real Academia Española (RAE) define al ‘chisme’ en estos términos: “Noticia verdadera o falsa, o comentario con que generalmente se pretende indisponer a unas personas con otras o se murmura de alguna”.

Es decir, se está ante un comentario que busca descalificar a las personas, haciendo que su fama o nombre, queden dañados ante los demás. Para tomar dimensión del daño hay considerar que el respeto público, para decirlo de alguna manera, es inherente a la condición humana.

“El hombre, como ser social, siempre está orientado al exterior. Logra la primera sensación básica de la vida a través de la percepción de lo que los demás piensen de él”, decía el filósofo Jean-Jacques Rousseau.

En este sentido las personas desean, como una inclinación natural, una opinión favorable de la sociedad en la que viven. La estima ajena funda el honor y el respeto público.

Ahora bien, hablar con desaprobación sobre alguien, por tanto, hace que esa imagen caiga en descrédito. Mover la “opinión pública” contra alguien, mediante el chisme, puede destruir su situación en la sociedad.

“¿Quién ha dicho eso?”, preguntan las personas siempre que le cuentan algún chisme destructivo sobre ellas, dispuestas a defenderse. Pero la murmuración es anónima y por tanto artera.

La vida “virtual” puede devenir en un verdadero conventillo en el que muchos disfrutan asomar la cabeza por encima de la medianera para criticar que hace o deja de hacer el vecino.

El chimes tiene doble cara. Están los chismosos activos, que son los que chismean, y los pasivos, que son los que se gratifican consumiendo la miseria ajena. Las dos formas viven e interactúan conjuntamente: no hay narrador de chismes si no hay quienes los escuchen.

Las personas son chismosas porque el hombre tiene un deseo irrenunciable de conocer. Queremos, efectivamente, averiguar qué ocurre detrás de las paredes del vecino, saber detalles de su vida privada. La “curiosidad nos mata”, decimos.

Las redes sociales, en este sentido, nos dan un pantallazo de la vida de los otros. Ya que es común que la gente postee o suba imágenes de sus experiencias cotidianas, espoleadas muchas veces por un fuerte narcisismo.

A veces estas exhibiciones en las redes despiertan un pecado, la envidia, es decir el deseo malsano por tener aquello que el otro posee, lo cual es fuente de frustración por parte de quien “espía”.

 

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Publicado por en 11/01/2017 en Uncategorized

 

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La noticia, otra versión de lo real

El periodismo, como práctica social vinculada a informar sobre la actualidad, genera un producto específico, la noticia. Se trata de una operación de elaboración cuya materia prima son los “hechos”.

Con las noticias pasa igual que con las fotografías: si están bien hechas, si su factura es convincente y creíble, logran producir un efecto “realista” en quienes las consumen.

Nos parece que vemos lo que ocurrió tal como ocurrió sin alteraciones. Sin embargo, así queda escamoteada la “mediación” que tiene lugar en toda enunciación por parte de un emisor.

El receptor, impactado por lo que lee o ve, cree que accede sin más a la realidad, sin percatarse que en verdad está delante de una construcción retórica.

La fuerza persuasiva de una foto, por caso, es incomparable. Las cámaras imitan la percepción del ojo humano. De tal manera que la imagen “es igual” que la realidad tal cual la veríamos nosotros mismos.

Se dice que la “refleja”. Pero con ese término –que sugiere copia exacta- se oculta la mediación de la persona que maneja la cámara, cuyo ojo ha decidido reflejar desde un ángulo especial ligado a su propia concepción del mundo.

Es decir que la imagen de la realidad en la foto no refleja la realidad, sino que la representa. Se nos olvida habitualmente, en este sentido, que una fotografía expresa siempre el punto de vista del fotógrafo.

En forma análoga, no es correcto asimilar a la noticia con los hechos, aunque el periodismo intentará generar la impresión de que lo que produce “refleja” la realidad del mundo tal cual es.

La noticia no es el hecho mismo. Un diario, por caso, tiene a su cargo un proceso de industrialización, por el cual el hecho hace las veces de la “materia prima”, en tanto que la noticia es la “manufactura” final.

Esta última es una comunicación discursiva, una operación semántica realizada por personas, orientada a determinado público o receptor, aunque a propósito de hechos de actualidad.

Como bien se puede observar, la noticia es un recorte intelectual y lingüístico de la realidad, en tanto que el periodismo actúa como intermediario entre el hecho y el público.

Ahora bien, si la noticia es un “recorte de la realidad” sobre un hecho de actualidad, ¿qué criterios definen su carácter noticioso? O en otros términos: ¿qué hace que algunos hechos sean considerados más relevantes que otros para que sobre ellos se informe en los medios?

La definición canónica al respecto es que debe ser un hecho novedoso o no muy común, que tenga interés para la mayoría de la población. Eso significa, por tanto, que la noticia tiene una ideología.

A propósito, en las escuelas de periodismo se ejemplifica esto con la siguiente pregunta: ¿Qué es noticia: que un perro muerda a un hombre, o que un hombre muerda a un perro?

En la profesión, noticia es lo segundo. Es decir, podría decirse que los periodistas desarrollan un olfato especial para detectar lo anormal, tienen afinada la mirada para ver lo patológico.

El conflicto, por ejemplo, es algo altamente noticioso. Guerras, crisis económicas, catástrofes naturales, disidencias, violencia de todo tipo, configuran un menú habitual en las mesas de redacción de la prensa.

La pregunta que cabe hacerse, al respecto, es si la versión que da el periodismo sobre la actualidad, dada su inclinación por los aspectos sórdidos y anormales, no implica una distorsión sombría de la realidad.

 

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Publicado por en 09/11/2016 en Uncategorized

 

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La naturalización de la crisis humanitaria siria

La comunidad internacional parece haberse acostumbrado al drama de Siria. Como si la catástrofe humanitaria que allí se vive ya no interesara, porque dejó de impactar como noticia.

Qué lleva a naturalizar ciertos “estados” antinaturales, negativos, autodestructivos, es uno de los grandes enigmas antropológicos. El hombre es un “animal de costumbre” se dice, como si ello fuese suficiente como respuesta.

A fuerza de convivir con la anomalía se la termina aceptando, convirtiéndola en parte del paisaje, y eso le quita a la conciencia su carácter disfuncional o su aspecto perverso.

Los individuos y las sociedades pueden ser conducidos, así, a situaciones inadmisibles y verse luego inducidos a conformarse a las mismas, naturalizando lo que es “antinatural”.

Lo que es una aberración, un cuadro éticamente inaceptable es lo que se vive en Siria, donde una guerra civil que lleva más de cuatro años se cobró la vida de 220.000 personas y expulsó de sus hogares a más de 11 de los 23 millones de habitantes del país.

El sufrimiento indecible de las familias sirias, pese a ser un drama sobrecogedor que interpela la conciencia humana en pleno siglo XXI, es sin embargo una noticia que compite con cualquier otra, hasta con las más frívolas.

A la guerra civil en Siria parece caberle la suerte de todas las informaciones: son sensación cuando irrumpe el fenómeno, y ocupan entonces la primera plana de todos diarios, pero con el paso del tiempo el interés va declinando, hasta languidecer en la opinión pública.

El ciclo natural informativo, sin embargo, insensibiliza sobre el horror en este caso. Porque la crisis humanitaria no sólo no cede sino que se agrava cada día que pasa.

Ahora mismo las organizaciones humanitarias y de derechos humanos están clamando para que la comunidad internacional deje de mirar para otro lado y asuma resueltamente el drama que sufren millones de personas.

Han hecho circular una imagen de satélite realizada por los científicos de la Universidad de Wuhan, que muestra que desde que comenzó el conflicto, en marzo de 2011, se han apagado el 83% de las luces de Siria.

“Cuatro años después del comienzo de la crisis, los habitantes de Siria están sumidos en la oscuridad: en la pobreza extrema, asustados y llorando por los amigos que han perdido y el país que una vez conocieron”, declaró David Miliband, presidente y director general del Comité Internacional de Rescate.

“Cuatro años después del comienzo de la crisis, hay muy poca luz en este túnel. Más de 200.000 personas han perdido la vida y 11 millones de personas, una cifra sobrecogedora, han tenido que huir de sus casas. Los sirios merecen algo mucho mejor de la comunidad internacional; ya es hora de que demostremos que no nos hemos rendido y que trabajaremos con ellos para  volver a encender las luces”, sostuvo.

“Las imágenes de satélite son la fuente de datos más objetiva que muestra la devastación de Siria a escala nacional”, dijo por su lado el doctor Xi Li, investigador jefe del proyecto.

Y agregó: “Tomadas a una distancia de 500 millas de la Tierra, estas imágenes nos ayudan a comprender el sufrimiento y el miedo que experimentan los sirios cada día, mientras destruyen su país a su alrededor”.

La tragedia humana provocada por la guerra civil siria -un aspecto de la cual es la diáspora sin fin de millones de familias que huyen del horror para sobrevivir en campamentos donde falta todo-, no puede ser de ninguna manera naturalizada, aceptada sin más.

 

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Publicado por en 27/03/2015 en Uncategorized

 

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Bajo el imperio de la realidad deseada

No sólo los individuos establecemos una brecha entre el mundo como es y el que quisiéramos que fuese. La opinión pública también suele caer víctima de una percepción interesada.

Somos un atado de hábitos y creencias que se entretejen en una interpretación de la vida y el mundo a la que llamamos “realidad”. Pero ya los antiguos estoicos advertían de la colisión entre esa versión mental, fuertemente influida por los deseos, y lo que realmente sucede.

Epicteto, figura de esa escuela filosófica, escribió una sentencia sugerente: “Los hombres no sufren por los hechos sino por las representaciones que tienen de los hechos”.

Estamos tan convencidos de lo que vemos que todo cuanto cae fuera de nuestro umbral de la percepción no es tenido en cuenta. Y si desmiente nuestra expectativa directamente lo impugnamos.

Por eso muchas veces nos producen frustración aquellos eventos que no esperábamos y que no acertamos a entender. Y dado que desmienten nuestras convicciones, hacen derrumbar la confianza que teníamos en las cosas.

Friedrich Nietzsche sugiere que necesitamos mentiras para vivir una vida confortable. La dicha necesita de bálsamos ideológicos que adormezcan nuestro sentido de la realidad.

La verdad es demasiado incómoda y peligrosa como para que la aceptemos sin sufrir. Para asimilarla se requeriría una buena disposición de coraje y autenticidad.

En el prólogo de ‘Ecce Homo’, el filósofo alemán se pregunta: “¿Cuánta verdad soporta, cuánta verdad osa un espíritu? El error no es ceguera, el error es cobardía”.

Al igual que ocurre con los individuos, que prefieren cerrarse en una interpretación complaciente de los hechos, también los grupos humanos son proclives a elegir la versión más conveniente.

La mayoría de los estudios de opinión pública dan cuenta que las sociedades adoptan pautas de pensamiento y comportamiento en defensa propia.

En esta línea se inscribe, por ejemplo, “La noticia deseada: leyendas y fantasmas de la opinión pública”, ensayo escrito en 2004 por el filósofo y periodista Miguel Wiñazki.

La pregunta que se trata de contestar allí es por qué los argentinos deciden tomar por verdaderas cuestiones poco veraces y como no-acontecimientos  hechos que efectivamente sucedieron.

La respuesta que da Wiñazki es que la “tribu masiva” –una suerte de “grandes masas humanas de seres humanos en gestos y vibraciones comunes”– es una comunidad de feligreses que sólo cree en aquello que por sí misma ha construido.

El delirio tribal más emblemático, cuenta, ocurrió durante la Guerra de Malvinas entre abril y junio de 1982, cuando buena parte de la sociedad argentina, sugestionada por la prédica nacionalista del régimen militar, creyó hasta último momento que se estaba ganando la contienda.

“Que traigan al principito” fue la expresión del envalentonamiento militar que aplaudió la opinión pública dominante de la época, y que sugería que Gran Bretaña no enviaría sus tropas al archipiélago.

Sin embargo el príncipe Andrew, miembro de la familia real y soldado de las fuerzas británicas, se hizo presente en Malvinas luego de la victoria inglesa tras una guerra de 74 días.

Abundan estos casos que revelan que la opinión pública nativa sólo está en condiciones de escuchar y leer noticias ajustadas a sus expectativas o supersticiones.

¿Qué pasa cuando la opinión pública rechaza la verdad? Pues se levanta como un imperio la noticia deseada, aquel relato que la mayoría elige creer.

 

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Publicado por en 11/03/2015 en Uncategorized

 

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¿Será cierto que el periodismo ya fue?

El cumpleaños número 32 de diario EL DÍA, que se celebra hoy (15 de agosto), ocurre en momentos en que se discute en los foros de comunicación si el periodismo se ha volatilizado o se aproxima a su fin.

Hay quienes directamente dan por muerto a este venerable oficio que al no tener el monopolio de la noticia, en un contexto donde la circulación y el consumo de datos se dan fuera de su esfera, habría perdido su razón de ser.

Hubo un tiempo, efectivamente, en el que los periodistas actuaban como intermediarios entre los hechos, que ellos mismos se encargaban de seleccionar y luego comunicar, y el público.

Desde el canal que fuera (periódico, radio o televisión) eran ellos quienes gestionaban los flujos informativos, de suerte que los lectores y las audiencias, para saber lo que pasaba, dependían de sus intervenciones.

Pero los nuevos paradigmas mediáticos, revolución digital de por medio, han desplazado el poder de los emisores a favor de los receptores, rompiendo la verticalidad y unidireccionalidad propia de los “medios de comunicación de masas”.

El efecto ha sido que los receptores se han convertido en buscadores activos de datos, pudiendo elegir entre diferentes contenidos, manipularlos, reproducirlos, retransmitirlos, e incluso regular su tiempo de consumo.

El periodista, por tanto, ha perdido la centralidad que tenía sobre todo en la “semantización” de la realidad. Así se describe al proceso por el cual un hecho social se introduce en los contenidos de un medio masivo.

En el ecosistema de la comunicación digital, que ha producido un incremento exponencial de la información a disposición de los usuarios, ya nadie ostenta el monopolio del saber sobre la actualidad, que era aquello que le otorgaba poder y prestigio al oficio de periodista.

Hoy la gente se entera, por ejemplo, de los sucesos actuales (la muerte de un famoso, la caída de un avión, las encuestas de boca de urna en cualquier elección, un temblor de la tierra) por Twitter u otra red social.

La famosa y mítica primicia, de la que se enorgullecía de dar el periodista, ya no vale nada. La noticia está tan al alcance de la mano, por las múltiples plataforma de acceso, que la profesión de periodista parece decorativa.

Además los mismos medios alientan a los “periodistas amateurs” para que envíen a través de las nuevas tecnologías, fotografías o filmaciones de los acontecimientos que antes eran cubiertos por corresponsales o enviados especiales.

El periodista comenzó a perder ese lugar especial que tenía, dado que en esta nueva sociedad de redes, cada ciudadano pasa potencialmente a ser productor de contenidos, y ha proveerse él de los datos que precisa.

En el nuevo escenario, sin el capital simbólico que lo rodeaba, ¿el periodismo ya fue? ¿Ha caído víctima de la tecnología, como ha ocurrido con otras profesiones a lo largo de la historia?

Hay quienes piensan, sin embargo, que es aventurado pronunciar un réquiem de esta actividad. Sugieren que todavía persiste la necesidad de contar con personas intelectualmente preparadas para encontrar, seleccionar, ordenar e interpretar las noticias.

Eso piensa Carlo de Benedetti, presidente del Grupo Editorial L’Espresso, para quien el “buen” periodismo no está destinado a morir en el siglo XXI.

Y esto porque su cometido es interpretar y ofrecer una representación coherente y completa de la realidad, frente al fluir anárquico de los datos online. Y en este sentido, dice, “el periodismo es la infraestructura de la democracia”.

 

© El Día de Gualeguaychú

 

 
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Publicado por en 02/09/2014 en Uncategorized

 

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