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La dimensión ficcional de todo poder

¿Será que vivimos dentro de una gran ficción instrumentada por el poder político de turno? ¿Somos, acaso, víctimas de un fantástico relato al que tendemos a darle crédito más allá de la realidad?

Todo gobierno se ve obligado a realizar la construcción de una narrativa que otorgue sentido y una nueva significación a sus acciones, desde las más trascendentes hasta las más triviales.

Es un prisma ideológico, que orientado a través de los medios de comunicación consolida un discurso político dominante.

Se trata de un montaje retórico desafiante porque en lo posible debe ser consistente a lo largo del tiempo, a la vez que adaptable a las cambiantes circunstancias que se van planteando con el devenir de los acontecimientos.

Tradicionalmente un relato “X”, como se ha visto en Argentina, implica por lo general usar el aparato del Estado, desde medios de comunicación pasando incluso por el sistema educativo, para moldear el “sentido común” de la gente, utilizando un término gramsciano.

La narrativa debe ayudar a mantener la adhesión de la mayoría de la población todo el tiempo que sea necesaria para garantizar que el elenco gobernante y sus socios sigan en el poder.

Pero nada es eterno, y menos en política. Llega un momento en que la realidad se impone al relato. Es cuando la gente cae en la cuenta que lo que le sucede contradice el discurso que baja del poder.

Entonces la pérdida de la efectividad explicativa de la narrativa oficial, su cada vez menor credibilidad, permite la emergencia de “contrarrelatos” que empiezan a pugnar por reemplazarla.

Esto es lo que preanuncia el fin del ciclo vital de un gobierno y el comienzo de un nuevo ciclo político. En otros términos, es cuando la novela del poder ha perdido eficacia y la sociedad, que cae bajo el embrujo del “contrarrelato”, decide cambiar el elenco gobernante.

¿Cómo se construye una buena novela del poder? Orlando D’Adamo y Virginia García Beaudoux, que dirigen el Centro de Opinión Pública de la Universidad de Belgrano (UB), refieren que los populismos son afectos a una historia de héroes y villanos, en la que los unos (el oficialismo) encarnan el bien y los otros (la oposición) el mal.

Además, hay una “escenificación del liderazgo” en la que el gobernante aparece enfrentando retos importantes, y de hecho protagoniza una gesta de emancipación contra los enemigos del país, que son los “desestabilizadores”.

Es importante que el líder instale una “visión”, que es el horizonte hacia el cual el gobierno se dirige, un esbozo de futuro que mueva a la gente a esforzarse para conseguirlo.

Se trata de usar un lenguaje de tipo aspiracional, un discurso con contenido épico, que permita a los ciudadanos visualizar cómo cambiarán sus vidas si la visión del líder se concretara.

La recurrencia a mitos también es central. Se trata de explicaciones, culturalmente compartidas, actúan como puntos de referencia y cohesionan a los grupos, refieren D’Adamo y García Beaudoux.

Según los autores, estos relatos sirven a tres funciones psicológicas. En primer lugar, permiten a los ciudadanos “sentirse parte”, integrar un colectivo social exitoso. Es una historia sobre todo para la propia “tropa”, es decir para los simpatizantes.

En segundo lugar, su función es proveer “certidumbre” y “blindar” discursivamente el gobierno ante las críticas.

Una tercera función, es que constituyen poderosos “heurísticos cognitivos”, de tal manera que quienes adhieren al relato lo utilizan para justificar, explicar y evaluar las acciones de gobierno.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 25/04/2024 en Uncategorized

 

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La actualidad del mito de la caverna de Platón

Vivir inmersos dentro de formas de pensar condicionadas por estereotipos y prejuicios ideológicos es una ceguera que se ha agravado con el enclaustramiento digital.

Los limitados puntos de vista no reparan en la mirada plural y compleja de la realidad. La cerrazón mental, que se vuelve patológica en alguna forma de fanatismo, distorsiona los acontecimientos.

De tal manera que quien padece esta forma sutil de alienación mental no sólo es incapaz de mirar con ojos sensatos el mundo real, sino que sólo ve lo que quiere ver, dentro de una limitada y cerrada burbuja de su realidad.

Pero el mundo es mucho más rico y plural de lo que son capaces de reflejar estas anteojeras humanas, a pesar de que los seres humanos hemos recibido el don de la inteligencia para vencer el error.

El fenómeno de la cerrazón cognitiva ha pasado a otro nivel con las redes sociales, que crean tribus de gentes similares con ideas afines, un lugar ideológico confortable donde las personas recortan las fuentes de información a la medida de sus creencias.

En estas “burbujas” cada uno vive en un universo de información personalizada, tiene acceso a noticias que se ajustan a intereses y preferencias propias, limitando la exposición a ideas, opiniones y realidades ajenas.

Quien vive dentro de una burbuja evita que se filtre hacia el interior toda la información que no le gusta, de tal manera que cree que todo el mundo piensa como él, una suerte de autoengaño cognitivo que afecta la percepción de la realidad.

El resultado final es que se tiende a ver o leer sólo aquellas noticias e ideas entre las personas que comparten creencias comunes. Todo aquel cuya ideología coincide con la visión del mundo que le aportan las redes sociales y que encaja con su marco mental, se encuentra cómodo en dicha burbuja.

Hace 2.500 años el filósofo Platón elaboró una célebre alegoría sobre la realidad de nuestro conocimiento, conocida como el Mito de la Caverna, que aplica perfectamente al fenómeno de la burbuja cognitiva.

Por una parte, allí describe la existencia de la realidad tal cual es en el hiperuranio y, por otra, se encuentra con una realidad de ficción, las sombras, donde las creencias toman protagonismo.

Los hombres, encadenados en la caverna frente a la pared (en una burbuja de sombras), sólo han visto lo mismo desde que nacieron, por lo que no tienen la necesidad ni la curiosidad de darse la vuelta y comprobar qué eran las sombras reflejadas, sólo conocían una realidad engañosa; las sombras los distraen de lo que es la verdadera realidad.

La conclusión de Platón en la lógica del mito es que el paso de la ignorancia (las sombras), al mundo de la realidad, las ideas (el hiperuranio), es posible sólo si nos liberamos de nuestras ataduras perceptivas y buscamos el conocimiento a partir de la reflexión intelectual, saliendo de la burbuja o de la caverna.

Platón también usa esta alegoría para explicar cómo es para el filósofo y maestro guiar a las personas al conocimiento (educación), intentando liberarlas de las ataduras de la realidad de la caverna.

Según este filósofo, las personas llegan a sentirse cómodas en su ignorancia y pueden oponerse, incluso violentamente, a quienes intentan ayudarles a cambiar.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 23/04/2023 en Uncategorized

 

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El derecho a no ser engañado en los sistemas democráticos

Con la llegada de la democracia, en teoría el poder reside en la opinión de los ciudadanos. De ahí el constante interés por controlar y direccionar el parecer del hombre de la calle.

El poder se ha asegurado siempre la obediencia controlando las creencias de los demás. Esto ha sido así a lo largo de la historia, no importa la naturaleza del régimen político.

Para configurar los deseos de la gente, el poder –político, religioso o económico– ha utilizado siempre métodos de adoctrinamiento: el púlpito, la escuela, la propaganda, el control de la información o los campos de reeducación.

La inteligencia humana es crédula, proclive a creer lo que ve, lo que cree que ve, y lo que le dicen. En este sentido, pensar por cuenta propia parece ser una rareza. Y lo es sobre todo en democracia, el sistema político que se legitima a través de la voluntad de los ciudadanos.

Habrá que convenir que el control mental, el lavado de cerebro, la seducción oculta, son prácticas que han existido siempre y que expresan el viejo intento de dominación de unos sobre otros.

Pero hay coincidencia respecto de que nunca la humanidad alcanzó tal sofisticación de influencia de uno sobre el otro como ahora. Al punto que cabría decir que vivimos en la era del lavado de cerebro a gran escala.

Entre los instrumentos de persuasión figuran los “medios de comunicación de masas” o la llamada “industria cultural”. Intereses comerciales y políticos confluyen en el uso de estos aparatos para condicionar la mente y la conducta de las personas.

El término “propaganda” resume este intento de dominación. El uso que hicieron de esta estrategia los regímenes totalitarios en el siglo XX (nazismo, fascismo o comunismo) le otorgó una fuerte connotación negativa.

Pero la propaganda también tiene lugar en los regímenes llamados “democráticos”, empleándola gobiernos y grupos de intereses diversos. Aquí es considerada como la comunicación de un punto de vista con la finalidad última de que el receptor llegue a aceptar “voluntariamente” esta posición como si fuese suya.

“El derecho a no ser engañado. Y cómo nos engañan y nos autoengañamos” es el sugerente título del libro de Antonio Garrigues Walker y Luis Miguel González de la Garza, dos juristas españoles preocupados por la tiranía de la mentira en las democracias contemporáneas.

Este trabajo estudia las fuentes de las que provienen las mentiras modernas y que están íntimamente conectadas al soporte tecnológico que les da difusión, es decir, las redes electrónicas como Internet.

Allí se describen los dispositivos a través de los cuales las personas son manipuladas ideológicamente. Pero sobre todo los autores pretenden impulsar “el derecho a no ser engañados”, un derecho universal que propone fórmulas para intentar limitar esta abrumadora situación en la que vive la sociedad actual.

Frente a este principio, que postula la fe en la razón crítica, en la autonomía de criterio de los ciudadanos, cabe objetar que la inteligencia humana es esencialmente crédula.

¿En qué medida las personas pretenden no ser engañadas? “El ser humano es incapaz de aceptar la realidad y necesita la ficción para vivir”, sostiene el escritor español Javier Cercas.

Autor de la novela “El impostor”, donde se radiografía la popularidad de alguien influyente que miente en torno a los crímenes más monstruosos de la humanidad, Cercas se pregunta allí por qué la sociedad es tan crédula. “No nos gusta la verdad, nos gusta la mentira”, concluye.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 06/02/2022 en Uncategorized

 

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La serie coreana que genera polémica mundial

El Juego del Calamar (Squid Game), así se llama la producción surcoreana que se emite por Netflix y que está acaparando la atención de millones de personas alrededor del mundo, al tiempo que concita rechazo por su violencia.

Mientras los analistas hablan de una obra maestra comercial convertida en un fenómeno global, social y mediático, los críticos advierten sobre su brutalidad y el eventual efecto contagio que puede producir en el público adolescente.

¿Qué tiene esta serie surcoreana que se ha convertido en la más vista de la historia de la plataforma Netflix, y de la que todo el mundo habla? En esencia versa sobre juegos de supervivencia en los que los participantes tienen solo dos opciones: ganar o morir.

En efecto, el argumento trata de un grupo de personas marginadas de la sociedad que compiten a todo o nada en juegos infantiles por un premio de 45.600 millones de wones (33 millones de euros). El que gane saldrá multimillonario y solucionará todos sus problemas, pero el resto morirá despiadadamente, para disfrute de los organizadores de la macabra competición.

El Juego del Calamar contiene la suficiente brutalidad como para que Netflix haya tenido que limitarlo poniéndole la calificación de no recomendado para menores de 16 años, aunque algunos consideran que debería estar en los 18 años.

Para bien o para mal, este fenómeno de masas concita mucho interés. El planteamiento, de hecho, genera encendido debate sobre el bien y el mal, la perversión del dinero, el capitalismo salvaje, las contradicciones del sistema democrático o el peligro que supone para los niños.

Sobre esto último, hay una movida de padres y profesores, en distintas partes del mundo, contra esta producción audiovisual, motivada sobre todo por su carácter violento.

En algunos colegios europeos, por ejemplo en Bélgica y España, han advertido a los padres de los menores sobre las consecuencias de la forma en que se juegan los juegos de la popular serie surcoreana.

El Consell de l’Audiovisual de Catalunya (CAC), por caso, ha pedido a los padres de los menores “una menor exposición a estos contenidos” que considera “inadecuados”.

Los que estudian la serie como fenómeno mediático, aseguran que El Juego del Calamar consigue atraer a los dos tipos de público, los que ven la trama como un mero producto de ficción, y los que se dejan llevar por ella, imaginando que es real y viviéndola como si fuera un reality show.

Aseguran que el creador de la producción, Hwang Dong-hyuk, ha logrado combinar en su trama ingredientes muy atractivos. Tiene su parte de supervivencia y competición en pruebas (Supervivientes), su convivencia con encierro y estrategia (Gran Hermano) y la persecución de un sueño final en el que solo tienen que conseguir “cruzar la pasarela” (Operación Triunfo), que en este caso es rebasar la línea entre la vida o la muerte.

Lo llamativo es que el Centro Cultural de Corea (KCC) anunció que hará realidad el Juego del Calamar en Abu Dhabi, la capital de los Emiratos Árabes Unidos, en donde se recrearán los juegos.

Nam Chan-woo, director del KCC expresó que “los juegos parecían un poco brutales en la serie para maximizar el elemento dramático. Sin embargo, en realidad todos los juegos de la serie existen y son jugados por niños coreanos desde siempre”.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 23/10/2021 en Uncategorized

 

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El mito como idea sublime o deformante

Entre los antropólogos y los filósofos la palabra “mito” goza de un estatus superior. Pero en el lenguaje común ha prevalecido un sentido peyorativo, identificado con la mentira.

¿Qué debemos entender por mito, esa palabra griega que aparece en tantos discursos antiguos y modernos? La pregunta no es ociosa, ya que puede significar dos cosas totalmente antagónicas, en relación con el conocimiento del mundo.

En efecto, mientras para una venerable tradición es un relato de misteriosas maravillas metafísicas, para una acepción más moderna equivale a falsificación de la realidad, a fabulación ridícula, a ficción tonta o inverosímil.

Se trata, como se ve, de una palabra polisémica que cada vez que alguien la emplea se ve obligado a aclarar el sentido que le adjudica, para evitar equívocos y de esta manera no confundir a los receptores del mensaje.

Al reivindicar el modo de pensar de las sociedades arcaicas, el historiador de las religiones Mircea Eliade ha enseñado que una lectura peyorativa del mito lo reduce a ficción, ilusión o mentira.

Pero eso, aclara, es subestimarlo como vía de conocimiento del mundo, tan legítimo como el que aporta la ciencia. El pensamiento mitológico debe ser entendido, dice Eliade, como una vía simbólica del hombre en su afán de darle sentido a las cosas.

De hecho muchos pensadores creen que vivimos en una época de penuria espiritual porque han desaparecido los mitos. Bajo esta acepción positiva mito es algo digno de ser creído porque va más allá de lo que perciben nuestros sentidos (lo empírico) y abarca verdades metafísicas.

Aquí el mito aparece junto a la poesía o a la religión como modos legítimos de pensar el misterio, lo sagrado, lo inefable, aquello oculto vinculado al lado misterioso de las cosas.

Los pueblos arcaicos apelaban al mito para explicar las visiones fundamentales sobre la naturaleza humana y el origen divino del cosmos. Eran relatos tradicionales que refieren a la actuación memorable y ejemplar de unos personajes extraordinarios en un tiempo prestigioso y lejano.

Pero lo cierto que esta noble palabra reveladora de la realidad profunda, tan cargada de simbolismo, adquirió con el tiempo un significado asociado a la mentira y se cree que esto fue posible por la paulatina pérdida de la fe ingenua en las antiguas tradiciones y por la caída del pensamiento metafísico.

Aquí el vocablo equivale a ideas falsas, a ilusiones que los humanos se hacen acerca de ellos mismos y de las cosas; una tergiversación que acaso responda a un supuesto instinto de autoengaño del homo sapiens, proclive a ajustar la visión de las cosas a su deseo.

Todas las sociedades construyen mitos a través del tiempo, cuentos pueriles o narraciones falsas, a veces grandes “mitologías” que perturban su percepción de la realidad, haciendo que esas sociedades sean víctimas de sus propias falsificaciones mentales.

Mitos sobre la política, la educación, la economía, la organización de la sociedad, la historia, aparecen así como creencias incontrovertibles, invulnerables a la crítica o a los hechos que los contradicen, que impiden que las sociedades enfrenten con realismo sus problemas más acuciantes.

Por tanto, cabe discernir en torno al mito el sentido diverso y hasta antagónico que comporta el término. Por un lado tiene un valor positivo,  gracias al cual distintas culturas han dado una explicación del origen sobrenatural del hombre y el mundo.

Pero por otro es una palabra que ha caído bajo en el lenguaje y sufre por asociación con lo falso y mentiroso.

 

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Publicado por en 27/11/2017 en Uncategorized

 

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Negación ante los hechos incómodos

Al igual que ocurre con los individuos, que prefieren cerrarse en una interpretación complaciente de los hechos, también los grupos humanos son proclives a elegir la versión más conveniente.

Se diría que hay una tendencia de la especie homo sapiens a negar los hechos cuando éstos desmienten expectativas. Y ya se sabe: una de las fuentes de sufrimiento humano más comunes es cuando las cosas colisionan con nuestros deseos.

La negación es la primera etapa de todo duelo, según la psiquiatra Elisabeth Kübler Ross. “Me siento bien”, “Esto no me puede estar pasando, no a mí”, decimos para tratar de lidiar con alguna tragedia.

Una enfermedad terminal, la pérdida de un ser querido, un desamor o un conflicto muy significativo, pueden activar esta especie de mecanismo psicológico de defensa.

Pero según Elisabeth Kübler Ross, llega un momento en que el individuo reconoce que la negación no puede continuar. Se desencadenan entonces las otras etapas del duelo: ira, depresión, negociación y aceptación.

¿Podemos montar nuestra vida alrededor de la negación, es decir viviendo de espaldas a la verdad? Friedrich Nietzsche contestaría que sí, ya que según él necesitamos mentiras para vivir una vida confortable. La dicha necesita de bálsamos ideológicos que adormezcan nuestro sentido de la realidad.

La verdad es demasiado incómoda y peligrosa como para que la aceptemos sin sufrir. Para asimilarla se requeriría una buena disposición de coraje y autenticidad.

En el prólogo de “Ecce Homo”, el filósofo alemán se pregunta: “¿Cuánta verdad soporta, cuánta verdad osa un espíritu? El error no es ceguera, el error es cobardía”.

Cuando un país pasa por una grave crisis, no es inmune a este fenómeno distorsivo. En efecto, la población puede en ese caso negar sus responsabilidades y buscar un chivo emisario a sus calamidades.

Echarle la culpa a factores externos siempre tranquiliza, aunque el precio sea no aceptar las cosas como realmente son. Un país, así, puede vivir de ficciones, siempre proclive a relatos ilusorios que lo alejan de la verdad.

El autor Michael Specter dice que el “negacionismo grupal” ocurre cuando “todo un segmento de la sociedad, a menudo luchando con el trauma del cambio, da la espalda a la realidad en favor de una mentira más confortable”.

Por lo visto acercarse a la verdad siempre es difícil, toda vez que hay que estar dispuesto a tomar un sendero arduo y trabajoso. “Lejos de esta actitud, la Argentina eligió, muchas veces, el camino de la violenta imposición de ‘verdades reveladas’ alejadas de la razón para resolver sus problemas”, señala el psicoanalista Carlos D. Pierini.

El término “negacionismo” se suele emplear para aludir a doctrinas que niegan algún hecho importante que está generalmente aceptado, en especial si es histórico o científico.

Normalmente se usa en relación con el holocausto judío y puede aplicarse también, como extensión de este sentido, a la negación de otros hechos que no son necesariamente históricos, en particular científicos, como ocurre con el cambio climático.

Los “negacionistas” por tanto serían aquellos que asumen una posición ideológica a través de la cual reaccionan sistemáticamente contra la evidencia histórica o las realidades empíricamente verificables.

Esta forma distorsiva de pensamiento puede ser causa de desgracias personales y grupales. La historia enseña, en efecto, que negar la realidad suele tener un alto costo humano.

 

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 16/05/2017 en Uncategorized

 

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