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El rechazo a aceptar una verdad dolorosa

Los seres humanos somos proclives a ver la realidad no como es sino que como quisiéramos que fuese. Una tergiversación sistemática equivale a asumir una postura que se conoce como “negacionismo”.

Seres frágiles, temerosos, siempre preocupados por nuestro bienestar, los seres humanos solemos elegir no aceptar los hechos para evadirnos de una verdad incómoda.

Estos sesgos cognitivos (esos efectos psicológicos que producen una desviación en el procesamiento de lo percibido) nos permiten sobrevivir. Es parte de un “mecanismo de defensa”, según Freud, contra ideas perturbadoras.

Friedrich Nietzsche decía, por su lado, que necesitamos mentiras para vivir una vida confortable. La verdad es demasiado incómoda y peligrosa como para que la aceptemos sin sufrir. Para asimilarla se requiere una buena disposición de coraje y autenticidad.

En el prólogo de “Ecce Homo”, el filósofo alemán se pregunta: “¿Cuánta verdad soporta, cuánta verdad osa un espíritu? El error no es ceguera, el error es cobardía”.

Al igual que ocurre con los individuos, que prefieren cerrarse en una interpretación complaciente de los hechos, también los grupos humanos son proclives a elegir la versión más conveniente.

Puede ocurrir, en efecto, que “todo un segmento de la sociedad, a menudo luchando con el trauma del cambio, da la espalda a la realidad en favor de una mentira más confortable”, como reconoce el autor Michael Specter.

El antropólogo Didier Fassin distingue entre “negación” y “negacionismo”. En el primer caso, se trata de rechazar “la observación empírica de la realidad”, asumiendo una postura contraria a los hechos.

El antecedente remoto de esta actitud está en el Evangelio, cuando el apóstol Pedro negó tres veces a su maestro Jesús, durante el proceso que lo condenaría al patíbulo.

Ahora bien el “negacionismo”, según Fassin, asume las características de “una posición ideológica a través de la cual el sujeto reacciona sistemáticamente contra la realidad y la verdad”.

La historiadora norteamericana Deborah Lipstadt, especialista en el holocausto judío ocurrido durante la Segunda Guerra Mundial, cree que vivimos una época en que “la verdad y los hechos están amenazados”.

Lipstadt fue el personaje central de la película “Negación” que refleja la historia del juicio que enfrentó cuando David Irving, historiador inglés y negacionista del holocausto, la acusó por “calumnias”.

La historiadora norteamericana tuvo que demostrar con pruebas y evidencias que el holocausto existió y que, por lo tanto, lo que decía Irving no solo era falso, sino que esa postura era consecuencia de su admiración por Hitler.

Según Lipstadt, el negacionismo se basa en un revisionismo de la historia disfrazado de académico que al modificar conscientemente los hechos y las evidencias se niega a aceptar lo que “es innegable”.

Pero viviríamos en una época de la historia en la cual el negacionismo habría triunfado si es cierto, como creen politólogos y cientistas sociales, que hemos entrado a la era de la “posverdad”.

Con este  último neologismo (“post-truth” en inglés) se alude a una situación en la cual los contemporáneos, en la era digital, prefieren ignorar los hechos a favor de versiones que les resulten gratificantes.

Así, una verdad sentida, pero que no se apoya en la realidad, respondería a la tendencia tan humana de darle crédito a las versiones del mundo que van en línea con nuestros deseos o intereses.

 

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 12/04/2019 en Uncategorized

 

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Negación ante los hechos incómodos

Al igual que ocurre con los individuos, que prefieren cerrarse en una interpretación complaciente de los hechos, también los grupos humanos son proclives a elegir la versión más conveniente.

Se diría que hay una tendencia de la especie homo sapiens a negar los hechos cuando éstos desmienten expectativas. Y ya se sabe: una de las fuentes de sufrimiento humano más comunes es cuando las cosas colisionan con nuestros deseos.

La negación es la primera etapa de todo duelo, según la psiquiatra Elisabeth Kübler Ross. “Me siento bien”, “Esto no me puede estar pasando, no a mí”, decimos para tratar de lidiar con alguna tragedia.

Una enfermedad terminal, la pérdida de un ser querido, un desamor o un conflicto muy significativo, pueden activar esta especie de mecanismo psicológico de defensa.

Pero según Elisabeth Kübler Ross, llega un momento en que el individuo reconoce que la negación no puede continuar. Se desencadenan entonces las otras etapas del duelo: ira, depresión, negociación y aceptación.

¿Podemos montar nuestra vida alrededor de la negación, es decir viviendo de espaldas a la verdad? Friedrich Nietzsche contestaría que sí, ya que según él necesitamos mentiras para vivir una vida confortable. La dicha necesita de bálsamos ideológicos que adormezcan nuestro sentido de la realidad.

La verdad es demasiado incómoda y peligrosa como para que la aceptemos sin sufrir. Para asimilarla se requeriría una buena disposición de coraje y autenticidad.

En el prólogo de “Ecce Homo”, el filósofo alemán se pregunta: “¿Cuánta verdad soporta, cuánta verdad osa un espíritu? El error no es ceguera, el error es cobardía”.

Cuando un país pasa por una grave crisis, no es inmune a este fenómeno distorsivo. En efecto, la población puede en ese caso negar sus responsabilidades y buscar un chivo emisario a sus calamidades.

Echarle la culpa a factores externos siempre tranquiliza, aunque el precio sea no aceptar las cosas como realmente son. Un país, así, puede vivir de ficciones, siempre proclive a relatos ilusorios que lo alejan de la verdad.

El autor Michael Specter dice que el “negacionismo grupal” ocurre cuando “todo un segmento de la sociedad, a menudo luchando con el trauma del cambio, da la espalda a la realidad en favor de una mentira más confortable”.

Por lo visto acercarse a la verdad siempre es difícil, toda vez que hay que estar dispuesto a tomar un sendero arduo y trabajoso. “Lejos de esta actitud, la Argentina eligió, muchas veces, el camino de la violenta imposición de ‘verdades reveladas’ alejadas de la razón para resolver sus problemas”, señala el psicoanalista Carlos D. Pierini.

El término “negacionismo” se suele emplear para aludir a doctrinas que niegan algún hecho importante que está generalmente aceptado, en especial si es histórico o científico.

Normalmente se usa en relación con el holocausto judío y puede aplicarse también, como extensión de este sentido, a la negación de otros hechos que no son necesariamente históricos, en particular científicos, como ocurre con el cambio climático.

Los “negacionistas” por tanto serían aquellos que asumen una posición ideológica a través de la cual reaccionan sistemáticamente contra la evidencia histórica o las realidades empíricamente verificables.

Esta forma distorsiva de pensamiento puede ser causa de desgracias personales y grupales. La historia enseña, en efecto, que negar la realidad suele tener un alto costo humano.

 

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Publicado por en 16/05/2017 en Uncategorized

 

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Maniobra clásica de distorsión de lo real

Las personas y los grupos humanos suelen hacer maniobras de distorsión, negación y autopersuasión para justificar su conducta.

Ya Sigmund Freud hizo referencia a la “negación” como un mecanismo de defensa psicológico, mediante el cual el individuo reniega de la realidad porque la misma genera algún tipo de conflicto interno, angustia o dolor.

Se trata de un dispositivo mental que se activa en situaciones límites. Por ejemplo cuando una persona sufre la pérdida de un ser querido o cuando se presenta una ruptura amorosa.

La psiquiatra suiza-estadounidense Elisabeth Kübler Roos, por su lado, sostiene que  la negación preside las etapas de cualquier proceso de duelo o de pérdida (y que incluye luego ira, depresión, negociación y aceptación).

“Me siento bien” o “Esto no me puede estar pasando, no a mí”,  se ataja aquel que debe lidiar con una tragedia o con la circunstancia siempre traumática de que la realidad contradice seriamente lo que esperaba.

La negación, así, actúa como defensa temporal para al individuo o para el grupo social. Los cuales en realidad caen víctimas de un planteamiento falso, porque éste les nubla o les impide hacer cualquier autocrítica.

Se diría que por temor a ver la realidad cara a cara, algo que minaría nuestra confianza en el mundo, preferimos ocultarla con un telón fantasmagórico.

Esas imágenes mentales podrán no hacerse cargo de cuanto ocurre realmente. Pero actúan como trincheras que nos defienden ante el hecho de que las cosas no son como deseamos que fuesen.

En la película “La caída”, que describe los últimos días de Adolf Hitler, se ve el extremo al que puede llegar un hombre encerrado en una situación imaginaria: sus derrotas son victorias.

En efecto, cuando los tanque soviéticos estaban ya cercanos a la puerta de Brandenburgo, el dictador gritaba a su estado mayor que los rusos sufrirían una gran derrota. Cinco días antes de su suicidio, rodeado de mapas cada vez más irreales, hablaba con gran seguridad a sus generales de la victoria final.

El político estadounidense Abraham Lincoln (1809-1865) se ha hecho célebre con esta frase: “Se puede engañar a todos poco tiempo, se puede engañar a algunos todo el tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo”.

La expresión da a entender que es posible que una percepción falsa domine la mente de la mayoría, que una cognición colectiva errada hegemonice la opinión pública.

Pero a la larga la fuerza de los hechos que la contradecía termina por imponerse. Los mecanismos de negación mental, así, terminan por doblegarse ante la irrupción de la evidencia empírica.

Un proceso que suele ser doloroso para quienes se negaban a aceptar que las cosas, justamente, eran de otro modo. La historia de la humanidad abunda en experimentos colectivos que acabaron en grandes desencantos.

Anthony Pratckanis y Elliot Aronson, en el libro “La era de la propaganda”, describen el impactante caso de la transformación mental que se opera en la mente de los miembros de una secta cuyas creencias eran totalmente disonantes con la realidad.

La incongruencia era tan desagradable que las personas en cuestión (negación de por medio) construyeron un relato absurdo de sí mismas y del resto del mundo, con el sólo propósito de no aceptar que estaban equivocadas.

Por lo visto la mente humana no se libera fácilmente del deseo. Puede más el querer que las cosas sucedan de algún modo, que como son en realidad.

 

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Publicado por en 30/11/2014 en Uncategorized

 

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