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La difícil exigencia de mantener la coherencia

Ser consecuentes con los propios principios es una credencial ética elocuente, aunque no es una exigencia fácil en una época donde impera el utilitarismo y en cuestión de valores todo es líquido y cambiante.

Coherente, del latín “cohaerentia”, relación íntima y completa entre distintas partes. La coherencia es la armonía entre lo que pensamos, lo que decimos y lo que hacemos.

No está en discusión que uno pueda mudar de parecer sobre determinadas realidades, porque eso responde al crecimiento espiritual. La biología respalda el cambio: no se piensa igual en la adolescencia que en la madurez.

“No me avergüenzo de cambiar de opinión porque no me avergüenzo de pensar”, decía al respecto el escritor y filósofo alemán Friedrich Von Schiller (1759-1805).

Lo que hace poco creíbles a los humanos es la división, la falsedad, la ruptura entre lo que piensan y dicen, por un lado, y lo que hacen, por otro, algo que revela flagrante inautenticidad.

Se atribuye al humorista Groucho Marx la frase “Éstos son mis principios, y si no le gustan, tengo otros”. El sarcasmo alude a la práctica “camaleónica” de cambiar de ideología según la conveniencia, en una actitud que se considera indigna o no coherente de las personas.

Aunque cabría aclarar que el camaleón, ese pequeño reptil escamoso, no cambia de color porque sea un inmoral, engañoso o arribista, sino porque necesita pasar desapercibido ante sus depredadores.

Los actos humanos confirman la autoridad de la palabra, es decir la autentifican. Cuando eso no ocurre, cuando se produce una disonancia entre los hechos y el discurso se produce una fisura.

No ser coherente siembra alrededor desconfianza, desengaño. Y causa malestar, porque salta a la vista que hay una disociación entre lo que creemos bueno y lo que decimos y hacemos.

El político que tacha de vergonzoso un acto que él, tiempo después, realiza; el maestro o el moralista que predica algo que no practica; aquella persona que engaña a su amigo o pareja; el que promete y no cumple; en fin, la vida cotidiana está repleta de actos de incoherencia.

En la Biblia cristiana se advierte contra la tentación de todo creyente: predicar algo que luego no se vive y encima creerse con el derecho de juzgar desde ahí la conducta de los demás.

Cristo enfrenta así con dureza a los religiosos de la época, a quienes reprocha haber reducido todo a una moral externa, de mera observancia de la ley.

Hablándole a la multitud, le aconseja: “Los escribas y fariseos ocupan la cátedra de Moisés; ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos digan, pero no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen”.

Cargando contra estos líderes que vivían en la simulación y pese a ello se creían moralmente superiores, insiste: “Así también son ustedes: por fuera parecen justos delante de los hombres, pero por dentro están llenos de hipocresía y de inequidad”.

La coherencia entre el decir y el hacer es quizá la virtud más exigente, y por lo mismo la más rara de hallar. De hecho, puede afirmarse que no cotiza en una época en la que la verdad, la belleza y la bondad, esos valores absolutos de la cultura tradicional, han pasado a segundo plano.

El ambiente del siglo XXI, donde impera el utilitarismo, el dinero como centro neurálgico del deseo, lo sucedáneo y el espectáculo, no alimenta la voluntad que se requiere para ser coherente.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 17/04/2023 en Uncategorized

 

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Filosofía, el saber sobre las cuestiones fundamentales

El hombre no sólo vive en el mundo sino que también aspira a comprenderlo, a reflexionar sobre su situación en él. Es decir hace filosofía, cuyo día internacional se celebró ayer (17 de noviembre).

“Amor a la sabiduría”, eso indica el origen etimológico griego de esta palabra que evoca el deseo humano de poseer una visión completa de la realidad, a preguntarse por qué existe el universo, la especie humana, el amor, el dolor y la muerte.

Esta ambición por bucear hasta el fondo de las realidades más profundas y complejas está en todo hombre y es reflejo de su condición de ser inteligente.

Desde los tiempos de la Grecia clásica buscaron los sabios un saber último de validez universal, más allá de lo físico, en ese ámbito inmaterial que no se aprecia con los sentidos, pero que la inteligencia capta como radicalmente importante.

Sabemos que la ciencia, que se mueve en un plano fenoménico, no puede ni podrá nunca explicarlo todo. ¿Y la filosofía? Ciertamente no elabora una concepción exacta del mundo, pero su reflexión consigue que no olvidemos jamás el problema del sentido último de la realidad.

¿Por qué hay algo en lugar de nada?, por ejemplo, es una pregunta típicamente filosófica. Es decir, ¿cuál es la causa de que el universo exista? ¿De dónde salen todas esas estrellas, planetas y nosotros mismos? ¿No sería más fácil y sencillo que no hubiera nada en absoluto?

Pertenecen a esta tradición de pensamiento todos aquellos hombres que reflexionaron sobre cómo teníamos que procurar llevar una vida buena, una vida plena. Aristóteles, los escépticos, los epicúreos o estoicos dieron distintas respuestas a esta cuestión ética.

¿Y qué decir de esas tres realidades fundantes: el amor, la muerte y Dios? ¿Puede la filosofía decirnos qué es la verdad, el bien, la belleza y la justicia? ¿Puede asegurarnos que el hombre es libre? ¿Tiene, por otra parte, una respuesta a la evidencia abrumadora del mal, que sigue siendo un gran misterio?

Porque estos interrogantes persiguen a todo hombre la filosofía no es un saber para una minoría –o no debería hacerlo-, ya que todos estamos capacitados para reflexionar sobre las dimensiones más profundas de la vida, al tiempo que tenemos la libertad de pensar autónomamente.

La pregunta, en todo caso, es si tiene el valor de pensar por propia cuenta o más bien se prefiere repetir lo que dicen los otros o lo que está instalado en el medio ambiente cultural.

¿Estamos dispuestos a ser o llegar a ser “filósofos”, a entusiasmarnos con la realidad y buscar el sentido último de nuestra vida? Cabe enfatizar que cada hombre, no importa su oficio o condición, es en cierto modo un filósofo o  posee concepciones filosóficas con las cuales orienta su vida.

   El animal vive de un día para otro: come, bebe, duerme, crece, corretea, se reproduce y muere. Una vida así es buena y normal para un animal, pero no para una persona, al que se le ha dado la capacidad de pensar.

  Todo ser humano, tarde o temprano, se plantea el por qué y el para qué de su existencia, se pregunta de dónde viene y a dónde va, quién es y lo que podría hacer de su vida.

  En definitiva, la reflexión filosófica es connatural al ser humano personas. Aunque es cierto también que muchas veces abdica de esa condición, por distintos motivos. No reflexionan sobre el sentido y los objetivos del propio actuar. En definitiva, no ejerce como filósofos, prescindiendo así de una dimensión esencial de la vida humana.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 20/11/2022 en Uncategorized

 

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Alfabetización, esencial para la vida en sociedad

El 8 de septiembre se celebra el Día Internacional de la Alfabetización, una destreza que nos permite comunicarnos de modo efectivo, al tiempo que nos ayuda a comprender el mundo.

Con excepción de las matemáticas, quizá no exista otra destreza más importante en toda la formación intelectual de una persona que saber leer y escribir, un déficit sin embargo frecuente en los estudiantes.

Al menos los alumnos argentinos, y principalmente los que egresan del secundario, no cubren las expectativas de los más básicos mandatos del lenguaje.

La mayoría no comprende lo que lee, no logra decodificar con solvencia, ni es capaz de elaborar un texto con sentido, con arreglo a la ortografía y la sintaxis, y atendiendo a las mínimas normas de claridad, economía y pertinencia.

El copoblano Pedro Barcia –eminente lingüista- para explicar esta decadencia recurre a Rafaelle Simone, quien distingue tres etapas en la relación del ser humano con la lecto-escritura: la analfabetización, la alfabetización y la desalfabetización.

Según esta categorización, concluye Barcia, estamos en la tercera fase, en la pérdida de la capacidad cognitiva de comprender textos escritos, un mal que explica por qué tantos jóvenes fracasan en la universidad.

Un minusválido lingüístico declina, en realidad, a la hora de pensar. Y esto menoscaba su condición de ciudadano, del que se espera que tenga pensamiento crítico.

La lengua es el más completo sistema de comunicación del ser humano. Y está asociada a cuatro operaciones básicas: escuchar y hablar, leer y escribir. Pero mientras la primera dupla se diría que está en nuestros genes y se desarrolla en el seno familiar, la segunda necesita de un esfuerzo educativo sistemático.

El norteamericano Walter Jackson Ong (1912-2003), en su influyente estudio “Oralidad y Escritura”, sostiene que la alfabetización -es decir la capacidad de leer y escribir textos- es una de las tecnología intelectuales más asombrosas inventadas por el hombre.

Sostiene que “es indispensable para el desarrollo no sólo de la ciencia, sino también de la historia, la filosofía, la comprensión explicativa de la literatura y de cualquier arte, y de hecho, para la explicación del propio lenguaje (incluido el oral)”.

El sueco Johan Norberg, escritor, profesor y cineasta documentalista, autor de libros como “Grandes avances de la humanidad”, recuerda que hasta hace doscientos años sólo el 12% de la población mundial sabía leer y escribir.

La escuela como institución obligatoria nació básicamente para ampliar esta destreza a más gente, convirtiéndose la alfabetización en su principal misión histórica.

Durante mucho tiempo, bajo el imperio de la cultura escrita, analfabeto fue sinónimo de marginación cultural absoluta. Era vista como una condición inaceptable.

Además, hoy se habla de la necesidad de estar “alfabetizado” en el mundo digital, que no remite al dominio de la programación, sino a entender y apropiarse de lo que se produce cultural y socialmente con el nuevo código digital.

De ahí que se insiste en incluir a la “alfabetización digital” entre los conocimientos básicos que deben tener los ciudadanos del siglo XXI.

A causa de la pandemia, la sociedad se apoyó entonces en las nuevas tecnologías para continuar con la educación de los niños y los jóvenes, pero el acceso a estas tecnologías no es igual para todos, y esto provocó aún más desigualdades.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 12/09/2021 en Uncategorized

 

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El reemplazo de la expresión lingüística por los emoticonos

Los iconos de la emoción, llamados emoticonos, popularizados por las nuevas tecnologías, son los jeroglíficos modernos que han cambiado la forma en que nos comunicamos

Al mismo tiempo, esta irrupción de imágenes divide aguas entre los analistas en torno a cuál es su verdadero impacto en el lenguaje. ¿Será que algún día reemplazarán por completo a las palabras?

El lingüista argentino Pedro Luis Barcia, cree que estos símbolos son un magnífico instrumento de comunicación, aunque aclara que su mal uso por parte de los jóvenes puede conducir a un empobrecimiento de la expresión lingüística.

Al respecto ejemplifica: “Si Luis le quiere mandar a Tota un mensajito de amor, ya hemos llegado al punto en que ni siquiera se esfuerza. Ahora lo que pone es un corazón latiendo o un gordito con un corazón en la mano. Esto es lo que el emoticono va quitándole la posibilidad de la voz, de la búsqueda de la expresión porque está siendo sustitutivo en vez de acompañarlo”.

Según Barcia el emoticón es simpático y atractivo, pero puede ser un elemento de miseria expresiva. “El chico ya no se esfuerza ni en decir estoy contento, sino que utiliza el emoticón. Avanzamos hacia una sociedad que se maneja con emoticones y con muñones de palabras”, reflexiona.

Y en una sociedad que tiene un vocabulario reducido sus integrantes pierden la capacidad de pensar. De esta manera, apunta Barcia, “estamos preparando sin quererlo un caldo de cultivo para gobiernos totalitarios, porque tienen un pueblo sumiso incapaz para defender sus derechos”.

Algunos académicos de la lengua critican el modo como las nuevas generaciones, a través de teléfonos celulares, tablets y todo tipo de dispositivos tecnológicos, abrevian las palabras y suprimen la mayor cantidad de letras posible, lo que provoca que tengan luego dificultades para expresarse.

En esta tendencia incluyen la expansión de los iconos, que a modo de pictogramas electrónicos son utilizados para describir estados de ánimo, situaciones, personas, objetos e incluso muchas acciones.

Se cree que este uso puede traer aparejadas algunas consecuencias negativas, como el desconocimiento de reglas de ortografía, lo cual lleva a la imposibilidad creciente de armar oraciones coherentes y con ello surgen dificultades para expresar conceptos relevantes y bien pensados o redactados.

También se observa una escasez de vocabulario, que a su vez trae aparejado un agravamiento de las dificultades en el área de conceptualización, y  la falta de recursos lingüísticos apropiados para transmitir pensamientos, sentimientos y vivencias, problematizando la comunicación interpersonal.

A futuro, se advierte, ello puede ocasionar problemas en la vida estudiantil, en especial en los niveles terciario y universitario, referidos a esa falta de vocabulario y a la carencia de pensamiento sistemático y correcto en cuanto a su estructura lógica y discursiva. 

Los emoticonos –que comenzaron como pequeños dibujos creados con signos ortográficos que a menudo se leían inclinando la cabeza- nacieron en los años ‘90. Y ya en el siglo XXI evolucionaron hacia los “emojis” -pequeñas figuras dibujadas en color con valor simbólico-.

El término “emoticón” viene de la unión de las palabras “emotion” (emoción) + “icon” (ícono). El primero en popularizarlo fue Scott Fahlman, un profesor universitario estadounidense, en 1982. Desde hace tiempo las palabras emoticón y emoji se usan como sinónimos y fueron incorporadas al Diccionario de la Lengua Española por la RAE.

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Publicado por en 06/12/2020 en Uncategorized

 

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Alfabetizar sigue siendo una apuesta civilizatoria

El 8 de septiembre se celebra el Día Internacional de la Alfabetización, una destreza que nos permite comunicarnos de modo efectivo, al tiempo que nos ayuda a comprender el mundo.

Esta fecha ha venido ganando importancia desde que la ONU aprobara su conmemoración en el año 1965. Y es porque la alfabetización es una de las condiciones para la autonomía de las personas.

En efecto, quien cuente con las capacidades básicas de leer, escribir e interpretar y que, además, sepa dar buen uso a la tecnología con el fin de alcanzar un propósito determinado, puede lograr su independencia económica y ser altamente competitivo dentro de la realidad actual.

Con excepción de las matemáticas, quizá no exista otra destreza más importante en toda la formación intelectual de una persona. Sin embargo, pese al nivel de escolarización que existe, es uno de las carencias más alarmantes en los estudiantes.

El dato inquietante es que al menos los alumnos argentinos, y principalmente los que egresan del secundario, no cubren las expectativas de los más básicos mandatos del lenguaje.

La mayoría no comprende lo que lee, no logra decodificar con solvencia, ni es capaz de elaborar un texto con sentido, con arreglo a la ortografía y la sintaxis, y atendiendo a las mínimas normas de claridad, economía y pertinencia.

“Cuando no hay capacidad de expresión se achica el pensamiento. Lo vemos todos los días con jóvenes que no leen, que no saben escribir correctamente y terminan con un lenguaje empobrecido. Y ese empobrecimiento intelectual y verbal le hace muy mal al sistema democrático”, ha dicho entre nosotros el académico Pedro Luis Barcia.

El especialista sugiere que un minusválido lingüístico declina, en realidad, a la hora de pensar. Y esto menoscaba su condición de ciudadano, del que se espera que tenga pensamiento crítico.

La lengua es el más completo sistema de comunicación del ser humano. Y está asociada a cuatro operaciones básicas: escuchar y hablar, leer y escribir. Pero mientras la primera dupla se diría que está en nuestros genes y se desarrolla en el seno familiar, la segunda es un artefacto que necesita de un esfuerzo educativo sistemático

El norteamericano Walter Jackson Ong (1912-2003), en su influyente estudio “Oralidad y Escritura”, sostiene que la alfabetización -es decir la capacidad de leer y escribir textos- es una de las tecnología intelectuales más asombrosas inventadas por el hombre.

Sostiene que “es indispensable para el desarrollo no sólo de la ciencia, sino también de la historia, la filosofía, la comprensión explicativa de la literatura y de cualquier arte, y de hecho, para la explicación del propio lenguaje (incluido el oral)”.

El sueco Johan Norberg, escritor, profesor y cineasta documentalista, autor de libros como “Grandes avances de la humanidad”, recuerda que hasta hace doscientos años sólo el 12% de la población mundial podía leer y escribir.

La escuela como institución obligatoria nació básicamente para ampliar esta destreza a más gente, convirtiéndose la alfabetización en su principal misión histórica.

Durante mucho tiempo, bajo el imperio de la cultura escrita, analfabeto fue sinónimo de marginación cultural absoluta.  Era vista como una condición inaceptable.

Sin embargo, a la luz de la realidad educativa actual, el desarrollo de la competencia lingüística en los más jóvenes sigue siendo uno de los grandes desafíos del siglo XXI.

 

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Publicado por en 09/09/2020 en Uncategorized

 

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Los complejos que afectan nuestras vidas

La Psicología ha popularizado algunos términos que ya son parte del lenguaje cotidiano. Uno de ellos es el concepto de “complejo”, especie de ideas inconscientes que distorsionan nuestra forma de pensar y actuar.

Se los suele conceptualizar como barreras para el desarrollo de la personalidad, haciendo a los individuos infelices. Los complejos son una focalización de una idea sobre un defecto, ya sea real o imaginario.

Estos pensamientos irracionales que atormentan a las personas residen en múltiples factores: defectos físicos, choques emocionales o deseos insatisfechos. En todos los casos se los considera discapacitantes, ya que perturban el comportamiento de los sujetos.

Los complejos tienen la particularidad de llevar el nombre de personajes históricos, figuras mitológicas o protagonistas de obras literarias o bíblicas.  Quizá el más popular sea el “complejo de Edipo”, un concepto central de la teoría psiconalítica de Sigmund Freud.

Este término tiene su origen en una obra de la antigua Grecia, donde Edipo, hijo del rey de Tebas, acaba por matar a su padre y ocupa su puesto, casándose con la reina Yocasta, su madre.

Freud se sirvió de esta obra para explicar la existencia en el niño del deseo inconsciente de mantener una relación sexual (incestuosa) con el progenitor del sexo opuesto y de eliminar al progenitor del mismo sexo (parricidio).

Entre los complejos psicológicos sobresale, además, el “de inferioridad”, llamado también “complejo de Napoleón”, elaborado por el psicólogo austríaco Alfred Adler. La adopción del nombre del militar francés alude a su baja estatura.

Según Adler todos los niños desarrollan sentimientos de inferioridad al estar rodeados de adultos más altos y más capaces que ellos. Según sus investigaciones, todos los pequeños se sienten inferiores aunque no todos desarrollan la disfunción.

Las personas que sufren el complejo de inferioridad se sienten poca cosa, poco valiosos en comparación con los demás. Se suele relacionar este trastorno con personas de baja estatura, especialmente hombres.

La teoría detrás de esta percepción es que estos individuos compensan la falta de estatura con una personalidad más fuerte y agresiva. El británico Lance Workman, profesor de la Universidad del Sur de Gales, sostiene que las personas de baja estatura suelen ser muy celosas.

“La estatura se asocia con un alto estatus y eso va en perjuicio de los bajos”, sentenció. En tanto que el doctor Dror Paley, un cirujano ortopédico que alarga las piernas de las personas de baja estatura, asegura que el complejo persigue a muchos de por vida.

“Incluso después de la operación siguen sintiéndose bajos, no importa si lo son o no”, refirió, al sugerir que este complejo puede afectar la autoestima, la felicidad y la carrera profesional.

Después está el “complejo de superioridad”, que parece opuesto al anterior, pero en realidad tiene la misma causa: una baja autoestima. Aquí lo que cambia es la reacción, ya que las personas con complejo de superioridad intentan enmascarar su sentimiento de inferioridad.

Por otro lado, existe el “complejo de Peter Pan”, que alude a adultos que se niegan a crecer, a madurar y a adquirir responsabilidades. Otro es el “complejo de Cenicienta”, referido a mujeres que tienen como único objetivo conseguir un buen marido, siendo incapaces de vivir en forma independiente.

La lista de complejos es profusa: el de Otelo, el de Caperucita, el del Patito Feo, el complejo de la Bella y la Bestia, el de Electra, el de Caín, el de Adonis, el de Bovary o Quimera, entre otros.

 

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Publicado por en 17/05/2018 en Uncategorized

 

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La necesidad de pensar de nuevo

El mundo ha cambiado, el contexto internacional es totalmente otro, los desafíos de la sociedad contemporánea son inéditos, nuevas y extrañas realidades nos salen al paso.

La pregunta es: ¿ha alumbrado un nuevo pensamiento para dar cuenta de lo nuevo? ¿O el presente es visto con categorías del pasado, que remiten a otros contextos históricos o son tributarios de la observancia de ideologías pasadas de moda?

La perplejidad se da en todos los planos. Por ejemplo en la política, donde cada vez se ve más patente que los discursos huelen a viejo, a cosa obsoleta, a pensamiento apolillado.

A propósito el ex mandatario chileno Ricardo Lagos, para explicar la derrota electoral de la izquierda en su país, confesó que lo que se conoce como “progresismo” no da cuenta ya de lo que está pasando en las sociedades posmodernas

“Aprendimos en el siglo XX a responder las preguntas. Pero el problema es que en el siglo XXI nos cambiaron las preguntas y debemos encontrar las respuestas”, sostuvo Lagos al pedir un cambio de percepción de la centroizquierda.

El escritor francés Marcel Proust (1871-1922) sostuvo que “el acto real de descubrimiento no consiste en encontrar nuevas tierras sino en ver con nuevos ojos”. La afirmación es una invitación a ejercitar nuestra mente para que sea capaz de ver lo que antes no vio, de percibir lo que hasta ahora estaba oculto.

Eso quiere decir que podemos tener la realidad delante de nuestras narices, pero no estar viéndola realmente, acaso porque hay prejuicios que nos atenazan, sesgando nuestra visión con creencias falsas, o porque sencillamente no tenemos el coraje de abrazar la realidad tal cual es.

En el mundo de la educación se han puesto de moda, desde hace algún tiempo, las reflexiones del pensador francés Edgar Morin, que viene pidiendo una renovación del pensamiento científico porque, en su opinión, las certidumbres del pasado ya no funcionan.

Habla de que la ciencia moderna, con su excesivo especialismo (“sordera especializada”), está en una encrucijada al perder el sentido de la unidad del saber.

Morin propone, al respecto, un pensamiento “complejo” que sea capaz de captar la diversidad y la pluralidad de la unidad, o sea un pensamiento que enlace y globalice.

Una reforma de las ideas, sostiene el francés, tiene que poner en cuestión la causalidad lineal simple con la que se explican los fenómenos. Al respecto propone el principio del “bucle retroactivo”, por el cual los efectos retroactúan sobre las causas, en un movimiento circular.

Así, frente al moderno mecanicismo que reduce lo espiritual a lo biológico y viceversa, la idea de bucle implica que, como el cerebro necesita del espíritu humano, este a su vez requiere de aquel para poder ser explicado integralmente.

Otro aporte de Morin es el principio “hologramático”, según el cual no sólo las partes están dentro del todo, sino que el todo está en el interior de las partes. Un ejemplo es el de las sociedades que se hallan en cada individuo a través del lenguaje, las normas y la cultura.

El conocimiento ha sido visto como la nota distintiva del ser humano. Aunque no siempre la representación mental se ha ajustado a las demandas de la realidad y la vida.

El problema es que el siglo XXI se presenta desconcertante, sus nuevas realidades desafían lo pensado hasta aquí, convirtiendo en obsoletas las ideas recibidas, incluso las que imparte la escuela.

Todo lo cual sugiere una crisis del conocimiento, aunque también es una invitación a pensar de nuevo.

 

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Publicado por en 01/01/2018 en Uncategorized

 

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La lectura y la era del postpensamiento

¿Existe una relación directa entre índices de lectura y desarrollo cultural y económico? ¿Corre riesgo la capacidad de pensar si se prescinde de la cultura escrita y del libro?

Los defensores de la cultura audiovisual, hoy hegemónica, tienden a minimizar el impacto del menor hábito de la lectura. Porque sostienen que la sociedad humana, como lo ha hecho en el pasado, encuentra nuevos lenguajes para comunicarse.

Los productores de la nueva cultura multimedial creen que el retorno del hombre al mundo acústico y de la imagen, que las nuevas tecnologías promueven, tiene efecto neutro desde el punto de vista cultural.

Desde esta óptica da lo mismo ver un video o disolverse en la hipertextualidad de Internet, donde el ejercicio de la lectura es periférico o está subordinado al juego de la imagen y el audio, que leer un libro.

Pero los humanistas defensores de la palabra escrita piensan que lo audiovisual no compensa, sino que tiende a una sustitución peligrosa, que hace que las sociedades caigan en la incultura.

Es la tesis del politólogo italiano Giovanni Sartori, para quien ya estamos viviendo en la era del postpensamiento, una situación de retroceso del pensamiento racional, producto de la revolución mediática.

Sartori sostiene que la palabra escrita, o la cultura del libro, no pueden sustituirse a menos que condenemos al hombre a perder la capacidad de abstracción, sin la cual no hay racionalidad.

Si eso ocurriese el homo sapiens involucionaría hacia el homo insipiens, es decir al hombre necio e ignorante. Sartori advierte que detrás de la caída del hábito de la lectura se esconde “una pérdida de pensamiento, una caída banal en la incapacidad de articular ideas claras y distintas”.

La hegemonía audiovisual está generando un tipo humano refractario a la lectura, un sujeto que según Franco Ferraroti (citado por Sartori) “prefiere el significado resumido y fulminante. Éste le fascina y lo seduce. Renuncia al vínculo lógico, a la secuencia razonada, a la reflexión que necesariamente implica el regreso a sí mismo”.

El nuevo tipo de hombre “cede ante el impulso inmediato, cálido, emotivamente envolvente. Elige el living on self-demand, ese modo de vida típico del infante que come cuando quiere, llora si siente alguna incomodidad, duerme, se despierta y satisface todas sus necesidades en el momento”.

Los lingüistas y psicólogos coinciden en que el hábito de la lectura incentiva la creatividad, diversifica los esquemas de representación del mundo y fortalece los procesos cognitivos.

A nivel colectivo se cree que la lectura hace más culta, inventiva, voluntariosa y sólida a una sociedad. También impulsa la lucha por la transparencia y responsabilidad de los gobiernos y la regulación de las clases de elite.

Hay quienes resaltan el potencial de la lectura en el desarrollo cultural y económico de un país, considerando que este hábito es un factor que explica la altura alcanzada por las naciones nórdicas y Alemania.

En Argentina Pedro Barcia, lingüista y experto en educación, se ha convertido en defensor de la cultura escrita y de la lectura. “Educamos alumnos con pobreza léxica, sin habilidad comunicativa”, viene advirtiendo.

La ley, aclara, le reconoce a ese estudiante la libertad de decir lo que piensa, “pero los alumnos no pueden armar frases y se les dificulta el pensar”. Al respecto, Barcia coincide con Sartori en que la incapacidad de pensar (postpensamiento), asociada a la falta de lectura, socava la democracia en su base, que necesita de un ciudadano pensante.

 

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Publicado por en 09/04/2015 en Uncategorized

 

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Aprender a pensar es lo más difícil

Haber pasado por la primaria o la secundaria no garantiza, al menos en la Argentina, haber adquirido el hábito del pensamiento. Algo que eclosiona luego en la universidad.

El diagnóstico unánime entre los expertos es que buena parte de los alumnos tiene dificultades para razonar. Con lo cual el pasaje por el sistema educativo formal no ha supuesto en ellos la adquisición de lo esencial.

Los profesores de matemáticas, por ejemplo, sostienen que la carencia se ve en el hecho de que la mayoría de los adolescentes no pueden hacer operaciones mentales básicas, como divisiones. Y tampoco si usan lápiz y papel, lo que denuncia que desconocen el mecanismo de las mismas.

Las pruebas que se toman, tanto a nivel nacional como local, revelan que el principal inconveniente es que al no comprender la lógica de las cuentas, lo jóvenes se ven incapacitados de aplicarlas a la realidad, en la solución de problemas concretos.

Por otro lado, y no solo en matemática sino en el resto de las materias de estudio, los alumnos apelan a la memorización de los contenidos escolares, en lugar de comprender y relacionar, que es el abecé del acto de pensar.

De esta manera, según los especialistas, los adolescentes decodifican pero no comprender, deletrean pero no captan el significado de los textos. Esta es una de las razones principales por la cual los recién egresados de la secundaria se sienten abrumados cuando en la universidad le dan muchos textos para estudiar.

No sólo no tienen el hábito de la lectura. Muchos de ellos deletrean penosamente y no comprenden el sentido de las palabras. Se supone que a los 18 años un alumno tiene habilidades lectoras básicas. Pero no: un gran número tiene serias deficiencias para decodificar unas cuantas líneas, no importa su contenido.

No tienen siquiera la experiencia de alguna lectura provechosa, porque pese a haber estado varios años en el sistema educativo algunos ni siquiera recuerdan haber leído un libro completo.

La lectura es un hábito que se adquiere durante la infancia y la adolescencia. Y a decir verdad, a la vista de los resultados, ni la primaria ni la secundaria argentinas lo crean (un esfuerzo que de última descansa en la familia).

Leer un libro requiere esfuerzo intelectual. Es una tarea formativa por excelencia porque nos hace reflexivos y racionales, y nos enseña a escribir y a hablar. Se entiende, entonces, el porqué de la pobreza lingüística de tantos jóvenes.

La pregunta, a esta altura, parece obvia: si la escuela no enseña a pensar, ¿para qué sirve? Últimamente, se habla de su importancia como lugar de “contención” de los chicos y adolescentes, en una sociedad en crisis.

¿Cuál es el fin del sistema educativo, entonces? ¿En qué medida su función primaria pedagógica ha sido reemplazada por otro rol de carácter social, más ligado a “guardar” los alumnos?

En tanto, el sistema hoy sufre los embates de la informática. El acceso a la última información y la conexión con el mundo, ha instalado la idea, dentro de los muros del colegio, de que lo importante es estar “actualizado”.

Mientras no se explora lo que está en los libros, Internet se presenta como la gran proveedora de información. Pero aprender a pensar no es una cuestión de cantidad y novedad de datos.

La clave siempre ha sido en cómo el pensamiento le da sentido y significado a todo eso. El problema no es la falta de datos: lo que falta en el aula son las operaciones básicas para razonar el mundo.

 

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Publicado por en 17/10/2013 en Uncategorized

 

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La educación y la cabeza bien puesta

“Los chicos no saben estudiar, memorizan todo el tiempo, no entienden lo que leen”, suele ser una queja muy escuchada. ¿Es que el sistema educativo no enseña a pensar?

La ineptitud intelectual de nuestros graduados reside en que en ellos se privilegia la acumulación, el apilamiento, en desmedro de la comprensión. Carecen, en esencia, de un principio de selección y de organización que le de sentido a la realidad.

Los ciudadanos que trae al mundo el sistema educativo son seres que tienen la cabeza llena de datos y opiniones, que no han sido procesados ni pensados suficientemente por ellos mismos.

Es muy probable, por tanto, que adquieran opiniones prefabricadas, de otros, y de esta manera estén inermes no sólo ante la avalancha informativa sino ante la manipulación ideológica.

Si es así, ¿dónde ha quedado el ideal pedagógico de formar “ciudadanos con conciencia crítica”, que posean las herramientas cognitivas para enfrentar los desafíos del complejo siglo XXI?

Nada nuevo bajo el sol, si se piensa que la institución educativa ha sido objeto de crítica en todos los tiempos, y en sociedades distintas. En la Europa del siglo XVI hubo quienes impugnaban el modelo de inteligencia dominante.

Es el caso de francés Michel de Montaigne, cuyas reflexiones tienen una actualidad asombrosa. “En la educación de los niños no hay nada como atraer el interés y el afecto; de otra manera lo único que se logra son asnos cargados de libros”, escribió el autor de los Ensayos.

Su crítica más incisiva se vinculaba a los fines de la enseñanza. Para él es fundamental enseñar a pensar bien, a formar una “cabeza bien hecha” y no “bien llena”, para después actuar correctamente.

Distinguía, así, dos categorías de conocimiento: erudición y sabiduría. Los colegios de la época, según Montaigne, sobresalían a la hora de impartir información, sobre la base de un modelo acumulativo (erudición).

Pero fracasaban por completo en lo referido a la aptitud de vincular los saberes y darles sentido, y a formar una actitud filosófica y ética general en orden a la prudencia, tan necesaria en la vida (sabiduría).

“De buen grado –escribió- vuelvo a esa idea de la inepcia de nuestra educación. Ha tenido como fin hacernos no buenos y sensatos, sino cultos: lo ha conseguido. No nos ha enseñado a abrazar y perseguir la virtud y la prudencia, sino que nos ha grabado la derivaciones y la etimología”.

Y añade Montaigne: “Desearíamos preguntar: ¿Sabe griego o latín? ¿Escribe en verso o en prosa? Mas si se ha vuelto mejor o más avispado, eso es lo principal y duradero. Habríamos de preguntar cuál es mejor sabio y no más sabio. Nos esforzamos en llenar la memoria y dejamos vacío el entendimiento y la conciencia”.

El planteamiento de Montaigne fue retomado en nuestra época por un compatriota suyo, Edgar Morin, un filósofo y sociólogo que se ha hecho célebre en el mundo intelectual por su noción de “pensamiento complejo”.

“Una cabeza bien puesta –sostiene- es una cabeza que es apta para organizar los conocimientos y de este modo evitar una acumulación estéril”. En su opinión, la educación está a la deriva si no logra que los estudiantes logren “contextualizar y totalizar los saberes”.

Por otro lado, la fragmentación cognitiva –producto de la expansión descontrolada del saber (especialismo)- hace que “no logremos integrar nuestros conocimientos para la conducta de nuestras vidas”.

Este desposeimiento del saber, dice Morin, “plantea el problema histórico capital de la necesidad de la democracia cognitiva”.

 

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 23/08/2013 en Uncategorized

 

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