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El movimiento que alienta un cambio a partir del agradecimiento

El agradecer es una práctica que sana a las personas y a la sociedad. Hay un movimiento mundial que la promociona y una de sus principales figuras es el monje benedictino David Steindl-Rast.

Especialista en ecumenismo y diálogo interreligioso este monje nacido en Austria en 1926 sostiene que no es la felicidad la que nos hace agradecer, sino que el agradecer es lo que nos hace felices.

“Todos conocemos personas que tienen todo lo necesario como para ser felices, y sin embargo no lo son, simplemente porque no están agradecidas por lo que tienen. Por otro lado, todos conocemos también personas que no son para nada afortunadas, y sin embargo irradian alegría, simplemente porque aun en medio de su miseria son agradecidas. Así, la gratitud es la clave de la felicidad”, ha dicho en uno de sus escritos dedicados al tema.

Steindl-Rast  estudió artes, antropología y psicología, obteniendo un doctorado de la Universidad de Viena. Y desde 1953 es monje, comenzando su formación en el monasterio benedictino de Mount Saviour, en el estado de Nueva York.

Fue uno de los primeros católicos que recibió un entrenamiento en Budismo Zen y que participó (y continúa participando) en el diálogo budista-cristiano. Es conferencista en The Dalai Lama Center for Ethics, relacionado con el Massachusetts Institute of Technology (MIT).

El tema del agradecimiento se ha convertido en un tópico de interés en la ciencia occidental. Forma parte  por caso de la agenda de Greater Good Science Center (GGSC), un centro ubicado en la Universidad de California, desde donde se patrocina la investigación científica sobre el bienestar social y emocional.

En tanto, Naomi Eisenberger, directora del laboratorio de neurociencia social y afectiva de la Universidad de California, publicó un estudio donde señala que la gratitud influye positivamente en el cerebro al punto de mejorar la salud.

“Los hallazgos científicos hacen a la gratitud respetable a los ojos de los medios de comunicación, y por lo tanto a un siempre creciente sector de la sociedad. Esto crea una espiral de retroalimentación, lo cual explica el actual auge de la gratitud”, refiere Steindl-Rast al explicar el creciente interés por el tema.

Mucho antes de que la gratitud se convirtiera en tema de investigación científica, este monje benedictino escribía sobre ella como corazón de la plegaria y camino hacia la liberación, contribuyendo a promocionar la práctica del agradecimiento como una forma de sanarse a uno mismo y a la sociedad.

“Las personas agradecidas viven de una manera que conduce al tipo de sociedad que los seres humanos anhelamos. En muchas partes del mundo la sociedad está enferma. Las palabras clave del diagnóstico son: explotación, opresión y violencia. El vivir agradecidos es un remedio contra estos tres síntomas”, refiere el religioso.

Y añade: “Nuestra supervivencia depende de un cambio radical; si el movimiento de la gratitud crece de manera suficientemente fuerte y profunda, puede producir este cambio necesario”. 

Cabe consignar que en algunos países, como Canadá y Estados Unidos, cada 21 de septiembre se celebra el “Día Mundial de la Gratitud”, una jornada en la cual se invita a las personas a dar gracias.

El agradecimiento es una actitud mental que permite comprender que hay más razones para sentirse feliz que desdichado. El ser agradecidos nos da la posibilidad de tener una mirada menos pesimista ante las adversidades.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 25/09/2021 en Uncategorized

 

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El poder de la gratitud en tiempos de pandemia

Aunque la persistencia de la plaga, con su ola de contagios y muertes, genera un clima de depresión generalizada, sin embargo, siempre hay motivos para estar agradecidos.

En las situaciones límite, cuando todo bajo nuestros pies se conmueve, como en la pandemia de Covid-19 que transitamos, los seres humanos solemos valorar lo que tenemos. Lo esencial de la vida, en suma, recobra importancia frente a lo superfluo.

En las situaciones difíciles de la vida, se aprende a ver los pequeños detalles, reconocer las cosas positivas que juntamente ocurren y ello hace resurgir el sentimiento de gratitud.

El monje benedictino estadounidense David Steindl-Rast sostiene que no es la felicidad lo que nos hace agradecidos, sino que es la gratitud lo que nos hace felices.

“Todos conocemos personas que tienen todo lo necesario como para ser felices, y sin embargo no lo son, simplemente porque no están agradecidas por lo que tienen. Por otro lado, todos conocemos también personas con que no son para nada afortunadas, y sin embargo irradian alegría, simplemente porque aun en medio de su miseria son agradecidas. Así, la gratitud es la clave de la felicidad”, destaca.

La experiencia revela que, en medio de una cultura que exalta los derechos, se suele estar concentrado en las privaciones, domina la perspectiva de las cosas que faltan, motivo de queja y amargura.

Pero la percepción cambia radicalmente ante la pérdida de aquel bien del cual se disfrutaba inconscientemente, cuya segura posesión lo hacía pasar inadvertido hasta ese momento.

Esta idea se ve reflejada en el lenguaje corriente. “Nunca sabes lo que tienes hasta que lo pierdes”, es una frase que evoca esta tendencia tan humana a poner el foco en lo que carecemos, motivo de persistente descontento.

Esto ocurre porque culturalmente se ha perdido una virtud tradicional: el agradecimiento, una actitud mental que permite comprender que hay más razones para sentirse feliz que desdichado.

El ser agradecidos nos da la posibilidad de tener una mirada menos pesimista ante las adversidades. Nos ayuda a protegernos de la desesperanza que aparece cuando nos enfocarnos de manera absoluta en el malestar, y puede constituirse en un factor de protección contra la depresión.

En una investigación publicada en 2015 por la American Psychological Association, su autor el Dr. Paul Mills, reportó que dar gracias por los aspectos positivos de la vida puede resultar en una mejor salud mental, mejor calidad del sueño, menos fatiga, mayor sentido de autoeficacia y niveles más bajos de marcadores bioinflamatorios relacionados con la salud cardiaca. 

Por otra parte, las personas agradecidas tienden a ser más felices y saludables, ya que el reconocimiento de que existe algo por lo cual dar gracias y el acto en sí mismo de agradecer, genera una sensación de bienestar que se traduce en mayor satisfacción con la vida y optimismo ante el futuro. 

Algunas terapias que cultivan el agradecimiento proponen realizar un “diario de gratitud”, una herramienta que permite hacer conscientes a las personas de todas esas cosas buenas que damos por descontadas (salud, amigos, lecturas, contemplación de paisajes, disfrutar de la música, etc.).

Estas herramientas permitirían que las personas abandonen el papel de víctimas y aprendan a ser menos quejosas con su suerte, asumiendo una actitud más objetiva y equilibrada de la vida.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 28/06/2021 en Uncategorized

 

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Sobre si el optimismo se ha convertido en un bien de lujo

La marcha del mundo y la del país no dan muchas razones para ser optimistas. Las malas noticias son más que las buenas. Y el futuro se presenta como un gran signo de interrogación.

Vivimos con muchas calamidades desde el año 2020: pandemia, muertes, crisis económicas, desempleo, recesión, estrés psicosocial, riesgo en la salud mental, inadaptación y desesperanza.

Los daños colaterales del año anterior se sienten y se padecen, en tanto que el año 2021 hasta ahora no se presenta mejor y más bien muestra algunos signos de que las cosas podrían agravarse.

Por lo pronto la agenda hacia adelante presenta desafíos como: vacunas, control sanitario de la pandemia, reactivación económica, vuelta a las clases presenciales, creación de empleo, apostar a una normalidad con bajo riesgo de infección y de carga viral.

Si es cierto que en épocas normales la cantidad de optimistas y pesimistas se igualan, la coyuntura parece inclinar la balanza esta vez para que prevalezca una tónica sombría sobre el decurso de la historia.

¿Acaso el optimismo es hoy un bien de lujo? A juzgar por la actual coyuntura, cabría conjeturar que no abundan aquellos que están seguros de que todo va a salir bien. Y adhieren a ese famoso eslogan político: “Lo mejor está por venir”.

En cambio serían más los que consideran que las cosas pueden encaminarse fácilmente hacia lo peor. Entre los cuales hay que contabilizar a los apocalípticos, propensos a ver en todo señales que anticipan catástrofes.

Según algunos psicólogos, la tendencia a ser más optimistas o más pesimistas no estaría necesariamente determinada por cómo se presentan los datos de la realidad, en base a lo cual juzgamos sobre si las cosas van bien o mal. Tampoco sería consecuencia únicamente de nuestras experiencias pasadas. Dependería más de una predisposición que tiene un componente innato y otro aprendido.

Una parte de esta predisposición al optimismo o al pesimismo es genética, según apunta Julia Vidal, psicóloga y directora del centro clínico Área Humana Psicología. El resto viene condicionado por el ambiente y la educación.

Alguna gente cree, por ejemplo, que los argentinos somos crónicamente pesimistas sobre el país. El pasado nos condena y las generaciones han aprendido a ver a la Argentina como un ejemplo de fracaso colectivo.

El norteamericano Martin Seligman, considerado el “padre” de la psicología positiva, una corriente académica y práctica que busca promover el optimismo,  ha dicho que la Argentina está “muy atrasada” en este campo.

Seligman dice que es el país más “casado” con el psicoanálisis, mientras que prácticamente todos los demás naciones importantes han abandonado esa corriente psicológica.

“De alguna manera, el pensamiento psicoanalítico se centra en sí mismo, paralizando a los individuos, mientras que la psicología cognitivo-conductual moderna trata sobre habilidades que ayudan a superar problemas en el mundo externo”, explicó Seligman en una entrevista de este año, casi sugiriendo que los argentinos necesitan un tipo de terapia más alentadora.

Cabe agregar que el líder inglés Winston Churchill, que parecía alguien inaccesible al derrotismo, dijo alguna vez que un pesimista ve una calamidad en cada oportunidad, en tanto que  un optimista ve una oportunidad en cada calamidad.

Y es conocida la célebre fórmula con la que el político comunista italiano Antonio Gramsci encaraba su vida: “Con el pesimismo de la inteligencia, y el optimismo de la voluntad”.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 30/01/2021 en Uncategorized

 

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El fin de la pandemia sigue siendo un gran interrogante

Los más optimistas señalan que la cura para el coronavirus llegará a fin de este año, otros creen que la pandemia cederá a nivel global en el año 2022, en tanto que hay quienes estiran la fecha al 2024.

La carrera por obtener una vacuna eficaz contra el Covid-19 genera una ansiedad creciente en todo el mundo, en medio de una gran incertidumbre sobre la fecha en que eso sucederá.

Los pronósticos más alentadores hablan de que antes de fin de año veremos una vacuna aprobada, de las 9 que están en fase 3 actualmente. Y que en el primer cuatrimestre de 2021 y hacia mitad de ese año, millones de personas ya estarán inmunizadas.

En tanto el líder tecnológico Bill Gates, que está invirtiendo millones de dólares para desarrollar vacunas y tratamientos contra el Covid-19, estimó que la crisis sanitaria global “terminará en 2022”.

A fines del año próximo (2021), “el mundo rico debería poder terminar con esto (el coronavirus), mientras que el resto de los países lo vería concluido para fines de 2022”, destacó el empresario, en una reciente entrevista con Fox News. 

“El final de la epidemia en el mejor de los casos será probablemente en el año 2022”, precisó Gates y agregó: “Pero durante el 2021, las cifras, deberíamos poder reducirlas, si adoptamos el enfoque global. Entonces, ya sabes, gracias a Dios, la tecnología de vacunas estaba ahí, llegó la financiación, y las empresas pusieron a su mejor gente en ello. Por eso soy optimista que esto no durará indefinidamente”.

No obstante, otros pronósticos son más pesimistas. El director ejecutivo del mayor fabricante de vacunas del mundo advirtió que recién a finales del 2024 habrá suficientes vacunas contra el Covid-19 disponibles para que todos en el mundo sean inoculados.

Adar Poonawalla, director ejecutivo del Serum Institute of India, explicó al Financial Times que las compañías farmacéuticas no están aumentando la capacidad de producción con la rapidez suficiente para vacunar a la población mundial en menos tiempo.

“Pasarán de cuatro a cinco años hasta que todos reciban la vacuna en este planeta”, aseguró Poonawalla, quien estimó que si la vacuna contra el Covid-19 es de dos dosis, como el sarampión o el rotavirus, el mundo necesitará 15.000 millones de dosis. “Sé que el mundo quiere ser optimista al respecto pero no he oído de nadie que se acerque ni siquiera al nivel de producción necesario en este momento”, dijo.

Aunque resulte curioso, la postura más sombría la dio en agosto la Organización Mundial de la Salud (OMS) a través de su director general Tedros Adhanom Ghebreyesuse, quien disparó: “No hay una bala de plata contra el Covid-19 en este momento y quizá nunca podría haberla”.

Las enfermedades forman parte de la historia de la humanidad de manera intrínseca. Y “los grandes asesinos de la historia son las bacterias y los virus”, han dicho los divulgadores Màrius Belles, físico y profesor de ciencias, y Daniel Arbós, biólogo y periodista científico, en “14 maneras de destruir a la humanidad”.

Al respecto, el Sarampión acabó con más de 200 millones de personas, la Peste Negra a mediados del siglo XIV diezmó a la población del Viejo Continente que pasó de 80 a 30 millones de personas, en tanto que el virus del Sida o VIH ha matado a más de 35 millones de individuos.

La Gripe Española, que se expandió en los últimos meses de la Primera Guerra Mundial fue muy mortífera y algunos estudios calculan que se cobró la vida de 100 millones de personas.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 12/10/2020 en Uncategorized

 

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Frente a los que ven todo negro o todo color de rosa

Mientras los pesimistas invitan a pensar que todo irá mal, los optimistas, por el contrario, sólo ven el lado positivo de todo. ¿No sería mejor observar la vida y el mundo desde una perspectiva realista?

Los especialista aseguran que percibimos las cosas estructurando los “estímulos” de acuerdo a nuestro propio espíritu. Ese espíritu a su vez puede responder a dos tendencias básicas: optimismo y pesimismo.

La etimología aclara el significado de estos términos: mientras optimismo  proviene del latín “optimum”, es decir “lo mejor”, pesimismo proviene de la raíz latina “pesimus”, es decir “muy malo”.

En los libros de psicología se suele hacer una caracterización canónica de ambas posturas. Las personas optimistas reúnen cuatro rasgos: ven algo bueno en cada situación, hasta la más adversa; pueden llegar a distorsionar la realidad hacia lo positivo; poseen una tendencia a la acción; minimizan los aspectos negativos de las circunstancias.

Los pesimistas, por su lado, siempre se fijan en lo que les falta, y no en lo que tienen; se jactan de ser realistas; suelen tener un pronóstico malo sobre lo que vendrá; son previsores y esto puede hacer que se preserven en ciertas circunstancias.

El pecado de los optimistas, que suelen vivir en un estado de euforia permanente, es caer presa del “ilusionismo” o de las promesas falsas. Querer ver todo “color de rosa” a toda costa y renunciando a la razón, puede traerles funestas consecuencias.

El hombre que está inclinado siempre a creer posible y fácil todo lo que espera, de suerte que llega a tomar sus deseos por realidades, puede chocar dramáticamente con los límites que impone lo real, o ser víctima de los eternos embaucadores que pintan sueños imposibles.

Los pesimistas, por su lado, para quienes las cosas pueden encaminarse fácilmente hacia lo peor y suscriben aquello de que “hoy estoy peor que ayer, pero mejor que mañana”, corren riesgo de hundirse por propia decisión.

La negatividad del pesimista, muy cercano al cuadro patológico de la depresión, que tiene la tendencia a ver “el vaso medio vacío”, puede hacerlo caer en un derrotismo suicida.

Ahora bien, quizá por aquello de que los extremos siempre se tocan, cabe establecer una solidaridad oculta entre estas dos versiones espirituales. Y esto porque para ser pesimista es necesario haber creído y haber tenido esperanzas antes.

En el pelotón de los pesimistas, por tanto, quizá haya que anotar a no pocos ilusos desengañados. ¿Son los optimistas empedernidos de hoy, acaso, los incurables pesimistas del mañana?

Como sea, ¿cuál será la mejor postura espiritual para vivir, que ayudaría a evita estos dos extremos que, en el fondo, comparten la filosofía de desvirtuar o distorsionar la realidad?

Para enunciarla brevemente sería aquella actitud que es profundamente objetiva y realista. Es decir, aquella que desarrolla en las personas la aptitud para ver las cosas como son, y no como quisieran que fueran, proyectando sobre ella un subjetivismo deformante.

Norma básica a tener en cuenta en este caso sería no engañarse con las propias construcciones mentales, aceptando la realidad en toda su desnudez, evitando sacrificarla a los deseos o prejuicios.

Ser realista frente a la vida y el mundo en general supondría conservar una postura de central imparcialidad, de impersonal objetividad, que excluye cualquier actitud partidista o sectaria, que surge de teñir las cosas con el color de la propias preferencias o el encasillamiento en enfoques parciales.

 

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Publicado por en 07/01/2020 en Uncategorized

 

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Es tan importante saber ganar como saber perder

En una cultura exitista como la nuestra se mira con desprecio al fracaso, aunque se pierde de vista que, como decía Winston Churchill, “el éxito es aprender a ir de fracaso en fracaso sin desesperarse”.

Asumir la idea de que podemos fracasar resulta arduo y problemático en la sociedad actual, activista y competitiva al máximo. A decir verdad, está mal visto y no se perdona al perdedor.

Es decir, se juzga con severidad a quien no triunfa, a quien las cosas no le van bien (en la profesión, el matrimonio, los negocios, el deporte, etc.). Y acaso sea por esa razón cultural que muchas personas sobreactúan optimismo.

Ocurre que admitir que las cosas no han salido como uno pensaba choca con la presunción de que lo único que vale es el éxito. Por eso se trata de aparentar que se está siempre alegre.

Se piensa que si uno se ve triste o preocupado, eso no sólo revela fracaso sino que inspira desconfianza y hostilidad en los demás, quienes suelen huir de los perdidosos.

Sabemos, sin embargo, que en la vida no se puede ganar siempre. Y que como sugiere Churchill, no hay victorias sin derrotas. O como declaró Thomas Alba Edison para explicar el proceso de múltiples intentos que no funcionaron hasta crear la bombilla incandescente de alta resistencia: “No fueron mil intentos fallidos, fue un invento de mil pasos”.

Creer lo contrario, es decir no contemplar la perspectiva del fracaso, puede llevar a una profunda distorsión cognitiva. Obstinarse en no reconocer que las cosas vayan mal, implica caer en una manía positivista totalmente irreal, algo así como instalar la euforia por decreto.

A esto conduce el exitismo, que según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española es un término que se usa en Chile y Argentina, definiéndolo como el “afán desmedido por el éxito”.

El exitista tiende a creer que, una vez alcanzada una meta, las siguientes son seguras, se facilitan o al menos se tienen algunos derechos excepcionales adquiridos.

Pero resulta a menudo más difícil gestionar (digerir, asimilar) bien el éxito (la victoria, la bonanza) que el fracaso. Sobre todo porque puede fomentar en el afortunado la soberbia, la “hibris” (concepto griego que equivale a “desmesura”), la creencia de que uno es innatamente superior a los otros.

Por otra parte, se pierde de vista que el éxito puede ser aparente, engañoso, debido quizá a un golpe de suerte más que a virtudes propias, y llevar dentro el germen de desastres futuros, quizá mucho más graves.

Declarar que “el fracaso no existe”, es una actitud que va contra la realidad de las cosas, es postular un principio falso, que puede devenir en algo contraproducente.

Eso sería como declarar que la experiencia del sufrimiento no existe, cuando en realidad al arte de vivir consiste en gran medida en responder de forma adecuada al dolor, algo inseparable de la vida.

Saber perder es reconocer los valores positivos que entraña toda experiencia de derrota. En principio porque ayuda a despertar del sueño narcisista (iluso) y ver la realidad tal cual es (y que no queríamos ver).

Que las cosas no nos salgan como nosotros pretendemos –como de hecho ocurre casi siempre- nos ayuda a madurar y crecer internamente. El filósofo Friedrich Nietzsche, a propósito, enseñó que la plenitud no se alcanza evitando la dificultad, sino reconociendo su papel como paso natural inevitable en la senda que hay que recorrer para alcanzar cualquier cosa buena.

Si consideramos la vida en sentido deportivo, podríamos concluir que vivir consiste en saber ganar y perder.

 

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Publicado por en 11/08/2019 en Uncategorized

 

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El vaso medio lleno o el vaso medio vacío

En el mundo psicológico se suele decir que las personas se dividen en dos grupos: los que ven el vaso medio lleno y los que lo ven medio vacío. Es decir los optimistas y los pesimistas.

La etimología aclara el significado de estos términos: mientras optimismo proviene del latín “optimum”, es decir “lo mejor”, pesimismo proviene de la raíz latina “pesimus”, es decir “muy malo”.

Lo cierto es que ante una misma realidad las miradas se bifurcan por lo pronto en dos posiciones que lucen antagónicas: mientras uno ve el lado positivo del asunto, el otro se regodea en su aspecto negativo o de carencia.

Los antiguos estoicos ya advertían de la colisión entre las versiones dispares de la mente. Epicteto, figura de esa escuela filosófica, escribió al respecto: “Los hombres no sufren por los hechos sino por las representaciones que tienen de los hechos”.

Con ello quería decir que dos o más personas pueden ver el mismo hecho (el vaso con agua),  pero sin embargo percibir diversamente, a causa de la intervención de factores subjetivos, como los deseos o inclinaciones de cada uno.

Todo indica que percibimos las cosas estructurando los “estímulos” de acuerdo a nuestro propio espíritu. Ese espíritu a su vez podría responder a dos tendencias básicas: optimismo y pesimismo.

En los libros de psicología se suele hacer una caracterización canónica de ambas. Las personas optimistas reúnen cuatro rasgos: ven algo bueno en cada situación, hasta la más adversa; pueden llegar a distorsionar la realidad hacia lo positivo; poseen una tendencia a la acción; minimizan los aspectos negativos de las circunstancias.

Los pesimistas, por su lado, siempre se fijan primero en lo que falta, y no en lo que tienen; se jactan de ser realistas; suelen tener un pronóstico malo sobre lo que vendrá; son previsores y esto puede hacer que se preserven en ciertas circunstancias.

El pecado de los optimistas, que suelen vivir en un estado de euforia permanente, es caer presa del “ilusionismo” o de las promesas falsas. Querer ver todo “color de rosa” a toda costa y renunciando a la razón, puede traerles funestas consecuencias.

El hombre que está inclinado siempre a creer posible y fácil todo lo que espera, de suerte que llega a tomar sus deseos por realidades, puede chocar dramáticamente con los límites que impone lo real, o ser víctima de los eternos embaucadores que pintan sueños imposibles.

Los pesimistas, por su lado, para quienes las cosas pueden encaminarse fácilmente hacia lo peor y suscriben aquello de que “hoy estoy peor que ayer, pero mejor que mañana”, corren riesgo de hundirse por propia decisión.

La negatividad del pesimista, muy cercana al cuadro patológico de la depresión, que tiene la tendencia a ver “el medio vaso vacío”, puede hacerlo caer en un derrotismo suicida.

Ahora bien, quizá por aquello de que los extremos siempre se tocan, cabe establecer una solidaridad oculta entre estas dos versiones espirituales. Y esto porque para ser pesimista es necesario haber creído y haber tenido esperanzas antes.

En el pelotón de los pesimistas, por tanto, quizá haya que anotar a no pocos ilusos desengañados. ¿Son los optimistas empedernidos de hoy, acaso, los incurables pesimistas del mañana?

Ahora bien, ¿el pesimismo o el optimismo son conductas innatas o aprendidas? Los científicos no se ponen de acuerdo: hay quienes piensa que se nace con algunos de estos rasgos y otros opinan que son conductas adquiridas.

 

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Publicado por en 06/04/2019 en Uncategorized

 

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¿El mejor momento de la historia humana?

Mientras los intelectuales suelen ser pesimistas sobre la marcha del mundo, el canadiense Steven Pinker es la excepción: para él la humanidad está en su mejor momento.

De visita en Argentina, este psicólogo cognitivo y profesor de la Universidad  de Harvard y del Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT) reiteró aquí, en sucesivas entrevistas, que vivimos en la mejor de todas las épocas históricas.

El llamado “gurú del optimismo”, considerado como una de las 11 personas más influyentes del mundo según la revista “Time”, se declara enemigo de todos los saboteadores del proyecto de la Ilustración.

En este último pelotón incluye a románticos, nietzschenianos, heideggerianos, existencialistas, teóricos críticos, posmodernistas, nacionalistas, verdes, teoconservadores y muchos otros.

En su reciente libro “En defensa de la Ilustración”, Pinker sostiene que el mundo que incubó el Iluminismo del siglo XVIII ha evolucionado favorablemente, pese a los obstáculos que ha debido sortear a lo largo de este tiempo.

Aporta como argumentos que el mundo es hoy 100 veces más rico que hace 200 años; el cociente intelectual ha subido 30 puntos en un siglo; el avance de la ciencia ha permitido erradicar enfermedades y prolongar la vida; las muertes en guerras han caído a la cuarta parte desde la década de 1980.

En los últimos dos siglos, sostiene, la pobreza extrema ha disminuido del 90% de la población mundial a menos del 10%; la alfabetización ha crecido del 15% al 80%; la esperanza de vida ha aumentado de 30 a 70 años y la mortalidad infantil ha disminuido del 30% al 4%.

“La guerra solía ser la situación natural entre los principales Estados e imperios, pero no ha habido una gran guerra de poder durante más de sesenta años. La igualdad para las minorías raciales y religiosas, las mujeres y los homosexuales apenas era un concepto hace 250 años; ahora es una aspiración casi universal”, agregó en una entrevista con el diario Clarín.

Pinker acusa de “progresofobia” a los académicos e intelectuales que, según él, se regodean en el pesimismo y a los populistas de izquierda y de derecha que se muestran antisistema.

“Ahora, la ultraderecha y la izquierda radical comparten discurso: que vivimos en una sociedad fallida. De hecho, gente de izquierdas quería que ganase Trump, para que nos llevara a la catástrofe. Como dice el viejo dicho: Cuanto peor, mejor”, diagnosticó.

“Los pesimistas tienen buena prensa, pero se equivocan”, asegura Pinker, quien además acusa a los medios de transmitir una visión distorsionada y sombría de la realidad.

En opinión del canadiense, los periodistas son, en buena medida, los responsables de la creencia extendida de que “el mundo va de mal en peor”.

“Las noticias, por definición, cuentan hechos concretos que ocurrieron ayer o, en el caso de Twitter, hace cinco minutos. Esto distorsiona el tipo de acontecimientos que acaparan los titulares. En general, lo malo ocurre de golpe: un atentado, un asesinato… Mientras, lo bueno ocurre a cámara lenta, a lo largo de los años: la reducción de la pobreza, el auge de la alfabetización. Aunque su importancia sea crucial, jamás verás a un periódico abriendo su portada con estas noticias”, dice Pinker.

El psicólogo cognitivo sostiene que los ideales del proyecto de Ilustración deben seguir inspirando a la humanidad, y ellos son la razón, la ciencia, el humanismo y al progreso.

 

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Publicado por en 18/09/2018 en Uncategorized

 

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La teoría del vaso: si medio vacío o medio lleno

En el mundo psicológico se suele decir que las personas se dividen en dos grupos: los que ven el vaso medio lleno y los que lo ven medio vacío. Es decir los optimistas y los pesimistas.

La etimología aclara el significado de estos términos: mientras optimismo proviene del latín “optimum”, es decir “lo mejor”, pesimismo proviene de la raíz latina “pesimus”, es decir “muy malo”.

Lo cierto es que ante una misma realidad las miradas se bifurcan por lo pronto en dos posiciones que lucen antagónicas: mientras uno ve el lado positivo del asunto, el otro se regodea en su aspecto negativo o de carencia.

Los antiguos estoicos ya advertían de la colisión entre las versiones dispares de la mente. Epicteto, figura de esa escuela filosófica, escribió al respecto: “Los hombres no sufren por los hechos sino por las representaciones que tienen de los hechos”.

Con ello quería decir que dos o más personas pueden ver el mismo hecho (el vaso con agua), pero sin embargo percibir diversamente, a causa de la intervención de factores subjetivos, como los deseos o inclinaciones de cada uno.

Todo indica que percibimos las cosas estructurando los “estímulos” de acuerdo a nuestro propio espíritu. Ese espíritu a su vez podría responder a dos tendencias básicas: optimismo y pesimismo.

En los libros de psicología se suele hacer una caracterización canónica de ambas. Las personas optimistas reúnen cuatro rasgos: ven algo bueno en cada situación, hasta la más adversa; pueden llegar a distorsionar la realidad hacia lo positivo; poseen una tendencia a la acción; minimizan los aspectos negativos de las circunstancias.

Los pesimistas, por su lado, siempre se fijan primero en lo que falta, y no en lo que tienen; se jactan de ser realistas; suelen tener un pronóstico malo sobre lo que vendrá; son previsores y esto puede hacer que se preserven en ciertas circunstancias.

El pecado de los optimistas, que suelen vivir en un estado de euforia permanente, es caer presa del “ilusionismo” o de las promesas falsas. Ver todo “color de rosa” a toda costa y renunciando a la razón, puede traerles funestas consecuencias.

El hombre que está inclinado siempre a creer posible y fácil todo lo que espera, de suerte que llega a tomar sus deseos por realidades, puede chocar dramáticamente con los límites que impone lo real, o ser víctima de los eternos embaucadores que pintan sueños imposibles.

Los pesimistas, por su lado, para quienes las cosas pueden encaminarse fácilmente hacia lo peor y suscriben aquello de que “hoy estoy peor que ayer, pero mejor que mañana”, corren riesgo de hundirse por propia decisión.

La negatividad del pesimista, muy cercano al cuadro patológico de la depresión, que tiene la tendencia a ver “el medio vaso vacío”, puede hacerlo caer en un derrotismo suicida.

Ahora bien, quizá por aquello de que los extremos siempre se tocan, cabe establecer una solidaridad oculta entre estas dos versiones espirituales. Y esto porque para ser pesimista es necesario haber creído y haber tenido esperanzas antes.

En el pelotón de los pesimistas, por tanto, quizá haya que anotar a no pocos ilusos desengañados. ¿Son los optimistas empedernidos de hoy, acaso, los incurables pesimistas del mañana?

Ahora bien, ¿el pesimismo o el optimismo son conductas innatas o aprendidas? Los científicos no se ponen de acuerdo: hay quienes piensa que se nace con algunos de estos rasgos y otros opinan que son conductas adquiridas.

 

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Publicado por en 13/04/2018 en Uncategorized

 

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¿Es posible que deje de haber guerras?

Es un mal prácticamente inevitable y por tanto no queda más remedio que tolerar su existencia? ¿O la guerra será algún día eliminada, pasando a ser un mal recuerdo de la humanidad?

“Hay una guerra menos en el mundo”, expresó el presidente colombiano Juan Manuel Santos, al recibir por estas horas el Premio Nobel de la Paz, por su contribución al fin del conflicto colombiano.

El mandatario recibió el premio en particular en nombre de los 220.000 muertos y los casi 8 millones de desplazados por el conflicto más antiguo de América, que comenzó en la década de 1960.

“Muchas gracias por este voto de confianza y de fe en mi país. Con este acuerdo, podemos decir que el continente americano -desde Alaska hasta la Patagonia- es una tierra de paz”, dijo Santos durante la ceremonia en el ayuntamiento de Oslo.

Pero una guerra menos, aunque es un avance a favor de la paz, no implica que el flagelo del conflicto bélico haya desparecido en el globo, ya que de hecho en otras latitudes (en Oriente Medio, por caso) las personas se están matando.

Sin embargo, hay quienes tienen una mirada optimistas sobre el futuro, asegurando que en la sociedad contemporánea los niveles de violencia han bajado notoriamente respecto de otras épocas históricas.

Esa es la tesis de Steven Pinker, catedrático de psicología experimental de la Universidad de Harvard, para quien el mundo experimenta un declive de la violencia.

En su opinión, el retroceso del fanatismo religioso y las ideologías extremistas a manos del humanismo secular, hijo de la Ilustración, han supuesto una caída en la frecuencia de las guerras, de la violencia y la agresividad en general en las relaciones humanas.

En el fondo, diría Pinker, somos en conjunto “más buenos” que antes. “Nunca ha habido menos guerras y genocidios, nunca menos represión o terrorismo que en nuestra época, de la misma manera que jamás han sido tan bajas como lo son hoy las posibilidades de que los seres humanos sucumbamos a una muerte violenta”, reflexiona en su libro “Los ángeles que llevamos adentro”.

Si se compara el presente con las carnicerías del siglo XX, el psicólogo parece tener razón. Frente a las dos contiendas mundiales y sus 60 millones de muertos, parece que asistimos en el siglo XXI a una época de relativa paz.

La obsolescencia de las grandes guerras, motivo de disminución de la violencia, la da pábulo a Pinker para que razone en estos términos: “Creo que no es ridículo ni romántico pensar que la guerra entre naciones puede llegar a desaparecer completamente. El cese de hostilidades bélicas entre las naciones más desarrolladas es un hecho desde hace 67 años”.

Ahora bien, en el panorama bélico actual, ¿qué se considera hoy una guerra? ¿Cuántas hay abiertas? Los últimos datos sobre el número de “refugiados” en el mundo suenan alarmantes.

Más de 50 millones de personas, la cifra más alta desde la Segunda Guerra Mundial, están desplazadas por culpa de los conflictos armados (por ejemplo en Siria), la mitad de ellos niños que sólo pueden aspirar a sobrevivir.

Si configurasen un estado, asegura el ACNUR (el Alto Comisionado de Naciones Unidas), sería el número 24 del planeta por cantidad de habitantes. El “país de los refugiados” estaría localizado, además, en las zonas más pobres del planeta. Los que menos tienen son los que más abren sus fronteras.

Según los expertos, hoy se asiste a “pequeñas guerras mundiales”, que aunque no tengan las magnitudes de las conflagraciones del siglo XX, sí prueban que la paz resulta algo inalcanzable.

 

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 04/01/2017 en Uncategorized

 

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