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La alegría, un sentimiento iluminador antidepresivo

El primer día del mes de agosto se celebra el Día Mundial de la Alegría, una de las emociones básicas y más importantes del ser humano y cuya principal manifestación es la risa.

La alegría es una de las emociones básicas y más importantes del ser humano, siendo además una de las más gratificantes

Suele generar manifestaciones conductuales típicas como la sonrisa o las carcajadas. Generalmente aparece asociada y es una de las partes fundamentales de los conceptos que denominamos felicidad, plenitud o bienestar.

La palabra alegría proviene del latín “alicer” o “alecris” que significa “vivo y animado”. Su contrario o antónimo es la tristeza, que es un dolor emocional o estado afectivo provocado por un decaimiento espiritual y expresado a menudo mediante el llanto, el rostro abatido, la falta de apetito o la lasitud.

Se suele identificar la alegría con la felicidad, aunque hay diferencias entre ellas en términos de duración e importancia. Mientras la felicidad es un estado permanente, sinónimo de prosperidad o dicha, la alegría es un estado pasajero, sinónimo de júbilo, bienestar o gozo.

“Todos los hombres buscan ser felices –aseguraba Pascal-, esto, sin excepción. Por diferentes que sean los medios que para ellos empleen, todos tienden hacia ese fin”. Si esto es así, deberíamos estar más alegres.

La paradoja es que los humanos viven más bien enojados, angustiados, insatisfechos, aburridos, amargados, deprimidos y con la cara larga. Abundan los rostros crispados y hostiles, arrugados por la tristeza y el sufrimiento.

De hecho, hay una búsqueda química de la dicha proporcionada por la alquimia moderna, que son los psicofármacos, en tanto que el mercado proporciona oasis paradisíaco de éxtasis en las drogas alucinógenas y estimulantes.

¿Por qué los humanos son tan poco felices y poco propensos a la alegría? ¿Por qué el hombre contemporáneo busca sucedáneos a ese estado de plenitud aturdiéndose con la música, el trabajo, orgías, drogas y otras formas de narcotizar la insatisfacción diaria?

En un interesante ensayo, titulado “Hacia una psicología de la alegría”, el doctor Mario Pereyra, docente de la Universidad Adventista del Plata, describe la alegría como un sentimiento iluminador contrario de la depresión, uno de los males del siglo.

“Desde el punto de vista social –dice-, la alegría es comunicación, apertura al otro, solidaridad, encuentro, ansias por compartir. El que está alegre necesita decirlo, no puede guardárselo para sí”.

Además, esa disposición es “dinámica, es una actividad de la conciencia que se abre a lo nuevo, moviliza el pensamiento en forma productiva y con un sentido creativo”.

Desde el punto de vista de la salud, Pereyra enfatiza que la alegría es la experiencia para superar la enfermedad, para salir del pozo de la angustia: “Es la salud como liberación del mal que nos hunde en el hecho del sufrimiento”.

El filósofo español Julián Marías decía, en tanto, que “renunciar a la alegría porque las cosas vayan mal es hacer que vayan peor, sin beneficio para nadie. Uno de los errores mayores que se pueden cometer, casi un pecado. Es probable que, si se hubiese sonreído más, si se hubiese dejado brotar toda la alegría posible y se hubiese vertido sobre el mundo, éste hubiera sido menos atroz”.

El poeta uruguayo Mario Benedetti, por su lado, escribe que urge: “Defender la alegría como una trinchera / defenderla del caos y de las pesadillas / de la ajada miseria y de los miserables / de las ausencias breves y las definitivas”.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 17/08/2023 en Uncategorized

 

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Los iconos que revolucionan la manera de comunicarnos

En la actualidad se usan más de 1.800 pictogramas para transmitir ideas, sentimientos y reflexiones. La utilización masiva de los emojis, así, está revolucionando la manera en que nos comunicamos.

Se atribuye al japonés Shigentaka Kurita la creación de estos pictogramas a los que llamó “emoji”, palabra japonesa que significa “imagen” y “carácter”. Según se cree, tenía la intención de crear una especie de esperanto, es decir una lengua universal.

Según los expertos, estos signos están cambiando de forma efectiva los patrones del lenguaje escrito. Han pasado a formar parte de eso que anteriormente llamábamos comunicación no verbal, siendo leídos como una especie de comunicación emocional muy necesaria para el ser humano.

La importancia de los emojis es tal que incluso han entrado en el mundo de los negocios. Ya que no son pocas las empresas que los han incorporado a sus estrategias de marketing para incrementar la cercanía con sus potenciales clientes.

Los semiólogos destacan su naturaleza icónica, toda vez que la relación que establecen con la entidad a la que denota está basado en la semejanza. Este principio iconógrafico puede rastrearse en la mayoría de los sistemas de escritura que se han ido desarrollando en la historia de la humanidad.

En efecto, los recursos pictográficos constituyen los primeros signos desde una perspectiva filogenética y, probablemente, pudieran estar presentes en la comunicación humana incluso antes de la explotación del canal oral auditivo.

Se especula que su vigencia podría estar relacionada con el hecho de que la percepción visual es, en cierto modo, el sentido dominante en la especie humana.

Esto explicaría por qué la combinación de emojis y texto escrito resulta tan efectiva para transmitir ciertos contenidos emocionales y aumentar emocionalmente nuestras interacciones.

En la escritura digital actual, esta combinación es una suerte de hibridación que ha dado lugar a un código bimodal, en cuyo compuesto los emojis cumplirían la función de máxima “expresividad”.

Agnese Sampietro, doctora en Lingüística y autora de la investigación “Emoticonos y emojis: Análisis de su historia, difusión y uso en la comunicación digital actual”, refiere que estos iconos acompañan hoy al texto escrito digital, al que añaden matices importantes, como el de la ironía, muy difícil de expresar por escrito.

“Estos elementos indican cercanía e informalidad, dan un toque de color, aportan un halo positivo a la interacción y pueden, incluso, mostrar la orientación emocional (aunque no es su función principal)”, añade.

Además de los matices verbales y no verbales que aportan, los emojis han sido reconocidos como elementos relevantes incluso por instituciones lingüísticas de prestigio, como los diccionarios de Oxford y de la RAE. 

Desde el punto de vista retórico, estos signos pueden tener muchas funciones, desde indicar elementos concretos (por ejemplo sustituir palabras como “pizza” o “brindis”); señalar un enlace con el clásico dedo que indica; representar sensaciones y emociones; o simplemente decorar un mensaje o posteo.

Sampietro dice que los emojis más utilizados son los que representan expresiones faciales. “En las interacciones cotidianas entre personas cercanas (familia, amigos, compañeros) los matices extralingüísticos son muy relevantes. Estos usuarios en la comunicación cotidiana quieren entenderse y mantener sus lazos de amistad y afecto. De ahí que las caritas con expresiones positivas sean las dominantes”, explica.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 08/05/2022 en Uncategorized

 

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Languidez, la emoción de moda a nivel global este año

No es ansiedad ni depresión, es algo más complicado. Es una sensación de estancamiento y vacío, producto de la larga pandemia, que los psicólogos llaman “languidez”.

El psicólogo organizacional Adam Grant rescata el concepto para The New York Times, señalando que bien podría ser la emoción dominante del 2021, un año carente de alegría y de rumbo.

“Se siente como si estuvieras arrastrándote para pasar los días, mirando tu vida a través de un parabrisas empañado”, describe al explicar que las personas quedan como anestesiadas tras un estado agudo de angustia, como el que se vivió el año pasado durante los confinamientos, cuando el cerebro estuvo en alerta máxima.

“Es el hijo ignorado de la salud mental. Es el vacío entre la depresión y el bienestar: la ausencia de bienestar”, afirma Grant al hablar de la languidez, un término acuñado por el sociólogo Corey Keyes

Según el diccionario, languidez significa “cobardía, falta de energía, ánimo o valor”. También  puede denotar “flaqueza, debilidad”. Grant dice que el término, adoptado por la psicología, describe perfectamente el raro malestar físico y emocional del actual momento.

Es lo que explica que muchas personas se sientan sin energía, agotadas e incluso sin poder sentir alegría. Un estado de abulia, una sensación de vaciedad, que incapacita para encontrar propósitos o hacer planes a medio plazo.

“El languidecimiento empaña tu motivación, altera tu capacidad de concentración y triplica las probabilidades de que reduzcas el trabajo. Parece ser más común que la depresión, y en cierto modo puede ser un factor de riesgo mayor para sufrir una enfermedad mental”, refiere Grant.

El psicólogo dice que una de las mejores estrategias para gestionar las emociones es ponerles nombre. Durante la angustia grave de la pandemia, por ejemplo, cuajaba la palabra “duelo”.

Todo el mundo se lamentó por la pérdida de la normalidad y el hecho de que hubo seres queridos que se fueron por la peste. La palabra duelo, reflexiona Grant, “nos dio un vocabulario familiar para entender lo que se había percibido como una experiencia desconocida”.

El concepto languidez puede también ayudar a la gente a gestionar el actual malestar, sabiendo en principio que no se está solo, ya que se trata de una experiencia común, refiere el especialista.

“Y podría darnos una respuesta socialmente aceptable a esta pregunta: ‘¿Cómo estás?’. En vez de decir ‘¡genial!’ o ‘bien’, imaginemos que respondemos: ‘Sinceramente, estoy languideciendo’”, razona.

¿Hay un antídoto contra la languidez? Según Grant es importante hacer esfuerzos por minimizarla, y eso implica ponerse pequeños objetivos a corto y medio plazo.

Llamar o chatear con esos amigos olvidados aunque dé pereza, realizar un curso virtual, salir a dar paseos al aire libre varias veces a la semana. Esto podría incentivar la creación de estados de “flujo”, que es cuando se pierde momentáneamente la consciencia del presente porque se está absorto en una tarea gratificante

“El flujo es ese estado elusivo de estar absortos en un reto significativo o un vínculo momentáneo, en el que tu sentido del tiempo, del espacio y de ti mismo se desvanece”, refiere Grant.

Al respecto, recordó que las personas que se sumergieron más en sus proyectos lograron evitar languidecer y mantuvieron su felicidad prepandémica. La clave, entonces, pasaría por ponerse un reto que pruebe las propias habilidades y haga aumentar la determinación.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 05/05/2021 en Uncategorized

 

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El reemplazo de la expresión lingüística por los emoticonos

Los iconos de la emoción, llamados emoticonos, popularizados por las nuevas tecnologías, son los jeroglíficos modernos que han cambiado la forma en que nos comunicamos

Al mismo tiempo, esta irrupción de imágenes divide aguas entre los analistas en torno a cuál es su verdadero impacto en el lenguaje. ¿Será que algún día reemplazarán por completo a las palabras?

El lingüista argentino Pedro Luis Barcia, cree que estos símbolos son un magnífico instrumento de comunicación, aunque aclara que su mal uso por parte de los jóvenes puede conducir a un empobrecimiento de la expresión lingüística.

Al respecto ejemplifica: “Si Luis le quiere mandar a Tota un mensajito de amor, ya hemos llegado al punto en que ni siquiera se esfuerza. Ahora lo que pone es un corazón latiendo o un gordito con un corazón en la mano. Esto es lo que el emoticono va quitándole la posibilidad de la voz, de la búsqueda de la expresión porque está siendo sustitutivo en vez de acompañarlo”.

Según Barcia el emoticón es simpático y atractivo, pero puede ser un elemento de miseria expresiva. “El chico ya no se esfuerza ni en decir estoy contento, sino que utiliza el emoticón. Avanzamos hacia una sociedad que se maneja con emoticones y con muñones de palabras”, reflexiona.

Y en una sociedad que tiene un vocabulario reducido sus integrantes pierden la capacidad de pensar. De esta manera, apunta Barcia, “estamos preparando sin quererlo un caldo de cultivo para gobiernos totalitarios, porque tienen un pueblo sumiso incapaz para defender sus derechos”.

Algunos académicos de la lengua critican el modo como las nuevas generaciones, a través de teléfonos celulares, tablets y todo tipo de dispositivos tecnológicos, abrevian las palabras y suprimen la mayor cantidad de letras posible, lo que provoca que tengan luego dificultades para expresarse.

En esta tendencia incluyen la expansión de los iconos, que a modo de pictogramas electrónicos son utilizados para describir estados de ánimo, situaciones, personas, objetos e incluso muchas acciones.

Se cree que este uso puede traer aparejadas algunas consecuencias negativas, como el desconocimiento de reglas de ortografía, lo cual lleva a la imposibilidad creciente de armar oraciones coherentes y con ello surgen dificultades para expresar conceptos relevantes y bien pensados o redactados.

También se observa una escasez de vocabulario, que a su vez trae aparejado un agravamiento de las dificultades en el área de conceptualización, y  la falta de recursos lingüísticos apropiados para transmitir pensamientos, sentimientos y vivencias, problematizando la comunicación interpersonal.

A futuro, se advierte, ello puede ocasionar problemas en la vida estudiantil, en especial en los niveles terciario y universitario, referidos a esa falta de vocabulario y a la carencia de pensamiento sistemático y correcto en cuanto a su estructura lógica y discursiva. 

Los emoticonos –que comenzaron como pequeños dibujos creados con signos ortográficos que a menudo se leían inclinando la cabeza- nacieron en los años ‘90. Y ya en el siglo XXI evolucionaron hacia los “emojis” -pequeñas figuras dibujadas en color con valor simbólico-.

El término “emoticón” viene de la unión de las palabras “emotion” (emoción) + “icon” (ícono). El primero en popularizarlo fue Scott Fahlman, un profesor universitario estadounidense, en 1982. Desde hace tiempo las palabras emoticón y emoji se usan como sinónimos y fueron incorporadas al Diccionario de la Lengua Española por la RAE.

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Publicado por en 06/12/2020 en Uncategorized

 

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Maradona, de la condición de humano a la de ídolo

La conmoción en la opinión pública por la muerte de Diego Maradona –para muchos el mejor futbolista de todos los tiempos- confirman su condición de ídolo popular argentino.

Los ídolos deportivos son los héroes míticos de nuestro tiempo. Son producto de un proceso de mitificación social que los eleva de su condición humana a la de objeto de adoración.

Un ídolo es una persona o una imagen que genera devoción en un grupo social, por reconocérsele características especiales, mejores que las que poseen el resto de los mortales.

Tiene una indudable connotación religiosa, porque el ídolo es objeto de culto, deviniendo en una suerte de dios. Su existencia tiene anclaje psicológico, ya que surge como un modo de buscar modelos a imitar, en la necesidad de identificación.

Existen los ídolos, en suma, porque existen los idólatras, es decir las personas que envisten a ciertos humanos como superiores y diferentes al resto, elevándolos a una categoría divina.

“Idólatras por instinto, convertimos en incondicionados los objetos de nuestros sueños y de nuestros intereses”, recuerda el escritor rumano Emile Cioran, al hablar de de la condición humana.

Por tanto, al ídolo se lo respeta, se lo reverencia, se lo acepta sin discusión, pues en la mente de quien así lo considera, no tiene defectos. El sujeto se coloca en una posición subordinada con respecto a su ídolo, quien pasa a tener una categoría de divinidad.

La muerte de un ídolo o de quien lo encarna genera, por tanto, un complejo impacto psicológico entre sus adoradores, entre sus devotos, que sufren en carne propia esa caída.

“Un ídolo involucra recuerdos personales y en él depositamos los aspectos positivos que quisiéramos tener”, dice Flavio Calvo, licenciado en psicología.

Según el experto, al ser humano le cuesta aceptar su propia finitud, su propia muerte, y con el fallecimiento de un ídolo como Maradona queda expuesta esa debilidad. “El fallecimiento de Diego expone la realidad de que las cosas pueden tener un final, lo que nos involucra indefectiblemente con la propia muerte”, añade.

En palabras de Calvo, “un ídolo es un tótem donde proyectamos nuestros anhelos de éxito, nuestros deseos y vivencias más fuertes”. Y agrega que cuando un tótem muere, el impacto es profundo porque cae todo lo que proyectamos en él y se visualiza nuestra propia mortalidad.

“Aunque no los conozcamos en persona, ídolos de las talla de Maradona son parte de nuestra vida y el duelo que sentimos por ellos es real”, explica el psicólogo. Y añade que, como todo duelo, debemos transitarlo.

“Algunos van a necesitar llorarlo a él y a todo lo que depositamos en el ídolo. Y será necesario expresar esas emociones, aunque no lo hayamos conocido en persona, porque en los ídolos se vuelcan recuerdos de momentos vividos y emociones transitadas”, refiere.

Calvo explica que en nuestra memoria se hacen anclajes que generan una sensación de que “todo lo que se va con ese ídolo que ha muerto, tiene que ver con nuestra historia”. Y añade que “el ídolo deja recuerdos, una impronta y una trascendencia que más allá de sus elecciones de vida, de su historia”.

Según el especialista, solemos tener la creencia de que los ídolos van a estar siempre. “Más en el caso de Diego Maradona, que de alguna manera para muchos es Dios. Entonces, su muerte es la muerte de Dios, la muerte de un imposible. Y no se puede creer porque con su fallecimiento, estamos doliendo los ideales y los sueños que teníamos depositados en él”, concluye.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 29/11/2020 en Uncategorized

 

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Dime qué comes y te diré qué sientes

Desde antiguo se sabe que la alimentación es más que cubrir una necesidad fisiológica elemental: incide y mucho en nuestros estados de ánimo.

La psicología moderna ha abundado en la temática según la cual nuestras emociones tienen un efecto poderoso sobre nuestra elección de los alimentos. Se ha observado, por ejemplo, que la vergüenza y la culpa pueden tener incidencia negativa en la dieta.

Pero en la actualidad se insiste que también existe una relación inversa: no sólo cómo sentimos afecta nuestra forma de comer, sino que lo que comemos afecta lo que sentimos.

Montse Bradford, nutricionista especializada en alimentación energética, postula que existe una causa-efecto entre lo que ingerimos y cómo nos sentimos después. “Lo que pensamos genera emociones, pero también lo que comemos”, refiere.

Su reflexión es la que sigue: “Si tomo un vaso de agua o de whisky mis emociones serán muy distintas. ¿Y por qué generarán distintas emociones? Porque atacarán a diferentes órganos. Si yo ingiero alimentos que me bloquean el hígado, o la vesícula biliar, tendré emociones de ira, cólera, agresividad, impaciencia… porque cada órgano, dependiendo de si funciona bien o mal, genera unas u otras emociones”.

En su libro “La alimentación y las emociones” Bradford sugiere que a través de la comida podemos generar nuestro propio estado de ánimo. Dice que hay alimentos que generan una sangre ácida, con la que construimos estrés, enfermedad y desequilibrio.

En tanto que los alimentos que alcalinizan la sangre, aportan energía, vitalidad y salud. Hay alimentos con energía yin (chocolate, alcohol, estimulantes, azúcares, levaduras artificiales, etc.) que conducen a la hipersensibilidad, mientras que hay otros, con energía yang (carne, jamón, embutidos, huevos, etc.) que nos ponen tensos y coléricos.

“El alcohol, los vinagres, los estimulantes, todos ellos estimulan al sistema nervioso generando una energía falsa. Cuando una persona, a media tarde, se siente fatigada, busca ingerir café, chocolate, beber una gaseosa, en definitiva, generar una energía que no tiene”, dijo Bradford en diálogo con la prensa.

En realidad los postulados de Bradford, respecto de que la comida induce las emociones, es algo que sabía la medicina antigua de muchos pueblos. Los griegos, por ejemplo, tenían claro que con respecto al físico la clave residía en una dieta sana.

Se atribuye a Hipócrates de Cos, considerado el padre de la medicina, esta impactante frase: “Deja que la comida sea tu medicina y la medicina, tu comida”.

En un texto griego antiguo, perteneciente a la escuela hipocrática, se sostiene que el problema no estriba en lo que el hombre es de por sí, sino en “lo que es en relación con lo que come y bebe y a cómo vive y a los efectos que todo esto produce en él”.

Ahora se sabe que los hábitos alimentarios, la frecuencia de la ingesta y la calidad de los productos que se consumen tienen indudable impacto en aquella zona de la personalidad donde residen la afectividad y el pensamiento.

Está comprobado, por ejemplo, que una dieta estricta puede estropear el carácter de una persona. Comer poco puede acarrear fastidio y malhumor. Por el contrario, el exceso rompe también el equilibrio, influyendo negativamente en el plano anímico. Quien tiene un vínculo adictivo con la comida, y emprende un plan contra el mismo, puede caer en una inquietud permanente.

En tanto, algunos estudios revelan que las personas que consumen más grasas trans son propensas a mostrar conductas negativas como impaciencia, irritabilidad y agresividad.

 

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 19/01/2019 en Uncategorized

 

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Dramatizar todo, una tendencia poco sabia

Dicen que los argentinos hacemos un mundo de las dificultades, de suerte que dramatizamos todo cuanto nos pasa, agravando deliberadamente los problemas, y esto en cualquier ámbito de la vida, desde la política hasta el fútbol.

Pero la actitud de darle a todo lo que sucede gravedad y categoría de dramático, exagerando los reveses de la vida, como si sus complicaciones fuesen peor de lo que son en realidad, implica vivir en una angustia permanente.

Es decir el problema no es tanto la realidad sino el modo en que la valoramos, distorsionando mentalmente su verdadera dimensión, haciéndola justamente más terrible de lo que es.

El costo emocional de esta distorsión cognitiva es altísimo, con el agregado de que al complicar la mirada del asunto, lo terminamos agravando, sin encontrarle una solución sensata y realista.

Eso enseña el psicólogo español Rafael Santandreu, autor del libro “El arte de no amargarse la vida”, donde expone la idea de que la vida consiste en adversidades que merecen nuestra atención, pero la mayoría de las cosas no son en el fondo tan terribles.

De la lectura de ese libro se extraer la idea de que las emociones nacen de los pensamientos, y si en ocasiones nos sentimos muy mal es porque tenemos una manera de pensar equivocada y dañina.

Hay un famoso refrán popular que se suele emplear para desdramatizar, es decir para atenuar o suprimir el carácter terrible de una cosa. “Todo tiene remedio, menos la muerte”, reza.

Este refrán se usa para relativizar la importancia de los problemas o pequeñas desgracias que nos van sucediendo en la vida, puestos en comparación con la pérdida de un ser querido o la perspectiva de nuestra propia muerte.

Del mismo tono es el proverbio oriental que dice: “Si tu mal tiene remedio ¿por qué te quejas? Y si no lo tiene ¿para qué te quejas?”.

Por su parte, el escritor francés Marie-Henri Beyle, que escribió con el seudónimo Stendhal, confesó: “He empleado gran parte de mi vida en defenderme contra la exageración, enemiga artera de la felicidad”.

En el lenguaje cotidiano solemos corregir a las personas que ven todo con lentes tremendistas con frases como éstas: “Estás haciendo de este problema un mundo”, “no es para tanto” o “sé positivo y vas a encontrar una solución”.

Juan José Arévalo, máster coach profesional, en diálogo con Infobae, sostiene que a las personas adictas al drama “todo parece sucederles de manera catastrófica, sin que haya posibilidad para modificaciones”.

Eso hace, dice, que en lugar de enfrentar la situación con realismo, haciéndose cargo de lo que pasa, lo único que esperan es que las circunstancias ajenas a su responsabilidad cambien.

Los enfermos de drama, añade, suelen ser personas que reaccionan exageradamente ante los eventos cotidianos de la vida y maximizan los problemas hasta un límite paralizante.

“Se trata de aquellas personas que parecen estar incapacitadas para crear escenas con nuevas posibilidades de resolución. Están impregnadas de dolor y amargura, e inventan historias en las que son las figuras centrales”, describió el especialista, quien agregó que “viven sujetos a las emociones que los tienen tomados, y relatan los sucesos de su vida poniendo el poder en el afuera”.

Y tras asegurar que “este tipo de protagonismo se basa en la lástima que suele generar, y que les otorga el afecto y atención que desean de los demás”, Arévalo señaló: “así dejan de lado el verdadero foco central que les podría otorgar el poder para cambiar la historia, y la posibilidad de transformar los resultados”.

 

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Publicado por en 03/07/2018 en Uncategorized

 

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Sabiduría antigua para nuestra época

Vivimos en un mundo problemático en el cual se añoran las viejas seguridades y donde crece la sensación de fragilidad y vulnerabilidad de las vidas. ¿Qué ética de la felicidad, acaso, pudiera estar acorde con este contexto?

De un tiempo a esta parte, acorde con una época posmoderna, caracterizada por la crisis de los grandes relatos y a agonía de las utopías políticas, se ha impuesto un género de literatura de “autoayuda”.

Este giro responde a la sensibilidad de un lector para quien la ansiada felicidad no depende de factores externos sino de sí mismo. Hoy la realización personal, en efecto, se transformó en autorrealización.

Aunque pueda resultar extraño, el punto es que algunos sabios antiguos, que concebían su filosofía como arte de vivir, son de consulta asidua por los contemporáneos en su búsqueda introspectiva.

Los estoicos, por caso, se preguntaban a menudo sobre cuál era la mejor forma de vivir para el hombre o cómo conseguir la felicidad. Preguntas de este tipo no han pasado de moda, y por lo visto se las sigue haciendo, sobre todo en momentos históricos como los de ahora, signados por la incertidumbre.

Y el que sobresale hoy por su inspiración es el estoico Epicteto, un esclavo que llegó a ser filósofo y vivió en el año 50 d.C. Su “Manual para la vida feliz”  de hecho ha sido un best seller a lo largo de la historia.

El tratado, que no lo escribió Epicteto, sino su discípulo Arriano, llegó a la China del siglo XVI, tuvo una amplia difusión durante el Renacimiento, y fue el libro de cabecera de personajes tan dispares como Pascal, Descartes, Federico II de Prusia o Leopardi.

Arriano de Nicomedia, pensador y político, viajó a principios del año 100 desde Bitinia (Asia Menor), hasta Nicópolis de Epiro (Grecia). Allí Epicteto, desterrado de Roma por orden del emperador Domiciano, había fundado una escuela filosófica.

La idea de que el secreto de la felicidad reside en el modo como pensamos, cómo interpretamos lo que nos sucede, pertenece a este filósofo estoico.

“Los hombres no sufren por los hechos sino por las representaciones que tienen de los hechos”, explica Epicteto, sugiriendo que debemos aprender a evaluar con criterios más objetivos las cosas que nos suceden.

Desde una forma más exacta, realista y positiva, nuestras emociones se vuelven más serenas. Porque las emociones son siempre producto de nuestros pensamientos o evaluaciones.

Al respecto Epicteto creía que la clave de la vida pasaba por saber distinguir las cosas que “no dependen de nosotros” (el cuerpo, la riqueza, la salud, la fama, etc.) de aquellas que “sí dependen de nosotros” (opiniones, deseos, repulsiones).

Si el hombre escoge las cosas que no dependen de él –decía-, estará a merced de las mismas, de los acontecimientos y de los otros hombres, será víctima de sufrimientos y por lo mismo cosechará infelicidad.

El filósofo nos viene a decir que tenemos que aprender a distinguir qué es lo que podemos cambiar, y de esta forma saber en qué se puede mejorar. Pero hay muchas cosas que no podemos cambiar, entonces, no nos queda más que aceptarlas.

En “Manual para la vida feliz”, Epicteto llama a ser autocríticos. “Sólo aquellos que carecen de educación filosófica convierten a los demás en responsables del hecho de que uno sea desgraciado”, apunta.

También nos recuerda que la vida es imperfecta. “No pretendas que lo que ocurre ocurra como tú quieres”, refiere, dando a entender que demasiados factores intervienen en el contexto para que una idea previa se materialice exactamente como teníamos en mente.

 

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Publicado por en 22/06/2018 en Uncategorized

 

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Proyectar el país a través de la comida

Francia con sus quesos y vinos, España con la variedad de sus encurtidos; los países hacen de sus comidas (e ingredientes) una atracción global. Un desafío que se le presenta a la Argentina si quiere competir en el mundo.

El periodista especializado en el campo, Iván Ordóñez, sostiene que la mayoría de las naciones que han conquistado el paladar mundial, generando ingresos sustanciales, han logrado convertir sus comidas en una experiencia cultural.

Han hecho visible tradiciones e historias alrededor de los platos, un conjunto de memorias y emociones que actúan como un sobreañadido simbólico al producto, dotándolo de poderes cuasi mágicos.

A través de esas historias esos platos o ingredientes conectan con el consumidor global, generando una suerte de empatía. La mayoría de los países europeos han hecho, así, que se los identifique con algún sabor o experiencia gastronómica.

Pero países latinoamericanos como Perú también han hecho algo parecido. “La feria Mistura en la que Perú promueve su comida (e ingredientes) es una atracción local y global; ahí están el no tan peruano ajinomoto, el rocoto, el ají y la papa amarillos, el Huacatay y la cebolla y el maíz morados. Ahí también se bebe Pisco y se reinventa el ceviche”, comenta Ordóñez.

En su opinión, Argentina, un país llamado a alimentar al mundo, debe enfocarse en aquellos platos y bienes de su rico campo para hacer cultura en torno de ellos, algo que debería empezar desde abajo, en el territorio, en la casa y en el aula.

“Ser el supermercado del mundo nos exige crear una cultura en torno a la comida: no podemos vender productos (cuyos precios se desploman), tenemos que enfocarnos en vender experiencias. No es de cero. La tenemos, está ahí y necesita consolidar su forma y crecer, desarrollarse”, sostiene Ordóñez.

Y añade: “Llegó con nuestros bisabuelos que al bajar de los barcos se encontraron con los pueblos originarios ya acriollados por el contacto con la hispanidad y está viva: hoy tiene más variedad de ingredientes de los que tenía antes, muta con la sociedad. Hoy tiene kiwi, palta, sushi y arándanos”.

Ordóñez dice que hay que ayudar a los más chicos en las casas, aulas y comedores escolares, a desarrollar la sensibilidad del paladar, enseñándoles de dónde viene la comida y qué propiedades tiene, haciendo que de esta manera conecten con los frutos del campo argentino.

“Es ahí donde Argentina –afirma-, que cultiva más de 40 millones de hectáreas de granos, hortalizas y frutales debería hacer algo más por la educación de su futuro que germinar un poroto, el único contacto con la agricultura que tienen chicas y chicos desde el jardín hasta quinto año del secundario”.

Argentina debe ser uno de los pocos países productores de alimentos cuya población residente ignora casi todo sobre cómo funciona y el aporte que realizan el campo en general y las diversas producciones regionales en particular.

Este es otro de los déficits del sistema educativo argentino, alienado con contenidos que no se corresponden con las necesidades productivas del país. Incluso en el nivel superior se sabe poco de las economías regionales.

Por ejemplo, si se hiciera una encuesta a jóvenes entrerrianos y se les preguntara qué alimentos o bienes agrícolas se producen en el territorio, las respuestas sorprenderían por su nivel de ignorancia.

Un francés medio podría comentar las variedades de quesos y vinos que se producen en su país, así como un español describiría los tipos de jamones ibéricos.

 

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Publicado por en 17/03/2018 en Uncategorized

 

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Fútbol, máquina de emociones populares

Ni la política, ni la cultura ni la religión generan en el país lo que el fútbol: una corriente de emocionalidad colectiva única, capaz de movilizar místicamente a las masas.

La euforia de los hinchas de Boca Juniors, ante la conquista del campeonato nacional de fútbol, es un hecho social en sí mismo, que revela lo importante que es este deporte para los argentinos.

Tratándose de uno de los clubes más populares de la Argentina esa conquista del título tiene un impacto psicosocial que trasciende los fronteras deportivas. Se diría que frente al mismo todos los otros eventos, como los actos políticos, palidecen, se tornan insignificantes.

Es el país futbolero el que bulle y late en el corazón del “hincha”, una categoría sociológica quizá más importante que cualquier otra, que la del ciudadano o la del creyente de una religión, por caso.

Como ocurre con cada definición de torneo, la corriente de afectividad es ambivalente: la alegría de unos, los campeones, es a la vez la tristeza de los otros, los competidores perdidosos.

Pero esto sólo refleja que el fútbol es una verdadera máquina de producir sentimientos colectivos: euforia, alegría, tristeza, rabia, desesperación, nerviosismo.

Este deporte puede “enganchar” psicológicamente a las personas. Se trata de un “tema popular” que puede ser compartido con casi cualquier individuo y en cualquier lugar del mundo.

De hecho es capaz de unir, en torno a una divisa, a individuos que de otro modo no harían nada juntos. De suerte que asegura formar parte de un colectivo, de un “nosotros”, dando una identidad en medio de la sociedad de masas.

Los sociólogos sostienen que el fútbol, como otros deportes masivos, no da soluciones a los problemas diarios de la gente, pero sí alegrías por las victorias o los títulos, actuando en este sentido como válvula de escape, como vía para descargar tensiones.

La lectura es que el fútbol en Argentina ayuda a mucha gente a soñar con algo, a generar ilusiones de triunfos colectivos, en un país que colectivamente ha fracasado en casi todos los planos.

No pocos intelectuales suscriben la tesis de que el fútbol se ha convertido en la principal ideología de masas en el siglo XXI.Y esto porque el insumo que administra moviliza el alma y el humor de los grupos, un fenómeno que en el pasado suscitaba primero la religión y luego la política.

El antropólogo francés Christian Bromberger, opina al respecto: “Es cierto que se han comparado los estadios con santuarios y que existe mucha afinidad entre la pasión por el fútbol y la religión. Hay, en efecto, un espacio consagrado (el césped), oficiantes (los jugadores), feligreses con una gestualidad codificada similar a la liturgia, y toda una serie de actitudes mágico-religiosas. Creo, no obstante, que se diferencia de una religión, por el hecho de que el fútbol no aporta ningún mensaje sobre la salvación”.

Por lo demás, en una sociedad global donde los mitos colectivos –como la raza, el pueblo o la Nación- han perdido fuerza, resulta significativo que en torno a la pelota y a una camiseta (más allá del gran negocio que hay detrás) las multitudes construyen identidades, es decir se sienten incluidas en un colectivo social.

El fútbol, al tiempo que crea una comunidad de simpatizantes e instala un “otro” del que se diferencia, tiene la virtud de arropar emocionalmente al individuo dentro de un grupo, neutralizando así la soledad propia de la grandes muchedumbres.

 

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 28/06/2017 en Uncategorized

 

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