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Proyectar el país a través de la comida

Francia con sus quesos y vinos, España con la variedad de sus encurtidos; los países hacen de sus comidas (e ingredientes) una atracción global. Un desafío que se le presenta a la Argentina si quiere competir en el mundo.

El periodista especializado en el campo, Iván Ordóñez, sostiene que la mayoría de las naciones que han conquistado el paladar mundial, generando ingresos sustanciales, han logrado convertir sus comidas en una experiencia cultural.

Han hecho visible tradiciones e historias alrededor de los platos, un conjunto de memorias y emociones que actúan como un sobreañadido simbólico al producto, dotándolo de poderes cuasi mágicos.

A través de esas historias esos platos o ingredientes conectan con el consumidor global, generando una suerte de empatía. La mayoría de los países europeos han hecho, así, que se los identifique con algún sabor o experiencia gastronómica.

Pero países latinoamericanos como Perú también han hecho algo parecido. “La feria Mistura en la que Perú promueve su comida (e ingredientes) es una atracción local y global; ahí están el no tan peruano ajinomoto, el rocoto, el ají y la papa amarillos, el Huacatay y la cebolla y el maíz morados. Ahí también se bebe Pisco y se reinventa el ceviche”, comenta Ordóñez.

En su opinión, Argentina, un país llamado a alimentar al mundo, debe enfocarse en aquellos platos y bienes de su rico campo para hacer cultura en torno de ellos, algo que debería empezar desde abajo, en el territorio, en la casa y en el aula.

“Ser el supermercado del mundo nos exige crear una cultura en torno a la comida: no podemos vender productos (cuyos precios se desploman), tenemos que enfocarnos en vender experiencias. No es de cero. La tenemos, está ahí y necesita consolidar su forma y crecer, desarrollarse”, sostiene Ordóñez.

Y añade: “Llegó con nuestros bisabuelos que al bajar de los barcos se encontraron con los pueblos originarios ya acriollados por el contacto con la hispanidad y está viva: hoy tiene más variedad de ingredientes de los que tenía antes, muta con la sociedad. Hoy tiene kiwi, palta, sushi y arándanos”.

Ordóñez dice que hay que ayudar a los más chicos en las casas, aulas y comedores escolares, a desarrollar la sensibilidad del paladar, enseñándoles de dónde viene la comida y qué propiedades tiene, haciendo que de esta manera conecten con los frutos del campo argentino.

“Es ahí donde Argentina –afirma-, que cultiva más de 40 millones de hectáreas de granos, hortalizas y frutales debería hacer algo más por la educación de su futuro que germinar un poroto, el único contacto con la agricultura que tienen chicas y chicos desde el jardín hasta quinto año del secundario”.

Argentina debe ser uno de los pocos países productores de alimentos cuya población residente ignora casi todo sobre cómo funciona y el aporte que realizan el campo en general y las diversas producciones regionales en particular.

Este es otro de los déficits del sistema educativo argentino, alienado con contenidos que no se corresponden con las necesidades productivas del país. Incluso en el nivel superior se sabe poco de las economías regionales.

Por ejemplo, si se hiciera una encuesta a jóvenes entrerrianos y se les preguntara qué alimentos o bienes agrícolas se producen en el territorio, las respuestas sorprenderían por su nivel de ignorancia.

Un francés medio podría comentar las variedades de quesos y vinos que se producen en su país, así como un español describiría los tipos de jamones ibéricos.

 

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 17/03/2018 en Uncategorized

 

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