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Los iconos que revolucionan la manera de comunicarnos

En la actualidad se usan más de 1.800 pictogramas para transmitir ideas, sentimientos y reflexiones. La utilización masiva de los emojis, así, está revolucionando la manera en que nos comunicamos.

Se atribuye al japonés Shigentaka Kurita la creación de estos pictogramas a los que llamó “emoji”, palabra japonesa que significa “imagen” y “carácter”. Según se cree, tenía la intención de crear una especie de esperanto, es decir una lengua universal.

Según los expertos, estos signos están cambiando de forma efectiva los patrones del lenguaje escrito. Han pasado a formar parte de eso que anteriormente llamábamos comunicación no verbal, siendo leídos como una especie de comunicación emocional muy necesaria para el ser humano.

La importancia de los emojis es tal que incluso han entrado en el mundo de los negocios. Ya que no son pocas las empresas que los han incorporado a sus estrategias de marketing para incrementar la cercanía con sus potenciales clientes.

Los semiólogos destacan su naturaleza icónica, toda vez que la relación que establecen con la entidad a la que denota está basado en la semejanza. Este principio iconógrafico puede rastrearse en la mayoría de los sistemas de escritura que se han ido desarrollando en la historia de la humanidad.

En efecto, los recursos pictográficos constituyen los primeros signos desde una perspectiva filogenética y, probablemente, pudieran estar presentes en la comunicación humana incluso antes de la explotación del canal oral auditivo.

Se especula que su vigencia podría estar relacionada con el hecho de que la percepción visual es, en cierto modo, el sentido dominante en la especie humana.

Esto explicaría por qué la combinación de emojis y texto escrito resulta tan efectiva para transmitir ciertos contenidos emocionales y aumentar emocionalmente nuestras interacciones.

En la escritura digital actual, esta combinación es una suerte de hibridación que ha dado lugar a un código bimodal, en cuyo compuesto los emojis cumplirían la función de máxima “expresividad”.

Agnese Sampietro, doctora en Lingüística y autora de la investigación “Emoticonos y emojis: Análisis de su historia, difusión y uso en la comunicación digital actual”, refiere que estos iconos acompañan hoy al texto escrito digital, al que añaden matices importantes, como el de la ironía, muy difícil de expresar por escrito.

“Estos elementos indican cercanía e informalidad, dan un toque de color, aportan un halo positivo a la interacción y pueden, incluso, mostrar la orientación emocional (aunque no es su función principal)”, añade.

Además de los matices verbales y no verbales que aportan, los emojis han sido reconocidos como elementos relevantes incluso por instituciones lingüísticas de prestigio, como los diccionarios de Oxford y de la RAE. 

Desde el punto de vista retórico, estos signos pueden tener muchas funciones, desde indicar elementos concretos (por ejemplo sustituir palabras como “pizza” o “brindis”); señalar un enlace con el clásico dedo que indica; representar sensaciones y emociones; o simplemente decorar un mensaje o posteo.

Sampietro dice que los emojis más utilizados son los que representan expresiones faciales. “En las interacciones cotidianas entre personas cercanas (familia, amigos, compañeros) los matices extralingüísticos son muy relevantes. Estos usuarios en la comunicación cotidiana quieren entenderse y mantener sus lazos de amistad y afecto. De ahí que las caritas con expresiones positivas sean las dominantes”, explica.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 08/05/2022 en Uncategorized

 

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Secundarios locales admiten que les cuesta comprender lo que leen

PREOCUPANTES RESULTADOS DE UN RELEVAMIENTO EN EL NIVEL MEDIO

Secundarios locales admiten que les cuesta comprender lo que leen

La mayoría de ellos muestra extrañeza ante los textos escritos de las distintas disciplinas, según una encuesta confeccionada por la licenciada María Eugenia Duarte.

Por Marcelo Lorenzo

 

¿Cómo se puede acceder a la cultura científica, que la escuela secundaria en teoría tiene la misión de trasmitir, si los alumnos no pueden descodificar los textos escritos que dan cuenta de esa cultura?

O en otros términos: ¿Se pueden asimilar los contenidos de la ciencia sin tener la capacidad de desentrañar los signos lingüísticos a través de los cuales se expresan? ¿Es posible aprender geografía, filosofía, historia, literatura, matemática, ciencias naturales, sin compresión lectora?

Todas estas preguntas quedan flotando ante los relevamientos que muestran que los adolescentes no comprenden lo que leen, un tópico que viene de lejos y se ha convertido en uno de los grandes dilemas del sistema educativo argentino, en todos sus niveles.

El tema obsesiona a profesores y directivos, como es el caso de la licenciada María Eugenia Duarte, docente y especialista en Lengua y Educación, que acaba de realizar una encuesta entre los alumnos del nivel medio de la ciudad, preguntándoles acerca de cómo ven ellos el problema.

Los resultados del escrutinio de su autoría podrían ser considerados preocupantes si no fuera que se ha naturalizado la opinión de que los adolescentes tienen una relación enojosa con los textos que circulan en el nivel medio.

No sólo la mayoría no supo decir realmente qué entendía por comprensión textual, sino que cuando se les interrogó si comprendían lo que leían en la escuela, el 40% se abstuvo de contestar mientras que el 14% respondió que “a veces”.

Es decir un 54 % de los alumnos encuestados mostró perplejidad ante el proceso cognitivo de la comprensión lectora, que es la base del aprendizaje y la vía más segura de acceso al pensamiento abstracto, propio de la ciencia.

“Quise saber qué piensan los alumnos sobre esto, qué tan conscientes son de lo que leen y de lo que son capaces de comprender en la escuela, que como institución exige otro tipo de textos que los que circulan socialmente”, le dijo a este diario Duarte, al explicar los motivos de su investigación.

Licenciada en Lenguas Modernas y Literatura, especialista en Educación y TICs, Duarte se desempeña como rectora del Instituto Secundario “Malvina Seguí de Clavarino” y es profesora del Departamento de Letras del Instituto “Sedes Sapientiae” de Gualeguaychú.

Aunque el texto puede estar configurado en varios códigos (gestual, oral, icónico, por ejemplo), la investigación de campo que la docente llevó adelante, entre fines del año pasado y parte de este, se concentró en la lectura comprensiva de textos escritos científicos escolares, en virtud de la centralidad que ocupan en la escuela como vía de acceso al conocimiento.

De esta manera encuestó a 500 estudiantes secundarios de la ciudad, de distintos cursos (1º a 6º año) de escuelas urbanas y suburbanas, públicas y de gestión privada.

La entrevistada sostuvo que la cuestión de la comprensión lectora en los colegios se ha agudizado a partir del fenómeno de la digitalización, el lenguaje de la nueva generación, que hace de la inmediatez, el texto breve y la apelación a lo audiovisual una modalidad que pone en jaque a la tradicional lectura alfabética.

Duarte quiere tener también el punto de vista de los docentes, que se suelen quejar de que sus alumnos cada vez entienden menos, que tienen escaso poder de concentración y revelan falta de interés por la currícula escolar.

Según dijo, está procesando la respuesta de 300 de profesores de escuelas secundarias locales, a quienes se los consultó sobre qué piensan sobre el problema y qué estrategias siguen en el aula para que los textos que proponen sean significativos para los adolescentes.

 

QUIEREN TEXTOS BREVES ATRACTIVOS Y CON IMÁGENES

“Que los chicos (40%) no puedan contestar si comprenden o no un texto, revela que ni siquiera están sabiendo si comprenden. Entonces, si yo como docente estoy parada frente a un grupo de alumnos que no sabe qué es comprender un texto, estoy en problemas”, reflexionó Duarte.

“Un lector comprende un texto cuando puede encontrarle un significado, cuando puede ponerlo en relación con lo que ya sabe y con lo que le interesa. Es un proceso mental complejo que va más allá de la descodificación primaria de las palabras. De hecho se puede leer fluidamente pero sin entender lo que se lee”, destacó la docente.

Ante la pregunta de cuáles eran las principales dificultades que encontraban para comprender los textos escritos, los encuestados ensayaron varias respuestas: muy extensos (23%), no me puedo concentrar leyendo (19%), no entiendo el vocabulario (12%), me aburre leer (11%), no tienen imágenes (7%) me distraigo con el celular (6%).

Duarte interpreta que estas respuestas están vinculadas a la colisión que se produce entre la cultura digital de los nuevos estudiantes y la cultura de la escuela, centrada en el libro y la palabra escrita.

Internet y las nuevas tecnologías nos están configurando a su imagen, volviéndonos más hábiles para manejar y mirar superficialmente la información pero menos capaces de concentración, contemplación y reflexión, que es lo que pide el texto escrito científico del sistema escolar.

“Todos leemos online, pero los textos allí son por lo general atomizados, son textos breves que se ajustan a la inmediatez digital. Los jóvenes están acostumbrados a la fugacidad del texto y a un contenido mínimo. Eso mínimo implica que yo no me comprometa con el texto”, reflexionó la entrevistada

Y añadió: “Como hay un contenido menor, no lo tengo que relacionar con mis saberes previos y ver de qué manera lo que dice allí me transforma. El texto breve, que además es muy icónico, es más fácil. Entonces, sentarse a trabajar en el aula con un texto más extenso del que ellos están acostumbrados a leer, es todo un desafío”.

Según Duarte, no se trata de rechazar lo digital sino de servirse de esta tecnología para que los alumnos vuelvan a reconectarse con el texto escrito más elaborado. “El uso de las TICs en la escuela es bienvenido. Pero haciendo la salvedad de que en la escuela el ejercicio sobre el texto escrito es esencial”, remarcó.

Otro aspecto de la encuesta a estudiantes locales revela el nivel de  distanciamiento que tienen respecto al texto escrito y lo que él representa como reservorio de conocimientos científicos.

Preguntados sobre qué características deberían tener estos textos para comprenderlos mejor, el 37% opinó que deberían reflejar temas interesantes para ellos, el 21% que deberían ser breves, el 20% que estén redactados con palabras conocidas y el 17% pidió que tengan imágenes.

Sobre esta demanda estudiantil, la encuestadora razonó: “A esto hay que entenderlo. No se trata de darles lo que ellos leen todos los días. Eso sería traicionarlos, porque no los estaríamos academizando. La pregunta es cómo generamos interés en los conocimientos científicos. Por lo demás la tarea de la escuela es proponer situaciones de lectura más difíciles que las que los adolescentes frecuentan en la vida cotidiana”.

 

HAY QUE ACOMPAÑARLOS A LEER

El nivel de extrañeza ante los textos escritos se revela, además, por la respuesta de los estudiantes a la pregunta de qué estrategia docente, creen ellos, les ayudaría a comprenderlos.

Al respecto, mientras el 32% consideró que la mejor estrategia sería que el docente lea el texto en voz alta en la clase y que luego lo explique, el 29% opinó que sería bueno que se lea en grupo y que se vaya comentando oralmente.

Duarte considera que este tipo de respuesta interpela a la escuela en su conjunto. “Si los adolescentes no comprenden los textos, es una responsabilidad de ella. La escuela tiene que hacerse cargo de que los alumnos no comprenden lo que leen”, remarcó.

Al respecto, insistió en la necesidad de que los docentes, sin importar  la asignatura que dicten, asuman este desafío. “El chico necesita de la compañía del docente a la hora de leer”, señaló.

Y trazó un símil: “Leer un texto es como recorrer un camino. Yo al camino lo puedo recorrer planeando, desde un avión por ejemplo, y detectar los escollos que puede presentar. O puedo recorrerlo caminando. Pero caminando implica un compromiso más cercano. Es un cuerpo a cuerpo. Con el texto pasa lo mismo. Planear un texto, verlo desde arriba, no sirve para la comprensión. El docente tiene que adentrarse en el texto y llevar al alumno de la mano en el recorrido, para ayudarlo a desentrañar su significado”.

Con respecto al desinterés por los contenidos de los saberes científicos, Duarte afirmó que “la escuela es una institución que tiene que ser generadora de interés”, al mismo tiempo que tiene que entrenar en la atención.

Sobre el particular, reflexionó: “Si yo como docente selecciono un texto para mis alumnos, es porque ese texto me ha interesado. Ahora bien, yo tengo que poder transmitirles ese interés a mis alumnos. Si el docente se apasiona por ese texto, lo va a contagiar a sus alumnos. No será así, si lo elige porque es el primer texto que encontró en el manual”.

 

© El Día de Gualeguaychú

Licenciada María Eugenia Duarte, docente y especialista en Lengua y Educación

 
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Publicado por en 24/09/2019 en Uncategorized

 

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Lograr un país lector es una verdadera utopía

Mientras en Japón y Finlandia cada habitante consume una media de 47 libros al año, en la Argentina apenas se lee 1,5 libro per cápita por año.

La distancia en esta práctica cultural es proporcional a la que existe en el desarrollo social y económico entre aquellos países y el nuestro, como si hubiese una estrecha correlación entre ambos indicadores.

Hay razones para creer, a la luz del retroceso educativo nacional, que la sociedad argentina, alguna vez la más ilustrada de América Latina, viene sufriendo un proceso de desculturización creciente.

La falta de interés de los argentinos por los libros coincide con el fracaso escolar en materia de alfabetización de las nuevas generaciones. Al respecto, un dato lo dice todo: el 50% de los egresados de los establecimientos de enseñanza media del país no comprenden lo que leen.

El copoblano Pedro Barcia -uno de los últimos humanistas del país-  para explicar esta decadencia recurre a Rafaelle Simone, quien distingue tres etapas en la relación del ser humano con la lecto-escritura: la analfabetización, la alfabetización y la desalfabetización.

Eso quiere decir, concluye Barcia, que estamos en la tercera fase, en la pérdida de la capacidad cognitiva de comprender textos escritos, que equivale a su vez a un empobrecimiento en la calidad del ciudadano.

Todo indica que a la Argentina, en pleno siglo XXI, se le presenta el reto de luchar contra la “desalfabetización” de las nuevas generaciones. Una especie de utopía cultural en la que se juega el desarrollo cognitivo de su población.

Los japoneses y los finlandeses parecen tener más claro que la lectura tiene un papel clave para convertir la información en conocimiento y que sin este capital cultural el país no adelanta.

En la llamada “sociedad de la información” la cantidad de datos producidos es inconmensurable y el acceso crítico y responsable a los mismos solamente se puede lograr con las habilidades lectoras bien desarrolladas.

La lectura, en definitiva, es crucial para tomar la palabra y perfilar nuevos horizontes de participación ciudadana en la construcción de una sociedad más justa.
En este sentido, la sociedad argentina debería promover la lectura como una herramienta fundamental que posibilite a sus habitantes la reflexión, la capacidad de interpretar su mundo y transformarlo.

Al respecto el Ministerio de Educación de la Nación lleva adelante, desde 2008, un programa que busca desarrollar competencias lectoras a través de acciones educativas en todos los niveles del sistema.

También la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares (Conabip) intenta promover el interés por la lectura en esos enclaves de cultura repartidos en el territorio nacional, tratando de acercar a los vecinos con los libros.

Además es destacable la labor de la Fundación Leer, una organización no gubernamental que desde 1997 organiza todos los años una Maratón Nacional de Lectura.

El próximo 27 de septiembre se llevará a cabo la edición número 17 que tiene este lema: “Un mapa, una brújula, una bitácora: un año de viajes a través de las lecturas”. Para formar parte de la maratón las instituciones (escuelas, clubes, hospitales, centros comunitarios, bibliotecas) deben inscribirse en la página web oficial https://maraton.leer.org/

En resumidas cuentas, es importante tomar conciencia que los beneficios de la lectura no son únicamente personales, ya que leer incrementa la cultura social de un país.

 

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 15/07/2019 en Uncategorized

 

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Sumergirse otra vez en el mismo texto

La frase del filósofo Heráclito, según la cual nadie se baña dos veces en el mismo río, sugiere que un texto también fluye y nunca es el mismo cuando uno se sumerge en él por segunda vez.

Ocurre que a ese lector le han pasado cosas desde su primera lectura. Ya no es el mismo cuando acude, otra vez, al mismo río de letras. Su perspectiva se ha enriquecido por la experiencia de vida que ha acumulado y por las nuevas lecturas.

Eso le ha aguzado la atención y la comprensión para ver aspectos que antes no pudo ver, muchas veces por inmadurez o porque su bagaje intelectual no se lo permitía.

La metáfora del texto como un río heraclitiano corresponde al doctor Pedro Luis Barcia, para quien las segundas lecturas son provechosas y gustosas, siempre y cuando el texto las valga.

El lingüista argentino dice que el retorno a un texto ya cursado, que nos habilita para una comprensión más acabada de él, es una de las experiencias más necesarias, vitales y aconsejables.

“Relectura es el nombre de la mejor lectura, de la lectura comprensiva, penetrativa, profundizada. La relectura supera la costra de la apariencia, calando cada vez más hondo”, refiere.

Según Barcia, así como es cierto el aforismo según el cual “dime lo que lees y te diré quién eres”, no es menos cierto afirmar que “te conoceré mejor si me dices lo que relees”.

El escritor Jorge Luis Borges, en tanto, dijo que la relectura había sido su práctica favorita. “Yo he tratado más de releer que de leer, creo que releer es más importante que leer, salvo que para releer, se necesita haber leído”, explicó en una entrevista de 1978, durante una conferencia en la Universidad de Belgrano.

¿Cómo se explica que el libro que se tiene entre manos no parece ser el que se había leído tiempo atrás? ¿Qué transformación se produjo para que un mismo texto, intocado, depare sin embargo novedad?

En un breve ensayo sobre Bernard Shaw, Borges escribe: “El libro no es un ente incomunicado: es una relación, es un eje de innumerables relaciones. Una literatura difiere de otra, ulterior o anterior, menos por el texto que por la manera de ser leída: si me fuera otorgado leer cualquier página actual –ésta, por ejemplo– como la leerán en el año dos mil, yo sabría cómo será la literatura del año dos mil”.

De esta manera el escritor argentino da a entender que esa misteriosa transformación obedece a que ningún libro es leído dos veces con los mismos ojos, parafraseando así al viejo Heráclito (filósofo predilecto de Borges).

El enigma de la relectura habría que encontrarlo, entonces, en el propio lector. Es decir el cambio más significativo, no se produce en el texto sino en la manera de leer. Y esto último ocurre porque inevitablemente el hombre cambia, y con él su mirada.

No obstante, cabría postular que hay libros que poseen cualidades intrínsecas en virtud de las cuales uno tiende a retornar a ellos. Se trataría de textos que ejercen una influencia particular, cuya riqueza es tal que hacen de su relectura un nuevo descubrimiento.

De hecho hay obras maestras que contienen mensajes universales y son fuente de sabiduría. Al respecto Barcia recuerda que durante una visita a Leopoldo Marechal en su casa, el escritor le confesó que siempre volvía sus ojos sobre Platón, la Biblia y los presocráticos.

“Cuando le pregunté por qué estrechaba a esos pocos volúmenes sus lecturas, me contestó: ‘Son suficientes: los clásicos y los dilectos, los que merecen relectura’”, contó el gualeguaychuense.

 

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 18/07/2018 en Uncategorized

 

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