Hoy (12 de noviembre) concluye a nivel global la Semana Estoica o Stoic Week, un encuentro que confirma la vigencia de una filosofía de 2.300 años de antigüedad.
El primer evento de este tipo sobre el estoicismo, la doctrina originada en Atenas y con gran popularidad durante el auge de Roma, tuvo lugar en el año 2012 en Londres (Reino Unido).
Desde entonces todos los años se realiza una movida (desde la pandemia en forma virtual) en la que gente de todo el mundo se familiariza con la sabiduría de filósofos como Marco Aurelio, Séneca y Epicteto. Este año el inusual evento comenzó el 6 de noviembre y culmina hoy.
“La Semana Estoica ofrece la oportunidad de practicar el estoicismo durante siete días, incorporando ideas, técnicas, conceptos y prácticas estoicas en su vida”, señala el sitio web Modern Stoicism.
¿Cómo vivir una buena vida en un mundo impredecible? ¿Cómo hacer lo mejor dentro de nuestras posibilidades mientras aceptamos lo que está fuera de nuestro control?
Éstas son las cuestiones centrales de esta antigua filosofía práctica, hoy de moda por su capacidad para enseñar cómo manejar la angustia y frustración del hombre actual.
Los estoicos se preguntaban a menudo sobre cuál era la mejor forma de vivir para el hombre o cómo conseguir la felicidad. Preguntas de este tipo se siguen haciendo, sobre todo en momentos históricos como los de ahora, signados por la incertidumbre.
La escuela estoica tuvo una profunda influencia en la civilización grecorromana y, en consecuencia, en el pensamiento occidental en general. Y fue más allá.
Está presente en el cristianismo, en el budismo y en el pensamiento de varios filósofos modernos, como el alemán Immanuel Kant, además de haber influido en la técnica contemporánea de la psicoterapia llamada terapia cognitivo-conductual.
El estoicismo predicó el valor de la razón, al proponer que las emociones destructivas son el resultado de errores en nuestra manera de ver el mundo y ofreció una guía práctica para permanecer resueltos, fuertes y en control de la situación.
Por ejemplo, Epícteto, un esclavo que llegó a ser filósofo y vivió en el año 50 d.C., creía que la clave de la vida pasaba por saber distinguir las cosas que “no dependen de nosotros” (el cuerpo, la riqueza, la salud, la fama, etc.) de aquellas que sí “dependen de nosotros” (opiniones, deseos, repulsiones).
Si el hombre escoge las cosas que no dependen de él –decía-, estará a merced de las mismas, de los acontecimientos y de los otros hombres, será víctima de sufrimientos y por lo mismo cosechará infelicidad.
Conectado con esto, Epícteto reflexionaba que “los hombres no son perturbados por las cosas, sino por sus opiniones sobre ellas”, sugiriendo que la clave no es lo que nos sucede sino la interpretación que hacemos de ello.
Uno de los pensadores más conocidos del estoicismo es Séneca, consejero del emperador romano Nerón. En una carta a su amigo Lucilio, el filósofo habla de uno de los componentes centrales de la virtud: la capacidad de armarnos contra la desgracia.
La idea central de esa carta es que no debemos solo prepararnos para hacer frente a las necesidades de la vida, sino también preparamos para lo peor.
Los estoicos decían, además, que era conveniente tener presente nuestra condición mortal. “Medita sin cesar en la muerte de hombres de todas clases, de todo tipo de profesiones y de toda suerte de razas”, reflexionaba por su lado el emperador Marco Aurelio en su libro “Meditaciones”.
© El Día de Gualeguaychú