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Condenados a vivir en un mundo ruidoso

Hoy (26 de abril) es el Día Internacional de la Concienciación sobre el Ruido, fecha que nos recuerda que vivimos en un entorno ruidoso que conduce a la sordera y que nos incapacita para apreciar el silencio.

El ruido es un sonido inarticulado, sin armonía ni ritmo que tiende a ser desagradable y molesto al oído. Es, en pocas palabras, un sonido no deseado. Pero al mismo tiempo es un problema que afecta a nuestra salud psicofísica.

Solo somos conscientes de una parte de los efectos que produce el ruido en nuestro entorno. Por ejemplo, cuando no podemos dormir o cuando hay un ruido fuerte puntual. Sin embargo, estar sometidos a niveles de ruidos constantes causa un deterioro progresivo en las personas.

De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud (OMS) la exposición a más de 70 decibeles (db) durante un periodo de tiempo prolongado puede producir daños graves en el oído, con consecuencias irreversibles.

Las estadísticas revelan que las consultas médicas entre los jóvenes por daños a la audición aumentan provocados por el “ruido recreacional”.

Boliches, juegos electrónicos, smartphones, recitales de rock, o cualquier espacio público donde la música esté fuerte, incluso una conversación a los gritos, todo eso coadyuva a la sordera.

Según los especialistas los problemas de audición se han triplicado en 10 años. Y el daño en las personas se percibe casi siempre como un zumbido intermitente o crónico de oídos. Clínicamente el mal se llama “acúfeno”.

Una de las principales causas de esta dolencia está en la proliferación de dispositivos electrónicos para escuchar música, los cuales se empiezan a usar a más temprana edad.

Por lo demás, cabría postular que estamos condenados a vivir en un mundo ruidoso. Los sonidos que se meten por todos los rincones, el bullicio, la palabrería, el estrépito, el aturdimiento, se han convertido en el hábitat de las nuevas generaciones.

Es la otra “polución” de la civilización “problemática y febril” de la que habla el tango. Más allá de los estragos fisiológicos causados por el ruido, quizá lo más complejo de captar es el estrago psicológico e incluso ético del ruido

Se trata de un peligro más secreto y más sutil. Al respecto el ruido es lo contrario del silencio, y una sociedad que opte por uno, lo hará a expensa del otro. Desde el punto de vista antropológico, el ruido nos llama sin cesar a la superficie de nosotros mismos.

Cuando más nos llenamos de ruido menos vida interior tenemos. Necesitamos silencio exterior y, sobre todo interior, para tomar distancia de las cosas, de los acontecimientos, de las personas. Es necesaria una cierta perspectiva para situarnos ante la realidad.

“La naturaleza nos ha dado dos orejas y una sola lengua, a fin de que escuchemos más y hablemos menos”, enseñaba Zenón de Elea. Es decir, el ruido compromete la calidad de los intercambios con el prójimo.

El ruido nos aturde, es el enemigo por excelencia de la atención, atrofia la capacidad de oír, y sin escucha atenta primero de uno mismo y después del otro, se socava la verdadera conversación.

Ergo: el ruido destruye la convivencia. Algunos piensan que el hombre contemporáneo se aturde para escapar de su soledad. Es una forma de “alienación” ante esa experiencia tan humana y esencial.

Preferimos la sordera a sentirnos solos. Blas Pascal decía: “Toda la desgracia del hombre proviene de que no aguanta estar solo en una habitación”.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 01/05/2023 en Uncategorized

 

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La creciente amenaza de la pérdida de audición

Un estudio muestra que 1.000 millones de jóvenes corren el riesgo de perder la audición. Y esto producto de la exposición prolongada y excesiva a música fuerte y otros sonidos recreativos

Cuando se trata de teléfonos, música, películas y programas, es habitual que los adolescentes y adultos jóvenes escuchen a un volumen demasiado alto y durante demasiado tiempo, según el estudio publicado en la revista académica BMJ Global Health.

“Calculamos que entre 670 y 1.350 millones de personas de entre 12 y 34 años en todo el mundo tienen prácticas auditivas poco seguras” y, por tanto, corren el riesgo de sufrir una pérdida de audición, afirma la autora principal del estudio, Lauren Dillard, de la Universidad de Medicina de Carolina del Sur.

El ser humano posee un sistema auditivo apto para percibir los sonidos y ruidos que pueblan la naturaleza. Pero el mundo cultural creado por el hombre, donde los tonos agudos se elevan artificialmente, produce trauma acústico.

Se diría que los problemas de audición han crecido a medida que se extendió la civilización “problemática y febril”, con sus fábricas y sistemas de transportes ensordecedores.

Según los especialistas, biológicamente el hombre está dotado para percibir frecuencias de tonos graves e intensidades que no superen los 90 decibeles (dB).

Pero en nuestros entornos urbanos y artificiales, donde abundan máquinas e instrumentos incorporados a la actividad cotidiana, se producen tonos agudos que llegan a intensidades que pueden superar los 150 dB y deteriorar de manera irreversible el oído interno.

El trauma acústico de la sordera por el ruido era una enfermedad profesional y afectaba, generalmente, a la gente que estaba expuesta a ruidos muy importantes por su trabajo.

Pero ahora, eso pasó a ser una cuestión de la juventud, fundamentalmente por el volumen al que escuchan la música y la participación en actividades donde predomina el ruido. 
Incluso también pasó a ser un problema de la niñez, por el uso de los dispositivos tecnológicos y de los juguetes extremadamente ruidosos en edades tempranas

La fatiga de los oídos puede tener como resultado un desplazamiento temporal o permanente del umbral auditivo, limitando la cantidad de sonidos que se puede llegar a oír.

La exposición al sonido a un volumen demasiado alto puede fatigar las células sensoriales y las estructuras del oído, explicó Dillard, al exponer el estudio donde se alerta que 1.000 millones de jóvenes corren el riesgo de perder la audición.

Los investigadores realizaron un metaanálisis de artículos científicos sobre prácticas auditivas inseguras publicados entre 2000 y 2021 en tres bases de datos.

Se realizó un seguimiento de las prácticas inseguras según el uso de auriculares y la asistencia a lugares de ocio, como conciertos, bares y discotecas.

Las personas que escuchan música o archivos de audio a través de auriculares conectados a un teléfono inteligente, suelen elegir volúmenes de hasta 105 dB, y en los locales estos suelen oscilar entre los 104 y los 112 dB, muy por encima de lo recomendable, según el estudio.

El análisis del estudio fue riguroso, y las pruebas son convincentes de que la pérdida de audición debería ser una prioridad de salud pública, dijo por su lado De Wet Swanepoel, profesor de Audiología de la Universidad de Pretoria en Sudáfrica.

“La música es un regalo que hay que disfrutar durante toda la vida”, dijo Swanepoel, pero aclaró: “El mensaje es que hay que disfrutar de la música, pero con seguridad”.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 27/11/2022 en Uncategorized

 

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La contaminación acústica y los riesgos para la salud

Hoy (27 de abril) es el Día Internacional de la Concienciación sobre el Ruido, una fecha que nos recuerda que los sonidos indeseados pueden constituir una fuente de contaminación, volviéndose un problema de salud pública.

El ruido es un sonido inarticulado, sin armonía ni ritmo que tiende a ser desagradable y molesta al oído. Pero más allá de la molestia que nos pueda causar, adquiere una dimensión problemática cuando se está en presencia de entornos altamente ruidosos.

Justamente en 1996, el Centro para la Audición y Comunicación (CHC) fijó el último miércoles del mes de abril como un día especial para crear conciencia en la población sobre los riesgos que tiene el ruido para el trastorno auditivo en particular, y la salud en general.

Se llama contaminación auditiva al exceso de sonido que altera las condiciones normales del ambiente en una determinada zona. Hace referencia al ruido (o sonido excesivo y molesto), provocado por actividades humanas.

Se dice que el ruido es contaminante porque puede producir efectos nocivos físicos y psíquicos para una persona o grupo de personas. Por ejemplo, puede afectar seriamente a la capacidad auditiva.

En este sentido, puede ser causa del envejecimiento prematuro del oído, provocar sordera y daños irreversibles en el sistema auditivo. Además el ruido ocasiona otros trastornos al organismo, como alteraciones cardiovasculares, falta de concentración, aumento del estrés, síndrome de depresión, problemas con el sueño y disminución del apetito sexual.

Hay estudios que indican que esta contaminación acústica, que proviene del tráfico de vehículos motorizados y del sonido de aviones y trenes, genera trastornos en el sueño y podría estar asociado a la obesidad y la diabetes.

Esta problemática, lejos de solucionarse, ha ido en aumento, y es por ello que muchas instituciones, organizaciones y particulares se unen cada año para expresar su preocupación y buscan generar conciencia.

El ser humano posee un sistema auditivo apto para percibir los sonidos y ruidos que pueblan la naturaleza. Pero el mundo cultural creado por el hombre, donde los tonos agudos se elevan artificialmente, produce trauma acústico.

Se diría que los problemas de audición han crecido a medida que se extendió la civilización “problemática y febril”, con sus fábricas y sistemas de transportes ensordecedores.

Según los especialistas, biológicamente el hombre está dotado para percibir frecuencias de tonos graves e intensidades que no superen los 90 decibeles (dB).

Pero en nuestros entornos urbanos y artificiales, donde abundan máquinas e instrumentos incorporados a la actividad cotidiana, se producen tonos agudos que llegan a intensidades que pueden superar los 150 dB y deteriorar de manera irreversible el oído interno.

El trauma acústico de la sordera por el ruido era una enfermedad profesional y afectaba, generalmente, a la gente que estaba expuesta a ruidos muy importantes por su trabajo.

Pero ahora, eso pasó a ser una cuestión de la juventud, fundamentalmente por el volumen que escuchan la música y la participación en actividades donde predomina el ruido. 
Incluso también pasó a ser un problema de la niñez, por el uso de auriculares para escuchar música y de juguetes extremadamente ruidosos en edades tempranas.

La fatiga de los oídos puede tener como resultado un desplazamiento temporal o permanente del umbral auditivo, limitando la cantidad de sonidos que se puede oír.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 01/05/2022 en Uncategorized

 

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En tiempos de estridencias, el silencio es una bendición

“Hay un tiempo para callar y un tiempo para hablar”, se lee en el Eclesiastés, sugiriendo que tan importante como las palabras son los silencios. Aunque vivimos tiempos donde reina el palabrerío y el ruido.

El clima civilizatorio hace cada vez más difícil el acceso al silencio, devenido en una rareza. El filósofo danés Soren Kierkegaard creía que saber callar era el camino de la sabiduría.

“Sólo una persona que sabe cómo permanecer esencialmente en silencio sabe hablar, y actuar, esencialmente. El silencio es la esencia de la vida interior”, escribió.

Una tradición de pensadores nos ha advertido que así como el ruido nos llama sin cesar a la superficie de nosotros mismos, necesitamos del silencio para aproximarnos a lo más profundo de nuestro ser íntimo, y desde allí encontrarnos con los demás.

El silencio está implicado en todo acto de recogimiento creador. Así el sabio que se concentra sobre un problema, el poeta o el músico presa de la inspiración, o los enamorados que se contemplan y se hacen confidencias, buscan todos ellos escapar del ruido y la agitación.

En tanto, determinadas corrientes psicológicas ven al silencio como una fuerza poderosa para curar los desequilibrios psíquicos y espirituales que aquejan al hombre contemporáneo, absorbido por el ruido y las cosas externas.

¿La ciudad moderna está pensada y hecha para sofocar al hombre interior? ¿Esta época “problemática y febril” le ha declarado la guerra a la contemplación, a todo gesto que implique un recogimiento?

Desde hace tiempo el ruido, asociado al desarrollo urbano, es visto como un factor dañino para la salud psicofísica de las personas.

El progreso técnico, la proliferación de los medios de transporte, la urbanización creciente, han implicado correlativamente un exceso de sonidos.

A partir del desarrollo de la Revolución Industrial el ruido comienza a vislumbrarse como una problemática, como algo que produce un desequilibrio, similar al empobrecimiento ecológico (del aire, el agua, el suelo y los recursos básicos para la vida).

La percepción sobre la sensación auditiva, en la gran ciudad, vira: ahora se asumen los efectos negativos sobre la salud física y mental de las personas. Se habla, concretamente, de “contaminación acústica”.

Para el ecologista acústico Gordon Hempton el silencio no es la ausencia de sonido, sino el silenciamiento de la contaminación acústica provocada por el hombre. Por eso alienta una cruzada para salvar al silencio, considerado el “sonido” más amenazado.

El silencio se escucha y la imposibilidad de hacerlo en el actual contexto urbano –a partir por ejemplo de los paisajes sonoros naturales que están desapareciendo del planeta- implica una pérdida desastrosa.

Ante la pregunta de si no es más importante el calentamiento global, la limpieza de desechos tóxicos y la restauración del hábitat y las especies en peligro de extinción, Hempton contesta: “Bueno, cuando salvas el silencio, en realidad terminas salvando todo lo demás también”.

Un informe publicado en la revista científica “Biology Letters” publicada por The Royal Society determinó que la contaminación acústica amenaza la supervivencia de más de 100 especies animales diferentes.

Dado que los animales dependen del sonido para todo -desde encontrar pareja hasta migrar, cazar y evitar a los depredadores-, el ruido civilizatorio los condena. La contaminación acústica, en el fondo, produce efectos rotundos en todos los seres, incluidos los humanos.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 05/09/2021 en Uncategorized

 

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Entornos ruidosos, la otra contaminación

Hoy (último miércoles de abril) es el Día Internacional de la Concienciación sobre el Ruido, una fecha que nos recuerda que los sonidos indeseados pueden constituir una fuente de contaminación, configurándose en un problema de salud pública.

El ruido es un sonido inarticulado, sin armonía ni ritmo que tiende a ser desagradable y molesta al oído. Pero más allá de la molestia que nos pueda causar, adquiere una dimensión problemática cuando se está en presencia de entornos altamente ruidosos.

Justamente en 1996, el Centro para la Audición y Comunicación (CHC) fijó el último miércoles del mes de abril como un día especial para crear conciencia en la población sobre los riesgos que tiene el ruido para el trastorno auditivo en particular, y la salud en general.

Se llama contaminación auditiva al exceso de sonido que altera las condiciones normales del ambiente en una determinada zona. Hace referencia al ruido (o sonido excesivo y molesto), provocado por actividades humanas.

Se dice que el ruido es contaminante porque puede producir efectos nocivos físicos y psíquicos para una persona o grupo de personas. Por ejemplo, puede afectar seriamente a la capacidad auditiva.

En este sentido, puede ser causa del envejecimiento prematuro del oído, provocar sordera y daños irreversibles en el sistema auditivo. Además el ruido ocasiona otros trastornos al organismo, como alteraciones cardiovasculares, falta de concentración, aumento del estrés, síndrome de depresión, problemas con el sueño y disminución del apetito sexual

Hay estudios que indican que esta contaminación acústica, que proviene del tráfico de vehículos motorizados y del sonido de aviones y trenes, genera trastornos en el sueño y podría estar asociado a la obesidad y la diabetes.

Esta problemática, lejos de solucionarse, ha ido en aumento, y es por ello que muchas instituciones, organizaciones y particulares se unen cada año para expresar su preocupación y busquen generar conciencia.

El ser humano posee un sistema auditivo apto para percibir los sonidos y ruidos que pueblan la naturaleza. Pero el mundo cultural creado por el hombre, donde los tonos agudos se elevan artificialmente, produce trauma acústico.

Se diría que los problemas de audición han crecido a medida que se extendió la civilización “problemática y febril”, con sus fábricas y sistemas de transportes ensordecedores.

Según los especialistas, biológicamente el hombre está dotado para percibir frecuencias de tonos graves e intensidades que no superen los 90 decibeles (dB).

Pero en nuestros entornos urbanos y artificiales, donde abundan máquinas e instrumentos incorporados a la actividad cotidiana, se producen tonos agudos que llegan a intensidades que pueden superar los 150 dB y deteriorar de manera irreversible el oído interno.

El trauma acústico de la sordera por el ruido era una enfermedad profesional y afectaba, generalmente, a la gente que estaba expuesta a ruidos muy importantes por su trabajo

Pero ahora, eso pasó a ser una cuestión de la juventud, fundamentalmente por el volumen que escuchan la música y la participación en actividades donde predomina el ruido. 
Incluso también pasó a ser un problema de la niñez, por el uso de los MP3 y de los juguetes extremadamente ruidosos en edades tempranas

La fatiga de los oídos puede tener como resultado un desplazamiento temporal o permanente del umbral auditivo, limitando la cantidad de sonidos que se puede llegar a oír.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 05/05/2021 en Uncategorized

 

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El silencio, una rareza en tiempos estridentes

Vivimos en la época de las muchedumbres y del ruido, y de las interferencias mediáticas. El clima civilizatorio hace cada vez más difícil el acceso al silencio, devenido en una rareza.

Para calibrar la importancia del silencio como fenómeno sociocultural baste decir que a partir de él se pueden definir los rasgos de una civilización. En efecto, si Oriente místico hace del silencio su sustancia, el atareado Occidente técnico lo desprecia.

La modernidad occidental, en su alarde de transformación del mundo, ha sacralizado al hombre de acción. Oriente, en cambio, enfocado en la vida interior, aún reivindica el recogimiento y la contemplación silenciosa.

Si Occidente es la praxis, Oriente es la meditación. Pero como la condición humana está hecha de estos dos polos –el aspecto exterior y la vida interior- cabría decir que lo que tiene un mundo le falta al otro.

¿Acaso Occidente es una gran conjura contra el silencio? ¿La ciudad moderna está pensada y hecha para sofocar al hombre interior? ¿Esta época “problemática y febril” le ha declarado la guerra a la contemplación, a todo gesto que implique un recogimiento?

El filósofo danés Soren Kierkegaard, quien escribió páginas esenciales sobre el tópico, dijo en 1846: “Sólo una persona que sabe cómo permanecer esencialmente en silencio sabe hablar, y actuar, esencialmente. El silencio es la esencia de la vida interior”.

Una tradición de pensadores nos ha advertido que así como el ruido nos llama sin cesar a la superficie de nosotros mismos, necesitamos del silencio para aproximarnos a lo más profundo de nuestro ser íntimo, y desde aquí para encontrarnos con los demás.

Por otra parte, aunque en el libro del Eclesiastés se dice que “hay un tiempo para callar y un tiempo para hablar”, el silencio no dificulta el habla sino que la hace posible, al habilitar la pausa y la reflexión. Además, como reza el dicho, hay silencios que dicen más que mil palabras.

Se alerta, en tanto, sobre el empobrecimiento lingüístico de las nuevas generaciones y se diagnostica que es por falta de lectura. Ahora bien, ¿no es la lectura un acto solitario y silencioso?

El silencio está implicado en todo acto de recogimiento creador. Así el sabio que se concentra sobre un problema, el poeta o el músico presa de la inspiración, o los enamorados que se contemplan y se hacen confidencias, buscan todos ellos escapar del ruido y la agitación.

Pese al clima contrario al silencio, determinadas corrientes psicológicas lo ven como una fuerza poderosa para curar los desequilibrios psíquicos y espirituales que aquejan al hombre contemporáneo, absorbido por el ruido y las cosas externas.

Al respecto Antonio Blay Fontcuberta, precursor en España de la psicología transpersonal, dejó escrito: “La persona que desequilibra su vida porque no ‘silencia’ suficientemente sus niveles vital, afectivo y mental, sufre una creciente crispación, un creciente desgaste que puede llegar hasta al agotamiento nervioso”.

Y expresó: “La persona ha de poder ver en qué medida está ‘alimentando’ su capacidad activa con el silencio, pues ésta es la base de donde surge toda actividad; cuanto más profundo es el silencio, más potente, más consistente es la capacidad de acción. No basta con descansar el cuerpo si la emotividad y la mente siguen su inercia de girar, girar y girar. El cultivo del silencio aumenta nuestra fuerza moral, la claridad mental, esta paz profunda que nos invade y que nos hace saborear la existencia de un modo distinto”.

 

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 24/01/2018 en Uncategorized

 

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Una generación con problemas de audición

La Organización Mundial de la Salud (OMS) calcula que 1.100 millones de jóvenes de todo el mundo podrían estar en riesgo de sufrir pérdida de audición en los próximos 20 años.

Y esto debido a prácticas inseguras de escucha, como el uso excesivo de auriculares y la exposición a ruidos altos en locales bailables. Es decir se va camino a tener una generación con hipoacusia, que es la pérdida parcial o total de la capacidad de percepción auditiva de las personas

Desde el área de Otorrinolaringología se informa un incremento sustancial de la consulta de jóvenes que padecen acúfenos (zumbidos), que son los más molestos y son percibidos por los pacientes.

Entre el 10 y el 20% de la población mundial padece esta patología –también llamada Tinitus-, que consiste en la percepción de sonidos que no existen en el entorno, conocidos socialmente como zumbidos o silbidos.

Esto se traduce en un total de entre 750 y 1.500 millones de personas que sufren formas severas que llegan a inhabilitarlos en el aspecto personal, social y laboral.

En Argentina, las estadísticas serían similares. Eso quiere decir que más de un millón de argentinos padece este fenómeno perceptivo, que produce la escucha de silbidos, golpes o ruidos que no tienen procedencia física.

“Si bien contamos con un sistema de protección auditiva que se genera por la contracción de los músculos del martillo y del estribo, este es un mecanismo de defensa débil para los ruidos de impacto”.

Eso explicó la fonoudióloga Susana Domínguez, especialista en el tratamiento de acúfenos e hiperacusia del Instituto de Neurociencia de Buenos Aires (INEBA), en diálogo con Infobae.

La profesional apuntó que existen dos tipos de acúfenos según el nivel de daño existente: agudos y crónicos. En el caso de los agudos, pueden ser fácilmente detectados y solucionados con fármacos. Pero los crónicos, que se caracterizan por un malestar continuo, persisten después de un descanso auditivo.

“Al volverse crónico, las células del oído no se regeneran y se provoca un daño de tipo perceptivo e irreversible conocido como hipoacúsia neurosensorial inducida por ruido, la cual puede causar sensación de oídos tapados y mareos, acúfenos e hiperacusia (sensibilidad y molestia a los sonidos) o, en el peor de los casos, generar dolor de oídos o algiacusia”, aseguró la doctora Domínguez.

Los profesionales recomiendan acudir al otorrinolaringólogo ante el primer síntoma de la enfermedad. “El daño no se percibe en el momento y es acumulativo, por lo que solo sentir la molestia significa que el daño ocasionado ya no es reversible”, sostuvo Domínguez.

Y añadió: “Según un estudio epidemiológico en Gran Bretaña, el 51% de los pacientes con acúfenos crónicos acude a la consulta de atención primaria (médico clínico), lo cual retrasa el diagnóstico y el tratamiento, además de ensombrecer el pronóstico”.

Por otro lado, los especialistas aseguran que la prevención y el cuidado auditivo son fundamentales, señalando que las estadísticas atestiguan que el grado de recuperación espontánea es importante y los valores de mejoría se estiman entre un 40 y un 70 % a partir de los distintos tratamientos.

La prevención es un tema de conciencia individual. Son las personas las que deben evitar someterse a prácticas perjudiciales, sobre todo aquellas causadas por uso excesivo de dispositivos de audio a alto volúmen.

Los más jóvenes, sobre todo, deben  cuidar su salud auditiva, si no quieren ser los futuros hipoacúsicos.

 

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 27/03/2017 en Uncategorized

 

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El ruido, agente que altera la vida

Desde hace tiempo el ruido, asociado al desarrollo urbano, es visto como un factor dañino para la salud psicofísica de las personas.

Cualquier actividad humana conlleva en general un nivel de sonido más o menos elevado. Aunque según el tipo, duración, lugar y momento puede resultar incómodo, e incluso alterar el bienestar de los seres vivos.

Entonces el ruido, entendido como un sonido que produce una sensación acústica considerable, pasa a ser contaminante.

Hubo un tiempo en que una sociedad ruidosa era, se decía, una sociedad viva. Las vibraciones atribuibles a la actividad humana han estado, de hecho, vinculados al desarrollo civilizatorio.

El progreso técnico, la proliferación de los medios de transporte, la urbanización creciente, han implicado correlativamente un exceso de sonidos.

A partir del desarrollo de la Revolución Industrial el ruido, sin embargo, comienza a vislumbrarse como una problemática, como algo que produce un desequilibrio, similar al empobrecimiento ecológico (del aire, el agua, el suelo y los recursos básicos para la vida).

La percepción sobre la sensación auditiva, en la gran ciudad, vira: ahora se asumen los efectos negativos sobre la salud física y mental de las personas. Se habla, concretamente, de “contaminación acústica”.

Con ese concepto se alude al incremento significativo de los niveles acústicos del medio, es decir un exceso de sonido que altera las condiciones del hábitat humano y degrada la calidad de vida de las personas.

Desde la celebración de la Conferencia de Naciones Unidas sobre Medio Humano –también conocida como “Conferencia de Estocolmo”, organizada en 1972- el ruido ha sido declarado contaminante.

De acuerdo a la normativa internacional contaminante es aquel agente que puede afectar adversamente la salud y el bienestar de las personas. Bajo este concepto el sonido, catalogado como “ruido”, se trasforma en molesto y produce efectos nocivos para la salud.

De hecho la contaminación acústica está dentro de las demandas sociales en algunos países y ciudades, junto a los reclamos por la polución del aire y del agua.

Paralelamente ha dado lugar a análisis y estudios científicos para su conocimiento y delimitación, al tiempo que se desarrollan políticas públicas y diferentes legislaciones para combatirlas.

En las ciudades de avanzada, donde importa la calidad de vida de las personas, se determinan las posibles fuentes de ruido urbano, y se planifica pensando en el mínimo impacto de la contaminación acústica.

Las consecuencias más frecuentes de esta contaminación son varias: deficiencia auditiva causada por el ruido, interferencia en la comunicación oral, trastorno del sueño y el reposo, efectos psicofisiológicos sobre la salud mental, la conducta y el rendimiento.

Luego de una exposición prolongada al ruido, los individuos pueden desarrollar hipertensión y cardiopatías. Hay estudios que sugieren una íntima conexión entre ruido urbano y el uso de medicamentos, tales como tranquilizantes y pastillas para dormir.

Pero  hay otro costado más inquietante del ruido: su impacto alienante en la psiquis de las personas, a las que le resta vida interior. El aturdimiento interno, la intoxicación sonora  mental genera un tipo humano que se aleja del silencio y la reflexión interior.

El hombre que no sabe callarse y escuchar, y que es inundado por la ola sonora del exterior, es incapaz de verdadera conversación. El ruido, por tanto, compromete la calidad de nuestros intercambios con el prójimo, y de esta manera corroe la convivencia humana.

 

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 08/02/2015 en Uncategorized

 

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Ruido urbano, la polución inadvertida

El ser humano posee un sistema auditivo apto para percibir los sonidos y ruidos que pueblan la naturaleza. Pero el mundo cultural creado por el hombre, donde los tonos agudos se elevan artificialmente, produce trauma acústico.

Se diría que los problemas de audición han crecido a medida que se extendió la civilización “problemática y febril”, con sus fábricas y sistemas de transportes ensordecedores.

El grueso de la población mundial, en los albores del siglo XXI, vive en las ciudades. Y es justamente en las grandes metrópolis donde la contaminación acústica hace estragos físicos en las personas.

Buenos Aires, por ejemplo, está entre las cinco ciudades más ruidosas del mundo. Aunque el asedio al oído, en realidad, no necesariamente tiene que ver con el entorno urbano, con la congestión típica asociada al tráfico citadino.

Y esto porque una de las principales causas del trauma acústico –así se llama clínicamente a la lesión que se produce en el oído interno, en personas que están expuestas a sonidos intensos, constantes y súbitos- está asociada al “ruido recreacional”, que afecta sobre todo a los más jóvenes.

Aquí entran a tallar boliches, juegos electrónicos, reproductores de mp3, recitales de rock, o cualquier espacio público donde la música está fuerte, incluso una conversación a los gritos.

La proliferación de dispositivos electrónicos para escuchar música está detrás de la dolencia. Los auriculares de inserción, según los especialistas, son los más dañinos, toda vez que están direccionados y van directamente al oído medio o interno.

Los chicos empiezan a usar los dispositivos portátiles de música cada vez a menor edad, y hay quienes piensan que de esta manera estamos asegurando futuras generaciones de hipoacúsicos.

Según el doctor Vicente Diamante, presidente de la Fundación Argentina de Otorrinolaringología, biológicamente el hombre está dotado para percibir frecuencias de tonos graves e intensidades que no superen los 90 dB (decibeles).

Pero en nuestros entornos urbanos y artificiales, donde abundan máquinas e instrumentos incorporados a la actividad cotidiana, se producen tonos agudos que llegan a intensidades que pueden superar los 150 dB y deteriorar de manera irreversible el oído interno.

En una entrevista, Diamante indicó que “el trauma acústico de la sordera por el ruido era una enfermedad profesional y afectaba, generalmente, a la gente que estaba expuesta a ruidos muy importantes por su trabajo”.

Pero sostuvo que “ahora, eso pasó a ser una cuestión de la juventud, fundamentalmente por el volumen al que escuchan la música y la participación en actividades donde predomina el ruido”. 

Acotó que “incluso también pasó a ser un problema de la niñez, por el uso de los mp3 y de los juguetes extremadamente ruidosos en edades tempranas”. 

El especialista insistió en que “es entonces en vacaciones cuando más se usan elementos sonoros para el esparcimiento y cuando la audición es más agredida, por los ruidos de alta intensidad”. 

Según explicó, “la fatiga de los oídos puede tener como resultado un desplazamiento temporal o permanente del umbral auditivo, limitando la cantidad de sonidos que se puede llegar a oír”. 

En tanto, en ocasión del congreso médico de otorrinolaringología y cirugía de cabeza y cuello, que tuvo lugar en Mar del Plata, se puso de manifiesto la falta de políticas públicas destinadas a prevenir el riesgo latente que hoy entraña el trauma acústico.

 

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 02/07/2014 en Uncategorized

 

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El ruido intenso, la polución invisible

El ser humano posee un sistema auditivo apto para percibir los sonidos y ruidos que pueblan la naturaleza. Pero el mundo cultural creado por el hombre, donde los tonos agudos se elevan artificialmente, produce trauma acústico.

Se diría que los problemas de audición han crecido a medida que se extendió la civilización “problemática y febril”, con sus fábricas y sistemas de transportes ensordecedores.

El grueso de la población mundial, en los albores del siglo XXI, vive en las ciudades. Y es justamente en las grandes metrópolis donde la contaminación acústica hace estragos físicos en las personas.

Buenos Aires, por ejemplo, está entre las cinco ciudades más ruidosas del mundo. Aunque el asedio al oído, en realidad, no necesariamente tiene que ver con el entorno urbano, a la congestión típica asociada al tráfico citadino.

Y esto porque una de las principales causas del trauma acústico –así se llama clínicamente a la lesión que se produce en el oído interno, en personas que están expuestos a ruidos sonidos intensos, constantes y súbitos- está asociada al “ruido recreacional”, que afecta sobre todo a los más jóvenes.

Aquí entran a tallar boliches, juegos electrónicos, mp3, recitales de rock, o cualquier espacio público donde la música está fuerte, incluso una conversación a los gritos.

La proliferación de dispositivos electrónicos para escuchar música está detrás de la dolencia. Los auriculares de inserción, según los especialistas, son los más dañinos, toda vez que está diseccionados y van directamente al oído medio o interno.

Los chicos empiezan a usar los dispositivos portátiles de música cada vez más temprano, y hay quienes piensan que de esta manera estamos asegurando futuras generaciones de hipoacúsicos.

Según el doctor Vicente Diamante, presidente de la Fundación Argentina de Otorrinolaringología (Faro), biológicamente el hombre está dotado para percibir frecuencias de tonos graves e intensidades que no superen los 90 decibeles (dB).

Pero en nuestros entornos urbanos y artificiales, donde abundan maquinas e instrumentos incorporados a la actividad cotidiana, se producen tonos agudos que llegan a intensidades que pueden superar los 150 dB y deteriorar de manera irreversible el oído interno.

En una reciente entrevista, Diamante indicó que «el trauma acústico de la sordera por el ruido era una enfermedad profesional y afectaba, generalmente, a la gente que estaba expuesta a ruidos muy importantes por su trabajo».

Pero sostuvo que «ahora, eso pasó a ser una cuestión de la juventud, fundamentalmente por el volumen que escuchan la música y la participación en actividades donde predomina el ruido».

Acotó que «incluso también pasó a ser un problema de la niñez, por el uso de los MP3 y de los juguetes extremadamente ruidosos en edades tempranas».

El especialista insistió en que «es entonces en vacaciones cuando más se usan elementos sonoros para el esparcimiento y cuando la audición es más agredida, por los ruidos de alta intensidad».

Según explicó, «la fatiga de los oídos puede tener como resultado un desplazamiento temporal o permanente del umbral auditivo, limitando la cantidad de sonidos que se puede llegar a oír».

En tanto, en ocasión de un reciente congreso médico de otorrinolaringología y cirugía de cabeza y cuello, que tuvo lugar en Mar del Plata, se puso de manifestó la falta de políticas públicas destinada a prevenir el riego latente que hoy entraña el trauma acústico.

 

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 17/02/2013 en Uncategorized

 

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