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Compañero leal del hombre desde tiempos inmemoriales

Hoy (21 de julio) es el Día Mundial del Perro, el animal que tras un largo proceso de domesticación se ha convertido en el “mejor amigo del hombre”.

En efecto, hay cierto consenso cultural sobre que el perro, integrado al mundo humano desde hace aproximadamente 15.000 años, se revela como el animal más querido por él.

La mascota que tras muchos años de fructífera convivencia se ha ganado ese título, no siempre existió en la forma en que la conocemos. De hecho, evolucionó de lobo a perro.

Un misterioso proceso de evolución que ha conducido a la domesticación de este animal, la cual tuvo lugar miles de años atrás, aunque los científicos no se ponen de acuerdo cómo ocurrió ese fenómeno.

Algunos piensan que fueron los humanos los que domesticaron a los lobos, cuando llevaron cachorros a sus campamentos y los adoptaron como mascotas. Otros creen, en cambio, que fue una “autodomesticación”, en la que fueron los cachorros los que se acercaron a los hombres más jóvenes, generándose así la convivencia.

En la actualidad existen aproximadamente 300 millones de perros en el mundo y se calcula que hay 400 razas de ellos, en una enorme diversidad de formas y tamaños.

Hoy en día contamos con perros policías, perros bomberos, perros lazarillos, perros de compañía y, por supuesto, también perros que son el boom en Instagram y que posan para las selfies.

El 80% de los argentinos tiene al menos un animal doméstico en su casa. Se calcula que el 60% de ellos tienen perros, el animal históricamente más apreciado en estas pampas

Desde 2014 se celebra cada 21 de julio el Día Mundial del Perro, entre otras razones por la inmensa labor que prestan estos animales en el diario vivir de los seres humanos. También para concienciar a las personas sobre los animales abandonados a su suerte, sin refugio o sin una familia que los adopte.

La presencia de un perro no sólo puede ser vital en el aporte de afecto y compañía para un humano, sino también puede ser clave en la apertura social, según piensan los especialistas.

“Un perro puede cambiar la vida de alguien. El sólo hecho de responsabilizarte por él te obliga a salir a la calle, a estar en contacto con otras personas, a seguir una rutina. Eso, para alguien que sufre depresión, por ejemplo, puede ser fundamental”, refiere Alicia Dell Arcitrette, presidenta de la Asociación Argentina de Terapia Asistida con Perros (TACOP).

La American Animal Hospital Association, en tanto, realizó una encuesta a mujeres casadas con perros en sus casas: el 40% sentía más apoyo emocional por parte del animal que de sus maridos o sus hijos.

El amor incondicional entre los humanos y los perros ha sido testimoniado de mil maneras. El cine contemporáneo refleja ese sentimiento en la película “Siempre a tu lado, Hachiko”, protagonizada por el actor Richard Gere.

El film está basado en un hecho real sobre Hachiko, un perro japonés de raza akita que, tras la muerte de su amo durante un viaje, estuvo durante 9 años esperándolo en la estación donde su dueño tomaba el tren a diario para acudir al trabajo.

La historia fue tan impactante en la población, que se creó una estatua de bronce en honor al perro fiel, situado en la estación de Shibuya, donde el animal aguardaba día tras día a su dueño, un profesor de la universidad llamado Parker Wilson.

La película no deja indiferentes a los amantes de los perros, convirtiéndose en un verdadero homenaje al “mejor amigo del hombre”, que puede alcanzar con su dueño un vínculo muy estrecho.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 24/07/2023 en Uncategorized

 

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Condenados a vivir en un mundo ruidoso

Hoy (26 de abril) es el Día Internacional de la Concienciación sobre el Ruido, fecha que nos recuerda que vivimos en un entorno ruidoso que conduce a la sordera y que nos incapacita para apreciar el silencio.

El ruido es un sonido inarticulado, sin armonía ni ritmo que tiende a ser desagradable y molesto al oído. Es, en pocas palabras, un sonido no deseado. Pero al mismo tiempo es un problema que afecta a nuestra salud psicofísica.

Solo somos conscientes de una parte de los efectos que produce el ruido en nuestro entorno. Por ejemplo, cuando no podemos dormir o cuando hay un ruido fuerte puntual. Sin embargo, estar sometidos a niveles de ruidos constantes causa un deterioro progresivo en las personas.

De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud (OMS) la exposición a más de 70 decibeles (db) durante un periodo de tiempo prolongado puede producir daños graves en el oído, con consecuencias irreversibles.

Las estadísticas revelan que las consultas médicas entre los jóvenes por daños a la audición aumentan provocados por el “ruido recreacional”.

Boliches, juegos electrónicos, smartphones, recitales de rock, o cualquier espacio público donde la música esté fuerte, incluso una conversación a los gritos, todo eso coadyuva a la sordera.

Según los especialistas los problemas de audición se han triplicado en 10 años. Y el daño en las personas se percibe casi siempre como un zumbido intermitente o crónico de oídos. Clínicamente el mal se llama “acúfeno”.

Una de las principales causas de esta dolencia está en la proliferación de dispositivos electrónicos para escuchar música, los cuales se empiezan a usar a más temprana edad.

Por lo demás, cabría postular que estamos condenados a vivir en un mundo ruidoso. Los sonidos que se meten por todos los rincones, el bullicio, la palabrería, el estrépito, el aturdimiento, se han convertido en el hábitat de las nuevas generaciones.

Es la otra “polución” de la civilización “problemática y febril” de la que habla el tango. Más allá de los estragos fisiológicos causados por el ruido, quizá lo más complejo de captar es el estrago psicológico e incluso ético del ruido

Se trata de un peligro más secreto y más sutil. Al respecto el ruido es lo contrario del silencio, y una sociedad que opte por uno, lo hará a expensa del otro. Desde el punto de vista antropológico, el ruido nos llama sin cesar a la superficie de nosotros mismos.

Cuando más nos llenamos de ruido menos vida interior tenemos. Necesitamos silencio exterior y, sobre todo interior, para tomar distancia de las cosas, de los acontecimientos, de las personas. Es necesaria una cierta perspectiva para situarnos ante la realidad.

“La naturaleza nos ha dado dos orejas y una sola lengua, a fin de que escuchemos más y hablemos menos”, enseñaba Zenón de Elea. Es decir, el ruido compromete la calidad de los intercambios con el prójimo.

El ruido nos aturde, es el enemigo por excelencia de la atención, atrofia la capacidad de oír, y sin escucha atenta primero de uno mismo y después del otro, se socava la verdadera conversación.

Ergo: el ruido destruye la convivencia. Algunos piensan que el hombre contemporáneo se aturde para escapar de su soledad. Es una forma de “alienación” ante esa experiencia tan humana y esencial.

Preferimos la sordera a sentirnos solos. Blas Pascal decía: “Toda la desgracia del hombre proviene de que no aguanta estar solo en una habitación”.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 01/05/2023 en Uncategorized

 

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Los buenos modales y el respeto hacia los demás

¿Acaso el urbanismo, ese comportamiento amable hacia el prójimo, ha perimido o es una forma de anacronismo? Parece que el virus de la mala educación, de la descortesía, infecta a mucha gente y se propaga.

Eso piensa Christine Porath, profesora del McDonough School of Business de la Universidad de Georgetown, para quien el predominio de la rudeza, la grosería y la falta de civismo sugiere que vivimos en la “era de la incivilización”.

Porath afirma que la mala educación va in crescendo y es un signo de los tiempos. Y esto se echa de ver en las relaciones humanas, sobre todo en las que tienen lugar en el trabajo.

Algo que no sólo afectan negativamente a la salud física y mental de los empleados que lo padecen, sino que también les cuesta dinero a las empresas.

“Lo que hemos descubierto es que los empleados que son tratados con rudeza reducen su productividad y ven descender su creatividad, cometen más errores y faltas, están más estresados y tienen mayores problemas de salud”, refiere Porath, que es autora también del libro “Dominar el civismo: un manifiesto para los lugares de trabajo”.

En su opinión, los pequeños actos de respeto hacen que los trabajadores prosperen y, como resultado de ello, la empresa trabaja mejor. “Pero aparte de eso, creo que simplemente debemos reconocer que necesitamos ser tratados con respeto por motivos de salud mental”, remarca.

La mala educación preocupa y es un foco de contaminación para la convivencia. La cortesía, hoy poco frecuente, es un triunfo de la civilización sobre la barbarie, opina el filósofo español Fernando Savater.

Su razonamiento es que lo natural y espontáneo es que cada uno de nosotros se considere el centro del mundo, el ser más importante que pisa el planeta y ante cuyos apetitos todos deben inclinarse.

La grosería emerge de estos primeros impulsos, “aunque a veces debamos reprimirlos por el simple y abyecto temor a un bruto aún más despiadado que nosotros”, refiere Savater.

Esta descortesía, falta grande de atención y respeto es un signo de barbarie, que se supera con la civilización, entendida como un esforzarse y tomarse molestias.

Frente al primitivismo de anteponer los propios impulsos, Savater resalta que  la cortesía “consiste en algo sumamente antinatural y artificioso: dar preferencia voluntariamente al otro, o sea preferir su conveniencia y satisfacción a la nuestra”.

“Y ello –aclara– no por temor a su venganza, sino por una especie de orgullo en no ser tan animal como a uno le apetecería rabiosamente ser”.

Ante la objeción de que los buenos modales suelen reflejar hipocresía, el español contesta: “Desde luego, pero bendita sea la hipocresía cuando no consiste en fingir buenas intenciones para enmascarar malas acciones sino en disciplinar nuestra íntima avidez de bestias para que la convivencia tenga estética de concierto y no se malbarate en el furor de una batalla campal”.

Savater sostiene que no hay nada de moderno en la grosería, “que es tan antigua como la barbarie frente a la perpetua y frágil novedad de las buenas maneras”.

Cabe consignar que las religiones tradicionales y las principales filosofías han hecho foco en el respeto a los demás como piedra de toque de toda ética. De ahí las expresiones: “Ama a tu próximo como a ti mismo” o “trata a los demás como te gustaría que te traten a ti”.

En este sentido la actitud de arrasar con todo lo que se interponga a nuestros deseos y ambiciones, incluido nuestro prójimo, es una forma de salvajismo grosero.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 21/08/2022 en Uncategorized

 

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El tribalismo identitario mina la convivencia plural

La confrontación, vinculada a la lógica binaria de “ellos” y “nosotros”, inspirada en tribalismos intersociales, impide el diálogo en sociedades que necesitan tramitar sus diferencias.

Los seres humanos tenemos una predisposición al tribalismo, es decir somos proclives a “pertenecer” a determinado grupo social, pero esta pertenencia suele hacerse sobre la base de la exclusión de otros grupos.

Una de las razones por las que las sociedades contemporáneas están atravesadas por la polarización obedece a la eclosión de asuntos identitarios: racismo, feminismo, identidades sexuales, izquierda-derecha, entre otras.

La identidad social hace que, generalmente, se tenga favoritismo por las personas que sostienen ideas que identificamos como las de nuestro “grupo de pertenencia” y prejuicio negativo por las que no.

De esta manera las personas se separan según distintos criterios: clase social, religión, nacionalidad, género, profesión, ciudad, barrio, equipo de fútbol, partido político, etc.

O incluso se separan por aquello que rechazan, unidas no por amor, sino por espanto: las “anticosas”.

De esta manera se generan estereotipos, caricaturas de rasgos exaltados, que se le atribuyen a un grupo entero, sin considerar las diferencias y los matices personales de sus individuos.

Cuando la identidad social con el grupo es fuerte, o tiene rasgos patológicos, entonces aparece el tribalismo. En esta situación, el individuo trata de abroquelarse en torno a la tribu, de suerte que si hay algo que se percibe como una “amenaza” hacia ella, privilegia la lealtad grupal, defendiéndola a capa y espada, sin reflexionar demasiado acerca del valor de las ideas.

Como esa amenaza viene de un “otro”, que por ser otro está, a priori,  equivocado, no importa el contenido de lo que está en discusión, sino la preservación de la perspectiva tribal.

De esta manera el enfrentamiento, en muchas ocasiones, gana la batalla al entendimiento e impide el diálogo. El convencimiento por medio de argumentos representa una imposibilidad, ya que la emoción se impone a lo racional.

La radicalización identitaria, que ha encontrado en las redes sociales una aliada para su expansión, conspira contra el respeto a la diversidad, es decir contra la tolerancia, entendida como una consideración hacia la diferencia; de una disposición a admitir en los demás una manera de ser y de obrar distinta de la propia; de la aceptación del pluralismo.

El sano intercambio racional queda así clausurado porque el debate identitario es intrínsecamente ad hominem: A afirma B; hay algo cuestionable (o que se puede cuestionar) acerca de A; por tanto, B es cuestionable.

Ya no se trata de aceptar puntos de vista diferentes y legítimos, ceder en un conflicto de intereses justos. Más bien se trata de tener razón siempre porque el grupo es más importante que la verdad; la estrategia siempre será abroquelarse en torno a la tribu.

Lo cierto es que en una sociedad pluralista, las divergencias hacen necesario un esfuerzo común de reflexión racional: por el diálogo  a favor del consenso y la convivencia pacífica. Siempre el diálogo es mejor que el monólogo.

Pero el tribalismo identitario prefiere tener razón siempre antes que abrirse a la posibilidad del entendimiento con otros diferentes. Por eso, todo debate político, de algún modo, enciende resortes irracionales, fomenta disputas, crispación y acritud.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 03/07/2022 en Uncategorized

 

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La amabilidad, piedra de toque de la convivencia

Vivimos tiempos duros, en la calle o en Internet, donde predominan las amenazas físicas y simbólicas y los comentarios de odio. Un antídoto a tanta aspereza en el trato quizá sea la amabilidad.

Alguna vez fue parte de la enseñanza de los mayores, para quienes ser amable hacía posible o más fácil vivir con los demás, dulcificando así la siempre difícil convivencia humana.

Amabilidad (sustantivo femenino) se define como “suavidad en el trato, afabilidad, dulzura y atractivo”. 

Amable (adjetivo), como “la persona que por su natural dócil, suave, apacible y cariñoso se concilia la común estimación, aprecio y amor (…) Y también se entiende y dice de la cosa que es digna de atención y aprecio: como la virtud, la verdad es amable”.

Por último, amablemente (adverbio), “amorosamente, apaciblemente, con cariño y suavidad”.

El comportamiento individual y social, sobre todo de los más jóvenes, muestra una sorprendente ausencia de amabilidad. Como si el egoísmo grabado a fuego impidiese toda empatía, poniendo como prioridad las necesidades de cada quien por sobre las de los demás.

Alguna vez en las familias y en las escuelas se enseñó este valor social que se funda en el respeto, el afecto y la benevolencia en la forma de relacionarnos con el otro.

Se diría que la amabilidad es esencial para la convivencia en sociedad. Diariamente, las personas están obligadas a interactuar con otras (el vecino, el colega, el jefe, el subordinado, el familiar, el dependiente, el amigo, el desconocido, etc.), y el trato amable es crucial ya que en gran medida las relaciones de fundan en él.

La amabilidad se refleja en los actos cotidianos. Existen palabras básicas en las que aflora este sentimiento hacia los demás, como “por favor”, “gracias”, “lo siento” o “disculpame”.

Sinónimos de amabilidad son: cortesía, gentileza, atención, urbanidad, afabilidad, cordialidad, benevolencia. Lo contrario sería descortesía,  desatención, hosquedad.

¿Hemos perdido acaso la capacidad de ser amables unos con otros? ¿Vivimos, de alguna manera, enfrentados a los demás? ¿Nos hemos vuelto incapaces de tener una mirada y trato solicito hacia los demás?

Curiosamente la amabilidad es un rasgo que se aprecia en las demás personas. Que nos traten con respeto, cariño y bondad nos hace sentir apreciados y puede transformar un mal día en uno bueno.

Sin embargo, no se suele corresponder con este sentimiento cuando se trata de ejercerlo uno mismo. Se olvida, al respecto, aquella regla de oro que exige reciprocidad y que reza: “Trata a los demás como querrías que te trataran a ti”.

Se puede decir con certeza que la amabilidad es un círculo de reciprocidad afectiva. En efecto, para recibir hay que dar y si uno no se muestra amable con los demás, no es justo que espere que lo traten con afecto.

“Sé amable cuando tengas la posibilidad. Siempre tienes esa posibilidad”, recomienda el Dalai Lama. En tanto que el filósofo chino Confucio aconsejaba: “Cuando veas un hombre bueno, piensa en imitarlo; cuando veas uno malo, examina tu propio corazón”.

El poeta libanés Kahlil Gibran, en tanto, apuntaba: “La ternura y la amabilidad no son signos de debilidad y desesperación, sino manifestaciones de fuerza y resolución”.

El filósofo francés Michel de Montaigne, por su lado, llegó a decir: “Aunque pudiera hacerme temible, preferiría hacerme amable”.

Y el griego Platón sentenció: “Sé amable, pues cada persona con la que te cruzas está librando su ardua batalla”.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 20/11/2021 en Uncategorized

 

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La concordia y la teoría de las dos almas argentinas

La llamada “grieta” argentina sugiere que el país está dividido en dos mitades, cultural y sociológicamente incompatibles. ¿Hay dos almas que coexisten en un mismo territorio? ¿Es posible que haya concordia entre ellas?

El periodista y escritor argentino Jorge Fernández Díaz, en su nuevo libro “Una historia Argentina en tiempo real” vuelve a exponer su teoría de que existen dos Argentinas, como si dos países vivieran en un solo territorio.

“Hay dos almas, como diría Machado respecto de España”, explicó en una entrevista reciente. “Una cosmopolita, pro mercado, salir al mundo, respetar las instituciones; y otra que es vivir con lo nuestro, más Estado, más industria nacional”, describe.

En su opinión, el desafió de estas dos Argentinas es el de la convivencia, aunque hay razones para sospechar, dice Fernández Díaz, que en su forcejeo una pretenda primar sobre la otra, a través de un intento de extirpación.

“A mí me parece que esas dos Argentinas deben convivir. Ambas teorías son necesarias, no son excluyentes. A veces se necesita un poco más de vivir con lo nuestro y otras, más mercado. Y el sistema democrático es el que permitiría a las dos convivir”, postula Fernández Díaz, que es un reconocido columnista del diario ‘La Nación’.

Y el escritor amplía así su razonamiento: “Esas dos almas si conviven dentro de una democracia con coaliciones y partidos y de vez en cuando uno tira más para el mercado y otro tira más para el Estado pero los dos acuerdan en el medio, me parece positivo”.

Según Fernández Díaz, el problema es cuando no se quiere admitir la existencia de esta conformación cultural y sociológica dual, y en lugar de buscar la manera de que se pongan de acuerdo, se busca cavar esta grieta hasta volverla intolerable.

Es entonces, razona, “cuando hay una facción que encarna a un alma y no reconoce a la otra sino que la trata de antipatria y la quiere someter”.  En cuyo caso la discordia corre riesgo de instalarse como política de Estado.

Pero una Argentina endogámica, que sólo cree en el Estado, que postula la teoría de “vivir con lo nuestro” por un lado, y otra Argentina cosmopolista, integrada al mundo, que cree en el mercado capitalista, ¿pueden efectivamente articularse armónicamente?

Al respecto, el ensayista y escritor mexicano, Enrique Krauze, en la última edición de la revista ‘Letras Libres’, revaloriza el valor de la “concordia”, pensando en sociedades fracturadas como la mexicana actual.

Lo hace trayendo a colación textos de pensadores diversos. Aristóteles, por ejemplo, en “Ética a Nicómaco”, dice: “Cuando en un Estado cada uno de los partidos quiere el poder para sí solo, hay discordia”.

Continúa el filósofo griego: “No debe confundirse la concordia con la conformidad de opiniones porque esta puede existir hasta entre personas que mutuamente no se conocen”.

El historiador romano Salustio, en tanto, ha dicho que “la concordia hace crecer las pequeñas cosas, la discordia, arruina las grandes”.

Juan Luis Vives, humanista, filósofo y pedagogo del Reino de Valencia, en su escrito “Concordia y discordia en el linaje humano” (1529), advierte por su lado: “No se espere que haya concordia jamás mientras uno de los dos contendientes se saliere con la suya, postergando al otro”.

Y apunta el humanista renacentista: “Diríase que entre la concordia y la discordia hay la misma distancia que entre la vida y la muerte”.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 04/07/2021 en Uncategorized

 

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El odio, un sentimiento que destruye al odiador

Eddie Jaku, sobreviviente de los campos de concentración nazi, al recordar el Holocausto, afirma que lo que lo ha salvado todo este tiempo es rehuir el resentimiento contra las personas que asesinaron a su familia y amigos.

“Los nazis quisieron que yo odiara. Pero no lo hago”, asegura hoy Jaku, quien  nació en Alemania en 1920, su nombre original era Abraham Jakubowicz, y como judío fueron víctimas él y su familia de persecución en la Alemania nazi.

“Ellos nos odiaban, pero yo no odio. Quiero decirle a la gente joven ‘no utilicen esa palabra’. Es peligroso odiar a alguien. El odio es una enfermedad que te destruirá”, afirma este sobreviviente de los campos de concentración de Buchenwald y Auschwitz.

En diálogo con la BBC, Jaku recordó la pesadilla que vivió en aquellos años y que le costó la vida a toda su familia. Tras el infierno que pasó, se fue a vivir a Australia, donde rehízo su vida.

Desde allí cuenta que se comprometió a disfrutar cada día de su vida y a ayudar a otros a hacer lo mismo. Se impuso una meta: vivir hasta los 100 años y verse convertido en el más bondadoso, más activo y “mejor viejo” que pudiera.

“Los nazis quisieron arruinarnos, hacerme la vida miserable. De manera que, para contrarrestar eso, hice todo al contrario”, dice hoy este judío alemán, que hizo lo que pudo para seguir vivo y no amargarse.

Jaku le contó a la BBC cómo pudo mantenerse tan positivo, a pesar de los horrores que ha visto en su vida. Su secreto, dice, es haberse dado cuenta que el odio hace infeliz al odiador. “Podrá ayudar a destruir a tu enemigo, pero también te destruirá a ti”, refiere.

Se trata de un mensaje para las nuevas generaciones en un momento de la historia de las sociedades humanas polarizadas y enfrentadas, donde una persona que opina diferente se convierte en un enemigo al cual combatir.

La reflexión de Jaku de que el odio es un tormento para el propio odiador es una verdad psicológica reconocida por muchos pensadores. El filósofo católico Gustave Thibon, por ejemplo, compara este sentimiento con el egoísmo (ambos contrarios al amor).

Aunque ambos son negativos, no obstante establece una interesante diferencia entre ellos. El egoísta, dice,  puede hacer el mal pero se detiene en el preciso momento en que su conducta ya no le aporta ningún beneficio.

No ocurre así con el odiador, a quien la perspectiva de desearle el mal al prójimo lo consume de tal manera que ello lo conduce a hacer cosas que van contra sus propios intereses vitales.

“Un egoísta, por ejemplo, no dudará en arruinar a alguien en un proceso, si piensa que con ello se va a enriquecer sin demasiados riesgos ni complicaciones”, razona Thibon.

Pero el que actúa movido por el odio, en cambio, piensa ante todo en arruinar a su enemigo, y para conseguirlo se halla dispuesto a labrar su propia ruina. Es lo que sostiene Eddie Jaku cuando dice que “el odio es una enfermedad que te destruirá”.

La Argentina es un país de odiadores. Eso señala el periodista Nicolás Lucca, autor del libro “Te odio. Anatomía de la sociedad argentina”, para quien “el argentino primero odia, luego existe y por último piensa”.

La tesis de base del libro es que aquí a nadie le importa la convivencia, pese a las retóricas en contrario, sino la hegemonía, entendida como imposición unilateral contra algún enemigo.

Según Lucca, vivimos en un estado de guerra permanente, en una sociedad estructurada para formar futuros odiadores.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 30/01/2021 en Uncategorized

 

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Cómo el encierro afecta las relaciones de pareja

¿Qué pasa con las parejas y las familias que han pasado tanto tiempo en cuarentena? Varios factores erosionan las relaciones en un contexto de encierro, como el estrés ocasionado por la falta de dinero.

La cuarentena ha sido un detonante de peleas que en el mejor de los casos terminan en consultas virtuales con psicoterapeutas, quienes reconocen que cada vez más personas acuden en busca de ayuda.

Los problemas económicos han sido un disparador para el deterioro de las relaciones, en un contexto de encierro en el cual es difícil despejar la mente, que es lo que más recomiendan los psicólogos. En algunos casos esto ha aumentado la violencia doméstica.

Los reportes hablan de que hay un incremento de rupturas y los expertos creen que las separaciones se van a disparar cuando la crisis sanitaria termine. Se cree que el número de divorcios se incrementará en los próximos meses, a medida que más tribunales retomen sus actividades.

En todo el mundo parejas que antes eran felices pasaron a separarse y muchas incluso llegaron ya al divorcio, según refiere un artículo de BBC Mundo.

Algunas apuntan al estrés por la pandemia como la causa del problema; otras cuentan que este año ha hecho aflorar problemas ya existentes. Es decir en muchos casos los confinamientos magnificaron las dinámicas ya existentes en las relaciones.

“Lo que escucho en más ocasiones es que las parejas discuten mucho sobre la nueva división del trabajo en la casa”, explicó a BBC Mundo Marni Feuerman, psicoterapeuta en Florida (EE.UU.).

“Las personas tienen que trabajar y cuidar a los niños (que no van a la escuela) al mismo tiempo. Esto hace que todo se convierta en un caos”, dijo.

Una encuesta realizada en abril por la organización benéfica británica Relate reveló que casi una cuarta parte de las personas sentían que el encierro había añadido presión a su relación.

“La pandemia ha causado estrés a todo el mundo. Hay un trauma colectivo”, sostiene Feuerman, quien aclara que también en muchos casos los matrimonios han salido fortalecidos.

“Las parejas que eran fuertes antes de que todo esto llegara son aún más fuertes. Ya sabían cómo usar su relación como recurso en momentos de estrés. Las parejas que se han visto más afectadas son aquellas en las que había problemas antes de que esto comenzara”, apuntó.

Los expertos en relaciones comentan que en tiempos normales, las parejas resisten porque tienen estrategias para sobrellevar los roces inevitables, como ver a los amigos o concentrarse en proyectos en la oficina.

Estas satisfacciones personales permiten, al final del día, olvidar los pequeños problemas domésticos habituales al compartir el mismo techo.

Pero la pandemia provocó que las parejas vivieran frente a frente las 24 horas del día por mucho tiempo. El cuadro se agravó con la entrada del trabajo al hogar (teletrabajo) y en los matrimonios con hijos por las tensiones generadas por la presencia de ellos en casa ante el cierre de las escuelas.

Los psicólogos aseguran que las peleas son parte de la convivencia, pero el agotamiento por el encierro ha llevado a algunos a discutir por nimiedades, lo que ha sido caldo de cultivo para un deterioro progresivo de la relación.

Los que ya venían con una relación resquebrajada resultaron más vulnerables. En esos casos, el encierro les dio la estocada final.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 20/12/2020 en Uncategorized

 

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La tolerancia, el mejor programa de convivencia

Las sociedades multiculturales democráticas no podrían sobrevivir sin que la tolerancia fuera una de sus guías. Puede resultarle imperfecta a mucha gente, pero ella es preferible a la eliminación mutua.

Los enemigos de este principio, que suelen suscribir la creencia de que hay una sola moral y un único estilo de vida, suelen considerarlo una complacencia peligrosa con el error o una permisividad para el libertinaje.

Estos críticos proclaman que el respeto por otros valores morales no tarda en convertirse en un respeto por cualquier clase de valores, algo así como un relativismo moral pervertido y sin rumbo claro.

El problema es que los que se creen poseedores de la verdad querrán imponer sus creencias a los demás, utilizando incluso la coacción ideológica o la violencia física. Las dictaduras y los totalitarismos de todos los pelajes, abrevan en esta tendencia.

Ocurre que la sociedad ha evolucionado hasta un punto en que sociológicamente no domina ningún monismo moral (como ocurría por ejemplo en Occidente con la hegemonía del cristianismo).

A principio del siglo XX el filósofo social Max Weber hablaba de la existencia en Occidente de un “politeísmo axiológico”, marcando la existencia de pluralidad de creencias y tablas de valores.

Habitamos sociedades moralmente pluralistas, en donde conviven personas que poseen distintas concepciones morales de lo que es una vida buena, diferentes modos de concebir el mundo o cosmovisiones, distintas maneras de entender al hombre y a la historia.

La respuesta histórica que dio el liberalismo a este dilema no ha sido superada. Se trata de la tolerancia o el respeto activo, como única fórmula aceptable para la convivencia en sociedades plurales.

La tolerancia, en efecto, ha sido la virtud por excelencia de la Ilustración, el movimiento de pensamiento que contribuyó a sentar las bases del Estado de Derecho en Occidente.

François-Marie Arouet, más conocido como Voltaire, sintetizó el programa en una célebre frase: “No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”.

En su obra “Diccionario Filosófico” (1764), Voltaire escribió: “Debemos toleramos mutuamente, porque todos somos débiles, incoherentes, sujetos a la mutabilidad y al error. ¿Acaso un junco tendido en el suelo por el viento debe decirle a otro junco caído en la dirección opuesta  ‘Arrástrate como yo, indigno, o pediré que te arranquen de raíz y que te quemen’?”.

En la tradición liberal es más influyente la defensa realizada por John Stuart Mill en su ensayo “Sobre la libertad”. En él argumenta que: “El propio modo de arreglar su existencia (una persona) es el mejor, no porque sea el mejor en sí, sino por ser el suyo”.

Y añade Stuart Mill: “Los seres humanos no son como las ovejas; y ni siquiera las ovejas son tan semejantes como para que no se las pueda distinguir entre sí. Un hombre no puede conseguir un traje o un par de botas que le estén bien, a menos que se los haga a medida o que pueda escogerlos en un gran almacén; ¿y es más fácil proveerle de una vida que de un traje?”.

Stuart Mill tiene una doble justificación para la tolerancia. En primer lugar está el factor de la diversidad humana, que él considera valiosa en sí misma. Luego está el respeto por la autonomía humana, la capacidad que permite a los individuos tomar sus propias decisiones en la vida.

La idea de fondo, en suma, es defender la libertad de las personas de tener cualquier clase de creencia, siempre que no perjudique o haga daño a los demás.

 

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 28/06/2020 en Uncategorized

 

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