Hoy (26 de abril) es el Día Internacional de la Concienciación sobre el Ruido, fecha que nos recuerda que vivimos en un entorno ruidoso que conduce a la sordera y que nos incapacita para apreciar el silencio.
El ruido es un sonido inarticulado, sin armonía ni ritmo que tiende a ser desagradable y molesto al oído. Es, en pocas palabras, un sonido no deseado. Pero al mismo tiempo es un problema que afecta a nuestra salud psicofísica.
Solo somos conscientes de una parte de los efectos que produce el ruido en nuestro entorno. Por ejemplo, cuando no podemos dormir o cuando hay un ruido fuerte puntual. Sin embargo, estar sometidos a niveles de ruidos constantes causa un deterioro progresivo en las personas.
De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud (OMS) la exposición a más de 70 decibeles (db) durante un periodo de tiempo prolongado puede producir daños graves en el oído, con consecuencias irreversibles.
Las estadísticas revelan que las consultas médicas entre los jóvenes por daños a la audición aumentan provocados por el “ruido recreacional”.
Boliches, juegos electrónicos, smartphones, recitales de rock, o cualquier espacio público donde la música esté fuerte, incluso una conversación a los gritos, todo eso coadyuva a la sordera.
Según los especialistas los problemas de audición se han triplicado en 10 años. Y el daño en las personas se percibe casi siempre como un zumbido intermitente o crónico de oídos. Clínicamente el mal se llama “acúfeno”.
Una de las principales causas de esta dolencia está en la proliferación de dispositivos electrónicos para escuchar música, los cuales se empiezan a usar a más temprana edad.
Por lo demás, cabría postular que estamos condenados a vivir en un mundo ruidoso. Los sonidos que se meten por todos los rincones, el bullicio, la palabrería, el estrépito, el aturdimiento, se han convertido en el hábitat de las nuevas generaciones.
Es la otra “polución” de la civilización “problemática y febril” de la que habla el tango. Más allá de los estragos fisiológicos causados por el ruido, quizá lo más complejo de captar es el estrago psicológico e incluso ético del ruido
Se trata de un peligro más secreto y más sutil. Al respecto el ruido es lo contrario del silencio, y una sociedad que opte por uno, lo hará a expensa del otro. Desde el punto de vista antropológico, el ruido nos llama sin cesar a la superficie de nosotros mismos.
Cuando más nos llenamos de ruido menos vida interior tenemos. Necesitamos silencio exterior y, sobre todo interior, para tomar distancia de las cosas, de los acontecimientos, de las personas. Es necesaria una cierta perspectiva para situarnos ante la realidad.
“La naturaleza nos ha dado dos orejas y una sola lengua, a fin de que escuchemos más y hablemos menos”, enseñaba Zenón de Elea. Es decir, el ruido compromete la calidad de los intercambios con el prójimo.
El ruido nos aturde, es el enemigo por excelencia de la atención, atrofia la capacidad de oír, y sin escucha atenta primero de uno mismo y después del otro, se socava la verdadera conversación.
Ergo: el ruido destruye la convivencia. Algunos piensan que el hombre contemporáneo se aturde para escapar de su soledad. Es una forma de “alienación” ante esa experiencia tan humana y esencial.
Preferimos la sordera a sentirnos solos. Blas Pascal decía: “Toda la desgracia del hombre proviene de que no aguanta estar solo en una habitación”.
© El Día de Gualeguaychú