El neurocientífico del sueño Jim Horne cree que estamos naturalmente diseñados para dormir dos veces al día, al igual que ocurre con otras especies del reino animal.
El diccionario de la RAE (Real Academia Española), define a la “siesta” como el “sueño que se toma después de comer” o también como el “tiempo destinado para dormir o descansar después de comer”.
En otras palabras, es una costumbre con un tiempo asignado para hacerla efectiva, la que todos llamamos “hora de la siesta”, en la que está muy mal visto realizar actividades que turben el reposo de los demás.
En Hispanoamérica, la noción de la siesta es endémica. Dicen que se debe a las altas temperaturas del mediodía en la zona ecuatorial, pero es una costumbre que se extiende hasta la Patagonia.
Tras finalizar el almuerzo, la comida más abundante del día, el sistema digestivo reclama mayor irrigación sanguínea para desarrollar sus funciones y resulta casi inevitable sentir alguna somnolencia.
En las primeras horas de la tarde se concilia el sueño por hábitos culturales, pero también por motivos vinculados a nuestra condición biológica, según cree Jim Horne, del Centro para la investigación del sueño de la Universidad de Loughborough (Inglaterra).
Según sus estudios, el 85% de los mamíferos de la Tierra duermen muchas veces durante el día en ciclos polifásicos y, en este sentido, los seres humanos siguen un patrón natural parecido.
Horne afirma que nuestro sistema nervioso está diseñado para dormir en dos períodos diferenciados cada 24 horas, que corresponderían a la noche y las primeras horas de la tarde.
Esta opinión es consistente con la de los expertos médicos, para quienes la siesta tiene muchos beneficios para la salud.
Con carácter general, es posible identificar las siguientes ventajas: relajación muscular; disminución de la ansiedad; control de la fatiga; mejora del nivel de conciencia y del estado de alerta; mejor control emocional; descenso del estrés; mejor rendimiento cognitivo.
Según un estudio del Allegheny College de Pennsylvania, quienes duermen una siesta diaria de entre 45 minutos y 1 hora tras haber soportado un día de estrés y tensión psicológica logra que su presión arterial y su ritmo cardíaco disminuyan.
La siesta también facilita el aprendizaje, según un estudio de la Universidad de Berkeley, que asegura que quienes la duermen rinden más por las tardes y aumentan en un 10% su capacidad de adquirir conocimientos.
Además, ayuda a aumentar la concentración. “El sueño facilita el almacenamiento de la memoria a corto plazo y deja espacio para nuevos datos. Durante el sueño, los recuerdos recientes se transfieren del hipocampo al neocórtex, nuestro disco duro, donde se consolidan los recuerdos a largo plazo”, explican los expertos del Berkeley.
En tanto, un equipo de neurólogos de la Universidad de Georgetown ha comprobado que la siesta aumenta la creatividad o, al menos, estimula la actividad de la zona del cerebro (el hemisferio derecho) que se asocia con esta capacidad.
Por último, esta práctica facilita resolver problemas. Robert Stickgold, profesor de Psiquiatría de Harvard, ha descubierto que cuando los sujetos alcanzan la fase REM del sueño (fase de gran actividad cerebral en la que soñamos) les lleva menos tiempo realizar diferentes conexiones entre ideas.
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