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Estados alterados ante la persistente ola de calor

Irritabilidad, fatiga y menor productividad. Estos son los efectos del calor agobiante en la salud mental, según los expertos.

Una ola de calor se define como un período excesivamente cálido en el cual las temperaturas máximas y mínimas superan, por lo menos durante 3 días consecutivos y en forma simultánea, los valores normales para cada localidad.  

Lo que vuelve aún más intolerable la anomalía climática que ahora estamos viviendo es que se registran 40ºC de sensación térmica en marzo, es decir cuando finalizadas las vacaciones la gente vuelve al trabajo y arrancan las clases.

“Vivir con 32ºC o más por varios días impacta en forma negativa en el organismo en general y en la salud mental en particular”, refiere al respecto el doctor en Psicología Martín Etchevers.

“Puede generar irritabilidad, ansiedad, que la persona se sienta deprimida y agotada. La exposición prolongada al calor afecta, además, la calidad del sueño”, cuenta.

Y dormir mal también tiene consecuencias como “falta de concentración, cansancio, mayor predisposición para discutir y tener conflictos en situaciones cotidianas”.

Lo que agrava el cuadro es que la ola de calor ocurra en marzo, cuando los adultos encaran la vida laboral y los chicos comienzan la actividad en los colegios.

No sólo las jornadas son más exigentes sino que también cambia el patrón en la vestimenta, ya que no está permitido asistir a clases o ir al trabajo con ropa fresca y holgada. Muchos colegios tienen uniformes para clima templado y los alumnos sufren al usarlos con 36º, 38º o hasta 40ºC de sensación térmica.

En suma, hay un desajuste entre los días cálidos y la vida real, circunstancia que aumenta los niveles de irritabilidad y de estrés.

Según el psicólogo y sociólogo Martín Wainstein, “el calor aumenta todas las conductas disruptivas y entre las personas que tiene algún tipo de trastorno, incrementa los síntomas ya que se trata de gente con menos recursos para enfrentar la incomodidad”. Esto tiene que ver con que “es un factor de molestia, de estrés y un generador de ansiedad”, aclara.

Cabe consignar que la Universidad de Loughborough publicó un estudio en el que expone que el nivel de productividad laboral baja hasta un 76% cuando el termómetro llega a los 40ºC.

En el caso de la actividad educativa, los estudios muestran que las altas temperaturas hacen que los estudiantes estén más distraídos y agitados y con ello disminuye su rendimiento escolar.

En tanto un estudio estadounidense de 2018 asoció el alza de la temperatura planetaria —que aumentó en 1,2º desde fines del siglo XIX— con el aumento de la criminalidad.

Otra investigación de ese país, desarrollada en Arizona y Phoenix, estableció una relación directa entre el aumento de las temperaturas y el mayor uso de la bocina entre los automovilistas. Según ese trabajo, el calor aumentaría la hostilidad entre las personas.

En España, en tanto, un grupo de investigadores logró vincular las olas de calor con un aumento en los femicidios. Incluso señala que, tres días después de registrarse uno de estos fenómenos climáticos, el riesgo de que una mujer sea asesinada por su pareja o expareja se incrementa hasta en un 40%. Y la probabilidad es 29% mayor por cada grado que supere los 34º en el termómetro.

“Las olas de calor y la salud”, así reza el nuevo informe publicado por la OMS y la Organización Meteorológica Mundial (OMM), donde se analiza cómo las altas temperaturas contribuyen a un aumento de la mortalidad y la morbilidad, y ejercen una carga extra sobre recursos como el agua, la energía y el transporte.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 13/03/2023 en Uncategorized

 

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Las vacaciones como recompensa por el trabajo

En el pasado remoto la posibilidad del ocio fue un privilegio de minorías dominantes. Tuvo que pasar mucho tiempo para que el receso fuese valorado socialmente.

El descanso como recompensa por el trabajo fue una conquista del siglo XX, en plena modernidad. En efecto, el primer gesto gubernamental en este sentido lo dio el socialista francés León Blum el 11 julio de 1936, cuando se instituyó en Francia la semana laboral de 40 horas.

Esta medida se empezó a propagar a todos los países, y fue una bandera del sindicalismo. El derecho a las vacaciones fue consagrado en 1948, en la Declaración Universal de los Derecho Humanos.

“La persona tiene derecho al descanso, al disfrute del tiempo libre, a una limitación razonable de la duración del trabajo y a vacaciones periódicas pagas”, reza el texto internacional.

El artículo 14 bis de la Constitucional Nacional de Argentina garantiza a todos los trabajadores el “descanso y vacaciones pagados”.

Se trata de un descanso anual obligatorio remunerado: el trabajador es dispensado de todo trabajo durante un cierto número de días consecutivos cada año, después de un período mínimo de servicios continuos.

Sin embargo, hoy cerca de la mitad de los ocupados en la Argentina se desempeña en puestos de trabajo precarios. Y eso significa que millones de trabajadores no disfrutan de vacaciones pagas (como tampoco de otros beneficios sociales consagrados por ley).

Como sea, las vacaciones son un derecho humano fundamental que se apoya en el hecho de que el descanso es una necesidad biológica y mental imprescindible del trabajador.

Relajarse, compartir con la familia, dar un paseo, o cualquier actividad que esté fuera de la rutina, sin necesidad de gastar demasiado dinero, es algo beneficioso para la salud y para la vida social.

Entre los expertos prevalece la opinión de que tener al menos unos días de vacaciones al año, reduce en un 20% el riego de presentar problemas cardíacos, lo que alarga la vida de las personas.

Se asegura que mejora la salud mental, ya que hay estudios que prueban que quienes se toman días libres son menos propensos a la tensión y al cansancio.

Desde el punto de vista social, las vacaciones son importantes ya que ayudan a revitalizar relaciones personales, de pareja, de familia e inclusive las relaciones laborales, al dejar en reposo el encuentro diario con los compañeros.

Se recomiendan las vacaciones para encontrar nuevas fuentes de inspiración y creatividad, dado el hecho de que al estar en un ambiente nuevo y con personas distintas, el cerebro piensa diferente.

Por otro lado, la expresión “cargar las pilas”, en relación con las vacaciones, alude al hecho de que ellas rehabilitan el cuadro psicofísico de las personas. Las cuales, al regresar descansadas al trabajo, mejoran luego su productividad.

El derecho a las vacaciones, que se propagó tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, hizo surgir un sector clave de la economía moderna: el turismo.

La “industria sin chimenea” no se explica sin la posibilidad de acceso al descanso creativo y al tiempo libre de la clase trabajadora.

El hecho turístico en sí está emparentado con el reconocimiento a los trabajadores del derecho a las vacaciones pagas, y con el proceso que hizo que el tiempo libre pasara del ámbito limitado de un placer de minorías al ámbito general de la vida social.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 08/01/2023 en Uncategorized

 

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Los que declaran estar «quemados» por el trabajo

La Argentina es el país con más trabajadores con “burnout” (síndrome del quemado) de la región. El 86% de los trabajadores describió sensaciones vinculadas a ese síndrome, según la última encuesta de Bumeran, el portal de empleo de Jobint.

El 46% experimenta falta de energía o cansancio extremo, el 37% negativismo o cinismo en relación a tu trabajo, el 21% falta de eficacia para trabajar y el 44% todo lo anterior. Solo el 12% no padeció ninguna de las sensaciones mencionadas.

Resulta que los argentinos son los que más declaran padecer burnout en la región, informó Nicolás Rocha, head regional de Selecta, al presentar los resultados de la medición.

En efecto, mientras que el 81% de los trabajadores en Latinoamérica dicen experimentar burnout, el 86% de ellos en la Argentina lo asegura. La falta de claridad en los roles de cada posición y la sobrecarga de trabajo son algunos de los motivos del síndrome.

“Veníamos de la plena pandemia. Por eso, en 2020 el número había sido incluso un poquito más alto. Pero ahora vemos que el tema estuvo presente en los últimos tres años en la gran mayoría de los argentinos”, dijo Rocha.

Se sabe que la sobresaturación de estímulos externos agota física y mentalmente. Hay entornos, como el laboral, en los cuales ese deterioro puede generar un padecimiento preocupante.

La sensación de haber fundido motores, de hallarse ante un cuadro de máximo agotamiento, a causa de fuertes presiones en el trabajo, se conoce como burnout o síndrome del quemado, una dolencia reconocida por la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Según la literatura médica, el concepto fue introducido por primera vez en 1969 por H.B. Bradley, quien utilizó el término “staff burnout” para describir el fenómeno psicosocial presente en oficiales de policía de libertad condicional.

Luego el escritor Graham Greene, en la novela titulada a “Burnt-Out Case”, describe al protagonista como un sujeto que sufre el síndrome del quemado. En 1974, Herbert Frenderberger, psicólogo estadounidense, desarrolló un extenso estudio de campo al personal de sanidad, institucionalizando el término burnout.

Publicó un libro que se titula: “El alto costo del rendimiento ¿Qué es y cómo sobrevivirlo?”, en el cual describe la patología como “deterioro y cansancio excesivo progresivo unido a una reducción drástica de energía (…) acompañado a menudo de una pérdida de motivación (…) que a lo largo del tiempo afecta las actitudes, modales y el comportamiento general”.

Hay consenso entre los psiquiatras acerca de que el síndrome del quemado, es una patología severa, relativamente reciente, que está asociada íntimamente con el ámbito laboral y el estilo de vida que se lleva.

De acuerdo a la última encuesta de Bumeran, el 80% de los argentinos relevados dijo que siente estrés, el 71% está desmotivado, al 46% le cuesta lograr encontrar tiempo para sí mismo, el 45% no logra desconectarse del trabajo. Otro 45% experimenta un agotamiento fuera de lo normal por la carga excesiva de trabajo.

En tan tanto que el insomnio afecta a casi 3 de cada 10 de ellos, y una cantidad similar dijo no poder terminar las tareas en el tiempo habitual que demandan, lo cual también es señal del agotamiento.

El 89,13% de las mujeres encuestadas en Argentina afirmó sentirse “quemada” frente al 82,51% de los hombres. “Creemos que una mayor participación en las tareas del hogar y el cuidado de personas a cargo podrían relacionarse” con esa diferencia, refieren los autores de la encuesta.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 30/10/2022 en Uncategorized

 

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El drama del maldurmiente en una sociedad acelerada

“El mal dormir” es un libro que se mueve entre la historia cultural del sueño y la historia personal del autor, el español David Jiménez, atormentado por el insomnio.

Jiménez cuenta que lleva años intentando dormir bien: toma melatonina, acude a clases de mindfulness, etc. “Este libro nace de la necesidad íntima de reflexionar sobre una parte muy importante de la vida, el sueño, que deja una huella profunda en el día a día”, ha reconocido el autor.

En realidad, Jiménez aborda una cuestión que involucra al 40% de la población mundial que según la OMS es el porcentaje de gente que padece algún desorden del sueño.

Lo cierto es que dormir menos horas de lo recomendado impacta de manera directa en el cuerpo y conlleva trastornos fisiológicos y psíquicos, como el estrés o la ansiedad, además de impactar de manera negativa en las actividades al día siguiente.

Jiménez se define a sí mismo como un maldurmiente -“siempre he dormido mal”, declara– y a partir de aquí reflexiona sobre su condición, que lo ha llevado a estudiar este fenómeno en la historia.

“Estaría dispuesto a hacer bastantes pactos fáusticos por dormir ocho horas”, comenta tras señalar que quien mal duerme tiene que enfrentar las actividades del día con un cansancio agotador.

“¿Cómo es posible que se me niegue algo tan básico, esencial e imprescindible que incluso lo hacen las lombrices?”, se pregunta el autor al tiempo que desgrana el conocimiento que ha adquirido sobre este padecimiento.

Según dice, el insomnio es muy solitario, lo enfrenta a uno con el vacío de la existencia. Se trata de una experiencia dramática y acongojante, en la que se da una búsqueda activa del sueño.

“Me gustaría que el lector se plantease el papel del sueño en su vida, en nuestra sociedad, en nuestra historia”, refirió Jiménez a la prensa sobre su obra en la que a las notas autobiográficas se suma una historia cultural del sueño y su aparición en obras literarias y científicas.

Por ejemplo, allí se cuenta que antes de la industrialización era común el sueño bifásico, “un sueño nocturno dividido en dos tramos, entre los cuales habría una hora larga que nuestros antepasados usaban para rezar, copular, leer o incluso pasar un rato de charla con los vecinos”.

Una de las cosas que más llaman la atención para el autor es “toda la industria del maldormir”, que está creciendo en los últimos tiempos gracias al soporte tecnológico. “Es algo que va a seguir creciendo en los próximos años y es divertido ver cómo se diversifican las propuestas, desde hoteles de ‘sleep wellness’ (bienestar del sueño) hasta aplicaciones para smartphones”, refiere.

Los especialistas han reconocido la existencia de más de cien tipos de trastornos del sueño. Algunos son muy específicos, como la apnea o el síndrome de las piernas inquietas, y otros son más ambiguos, como la mera dificultad para conciliar el sueño o para retenerlo.

“Expertos en medicina ya se han alejado de prescribir soluciones farmacológicas intensas y apuestan por una terapia conductual para cambiar ciertos hábitos”, remarca Jiménez al analizar las soluciones que se barajan en esta época.

Cabe consignar que en la actualidad se calcula que el 40% de la población mundial duerme mal, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Si bien esto no quiere decir que todos tengan un trastorno severo del sueño, sí tienen alguno de sus ingredientes.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 30/06/2022 en Uncategorized

 

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Cuándo y cómo terminará la pandemia de la Covid-19

Un brote infeccioso puede concluir en más de una forma, dicen los historiadores. ¿Pero para quién termina y quién lo decide?  No está claro, por ahora, el final de la pandemia de coronavirus.

Las autoridades de algunos países han empezado a levantar las restricciones, permitiendo la reapertura de distintas actividades sociales, desafiando en algunos casos la advertencia de expertos para quienes tales pasos son prematuros.

En algunos sitios el giro de la situación se ha producido a una velocidad sorprendente, como en Argentina, país que pasó en poco tiempo del aislamiento más estricto a la liberación repentina, después de una elección primaria en la que al gobierno le fue mal.

¿Significa acaso que se terminó la pandemia? ¿Es el fin de la pesadilla sanitaria? ¿Ya no hay nada de qué preocuparse? ¿Se vuelve, entonces, a la vida normal pre-pandemia?

Según los historiadores, las pandemias tienen dos tipos de final: el médico, que ocurre cuando las tasas de incidencia y muerte caen en picada, y el social, cuando disminuye la epidemia de miedo a la enfermedad.

Existe la posibilidad, en este sentido, de que la de Covid-19 pueda estar terminada socialmente antes de que termine médicamente. Es decir, las personas asumen que la crisis ya pasó, cansadas por tantas restricciones, aunque el virus continúe presente y al acecho.

“Creo que existe este tipo de problema psicológico social de agotamiento y frustración”, dijo Naomi Rogers, historiadora de Yale. “Podemos estar en un momento en que la gente solo dice: ‘Suficiente. Merezco poder volver a mi vida normal’”.

La sensación de “basta” social se refuerza ante el hecho de que ahora se impone lidiar con la catástrofe económica causada por los confinamientos, en países donde la cuarentena fue larga y letal para empresas y trabajadores, como en Argentina.

“Hay este tipo de conflicto ahora”, dijo Rogers, para quien los funcionarios de salud pública tienen un final médico a la vista, pero el público solo ve un final social.

En suma, un final puede ocurrir no porque la enfermedad haya sido vencida sino porque las personas se cansan de estar en modo pánico y aprenden a vivir con ella.

Allan Brandt, historiador de Harvard, dijo que algo similar está ocurriendo con la Covid-19: “Como hemos visto en el debate sobre la apertura de la economía, muchas preguntas sobre lo que se llama el final están determinadas no por los datos médicos y de salud pública, sino por procesos sociopolíticos”.

Mientras esto ocurre se informa que Rusia atraviesa un recrudecimiento de la pandemia. Es el país europeo con más muertes a causa del virus. Y esta semana reportó alrededor de 900 muertes diarias y 28.000 nuevos casos de coronavirus por día.

Una de las explicaciones del fenómeno es que los rusos no creen en la vacuna del gobierno de Vladimir Putin, la Sputnik V, y son remisos a inocularse. Razón por la cual el gobierno ha salido con una fuerte campaña para convencer a los no vacunados, ofreciéndoles todo tipo de incentivos.

¿Qué debe ocurrir para que la Covid-19 deje de ser considerada una pandemia? Se puede encontrar una pista a esta interrogante en la definición del fenómeno.

Según la Real Academia Española, es una “enfermedad epidémica que se extiende a muchos países o que ataca a casi todos los individuos de una localidad o región”.

Por lo tanto, se infiere que la Covid-19 dejará de ser pandémica cuando ya no tenga un alcance tan grande. Pero ¿quién define el umbral y cómo se determina?

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 23/10/2021 en Uncategorized

 

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El efecto depresivo de la cuarentena en adolescentes

El encerramiento es incompatible con la adolescencia, edad de la expansión social, de la curiosidad sexual, del refuerzo de la identidad a través de la interacción con el grupo de pares.

Por eso es lógico que la cuarentena, que en Argentina se ha convertido en eterna (6 meses), haya agudizado la depresión entre los menores de 25 años, según un relevamiento de la Fundación Vivir Agradecidos, que reúne a profesionales argentinos de distintas áreas (Equipo Pionero).

Esta es otra de las “facturas” psicológicas inquietantes que dejará este experimento social de confinamiento masivo, implantado bajo el pretexto de detener el coronavirus, que de todos modos se sigue cobrando contagiados y víctimas mortales es estas pampas (Argentina hoy lidera el ranking de países con más fallecimientos diarios por millón de habitantes).

La investigación de marras, que buscó elaborar un diagnóstico de la situación emocional de los más jóvenes en el contexto de la cuarentena, reveló que 7 de cada 10 adolescentes argentinos manifiesta signos de depresión.

Según los guarismos, el 26,7% experimenta una depresión moderada, y el 40,3% padece formas graves. En tanto, más del 50% desarrolló problemas de ansiedad y el 61% no muestra resiliencia, es decir la capacidad de sobreponerse y transformarse para seguir adelante en la crisis.

Las nuevas rutinas al interior del hogar, impuestas por la cuarentena, han producido un descalabro emocional en los adolescentes, a los que se privó de actividades que son altamente sensibles en esta edad, como el contacto con amigos, las relaciones eróticas con sus parejas, la práctica deportiva y de esparcimiento, a lo que se sumó el malhumor que les genera tener que estudiar desde una computadora o celular.

Las respuestas más frecuentes entre los adolescentes con las que se encontraron los especialistas del Equipo Pionero fueron “tengo dificultad para concentrarme en ciertas actividades”, también indicaron que les “cuesta conciliar el sueño y permanecer dormidos”; y la tercera respuesta que más se repitió fue que se sienten “cansados o sin energía”.

Los especialistas coinciden en que adolescentes y jóvenes son los que recibieron más fuerte el impacto emocional, los que más sufren el acatamiento a las nuevas reglas que llegaron de la mano del confinamiento.

“Su estilo de vida quedó suspendido de un día para el otro. Sin salidas, sin encuentros con amigos ni relaciones sexuales”, sostuvo por su lado Fernando Torrente, director del Instituto de Neurociencias y Políticas Públicas de la Fundación Ineco, quien también realizó estudios sobre el impacto psicológico de la cuarentena entre la población.

En tanto Teresa Torralva, directora del departamento de Neuropsicología del instituto, ante la pregunta de qué quieren los adolescentes para cuando se levante la cuarentena, respondió: “Ver a sus amigos, retomar la actividad física y deportiva y volver a la escuela o la universidad”.

Torralva, que también es autora del libro “Cerebro adolescente”, advirtió sobre la inmadurez de los sistemas de regulación cognitiva y emocional que tiene este grupo de la población, lo que vuelve a sus integrantes especialmente vulnerables al encierro compulsivo.

Los investigadores de estos estudios pensaron que iban a encontrar altos índices de depresión en los adultos mayores de 65 años, por el encierro. Sin embargo, se encontraron con que son los menores de 25 años los que experimentan con mayor frecuencia cuadros de depresión profunda.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 09/10/2020 en Uncategorized

 

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El cansancio de vivir, causa de eutanasia

Países Bajos –ex Holanda- analiza autorizar la eutanasia para personas mayores “cansadas de vivir” aunque no estén enfermas, una controvertida legislación en momentos en que la medicina se ufana de haber prolongado la vida.

Hasta aquí la eutanasia, en expansión en varios países, fue pensada para abreviar la vida de los enfermos con el fin de ahorrarles los sufrimientos de la agonía o de una enfermedad incurable.

Pero ahora se quiere dar un paso más audaz, al incorporar una nueva causa para legalizar la interrupción voluntaria de la vida: el cansancio de vivir de las personas longevas.

El Estado del noroeste de la Unión Europea, que se encuentra al norte de Bélgica y al oeste de Alemania, que en 2002 dispuso que la interrupción voluntaria de la vida es legal, quiere seguir innovando incluyendo entre los motivos de la eutanasia los achaques habituales de la vejez.

El Ejecutivo neerlandés encargó un controvertido estudio al respecto entre las personas mayores de 55 años. Y según esa investigación, más de 10.000 de ellos querrían recurrir a esta opción cuando hayan “completado su vida”, aunque no estén gravemente enfermos.

Una de las características de las personas que en el estudio explicitan su deseo de morir es que sufren dolencias físicas y mentales, luchan contra la soledad o lidian con problemas financieros y familiares.

La propuesta contempla que el Estado ponga a disposición de los ciudadanos que hayan cumplido los 70 años una píldora venenosa para que puedan decidir en qué momento quieren dejar de vivir.

La iniciativa, como era de esperarse, generó controversia entre los neerlandeses. La Unión Cristiana (CU), por caso, se muestra más crítica sobre la investigación del gobierno, ya que lamenta que dé la imagen de que esas 10.000 personas son un grupo de “ciudadanos totalmente autónomos que, después de una vida exitosa, principalmente quieren estar a cargo de su propia muerte”.

“Darles una pastilla suicida sería la respuesta más cínica a las preocupaciones que tienen estas personas con deseo de morir. Lo que estaríamos haciendo es abandonarlos, en lugar de estar ahí para ellos”, alertó la diputada de CU, Carla Dik-Faber.

Pero los ministros de Sanidad y de Justicia de Países Bajos, en una carta al parlamento, explicaron que “las personas que estén convencidas de que su vida terminó deberían poder ponerle fin de una forma digna, de acuerdo a unos criterios estrictos y cautos».

La nueva ley supondría la creación de una nueva profesión, una especie de “orientador” social con experiencia en el campo de la medicina que evaluaría la solicitud de eutanasia por cansancio de vivir.

El demandante estaría obligado a poner por escrito que desea terminar con su vida y el orientador le haría entrevistas, al menos una de ellas en persona y sin la presencia de sus familiares, para confirmar que su sufrimiento es inaguantable.

La aplicación de la eutanasia no sería automática, sino que se practicaría posteriormente en un tiempo aún no determinado y tras la supervisión del caso por un segundo experto especializado.

Esta polémica opción, por otro lado, ocurre en un momento histórico en que nuestra civilización muestra con orgullo haber logrado la prolongación del tiempo biológico (expectativa de vida).

¿Cómo se explica este contrasentido? ¿Acaso la vida se desvaloriza a medida que se prolonga? ¿Se vive el envejecimiento como una enfermedad? ¿Cómo se concilian el afán de prolongar la duración media de la vida con el sentimiento del “cansancio de vivir”?

 

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Publicado por en 12/02/2020 en Uncategorized

 

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Desvelos adolescentes por trasnochadas online

Cada vez más chicos entre 12 y 17 años utilizan la noche para intensificar su actividad en las redes sociales, aunque al alto precio de alterar el necesario sueño.

Aparentemente dormidos, se esconden bajo las sábanas de su cama para seguir usando sus teléfonos, tabletas y computadores. La tendencia, que fue bautizada como ‘vamping’ -por las palabras en inglés vampire (vampiro) y texting (enviar mensajes  de texto)- tiene preocupados a docentes y padres.

Ocurre que a causa de estas trasnochadas online los jóvenes duermen cada vez menos, provocando que muchos de ellos se levanten cansados e irritados, con posibilidad de sufrir problemas de atención y bajo rendimiento escolar.

En el libro “Es complicado: vidas sociales de adolescentes en red”, la investigadora estadounidense Danah Boyd enfatiza dos razones de este fenómeno: los chicos buscan la noche porque genera mayor intimidad para las conversaciones y, también, como reacción rebelde al día sobrecargado de actividades que muchos de ellos tienen.

Según los investigadores estamos viviendo en una época enemiga del sueño.  Hoy, la población en general duerme dos horas menos que hace cincuenta años. Y los adolescentes duermen apenas 7 horas, cuando en realidad necesitan entre 9 y 10 horas de descanso.

Se cree que lo que les está robando el sueño a los más jóvenes se vincula al hecho de que pasan más tiempo conectados a Internet, gracias al aumento del uso de los teléfonos móviles, los cuales son más fáciles de llevar al dormitorio y de tener en la mano mientras se está en la cama.

Para Marcela Czarny, presidenta de la organización Chicos.net, todo esto no es “culpa” de estos dispositivos electrónicos sino de “una sociedad hiperconectada e hiperestimulada en donde, si no estás en Facebook, no existís”.

La falta de sueño puede tener consecuencias graves para los más jóvenes. Algunos estudios refieren que los que no duermen lo suficiente rinden menos en el colegio y tienen mayor riesgo de padecer obesidad.

La falta de sueño también guarda relación con los problemas de salud mental, incluidas la depresión y la ansiedad.

A raíz de esto, los especialistas recomiendan limitar el uso del móvil antes de irse a la cama, como una estrategia que se puede poner en práctica de manera inmediata. Lo ideal, dicen, es que lo haga toda la familia, adultos incluidos.

Algunos padres preocupados están exigiéndoles a sus hijos adolescentes que dejen todos los dispositivos fuera de la habitación. Aunque esta norma es fácil de transgredir al haber dispositivos móviles pequeños, fáciles de esconder y utilizar.

Por otra parte, la ciencia no descubre todavía cuál es el efecto real que tienen estos aparatos en los cerebros de niños y adolescentes. Uno de los grandes interrogantes es cómo el estar permanentemente en línea impacta en ellos.

Se sabe, eso sí, que es un período de particular relevancia ya que durante la adolescencia, la comunicación con los amigos y compañeros se vuelve más intensa y frecuente.

Las amistades juegan un rol fundamental para el desarrollo de habilidades sociales. Las tecnologías móviles, en este sentido, facilitan un estado de conexión constante con los pares a través de las nuevas vías de comunicación.

Pero su uso intensivo durante la noche está produciendo síntomas inquietantes, como es la falta de sueño. Incluso llama la atención que algunos adolescentes hagan del insomnio un factor para alardear frente a sus pares.

 

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Publicado por en 20/11/2017 en Uncategorized

 

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El poder es efímero y la gente se cansa

Ver a algunos políticos argentinos, que otrora ostentaban un arrogante dominio, entrar a la cárcel o deambular por los tribunales, demuestra una vez más que el poder no es eterno, interminable o inagotable.

Por alguna razón inexplicable, que acaso se vincule con la cultura de este país extravagante, quienes aquí se encumbran en una posición de poder caen invariablemente en el vicio de creerse más de lo que son, de subirse a un pedestal en el que se sienten intocables.

Ocurre que es un ascenso que promete todo tipo de privilegios y sobre todo es una invitación al delito, de acuerdo con aquella célebre definición del empresario Alfredo Yabrán según la cual el “poder es impunidad”.

Pero en la arena política abundan los casos de caídas estrepitosas de personajes que alguna vez, emborrachados de poder, se creyeron imprescindibles o nunca se imaginaron la posibilidad de volver al llano, poniéndose a la par del resto de los ciudadanos.

En esta circunstancia de desgracia pública, luego de que la dinámica política los colocara en una posición de debilidad o les quitara sus prerrogativas, se observa todo el patetismo y la miseria moral de estos individuos.

El político en democracia suele caer en la ilusión de eternidad, es decir asume que porque un día la mayoría de los electores lo votaron, ese apoyo es ilimitado. Se enamora perdidamente del respaldo que consigue, sin percatarse que eso es coyuntural y azaroso.

La soberbia entonces empieza a tallar entre quienes disfrutan de las mieles del poder y creen tener “la vaca atada”, según el dicho criollo.

Desde ese lugar se creen infalibles en todo lo que hacen y piensan, e incluso hacen cosas por fuera de la ley, haciendo caso omiso a la posibilidad de que el poder que detentan se pueda licuar rápidamente por efecto de un cambio de humor de los electores.

Cuando la maquinaria electoral del partido que los llevó al poder deja de ser efectiva, se revelan falibles porque pierden elecciones, entonces las quimeras de eternidad en el cargo se esfuman.

Es el momento amargo en el que advierten que el poder es efímero y que la política es un juego que está en constante desequilibrio, ya que está atada a la opinión pública, una señora siempre esquiva y voluble.

Esa opinión se mueve según los vaivenes de acontecimientos de distinto tipo, de suerte que en determinado momento puede adherir entusiastamente a una facción política, hasta que el enamoramiento, por razones diversas, se trueca en rechazo.

Los sentimientos de los votantes son inconstantes: un día favorecen y otro se vuelven en contra. “Acá un día sos Gardel y al otro día estás en la lona”. Esta expresión autóctona describe, con bastante plasticidad, que la popularidad en Argentina (como ocurre también en otros lados) es un arma de doble filo: el reconocimiento público es un sube y baja.

Por otra parte, hay una verdad sociológica oculta, nunca explicitada en la sociedad líquida del siglo XXI y es que la gente se cansa rápido de los políticos, a los que tiende a usar y descartar (como hace con los objetos de consumo).

Por otra parte, la sociedad argentina hoy es más fluida y comulga con el espíritu posmoderno que ama la diversidad y el cambio. Y en este sentido, rechaza las pretensiones de eternidad en el poder.

Este dato debería ser tomado en cuenta por los políticos del oficialismo actual, que gozan circunstancialmente del favor público. Más tarde o más temprano, ese favor migrará hacia otros que capitalizarán ese apoyo de la mayoría.

 

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 10/11/2017 en Uncategorized

 

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¿Acaso vivimos en la sociedad del cansancio?

Cada época histórica tiene su enfermedad emblemática. La sociedad contemporánea está atravesada por una patología silenciosa y devastadora, el cansancio, según el filósofo coreano Byung-Chul Han.

Aunque la vida siempre fue difícil y ninguna época estuvo exenta de dificultades, hay razones para pensar que la nuestra, pese a las comodidades alcanzadas, se revela más compleja, y en este sentido más proclive a producir agotamiento en las personas.

Ya en 1934 Enrique Santos Discépolo, en su célebre tango ‘Cambalache’, hablaba de un mundo “problemático y febril”, sugiriendo la existencia de un estilo de vida acelerado y más estresante.

Se diría que hay un cansancio normal, una respuesta lógica del organismo tras una actividad intensa. Se habla, así, de una sensación de falta de energía física y psíquica después de un esfuerzo más o menos largo.

En ese caso, ante el cansancio, se necesita hacer un alto, interrumpir la tarea que se tiene entre manos, y reponer fuerzas, con el propósito de recomenzar más tarde con nuevos bríos.

Se sugiere planificar los días de descanso en función del agotamiento que se sufra. El descanso debe incluir la inactividad, la pausa en la vida diaria o el cambio de ocupación.

Pero hay un tipo de cansancio que abarca la vida en su totalidad, y que se ha vuelto una patología preocupante en las sociedades contemporáneas. Es un cuadro físico, psíquico y espiritual que se expresa en una pérdida de ganas de vivir.

Quien ha hecho célebre este diagnóstico es el filósofo coreano Byung-Chul Han, en su libro “La sociedad del cansancio” (convertido en un inesperado best seller en Alemania, y editado en España en 2012).

Su tesis de fondo es que el cansancio satura nuestra época, así como otros males eran propios de otros tiempos. Si antes se hablaba de los virus y estaba en boga hablar de vacunas, hoy hablamos de abatimiento neuronal.

“Toda época tiene sus enfermedades emblemáticas. Así, existe una época bacterial que, sin embargo, toca a su fin con el descubrimiento de los antibióticos. A pesar del manifiesto miedo a la pandemia gripal, actualmente no vivimos una época viral. La hemos dejado atrás gracias a la técnica inmunológica. El comienzo de siglo XXI, desde un punto de vista patológico, no sería ni bacterial ni viral, sino neuronal”, escribe Byung-Chul.

El miedo de “no poder hacer” algo, en el fondo agota, dice. Las demandas de la industria, las empresas y los medios de comunicación saturan de positividad la existencia.

En este contexto de competitividad uno se impone las tareas, las demandas excesivas, las metas inalcanzables. Por eso, la gente va corriendo al gimnasio, come apurada, vuelve a la empresa y durante años pasa horas haciendo lo mismo todos los días.

De la mano con lo anterior aparecen los trastornos depresivos, la ansiedad, los trastornos de la personalidad (el sujeto no sabe ya qué quiere, para qué quiere algo, tiene problemas de identidad de todo tipo) y se padece el narcisismo en todas sus formas.

El agotamiento, la fatiga, la sensación de asfixia son manifestaciones de una violencia neuronal que se ve proyectada desde el corazón mismo del sistema y se infiltra por todas partes.

Byung-Chul diagnostica que la sociedad del rendimiento, la sociedad de gimnasios, torres de oficinas, bancos, aviones, grandes centros comerciales y laboratorios genéticos, produce personas depresivas y agobiadas.

 

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 30/06/2017 en Uncategorized

 

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