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La metamorfosis que produce la primavera

Cada 21 de septiembre, en el hemisferio sur, se celebra el Día de la Primavera, estación del año en que la naturaleza renace y se renueva, las plantas comienzan a florecer, los días son más largos y las temperaturas son más cálidas.

Esta transformación de la naturaleza se asocia a menudo con conceptos de renovación, crecimiento y juventud. Por lo tanto, es comprensible que muchas culturas vean la primavera como un momento de frescura y vitalidad, y lo relacionen con la juventud.

No es casual, al respecto, que en Argentina el inicio de la primavera coincida con el Día del Estudiante, oportunidad en que las plazas y paseos públicos se llenan de adolescentes, que festejan con música y color su condición, tan emparentada con la “estación de las flores”.

A todo esto, Gualeguaychú se apresta a celebrar su estudiantina, un evento artístico y cultural que ha trascendido las fronteras comarcales, y se ha convertido en un producto turístico.

En pocas semanas tendrá lugar una nueva edición de las “Carrozas Estudiantiles”, en la que los estudiantes secundarios locales muestran el resultado de un trabajo colectivo durante varios meses.

El desfile nació en 1959, cuando Eclio Giusto construyó la primera carroza en adhesión a la fiesta de la primavera y al día del estudiante. Desde entonces, este evento se reiteró en el tiempo con la participación de los adolescentes, haciendo historia.

Este acontecimiento quizá sea el símbolo de la primavera en Gualeguaychú. Toda vez que sintetiza amor, renacer y juventud.

Para mucha gente la primavera es la estación preferida del año y esto se debe a la llegada del sol -que al parecer dispara un estado contagioso: el buen humor-, frente al frío y gris invierno.

 Muchos expertos en psicología y sociología sostienen que la primavera puede tener un impacto positivo en las interacciones sociales y en el bienestar emocional de las personas.

El aumento de la luz solar y las temperaturas más cálidas mejoran el estado de ánimo de las personas, lo que a su vez puede llevar a una mayor disposición para socializar y relacionarse con otros. Esto estaría relacionado con la influencia de la luz y el clima en los ritmos biológicos y en el estado de ánimo.

Con la llegada de la primavera, las personas tienden a pasar más tiempo al aire libre, lo que proporciona oportunidades naturales para interactuar con amigos, familiares y la comunidad en general. Actividades como paseos, picnics y deportes al aire libre se vuelven más atractivas.

Por otro lado, la primavera es una época de renovación en la naturaleza, y este sentido de frescura y energía renovada puede transmitirse a las interacciones humanas. Las personas pueden sentirse más enérgicas y motivadas para participar en actividades sociales.

En muchas culturas, la llegada de la primavera se celebra con festividades y eventos comunitarios. Estos eventos proporcionan oportunidades para que las personas se reúnan, celebren y fortalezcan sus lazos sociales.

Es importante tener en cuenta que estas observaciones son generales y pueden variar según la persona. No todos los individuos experimentan la misma influencia de la primavera en su vida social.

Pero es cierto que, para muchos, esta estación puede ser una época propicia para fortalecer los vínculos humanos y disfrutar de la compañía de otros.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 06/10/2023 en Uncategorized

 

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Primavera, la estación del despertar y la juventud

Amor, despertar y juventud. Estas palabras acaso sinteticen los cambios que trae aparejados la primavera que hoy, 21 de septiembre, empieza en nuestras latitudes.

Para la mayoría es la estación preferida del año. Y esto se debe a la llegada de los días con temperaturas agradables y más horas de sol, que al parecer dispara un estado contagioso: el buen humor.

Cabe consignar que el médico griego Hipócrates (460-377 a.C.) creía que las estaciones influían en el estado de ánimo de la gente. Y era de la idea de que con la llegada de más de días de sol, en primavera, se iban algunas enfermedades del cuerpo y del espíritu.

Por eso la primavera, llamada también la “estación de las flores”, se coloca en las antípodas del frío y gris invierno, causa más bien de depresión estacional. Los especialistas reconocen que estamos en una época que potencia lo social.

“Si hay más horas de sol salimos más y si tenemos mejor humor tenemos más ganas de relacionarnos. Además, usar menos ropa representa un ícono cultural que hace que miremos al otro y nos miremos de un modo diferente”, opina el biólogo Diego Golombek.

¿Es cierto, como dan a entender algunos, que la primavera eleva el deseo amoroso? Ciertas teorías científicas especulan que la llegada de la estación más florida del año despierta el comportamiento amoroso de la gente, sugiriendo que los factores ambientales influyen en el erotismo.

Por lo pronto, para el romántico Gustavo Adolfo Becquer decir primavera era decir amor y poesía: “Mientras las ondas de la luz al beso / palpiten encendidas, / mientras el sol las desgarradas nubes / de fuego y oro vista, / mientras el aire en su regazo lleve / perfumes y armonías, / mientras haya en el mundo primavera, / ¡habrá poesía!”.

El punto es que casi no se discute que la luz solar predispone a la mejoría anímica de las personas. Por otra parte, no es casual que se identifique primavera con juventud.

De hecho, el Día del Estudiante se celebra hoy junto con el inicio de esta estación. Oportunidad en que las plazas y paseos públicos se llenan de adolescentes, que festejan con música y color su condición, tan emparentada con la primavera.

A todo esto, Gualeguaychú se apresta a celebrar su estudiantina, un evento artístico y cultural que ha trascendido las fronteras comarcales, y se ha convertido en un producto turístico.

En pocas semanas tendrá lugar una nueva edición de las “Carrozas Estudiantiles”, en la que los estudiantes secundarios locales muestran el resultado de un trabajo colectivo durante varios meses.

El desfile nació en 1959, cuando Eclio Giusto construyó la primera carroza en adhesión a la fiesta de la primavera y al día del estudiante. Desde entonces, este evento se reiteró en el tiempo con la participación de los adolescentes, haciendo historia.

Esta estación del año, gracias a su atractivo, ha inspirado a músicos, poetas y pintores.

Quizá la melodía icónica para esta estación tan colorida es “La Primavera” del italiano Antonio Vivaldi, que incluyó en su obra “Las cuatro estaciones”, que es un grupo de cuatro conciertos para violín y orquesta.

Artistas como Vincent Van Gogh, Claude Monet, Sandro Boticelli, John Everett Millais, John William Waterhouse y Pieter Brueghel, entre otros, han plasmado los encantos de la primavera en sus obras.

La escultura “La eterna primavera”, del artista Auguste Rodin, es emblemática. Se realizó a partir de un solo bloque de mármol blanco entre 1901 y 1903. En ella, la fuerza del deseo se hace patente en un beso más apasionado que romántico donde los cuerpos de un hombre y una mujer se funden en uno solo para dar lugar a un nuevo renacer, una nueva primavera.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 25/09/2022 en Uncategorized

 

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Mantenerse joven a toda costa o el miedo a envejecer

A merced de una cultura que homenajea todo el tiempo a la juventud resulta lógico el mandato de una belleza corporal perenne. Y en contraposición, el terror que genera el deterioro asociado al paso del tiempo.

Mantenerse joven en nuestra cultura se considera un valor en sí mismo, y esto supone que el estatus que ocupan hoy en día las personas de la tercera edad, es una posición subalterna.

Lejos del reconocimiento que tienen todavía en Oriente los mayores, donde se consideran valiosas la experiencia y la sabiduría vinculadas al paso del tiempo, en Occidente la vejez es un estigma social.

Por esta razón cada vez más personas padecen de pánico a envejecer. Es lo que en psicología se conoce como “gerascofobia” que suele ir vinculada a un componente irracional que hace obsesionarse por lo inevitable: el transcurso de los años y los cambios en el cuerpo asociados a la pérdida de juventud y belleza.

El rechazo visceral a todo lo que tenga que ver con la vejez puede llevar a actitudes poco éticas con las personas mayores, al desprecio e incluso al maltrato o agresión, fenómeno que se conoce como “gerontofobia”.

Aunque la dicotomía belleza-vejez ha estado presente en cierto modo en el pasado de la sociedad occidental –en la Antigua Grecia o en la Edad Media estaba muy presente la fantasía de la eterna juventud–, el culto a la imagen se ha convertido en una preocupación constante en la era posmoderna.

Hay toda una industria montada en torno al discurso de cómo mantenerse joven, algo característico de la vida contemporánea. La mayoría de los mensajes que nos llegan a través de distintas vías pretenden detener u ocultar el paso inexorable del tiempo biológico.

Abundan, así, los anuncios de productos regeneradores del organismo, las invitaciones a realizarse retoques físicos, la publicidad de cremas antiarrugas y de tinturas para ocultar las canas, entre otros.

Según los especialistas, los mandatos de belleza que imponen la idea de la juventud conllevan una insostenible presión sobre los cuerpos, especialmente de las mujeres, principales víctimas de un discurso donde se demoniza el ineluctable paso de lustros y décadas.

De esta manera el miedo a envejecer puede llegar a convertirse en una obsesión. Algo que colisiona frontalmente con el hecho de cumplir años, de suerte que mantenerse joven aparece como una competición perdida de antemano, una frustrante carrera contra el tiempo.

Esto se echa de ver en las innumerables operaciones de cirugía estética a las que se someten las estrellas del espectáculo, muchas veces con resultados desastrosos.

Algunas de ellas han hablado abiertamente de sus experiencias con los retoques y el bótox, mostrándose arrepentidas porque las intervenciones han suprimido algunos rasgos o han eliminado expresividad.

Según los psicólogos, la angustia intensa respecto al hecho de envejecer es multicausal y suele estar vinculada a una imagen negativa de la vejez, normalmente asociada a la decadencia, la soledad, la enfermedad y las limitaciones.

Desde el punto de vista cultural, incide mucho la exaltación de los valores de la juventud y la belleza de una sociedad que ve en ellos un símbolo de éxito, bienestar y felicidad.

Todo esto contrasta con la necesidad de aceptar la realidad del ciclo vital -el cual se compone de etapas inexorables- y de abandonar la lucha obsesiva contra el paso del tiempo.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 31/07/2022 en Uncategorized

 

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Vida compleja: no hay una sola edad sino varias

Hay personas cuya vitalidad biológica desmiente su edad cronológica. En tanto, existen adultos mayores con espíritu juvenil o jóvenes psicológicamente avejentados.

La comunidad científica acepta que no existe una sola edad sino varias. Al menos hay cuatro bien perfiladas: biológica, cronológica, psicológica y social.

La edad cronológica es la que se determina por la fecha de nacimiento, pero en sí misma no es un buen indicador de la salud de una persona que envejece, lo que tiene relación en realidad con la llamada edad biológica.

Por otra parte existe la edad mental, que se corresponde con la manera en que las personas se comportan, actúan, hablan, se expresan, y que no necesariamente se ajusta a la edad cronológica.

En efecto, puede darse el caso de profunda inmadurez en personas mayores, lo que denotaría un infantilismo psicológico a pesar de los muchos años vividos. Y en sentido contrario,  puede darse una adultez mental en sujetos muy jóvenes.

Es decir, no hay una correspondencia exacta entre la edad mental y la edad cronológica, de suerte que acumular muchos años no equivale necesariamente a un aumento de la madurez, ya que podría coincidir con comportamientos infantiles.

Podría darse, por otro lado, un envejecimiento mental prematuro en personas con poca edad, o hallarse espíritus juveniles atrapados en cuerpos más viejos desde el punto de vista cronológico.

La edad social, en tanto, es aquella marcada por circunstancias económicas, laborales y familiares. De este modo, la jubilación marca una edad social por pertenencia a un grupo con importantes cambios en diferentes aspectos (laboral, económico y de recursos).

La existencia de una correlación entre estas cuatro edades es lo habitual, aunque es importante advertir sobre sus diferencias. Se parte del supuesto, así, de que envejecer es ganar vivencias, experiencia y sabiduría, pero esto no se da necesariamente.

En la medicina se remarca la diferencia entre la edad biológica y la cronológica, dando a entender que no suelen ir juntas. Entre otras razones porque malos hábitos o factores genéticos pueden deteriorar la salud interna de las personas, sin que este proceso se manifieste externamente.

De suerte que uno puede estar luciendo bien, de acuerdo a lo que se espera de la edad que tiene, mientras por dentro padece un proceso de envejecimiento y enfermedad acelerado.

Mientras la edad cronológica se mide por el paso de los años, la edad biológica se corresponde con el estado funcional de nuestros órganos, comparados con patrones estándar para una edad.

El conocimiento de este último concepto es más importante en vistas de la salud y para saber el grado de nuestro envejecimiento real, entendido como un proceso que ocurre irremediablemente en todos los seres vivos.

Envejecer es un proceso inevitable, aunque el ritmo varía según las personas. Y el dato es que están las que envejecen más rápidamente, por distintos factores, haciendo que su edad biológica sea mayor a su edad cronológica.

Nuestros tejidos, órganos y sistemas internos pueden sufrir así un deterioro que acelera el envejecimiento del organismo, a contrapelo de la edad cronológica.

A todo esto, existe la discriminación por la edad, conocida como “edadismo”. Al respecto, se han naturalizado estereotipos negativos sobre el envejecimiento. De hecho, personas mayores de 50 años sufren discriminación a nivel laboral.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 30/06/2022 en Uncategorized

 

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Midorexia o la imposibilidad de aceptar el paso del tiempo

Existen personas cuyas edades oscilan entre los 40 y los 50 años que adoptan actitudes juveniles tanto en la forma de vestir como en la de comportarse.

A esta especie de obsesión por verse eternamente joven se la llama “midorexia”, término que combina la expresión del inglés “middle”, que significa medio, mitad, mediana edad, con la palabra griega “orexia”, que significa obsesión.

“Es un término que puede verse desde tres ángulos diferentes a la hora de querer conceptualizar: un miedo a envejecer; una obsesión con lo estético; y/o una personalidad inmadura y extrovertida”, refiere el psiquiatra José Domínguez, especialista en Trastornos de Personalidad.

“Si bien se puede tratar de una combinación de estos tres elementos, la pregunta que debemos hacernos es si se trata de algo normal o patológico”, aclaró el especialista en diálogo con Infobae.

Y agregó: “Se puede ver una variante positiva donde la persona se ve en pleno estado de satisfacción con su edad, con mejor autoestima que cuando era joven, y lleva un estilo de vida saludable para conservarse; por el contrario una variante negativa podría verse como un trastorno de conducta que lleva a personas adultas a la obsesión de mantenerse jóvenes, estar siempre atractivas, tener buena apariencia de forma exagerada”.

Para estas personas es difícil aceptar el paso del tiempo; se niegan a admitir que los años comienzan a hacer estragos en su físico y que su aspecto luce diferente. Razón por la cual tratan de aparentar que los cambios del tiempo no suceden.

Por lo regular, hacen ejercicio físico en forma obsesiva, realizan actividades poco acordes a su edad como el salir de fiesta, y sus relaciones interpersonales y de pareja son con personas varios años más jóvenes que ellos.

Además recurren a todo tipo de cirugías estéticas, utilizan diversidad de cremas anti-edad, y se visten con ropa juvenil para aparentar menos edad. Es decir echan mano de todo aquello que les permita estar dentro del grupo poblacional joven.

En el lenguaje cotidiano se utiliza la expresión “pendeviejo” para ironizar esta condición. La palabra se crea a partir de la voz “pendejo” en su acepción de púber, niño o joven, agregando en medio el adjetivo “viejo”.

Otro término burlón es “viejazo” para aludir al hecho de que alguien se da cuenta de que ya no es joven, pero sin embargo no lo acepta. Intenta parecerse a los adolescentes, escuchando su música, usando sus palabras, y vistiendo ropas que por la edad se suelen ver ridículas, en un vano intento por negar el paso de los años.

Un rasgo muy específico en estas personas es que compran prendas de estilo juvenil, y es que después de los 40 años generalmente ya tienen un trabajo estable y poder adquisitivo que les permite conseguir la ropa que les agrada.

Para María Santos Becerril Pérez, académica de la Facultad de Psicología de la UNAM, se trataría de un trastorno de personalidad enfocado en el egocentrismo.

“Una de las causas –describe– es que se ha alargado el período de vida de las personas; alguien con 65 años todavía puede ser muy productivo, por eso es que a los 40 ó 50 años se define todavía como joven. Otro factor importante, es el miedo al envejecimiento y a lo que esto implica como el pensar en situaciones de duelo y muerte”.

Los especialistas destacan que hay que saber diferenciar el autocuidado de la búsqueda obsesiva por permanecer siempre joven. Esto en un contexto de posmodernidad, donde las edades se volvieron borrosas y no definen las conductas ni las formas de vida como en otros momentos.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 13/11/2021 en Uncategorized

 

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La juventud y el cambio generacional

Hoy (12 de agosto) se celebra el Día Internacional de la Juventud, fecha instaurada por Naciones Unidas (ONU), aludiendo así a un grupo social heterogéneo asociado a los valores de la vitalidad.

Cuando se habla de la “nueva generación”, de hecho, se remite a esa franja de personas que nació en fechas próximas, que porta en sí los valores del futuro, y que va camino a controlar los resortes de la sociedad.

Ni la política, ni la educación, ni la moral pública pueden escindirse del cambio generacional. Eso pensaba, por ejemplo, el filósofo español José Ortega y Gasset, quien propuso esta categoría para mirar la evolución social e histórica.

Según él, a grandes rasgos en todo presente coexisten tres generaciones: los jóvenes, los hombres maduros y los ancianos. Es decir, en la unidad de un tiempo histórico hay tres edades distintas.

Todos son contemporáneos y viven el mismo tiempo histórico. Pero “sólo se coincide con los coetáneos”, hay afinidad con los de la misma edad, aclara el español.

Por tanto no es lo mismo coetaneidad que contemporaneidad. Ejemplo: uno es contemporáneo de su hijo, pero no es su coetáneo. Coexiste con él en un mismo tiempo externo y cronológico, pero no comparte la sensibilidad vital asociada a la edad.

Merced a este desequilibrio interior la historia cambia, fluye, rueda. “Si todos los contemporáneos fuésemos coetáneos, la historia se detendría anquilosada, putrefacta en un gesto definitivo, sin posibilidad de innovación radical alguna”, dice el filósofo español.

El dinamismo dramático de la historia, radica entonces en el conflicto y la colisión de las generaciones. Al respecto, algunos sociólogos han catalogado cuatro generaciones durante el siglo XX.

La primera es la que integran los nacidos entre 1917 y 1939. Llamada “Generación S”, son los “sometidos” a los esquemas tradicionales en que fueron educados por sus padres. Su nota distintiva es el conformismo.

La siguiente es la de los “Baby Boomers”, que incluye a los nacidos entre 1940 y 1965. Según algunos analistas esta generación vive entre dos mundos: por un lado se muestra rebelde, al rechazar los esquemas tradicionales en los que fue educada, pero por otro se siente atada por los preceptos inculcados en su niñez.

Luego aparece la “Generación X”, integrada por los nacidos entre 1966 y 1980. Crecieron en la resaca de los movimientos activistas del ‘68, el auge del consumismo, la última etapa de la Guerra Fría y el desdibujamiento del mundo. Se trata de una generación que, decepcionada de todo, ya no quiere cambiar el mundo.

La “Generación Y” o “Millennials”, en tanto, son los nacidos entre 1981 y 1999, jóvenes que hoy tienen entre 17 y 35 años, que se hicieron adultos con el cambio de milenio. Se calcula que en América Latina representan el 30% de la población.

Y según una proyección de la consultora Deloitte, en 2025, representarán el 75 % de la fuerza laboral del mundo. Según la caracterización de los sociólogos, son los llamados “nativos ditigales”.

Es decir se caracterizan por dominar la tecnología como una prolongación de su propio cuerpo. Casi todas sus relaciones básicas cotidianas están intermediadas por una pantalla. Para ellos, realidad y virtualidad son dos caras de la misma moneda.

Los millennials son juzgados de diverso modo. Mientras en un extremo los conciben como una generación “decadente”, sobre todo que huye del esfuerzo y las responsabilidades, otros los pintan con cualidades extraordinarias, flexibles y amantes de la libertad, que marcan una ruptura radical con los vicios del pasado.

 

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 19/08/2020 en Uncategorized

 

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El olimpismo como una filosofía de vida

La competición de los atletas en los Juegos Olímpicos de la Juventud Buenos Aires 2018 transmite un mensaje asociado a un conjunto de valores vitales propios del deporte.

De hecho ése fue el propósito del barón Pierre de Coubertin, el creador del movimiento olímpico moderno a fines del siglo XIX, para quien la pedagogía del deporte podía sanar a la sociedad.

Imbuido de la ideología de la igualdad social, De Coubertin (que era docente) quería que la actividad deportiva dejara de ser privilegio de las clases adineradas de le época.

Consideró entonces la necesidad de democratizarla en la sociedad, reconociendo sus beneficios en el desarrollo de madurez, nobleza, capacidad, trabajo y bienestar físico que generan el esfuerzo y la sana competencia.

La fascinación por estas competencias atléticas se remonta al mundo helénico, a una celebración que se inicia en el año 776 a.C. en Olimpia, en la península mediterránea de Peloponeso, en honor al dios Zeus.

Hoy se habla del “olimpismo” como un espíritu, como una expresión de un complejo de ideas y de valores. Aquí la palabra espíritu da cuenta de cierta ideología que subyace a una práctica, la búsqueda ulterior de determinado propósito, o una mentalidad que se abre paso como una fuerza mancomunada.

Las marcas de esta ideología ya aparecen en la ceremonia de juramento olímpico. Allí los participantes, los atletas y organizadores del evento, se comprometen a respetar determinados valores y reglas.

En 1990, el Comité Olímpico Internacional (COI) aprobó una importante reforma de la Carta Olímpica, donde se expresan los principios fundamentales del movimiento.

Allí se sostiene que el olimpismo es una “filosofía de vida” que pone el deporte al servicio de la humanidad, cuya esencia es exaltar y combinar un conjunto armónico las cualidades del cuerpo, la voluntad y la mente.

“Asociando deporte con cultura y educación, el Olimpismo se propone crear un estilo de vida basado en la alegría del esfuerzo, el valor educativo del buen ejemplo y el respeto por los principios éticos fundamentales universales”, refiere la Carta.

En dicho documento base se expresa que el objetivo del olimpismo “es poner siempre el deporte al servicio del desarrollo armónico del hombre, con el fin de favorecer el establecimiento de una sociedad pacífica y comprometida con el mantenimiento de la dignidad humana”.

También se pretende, añade, “contribuir a la construcción de un mundo pacífico y mejor educando a la juventud a través del deporte practicado sin discriminación de ningún tipo y dentro del espíritu olímpico, que exige comprensión mutua con espíritu de amistad, solidaridad y juego limpio”.

El movimiento, por otro lado, sostiene que la práctica del deporte es un derecho humano. “Todo individuo o individua debe tener la posibilidad de practicar deporte de acuerdo con sus necesidades”, se indica.

¿Portan los Juegos Olímpicos la promesa de un cambio de paradigma educativo, cultural y social? El misticismo que encierran esos juegos, con su referencia ineludible a los valores griegos del pasado y su exaltación del atleta, como figura humana modélica, ¿tiene algún mensaje vital para este momento de la historia de la humanidad?

Quienes aman el deporte y estiman el carácter o identidad que forja en las personas, probablemente responderán que los valores del olimpismo son un camino para superar los problemas colectivos que afronta la sociedad global.

 

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 23/10/2018 en Uncategorized

 

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El país, sede de un evento deportivo global

Están en marcha en Argentina los Juegos Olímpicos de la Juventud, un evento multideportivo internacional realizado cada cuatro años, que empezó en 2010 en Singapur y siguió en China en 2014.

Esta edición de los juegos, que arrancó ayer y se extenderá hasta el 18 de octubre, se realiza en 42 estadios distribuidos en 8 locaciones de la ciudad de Buenos Aires y las localidades de Bella Vista (Partido de San Miguel),  Hurlingham, San Isidro, Vicente López y Villa Martelli.

Más de 200 países y más de 4.000 atletas participarán de esta competición global que involucra a 32 deportes con 36 especialidades, las que se desarrollarán en 241 eventos y que implicará la entrega de 1.250 medallas.

Por primera vez en la historia la Argentina, que fue uno de los trece fundadores del Comité Olímpico Internacional (COI) a fines del siglo XIX, es anfitriona de un evento olímpico.

En esta ocasión harán su debut algunos deportes con los que el COI busca conquistar nuevas audiencias en la televisión, como es el caso del breaking (break dance), la escalada deportiva, el karate, el patinaje de velocidad sobre ruedas, el futsal, el beach handball (handaball de playa) y el cross country (que volverá a ser olímpico después de 94 años).

Los participantes se distribuyen en los siguientes grupos de edad: 14-15 años, 16-17 años y 17-18 años. La calificación para participar en los juegos olímpicos de la juventud, se determina por el COI en conjunto con las federaciones deportivas internacionales (ISF) para los diversos deportes en el programa.

El concepto de los Juegos Olímpicos de la Juventud llegó por parte del gerente industrial austriaco Johann Rosenzopf en 1998. Esto fue en respuesta a la creciente preocupación mundial acerca de la obesidad infantil y la baja participación de los jóvenes en actividades deportivas, en especial los de países desarrollados.

Además, con el fin de mejorar el rendimiento académico de los estudiantes, las escuelas están dando más importancia al deporte y la educación física en sus planes de estudio.

La educación y la cultura también son componentes clave para los Juegos Olímpicos de la Juventud. En este sentido, en la edición Argentina habrá actividades culturales para los atletas, la comunidad local y los que visiten Buenos Aires, las cuales se desarrollarán dentro de los complejos deportivos y en sedes externas como la Usina del Arte, el Teatro Colón, el Planetario y el Museo Malba, entre otros.

Según los organizadores del evento, aunque la inversión que significó no se recuperará por la venta de entradas (ya que es gratuito), no obstante el rédito se obtiene por la exposición mediática global de la sede, los puestos laborales que generó hacer la infraestructura y especialmente por el turismo.

La fascinación por estas competencias atléticas se remonta al mundo helénico, a una celebración que se inicia en el año 776 a.C. en Olimpia, en la península mediterránea de Peloponeso, en honor al dios Zeus.

Hoy se habla del “olimpismo” como expresión de un complejo de ideas y de valores. Aparece por un lado como reminiscencia y simbolismo del mundo griego, pero también como una filosofía de vida, como una forma de humanismo universal que promueve la formación del carácter a través del deporte.

El olimpismo, así, se propone como un estilo de vida basado en la alegría del esfuerzo continuo del hombre por superarse a sí mismo, el valor educativo del buen ejemplo y el respeto por los principios éticos universales, como el respeto al otro y el entendimiento entre las naciones.

 

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Publicado por en 19/10/2018 en Uncategorized

 

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Edadismo, la tercera forma de discriminación

La edad puede ser causa de prejuicio y discriminación, de suerte que de aquí puede emanar una forma de trato hacia los demás tan negativa como la que existe hacia las personas de distinto color de piel (racismo) o del sexo opuesto (sexismo).

A lo largo de la historia han existido discriminaciones como el racismo, que se convirtió en un tema candente del siglo XIX y fue atacado por movimientos abolicionistas y por los derechos civiles.

El sexismo se convirtió en un tema del siglo XX y originó la aparición de movimientos sociales a favor de la igualdad de los sexos, como es el caso del feminismo.

El edadismo es el “tercer ismo”, entendido como una serie de creencias, normas y valores que justifican la discriminación de las personas por su edad.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) define el fenómeno como “la discriminación por motivos de edad que abarca los estereotipos y la discriminación contra personas o grupos de personas debido a su edad. Puede tomar muchas formas, como actitudes prejuiciosas, prácticas discriminatorias o políticas y prácticas institucionales que perpetúan estas creencias estereotipadas”.

La caracterización negativa hacia los jóvenes se observa, por ejemplo, en el concepto que se tiene de los millenials (generación de los nacidos entre 1980 y 2000), a quienes se acusa de cómodos, narcisistas, incapaces de asumir responsabilidades, ambiciosos y consumistas, entre otros rasgos desfavorables.

Esta visión unilateral acaso este motivada por el miedo que en todas las épocas hubo hacia las personas jóvenes por parte de los mayores. La efebifobia, como se conoce este sentimiento, vincula a la adolescencia con estereotipos negativos, como la violencia y el consumo excesivo de alcohol y drogas.

Sin embargo, el término edadismo fue acuñado en 1969 por el gerontólogo estadounidense Robert N. Butler para referirse al miedo patológico a envejecer, también conocido como gerontofobia.

Se puede decir ahora que una de las manifestaciones del edadismo es la discriminación que se ejerce hacia las personas mayores en la sociedad actual, un fenómeno que está adquiriendo mucha relevancia ante el envejecimiento poblacional.

Butler habla en este caso de un “profundo desorden psicológico caracterizado por el prejuicio institucional e individual contra las personas mayores, estereotipándolas, mitificándolas, desaprobándolas o evitándolas”.

Actualmente, esta tercera forma de discriminación se manifiesta en todos los ámbitos de la vida y abarca desde el lenguaje, hasta prácticas discriminatorias individuales, familiares, institucionales y sociales.

E incluso, en los casos más graves, se manifiesta en abusos y malos tratos, ejercidos por individuos concretos, grupos sociales e instituciones.

A los largo de la historia de la humanidad el concepto de vejez, desde el punto de vista social, ha ido cambiando. En la antigüedad, por ejemplo, envejecer era sinónimo de sabiduría y de ejercicio de las funciones más elevadas.

Sin embargo, en la cultura occidental del presente siglo, la vejez es considerada una decadencia, una etapa indeseable vinculada a la improductividad, y los mayores son vistos como una carga para las familias y la sociedad.

Esta percepción negativa coincide con un aumento de la esperanza de vida, gracias a los avances médicos y sociales. Eso significa que las personas mayores son cada vez más y ello obliga a combatir el edadismo a través de campañas de educación que reconozcan los derechos de los adultos mayores.

 

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 19/08/2018 en Uncategorized

 

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La autoridad, una crisis sin término

La inestabilidad política de las sociedades posmodernas escondería en realidad un problema de fondo: la crisis de la autoridad, que afecta a la familia, a la escuela y al Estado.

Diferentes autores, de concepciones ideológicas diversas, han venido reflexionando largamente sobre este proceso social y cultural que ha instalado la “ingobernabilidad” en el siglo XXI.

La mayoría coincide en que se ha producido el paso de una sociedad estructurada, ordenada y jerarquizada a otra donde la constante son el movimiento, la complejidad y la inseguridad.

La sociedad ha perdido la confianza en las instituciones, como la escuela y la familia. No existe una realidad sólida donde los sujetos puedan agarrarse de forma segura.

La teórica alemana Hannah Arendt describió este proceso en estos términos: “Sospecho que la crisis del mundo actual es en primer término política, y que la famosa decadencia de Occidente consiste sobre todo en la declinación de la trinidad romana religión, tradición y autoridad”.

Es decir se ha pasado de una sociedad jerárquica, en donde el individuo sabía a quién debía obedecer, a un modelo caracterizado por la crisis. Arendt relaciona directamente la pérdida de la autoridad con la disminución de la influencia de la religión y la tradición.

La autoridad de sostiene, según esta lectura, en una comunidad donde el pasado, la tradición y las costumbres están bien valorados y considerados. La autoridad, por el contrario, cae cuando esos pilares culturales ya no lo apuntalan.

En un mundo donde “Dios ha muerto” –según la expresión de Nietzsche– es decir donde el descreimiento se ha convertido en una realidad cotidiana, no cabe esperar que alguien obedezca o preste adhesión a ninguna autoridad.

Las sociedades posmodernas toleran menos la autoridad (o la idea de que alguien tiene derecho a mandar) porque son más igualitarias, relativistas en lo moral, líquidas en los vínculos entre sus miembros, más dinámicas y cambiantes.

Por lo demás, pasaron los tiempos en los cuales se imitaban a los padres y maestros y los jóvenes estaban deseosos de ingresar a la vida adulta. En la posmodernidad, la adultez debe lidiar con un aura de cosa indeseada.

Para muchos psicólogos y pedagogos ahí radica el cambio cultural de fondo que explica el derrumbe de la “autoridad”, fenómeno que impacta en todos los órdenes de la sociedad, especialmente en la escuela.

Se está frente a un estado de la opinión y de las costumbres que implica la caída de un ideal, el de la adultez, identificado con lo obsoleto, y la exaltación subsecuente de la juventud, expresión de un vitalismo deseado.

“La obediencia entre generaciones es una práctica en extinción porque los referentes a obedecer están desapareciendo”, sostiene el pedagogo argentino Mariano Narodowsky, en su libro “Un mundo sin adultos”.

Y se pregunta: “¿A quién habría que obedecer? ¿Por qué motivos? Nos guste o no, la concepción educacional y de crianza ya no está basada en la obediencia sino en la denominada ‘participación crítica’. Obedecer es una mala palabra. Pedir que hoy un niño obedezca a un adulto es de facho”.

Dada la mala fama que tiene el concepto de autoridad, abundan las reflexiones que tratan de exorcizar su contenido más odioso, o su aberración, vinculados al fenómeno del “autoritarismo”.

Entre los contrastes se menciona que mientras la autoridad favorece el crecimiento de los grupos humanos y tolera la disidencia, el autoritarismo es opresivo y desembozadamente intolerante.

 

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 25/12/2017 en Uncategorized

 

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