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El naturalista francés que se ató al suelo americano

Hoy (28 de agosto) se cumple un nuevo aniversario del natalicio de Aimé Bonpland, que exploró América en el siglo XIX con Alexander Humboldt y mantuvo estrechas relaciones con los caudillos entrerrianos.

Aimé Jacobo Alejandro Goujand -tal su verdadero nombre- nació en La Rochelle (Francia), el 28 agosto de 1773.

Médico y botánico enamorado de la flora exótica, estudiante durante la Revolución Francesa, jardinero en el Imperio Napoleónico, protagonista en medio de las convulsiones de la América española, sus biógrafos coinciden en que Aimé tuvo una vida de leyenda.

Nuestro personaje viajó a América con el naturalista alemán Alexander von Humboldt, un intrépido explorador y el científico más famoso de su época. Bonpland tuvo trato con varios patriotas americanos, entre ellos Simón Bolívar. Contratado por Bernardino Rivadavia, arribó con su familia en 1817 a Buenos Aires trayendo su biblioteca, semillas, 2.000 plantas, 500 pies de vid, 600 sauces y 40 naranjos y limoneros.

En esa época, Bonpland herborizó en los alrededores de Buenos Aires, y en la isla Martín García encontró plantas de yerba mate que habían llevado los sacerdotes jesuitas.

Éste fue el primer contacto de Bonpland con el llamado “té del Paraguay”, y el preludio de una etapa posterior en la vida del sabio: la yerba mate y su cultivo, que llegarían a ser para él una verdadera obsesión.

En efecto, decidió dirigirse a la zona de las viejas misiones jesuitas, entre los ríos Paraná y Uruguay, donde crecía espontáneamente la yerba mate. Partió solo, en octubre de 1820, dejando a su esposa Adelaine, a la que no volvería a ver, pues ella regresó posteriormente a Francia.

En la entonces “República de Entre Ríos”, que abarcaba también las actuales provincias de Corrientes y Misiones, Bonpland estudió la flora de la región y resolvió fundar un establecimiento agrícola para dedicarse al cultivo de la yerba mate.

Aunque la Universidad de Buenos Aires lo había nombrado profesor de Medicina, él no acude a hacerse cargo de la cátedra, pues en Corrientes había logrado la confianza del Supremo Entrerriano.

Francisco Ramírez fue quien lo entusiasmó ante la perspectiva que podía ofrecer el negocio de la yerba mate. Fue así que se radicó en el lugar llamado Santa Ana, donde hace su codo el Alto Paraná, casi frente a la ciudad paraguaya de Encarnación.

Allí instaló una colonia agrícola con un grupo de peones indígenas, y a los seis meses sus trabajos comenzaron a dar fruto. Sin embargo, el dictador de Paraguay José de Francia, que creía que Bonpland era un espía, pero sobre todo porque no podía permitir que alguien amenazara el monopolio paraguayo de la yerba mate, entró a sangre y fuego a la finca del francés, a quien apresó y mantuvo cautivo durante nueve años.

Liberado gracias a las presiones de personalidades de todo el mundo (en Europa era aclamado como un gran científico), el naturalista continuó su actividad en el litoral argentino. Se unió con la hija de un cacique guaraní, con la cual tuvo hijos durante su residencia en Entre Ríos.

Cuando Justo José de Urquiza se pronunció contra Rosas, Bonpland se unió al caudillo entrerriano. Lo visitó con frecuencia en su palacio San José y aportó sus conocimientos botánicos para el magnífico parque. Asistió después, como médico, a los soldados del Ejército Grande.

Ya octogenario, el naturista falleció en 1858 en Santa Ana y sus restos descansan en un cementerio de Pasos de los Libres. Su archivo personal quedó en la Universidad de Buenos Aires.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 08/09/2023 en Uncategorized

 

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Favaloro, una mdeicina basada en la ética social

Hoy (12 de julio) se celebra en Argentina el Día Nacional de la Medicina Social en conmemoración al nacimiento del doctor René G. Favaloro, quien encarnó el ideal humanístico del médico.

Reconocido profesional argentino, especializado en cirugía cardiovascular, Favaloro fundó en 1975 una institución dedicada a la investigación y tratamiento de enfermedades cardíacas.

La Fundación Favaloro, en efecto, se ha convertido en un centro líder en cardiología y cirugía cardiovascular, dedicada a la investigación, la formación médica y la atención médica de alta calidad.

Este centro continúa siendo un referente en el campo de la medicina en Argentina y a nivel internacional.

Aunque a Favaloro se lo conoce mundialmente por haber desarrollado la cirugía del by-pass aortoroconario o de revascularización miocárdica, un hito en la historia de la enfermedad coronaria, es también considerado un héroe de la medicina social.

Por eso mismo cada 12 de julio, aniversario de su nacimiento, se celebra en la Argentina un día especial en el cual se recuerda su compromiso con la dignidad humana y con su comunidad.

Se reconoce su lucha por la igualdad de acceso a la atención médica. Enfatizó siempre la importancia de abordar las desigualdades en el sistema de salud y brindar atención médica de calidad a todos los sectores de la sociedad.

Al respecto, Favaloro fundó el Programa de Atención Médica Comunitaria (PAMI), que brindaba atención médica a jubilados y personas de bajos recursos en Argentina.

Este médico vio como pocos en el país que hay una íntima conexión entre la enfermedad y el medio social, percepción que fundamenta la medicina social, entendida como una rama de la ciencia médica que se ocupa de la salud de la colectividad.

Favaloro hizo hincapié en la importancia de la ética médica y la responsabilidad de los profesionales de la salud hacia sus pacientes y la sociedad en general. Promovió la práctica de una medicina humanista y comprometida con el bienestar de las personas.

Además, cuestionó el enfoque predominante en la medicina tradicional, que se centra en la enfermedad y el tratamiento curativo.

Abogó por un cambio de paradigma hacia una medicina centrada en la prevención, la promoción de la salud y el abordaje integral de los factores que influyen en el bienestar de las personas.

Hoy es recordado como un médico ejemplar y un defensor de la medicina basada en la ética y la justicia social. Sus logros y su legado continúan inspirando a generaciones de profesionales de la salud en Argentina y en todo el mundo.

Cabe consignar que la medicina social comenzó formalmente a principios del siglo XIX, en un contexto en el cual la revolución industrial afectó la salud de los más pobres.

La expresión se originó en Francia en 1848, apareció publicada en la “Gazzette Médicale” de París, y fue acuñada por el doctor Jules R. Guérin (1801-1866).

Con la crisis económica del año 1930, la medicina social fue un componente de la creación en Occidente del “Estado Benefactor”, impulsado por William Henry Beveridge (1879-1963) y John Maynard Keynes (1883-1946), que deseaban la participación de los gobiernos en el financiamiento de los servicios básicos para el desarrollo del hombre, señalaban las interrelaciones de la economía, la educación, la seguridad social, la salud y el trabajo.

El campo de la medicina social es comúnmente asociado con la “salud pública” en la idea de entender lo que se conoce como los determinantes sociales de la salud.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 24/07/2023 en Uncategorized

 

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La controversia en torno a la eutanasia

En la actualidad hay tres proyectos en el Congreso argentino que buscan legalizar el “derecho a morir” y que están próximos a ser tratados en comisiones. El polémico tema de la eutanasia, así, conforma la agenda legislativa en estas pampas.

Hasta aquí esta figura, en expansión en distintos países, fue pensada para abreviar la vida de los enfermos con el fin de ahorrarles los sufrimientos de la agonía o de una enfermedad incurable.

Pero en Países Bajos se ha dado un paso más audaz, al incorporar una nueva causa para legalizar la interrupción voluntaria de la vida: el cansancio de vivir de las personas longevas.

En tanto, Bélgica es el único del mundo donde no rigen restricciones de edad para este tipo de práctica que se asimila al concepto de “derecho a la muerte digna”. Países Bajos también permite la eutanasia a niños, pero sólo para aquellos mayores de 12 años.

El tema de la eutanasia ha cobrado vigencia a partir de varias razones. Una es cultural: vivimos en una época donde el máximo valor es la libertad individual y ello incluye el derecho a morir.

Pero además desde el punto de vista sociológico la expectativa de vida ha crecido notablemente en el último siglo, trayendo consigo la problemática de una vejez que se convierte en enfermedad.

A decir verdad, mientras la duración media de la vida humana aumenta cada año, crece la conciencia global sobre la angustia moral y las penalidades físicas que sufren las personas mayores.

Al parecer, la vida se desvaloriza a medida que se alarga, ya que al desgaste y las incomodidades de la vejez, se añade en muchos casos el ostracismo moral.

No es casual, por lo demás, que el tema de la eutanasia esté cada vez más presente en la opinión pública. El tema fue planteado no hace mucho por Ezequiel Emanuel (57 años), director del Departamento de Bioética Clínica, del Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos, quien ha anunciado hace poco la decisión de ponerle fin a su vida a los 75 años.

Al justificar su determinación razonó en una carta: “Trabajaste duro cuando joven, hiciste una carrera profesional y tuviste una familia. A mí me parece una buena vida. Entonces, ¿por qué correr el riesgo de terminar senil, babeando, siendo una responsabilidad para los demás?”.

La cuestión es polémica porque además tiene implicaciones éticas y religiosas.  El valor de la vida desde el inicio hasta el final ha sido defendido, por ejemplo, por el psiquiatra Viktor Frankl, creador de la logoterapia y sobreviviente de los campos de concentración nazi, para quien el dolor y el sufrimiento, inseparables de la condición humana, pueden transformarse en algo valioso.

Para Frankl la existencia humana tiene un valor absoluto, por encima de cualquier circunstancia, incluido el dolor. Al rechazar la eutanasia, escribió: “El médico no es llamado a juzgar acerca del valor o carencia de valor de una vida humana. La sociedad humana le encomienda como única misión la de ayudar allí donde pueda hacerlo y la de mitigar los dolores del que sufre en los casos en que pueda; la de curar, cuando le sea posible, y la de cuidar a los enfermos, si no consigue curarlos”.

El autor de “El hombre en búsqueda de sentido”, razonó: “Sería terrible que el enfermo no supiera en ningún momento si el médico se acerca a la cabecera de su cama como médico o como verdugo”.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 31/07/2022 en Uncategorized

 

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La figura de Favaloro y el lado social de la medicina

Hoy (12 de julio) se celebra en Argentina el Día Nacional de la Medicina Social en conmemoración al nacimiento del doctor René G. Favaloro, quien encarnó el ideal humanístico del médico.

“La medicina sin humanismo médico no merece ser ejercida”, definió este argentino al que se lo conoce mundialmente por haber desarrollado la cirugía del by-pass aortoroconario o de revascularización miocárdica, un hito en la historia de la enfermedad coronaria.

El doctor René Favaloro no sólo es considerado una eminencia médica mundial sino ante todo un digno heredero de Hipócrates, ya que pregonó y practicó una medicina guiada por valores éticos.

Pudiendo hacer una carrera brillante en el exterior, donde le sobraban ofertas tentadoras, Favaloro prefirió quedarse en el país para mejorar la suerte de sus compatriotas, a través de su oficio y sus conocimientos

Luego de obtener reconocimiento en Estados Unidos, decidió volver a la Argentina para desarrollar un instituto (que hoy lleva su nombre) destinado a la docencia y la investigación.

Desde la Fundación y el Instituto de Cardiología y Cirugía Cardiovascular realizó, así, una labor sin precedentes en estrecha vinculación con la vida social, política y cultural de nuestro país, brindando servicios de alta complejidad con un equipo de profesionales de primer nivel a todo aquel que lo necesitara.

Esta tarea desinteresada, al servicio del otro y sin fines de lucro, llevó a la Fundación a una crisis sin precedentes en el año 2000. El PAMI había suspendido los pagos a la Fundación, pero Favaloro se negó a dejar a sus afiliados sin atención médica.

Esta situación se tornó económicamente inviable y por eso este médico, hundido en la depresión, se suicidó de un disparo al corazón el 29 de julio de ese año.

Favaloro vio como pocos en el país que hay una íntima conexión entre la enfermedad y el medio social, percepción que fundamenta la medicina social, entendida como una rama de la ciencia médica que se ocupa de la salud de la colectividad.

Desde que existe la medicina, los médicos han comprobado las determinantes sociales de la salud, percepción que se ha dejado sentir tanto en la teoría como en la práctica.

Sin embargo, lo social se elevó en la historia a valor de primer orden con la revolución industrial, el crecimiento demográfico, la aparición del capitalismo como proceso de producción y la pujanza ascendente del movimiento obrero.

De ahí que esta rama de la medicina comenzó formalmente a principios del siglo XIX, en un contexto en el cual la revolución industrial afectó la salud de los más pobres.

La expresión se originó en Francia en 1848, apareció publicada en la “Gazzette Médicale” de París, y fue acuñada por el doctor Jules R. Guérin (1801-1866).

Con la crisis económica del año 1930, la medicina social fue un componente de la creación en Occidente del “Estado Benefactor”, impulsado por William Henry Beveridge (1879-1963) y John Maynard Keynes (1883-1946), que deseaban la participación de los gobiernos en el financiamiento de los servicios básicos para el desarrollo del hombre, señalaban las interrelaciones de la economía, la educación, la seguridad social, la salud y el trabajo.

El campo de la medicina social es comúnmente asociado con la “salud pública” en la idea de entender lo que se conoce como los determinantes sociales de la salud.

Es decir, se busca entender cómo las condiciones sociales y económicas impactan la salud y provocan enfermedades, entre los individuos, así como su importancia en la práctica de la medicina.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 17/07/2022 en Uncategorized

 

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El dolor y la adicción a los analgésicos opioides

Desde su nacimiento, la humanidad viene luchando contra el dolor, utilizando al respecto distintos analgésicos para calmarlo. En la actualidad, algunos tienen un componente narcótico que mal administrados pueden ser mortales.

Compañero innato de la vida, el dolor es el “más terrible de los Señores de la Humanidad”, al decir de la poesía de Albert Schweitzer. Según la Biblia, llegó al mundo por la desobediencia de Adán y Eva.

El hombre es un ser “paciente”, término derivado del latín “patior” que significa: el que aguanta o soporta sufrimiento o dolor. A lo largo de su paso temporal, se ha servido de distintos analgésicos para mitigar las dolencias.

“Analgesia” es una palabra griega compuesta por la partícula “an”, que significa negación,  y “algos”, que significa dolor. En el mundo médico, la analgesia es la pérdida o modulación de la percepción del dolor.

En la actualidad los “analgésicos opioides” se utilizan para dolores físicos intensísimos que no se alivian con otros tipos de fármacos. Son narcóticos que funcionan al fijarse a receptores en el cerebro, lo cual bloquea la sensación de dolor.

El compuesto clave aquí son los opioides, derivados de sustancias extraídas de la amapola. Se sabe que éstos se incluyen en drogas ilícitas como la heroína, pero también en fármacos para manejar el dolor como la codeína, la morfina o el fentanilo.

Según los especialistas, cuando se usan cuidadosamente y bajo la vigilancia directa de un médico, estos fármacos son efectivos para disminuir el dolor.

Suelen ser utilizados en casos muy particulares, ya sean en pacientes operados y, por tanto, por periodos cortos, o en pacientes con condiciones severas como cáncer o con enfermedades terminales.

Pero estos fármacos se pueden tomar en exceso y volverse adictivos. En efecto, la sobredosis de opioides es un riesgo grave. Y de hecho Estados Unidos viene padeciendo lo que se conoce como la “crisis de los opioides”, una verdadera epidemia de adicción y de muerte.

En el año 2016, aproximadamente 42.000 estadounidenses murieron por sobredosis de opioides, utilizando desde drogas ilegales como la heroína hasta opioides recetados por un médico para el manejo del dolor.

Al año siguiente el gobierno norteamericano declaró la crisis sanitaria a causa de este fenómeno. Sin embargo, el número de muertes por opioides en los últimos dos años ha aumentado. 

La estadística es impactante: cada 11 minutos muere 1 estadounidense a causa de una sobredosis de opioides. Además, en Estados Unidos, 4 de cada 5 adictos a la heroína comenzaron tomando analgésicos recetados.

Una de las principales agencias de salud pública de Estados Unidos, el Centro para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC), ha proyectado que en 2025 más de 100.000 estadounidenses morirán por una sobredosis de opioides. Una crisis que no solo tiene graves repercusiones nacionales, sino incluso globales.

Según los expertos, el origen de esta adicción empezó en 1990 en los consultorios médicos de ciudades y pueblos de Estados Unidos, donde se recetaban indiscriminadamente analgésicos opiáceos  -que contienen los mismos ingredientes activos que la heroína-. En esa época no se creía que estos fármacos fuesen adictivos, pero con el tiempo se generó una verdadera comunidad de “adictos”.

A medida que la adicción empeora en estos pacientes, y ante la imposibilidad de tener acceso a recetas médicas, terminan por acudir de manera ilícita a opioides como la heroína o el fentanilo.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 05/12/2021 en Uncategorized

 

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Cuándo y cómo terminará la pandemia de la Covid-19

Un brote infeccioso puede concluir en más de una forma, dicen los historiadores. ¿Pero para quién termina y quién lo decide?  No está claro, por ahora, el final de la pandemia de coronavirus.

Las autoridades de algunos países han empezado a levantar las restricciones, permitiendo la reapertura de distintas actividades sociales, desafiando en algunos casos la advertencia de expertos para quienes tales pasos son prematuros.

En algunos sitios el giro de la situación se ha producido a una velocidad sorprendente, como en Argentina, país que pasó en poco tiempo del aislamiento más estricto a la liberación repentina, después de una elección primaria en la que al gobierno le fue mal.

¿Significa acaso que se terminó la pandemia? ¿Es el fin de la pesadilla sanitaria? ¿Ya no hay nada de qué preocuparse? ¿Se vuelve, entonces, a la vida normal pre-pandemia?

Según los historiadores, las pandemias tienen dos tipos de final: el médico, que ocurre cuando las tasas de incidencia y muerte caen en picada, y el social, cuando disminuye la epidemia de miedo a la enfermedad.

Existe la posibilidad, en este sentido, de que la de Covid-19 pueda estar terminada socialmente antes de que termine médicamente. Es decir, las personas asumen que la crisis ya pasó, cansadas por tantas restricciones, aunque el virus continúe presente y al acecho.

“Creo que existe este tipo de problema psicológico social de agotamiento y frustración”, dijo Naomi Rogers, historiadora de Yale. “Podemos estar en un momento en que la gente solo dice: ‘Suficiente. Merezco poder volver a mi vida normal’”.

La sensación de “basta” social se refuerza ante el hecho de que ahora se impone lidiar con la catástrofe económica causada por los confinamientos, en países donde la cuarentena fue larga y letal para empresas y trabajadores, como en Argentina.

“Hay este tipo de conflicto ahora”, dijo Rogers, para quien los funcionarios de salud pública tienen un final médico a la vista, pero el público solo ve un final social.

En suma, un final puede ocurrir no porque la enfermedad haya sido vencida sino porque las personas se cansan de estar en modo pánico y aprenden a vivir con ella.

Allan Brandt, historiador de Harvard, dijo que algo similar está ocurriendo con la Covid-19: “Como hemos visto en el debate sobre la apertura de la economía, muchas preguntas sobre lo que se llama el final están determinadas no por los datos médicos y de salud pública, sino por procesos sociopolíticos”.

Mientras esto ocurre se informa que Rusia atraviesa un recrudecimiento de la pandemia. Es el país europeo con más muertes a causa del virus. Y esta semana reportó alrededor de 900 muertes diarias y 28.000 nuevos casos de coronavirus por día.

Una de las explicaciones del fenómeno es que los rusos no creen en la vacuna del gobierno de Vladimir Putin, la Sputnik V, y son remisos a inocularse. Razón por la cual el gobierno ha salido con una fuerte campaña para convencer a los no vacunados, ofreciéndoles todo tipo de incentivos.

¿Qué debe ocurrir para que la Covid-19 deje de ser considerada una pandemia? Se puede encontrar una pista a esta interrogante en la definición del fenómeno.

Según la Real Academia Española, es una “enfermedad epidémica que se extiende a muchos países o que ataca a casi todos los individuos de una localidad o región”.

Por lo tanto, se infiere que la Covid-19 dejará de ser pandémica cuando ya no tenga un alcance tan grande. Pero ¿quién define el umbral y cómo se determina?

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 23/10/2021 en Uncategorized

 

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Las epidemias del pasado que dejaron huella en la comunidad

<< Semanario – agosto 2021- >>

Una mirada retrospectiva al problema de las epidemias

Las históricas luchas de la sociedad nativa contra severas enfermedades infecciosas

  En 1800, durante la época colonial, los pobladores locales enfrentaron un brote de viruela. Pero la más impactante de las pestes fue la del cólera en 1868, que ocasionó centenares de muertos. Hacia fines del siglo XIX Gualeguaychú se abrió al concepto moderno de higiene y salud pública.

Por Marcelo Lorenzo

  La actual pandemia de coronavirus, más allá de sus características propias, no es una excepcionalidad. Confrontada con la historia epidemiológica doméstica, se inscribe como otra enfermedad colectiva.

En este sentido, nuestros antepasados también vivieron el mismo miedo a la muerte ante la aparición de distintas pestes, enfrentando con entereza y solidaridad cada emergencia sanitaria.

  Semanario propuso a la historiadora local Elisa María Fernández hacer un  ejercicio intelectual retrospectivo, en un intento por encontrar algunas pistas en el pasado para entender el presente.

  Fernández es profesora de Historia y docente. Es coautora del libro “Entre Ríos, huellas de nuestra historia”, y autora del capítulo “Hacia la urbanización del paisaje” que integra el libro “Historia de San José de Gualeguaychú. Desde sus orígenes hasta 1883”, entre otros trabajos relacionados con la investigación del pasado regional.

  Según ella, con respecto a las epidemias locales, hay analogías significativas, pero también muchas diferencias. Entre las primeras cuenta lo inesperado de la situación -la peste no se anuncia- y el miedo y el estrés subsecuentes ante el mal desconocido.

  Se repiten en algunos casos las aprensiones ante las medidas dispuestas por las autoridades para enfrentar la emergencia -como el miedo a vacunarse- al tiempo que afloran gestos individuales y colectivos cargados de altruismo para vencer el peligro.

  Pero cada evento es único, tiene particularidades específicas. Y si se trata de comparaciones históricas, tienen lugar en sociedades y contextos mentales y científicos muy diversos, aspectos que marcan diferencias cualitativas.

  El coronavirus es una enfermedad de la sociedad globalizada del siglo XXI, que está recibiendo una respuesta igualmente global de una comunidad científica consolidada y de Estados organizados.

  Nada parecido entonces al contexto de precariedad material y de aislamiento en medio del cual los pobladores locales -ellos mismos dotados de esquemas mentales premodernos-, debieron hacer frente, allá por el 1800, a un brote de viruela, la primera epidemia de que se tenga registro.

El azote de la viruela y el temor a las vacunas

  La zona del sur entrerriano se vio sorprendida, durante la época colonial, por la aparición de una enfermedad mortal, la viruela, que ha afectado a los seres humanos por miles de años.

  El ejercicio de la profesión de curar por entonces estaba en manos de curanderos. Eso significa que los pobladores dejaban su salud en manos de gente que acudía a prácticas milagreras.

  Aquellas eran épocas en que la ciencia no había aportado aún los asombrosos descubrimientos que hoy conocemos, y la figura del médico era una rareza en esta parte del mundo.

  “La viruela fue una enfermedad contra la cual nada podían hacer los curanderos, aunque la gente confiara en ellos”, apunta Elisa Fernández, al explicar la precariedad en que se encontraban nuestros antepasados.

  Hacia el año 1800 la peste afectaba a distintas poblaciones del Virreinato y se propagó en forma alarmante por las villas de la actual Entre Ríos, cuya autoridad estaba a cargo de Josef de Urquiza.

“Cuando se tuvo conocimiento del descubrimiento de una vacuna para esta enfermedad -realizado por el inglés Edward Jenner-, el virrey Sobremonte envió a Inglaterra al médico Miguel O‘Gorman para que se informara de la situación, ya que ‘… el pestilente propagativo fuego de la viruela causaba estragos lastimosos…’”, refiere Fernández.

  “El rey Carlos IV de España, cuya hija había padecido la enfermedad, embarcó hacia América un grupo de cuatro médicos, dos cirujanos, tres enfermeros, una rectora y 22 niños gallegos expósitos, encargados de portar la vacuna antivariólica”, indicó.

  La historiadora cuenta que los vidrios cargados de fluido vacuno llegaron a las tres villas entrerrianas, pero resulta que nadie quería vacunarse. “El temor a ‘la vacuna’, como le llamaban, causaba rechazo por la forma en que se hacía, de brazo a brazo. Los sacerdotes debieron exhortar a sus feligreses para que cumplieran con la medida”, destacó la entrevistada.

  Según su relato, la villa de San José de Gualeguaychú, tenía muy pocos habitantes -alrededor de 300 personas- y el hospital contaba con tan solo 12 catres, “aunque para las enfermedades contagiosas -según decían las Leyes de Indias- debían buscarse lugares levantados, para que ningún viento dañoso, pasando por los hospitales, vaya a herir en las poblaciones”.

El terrible cólera

  La más impactante de esas epidemias fue la del cólera en los meses de verano de 1868, que ocasionó centenares de muertos y que se experimentó colectivamente como una verdadera maldición apocalíptica.

  “Tal como lo ocurrido en Buenos Aires, la ciudad de Gualeguaychú -que contaba con una población urbana de 9.553 habitantes en 1869-, y varias poblaciones del litoral argentino y uruguayo, se vieron afectadas por la epidemia de cólera morbus, un año antes”, refiere Fernández.

  La historiadora recuerda que por entonces los médicos desconocían las causas reales de la propagación de esta enfermedad, originada a orillas del Ganges (India), desde donde se expandió por todo el mundo a principios del siglo XIX, llegando a América a mediados del mismo.

  Según los testimonios de la época, en Gualeguaychú fueron tantos los muertos que para los enterramientos debieron improvisarse fosas comunes y zanjeos en los campos y suburbios.

  Para enfrentar la emergencia, asociada a las deficiencias sanitarias de la ciudad, se creó una comisión de notables, llamada “Salud y Socorro”, pero al mismo tiempo los vecinos apelaron a la Virgen del Rosario para que los liberara del mal.

  Al respecto, el cura Vicente Martínez organizó una gran procesión alrededor de la Plaza Independencia (actual San Martín). El poeta Gervasio Méndez, al ver al sacerdote arrodillarse muchas veces, implorando a la Virgen, escribió estas estrofas:

“Vibran señor en mi oído / El místico y dolorido / Acento de la oración / Conque a Dios le suplicabas / Y de rodillas clamabas / Misericordia y perdón”.

  Fernández afirma que, a diferencia de lo que ocurre en la actualidad, en aquellos tiempos las autoridades locales preferían que no se conocieran datos y hechos sobre los contagios, a fin de evitar el pánico que ocasionaba una muerte dolorosa e inevitable.

 Al respecto comenta: “El periódico El País, dirigido  y administrado por Eugenio Gómez y Juan A. Capdevilla, dejó de imprimir sus páginas hasta finalizar la epidemia; los peones del cementerio fueron conminados a no entregar información de los fallecidos; las campanas de la iglesia no pudieron sonar cada vez que se despedía a una persona; y el sacerdote Martínez, en las actas de defunciones, solo indicaba el nombre del difunto, los auxilios espirituales y la frase ‘en verdad os digo’”, en reemplazo de la causa de defunción, como se hacía en épocas normales.

  Sin embargo, aunque no tuvieran la intercomunicación de la actualidad, el boca a boca era imposible de evitar, apunta la historiadora. “De esos tiempos surgieron términos hasta ahora usados, como ser: muerto de miedo o qué julepe”, explica la historiadora.

El agua contaminada

  Cuenta Fernández que el diagnóstico de entonces indicaba que la causa del brote de cólera estaba en la fuente de la pestilencia, “lugar desde donde partían los miasmas o gases que provenían de la descomposición de materia orgánica, de aguas estancadas, de alimentos en mal estado (teoría miasmática)”.

  “Estos efluvios o emanaciones nocivas eran transportados por el aire, inhalados o ingeridos por el hombre a través de la respiración o de los alimentos, transmitiendo la enfermedad infectocontagiosa. Por ello, en el cementerio los cadáveres se cubrían con cal al ser sepultados”, relató la entrevistada.

  A causa de la epidemia, según dijo, se llegó a pensar en el traslado más hacia el norte del cementerio, que estaba ubicado en el lugar conocido como La Loma, al noreste de la ciudad, en donde se ubica hoy el Hospital Centenario.

  “Los cuidados con el agua servida o ‘agua sucia y usada’ fueron más exigentes a partir de ese momento”, afirmó Fernández para quien el cólera marcó un hito en la conciencia de los vecinos sobre la importancia de la salud pública.

Las otras crisis motivadas por enfermedades infecciosas

  En 1871 Buenos Aires padeció la epidemia de fiebre amarilla, enfermedad transmitida por el mosquito Aedes aegypti, llamada amarilla por la ictericia que cambiaba a ese tono el color de los enfermos.

  Este evento epidemiológico causó muchas muertes y entre las principales causas de propagación de la fiebre en la metrópoli del país se contabilizó la  provisión insuficiente de agua potable; la contaminación de las napas de agua por los desechos humanos; el hacinamiento en que vivían los inmigrantes recién llegados al país.

  Según Fernández, los periódicos de Gualeguaychú poco informan sobre esta circunstancia histórica. “Sólo publican que la accidental aparición de la epidemia no tendría consecuencias en el flujo de inmigrantes y que la observación de 4 días de cuarentena a los vapores que provenían de zonas portuarias, había sido levantada”, refiere.

  Mientras tanto, en esa época la ciudad estuvo marcada por enfermedades infectocontagiosas y gastrointestinales, por lo que se seguía insistiendo en resolver la contaminación de las napas de agua.

   Toman fuerza, entonces, los reclamos por el segundo traslado del cementerio. “Desde La Loma, en la cual se encontraba ubicado el campo santo del oeste, podían contaminarse las napas de agua que recorrían el hábitat de los pobladores, una cuestión que no podía pasar desapercibida”, relata la historiadora.

  Finalmente en 1875 se dicta una Ordenanza que dispone el traslado del campo santo al norte de la ciudad. Luego, Gualeguaychú es golpeada otra vez por una epidemia de viruela.

En 1885, el intendente Antonio Daneri dice que la plaga “se había desarrollado de una manera alarmante, sobre todo en la clase menesterosa”.

  En 1890, en tanto, ataca la fiebre tifoidea o tifus, una enfermedad que asoló a Gualeguaychú por varios años, también motivada por el agua contaminada y la falta de higiene en la manipulación de los alimentos.

  Las calles de la ciudad se cerraban con cuerdas para impedir el paso frente a los domicilios donde había algún enfermo atacado de la fiebre, para así evitar el contagio. En tanto a los pacientes se los sometía a una dieta absoluta y baños fríos para bajar la temperatura.

  En esta epidemia perdió la vida a los 27 años el médico local Miguel Clavarino, quien contrajo la fiebre tifoidea al asistir a los enfermos. Se lo recuerda como el “médico de los pobres” porque desempeñaba su profesión en el Hospital de la Caridad, de la Policía y de la Sociedad Italiana, al tiempo que donaba su sueldo a los desvalidos sociales.

Concepto moderno de higiene

  Al introducirse a la modernidad, Gualeguaychú fue incorporando un modelo de higiene que, según Elisa Fernández, impactó en diferentes esferas de la vida individual y social.

  “En el Hospital Centenario -inaugurado en 1913- la importancia de la asepsia como defensa de las enfermedades infecciosas; en el mundo hogareño, la limpieza y ventilación de las viviendas; en los ambientes de trabajo y en la calle, los cuidados por los riesgos de contacto. En el aspecto individual, los rituales del aseo personal. En la esfera estatal, la instalación de cloacas y agua corriente, produjeron un cambio significativo”, destaca la entrevistada.

El médico del pueblo

  Durante la epidemia de cólera en 1868 hubo médicos, sacerdotes, maestras y enfermeras que se destacaron por su asistencia a los contagiados, enfrentando la situación con verdadero altruismo.

  Entre ellos sobresale la figura de Miguel Esteban Fernández Borrajo, el primer hijo de Gualeguaychú en graduarse de Doctor en Medicina y Cirugía (1868) y quien brindó sus servicios ante la emergencia.

  “Fue uno de los profesionales que supo inspirar confianza y consuelo en medio de la epidemia, porque dotado de ciencia y sentimientos caritativos, hizo de su profesión un apostolado. Al concluir la epidemia continuó practicando la medicina en el Hospital de la Caridad, de manera gratuita, durante varios años. Por ello la gente le decía: ‘el médico del pueblo’”, recuerda Fernández.

Aquí hubo un lazareto

  Un lazareto es un hospital o edificio similar, aislado, donde se tratan enfermedades infecciosas. En Occidente surgieron en la Edad Media para cuidar leprosos.

  El nombre de estos espacios donde se recluía a personas con enfermedades contagiosas tiene origen cristiano. Se refiere a Lázaro, considerado el patrón de los mendigos y de los leprosos.

  La información historiográfica local refiere que en Gualeguaychú hacia fines del siglo XIX funcionó un centro asistencial de emergencia de este tipo, separado del casco urbano, aunque es muy poco lo que se sabe de él.

  En un periódico local de abril de 1895, por caso, se anuncia la apertura de un lazareto en dos habitaciones de lo que había sido el Hotel Ferroviario. Se señala que estaba destinado a personas contagiadas de viruela, y la atención estaba a cargo de dos enfermeros, con elementos de desinfección, y la supervisión de los médicos.

© Semanario

Capilla de adobe y paja, y a la izquierda el cementerio.
Botica de Gualeguaychú (fines del siglo XIX)
 
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Publicado por en 15/10/2021 en Uncategorized

 

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La medicina social en tiempos de coronavirus

El 12 de julio se celebra el Día Nacional de la Medicina Social, en homenaje al célebre médico René Favaloro. Esta fecha se resignifica a la luz de la actual crisis sanitaria.

El cirujano argentino alcanzó prestigio internacional en la medicina cardiovascular y creó la fundación que lleva su nombre. Pero antes de eso Favaloro había ejercido la medicina rural durante doce años en un pequeño pueblo de la provincia de La Pampa llamado Jacinto Arauz.

“Yo fui a reemplazar a un médico de campo –recordaba el célebre cirujano-. Pensé que iba a estar 3, 4 meses y después se hicieron casi 12 años. Esos doce años son los más importante de mi vida porque me enraicé con la tierra y quizá el mayor elogio que se me ha hecho fue en una reunión de cardiología en la que me presentaron diciéndome ‘médico rural’”.

Desde la Fundación y el Instituto de Cardiología y Cirugía Cardiovascular Favaloro realizó una labor sin precedentes en estrecha vinculación con la vida social, política y cultural de nuestro país, brindando servicios de alta complejidad con un equipo de profesionales de primer nivel a todo aquel que lo necesitara.

Cada 12 de julio, fecha del nacimiento de este médico, se celebra en nuestro país el día de la medicina social para recordar a Favaloro, quien sostenía que “la medicina sin humanismo médico no merece ser ejercida”.

La medicina social, como su nombre lo indica, considera la naturaleza social de la enfermedad. Se trata de un abordaje práctico sanitario que se encarga sobre la salud de los grupos sociales.

El bioquímico Juan Canella, coordinador de la sede argentina de la Asociación Latinoamericana de Medicina Social (ALAMES), considera que el concepto adquiere particular relevancia a luz de la actual pandemia.

Al respecto, sostiene que es imposible analizar las medidas adoptadas para mitigar los daños causados por la pandemia desde una perspectiva meramente biologicista. El virus, en este sentido, ha debido atacarse desde una política sanitaria de “aislamiento social”, para evitar su contagio.

Uno de los aspectos que ha develado la crisis sanitaria provocada por el coronavirus es lo que los expertos llaman determinantes sociales de la salud. Es decir, el reconocimiento de que la condición sanitaria de un paciente o de una población determinada no solo depende de los aspectos epidemiológicos propios de la enfermedad, sino también de su entorno social.

Este enfoque pone la mira en los condicionantes socioeconómicos de la población. Y de aquí surgieron estrategias para enfrentar históricamente pandemias como el tifus, el cólera y la tuberculosis.

El deterioro de los indicadores biomédicos producto del proceso de urbanización e industrialización de fines del siglo XIX y comienzos del XX, así como los efectos de la crisis económica de 1929 y la posterior Gran Depresión, mostraron la relación evidente entre condiciones socioeconómicas y sanitarias.

Diversos estudios y estadísticas de la época mostraban que muchas enfermedades eran sociales, no solo porque tenían trascendencia en un grupo importante de la población en cuanto a su mortalidad, sino también porque se originaban en las deplorables condiciones en que vivían las familias de escasos recursos.

La actual pandemia de Covid-19, que está teniendo un impacto significativo sobre la población, ha obligado a recurrir a una estrategia de carácter social para prevenir la infección y reducir la transmisión del virus.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 17/07/2021 en Uncategorized

 

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El espíritu hipocrático que desafía a la pandemia

Cientos de miles de doctores, enfermeras y asistentes, exponen hoy sus vidas para atender a los enfermos de coronavirus, en un gesto que reconcilia a la medicina con los principios éticos expresados en el célebre juramento hipocrático.

Son los héroes de la batalla contra el Covid-19. Las imágenes de los agentes de sanidad en todo el mundo se han vuelto virales,  convirtiéndose en el símbolo de los esfuerzos del personal médico en la lucha contra la epidemia

Si es cierto que la pestilencia universal suele suscitar lo peor de la humanidad, la dedicación en su labor de todos los días de estos profesionales de la salud para combatir la pandemia de Covid-19, muestra el costado noble y generoso a que puede llegar la condición humana en épocas de crisis.

En muchas ciudades del planeta los ciudadanos han mostrado su agradecimiento por esta labor, sea a través de las redes sociales o con demostraciones concertadas en las que la gente sale a sus ventanas o balcones a aplaudirlos.

Los médicos, y por extensión quienes se identifican con la oficio de curar, adoptan desde el principio de sus carreras, uno de los documentos más importantes y famosos de la ciencia médica: el juramento hipocrático, cuyo espíritu parece hoy desafiar al coronavirus.

El juramento forma parte de los “Tratados hipocráticos” o Corpus Hippocraticum, una gran obra atribuida al médico griego Hipócrates, considerado por muchos como el padre de la medicina, activo durante el siglo V a.C.

El juramento, celebrado en el mundo antiguo, ofrece orientación sobre cómo deben comportarse quienes ejercen la medicina. Es una suerte de decálogo deontológico que prescribe que el enfermo no es una cosa o un medio sino un fin, un valor, y por lo tanto, le exige al médico comportarse consecuentemente.

Se diría que los médicos, enfermeros y asistentes que están combatiendo la pandemia, a pesar del riesgo que ello conlleva, son dignos herederos de Hipócrates, que abogaba por una medicina guiada por valores éticos.

Hipócrates (469 a.C.-399 a.C.) enseñó medicina en Atenas y llegó a ser tan famoso en la antigüedad que Platón y Aristóteles lo consideraban el paradigma del gran médico.

Se le atribuyen varios trabajos, como “El mal sagrado”, una polémica contra la mentalidad de la medicina mágico-religiosa. El mal sagrado, en la antigüedad, era la epilepsia.

Se creía que, dados sus síntomas impresionantes, este mal era causado por una intervención divina. Pero Hipócrates rebatió esta tesis señalando, con argumentos racionales, que la epilepsia obedecía a causas naturales.

Considerado el fundador de la medicina científica en Occidente, también sentó las bases éticas de la noble profesión de curar, al formular el célebre juramento.

“Juro por Apolo médico, por Asclepio, Higía y Panacea, juro por todos los dioses y todas las diosas, tomándolos como testigos, cumplir fielmente, según mi leal saber y entender, este juramento y compromiso”, reza el comienzo de este texto de alrededor de 300 palabras.

En otra parte continúa diciendo: “Usaré tratamientos para el beneficio de los enfermos de acuerdo con mi capacidad y mi criterio, y apartaré de ellos todo daño e injusticia”.

Y añade: “Jamás le daré a nadie medicamento mortal, por mucho que me soliciten, ni tomaré iniciativa alguna de este tipo; tampoco le daré a una mujer un pesario destructivo”.

En tanto la oración “De una manera pura y santa, protegeré mi vida y mi arte y ciencia”, es leída como un llamado a la integridad profesional.

 

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 13/05/2020 en Uncategorized

 

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