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Los lazos que unieron a Urquiza con Gualeguaychú

Hoy (4 de noviembre) se cumplen 172 años del decreto del entonces gobernador de Entre Ríos, Justo José de Urquiza, por el cual la villa fundada por Tomás de Rocamora fue elevada a la categoría de ciudad.

Se cuenta que el 4 de noviembre de 1851 los vecinos de Gualeguaychú celebraron con regocijo el nuevo estatus. Festejaron, así, el decreto firmado por el gobernador Justo José de Urquiza, quien había fijado por esos días su residencia provisoria en la localidad.

De esta manera, la villa hispana fundada por Tomás de Rocamora el 18 de octubre de 1783, en virtud de la dinámica mercantil que había adquirido tras casi 70 años de vida organizada, daba un giro decisivo hacia la modernidad.

Atrás había quedado ese caserío de ranchos de adobe y paja, que llevaba una vida apacible y que durante los años de anarquía vio pasar por sus tierras varios ejércitos.

Es que “la villa de San José de Gualeguaychú, por la extensión de su población, por su comercio y por los importantes servicios que ha prestado, es acreedora a las consideraciones y alto aprecio del gobierno”, refiere el decreto oficial que hoy se conmemora.

La decisión de Urquiza revelaba, en principio, que esta localidad a mediados del siglo XIX -que según algunas fuentes tenía poco más de 4.000 residentes-, ya sobresalía por su dinamismo en el conjunto provincial.

Pero los historiadores marcan también el hecho de que era de la preferencia del gobernador. Unían al caudillo con Gualeguaychú razones geopolíticas, la adhesión de sus pobladores a la causa federal y fuertes motivos sentimentales.

“A juzgar por los sucesos y por lo que dicen los documentos, evidentemente, en la relación entre el gobernador y el pueblo de Gualeguaychú existió un reconocimiento mutuo por los favores y apoyos prestados desde una y otra parte, en distintos momentos”, refiere la historiadora local Delia Reynoso en el libro “Historia de San José de Gualeguaychú”.

Para ilustrar el alto aprecio que tenía Urquiza por los locales se suele mencionar su opinión sobre el carácter terco y bravo pero justo del pueblo del sur entrerriano: “Es difícil hacerle doblar el cogote, tardío, pero seguro para atropellar, parco y justo para pedir, pero cuando embiste hay que abrirle cancha y complacerlo en lo que pide”.

El decreto que elevó a Gualeguaychú a la categoría de ciudad en tono elogioso, debe leerse a la luz del momento histórico y de los planes políticos de Urquiza.

Hay que pensar que pocos meses antes, concretamente el 1º de mayo de 1851, el caudillo entrerriano, a través del célebre “Pronunciamiento”, había desafiado el poder del gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas.

En este contexto, el caudillo eligió a Gualeguaychú para ajustar los preparativos del Ejército Grande. Fue así que se reunió en la Isla de Fraga (hoy Libertad), a fines de junio de 1851, con sus aliados militares uruguayos y brasileños.

Según la historiadora local Elisa María Fernández la estrecha relación que tenía Urquiza con Gualeguaychú despertaba celos en el resto de la provincia.

Ocurre que el gobernador fue un activo impulsor de emprendimientos locales (hospital militar, comandancia, teatro 1º de Mayo, capitanía del puerto, entidades diversas), en los cuales involucraba al erario público.

Además, fue en esta ciudad que el General de 51 años, durante una fiesta conoció a una joven muchacha veinteañera, Dolores Costa, con quien Urquiza se casó y fundó luego una numerosa familia.

La gualeguaychuense acompañó al caudillo en sus viajes, le dio 11 hijos, fue su confidente, participó en las decisiones políticas y se convirtió en la “señora del Palacio San José”.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 17/11/2023 en Uncategorized

 

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El naturalista francés que se ató al suelo americano

Hoy (28 de agosto) se cumple un nuevo aniversario del natalicio de Aimé Bonpland, que exploró América en el siglo XIX con Alexander Humboldt y mantuvo estrechas relaciones con los caudillos entrerrianos.

Aimé Jacobo Alejandro Goujand -tal su verdadero nombre- nació en La Rochelle (Francia), el 28 agosto de 1773.

Médico y botánico enamorado de la flora exótica, estudiante durante la Revolución Francesa, jardinero en el Imperio Napoleónico, protagonista en medio de las convulsiones de la América española, sus biógrafos coinciden en que Aimé tuvo una vida de leyenda.

Nuestro personaje viajó a América con el naturalista alemán Alexander von Humboldt, un intrépido explorador y el científico más famoso de su época. Bonpland tuvo trato con varios patriotas americanos, entre ellos Simón Bolívar. Contratado por Bernardino Rivadavia, arribó con su familia en 1817 a Buenos Aires trayendo su biblioteca, semillas, 2.000 plantas, 500 pies de vid, 600 sauces y 40 naranjos y limoneros.

En esa época, Bonpland herborizó en los alrededores de Buenos Aires, y en la isla Martín García encontró plantas de yerba mate que habían llevado los sacerdotes jesuitas.

Éste fue el primer contacto de Bonpland con el llamado “té del Paraguay”, y el preludio de una etapa posterior en la vida del sabio: la yerba mate y su cultivo, que llegarían a ser para él una verdadera obsesión.

En efecto, decidió dirigirse a la zona de las viejas misiones jesuitas, entre los ríos Paraná y Uruguay, donde crecía espontáneamente la yerba mate. Partió solo, en octubre de 1820, dejando a su esposa Adelaine, a la que no volvería a ver, pues ella regresó posteriormente a Francia.

En la entonces “República de Entre Ríos”, que abarcaba también las actuales provincias de Corrientes y Misiones, Bonpland estudió la flora de la región y resolvió fundar un establecimiento agrícola para dedicarse al cultivo de la yerba mate.

Aunque la Universidad de Buenos Aires lo había nombrado profesor de Medicina, él no acude a hacerse cargo de la cátedra, pues en Corrientes había logrado la confianza del Supremo Entrerriano.

Francisco Ramírez fue quien lo entusiasmó ante la perspectiva que podía ofrecer el negocio de la yerba mate. Fue así que se radicó en el lugar llamado Santa Ana, donde hace su codo el Alto Paraná, casi frente a la ciudad paraguaya de Encarnación.

Allí instaló una colonia agrícola con un grupo de peones indígenas, y a los seis meses sus trabajos comenzaron a dar fruto. Sin embargo, el dictador de Paraguay José de Francia, que creía que Bonpland era un espía, pero sobre todo porque no podía permitir que alguien amenazara el monopolio paraguayo de la yerba mate, entró a sangre y fuego a la finca del francés, a quien apresó y mantuvo cautivo durante nueve años.

Liberado gracias a las presiones de personalidades de todo el mundo (en Europa era aclamado como un gran científico), el naturalista continuó su actividad en el litoral argentino. Se unió con la hija de un cacique guaraní, con la cual tuvo hijos durante su residencia en Entre Ríos.

Cuando Justo José de Urquiza se pronunció contra Rosas, Bonpland se unió al caudillo entrerriano. Lo visitó con frecuencia en su palacio San José y aportó sus conocimientos botánicos para el magnífico parque. Asistió después, como médico, a los soldados del Ejército Grande.

Ya octogenario, el naturista falleció en 1858 en Santa Ana y sus restos descansan en un cementerio de Pasos de los Libres. Su archivo personal quedó en la Universidad de Buenos Aires.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 08/09/2023 en Uncategorized

 

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El gualeguaychuense que fue colaborador de Ramírez

Hoy (25 de septiembre) se celebra un nuevo aniversario del nacimiento de Cipriano José de Urquiza, el gualeguaychuense que acompañó e inspiró a Francisco Ramírez en el sueño de la República de Entre Ríos.

Quien fuera hermano mayor de Justo José (el vencedor de Caseros) ocupa un papel secundario en la historiografía, pese a tener una actuación decisiva en aquellos años donde Entre Ríos enarboló la bandera de las autonomías provinciales.

Fue él uno de los redactores de los célebres “Reglamentos”, que dieron forma política y administrativa a la República de Entre Ríos (que abarcaba las actuales provincias de Entre Ríos, Corrientes y Misiones), la audaz creación de Ramírez.

Había nacido el 25 de septiembre de 1789 en la estancia “La Centella”, situada cerca de la villa San José de Gualeguaychú. Cipriano fue el primero de los nueve hermanos que nacieron en Entre Ríos y Justo José el anteúltimo.

El gualeguaychuense recibió enseñanza básica con el sacerdote Fortunato Gordillo y completó los estudios en la escuela pública de don Juan de Insiarte, en Concepción del Uruguay, adonde se había trasladado la familia.

En 1805 se matriculó en el Real Colegio San Carlos de Buenos Aires. Pero regresó a Entre Ríos sin completar los estudios para encargarse de la estancia paterna.

Según refiere Susana T.P. de Domínguez Soler, en su libro “Urquiza. Ascendencia vasca y descendencia en el Río de la Plata”, a principios de 1810 el virrey Cisneros nombró a Cipriano alférez de caballería del Escuadrón de la Villa del Uruguay.

Menciona además que el gualeguaychuense adhirió a la causa de la independencia y el director supremo Posadas, en 1814, lo designó regidor en el primer Cabildo de la flamante provincia de Entre Ríos.

Fue entonces que se embanderó con Francisco Ramírez, convirtiéndose en ministro general de la República de Entre Ríos, y reemplazándolo en las tareas de gobierno cuando el caudillo salía de campaña militar.

También hizo las veces de divulgador de las ideas de república y federalismo, a través de bandos, proclamas y del primer periódico entrerriano, “La Gaceta Federal”, aparecido en 1819. Veinte años después, Cipriano estuvo detrás del medio oficial “El Federal Entrerriano”.

Aunque en Gualeguaychú este último ha sido poco reivindicado, los historiadores ramirianos lo tienen en alta estima. Aseguran que el Supremo “tuvo la genial visión de contar con la eficaz colaboración de Cipriano de Urquiza (…) permanente orientador en el quehacer político, fiel y constante consejero; identificado con el federalismo”, según destaca María L. Zaffaroni de Gómez, integrante del Instituto Ramiriano de Estudios Históricos.

Entre las cualidades sobresalientes del gualeguaychuense estaban su vasta ilustración, su competencia en el manejo de la administración y el buen sentido en el gobierno, según sus biógrafos.

El caudillo entrerriano supo reconocer estas virtudes y por eso lo encumbró como ministro. Tras la muerte de El Supremo, Cipriano emigró a Paysandú junto con su cuñado el general Ricardo López Jordán (padre). De regreso, en 1825, intervino activamente en la política provincial.

Fue factor determinante para la llegada al poder provincial en 1841 de su hermano Justo José. Era una época en donde todos luchaban contra todos y Cipriano, que estaba hecho para la moderación, fue víctima de la violencia reinante.

En efecto, como gobernador delegado tuvo una muerte trágica en Nogoyá. Fue asesinado allí a tiros y lanzazos por una facción política opositora, el 26 de enero de 1844.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 30/09/2021 en Uncategorized

 

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El caudillo que lideró la autonomía provincial

Hoy se conmemora el 200º aniversario del fallecimiento de Francisco Ramírez, quien en el siglo XIX proclamó la República de Entre Ríos, una organización estatal autónoma pero unida a un país federal.

Corría el año 1786 y habían transcurrido tres años desde la fundación de Concepción del Uruguay por Tomás de Rocamora. En esa villa nació el 13 de marzo quien con el tiempo llegaría a dominar con perfil propio la escena litoraleña, con fuerte incidencia nacional.

Tercer hijo del matrimonio formado por Juan Gregorio Ramírez y Tadea Florentina Jordán, Francisco creció en un medio rural, donde formó su carácter viril conectado el amor a la tierra y a la libertad.

Según sus biógrafos, heredó el carácter enérgico, valiente y altivo de su madre, quién además incitaba a sus hijos a hacer política.

La vida pública del personaje empezó a los 17 años, cuando fue nombrado alcalde del ayuntamiento del Uruguay. Luego adhirió a la Revolución de Mayo y se mezcló en la guerra civil argentina del lado de la causa provincial.

Según los expertos, Ramírez se convirtió en un gran guerrero de la época. Fue un verdadero conductor de tropa y llegó a dominar una táctica y modalidad propias en la batalla.

“Su caballería llegó a ser la más fuerte del país. Sus maniobras se transformaban y sus ataques eran fulminantes con mucha acción”, relatan las historiadoras Confortti de Ratto y Zaffaroni de Gómez.

Fue lugarteniente de José Artigas, el Protector de los Pueblos Libres, cuyo ideario federal compartió, hasta que en 1820 rompió con el líder de la Banda Oriental, y entró en guerra con él.

“Pancho” Ramírez fue el gaucho rebelde que, junto a los paisanos de su patria chica entrerriana, enarboló los derechos de esta provincia. Por eso se propuso, junto a otros líderes federales, restablecer la igualdad civil entre los pueblos desafiando al poder porteño.

Quizá nada define con más claridad al caudillo que aquel “Naides es más que naides”, inscripto en su sello personal cuando fundó la República de Entre Ríos, en noviembre de 1820.

Con su lema, Ramírez mandaba un claro mensaje: el pueblo que él representaba no podía tolerar la prepotencia ni la arrogancia de otros. Por eso él, un diestro militar, y su implacable caballería entrerriana –que heredaría luego Urquiza- fueron rivales de peso frente al avance porteño.

A Ramírez lo animaba la idea federal orientada a la confederación nacional con los otros Estados similares a Entre Ríos. Para él, como lo fue luego para Justo José de Urquiza, el país no se podía organizar sobre la base del sometimiento de las provincias rioplatenses a un poder central.

El Supremo Entrerriano tuvo una muerte violenta a los 35 años. El 10 de julio de 1821, en Chañar Viejo (Córdoba), sus adversarios lo emboscaron cuando sólo lo acompañaban la Delfina, la bella rioplatense con la que convivía, y una docena de hombres.

Según la historia, al intentar huir a caballo observa que su amada ha quedado rezagada y es apresada por los perseguidores. Ramírez vuelve grupas y se lanza contra ellos. El leal Anacleto Medina logra rescatar a la Delfina, pero un trabucazo certero termina con la vida de Ramírez.

El historiador César Pérez Colman recuerda así la figura del Supremo Entrerriano: “El hombre, que durante una década había ocupado los más altos cargos en el ejército y gobierno de su provincia; no tenía en propiedad ni un centímetro de tierra para dejar como herencia (…) En cambio legó a su pueblo el caudal de su limpia foja de servicios a la Patria por cuya grandeza, cohesión y unidad luchó hasta el último aliento de su vida”.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 10/07/2021 en Uncategorized

 

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El sueño autonomista de Francisco Ramírez

Hoy (29 de septiembre) se cumplen 200 años de la creación de la República de Entre Ríos por parte de Francisco Ramírez, bajo cuyo liderazgo esta provincia adquirió conciencia política autónoma, pocos años después de que se produjera la independencia argentina.

El contexto global en que se produjo la irrupción del protagonismo político de Ramírez se inscribe en el dilema económico y político que enfrentaba el nuevo gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata.

El Imperio Español en América, que abarcó regiones con intereses distintos, pudo mantenerse mientras contó con las regalías mineras que permitían subsidiar los virreinatos deficitarios, como el que encabezaba Buenos Aires.

Este diseño se rompió con la independencia de los pueblos de estas latitudes. El régimen fiscal patrimonialista español basado en el ingreso de la minería procedente del Alto Perú, donde se concentraba la producción de plata, colapsó, lo que condujo a la división y a la anarquía de lo que había sido el Virreinato.

Ante esta severa escasez de recursos, la Aduana de Buenos Aires, vinculada al comercio de ultramar, se convirtió en el eje de la lucha política y militar por su control. La disputa entre las regiones del viejo virreinato, Buenos Aires y el Interior, el puerto y las provincias, arranca aquí.

Pronto el mayor polo de concentración y riqueza, estructurado alrededor del Puerto, tiene un peso exagerado en relación al resto del nuevo país. Así Buenos Aires, fundada en esta supremacía mercantil, pretende digitar la política sobre los demás pueblos, ejerciendo un férreo centralismo.

En este escenario convulso Francisco ‘Pancho’ Ramírez, oriundo de Arroyo de la China (hoy Concepción del Uruguay), encarnó un grito de rebeldía entrerriano frente al poder centralista porteño. Por eso propuso, junto a otros líderes federales, restablecer la igualdad civil entre los pueblos.
Acaso nada define con más claridad al caudillo que aquel “Naides es más que naides”, inscripto en su sello personal cuando fundó la República de Entre Ríos, un organismo político nuevo que incluyó también a Corrientes y Misiones (la actual Mesopotamia).

Con su lema, Ramírez mandaba un claro mensaje: el pueblo que él representaba no podía tolerar la prepotencia ni la arrogancia de otros. Por eso él, un diestro militar, y su implacable caballería entrerriana, fueron rivales de peso frente al avance porteño.

Los exégetas favorables al caudillo entrerriano sostienen que no se trató de una organización separada del resto de las Provincias Unidas del Río de la Plata, sino de la creación de un Estado autónomo, sustentado en la idea federal para conformar una confederación nacional con los otros estados similares.

Ramírez proclamó la República de Entre Ríos, desde la ciudad de Corrientes, por Bando el 29 de setiembre de 1820. El poeta entrerriano Guillermo Saraví romantiza esta creación diciendo: “De entre las llamas del bregar sañudo/ nació el estado libre que lucía/ la pluma del ñandú sobre su escudo/ como seña y blasón de autonomía”.

Un gualeguaychuense, Cipriano José de Urquiza, secundó a Ramírez en esta audaz empresa política. El relato histórico convencional coloca en un papel secundario a esta figura que, sin embargo, tuvo una actuación decisiva en aquellos años en los que Entre Ríos enarboló la bandera autonomista.

El experimento político de Ramírez duró muy poco tiempo, sucumbió luego de su desaparición física, que ocurrió el 10 de julio de 1821, cerca de Río Seco (Córdoba), cuando el caudillo fue emboscado y muerto por sus adversarios.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 03/10/2020 en Uncategorized

 

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Francisco Ramírez y su muerte legendaria

El 10 de julio de 1821, cerca de Río Seco (Córdoba), el General Francisco Ramírez encontró la muerte al intentar salvar a su amada Delfina, la bella rioplatense con la que convivía.

De esta manera, la muerte del caudillo entrerriano quedó envuelta en un halo romántico. La historia refiere que Ramírez, considerado el Supremo Entrerriano, había sido derrotado por su antiguo aliado, el santafecino Estanislao López.

Huyó entonces hacia Córdoba, secundado por Anacleto Medina, su incondicional ladero, y por una bella mujer llamada Delfina, una portuguesa que había conocido en Paysandú en 1818.

Desde entonces, convertida en favorita, ella lo acompañaba a todas partes, como un talismán. Tal parece que la Delfina, pelirroja y de piel muy blanca, era una amazona consumada.

Pero en tierras cordobesas, en aquel fatídico 10 de julio, el caballo de la Delfina rodó. Así, una partida santafecina la alcanzó y la despojó de su roja chaquetilla y del chambergo adornado con una pluma de avestruz que lucía cuando montaba.

Al ver a su amada en peligro, Ramírez volvió grupas y se enfrentó con los perseguidores; entonces fue cuando un certero balazo acabó con su vida. Ella, con la ayuda del fiel Anacleto Medina, logró huir.

Mientras tanto, la cabeza del infortunado caudillo fue separada de su cuerpo por el soldado Pedraza y, envuelta en un cuero de oveja, fue enviada al campamento de Estanislao López.

El gobernador de Santa Fe la colocó dentro de una jaula de hierro y tal parece que durante un buen tiempo fue exhibida al público para solaz de unos y repugnancia de otros.

Al pie del cerro del Romero, en Río Seco, en el mismo lugar donde se levantaba la antigua capilla de la villa, hay un monumento dedicado por el Gobierno de Entre Ríos a su caudillo.

Los poetas han recordado el final de Francisco Ramírez y de la Delfina, sugiriendo que el caudillo murió por amor. “Caudillo de montoneras,/ patriadas, entrerrianías,/ murió por salvarla a ella,/ a su querida Delfina”, dice Nora Pietroboni de Jourdan.

En tanto Nélida Scatena escribió: “Viene haciéndose la noche/ cuando un grito corta/ el silencio y el sonar de cascos:/ ¡Delfina está en el suelo!/ ¡ya la alcanzan!/ Sólo un nombre,/ en la tarde que se apaga./ ¡Panch..o..o..o…!/ Ramírez vuelve grupas/ y el enemigo apura su venganza./ Lo demás es silencio y es historia”.

En el poema “Un clavel para Francisco”, de la gualeguaychuense Teresa Zoilo se lee: “Era un 10 de julio/ y en Piedras de Río Seco,/ la tragedia se apoderó del Supremo./ Cabalgaba la Delfina,/ su caballo rodó y fue vencida,/ pero jamás abandonada por su amado./ Lo que no pudo el campo de batalla,/ lo permitió el amor desesperado./ Y el viento frío susurraba:/ es hora del adiós…/ es hora de partir…/ Al verla en tierra y rodeada,/ Francisco no dudó/  y regresó a rescatarla./ Se oyó un disparo…/ y la tragedia dibujó,/ un rojo clavel en pecho entrerriano./ ¡Oh Francisco!/ Con la primera estrella de la noche/ entregaste tu vida enamorada”.

Por otro lado, el gran poeta Leopoldo Lugones, en su obra “Romances del Río Seco”, dedica tres poemas a la historia de la muerte del caudillo entrerriano. Y en uno de ellos dice: “Más la fama de Ramírez/ no acabó con su desgracia,/ pues su muerte fue un espejo/ de sacrificio y audacia./ Saquen ahora la lección/ que todo cantor sincero/ debe poner en sus coplas/ como yo ponerla quiero./ El varón cabal perece/ dichoso en su adversidad/ si le abren su puerta de oro/ Patria, amor y libertad”.

 

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Publicado por en 28/07/2019 en Uncategorized

 

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El caudillo que lideró la autonomía provincial

Hoy (13 de marzo) se conmemora el 232º aniversario del nacimiento de Francisco Ramírez, quien en el siglo XIX proclamó la República de Entre Ríos, una organización estatal autónoma pero unida a un país federal.

Corría el año 1786 y habían transcurrido tres años desde la fundación de Concepción del Uruguay por Tomás de Rocamora. En esa villa nació el 13 de marzo quien con el tiempo llegaría a dominar con perfil propio la escena litoraleña, con fuerte incidencia nacional.

Tercer hijo del matrimonio formado por Juan Gregorio Ramírez y Tadea Jordán, Francisco creció en un medio rural, donde formó su carácter viril conectado el amor a la tierra y a la libertad.

Según sus biógrafos, Francisco heredó el carácter enérgico, valiente y altivo de su madre, quién además incitaba a sus hijos a hacer política.

La vida pública del personaje empezó a los 17 años, cuando fue nombrado alcalde del ayuntamiento del Uruguay. Luego adhirió a la Revolución de Mayo y se mezcló en la guerra civil argentina del lado de la causa provincial.

Según los expertos, Ramírez se convirtió en un gran guerrero de la época. Fue un verdadero conductor de tropa y llegó a dominar una táctica y modalidad propias en la batalla.

“Su caballería llegó a ser la más fuerte del país. Sus maniobras se transformaban y sus ataques eran fulminantes con mucha acción”, relatan las historiadoras Confortti de Ratto y Zaffaroni de Gómez.

Fue lugarteniente de José Artigas, el Protector de los Pueblos Libres, cuyo ideario federal compartió, hasta que en 1820 rompió con el líder de la Banda Oriental, y entró en guerra con él.

‘Pancho’ Ramírez fue el gaucho rebelde que, junto a los paisanos de su patria chica entrerriana, enarboló los derechos de esta provincia. Por eso se propuso, junto a otros líderes federales, restablecer la igualdad civil entre los pueblos desafiando al poder porteño.

Quizá nada define con más claridad al caudillo que aquel “Naides es más que naides”, inscripto en su sello personal cuando fundó la República de Entre Ríos, en noviembre de 1820.

Con su lema, Ramírez mandaba un claro mensaje: el pueblo que él representaba no podía tolerar la prepotencia ni la arrogancia de otros. Por eso él, un diestro militar, y su implacable caballería entrerriana –que heredaría luego Urquiza- fueron rivales de peso frente al avance porteño.

A Ramírez lo animaba la idea federal orientada a la confederación nacional con los otros Estados similares a Entre Ríos. Para él, como lo fue luego para Justo José de Urquiza, el país no se podía organizar sobre la base del sometimiento de las provincias rioplatenses a un poder central.

El entrerriano tuvo una muerte violenta. El 10 de julio de 1821, cerca de Río Seco (Córdoba), sus adversarios lo emboscaron cuando sólo lo acompañaban la Delfina, la bella rioplatense con la que convivía, y una docena de hombres.

Según la historia, al intentar huir a caballo observa que su amada ha quedado rezagada y es apresada por los perseguidores. Ramírez vuelve grupas y se lanza contra ellos. El leal Anacleto Medina logra rescatar a la Delfina, pero un trabucazo certero termina con la vida de Ramírez.

El historiador César Pérez Colman recuerda así la figura del Supremo Entrerriano: “El hombre, que durante una década había ocupado los más altos cargos en el ejército y gobierno de su provincia; no tenía en propiedad ni un centímetro de tierra para dejar como herencia (…) En cambio legó a su pueblo el caudal de su limpia foja de servicios a la Patria por cuya grandeza, cohesión y unidad luchó hasta el último aliento de su vida”.

 

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Publicado por en 28/03/2018 en Uncategorized

 

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El líder, humano, demasiado humano

La consagración de los gobernantes en deidades –una idolatría que practicaban sobre todo en la antigüedad– revela hasta donde el poder es capaz de embriagar a quienes lo ejercen.
La exaltación de los hombres poderosos al rango de dioses –proceso que se conoce como deificación– esconde la pretensión de vencer a la muerte. Pero la inmortalidad no les ha sido concedida a los hombres, aunque sean poderosos.
El comentario viene a cuento a partir de la conmoción pública que generó la noticia de que Hugo Chávez, el presidente de Venezuela, padece cáncer, y de los esfuerzos del gobierno de ese país por minimizar el dato.
La razón de Estado, se sabe, impone ocultar la dolencia del político lo más que se pueda. El hermetismo es la táctica habitual en estos casos para no dejar trascender debilidad política.
En regímenes autocráticos, del tipo que conduce el caudillo venezolano, la enfermedad del líder equivale a un verdadero golpe de Estado. Es lógico que esto suceda en aquellos sistemas políticos que descansan en la voluntad omnímoda de un sujeto.
Cuando la salud del líder que todo lo concentra derrapa, la zozobra y la angustia atrapan a su facción social simpatizante la cual, consciente e inconcientemente, lo ve más como un héroe invencible que como un hombre de carne y hueso.
La condición mortal de los jefes de Estado ha hecho que la ciencia política extraiga algunas conclusiones. Una de ellas es que es preferible que la estabilidad política dependa del sistema y no de un caudillo.
Los regímenes de impronta personalista que superponen la figura del mandatario con el Estado, que instalan simbólicamente el culto del caudillo o el mito de las jefaturas invencibles, no sólo desafían la biología.
También incuban inestabilidades futuras, porque cuando el mandamás queda minusválido, el Estado aparece discapacitado. Además la lucha por la sucesión, ante el vacío dejado por quien dominaba la escena, puede ser despiadada.
El fascismo y el nazismo, al igual que el estalinismo -para dar algunos ejemplos del siglo XX- se ajustan a este esquema de reverencia jerárquica al poder de uno solo.
Las democracias modernas, en cambio, construyen la gobernabilidad alrededor de un entramado institucional que evita que la desaparición física de un jefe de Estado equivalga poco menos que al fin del mundo.
De suerte que la enfermedad terminal que pueda sufrir el mandatario no haga metástasis en el sistema político-institucional en su conjunto, que funciona independientemente de la suerte de las personas y prevé el relevo dirigencial sin conmoción.
El periodista Carlos Pagni, a propósito del caso Chávez, especula sobre el hecho de que un estilo autoritario de gobernar termina enfermando a sus protagonistas.
Trascartón cita a Alberto Lederman, un experto en factores emocionales y liderazgos, quien sienta la tesis contraria: “El poder no es la causa. Es el síntoma (…) El poder es una estrategia defensiva para resguardar una vulnerabilidad del mundo emocional del sujeto. El que va detrás del poder es porque lo necesita (…) Poder y fragilidad son vecinos”.
Es común que la dolencia de los líderes se convierta en secreto de Estado. Siempre fue así. Ocultar graves enfermedades durante los mandatos al parecer es recomendable políticamente.
Pero hay algo más: por alguna razón ancestral, ningún hombre con poder puede mostrarse como un simple humano. Desde los Césares hasta acá, quienes se colocan por encima de los semejantes suelen alimentar fantasía divinizadoras.
Hasta que llega la enfermedad y la muerte para recordarles, al decir de Nietzsche, que son humanos, demasiado humanos.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 19/07/2011 en Uncategorized

 

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