CÓMO ENTENDER AL AUTOR DE “FACUNDO”, SEGÚN PEDRO BARCIA
Sarmiento, el civilizador impaciente
Su visión del país no era exacta y hasta simplificadora. Un error de Sarmiento achacable a su pasión por querer transformarlo rápido, según explicó Pedro Luis Barcia en Gualeguaychú.
Por Marcelo Lorenzo
No es como José de San Martín o Manuel Belgrano, cuya mención concita la simpatía de los argentinos. Domingo Faustino Sarmiento, por el contrario, polariza la opinión. De suerte que en torno al autor de “Facundo” sólo se congregan panegiristas o detractores.
Jorge Luis Borges (un simpatizante del sanjuanino) decía que se puede estar a favor o en contra de Sarmiento, pero no indiferente ante él. Es decir, no se puede soslayar la herencia sarmientina, so pena de desconocer al país y su historia.
Hacer eso sería, curiosamente, adoptar aquel vicio que los propios adversarios le enrostraron siempre a Sarmiento, acusado de ideologismo perverso y fabulador. Por otra parte, ¿cuánta opinión del pasado es fundada, y por tanto creíble, en un país donde se ha reemplazado el pensamiento por la consigna partidaria?
Para hablar de Sarmiento -y criticarlo- hay que haberlo leído. Y acaso pocos tienen, al respecto, la autoridad de Pedro Luis Barcia, que realizó en Gualeguaychú, el viernes 27 de abril, una interpretación del personaje que se alejó justamente de todo abordaje maniqueo.
Fue ante un nutrido público reunido en la Biblioteca Sarmiento de la ciudad, como inicio de los actos celebratorios de los 150 años de existencia de esa casa, la cual vio la luz bajo la inspiración sarmientina de crear bibliotecas populares.
En la ocasión, el disertante entregó a la biblioteca el libro de su autoría “Ideario de Sarmiento”, una obra en tres tomos (más de mil páginas) que contiene todo el pensamiento del personaje, y forma parte de la Colección Idearios Argentinos.
De la conferencia, que versó sobre «Sarmiento y su lectura sobre la pampa», se extrae una idea no complaciente del sanjuanino, aunque el señalamiento de sus extravíos ideológicos (por ejemplo su teoría de trasplantar Europa a América) es compensado por la afirmación de que fueron producto de la impaciencia política de alguien obsesionado por modernizar de golpe al país.
“El problema es que a Sarmiento le apremiaba el tiempo para hacer cosas. Quería ver esos cambios en vida transformando la realidad de golpe. No digo que esto lo justifique, pero lo explica en gran medida”, concluyó.
Barcia le hace objeciones a Sarmiento, pero coloca esos defectos en perspectiva histórica y en la piel de un hombre con dotes extraordinarias urgido por cambiar el estado de cosas. Y mirando el conjunto de lo que hizo por el país, sostiene que el balance final es positivo.
La primera contradicción que salta a la vista es que Sarmiento habló de la pampa sin haberla visto nunca. Su libro esencial “Facundo”, que escribió y publicó en 1845, donde expone la célebre dicotomía civilización y barbarie, y asimila la pampa a esta última, es una “etnografía de poltrona”, como le señalan sus críticos.
Eso quiere decir que se sirvió de los relatos de otros, especialmente de viajeros ingleses, para hacer una interpretación de la geografía dominante del país y de sus habitantes, los gauchos.
“Casi todos los capítulos de ‘Facundo’ tienen un epígrafe de un viajero, básicamente inglés. Y esto porque Sarmiento no conocía la pampa sino de referencia. De oídas, pero no de vista. Conoce la pampa recién en 1851 cuando la atraviesa, por el sur de Santa Fe y el norte de la provincia de Buenos Aires, con el ejército de Urquiza”, relató Barcia.
Y añadió: “De esta manera el caudillo entrerriano -a quien Sarmiento no quería- le permitió conocer la pampa que nunca había visto, pero la que sin embargo había descripto en ‘Facundo’. ¿Cómo la conocía? Pues a través de los viajeros ingleses y de los escritos por ejemplo de Esteban Echeverría, Dominguez, y Bartolomé Mitre”.
¿QUÉ HAY DETRÁS DE “FACUNDO”?
Según Barcia, las claves de interpretación de “Facundo” las ofrece el propio Sarmiento en la introducción a la obra, cuando sostiene que se propone descifrar el enigma de la Argentina bajo Juan Manuel de Rosas.
Allí dice que él quiere ser el Edipo de la leyenda griega que frente a la esfinge (el bárbaro Rosas) salve a la Tebas del Plata. También quiere encarnar a otro protagonista: aquel que desata el nudo gordiano del país, una expresión que también procede de una leyenda griega.
Desatar ese nudo significa resolver tajantemente y sin contemplaciones un problema. Es decir que descubriendo la esencia del problema, se pueden revelar todas sus implicaciones.
También para dilucidar el misterio argentino, Sarmiento se propone como el Alexis de Tocqueville de América del Sud, el pensador francés que una década antes había descripto la democracia norteamericana, señalando sus puntos fuertes y débiles.
Esto demuestra, según Barcia, que en el sanjuanino primaba la voluntad de interpretar al país pero con el único propósito de transformarlo lo antes posible. “Se aplica a un sistema interpretativo, pero no para pavear ante la realidad, sino para operar en ella”, refirió.
La urgencia política condiciona, así, un pensamiento que abusa del contraste, que no ve grises, ni admite gradualismos. No sólo las apreciaciones sobre la pampa no tenían base en la experiencia real (pues no conocía ese espacio).
La civilización en las ciudades como valor positivo, y la barbarie en el campo como rasgo negativo, es una simplificación enorme. “¿Pifia Sarmiento en esta oposición?”, pregunta Barcia. Y contesta: “Sí, pifia”.
Sin embargo, luego aclara que el autor de “Facundo” irá flexibilizando esta oposición, por ejemplo cuando admite que hay ciudades, como Córdoba, que se presentan bárbaras, porque permanecen inmóviles y escasamente dinámicas.
Pero hay otro dato más importante: la formulación de Sarmiento no es “civilización o barbarie”, lo que instalaría en el propio país dos realidades excluyentes e incompatibles.
Se trata, en el fondo, de “civilización y barbarie”, donde el nexo “y” refleja, según la lectura de Barcia, que no se está frente a una opción de hierro entre blanco o negro. “Es decir, entre estas dos entidades hay confluencia, hay coexistencia. Hay un deseo de comprender la realidad para superarla”, explicó el disertante.
Otra característica de Sarmiento: no es pesimista. Cuando lee la realidad es para encontrar en ella los resquicios que hagan posible transformarla. “Y el instrumento de cambio para él, como se sabe, es la educación”, dice Barcia.
Sarmiento también yerra cuando predica desde “Facundo” su lema simplista de “vaciar la Europa en América”. Según Barcia, el uso del verbo denuncia un procedimiento de volcado de un líquido en un recipiente pasivo.
“Es decir, nos está reduciendo a mero recipiente de materia europea”, razona el disertante, un pensamiento que refleja los apremios políticos del autor. “Otra vez aparece aquí la urgencia por superar el estado del país. Sarmiento encontró como salida copiar lo europeo y traerlo acá”, indicó.
El “trasplante cultural”, ésta es la idea polémica que Sarmiento maneja a lo largo de los años y a partir de lo cual se lo acusará de idealizar lo foráneo contra lo propio, contra lo americano.
Dice Barcia que lo contrario del trasplante es la “aclimatación seminal”, la fórmula más realista que pregonaba el romántico Esteban Echeverría. Sarmiento optó por “traer lo hecho de afuera, no la semilla; es decir el árbol hecho y plantarlo acá”.
El otro extravío es haber dicho que “el mayor mal del país es su extensión”. Para Barcia se trata de una “barbaridad”, una pifia que Sarmiento repite de Rivadavia, el gobernador de Buenos Aires al que le quedaba grande su propio distrito y con más razón el resto del país.
Si la extensión es un problema, de lo que se trata es de poblar la vasta geografía deshabitada. Así razona Sarmiento, que no quiere quedarse con el diagnóstico sino operar en la realidad. “¿Y cómo se puebla según Sarmiento? Con Europa”, apunta Barcia.
Pero después el sanjuanino se decepciona de Europa, a la que ve proletarizada por el industrialismo, en cuyo seno crece una “barbarie ciudadana”. La visión idealizada de Europa contrasta con la miseria de masas iletradas y empobrecidas.
La visita a Estados Unidos lo deja obnubilado. Esta vez la observación directa de ese país le da fundamentos empírico suficientes para poner a Norteamérica como el nuevo modelo a seguir, en la línea del trasplante cultural.
“Cuando llega a Estados Unidos se deslumbra; cree que ahí está el futuro”, dice Barcia al describir la admiración del sanjuanino, aunque desprecia de ese país la esclavitud. Pero es una admiración operativa, pensando en Argentina.
“Ahora se trata de volcar Norteamérica en Argentina. Otra vez volvemos a la simplificación”, objeta el disertante. Pero es, nuevamente, la simplificación propia de aquel al que le urge todo, que no quiere perder el tiempo, que siente que se demora la empresa civilizadora.
© El Día de Gualeguaychú
Pedro Barcia en el Instituto Magnasco de Gualeguaychú