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Rosario y el clásico Hobbes vs. Rousseau

La élite argentina se debate hoy en torno a qué hacer en Rosario (Santa Fe), una ciudad al borde de la anarquía por la acción depredadora de bandas narcos. Frente al problema parecen emerger dos concepciones acerca de lo que hay que hacer: una represiva estatal frente a la anomalía y otra más bien abstencionista de las fuerzas de seguridad.

La primera se enrola bajo el discurso de “derecha” de que hay que reestablecer urgente el imperio de la ley llevando gendarmes y eventualmente al Ejército al terreno. Y esto porque el Estado, que tiene el legítimo monopolio de la fuerza, es el garante del orden público.

Del otro lado están los “progresistas” o de “izquierda”, quienes predican la abstención estatal alegando que cualquier intento de militarizar el conflicto conlleva a una violación de los derechos humanos de las personas.

No deja de ser paradójico que el mileísmo oficial, que se dice anarquista, apele al Estado para encauzar el caos rosarino, mientras que los progresistas, tan estatistas en todo, sean afectos en materia de seguridad a la doctrina del “dejar hacer, dejar pasar”.

Miradas estas dos versiones vernáculas a la luz de la teoría política moderna, nos recuerda que toda política se inspira sobre presupuestos antropológicos. De tal manera que lo que se haga o no desde el poder se sustenta en las creencias filosóficas que se tengan sobre los móviles humanos.

Al respecto, salta a la vista que en Argentina sobre este tópico están los que, por un lado, simpatizan con los postulados del filósofo inglés Thomas Hobbes, mientras hay otros que suscriben las ideas del suizo Jean-Jacques Rousseau.

¿Somos buenos o malos por naturaleza? La respuesta que se le dé a este dilema funda el antagonismo existente en materia de seguridad. Si se cree que el hombre es “lobo” del hombre, como sostiene Hobbes, resulta por tanto imperioso que haya un organismo autorizado (el Estado) con el poder necesario para evitar la guerra civil. 

Es la posición que suscribe el gobierno argentino y una parte de la opinión pública, que avala así la intervención de las fuerzas de seguridad para poner orden en Rosario.

Si, en cambio, se cree que el hombre es “bueno” por naturaleza, pero la sociedad (y el Estado) lo corrompen, como afirma Rousseau, entonces se está en las filas progresistas (buena parte de la oposición política y una parte de la opinión pública).

El enfoque russoniano se echa de ver en el discurso de aquellos políticos para quienes los narcos y sus socios, que lideran el crimen en Rosario, en lugar de ser los malos de la película en realidad son las “víctimas” de un orden injusto, el capitalista, que los crea desde sus entrañas.

Bajo esa óptica, el narcotraficante es alguien al que el sistema obliga a delinquir. Tiene una bondad natural que la otros estropean, diría Rousseau. Por tanto, dado que él no es responsable de lo que hace, hay que pensar en sus derechos, como defiende la postura “garantista” expresada por la doctrina Zaffaroni.

La teoría hobbesiana está en las antípodas. “Mientras los hombres vivan sin un poder común que los atemorice, se hallan en la condición que se denomina estado de guerra; una guerra tal que enfrenta a todos contra todos”, escribió en el Leviatán.

Desde aquí, resulta legítimo que el Estado (tribunales y fuerzas de seguridad), un mal necesario inventado para evitar las luchas intestinas, reprima a los elementos que pretenden subvertir el orden social o evite las tropelías que atenten contra la paz social.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 12/04/2024 en Uncategorized

 

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Hacerse la víctima para manipular a los demás

Una cosa es ser víctima legítima, es decir una persona vulnerable que ha sido objeto de un daño objetivo. Pero muy otra es victimizarse, una forma de manipulación difícil de reconocer y que puede adquirir rasgos de época.

El concepto de víctima tiene a veces una fuerte carga polémica. Hay una tendencia a identificarse y apoyar, así, a las personas que sufren daños, inclusive lesiones físicas o mentales, sufrimiento emocional, pérdida financiera o menoscabo sustancial de los derechos fundamentales.

Sin embargo, esta condición es objeto también de tergiversación, de suerte que se ha desarrollado un reverso inquietante, el victimismo, que despierta en el imaginario colectivo lógico rechazo.

Ciertamente, hay muchas víctimas legítimas en nuestra sociedad y, en particular, en los grupos sociales más vulnerables e históricamente discriminados.

El victimista, en cambio, se disfraza de víctima, consciente o inconscientemente, simulando una agresión o menoscabo inexistente y responsabilizando erróneamente al entorno o a los demás.

Se trata de un modelo humano basado en una afición por renegar de sí mismo y no aceptar su responsabilidad vital. Quien adopta esta actitud se autocontempla con consentidora indulgencia, a veces como una estrategia consciente para sacar provecho.

De hecho, hay un victimismo malévolo. Se ha descubierto que detrás de la fachada de víctimas virtuosas subyace una “tríada oscura”: maquiavelismo, narcisismo y psicopatía.

Son personas inescrupulosas, obsesionadas por el poder (propio del maquiavelismo), el autoengrandecimiento (del narcisismo) y el desprecio por las normas y los sentimientos de los demás (de la psicopatía).

En psicología el victimismo es un trastorno paranoide de la personalidad en el que el sujeto adopta el papel de víctima a fin de, por un lado, culpar a otros de conductas propias y, por otro, enarbolar la compasión de terceros como defensa a supuestos ataques.

Por otro lado, hay quienes piensan que el victimismo ha devenido cultural. Eso cree el ensayista italiano, Danieli Giglioli, para quien “la víctima es el héroe de nuestro tiempo”.

En su libro “Crítica a la víctima”, este autor investiga los orígenes y los síntomas de lo que podría llamarse la “ideología de la víctima” en la sociedad contemporánea.

Allí sostiene que esta postura otorga prestigio, exige escucha, promete y fomenta reconocimiento, activa un potente generador de identidad, de derecho, de autoestima. Inmuniza contra cualquier crítica, garantiza la inocencia más allá de toda duda razonable.

Giglioli dice que existen las víctimas hereditarias, los descendientes de antepasados que sufrieron algún tipo de injusticia y que se benefician de ese legado en la actualidad, victimizándose ellos también, perpetuando el dolor y cultivando el resentimiento.

“La víctima no tiene necesidad de justificarse y ese es el sueño del poder, una posición estratégica”, comenta al señalar que hoy “nadie se postula para el poder sin decir que es víctima de algo”.

El italiano dice que urge superar este paradigma paralizante que divide a la sociedad en víctimas y culpables, y rediseñar una praxis, una acción del sujeto en el mundo que sea acreedora de futuro, no de pasado.

Por otro lado, el psicólogo Jonathan Haidt y el experto en educación Greg Lukianoff consideran que en Estados Unidos se está “mimando la mente” de las generaciones más jóvenes, predisponiéndolas a sentirse víctimas en cuanto son expuestas a ideas que chocan con sus posiciones ideológicas.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 22/09/2023 en Uncategorized

 

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Los accidentes de tránsito, entre las principales causas de muerte

Hoy (10 de junio) en Argentina se celebra el Día de la Seguridad Vial, dedicado a promover la educación vial como estrategia para reducir los accidentes de tránsito, causa importante de morbimortalidad.

La fecha elegida se debe a un curioso suceso de la vida nacional: el “cambio de mano” de circulación. En nuestro país regía la norma que ordenaba el sentido del tránsito por la mano izquierda, al igual que en Gran Bretaña. Pero el 10 de junio de 1945 se decretó el sentido del tránsito por la derecha, tal como es norma generalizada en la mayoría de los países.

Según establece “Pensar Salud”, sitio web dedicado a estadísticas y buenas prácticas sanitarias, los accidentes de tránsito se posicionan dentro del top 5 de los motivos de muertes en el país.

Los accidentes automovilísticos están en 4º lugar de los hechos que mayor cantidad de muertes producen a nivel nacional.

El listado se compone así: en 1º lugar, por enfermedades del corazón y el sistema circulatorio; en 2º, por tumores y cánceres; 3º, por enfermedades respiratorias; 4º, por los accidentes de tránsito y la violencia; en 5º lugar, por infecciones y parásitos.

Durante el año 2022, de acuerdo a las estadísticas producidas por la ONG Luchemos por la Vida, se produjeron 6.184 muertes por esta causa. La cifra es mayor de la informada de manera preliminar por la Agencia Nacional de Seguridad Vial (ANSV), la cual determinó que fueron 3.828 víctimas fatales.

Una de las razones del sub-registro de la agencia oficial estatal es que de manera preliminar incluye sólo a las víctimas en el lugar del hecho y la ONG abarca, además de ellas, a los fallecidos dentro de los 30 días posteriores al siniestro.

Por lo que se estima que unas 2.000 personas fallecieron en los días posteriores al accidente, aunque los datos de la asociación no son oficiales ni fueron aún constatados por el Consejo Federal de Seguridad Vial (CFSV).

Según la Agencia Nacional de Seguridad Vial, entre las víctimas fatales por accidentes, el 75% de los casos fueron hombres menores de 35 años. El 52% de los accidentes ocurren en las rutas, el 20% en las calles y el 14% en las avenidas.

A modo de desglose, los tipos de usuarios fueron: 40%, ocupantes de motos; 27% de autos; 10% de peatones; 8% de camionetas; 4% de ciclistas; 3% de transportistas de carga.

Los motivos que ocasionan un accidente no solamente se dan por una mala maniobra o un simple hecho de “mala suerte”. Son muchos los factores que deben ser tenidos en cuenta y que convergen a la hora de establecer los causantes de un siniestro vial.

De manera general, las causas son: el error humano (89,5%), el medio en el que se produce el siniestro (8,8%) y muchísimo más lejos, el estado del vehículo (1,6%).

De esta forma, se confirma que en la mayoría de los casos los “accidentes” son por culpa del conductor: ya sea por alguna actitud negligente, una distracción o la propia impericia. De manera particular, la principal causa de siniestros viales en Argentina, es el uso de celular mientras se conduce.

Otro factor que tiene un alto grado de implicancia en los accidentes de tránsito, es el alcohol. Según los datos relevados, en 1 de cada 4 accidentes viales hay presencia de alcohol, estipuló Seguridad Vial de la Nación Argentina.

Otros de los factores determinantes es la falta de los elementos de seguridad entre los motociclistas nacionales, como luces, chaleco refractario y casco.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 11/06/2023 en Uncategorized

 

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La naturalización de las relaciones abusivas

Las víctimas de maltrato suelen atarse a esa relación abusiva, al punto de desarrollar una dependencia afectiva con su victimario. Se trata de una de las rarezas humanas que explican por qué se reproducen ciertas conductas tóxicas.

Miles de personas se encuentran inmersas en relaciones abusivas familiares o de pareja sin saberlo y normalizando el infierno del que son víctimas. Una venda colocada en sus ojos les impide ver, así, su situación de sometimiento.

Como esa mujer que confesó simpatía por su pareja, en realidad su captor: “Como él me hizo sentir que nadie más me querría y que era afortunada por tenerle en mi vida, me convencí de que esa relación era mi hogar”.

Esta mujer había desarrollado el síndrome de Estocolmo, una reacción psicológica en la que la víctima de un secuestro o retención en contra de su voluntad desarrolla una relación de complicidad y un fuerte vínculo afectivo​ con su secuestrador o retenedor.

Esta relación no solo surge ante un secuestro, también se puede dar en miembros de sectas, prisioneros de guerra, hijos de padres maltratadores o víctimas de violencia en la pareja.

En 1973 en la ciudad de Estocolmo (Suecia), en un asalto bancario, los ladrones retuvieron a los empleados durante varios días. Al momento de la liberación un periodista fotografió el instante en que un rehén y uno de los captores se besaban.

Este hecho sirvió para bautizar esta extraña conducta, que muestra a víctimas y abusadores en relación de complicidad, como “síndrome de Estocolmo”.

Basta con que exista la figura de la víctima por un lado, y la del maltratador por otro, para que pueda darse esta singular relación emocional. Esas figuras típicas, en realidad, están presentes en un sinnúmero de situaciones humanas, que involucran a personas, a grupos humanos o a sociedades enteras.

Según el psicólogo Nils Bejerot, el síndrome puede afectar a: rehenes, miembros de sectas, niños abusados, prisioneros de guerra, prostitutas, prisioneros de campos de concentración, víctimas de incesto y de violencia doméstica.

Puede, así, desarrollarse entre una mujer golpeada o maltratada psicológicamente (víctima) y su pareja agresora. ¿Cuántos casos hay de novias o esposas que pese a las vejaciones sufridas suelen ser leales a sus abusadores, hasta el punto de defenderlos y justificarlos?

Personas cautivas por alguna jefatura abusadora, pueden finalmente convertirse a la ideología de sus captores. Esto tiene lugar, por ejemplo,  en las sectas, en las organizaciones encabezadas por un líder mesiánico, de carácter autoritario, no importa su procedencia religiosa, política o ideológica.

Aquí a los miembros, a los que se les expropian la voluntad y el pensamiento, mediante operaciones de violencia psicológica y simbólica, no sólo se los programa para obedecer sino para idolatrar al jefe (identificación con el agresor), al precio incluso de ofrendarle la propia vida. 

El síndrome de Estocolmo, por otro lado, se ha utilizado como unidad de análisis psicosocial para explicar el comportamiento de sociedades que reinciden con dirigentes que las maltratan y las empobrecen.

La identificación con el agresor pide –en este caso, como en otros- que la víctima social asuma el comportamiento, la actitud y el modo de pensar de quien la mantiene bajo sus acciones e ideología.

La morbosidad de la situación puede llegar al colmo de manifestaciones de agradecimiento y aprecio, a lo largo del tiempo, hacia los abusadores, a quienes se les presta lealtad.

El síndrome, de última, hace posible que los malos tratos sean, sorprendentemente, deseados.

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Publicado por en 06/11/2022 en Uncategorized

 

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La moda delictiva de las estafas telefónicas

En el último tiempo se ha intensificado en la ciudad y en el resto del país la práctica delictiva consistente en estafar a la gente a través del teléfono.

La cuestión está adquiriendo una dimensión más que preocupante en medio de la crisis económica de las familias. Y es por eso que las autoridades policiales han reiterado las advertencias a la población para que tome recaudo y haga la denuncia pertinente.

Este modo de timar conocido desde siempre como el “cuento del tío” tiene detrás la presencia de una organización delictiva que conoce los vericuetos del mundo virtual y sabe desarrollar distintas formas de estafa, dirigidas sobre todo a adultos mayores, proclives a aceptar estas ofertas engañosas.

Los estafadores entran en los hogares a partir de una llamada telefónica, que generalmente es el boleo, aprovechando que mucha gente permanece en sus casas durante la vigencia del aislamiento social por la pandemia.

Premios virtuales, canje urgente de billetes de pesos o dólares que “pierden su valor” y hasta el resguardo de joyas son algunos de los ardides utilizados para engañar a sus víctimas. En otras ocasiones, aprovechan las posibilidades de los celulares para realizar “secuestros virtuales” a cambio de jugosas recompensas.

Una de las estafas telefónicas de moda utilizada para robar datos del homebanking es el “vishing”, en la cual el atacante se comunica con la víctima, por teléfono o mensaje de voz, haciéndose pasar por una empresa, un banco u otra entidad (Anses, Caja de Jubilaciones, Desarrollo Social, etc.), con el objetivo de convencer al usuario de que le brinde sus datos personales o los de acceso a su cuenta bancaria.

En este tipo de engaños, el atacante llama a la víctima y le dice que fue seleccionada para recibir un supuesto beneficio económico para lo cual le da un código numérico. En una segunda llamada, otro atacante, que supuestamente también es parte de la entidad que le otorgará el beneficio, le dice que tiene que ir a una sucursal bancaria para ingresar ese código obtenido en primera instancia y de esa forma el dinero prometido será depositado en su cuenta.

Aquí lo que termina ocurriendo es que el atacante guía a la víctima para que ésta configure la clave recibida como nuevo acceso a su cuenta bancaria online, y así el ciberdelincuente obtiene acceso a sus operaciones. Luego solicita créditos a nombre de la víctima y se apropia de ese dinero.

El vishing, al igual que las otras estafas telefónicas, está basado en técnicas de ingeniería social, que es la práctica de obtener información confidencial a través de la manipulación de usuarios.

El jefe de la Policía Departamental de Gualeguaychú, Cristian Hormachea, en diálogo con este diario, confirmó el auge de esta práctica delictiva. “En la provincia debe haber 20 o 30 estafas consumadas por día tranquilamente, personas que terminan sacando créditos de 200 o 300 mil pesos”, describió.

Ante una llamada de estas características, las autoridades aconsejan no dar datos personales ni de la familia, no realizar transferencia ni brindar claves bancarias y alertar a los adultos mayores sobre estos casos.

Por lo demás, se recomienda que ante cualquier llamada “dudosa” es conveniente cortar la comunicación telefónica y alertar a la policía sobre el episodio.

Cabe consignar que el “ciberdelito” consiste en conductas ilegales realizadas  en el ciberespacio a través de dispositivos electrónicos y redes informáticas, dentro de las cuales se destacan las estafas o delitos contra la propiedad.

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Publicado por en 14/05/2021 en Uncategorized

 

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Holocausto, la más oscura noche de la historia humana

El 27 de enero se celebra el Día Internacional de Conmemoración de las Víctimas del Holocausto, una fecha que remite a un acontecimiento de indecible monstruosidad, cuyo recuerdo amonesta la conciencia humana.

Hace 76 años, el mundo se anotició de que las tinieblas se habían asentado en el corazón de Europa -en Alemania, la patria de Schiller, Goethe y Beethoven- cuando las tropas soviéticas liberaron el campo de concentración y exterminio nazi de Auschwitz-Birkenau, el 27 de enero de 1945.

A partir de entonces se tomó nota de que en unos pocos años, entre 1939 y 1945, unos seis millones de judíos -las dos terceras partes de la población judía europea- fueron asesinados sistemáticamente por los nazis.

La magnitud del horror contenido en esta simple constatación es casi imposible de concebir. Aunque éste no fue el primero ni el último ejemplo de genocidio, el cometido por los nazis fue de una escala que no ha sido sobrepasada hasta ahora.

El término “holocausto” deriva de una palabra griega que significa “quemado en su totalidad”, y se aplica en el Antiguo Testamento a los sacrificios de animales en los que las víctimas eran consumidas por el fuego.

La alusión se refiere a la incineración de los cuerpos de los judíos asesinados en los crematorios de los campos de exterminio. En tanto que para esa etnia el intento de aniquilar al judaísmo europeo es la Shoah, palabra hebrea para “catástrofe”.

No resulta fácil comprender los motivos de los verdugos, aunque se trataría de la conclusión lógica de la creencia en la superioridad de una raza sobre las demás.

“Nosotros, los alemanes, debemos aprender finalmente a no mirar a los judíos como gente de nuestra especie”. Esta declaración de Heinrich Himmler, jefe de las SS, da la clave de la ideología de la “solución final”.

Esa fue la expresión burocrática (Endlosung, en alemán) que utilizó el régimen de Adolf Hitler para enfrentar el “problema judío” en Europa y que consistió en un plan de varias etapas para eliminar a esa etnia.

Tras la llegada al poder de Hitler en Alemania en 1933, los judíos fueron expulsados del servicio civil y las tiendas y los negocios judíos fueron boicoteados.

Dos años después, las Leyes de Nuremberg privaban a los judíos de su ciudadanía alemana y les prohibían casarse con “arios” (como describían los nazis a la ‘raza’ rubia y de ojos azules germánica y escandinava).

El 9 de noviembre de 1938, durante las Kristallnacht (“la noche de los cristales rotos”), fueron atacados hogares, tiendas y sinagogas judías en toda Alemania y cerca de 100 judíos fueron asesinados.

En enero de 1942 un grupo de oficiales de alta graduación se reunieron en el suburbio berlinés de Wannsee para discutir sobre la forma de lograr la “solución final”.

El resultado fue un sistema brutalmente eficiente para la industrialización del asesinato. Se construyeron grandes campos de concentración en lugares como Auschwitz, Treblinka, Belzec, Majdanek, Chelmo, Sobibor, entre otros.

El investigador italiano Enzo Traverso reflexionó: “El genocidio judío es único en la historia, por haber sido perpetrado con el objetivo de una remodelación biológica de la humanidad; el único en que el exterminio de víctimas no era un medio, sino un fin en sí mismo”.

Los judíos no fueron las únicas víctimas de la “higiene racial” nazi: unos 400.000 gitanos fueron asesinados, junto con cifras inciertas de eslavos, homosexuales y personas con discapacidad mental o física. También fueron víctimas Testigos de Jehová y cualquiera que los nazis considerasen enemigo del Estado.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 30/01/2021 en Uncategorized

 

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Hiroshima y Nagasaki, símbolos de la devastación

Japón conmemoró esta semana el 75º aniversario de los ataques con bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, que mataron a más de 200.000 personas y dejaron a cientos de miles traumatizadas e, incluso, estigmatizadas.

“Temo que hayamos despertado a un gigante dormido, y su reacción será terrible”, habría dicho el Almirante Yamamoto, comandante de la flota japonesa que atacó la base norteamericana de Pearl Harbor en diciembre de 1941.

El jefe japonés profetizó, así, los eventos trágicos que se abatieron sobre Japón al declararle la guerra a Estados Unidos. La llamada guerra del Pacífico, que enfrentó a los dos países entre 1941 y 1945, acabó con los terribles bombardeos atómicos a dos ciudades japonesas, sellando el final del Japón imperial, que capituló el 15 de agosto de 1945, poniendo fin a la Segunda Guerra Mundial.

A mediados de 1944 los americanos ya habían liberado casi todas las islas del Pacífico y estaban decididos a desembarcar en Japón. Pero cuanto más se acercaban, más dura era la resistencia que ofrecían las tropas niponas.

Ante la negativa a rendirse, y la perspectiva de pérdidas enormes si intentaban una invasión de las islas centrales de Japón, los norteamericanos decidieron usar un arma nueva y horrenda.

El 6 de agosto lanzaron una bomba atómica sobre la ciudad de Hiroshima, matando al instante a 140.000 personas. Una segunda bomba cayó sobre Nagasaki tres días después, causando la muerte de 74.000 personas.

El 15 de agosto el emperador Hirohito pronunció su primer discurso radiofónico, anunciando la rendición incondicional de todas las fuerzas japonesas ante los Aliados.

Los ataques atómicos despidieron una radiación que fue letal, tanto a corto como a largo plazo. Se registraron enfermedades de origen radiactivo entre muchos de los supervivientes a la explosión y la tormenta de fuego.

Los supervivientes, conocidos como “hibakusha”, se convirtieron en una de las voces más potentes contra el uso de las armas nucleares, y se reunieron con líderes de todo el mundo para explicar su caso.

Las bombas atómicas no sólo hicieron que Japón se rindiera, sino que produjeron una completa transformación en las relaciones internacionales, inaugurando el período de la Guerra Fría.

Así, el mundo vivió a la sombra de una posible guerra nuclear en el período entre 1960 y 1990, pero sin que las dos potencias en pugna que poseían bombas nucleares, Estados Unidos y la Unión Soviética, se atrevieran a luchar “directamente” entre sí.

La historia de la construcción de la primera bomba atómica se remonta al Proyecto Manhattan (1942-1945), que reunió a importantes científicos de la época.

Todo comenzó en 1939 cuando el físico Albert Einstein, que como judío se había visto obligado a huir a Estados Unidos desde la Alemania nazi, escribió al presidente Franklin D. Roosevelt para advertirle que era posible que los alemanes ya estuvieran trabajando en armas nucleares.

En consecuencia, Roosevelt autorizó el Proyecto Manhattan, que en el más completo secreto reunió un equipo de los mejores físicos e ingenieros del mundo para desarrollar una bomba atómica.

El director del proyecto, Robert J. Oppenheimer, dijo dos años después de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki: “Los físicos han conocido el pecado; y éste es un conocimiento que no pueden olvidar”.

 

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Publicado por en 12/08/2020 en Uncategorized

 

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Con menos tránsito hay menos accidentes

Durante el aislamiento social se registraron menos siniestros, pero esto se debió a la menor cantidad de tránsito, según admiten autoridades de seguridad vial.

El efecto de la cuarentena en la circulación se redujo a niveles mínimos e indispensables en todo el país. Por esta razón, comparado con el año anterior, la cifra de muertes en las rutas se redujo un 80 por ciento, según reconoció el director ejecutivo de la Agencia Nacional de Seguridad Vial, Pablo Martínez Carignano.

A esto se le suma la reducción de la cantidad de camas en terapia intensiva ocupadas por personas relacionadas con accidentes de tránsito. En este sentido, Martínez Carignano destacó que “la incidencia que tienen los siniestros viales en el sistema de salud es enorme y esto en esta época de pandemia y aislamiento quedó evidenciado”.

No obstante, la disminución en la siniestralidad está relacionada con la merma en la circulación y no tanto con cambios en el comportamiento de los conductores, según el directivo.

“Sería buenísimo que todos entendamos que ponernos el cinturón de seguridad, usar el casco en la moto y no tomar alcohol antes de subirnos a un vehículo, hace que la probabilidad de que suframos un siniestro vial baje muchísimo”, recordó Martínez Carignano.

Las calles de la Argentina eran otras antes de la pandemia de coronavirus. En especial, antes de que se decretara el confinamiento social. Las avenidas bajaron el caudal de tránsito y las pocas personas que las cruzan van o vuelven de un supermercado, carnicería, almacén o verdulería.

La indicación de no salir busca que el virus no circule. No contagie. Pero esa norma también generó un efecto en otro tema de salud pública que muchas veces queda invisibilizado.

Las restricciones para circular impuestas por la pandemia de Covid-19 redujeron notablemente la cantidad de accidentes, al tiempo que bajaron sustancialmente las muertes viales. Se diría, por tanto, que no hay mal que por bien no venga, como señala el refrán.

Ahora bien, aunque la disminución del tránsito en las principales calles, avenidas y autopistas de las ciudades de todo el territorio nacional trajo como consecuencia menos siniestralidad, eso no significa que se haya producido un cambio radical en el comportamiento de los conductores.

Al respecto tras la pandemia, cuando se levante la cuarentena sobre todo en Buenos Aires, que todavía sigue con una estricta medida preventiva contra el virus, y al restablecerse el tránsito, se cree que también volverán los accidentes.

Las muertes por siniestralidad vial son la otra pandemia de la Argentina. Antes de la cuarentena, morían alrededor de 550 personas al mes víctimas de accidentes de tránsito, según las estadísticas oficiales.

Se trata de un verdadero problema de salud pública, una situación que afecta negativamente el bienestar de los individuos y de la población y puede analizarse desde su magnitud o su letalidad.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) para que un problema social sea considerado un problema de salud pública deben cumplirse cuatro condiciones: que ocurra amplia y frecuentemente; que cause severa discapacidad, sufrimiento y muerte; que pueda ser controlado efectivamente, que su solución sea aceptable socialmente.

No hay que ser un especialista en el tema para darse cuenta de que en Argentina los accidentes automovilísticos cumplen con esas condiciones.

Año a año, los accidentes de tránsito se cobran muchas víctimas y esto representa una enorme tragedia para las familias.

 

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Publicado por en 22/07/2020 en Uncategorized

 

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Cómo precaverse de las estafas telefónicas

Cada vez son más las personas que terminan siendo víctimas del “cuento del tío” luego de responder llamadas telefónicas. Hay que tomar recaudos para evitar caer en la trampa.

Los estafadores se muestran muy activos en el teléfono. Logran engañar y robar a quien recibe el llamado, generalmente haciéndose pasar por un ser querido, un representante de alguna entidad bancaria, organismo público o empresa.

En el mes de febrero se reportaron varios casos en Entre Ríos. El modus operandi consistió en anoticiarle a las víctimas que habían ganado un premio e indicarle que debían ir a un cajero automático para cobrar.

Pero una vez en el cajero, la persona en cuestión, siguiendo las instrucciones del estafador, terminó transfiriendo todo el dinero de su cuanta a otra no propia, y en algunos casos sin percatarse de que habían solicitado un crédito y transferido ese dinero.

Según la División Delitos Económicos de la Policía provincial, el ardid que utilizaron recientemente los estafadores fue decir que pertenecían a una empresa de primer nivel y que sus interlocutores habían obtenido un premio de $150.00 en efectivo.

Mediante esta promesa de premio virtual, se cometieron tres estafas en Paraná: una mujer de 41 años transfirió $70.000 a la cuenta de su estafador; otra de 35 años, entregó $85.000; y un hombre de 45 años, solicitó, sin saberlo, un crédito por $150.000 pesos, que transfirió.

Además, en Basavilbaso, una mujer de 41 años que no tiene sueldo fijo, tramitó en el cajero automático un crédito por $100.000 y traspasó el dinero a la cuenta del estafador.

Sobre estos casos el jefe de la División Delitos Económicos, Javier González, remarcó que este tipo de premios virtuales no existen e hizo especial hincapié en dar aviso al 911 de que hay un intento de estafa.

“No hay que dirigirse a ningún cajero, ni seguir los pasos que le indican en la comunicación telefónica, ni brindar datos personales al interlocutor”, recomendó.

Muchas víctimas de este tipo de delito suelen ser adultos mayores por ser más vulnerables; los estafadores se aprovechan de la buena fe de estas personas que acceden a los pedidos del delincuente.

El relato que utilizan los estafadores en el teléfono apela a distintas excusas. Algunos dicen a su víctima que ganó un premio por ser buen cliente de equis empresa y que debe realizar algunos pasos para cobrar.

A veces alegan que algún familiar (hija, esposo, nieto) sufrió un severo accidente y debe entregar dinero para asistirlo de manera urgente.

Otros dicen ser personal de un banco o de Anses, haciendo creer a la víctima que se le ha otorgado un beneficio monetario, y que para cobrarlo debe seguir sus indicaciones.

En todos los casos conducen a la persona al cajero automático, logrando que, sin saberlo, saque un préstamo y lo transfiera a una cuenta bancaria fuera de la provincia.

Generalmente, el estafador busca colocar a la víctima en la urgencia o ultimátum para ponerlo nervioso, y con ello, lograr rápidamente su cometido, porque mientras más transcurra el tiempo la víctima puede darse cuenta de la estafa.

Ante una llamada de estas características, las autoridades aconsejan no dar datos personales ni de la familia, no realizar transferencia ni brindar claves bancarias y alertar a los adultos mayores sobre estos casos.

Por lo demás, se recomienda que ante cualquier llamada “dudosa” se debe cortar la comunicación telefónica y alertar a la policía sobre el episodio.

 

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Publicado por en 03/03/2020 en Uncategorized

 

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El delito: ¿la culpa es de la sociedad?

Es razonable esperar que un abogado que defiende a un acusado por algún delito, minimice la responsabilidad de su cliente inculpando a la sociedad. El problema es cuando este pensamiento inspira a todo un sistema penal.

Todo profesional del derecho debe estar dispuesto a hacer el papel de “abogado del Diablo”, según dicen los libros jurídicos. Es decir, aunque sepa que su cliente es culpable, debe procurar evitarle o reducir la pena.

Sobre este profesional suele pesar una condena popular. La opinión pública suele verlo como alguien que está dispuesto a manipular el sistema judicial para hacerle producir una injusticia.

Pero en un estado democrático existe el derecho de defensa, que se considera algo sagrado. Eso significa que cuanto más culpable parezca una persona, más garantías deben existir que tendrá un juicio justo.

“No defendemos inocentes ni culpables, defendemos personas acusadas”, dicen los abogados, es decir aquellos que, pese a que saben que su cliente es culpable, sin embargo asumen el rol de argumentar a favor de su inocencia.

En los casos de crímenes toda estrategia defensiva, así, buscará reducir el máximo posible la culpabilidad del acusado, desplegando una dialéctica que en realidad lo coloque como víctima.

Como víctima de la herencia, de la mala educación, sobre todo de la sociedad, considerada como la principal, cuando no como la única responsable de los delitos cometidos en su seno.

En esta perspectiva todas las faltas y todos los delitos se explican por la opresión o corrupción que emana del entorno social, de suerte que aun cuando se pruebe que una persona disparó un arma contra otra, en realidad fue la sociedad quien la obligó a eso.

Hay que partir del hecho de que declarar culpable a alguien supone considerar actuó con libertad y es responsable del mal que ha hecho. Frente a esto, todo abogado defensor buscará, en consecuencia, reducir la noción de culpabilidad individual del acusado.

Es conocido, al respecto, el argumento de que el acusado no estaba en sus cabales al momento del hecho o de que una enfermedad psíquica le impedía evaluar las consecuencias de sus actos.

Ahora bien, una cosa es que todo abogado defensor apunte a disolver la responsabilidad penal de su cliente –algo que entra dentro de lo esperable de cualquier proceso en particular. Y otra es asumir como principio jurídico universal que en todos los casos quien cometió un delito siempre es una víctima de la sociedad.

Estaríamos en presencia, así, de una ideología penal que sólo ve atenuantes para los que cometen algún delito, sea de carácter psicológico o sociológico, de resultas de lo cual se tiende a disolver su culpabilidad.

A propósito la filósofa Diana Cohen Agrest sostiene que en las últimas décadas el sistema penal argentino ha estado dominado por la ideología “garantista”, que según ella privilegia al victimario,  “idealiza al delincuente” y olvida sistemáticamente a las “víctimas” del delito.

Los jueces que comparten esta visión suelen suscribir la teoría según la cual la sociedad burguesa, por sus opresivas y corruptoras estructuras, es el caldo de cultivo de la criminalidad y por eso hay que exonerar a quienes cometen delitos.

La culpa, por tanto, sería del sistema social, del capitalismo. Aquí la responsabilidad colectiva dispensa de la responsabilidad individual. Por lo pronto, resulta paradójico que se piense de esta manera en una época en la que se proclaman y se exaltan el valor de la libertad y los derechos individuales.

 

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 17/03/2018 en Uncategorized

 

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