La élite argentina se debate hoy en torno a qué hacer en Rosario (Santa Fe), una ciudad al borde de la anarquía por la acción depredadora de bandas narcos. Frente al problema parecen emerger dos concepciones acerca de lo que hay que hacer: una represiva estatal frente a la anomalía y otra más bien abstencionista de las fuerzas de seguridad.
La primera se enrola bajo el discurso de “derecha” de que hay que reestablecer urgente el imperio de la ley llevando gendarmes y eventualmente al Ejército al terreno. Y esto porque el Estado, que tiene el legítimo monopolio de la fuerza, es el garante del orden público.
Del otro lado están los “progresistas” o de “izquierda”, quienes predican la abstención estatal alegando que cualquier intento de militarizar el conflicto conlleva a una violación de los derechos humanos de las personas.
No deja de ser paradójico que el mileísmo oficial, que se dice anarquista, apele al Estado para encauzar el caos rosarino, mientras que los progresistas, tan estatistas en todo, sean afectos en materia de seguridad a la doctrina del “dejar hacer, dejar pasar”.
Miradas estas dos versiones vernáculas a la luz de la teoría política moderna, nos recuerda que toda política se inspira sobre presupuestos antropológicos. De tal manera que lo que se haga o no desde el poder se sustenta en las creencias filosóficas que se tengan sobre los móviles humanos.
Al respecto, salta a la vista que en Argentina sobre este tópico están los que, por un lado, simpatizan con los postulados del filósofo inglés Thomas Hobbes, mientras hay otros que suscriben las ideas del suizo Jean-Jacques Rousseau.
¿Somos buenos o malos por naturaleza? La respuesta que se le dé a este dilema funda el antagonismo existente en materia de seguridad. Si se cree que el hombre es “lobo” del hombre, como sostiene Hobbes, resulta por tanto imperioso que haya un organismo autorizado (el Estado) con el poder necesario para evitar la guerra civil.
Es la posición que suscribe el gobierno argentino y una parte de la opinión pública, que avala así la intervención de las fuerzas de seguridad para poner orden en Rosario.
Si, en cambio, se cree que el hombre es “bueno” por naturaleza, pero la sociedad (y el Estado) lo corrompen, como afirma Rousseau, entonces se está en las filas progresistas (buena parte de la oposición política y una parte de la opinión pública).
El enfoque russoniano se echa de ver en el discurso de aquellos políticos para quienes los narcos y sus socios, que lideran el crimen en Rosario, en lugar de ser los malos de la película en realidad son las “víctimas” de un orden injusto, el capitalista, que los crea desde sus entrañas.
Bajo esa óptica, el narcotraficante es alguien al que el sistema obliga a delinquir. Tiene una bondad natural que la otros estropean, diría Rousseau. Por tanto, dado que él no es responsable de lo que hace, hay que pensar en sus derechos, como defiende la postura “garantista” expresada por la doctrina Zaffaroni.
La teoría hobbesiana está en las antípodas. “Mientras los hombres vivan sin un poder común que los atemorice, se hallan en la condición que se denomina estado de guerra; una guerra tal que enfrenta a todos contra todos”, escribió en el Leviatán.
Desde aquí, resulta legítimo que el Estado (tribunales y fuerzas de seguridad), un mal necesario inventado para evitar las luchas intestinas, reprima a los elementos que pretenden subvertir el orden social o evite las tropelías que atenten contra la paz social.
© El Día de Gualeguaychú