Cuando la vida se torna peligrosa ante un cataclismo o crisis, como el que suscita el coronavirus, el miedo suele generar una conducta tendiente a la salvación de cada quien y los suyos.
La expresión “sálvese quien pueda” se utiliza justamente en este tipo de situaciones donde reina la sensación de que lo “social” se hunde y entonces todo pasa por salvar el propio pellejo.
Por lo pronto, el coronavirus disparó una reacción de acaparamiento irracional de bienes -como alcohol en gel, desinfectantes de manos, y alimentos de primera necesidad-, provocando a la postre escasez y aumento de precios.
Las compras por pánico, como se las conoce, están alimentadas por la ansiedad y la disposición a hacer todo lo posible para calmar los temores, como hacer colas durante horas para adquirir alimentos o comprar mucho más de lo que se necesita.
La tendencia a ponerse a salvo ante una situación de crisis, siguiendo la lógica de cada uno a lo suyo, es frecuente sobre todo en países anómicos, donde el tejido social es muy débil y donde casi nadie cree en la autoridad estatal. En cambio, es más excepcional donde el grupo pesa más que el interés individual (como es el caso de Japón, por ejemplo).
En medio de las catástrofes, no obstante, pueden aparece personas que, dejando de lado su compromiso individual y familiar, se vuelcan para ayudar a otros que están en peligro.
A veces, será una persona que se tira al mar o a una piscina para salvar a un niño o adulto que se está ahogando. O quizá uno que entra en una casa en llamas para rescatar a los que pueda.
O, tal vez, será un simple automovilista que deja de lado sus compromisos urgentes para intentar aliviar a quienes se encuentran heridos por un accidente en la ruta.
¿Por qué algunas personas son héroes osados mientras que otras se desentienden de los apuros y las súplicas de los que están en peligro?
La expresión “sálvese quien pueda” involucra al individuo y a su propio grupo familiar. Difícilmente los padres, en una situación de emergencia, pensarán más en ellos que en sus hijos.
La psicología evolutiva dice que cuanto más comparte una persona (un familiar) sus genes con nosotros mismos, más posibilidades tenemos de ayudarla.
De esta manera, potenciamos la supervivencia de nuestros propios genes al ayudar a las personas que también son portadoras de los mismos. Esta regla de gran importancia biológica está muy arraigada en el comportamiento humano y no es consciente.
Por otra parte, esta semana los mercados mundiales, tan sensibles al pánico, se desplomaron ante la huida de inversores que siguieron la lógica del “sálvese quien pueda” ante la perspectiva de una recesión global motorizada por la crisis sanitaria del Covid-19.
Lo que está pasando es de manual: con los precios de acciones y bonos cayendo, el miedo se propaga. Los ahorristas corren entonces en masa a poner a resguardo sus activos, porque se trata de salvarse del naufragio global.
En tanto, las guerras son el escenario donde así como se ven actos de altruismo (el soldado que asiste al camarada herido), mayormente se activa el instinto de supervivencia individual, donde cada uno trata de salvar su vida a como dé lugar.
¿Es la Argentina un país donde el sálvese quien pueda ha devenido en una cultura? ¿Los argentinos, en las crisis, asumen conductas incluso antisociales, con tal de zafar de la malaria?
© El Día de Gualeguaychú