La Navidad es una de las principales celebraciones del cristianismo, marcada por árboles luminosos, pesebres y reuniones familiares. Aunque su origen remoto se vincula a fiestas paganas que se celebraban en la antigua Roma.
Una de ellas eran las Saturnales, el rito con el que en el Imperio romano se le daba la bienvenida al invierno, según refieren los historiadores de las religiones.
Era una fiesta en honor de Saturno, el dios de la agricultura y la cosecha, y originalmente transcurrían entre el 17 y el 23 de diciembre. Las labores agrícolas finalizaban en esa época y los campesinos y los esclavos podían permitirse aplazar el trabajo cotidiano.
Durante estas fiestas, los romanos visitaban a sus familiares y amigos, intercambiaban regalos y celebraban grandes banquetes públicos. Los esclavos gozaban de una gran permisividad; podían vestir las ropas de sus señores y ser atendidos por éstos sin recibir ningún castigo.
Esta celebración, en efecto, se caracterizó siempre por la relajación del orden social y por una atmósfera de carnaval. Por ejemplo, los hombres iban vestidos de mujer y los amos vestidos de sirvientes, entre otras convenciones a la inversa.
Pero además del festival de las Saturnales, los romanos tenían otra celebración: la del “nacimiento del sol invicto o no conquistado” (Natalis Solis Invicti), que se celebraba cada 25 de diciembre, e indicaba que a partir del final del solsticio de invierno los días iban a hacerse más largos.
Hacia mediados del siglo I los cristianos ya habían llegado a Roma y comenzaron a conformar la sociedad del imperio. A medida que el culto a Cristo arraigó en este mundo y la antigua religión politeísta quedó atrás, los cristianos se adaptaron a esos ritos establecidos y los volvieron propios.
Ya en el siglo IV se dejó todo por escrito: entre los años 320 y 353, el papa Julio I fijó la solemnidad de Navidad el 25 de diciembre.
En tanto, en el año 449 el papa León I estableció la conmemoración del nacimiento de Jesús como una de las principales fiestas de la Iglesia católica y finalmente el emperador Justiniano en el 529 la declaró fiesta oficial del imperio.
El objetivo de esta superposición, en suma, era convertir a los paganos romanos a la religión cristiana estableciendo una tradición fácilmente asimilable para ellos, ya que sería inevitablemente relacionada con algunas de sus fiestas principales celebradas en esas mismas fechas: las Saturnales y el Sol Invictus.
“La elección del 25 de diciembre como fecha del nacimiento de Jesús no tiene nada que ver con la Biblia, sino que fue una elección bastante consciente y explícita de usar el solsticio de invierno para simbolizar el papel de Cristo como la luz del mundo”, refiere al respecto Diarmaid MacCulloch, profesor de historia de la Iglesia de la Universidad de Oxford.
“Las costumbres de fiesta y desgobierno de las saturnales en la misma época del año migraron naturalmente a la práctica cristiana, ya que en el siglo IV el cristianismo se estaba volviendo más prominente en la sociedad romana. Iban a aceptarse mejor las nuevas creencias si no chocaban con sus antiguas costumbres no cristianas”, sostiene MacCulloch.
De esta manera la Navidad, palabra derivada del latín “nativitas” (nacimiento), no sólo es hoy una de las principales fiestas cristianas, ya que recuerda el nacimiento de Jesús de Nazareth, sino que es una de las más importantes de la cultura occidental, dado su estrecho vínculo con antiguas fiestas paganas romanas.
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