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La religión detrás de los conflictos globales

¿La guerra y el conflicto político acaso no son la continuación de la lucha religiosa por otros medios? Para quienes miran los fenómenos mundiales bajo una óptica metahistórica, la religión sigue siendo el móvil último de la conducta humana.

Si esto es así, la lectura teológica tiene primacía a la hora de explicar la causa última de la marcha de la sociedad global. Los conflictos globales recientes, como la guerra Hamás-Israel, que se circunscribe en un enfrentamiento entre el Islam y Occidente, apuntan en esta dirección.

En Medio Oriente, en efecto, se observa un predominio público de grupos extremistas que fundamentan sus comportamientos bélicos en dogmas religiosos.

Tanto Hamás como Hezbolá, hoy en guerra contra Israel, promueven la Yihad, o guerra santa. Una especie de mandato divino que trasmitió el profeta Mahoma a los de su raza, cuando escribió en el Corán: “La guerra es permanente hasta el día del juicio”.

Se trata de fundamentalistas árabes que, como lo han venido intentando a lo largo de la historia, no renuncian al proyecto de instalar a sangre y fuego una teocracia global.

Del lado de Israel, en tanto, no han pasado desapercibidas las citas bíblicas que ha empleado el primer ministro Benjamin Netanyahu para justificar el actual ataque israelí contra Gaza.

“La Biblia dice que ‘hay un tiempo para la paz y un tiempo para la guerra’. Este es un momento de guerra”, aseguró en una conferencia de prensa. En otro encuentro, mencionó la teoría de los amalecitas, una tribu citada en la Torá, para justificar sus acciones en el asediado enclave palestino.

En otro lado del mundo, en tanto, la religión también funciona como motivación bélica. Es un hecho que el patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa, Kirill I, rocía con agua bendita los tanques y las armas del ejército de Vladimir Putin que invaden Ucrania y predica a las tropas que esta es una guerra santa.

En el pasado la Iglesia Católica blindaba ideológicamente la expansión de los reinos cristianos de Occidente, instándolos a lanzar “cruzadas” contra los infieles musulmanes o los herejes contrarios al dogma.

En forma idéntica, y en un sorprendente retorno al Medioevo en pleno siglo XXI, la Iglesia Ortodoxa Rusa legitima el expansionismo militar de Vladimir Putin, antiguo jerarca comunista del servicio secreto de la KGB, hoy devenido en una suerte de “nuevo zar” protector de la religión.

¿Acaso la política en Occidente, liberal y laica, está exenta de religión? No para los que creen que los conceptos centrales de la moderna teoría del Estado, y las ideologías hegemónicas de este bloque, en realidad son conceptos teológicos secularizados.

El utopismo revolucionario detrás de los movimientos comunistas, anarquistas y nacionalsocialistas del siglo XX, con sus promesas de salvación colectiva previo derrumbe del mundo conocido, resulta que es herencia directa del milenarismo religioso judeo-cristiano.

Ésta es la tesis provocativa del libro “En pos del milenio”, escrito en 1957 por el profesor británico Norman Cohn, donde se sostiene que las profecías apocalípticas judías primero, y después las cristianas (quienes se apropiaron de la idea de pueblo elegido por Dios) instalaron en Occidente la mentalidad de que este mundo está mal hecho y de que es inminente la llegada de un terrenal reinado mesiánico de 1.000 años.

De tal manera, los utopismos revolucionarios de nuevo cuño son apenas versiones seculares de sectas milenaristas que predican la llegada de un mesías salvador.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 29/02/2024 en Uncategorized

 

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Los que piensan que Jesús está regresando a la Tierra

Primero fue la pandemia de Covid-19 y luego la guerra en Ucrania. Algunos cristianos, sobre todo evangélicos, creen que esos eventos prefiguran el fin de los tiempos previsto por la Biblia.

Una suerte de expectación apocalíptica se vive en algunos círculos cristianos ante el giro de los últimos acontecimientos globales. Algunos predicadores asumen que se aproxima la segunda venida de Cristo.

No es la primera vez que se han tratado de usar los eventos traumáticos como prueba de que el fin del mundo está próximo, el cual se asocia a la Segunda Venida de Cristo y al Juicio Final.

Las catástrofes cósmicas, las plagas, el terror histórico, el triunfo aparente del mal, las guerras, constituyen el síndrome apocalíptico. Al respecto se toma el lenguaje críptico de las profecías contenidas en la Biblia donde se habla de que el mundo terminará en algún tipo de estado perfecto, como una restauración del Paraíso.

Hay una parte de la teología que estudia las creencias sobre los últimos tiempos y se llama “escatología”. Según el Oxford Dictionary, “escatón” se refiere “al evento final del plan divino; el fin del mundo”.

Un concepto propio de la escatología cristiana es La Gran Tribulación, que será el período más angustioso jamás vivido por la humanidad, y el cual tendrá lugar en “los últimos días”.

En el evangelio de Mateo se lee: “Porque habrá entonces gran tribulación, cual no ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá. Y si aquellos días no fueran acortados, nadie sería salvo; pero por causa de los escogidos, aquellos días serán acortados”.

Durante este período aciago, según la escatología cristiana, aparecerá el Anticristo, quien tomará el control del poder mundial y empujará a la humanidad a los niveles más bajos de degradación.

Habrá también un evento mundial sin precedentes que se desarrollara en los últimos días de la gran tribulación, el Armagedón, que es una especie de batalla final entre el Bien y el Mal.

Otro concepto escatológico es el “arrebatamiento” o “rapto” de la Iglesia según el cual durante la segunda venida de Cristo los muertos que llevaron una vida cristiana resucitarán y los creyentes que se hallen vivos serán raptados o llevados al Cielo.

Algunos pastores evangélicos consideran que la actual guerra en Ucrania marca el comienzo del fin del mundo tal como lo conocemos y el establecimiento de un nuevo y mejor reino de Dios en la tierra.

Es el caso de Pat Robertson, presidente de Christian Broadcasting Network, para quien el presidente ruso Vladimir Putin estaba siendo “forzado por Dios” a invadir Ucrania, como paso previo a una batalla final con Israel. Robertson afirmó que partes del Libro de Ezequiel del Viejo Testamento sustentan esta posibilidad.

“Se puede decir que Putin está loco. Si, tal vez lo esté”, manifestó Robertson. “Pero al mismo tiempo, está siendo forzado por Dios. Fue a Ucrania, pero ese no era su objetivo. Su objetivo final es Israel”.

Zack Hunt, autor de “Unraptured: Cómo la teología de los últimos tiempos se equivoca”, critica este tipo de lecturas bíblicas, del que son tan afectos los norteamericanos evangélicos.

“Están constantemente buscando cualquier cosa a la que puedan agarrarse para decir: ‘Oye, eso es profecía bíblica’. Si estás en ese mundo, es emocionante, por perverso que suene, porque significa que Jesús va a regresar”, refirió hace poco.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 25/09/2022 en Uncategorized

 

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Los sustratos neuronales de las creencias religiosas

El desarrollo de las neurociencias en las últimas décadas ha reavivado el interés por el fenómeno de la creencia y de la experiencia religiosa. La “neuroteología”, disciplina que está aún en sus primeros pasos, sugiere que la necesidad de lo divino reside en nuestras neuronas.

No se trata de probar la existencia de Dios ni de pronunciarse sobre la verdad de las religiones positivas o de las distintas confesiones. Tampoco se trata de demostrar que la creencia en Dios es un mero producto de la actividad del cerebro humano.

¿Puede la ciencia experimental decir algo sobre la experiencia que el ser humano tiene de Dios? ¿Puede ésta decir algo sobre la experiencia religiosa, la experiencia de lo sagrado?

La religión en sentido amplio es enfrentarse al sentido o sinsentido de la existencia. Explorando un encuentro común entre ciencia y teología, la neurociencia da cuenta que la espiritualidad en torno a lo divino es uno de los rasgos característicos del ser humano.

Y al respecto lo pone a la par de otras muchas características, como el lenguaje, la fabricación de herramientas, la música y el arte. De suerte que, explorando el cerebro, cabría hablar de una especie de mística natural.

Todos estos esenciales humanos son personales, definen y componen la personalidad individual. Dependen del entorno, que moldea las capacidades innatas de cada uno, y a su vez cada persona influye en el grupo cultural a través de la expresión de estas habilidades.

El sentimiento frente a lo divino sigue pues las mismas pautas que otros rasgos humanos, y la llamada “neuroteología” sugiere seguir las huellas biológicas de las vivencias religiosas en el cerebro.

Existen otras ciencias que abordan la experiencia religiosa. Entre ellas cabe citar la historia de las religiones, la antropología, la psicología, la fenomenología de la religión, la filosofía de la religión, la filosofía de la ciencia y, por supuesto, la teología.

En este contexto, la neuroteología aparece y se posiciona como un campo, un territorio específico, aunque en interacción con las otras disciplinas que versan sobre el “homo religiosus”.

Los investigadores hace tiempo vienen indagando sobre  las raíces biológicas de la fe. Se cree que la preocupación inicial por el culto de los muertos es indicio de religiosidad humana.

Al respecto la experiencia humana, por caso, atestigua que ninguna otra especie de nuestro planeta ha enterrado a sus muertos en lugares rituales. Incluso los movimientos decididamente ateos conducen de modo ritual a sus muertos al más allá, en un inequívoco gesto de carácter religioso.

Desde tiempos inmemoriales, además, la política ejemplifica este sentimiento a través del culto a la personalidad de determinados personajes, de suerte que sus adeptos los perpetúan en imágenes y citas, los protegen de las críticas e incluso les construyen lujosos mausoleos.

La orientación que se da a la neuroteología, según sus cultores, es la localización de experiencias religiosas a nivel cerebral. Una manera de explicar desde la ciencia el fenómeno religioso.

Al respecto el médico cirujano Andrew Newberg, académico en el Jefferson Hospital University (Filadelfia, Pennsylvania), experto en medicina interna y nuclear, postula que  la creencia en Dios  tiene base neuropsicológica.

Este neurocientífico argumenta en su libro “¿Why God won’t go away?” (¿Por qué Dios no desaparecerá?) la necesidad biológica de creer en algo superior.

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Publicado por en 18/09/2022 en Uncategorized

 

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La resurrección, la gran novedad del cristianismo

De las grandes religiones tradicionales, que son el judaísmo, el islamismo, el budismo y el cristianismo, solo ésta última postula que su fundador, Jesús de Nazaret, resucitó de entre los muertos.

Hoy Domingo de Pascua justamente se celebra el paso de Jesús de la muerte a la vida, según consignan los evangelios canónicos. Aquí reside el principio central de la teología cristiana y forma parte del Credo de Nicea: “Al tercer día resucitó, conforme a las Escrituras”.

Toda la Cuaresma se orienta así hacia la Pascua (que significa “pasar”), un episodio en el que se cifra el misterio de la Redención, alrededor del cual los cristianos asientan sus esperanzas.

“Si no resucitó Cristo, es vacía nuestra predicación, y es vacía también vuestra fe”. Con esas palabras en una de sus cartas Pablo de Tarso, personalidad señera del cristianismo primitivo, da a entender la importancia decisiva de la pasión, muerte y resurrección de Jesús.

En el relato del Nuevo Testamento, luego de haber sido depositado en un sepulcro, Jesús se apareció a muchas personas en un lapso de cuarenta días antes de ascender al cielo, para sentarse a la diestra de Dios padre.

El judaísmo tradicional, que postula que Jesús sólo fue un rabino, no tiene una posición única sobre el más allá. Aunque hay pasajes del Antiguo Testamento –que lleva el nombre de Torá para los judíos- donde se habla de que todo ser humano se levantará de entre los muertos, es en el Nuevo Testamento donde la doctrina de la resurrección se ve con más claridad.

En este último libro, en el que se relatan los hechos relativos a la vida y ministerio de Jesús de Nazaret, se enseña que no sólo predicó esta doctrina, sino que él mismo resucitó corporalmente de la tumba.

La resurrección significa resurgir, volver a la vida. La fe cristiana, que se asienta en que “Jesús venció  a la muerte”, promete a sus creyentes idéntico destino, en el día del Juicio Final en el cual se decidirá quienes se irán al cielo y quiénes serán condenados al infierno.

Los teólogos cristianos distinguen radicalmente la resurrección de la doctrina espiritista de la “reencarnación”, muy extendida hoy en los círculos teosóficos o en el movimiento conocido como Nueva Era.

La doctrina de la reencarnación apareció en la India y postula que el alma sobrevive a la muerte y posteriormente vuelve a entrar en otro ser vivo que puede ser vegetal, animal o humano.

De acuerdo a esta creencia, el alma de la persona humana se halla sometida a un proceso evolutivo a través del tiempo y del espacio (karma) que se realiza mediante sucesivas reencarnaciones que tendrían como objetivo final la autodivinización.

Pero esta visión es incompatible con lo que enseña el Nuevo Testamento, aseguran los teólogos cristianos, quienes sostienes que después de la muerte no se regresa a otra vida en la tierra.

No es cierto, dicen, que los cuerpos serán reciclados o perderán su identidad absorbiéndose en el cosmos. La doctrina cristiana sobre la resurrección se encuentra en el Catecismo de la Iglesia Católica.

Allí se lee: “Creemos firmemente, y así lo esperamos, que del mismo modo que Cristo ha resucitado verdaderamente de entre los muertos, y que vive para siempre, igualmente los justos después de su muerte vivirán para siempre con Cristo resucitado y que Él los resucitará en el último día. Como la suya, nuestra resurrección será obra de la Santísima Trinidad”.

 

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Publicado por en 03/05/2019 en Uncategorized

 

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El triunfo político del evangelismo en Brasil

Detrás del impactante triunfo electoral de Jair Bolsonario en Brasil, subyace la victoria política del protestantismo evangelista frente al catolicismo brasileño, expresado en el izquierdista Partido de los Trabajadores (PT).

En Brasil el Estado es laico, pero la sociedad es religiosa. Y en el último tiempo dos iglesias se disputan la supremacía: la Iglesia Católica, traída por los conquistadores portugueses, y la polifacética fe protestante, de fuerte expansión en las últimas décadas.

Pues bien, en una sociedad donde la mayoría de la población es creyente todas las cuestiones sociales y culturales se tiñen de religión. Sobre todo la política, que en un país como el Brasil, y parafraseando a Karl von Clausewitz, es la continuación de la religión por otros medios.

La lucha por el poder en el vecino del norte, en efecto, ha estado atravesada en los últimos años por una disputa de fondo entre la Iglesia Católica, que profesa la “Teología de la Liberación”, de contenido izquierdista, y las iglesias Evangélicas, inspiradas en la “Teología de la Prosperidad”, de contenido capitalista.

El domingo último, en que se llevaron a cabo las elecciones presidenciales, la balanza de ese poder religioso se ha inclinado a favor del evangelismo, luego del triunfo inapelable en las urnas del militar retirado y veterano diputado ultranacionalista Jair Bolsonaro, que se ha declarado acérrimo anticomunista.

Bolsonaro viene del catolicismo, pero desde que la iglesia romana dio un giro hacia la izquierda, de la mano del Papa Francisco, el ex militar formó alianza con los pastores evangélicos, colocados en una derecha religiosa pro-capitalista.

Mario Bergoglio, el Papa argentino, ha reivindicado en su pontificado a la Teología de la Liberación, una creación setentista de su orden jesuítica en Latinoamérica, la cual fuera impugnada doctrinalmente por el entonces Papa Juan Pablo II, por considerarla cercana al pensamiento marxista.

Durante más de una década Brasil fue gobernado por el PT, agrupación política fundada oficialmente en 1980 por un grupo heterogéneo, compuesto por dirigentes sindicales, intelectuales de izquierda y católicos ligados a la Teología de la Liberación.

A la cabeza de esta teología estuvo Leonardo Boff, quien ha saludado con entusiasmo la llegada de Bergoglio al papado, y el obispo Hélder Cámara, un referente del progresismo religioso en el continente.

Según la periodista franco-marroquí Lamia Oualalou (que escribe en Le Figaro, Mediapart, Europe 1, y Le Monde Diplomatique), el triunfo electoral de Bolsonaro supone una derrota del catolicismo brasileño.

Y eso porque los evangélicos, aliados políticos de Bolsonaro, se arraigaron en las zonas más pobres del Brasil y fueron penetrando todos los sectores de la sociedad, mientras la Iglesia Católica y la izquierda brasileña se alejaban de ella.

“En Brasil hemos visto la consecuencia directa de la influencia evangelista en las elecciones luego de que los pastores más importantes llamaran a votar por Bolsonaro”, ha dicho recientemente Lamia Oualalou, especialista del fenómeno evangélico.

Contra la Teología de la Liberación, expresada por los católicos brasileños, los protestantes pentecostales esgrimen la Teología de la Prosperidad, que en lugar de hablar de los pobres postula que Dios bendice con riqueza a los que cumplen con los preceptos de la Biblia.

Para la izquierda católica esa prédica vendría a ser una adaptación del “neoliberalismo”.

 

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Publicado por en 30/10/2018 en Uncategorized

 

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Cuando en política se espera a un redentor

El encumbramiento de Jair Bolsonaro en Brasil y la de Andrés Manuel López Obrador en México, con sus propuestas “antisistema”, plantea dudas sobre un posible regreso del mesianismo político en Latinoamérica.

El trasfondo es conocido y remite al llamado malestar democrático. Los síntomas son: desconfianza en las instituciones, hartazgo frente a la corrupción de los aparatos partidocráticos, impotencia ante la violencia en las calles y crisis económica.

En este contexto de desolación política las sociedades, enojadas e indignadas con sus gobernantes, suelen sucumbir a la tentación del hombre fuerte, a la propuesta antisistema de un redentor que, rodeado de misticismo, promete el paraíso en la tierra.

¿Cabe deducir que el ciclo histórico de la democracia representativa en la región entró en retroceso ante el triunfo electoral de propuestas antisistema como la del izquierdista López Obrador en México y el derechista Jair Bolsonaro en Brasil?

¿Le tocará el turno a un nuevo ciclo de gobiernos autoritarios, de regímenes nacionalistas que encubran jefaturas cuasi religiosas? ¿Se perfile en la región la asunción de un orden compuesto de absolutismos políticos y ortodoxias ideológicas incompatibles con las sociedades abiertas y plurales?

Aunque las diferencias entre el mexicano y el brasileño parecen opuestas –uno es de izquierda y el otro de derecha- ambos se acercan al poder, en contextos de sociedades atribuladas, presentándose como mesías salvadores en lugar de hablar de restaurar la institucionalidad republicana.

Eso dice el politólogo Moises Naím, en una columna de opinión aparecida en el diario El País (Madrid) para quien Bolsonaro y López Obrador han tocado una vieja fibra latinoamericana asociada a la búsqueda del proverbial hombre fuerte que lucha contra la corrupción, los criminales y le de esperanza a sociedades traumatizadas por terribles niveles de corrupción.

Según Naím, ambos deliberadamente se han construido como candidatos “antisistema” que aprovechan la coyuntura de hartazgo de los votantes que piden “que se vayan todos”.

“Ofrecerse como el mesías salvador del país gana más votos que hablar de instituciones que limitan el poder presidencial y protegen al ciudadano, independientemente de quien sea el presidente”, diagnostica Naím, preocupado por lo que ocurre en México y Brasil.

Teme que allí se instauren regímenes que socaven la división de poderes, se persiga a las voces disidentes y se vaya a un esquema de partido único que garantice un pensamiento monocolor.

El mesianismo significa en política la tendencia a creer en líderes de inspiración divina cuyo destino superior es salvar a un país de las fuerzas del mal, para convertirlo en una tierra prometida.

El historiador mexicano Enrique Krauze sostiene que este tipo de experimento suele prosperar en América Latina por la larga tradición de profetismo y de mesianismo que trasmitió en estas latitudes la Iglesia Católica.

“En estos países (fundados y educados por los misioneros franciscanos, dominicos y jesuitas), la ética misionera se transfirió de la esfera religiosa a la laica, de los padres redentores a los redentores civiles y revolucionarios”, describe Krauze.

La matriz teológico-política católica alimentó así un inconsciente colectivo, un imaginario social apto para esperar y encumbrar en el gobierno a un hombre providencial, es decir a un mesías (que en hebreo significa “ungido de Dios”).

 

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Publicado por en 23/10/2018 en Uncategorized

 

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Al mismo tiempo y en todas partes

¿Quién puede estar en todas partes al mismo tiempo? La teología sostiene que sólo Dios tiene esa extraordinaria capacidad, aunque los tecnólogos resaltan que Internet le ha dado ese poder a los humanos.

Ubicuidad, ése es el término con el que se designa la propiedad, atribuida a alguno seres espirituales o divinos, de poder estar en varios lugares (o en todos) al mismo tiempo.

La ubicuidad de Dios, según los teólogos, está asociada a su omnipotencia. “Omnis” viene del latín “todo”. Es decir, Dios es omnipotente porque su poder es ilimitado, puede estar en todas partes, ya que no está sujeto a las coordenadas de tiempo y espacio de los otros seres.

La ubicuidad divina también se asocia a la omnisciencia de Dios, quien conoce toda la realidad, incluso aquella que no ha sucedido. “Tú, Señor, que conoces todos los corazones”, se lee en la Biblia.

Fue el filósofo francés Michel Foucault quien, allá por los años ‘60 y ‘70, atribuyó al poder, esta vez como experiencia humana, la capacidad de estar en todas partes y a la vez.

Foucault desterró la concepción tradicional del poder como algo único, superestructural, ubicado en la cima de la pirámide social, desde donde se ejercería dominio hacia abajo.

Para el francés, la cuestión no pasaba por el enfrentamiento entre dominantes y dominados, sino por las relaciones de fuerza múltiples. En su concepción, el poder es ubicuo, lábil y está presente en cada intersticio del entramado social.

El Estado y los grupos más poderosos lo detentan, evidentemente, pero también se ejerce, de manera capilar, en instituciones, espacios productivos, organizaciones políticas, vínculos familiares, lazos íntimos.

Asimismo, Foucault opina que “donde hay poder hay resistencia”. Es decir, las relaciones de poder se entraman con resistencias también capilares, en una dinámica difícil de sistematizar.

Según los tecnólogos, los nuevos dispositivos digitales tienen el atractivo de lo ubicuo. Se trata de un poder que se les ha transferido a los usuarios de Internet, quienes efectivamente tienen facilidad de acceso a múltiples contenidos y pueden actuar sobre ellos desde cualquier lugar del mundo y en todo momento.

La ubicuidad de la tecnología impacta por ejemplo en la actividad comercial.  En el pasado cualquier negocio, sin importar el rubro, se mantenía atado al lugar donde funcionaba.

Pero la revolución tecnológica permite que ese mismo negocio tenga el “don de la ubicuidad”, ya que es posible acceder a su página web y comprar un producto desde cualquier parte del mundo mediante dispositivos diferentes que tengan conexión a Internet.

La convergencia de nuevas tecnologías, la proliferación de servicios basados en la conectividad permanente, el auge del video, las redes sociales, hacen de la ubicuidad una condición innata para la generación actual.

Se trata de una nueva experiencia de poder. En efecto, cabría postular que los usuarios de la Red sienten y creen que se puede estar al mismo tiempo y en diferentes lugares.

Leer, ser leídos, conversar, interactuar con otros sin importar dónde estemos es cosa cotidiana. Algunos autores, de hecho, hablan que en el siglo XXI, como seres digitales, todos somos “hombres ubicuos”, aunque muchos lo ignoren.

En el mundo contemporáneo, la sensación de que la información está cerca de nosotros y el poder estar en contacto en cualquier momento con cualquier persona, no importa el lugar, nos hace sentir poderosos, es decir ubicuos.

 

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Publicado por en 14/01/2018 en Uncategorized

 

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Jerusalén y el choque teológico en el siglo XXI

Aunque pueda sonar un anacronismo, en el mundo de los iPhones y iPads, la turbulencia registrada estos días en Jerusalén, la llamada “Ciudad Santa”, tiene un innegable sustrato religioso.

La palabra “teología” luce algo antigua para dar cuenta de un conflicto político contemporáneo. Las sociedades secularizadas del siglo XXI, que han desalojado a Dios de las disputas humanas, no suelen interpretarse en términos de fe.

Pero lo cierto es que la decisión del presidente de Estados Unidos Donald Trump de reconocer a Jerusalén como capital de Israel, algo que ha soliviantado al mundo musulmán, tiene un trasfondo que va más allá de la política.

Lo verdaderamente sorprendente es que el conflicto de Medio Oriente, que hoy sacude a todo el mundo, está impulsado por competencias entre marcos teológicos, es decir entre visiones religiosas antagónicas.

El punto es que Jerusalén es sagrada para las tres grandes religiones monoteístas: judía, musulmana y cristiana. Su estatus de Ciudad Santa la ha convertido desde tiempos remotos en un polvorín.

Para el judaísmo, Jerusalén es el hogar ancestral y espiritual del pueblo de Israel, el cual cree que Dios prometió a Abrahán esta tierra y la entregó a los seguidores de Moisés después del período de esclavitud en Egipto.

La lucha por reconquistar y mantener esta tierra se convirtió en parte de la religión. La celebración de Janucá, por caso, recuerda la nueva consagración del templo de Jerusalén después de una victoria sobre los sirios en 165 a.C.

La fortaleza de Masada, situada sobre una colina, en donde 400 judíos rebeldes prefirieron suicidarse antes de rendirse a los romanos, en 73 d.C, es símbolo del nacionalismo judío.

El movimiento sionista moderno, que comenzó a finales del siglo XIX, pretende hacer retornar a las poblaciones judías que viven en otros lugares del mundo a la tierra de sus ancestros.

Para el Islam, en tanto, junto a La Meca y Medina, Jerusalén es una ciudad santa. Según la tradición suní de esta religión, el profeta Mahoma estuvo en la ciudad, donde rezó y luego visitó el Cielo en una noche del año 610.

También se reunió allí con otros profetas de su religión: Abraham, Moisés y Jesús. La ubicación de la ciudad fue la primera dirección hacia la que los antiguos musulmanes rezaban, la cual cambio luego a La Meca.

Jerusalén alberga la Cúpula de la Roca, edificada entre 687 y 691 en el lugar al que, para el islam, Abraham fue a sacrificar a Isaac. También está la mezquita de Al-Aqsa, el templo musulmán más importante de la ciudad desde donde se cree que Mahoma  ascendió para visitar a Alá.

Para el cristianismo, por otro lado, Jesús fue criado en Jerusalén, entonces parte de Judea, provincia del Imperio Romano. Allí predicó y obró algunos milagros. Los evangelistas (Mateo, Marcos, Lucas y Juan) aseguran que él y sus apóstoles tuvieron su última cena en la misma ciudad, donde luego fue arrestado en Getsemaní.

El juicio, pasión y crucifixión de Jesús en el Gólgota también fueron en Jerusalén, así como su resurrección tres días después y su ascensión al cielo.

En la Edad Media, luego de que los turcos seliúcidas (que eran musulmanes) tomaron el control de Jerusalén, surgieron las Cruzadas, una serie de campañas militares impulsadas por el Papa y llevadas a cabo por gran parte de la Europa cristiana.

El objetivo específico inicial de las cruzadas fue liberar a Jerusalén, la Tierra Santa, y ponerla de nuevo bajo control cristiano. Esta empresa militar duró casi dos siglos, entre 1096 y 1291.

 

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Publicado por en 26/12/2017 en Uncategorized

 

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Acerca del país más feliz del mundo

Por tercer año consecutivo Paraguay es el país más feliz del mundo, según la encuesta de Gallup. Se trata de un ranking que cuestiona, a primera vista, el concepto más convencional de felicidad.

El sondeo de Gallup tiene una particularidad: no mide indicadores económicos ni intención de voto, sino las emociones o sentimientos de los habitantes.

A partir de ahí determina qué países son los más felices y cuáles, los más miserables del planeta. ¿Se sintió bien ayer? ¿Fue usted tratado con respeto? ¿Sonrió o se rió ayer?, son las preguntas que se le hicieron a 155.000 personas para confeccionar la lista de los países más felices.

El hallazgo más sorprendente es que por tercer año consecutivo los paraguayos se mostraron los más satisfechos de la vida. Son los que más se ríen, se sienten relajados y considerados.

¿Qué lecciones sacar de la experiencia paraguaya? Porque resulta que está instalada en el mundo la creencia de que la felicidad de los habitantes de un país coincide con su elevado desarrollo social y económico.

Pero Paraguay es uno de los lugares más injustos, más desiguales e incluso más corruptos del planeta. ¿Por qué sus habitantes dicen, entonces, que son tan felices?

Con esta inquietud viajó a esa tierra sudamericana John Carlin, el escritor y periodista británico que en 2008 se hizo famoso entre el público y la crítica literaria por su libro “Playing the Enemy” (en castellano titulado “El factor humano”).

La conclusión a la que arriba el inglés es bastante obvia: la felicidad es un concepto relativo y desde el punto de vista grupal es un fenómeno idiosincrático.

En un país donde los pobre son cada día más pobres y los ricos cada día más ricos, donde la corrupción permea las instituciones políticas y estatales de arriba a abajo, donde la injusticia social es profunda, los paraguayos parecen decirnos que nada de eso impediría ser feliz.

¿Es acaso la felicidad un estado mental? Carlin sugiere que hay algo de eso, al menos en el caso de los paraguayos. En el país encerrado en el centro geográfico de Sudamérica, dice, la gente se niega a ver el mal que le rodea.

Carlin sugiere que esto quizá empalme con la teología tradicional indígena, la guaraní, para la cual existe el concepto paradisíaco de “la tierra sin mal”.

“La segunda razón por la que los paraguayos creen ser felices –dice el periodista– es la costumbre que tienen, relacionada con la de no examinar con mucha atención el pasado, de vivir el momento”.

Si el pasado conmueve poco en Paraguay, tampoco el futuro sería un gran problema. En el idioma guaraní, de hecho, no existe una palabra para “mañana”. Esto se reflejaría en una actitud de no agobiarse por lo que pueda suceder en el futuro.

Al estudiar el caso paraguayo, Carlin saca la conclusión de que “la felicidad es posible si uno cierra los ojos a los inevitables males de la vida, si uno vive en el presente, si uno se conforma con lo esencial para poder vivir y logra el enorme lujo de no tener que preocuparse por el dinero”.

Incómodo con su propia conclusión, el inglés acota que el modelo paraguayo todavía no lo enamora del todo. Dice que preferiría, para que el lugar sea considerado el paraíso en la tierra, que allí haya un Estado de derecho donde la justicia sea igual para todos.

Al margen de este comentario, que Paraguay sea el máximo referente en cuanto a las “emociones positivas”, según Gallup, da que pensar sobre lo que se entiende por felicidad.

 

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Publicado por en 13/10/2015 en Uncategorized

 

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El lado religioso del conflicto árabe-israelí

La visita del Papa Francisco, líder cristiano de Occidente, a la región de Medio Oriente, donde judíos y árabes musulmanes mantienen un conflicto antiquísimo, sugiere no subestimar una categoría olvidada en el análisis político: la teología.

La Guerra Fría nos había habituado a leer los conflictos mundiales sobre la base de categorías ideológicas. En ese contexto, tres proyectos pugnaban por prevalecer: fascismo nacionalista, comunismo y capitalismo liberal.

Mientras la Segunda Guerra mundial, a mediados del siglo XX, supuso el fin del experimento nacionalista, con la derrota de las potencias del Eje (Alemania, Italia y Japón), la caída del Muro de Berlín, en 1989, supuso el fin del comunismo.

La democracia capitalista liberal, de este modo, se afianzó como modelo hegemónico en Occidente y el politólogo Francis Fukuyama creyó ver en este hecho el “fin de la historia”,

Fukuyama sostuvo que la historia humana como lucha entre ideologías había concluido, y que ahora la humanidad ingresaba a una etapa donde la última palabra la tendrían el mercado y la ciencia.

Sin embargo, el nuevo orden mundial que emergió luego del fin de la Guerra Fría no eliminó el conflicto humano, la lucha por la supremacía entre grupos y naciones.

De hecho ha emergido la hipótesis teológica, que sostiene que los registros ideológicos que articulaban y anudaban las convicciones y los conflictos han sido sustituidos por el registro religioso.

Como si la etapa de supremacía de las ideologías de la modernidad (que alguien conceptualizó como “herejías cristianas”) hubiese dejado terreno al resurgimiento de las grandes religiones.

La persistencia del conflicto árabe-israelí, que algunos sólo miraban como parte de la Guerra Fría, sugiere que hay un sustrato teológico que lo anima. La reciente visita del Papa Francisco a Tierra Santa, con la intención de propiciar un acercamiento entre las partes, da más crédito a esa hipótesis.

¿Acaso un líder religioso, probablemente el más influyente del mundo cristiano en Occidente, es el único con la autoridad espiritual para producir lo que la diplomacia política hasta acá no ha podido?

Hay que pensar que cristianos, judíos y árabes musulmanes son descendientes del patriarca Abraham. El Islam proviene de este personaje bíblico a través de su hijo mayor Ismael; el Judaísmo, por medio de su hijo Isaac; y el Cristianismo, como derivación cismática de la religión hebrea.

La idea central común a estas tres grandes religiones es la afirmación de que hay un solo Dios (monoteísmo). Aunque ese Dios es bueno, creador del género humano, los creyentes tienen  su propia interpretación, por lo general excluyente del “otro”.

Por esta última causa cristianos, judíos y musulmanes han protagonizado guerras interminables. Las Cruzadas, por caso, fueron en la Edad Media campañas militares impulsadas por el papado, con el objetivo de restablecer el control cristiano en Tierra Santa.

Ese territorio geográfico comprende todos los sitios en los cuales se desarrollaron eventos bíblicos tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. Para los cristianos tiene un alto valor, desde que fue el lugar donde vivió Jesús; para los judíos es la Tierra Prometida, y según el Islam es el sitio donde se encuentra el Domo de la Roca y es allí hasta donde cabalgó Mahoma en sueños.

Hay quienes piensan que el conflicto árabe-israelí refleja un choque de teologías, incluso al interior de las propias religiones musulmana y judaica, donde persisten interpretaciones religiosas violentes y fanáticas.

 

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 08/06/2014 en Uncategorized

 

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