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Un manifiesto contra la contaminación lumínica

06 Mar

La alteración de la oscuridad natural de la noche, provocada por la luz artificial de las ciudades, no tiene un efecto neutro. Globalmente considerado, está contribuyendo a una gran mortandad de insectos que repercute en la ya amenazada biodiversidad en todo el mundo.

Ésa es la tesis de “The Darkness Manifesto” (“Manifiesto contra la contaminación lumínica”), el libro del científico sueco Johan Eklöf, quien hace allí un llamado de advertencia sobre la desaparición de la oscuridad natural.

“Perder la conexión con el cielo nocturno es perder nuestra conexión con la naturaleza, pero también es perder parte de nuestra historia”, señala este zoólogo, quien confiesa que empezó a plantearse este problema en 2015, cuando se encontraba contando murciélagos en el sur de Suecia.

Verificó que las poblaciones de murciélagos en las iglesias de la región, cuyos campanarios son muy apreciados por esos mamíferos alados, desaparecieron luego de que esos espacios fueron iluminadas con luz artificial.

Eklöf descubrió que en 30 años (el periodo de vida promedio de un murciélago) había desaparecido la mitad de las colonias de la zona.

Esa investigación llevó al científico sueco a investigar cómo afectaba la iluminación artificial a otras especies y eso derivó en el libro de marras, que desde que se publicó en 2020 ha tenido una amplia repercusión en Europa, continente donde los gobiernos han empezado a combatir la “contaminación lumínica”.

Los astrónomos empezaron a utilizar ese término en la década de 1960 y en la actualidad se refiere sobre todo al resplandor persistente que emana de las ciudades cuando cae la noche, que no permite ver las estrellas y desdibuja el cielo nocturno.

En 2016, el 80% de la población mundial (y el 99% de la población de Estados Unidos y Europa) vivía bajo cielos contaminados por la luz.

Un estudio publicado este año en la revista Science reveló que, entre 2011 y 2022, la contaminación lumínica en la Tierra aumentó un 9,6% anual.

En la actualidad, una tercera parte de la población mundial no puede ver la Vía Láctea, ni siquiera en las noches más despejadas, pero el impacto de toda esa luz artificial va mucho más allá de impedir la observación de las estrellas.

Como explica Eklöf en su libro, todos los organismos vivos se rigen por ritmos circadianos sensibles a la luz que, si se trastornan, pueden desencadenar efectos que van desde una alteración del sentido de la orientación hasta mortandades en masa.

“Muchas mueren antes del amanecer, a veces de puro agotamiento”, escribió Eklöf. Incluso las que sobreviven, añade, “no han alcanzado sus objetivos nocturnos. No han conseguido su néctar (y transportado el polen de las plantas), no han encontrado pareja y no han puesto huevos”.

Pero esto no solo afecta a los insectos. Las tortugas marinas recién nacidas se dirigen hacia tierra, hacia el resplandor de las ciudades, en vez de hacia el mar iluminado por la Luna.

Además, engañados por la iluminación exterior, los árboles urbanos permanecen verdes más tiempo que sus homólogos rurales. Según Eklöf, la contaminación lumínica también impacta en la salud humana al agravar el insomnio, la depresión e incluso la obesidad en las personas.

“El cielo nocturno ha sido el mismo durante miles de millones de años y lo que vemos ahora es el mismo cielo que miraban nuestros antepasados y sobre el que creaban historias”, refiere el zoólogo sueco al explicar cómo la contaminación lumínica afecta nuestra visión humana de las estrellas.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 06/03/2023 en Uncategorized

 

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