Mañana se celebra el Día Internacional de la Tierra, una fecha que nos recuerda que el ser humano, más allá de su afán de dominio del entorno, tiene a este planeta como su único hogar.
En su origen la Tierra se constituyó como un complejo biofísico a partir del momento en que se desarrolló su biosfera. De esta manera surgió la vida en el planeta, en cuyo contexto emergió, como una rama del mundo animal, la raza humana.
Aunque el hombre ha logrado someter a la naturaleza, e incluso se ha lanzado a conquistar el espacio exterior y el cosmos en general, sin embargo, depende de manera vital de la biosfera terrestre.
Es decir, tiene una identidad terrícola definida, muy física y muy biológica, que implica aceptar que su supervivencia depende de que la Tierra, finalmente su único hogar, siga teniendo la capacidad de proporcionarle alimentos y recursos.
A lo largo de la historia, el planeta ha cubierto estas necesidades, pero últimamente la carga que debe soportar ha aumentado dramáticamente y cada día existen más preocupaciones sobre su capacidad de hacer frente al impacto causado por la actividad humana.
Por cada persona que había en la Tierra a principios del siglo XVIII, actualmente hay más de 11, y cada una de ellas (en promedio) requiere muchísimos más recursos de los que se dispone.
El ingenio humano ha ideado nuevas formas de cubrir la creciente demanda de los ya agotados recursos. Sin embargo, la presión que ha ejercido sobre el entorno ha dañado los sistemas naturales.
Y se cree que esta presión no puede seguir aumentando indefinidamente. Se piensa, al respecto, que el actual estilo de vida dependiente de determinada matriz energética es ya insostenible.
En la década de 1960, los pioneros del movimiento ecologista advirtieron sobre el peligro que representaban para el planeta los seres humanos con su comportamiento abusivo.
Sus preocupaciones eran expresadas en términos de responsabilidades para con otros seres humanos y para con las futuras generaciones. Los primeros ecologistas, así, recomendaban una gestión inteligente del planeta, asentada en la prudencia y el interés propio.
El aspecto pragmático de esta propuesta se reflejó en 1987 en el Informe Brundtland, realizado por la Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo, donde se habló de “sostenibilidad”.
El nuevo concepto se definió, según este informe, como el “desarrollo que cubre las necesidades del presente sin poner en peligro la capacidad de generaciones futuras de cubrir sus propias necesidades”.
Sin embargo, con el paso del tiempo se ha impuesto en el movimiento ecologista un punto de vista más radical, que rechaza la imagen de una gestión más comprensiva. Al respecto se habla de una relación explotadora y desigual entre los humanos y la naturaleza.
Como sea, al margen de estas propuestas más o menos estridentes, ha crecido la conciencia mundial respecto de la necesidad de que el hombre haga las paces con la naturaleza, ante el hecho irreductible de su condición terrícola.
Es decir, la aventura humana está irrevocablemente unida a la Tierra, el único hogar de los seres humanos. Eso significa que la supervivencia del planeta nos incluye como especie, que por cierto no vive al margen de él.
Como terrícolas compartimos un destino común con la Tierra, que es la patria de los humanos, una totalidad no sólo física y biológica sino también antropológica (la voz de origen griego “antropo” significa ser humano).
© El Día de Gualeguaychú