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Gualeguaychú más allá del Carnaval

La rica historia de la ciudad fundada por Rocamora y los hermosos parajes naturales de la zona (((volanta)))

Gualeguaychú más allá del carnaval

La hegemonía que ejerce la fiesta carnavalera eclipsa otras virtudes turísticas de la ciudad y de la zona. A veces se olvida que Gualeguaychú tiene otras facetas para disfrutar en el verano, como su cultura y sus espacios naturales.

Por Marcelo Lorenzo

En verano, se sabe, el Carnaval es el principal motor de la actividad turística, es su producto estrella. Aunque esta supremacía suele dejar en segundo plano el patrimonio cultural-histórico de la ciudad y la belleza del entorno natural.

¿Quién no ha escuchado alguna vez que, sacando el Carnaval, aquí no hay nada más para los turistas? Se trata de una observación que subestima los otros atractivos, los que al ser ignorados refuerzan la carnaval-dependencia.

No es que haya que discutir lo mucho que le debe la ciudad a su principal fiesta de verano, que hace las veces de marca identificatoria como destino turístico nacional. Simplemente se trata de no reducir a Gualeguaychú a la fiesta del Rey Momo, haciendo abstracción de los otros encantos.

En otros términos, vale remarcar que la ciudad fundada por Rocamora posee un acervo histórico y cultural interesante. Y tiene una variada y rica oferta para experimentar la naturaleza.

En este sentido, hay que decir que Gualeguaychú tiene un rostro antiguo fascinante. Reflejo de un pasado que late en edificios y lugares cargados de historias, envueltas muchas de ellas en un halo mágico.

Todas las ciudades tienen ese costado donde afloran, sobre todo en su arquitectura, las huellas del pasado. Pero acaso no muchas tengan esa presencia histórica tan fuerte que caracteriza a la ciudad fundada por Rocamora. Los que vienen de afuera se topan -y suelen decirlo con asombro- con una faz antigua que despierta lógica curiosidad.

La ciudad invita en esta época, cuando arriban tantos turistas, a adentrarse en su historia y en sus tradiciones. Recorrer sus variados museos, por caso, es una experiencia enriquecedora que permite descubrir el alma de una comunidad orgullosa, celosa de sus tradiciones y orígenes.

Gualeguaychú cuenta con edificios emblemáticos, como son el Teatro, la casa de Haedo, la casa de Fray Mocho, la casa de Andrade, el Palacio Clavarino, la Azotea de Lapalma, y el ex Frigorífico Gualeguaychú, entre otros.

No hay que perder de vista el hecho de que una ciudad es un todo cultural, en un doble aspecto: inmaterial o simbólico (que incluye el lenguaje, las creencias y la conducta de sus habitantes) y en su faz material (edificios, infraestructura, etc.).

Pero además Gualeguaychú tiene espacios verdes únicos, donde predomina el factor fluvial, característico de Entre Ríos. Un dato significativo, al respecto, es que nuestra zona es doblemente ribereña.

La postal más característica de la ciudad es el río que le da nombre, con su paseo del Puerto y la extensa y hermosa costanera cuyo punto culminante es el puente Méndez Casariego.

Espacio icónico

Pero si hay un espacio verde icónico de la ciudad es el Parque Unzué, soberbio paseo que los nativos disfrutan todo el año, y los turistas, sobre todo en verano. Éstos últimos, de hecho, no se cansan de elogiarlo, admirados de su estética natural.

Ubicado a la vera del río Gualeguaychú, conformado por el “Parque Chico” y el “Parque Grande”, este enclave verde ocupa 116 hectáreas totalmente arboladas y con caminos pavimentados y naturales.

El Parque Unzué se ha convertido en sitio privilegiado para que personas de todas las edades practiquen rutinarias caminatas, ejercicios físicos al aire libre, recorridos en bicicleta, jueguen al fútbol en alguna de sus canchas o simplemente lo usen con fines recreativos.

Reservas naturales

Además, existen en la zona las reservas naturales, sitios donde se conserva la biodiversidad, los cuales aparecen como una excelente opción para el llamado “ecoturismo”.

En estas áreas se pueden realizar caminatas, recorridos con vehículos 4×4, avistaje de aves, astroturismo, glamping, observación de huellas y fotografía, entro otras actividades.

Hay dos enclaves naturales administrados por el municipio. Uno de ellos es el “Parque Florístico” en el Parque Unzué. El otro es “Las Piedras”, situado a 15 kilómetros de la ciudad, donde se pueden recorrer distintos senderos hasta llegar al río Gualeguaychú,

Bajo administración provincial existe la “Isla Banco de la Inés”, situada sobre el río Uruguay. Para recorrerla se pueden contratar servicios privados de lanchas y guías.

En cuanto a las reservas privadas, se pueden mencionar:

>“La Serena del Gualeyán”: tiene servicios gastronómicos, alojamiento, y un museo de campo con carruajes. Cuenta con varias hectáreas de monte nativo, donde se pueden ver aves y flora autóctona. 

>“Termas del Guaychú”: el visitante puede disfrutar de las aguas termales del complejo y además puede realizar recorridos caminando por los senderos de la reserva que bordean el Arroyo Gualeyán. También se ofrecen recorridos en vehículos 4×4.

>“Senderos del Monte”: hay un centro de interpretación de la naturaleza y se pueden realizar caminatas nocturnas y diurnas. Ofrece la posibilidad de hacer astroturismo, es decir observación guiada del cielo por las noches. Y cuenta con servicio de glamping, un espacio donde los turistas pueden hacer camping con mucho glamour. También hay un vivero de plantas nativas y una huerta agroecológica.

 >“El Potrero de San Lorenzo”: una parte del predio sobre el río Uruguay es reserva de fauna y flora. En el centro de interpretación de la naturaleza hay un guía que acompaña por los senderos donde es posible avistar animales y conocer plantas autóctonas.

 >“Santa Isabel”: tiene una propuesta de caminatas en la naturaleza y tomar contacto con la producción agroecológica.

Otro enclave es “La Estopona”, sobre el río Uruguay, con barrancas, arenales y sitios arqueológicos de importancia, donde además se pueden apreciar la flora y fauna nativa.

El atractivo de las aves autóctonas

Gualeguaychú es un lugar privilegiado para el avistaje de aves. Existen casi 300 aves en la zona, que equivale a un 30% de las que hay en el país.

Es un paraíso para los observadores de aves que pueden hacer un seguimiento de todos los ejemplares que hay en los distintos ecosistemas. Hay aves que son propiamente del lugar, que sólo se pueden ver acá, como el tordo amarillo, que es la especie de pastizal emblemática.

Cabe consignar que empresas de Buenos Aires llevan a grupos de turistas extranjeros a observar aves a los caminos rurales de Ceibas, en el sur provincial.

Mirar el cielo nocturno

Gualeguaychú se ha abierto en el último tiempo al astroturismo, una rama de la astronomía aplicada al turismo, aunque con una mirada nativista que hace eje en la interpretación del firmamento que hacían los pueblos originarios litoraleños, como los guaraníes y los chanáes.

Esto implica poner en valor el patrimonio natural de su cielo, al igual que recuperar el saber ancestral de los primeros pobladores de la zona, que eran avezados contempladores de los movimientos de los cuerpos celestes.

Visita a los viñedos de la zona

Desde hace unos años Gualeguaychú se ha sumado a la actividad vitivinícola. De esta manera, ha devenido en un nuevo atractivo la visita a viñedos y bodegas, para conocer la propiedad y las variedades de uvas en producción.

Quienes visitan estos sitios pueden aprender, así, sobre los vinos de la región mientras disfrutan de comidas preparadas con productos locales y saborean los diferentes vinos producidos en la finca.

Dos son los enclaves para visitar a nivel local: “Altos del Gualeguaychú” (bodega Ianni), situado en Calle 4, entre calles 7 y 8 de colonia El Potrero; y “Las Magnolias”, que es una bodega-boutique con alojamiento, ubicada en el Acceso Sur a la ciudad.

Como febrero coincide con la vendimia, estos enclaves suelen programar visitas guiadas para experimentar la cosecha de uvas, es decir la primera parte en el proceso de elaboración del vino.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 10/02/2024 en Uncategorized

 

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Por qué se celebra hoy el Día de la Soberanía

En el calendario de las fechas patrias hoy (20 de noviembre) se conmemora el Día de la Soberanía Nacional, en alusión a la Batalla de la Vuelta de Obligado, que tuvo lugar en 1845 durante la época de la Confederación Argentina.

Esta batalla fue un enfrentamiento que tuvo lugar el 20 de noviembre de ese año entre las fuerzas argentinas y la armada anglo-francesa, que intentaba forzar el paso por el río Paraná.

El conflicto se desencadenó porque las potencias europeas querían garantizar el libre comercio a través de los ríos interiores de Argentina, mientras que el gobierno de la Confederación opuso resistencia a este intento.

La defensa argentina estuvo liderada por el entonces gobernador de la provincia de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas.

Aunque la batalla terminó con la derrota militar de las fuerzas argentinas, se considera un acto de resistencia y defensa de la soberanía nacional, según la historiografía revisionista.

La interpretación de eventos históricos puede variar dependiendo de la perspectiva ideológica y política de quienes analizan la historia. En Argentina, el análisis de la era de Rosas sigue siendo un tema de debate.

Las diferentes corrientes historiográficas ofrecen interpretaciones diversas sobre su legado y su papel en la construcción de la Nación argentina.

Para el historiador Luis Alberto Romero, por ejemplo, la Vuelta de Obligado es un mito inventado por la ideología nacionalista pro-rosista y que forma parte de la nueva “historia oficial”, difundida de manera sistemática y abrumadora en las escuelas y en los medios.

“No fue una victoria sino una derrota. Para detener a la flota inglesa, Rosas cerró con cadenas el río Paraná e instaló dos baterías. Los ingleses cortaron las cadenas, hubo cañonazos de ambos lados, algunos muertos ingleses y varios centenares entre los soldados bonaerenses. Muertes inútiles, pues los buques llegaron hasta Corrientes”, refiere Romero.

Y añade: “Tampoco es completamente cierto que Rosas defendió los intereses nacionales contra la agresión imperialista. Esto último es correcto, pero los supuestos ‘intereses nacionales’ son algo muy discutible. Por entonces no existía un Estado argentino unificado, sino provincias en guerra, alineadas en bandos políticos y divididas por cuestiones económicas. ¿Dónde estaba la Nación?”.

Según Romero, Corrientes quería comerciar directamente con los británicos y Rosas defendió el monopolio comercial porteño. “El antiimperialismo fue acotado, pues el episodio no enturbió una larga historia de relaciones entre Buenos Aires y Gran Bretaña, mutuamente beneficiosas. En 1852, caído Rosas, todas las provincias aceptaron el principio de la libre navegación de los ríos, incorporado a la Constitución”, reinterpreta la fecha el historiador.

Los historiadores rosistas, no obstante, exaltan la figura del entonces súper poderoso gobernador de la provincia de Buenos Aires, llamado el “Restaurador de Las leyes” por sus simpatizantes, al que consideran un campeón de la soberanía nacional.

Esta corriente historiográfica anota a favor del caudillo bonaerense el hecho de que, tras la Vuelta de Obligado, el mismísimo General San Martín, desde su lecho de muerte en París en 1850, dio orden de que su sable fuera entregado a Rosas “por la firmeza con que sostuvo el honor de la república contra (…) los extranjeros que quisieron humillarla”.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 26/11/2023 en Uncategorized

 

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Italianos que arribaron a la villa de Gualeguaychú

Muchos de ellos eran marinos provenientes de Génova y de Venecia 

Rastreando a los primeros italianos que llegaron aquí antes de 1850

En los primeros años posteriores a la declaración de la Independencia comenzaron a llegar italianos que provenían en su mayoría de las llamadas repúblicas marineras. Se radicaron en villas portuarias como Gualeguaychú, según explicó el genealogista Gustavo Artucio Bigot, durante una exposición en el Instituto Magnasco.

Por Marcelo Lorenzo

Se sabe que la llegada de italianos a la provincia comenzó con la gran oleada inmigratoria que se inició en la década de 1870 con la sanción de la ley de colonización. Pero resulta que la presencia de los italianos en Entre Ríos es anterior y de hecho se la puede rastrear a la época colonial.

El genealogista paranaense Eduardo Artucio Bigot ha realizado, justamente, un estudio sobre los primeros inmigrantes de la península itálica en nuestra provincia, desde el siglo XVIII hasta mediados del siglo XIX.

Miembro de número del Centro de Genealogía de Entre Ríos y miembro del Instituto Argentino de Ciencias Genealógicas, Artucio estuvo en Gualeguaychú el 23 de junio pasado, invitado por el Instituto Magnasco.

En la ocasión presentó ante el público local su libro “Los primeros italianos en Entre Ríos. Información y datos genealógicos de los primeros italianos registrados en la provincia (1755 – 1850)”.

En la disertación, Artucio comentó que su investigación empezó cuando descubrió, con sorpresa de su parte, que, en el primer libro de matrimonios de la Parroquia de Paraná, en 1765, estaba registrado el casamiento de un italiano.

“Esto llamó mucho mi atención, porque no me imaginaba que hubiera italianos en esa época en esta provincia. Esto generó una inquietud en mí, y decidí averiguar si había otros más, comencé a investigar y fui descubriendo que había otros. En esta investigación confluían dos de mis pasiones: la genealogía y la italianística” refirió.

Entre Ríos es una provincia que fue organizada y poblada tardíamente por los españoles. Y los registros de las personas los llevaba a cabo la Iglesia Católica, a través de las actas de bautizo, de casamiento y de defunción.

La primera parroquia en toda la provincia fue la de Paraná, creada en 1730, y los registros con los que se cuenta son a partir de 1755. Esta base de datos se amplió luego con la creación de las parroquias de Gualeguay, Gualeguaychú y Concepción del Uruguay, entre 1780 y 1781.

Artucio trabajó con los registros parroquiales y los censos realizados en ese periodo, que abarca la época colonial y los primeros años del país independiente.

Esto le permitió reconstruir quiénes fueron los primeros italianos que arribaron a Entre Ríos, de dónde procedían, qué oficio desarrollaron en la región y que relaciones familiares tejieron a lo largo del tiempo.

El primer italiano registrado en la provincia estaba radicado en lo que actualmente es el Departamento Victoria, en la zona de Chilcas. “Lo que también llamó mi atención es que en el registro consta que tanto él como sus padres eran de nacionalidad italiana, siendo que por entonces el estado italiano como tal no existía”, explicó Artucio.

Sobre el particular, el investigador aclara que Italia por entonces estaba dividida en reinos, principados, ducados y otros estados independientes entre sí, algunos vasallos del Sacro Imperio Romano Germánico y otros vasallos de la Iglesia Católica.

Marinos que arribaron a las villas portuarias

En la primera mitad del siglo XIX, los italianos que arribaron a estas latitudes lo hicieron en forma voluntaria, no inducida por el gobierno argentino, como sí pasó a partir de 1850, cuando se estimuló oficialmente la instalación de colonias agrícolas en el país.

Entre las principales conclusiones de la investigación de Artucio figura el hecho de que estos extranjeros itálicos provenían preferentemente de las llamadas repúblicas marineras, o sea de Génova y Venecia.

La mayoría de ellos se radicaron en las ciudades y villas portuarias, como Paraná, Victoria, Gualeguay, Gualeguaychú, Concepción del Uruguay y Concordia.

“Era gente que se trasladaba con sus barcos para cumplir tareas de transporte, dado que en esa época los caminos prácticamente no existían y la mayor parte del transporte se hacía por vía fluvial. Acá prácticamente no había personas idóneas en el arte de navegar, y esa tarea la cumplían los primeros italianos que llegaron”, aclara Artucio.

Según relató, este ingreso de italianos coincide, durante esta época, con el hecho de que Napoleón Bonaparte, tras invadir la península itálica, disolvió las repúblicas de Génova y Venecia, y esto impactó negativamente en la actividad económica de ambos puertos marítimos.

Estas repúblicas marítimas, como se las llama, gozaron desde fines de la Edad Media de prosperidad económica gracias a su actividad comercial, en un marco de amplia autonomía política.

Contaban con flota naval y vigilaban los intereses comerciales de sus respectivas ciudades en los puertos mediterráneos. La intervención napoleónica en 1805, ahogó definitivamente la economía de estas repúblicas, provocando la emigración de marineros hacia América.

“Es interesante hacer notar que a pesar que en la época de Juan Manuel de Rosas se prohibía la navegación por parte de los extranjeros de los ríos, muchos marinos y sus barcos venidos de Europa navegaban bajo la bandera argentina, porque trabajaban para el Estado argentino”, agregó el investigador.

Los Magnasco

El célebre parlamentario Juan Laureano Osvaldo Magnasco, que nació en Gualeguaychú en 1864, era descendiente de una familia genovesa, que había arribado a la Argentina buscando nuevas oportunidades.

El abuelo de Osvaldo fue Giovanni Battista Magnasco, vecino de Portofino, localidad cercana a Génova, puerto abierto al Mediterráneo, quien se radicó con sus barcos en esta zona en 1837.

“Trabajaba para el Banco Benítez, que operaba en la ciudad. Manejaba “La Sultana”. Juan Bautista fallece en Gualeguaychú el 30 de noviembre de 1863. Su esposa, María Forte, falleció en 1885, a la edad de 89 años”, describe Artucio.

Juan Bautista Magnasco arribó a la región con sus dos hijos, Emanuelle (Manuel) y Benedetto (Benito). Respecto a Manuel, nació en 1820 y falleció en Gualeguaychú en 1913. Estaba casado con Benedicta Gimelli, con quien tuvo 9 hijos.

“Tenía una flota de veleros y se vinculó políticamente con personalidades influyentes de la época, como Venancio Flores, Francisco Solano López, el general José Urquiza, Bartolomé Mitre y Domingo Sarmiento. Hay que pensar que Manuel Magnasco solía transportar tropas del ejército”, refiere Artucio.

El otro hijo fue Benito Magnasco, el padre de Osvaldo, el parlamentario. Nació en 1833 en Portofino y falleció en Buenos Aires en 1890. Se casó en Gualeguaychú con Adelaida Raffo, también genovesa, con la cual tuvo 10 hijos.

“Benito era otro marino que realizaba la travesía entre Buenos Aires y Montevideo. Fue amigo de José Hernández, Venancio Flores y Bartolomé Mitre. Cuando falleció en Buenos Aires hicieron embalsamar su cadáver para luego sepultarlo en Gualeguaychú”, relató el genealogista.

“Lo que es importante de destacar, y el caso Magnasco es muy representativo, es cómo estas familias inmigrantes se involucran activamente en la vida económica, política y cultural de la provincia y el país”, precisó.

Otros italianos que figuran acá antes de 1850

Agustín Gianello es otro marino genovés que se radicó en Gualeguaychú antes de 1850. “Era empresario que llegó al país con sus padres en 1831. Primero prestó el servicio en la armada uruguaya y después se estableció en Gualeguaychú. Participó en la vida política y en la defensa militar de la ciudad. No se casó, pero tuvo una relación con Celestina Rodríguez Salcedo, uruguaya, con quien tuvo un hijo, Segundo María. Éste último después se va a vivir a Gualeguay, donde fue intendente y diputado y fue el abuelo de Leoncio Gianello, destacado abogado, historiador, poeta y escritor argentino”, refirió el genealogista.

Otro genovés que arribó a Gualeguaychú es Lorenzo Capurro, hijo de Giovanni Capurro y Antonia Badaracco. Se casó con Francisca Antonia Díaz, nacida en Rosario del Tala, con quien tuvo varios hijos.

Después está José Salvador Gnecco, oriundo de Génova. “Viene a la ciudad casado con una italiana y con hijos. Esa mujer muere en Gualeguaychú. Salvador (o Salvatore) después contrae matrimonio acá con Caterina Solari Devoto, también italiana, con quien tiene hijos. La familia se va luego a Buenos Aires”, destacó Artucio.

Otro inmigrante italiano que se radicó en Gualeguaychú es Domingo Reppeto (Doménico Felice), un genovés, fallecido acá en 1912, a la edad de 89 años. Se casó con una mujer de nacionalidad uruguaya, con la que tuvo varios hijos.

Por otro lado, está el genovés Juan Bautista Sanguinetti, cuyo matrimonio con una mujer de Rosario del Tala, de apellido Riquelme, está registrado en Gualeguaychú en 1844.

Hay un hombre de apellido Castelán, de Sorrento, de la zona de Nápoles, que figura en los registros de Gualeguaychú. Se casó en la ciudad en 1837 y tuvo varios hijos. Falleció en Gualeguaychú en 1871, a los 60 años.

En tanto Santiago Costa (que en realidad se llamaba Giacomo), se casó en Gualeguaychú en 1845 con una residente de apellido Urriste, con la que tuvo varios hijos.

Otra presencia peninsular es Andrés Chichizola, de Génova, que se casó en Gualeguaychú en 1848 con Luisa Sanguinetti, una italiana de Lavagna, cercana a Génova, con quien creó una numerosa familia.

Entre otros apellidos italianos que figuran en Gualeguaychú antes de 1850 aparece Peirano, Barbieri, Bruzzone, Gavasso, Garsolio, Rizzo, Subile y Guastavino.

Olas de inmigrantes

Es importante destacar que la inmigración italiana anterior a 1850 fue mucho menor en comparación con el gran flujo migratorio que se produjo en las décadas posteriores.

La inmigración italiana en masa, que transformó profundamente la Argentina, se produjo principalmente a partir de la segunda mitad del siglo XIX y principios del siglo XX.

“Se produce una gran oleada de inmigrantes italianos en el país con la ley inmigración de Avellaneda (1875), si bien en Entre Ríos empieza antes con la promoción de Urquiza a mediados del siglo XIX”, apuntó Artucio.

“Hay que calcular que en 1869, según el primer censo nacional, Argentina tenía 1.840.000 habitantes. Entre 1870 y 1890, es decir en 20 años, ingresaron al país alrededor de 1.000.000 de italianos”, afirmó.

Y añadió: “Después, entre 1890 y 1914, entraron 2 millones más de italianos. Durante la Primera Guerra Mundial, se detiene la inmigración. En el período fascista en Italia prácticamente no dejaban migrar a la gente. Finalmente se produce la última gran oleada después de la Segunda Guerra Mundial, de tal manera que alrededor de 500.000 italianos ingresaron a la Argentina. En total, sumando todo, los italianos inmigrantes en Argentina fueron 3,5 millones”.

La segunda patria de los itálicos

La influencia de la inmigración italiana ha sido notable en la conformación del biotipo argentino. El dato es que entre nativos y descendientes con doble ciudadanía argentina e italiana se calcula que el 47% de la población de nuestro país tiene antecedentes de esta nacionalidad.

De ahí que cada 3 de Junio se conmemore el Día del Inmigrante Italiano, eligiendo el día del nacimiento del político y militar Manuel Belgrano (de padre genovés), referente importante para esta comunidad.

Al arribar a estas playas, los inmigrantes debían comenzar una nueva vida. Construir nuevas raíces y empezar de cero. Una meta que nunca resultó fácil por aquello del desarraigo y a veces por la hostilidad que despierta todo extranjero.

© Semanario de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 15/09/2023 en Uncategorized

 

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Sin agua no hay vida en el planeta

Hoy (22 de marzo) se celebra el Día Mundial del Agua, un elemento vital para la vida de todas las especies de la Tierra. Un compuesto natural formado por moléculas de hidrógeno y oxígeno, que es indispensable para la vida.

No es casual que Tales de Mileto, uno de los siete sabios de la Grecia antigua, también fundador de la filosofía natural, haya encontrado en el agua el principio y realidad última de todas las cosas.

A Tales, que según la tradición no dejó nada escrito, se le atribuye la afirmación “todo es agua”. Algunos intérpretes aseguran que llegó a esta conclusión por la experiencia de lo húmedo en el desarrollo de la vida.

Es el caso de Aristóteles (384 a.C.-322 a.C.) quien escribió en el libro “Metafísica” que probablemente Tales “observaba que la humedad alimenta todas las cosas, que lo caliente mismo procede de ella, y que todo animal vive de la humedad; y aquello de donde viene todo, es claro, que es el principio de todas las cosas”.

Agregó Aristóteles que esta concepción del agua como elemento originario es antiquísima. “Algunos creen que los hombres de los tiempos más remotos y con ellos los teólogos muy anteriores, se figuraron la naturaleza de la misma naturaleza que Tales. Han presentado como autores del universo el Océano y a Titis, y los dioses, juran por agua, por esa agua que los poetas llaman el Stigio”, dijo.

Afirmar que el agua es el principio o materia originaria de la que han surgido todas las realidades que componen el variopinto y complejo tejido cósmico, quizá hoy pudiera parecer extravagante.

Como sea, lo cierto es que Tales no estaba tan equivocado al vincular el agua a la vida del Planeta, una intuición que nadie discutiría en el Siglo XXI, atravesado por una crisis ecológica que involucra una emergencia hídrica persistente.

Tampoco nadie discute que este “oro líquido” hace posible que todas las especies terrestres continúen creciendo y desarrollándose cada día. La verdad es que, en este planeta, ningún organismo vive sin agua.

Y en este sentido todo está hecho de este elemento, coincidiendo con la tesis de Tales. Respecto a los seres humanos, es antiquísima su preocupación por proveerse de agua dulce, que es la que puede consumir, y hace crecer plantas y animales.

Es llamativo que este recurso sea tan escaso en el planeta –presente básicamente en lluvias, lagos, ríos y acuíferos- dada la alta dependencia que se tiene de él. Según los ecólogos, suma menos del 1% de toda el agua disponible en el planeta, ya que la restante se encuentra como agua salada o en forma de hielo en los polos y en los glaciares.

La presencia del agua en la historia humana es muy marcada. No hay que perder de vista que las primeras civilizaciones surgieron al lado de grandes ríos (Nilo, Indo, Tigris, Éufrates).

El déficit de abastecimiento es una realidad con la que la humanidad ha convivido siempre. Por eso el hombre se ha vuelto experto en la construcción de represas, acueductos, tanques, canales, pozos y estaciones de tratamiento, purificación y desalinización.

La demanda por agua potable creció notoriamente durante el siglo XX, a la sombra de la explosión demográfica, las megalópolis, la industria y la agricultura.

Se trata de un recurso limitado, en el que hace falta una mayor toma de conciencia para su preservación, porque si algún día llegara a faltar, traería consecuencias dramáticas para la humanidad.

Que se haya instituido el 22 de marzo como Día Mundial del Agua, revela que el hombre tiene que fijar algunas fechas para recordarse sus obligaciones con respecto al hábitat.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 27/03/2023 en Uncategorized

 

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El perfil de los primeros pobladores de esta zona

La fundación de Gualeguaychú no fue en el estilo convencional, ya que en estos parajes no hubo que importar la población. Lo que hizo Tomás de Rocamora, en realidad, fue organizar la vida de vecinos que ya estaban aquí.

Lo que hizo el militar nicaragüense, aquel 18 de octubre de 1783, formó parte de una estrategia tendiente a incrementar la presencia del Estado colonial en la región.

La fundación de la villa local, junto con las de Gualeguay y Arroyo de la China, obedecía a una decisión de la administración borbónica de defender la frontera hispánica, frente a la amenaza lusitana, a través de la organización humana del espacio en el sur entrerriano.

Pero el dato histórico es que esta zona ya estaba habitada por población blanca, además de la presencia aborigen en el territorio. El proceso de colonización hispano-criolla en esta zona se había iniciado en la segunda mitad del siglo XVIII.

Los campos fértiles, las aguadas y el clima benévolo, eran condiciones propicias para el asentamiento de los pobladores, sobre todo de aquellos que perseguían mejor suerte.

Tres corrientes pobladoras llegaron a este medio geográfico luego de la campaña que exterminó al aborigen, alrededor de 1750. Arribaron desde la Bajada del Paraná, Yapeyú (Misiones) y Buenos Aires.

“Aunque llegan prácticamente a un mismo tiempo, sus componentes difieren en cuanto a: número, características sociales y finalidades que motivaron su radicación”, se lee en el libro “De Gualeguaychú y su historia” (1983).

Allí se cuenta que el flujo poblacional proveniente de Misiones aportó familias de origen guaraní convertidas al catolicismo. Esta corriente se intensificó a partir de la expulsión de los jesuitas en 1767.

En cuanto a los pobladores que arribaron desde la Bajada del Paraná y Santa Fe, se trató de un aporte humano abundante, aunque de limitados recursos económicos. Buscaban establecerse para trabajar explotando el monte y por eso se situaron a la orilla de ríos y arroyos.

Con la tercera corriente migratoria vinieron los futuros terratenientes. En efecto, aunque menor en número, estaba formada por hombres de fortuna y buenas relaciones con el gobierno virreinal.

Gracias a su posición económica, este grupo adquirió grandes cantidades de tierra a muy bajo precio. Y aunque algunos las mantuvieron improductivas, otros se dedicaron a la explotación de cal, de conchilla de los ríos y al desarrollo pecuario.

Según cuentan los historiadores, esta procedencia poblacional disímil sería foco de conflicto en torno, sobre todo, a los litigios por la posesión de la tierra.

Primero el obispo Sebastián Malvar y Pintos y luego el propio Tomás de Rocamora se encontraron con el mismo problema: una convivencia alterada por el choque de intereses entre latifundistas y labradores.

Como sea, es posible rastrear en estos pobladores una marca idiosincrática que se transmitió a los guleguaychuenses: el engrandecimiento por el propio esfuerzo.

Los habitantes que estaban dispersos en esta geografía, antes de la llegada de Rocamora, debían sobrevivir en plena orfandad, librados a la buena de Dios, lejos de la protección de la corona española.

En ese núcleo poblacional originario ya latía un rasgo societario consistente en arreglárselas por las suyas. Desde el origen, por tanto, se forjó un carácter característico determinando por el medio en que se vivía.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 23/10/2022 en Uncategorized

 

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Aquí también hay cultura y naturaleza

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La rica historia de la ciudad fundada por Rocamora y los hermosos parajes naturales de la zona

Gualeguaychú no es sólo carnaval, además ofrece cultura y naturaleza

La hegemonía que ejerce la fiesta carnavalera eclipsa otras virtudes turísticas de la ciudad y la zona. A veces se olvida que Gualeguaychú tiene otras facetas para disfrutar en el verano, como su cultura y sus espacios naturales.

Por Marcelo Lorenzo

Tras el parate impuesto por la pandemia, el turismo regresa a Gualeguaychú, una localidad que ha apostado fuertemente por él. En verano, se sabe, el Carnaval es el principal motor de la actividad, es su producto estrella.

Pero esta suerte de carnaval-dependencia tiene un costo: deja en segundo plano el patrimonio cultural-histórico de la ciudad y la belleza del entorno natural, dos aspectos que pugnan por no ser ignorados como oferta para los visitantes.

Se corre el riesgo, así, de reducir a Gualeguaychú a la fiesta del Rey Momo, como si no tuviese otra cosa interesante que ofrecer. De hecho, ¿quién no ha escuchado alguna vez que, sacando el Carnaval, aquí no hay otra cosa turísticamente hablando?

Es un error no ver que Gualeguaychú es más que su oferta carnestolenda, aunque es mucho lo que le debe a su principal fiesta de verano. Eso piensa Andrea Takáts, especialista en Turismo, a quien Semanario consultó sobre el tema.

Licenciada en Geografía, con un posgrado en Turismo, profesora de la carrera de Hotelería de la Universidad Autónoma de Entre Ríos (UADER), Takáts también trabaja en la estratégica Dirección de Ambiente municipal.

“Cuando tengo que explicar sobre el potencial turístico de Gualeguaychú, siempre digo que se la conoce por su carnaval y por la lucha ambiental que ha protagonizado esta comunidad. Esto es efectivamente así. Pero hay que decir que hay mucho más que eso”, refirió.

Y añadió: “En mi caso, siempre he contribuido a promocionar, tanto desde la oficina de Ambiente municipal como desde la Uader, todo lo que es el ecoturismo o turismo de naturaleza, más que nada poniendo en valor las reservas naturales”.

La entrevistada recalcó que Gualeguaychú tiene una rica oferta turística que incluso en el verano trasciende el mundo de las comparsas y conecta con una nueva sensibilidad de parte de los visitantes contemporáneos.

“Vemos que cada vez hay más turistas que se interesan en todo lo que tiene que ver con la naturaleza y también con la cultura”, enfatizó en este sentido.

Hay que decir que Gualeguaychú tiene un rostro antiguo fascinante. Reflejo de un pasado que late en edificios y lugares cargados de historias, envueltas muchas de ellas en un halo mágico.

Todas las ciudades tienen ese costado donde afloran, sobre todo en su arquitectura, las huellas del pasado. Pero acaso pocas tengan esa presencia histórica tan fuerte que caracteriza a la ciudad fundada por Rocamora. Los que vienen de afuera se topan -y suelen decirlo con asombro- con una faz antigua que despierta lógica curiosidad.

La ciudad invita en esta época, cuando arriban tantos turistas, a adentrarse en su historia y sus tradiciones. Recorrer sus museos, por caso, es una experiencia enriquecedora que permite descubrir el alma de una comunidad orgullosa, celosa de sus tradiciones y orígenes.

“Pensemos que Gualeguaychú tiene tres monumentos nacionales, como son el Teatro, la Casa de Haedo, y la Casa de Fray Mocho. A eso debemos sumarle la Casa de Andrade, la Azotea de Lapalma o el remodelado Museo de Ciencias Naturales Manuel Almeida”, apuntó al respecto Takáts.

Pero además Gualeguaychú tiene espacios verdes únicos, acotó. “Y como estamos en Entre Ríos todos están recorridos por algún curso de agua. Nuestra zona por ejemplo es doblemente ribereña (río Gualeguaychú y río Uruguay)”, destacó.

Y añadió: “Estos sitios son conocidos por las personas mayores, porque solían visitarlos cuando eran chicos. Pero lamentablemente este contacto con la naturaleza se ha ido perdiendo. Hoy estamos tan urbanizados que nuestro mayor contacto con el entorno natural quizá sean las plazas, la zona de la Costanera o el Parque Unzué, que por cierto son hermosos. Pero existen las reservas naturales, sobre las cuales se viene trabajando muy bien desde los sectores público y privado”.

Según Takáts, allí se está conservando nuestra biodiversidad y en este sentido aparece como una excelente opción para experimentar la naturaleza.

Gualeguaychú tiene áreas naturales protegidas de jerarquía, verdaderos enclaves icónicos del ecoturismo local, como son Las Piedras, Parque Florístico, Isla Banco de la Inés, El Potrero de San Lorenzo, Senderos del Monte, La Serena del Gualeyán y la reserva de Termas del Guaychú.

En estos sitios se pueden realizar paseos en lancha, caminatas, recorridos con vehículos 4×4, avistaje de aves, astroturismo, glamping, observación de huellas y fotografía, entro otras actividades.

Sitios de ecoturismo

Takáts dio un pantallazo de los sitios representativos que ofrece Gualeguaychú para experimentar la naturaleza y el paisaje locales, los cuales están abiertos al turismo.

-Hay dos enclaves naturales administrados por el municipio. Uno es ellos es la reserva del “Parque Florístico” en el Parque Unzué. El otro es “Las Piedras”, situado a 15 kilómetros de la ciudad, donde se pueden recorrer distintos senderos hasta llegar al río Gualeguaychú, y al mismo tiempo se puede acceder a la producción agroecológica que se desarrolla en el lugar.

-Bajo administración provincial existe la “Isla Banco de la Inés”, situada sobre el río Uruguay. Para recorrerla se pueden contratar servicios privados de lanchas y guías.

-En cuanto a las reservas privadas, se pueden mencionar:

  >“La Serena del Gualeyán”, que es un complejo turístico (situado en la zona noroeste de la ciudad), dotado con servicios gastronómicos y alojamiento (bungalows). Cuenta con varias hectáreas de monte nativo, donde se pueden ver aves y flora autóctona. Además hay un museo de campo con carruajes. También tiene un programa de accesibilidad.

 >“Termas del Guaychú”, donde el visitante no sólo puede disfrutar de las aguas termales del complejo sino que además puede realizar recorridos caminando por los senderos de la reserva que bordean el Arroyo Gualeyán. También se ofrecen recorridos en vehículos 4×4.

 >“Senderos del Monte” está en el camino al Ñandubaysal. Allí hay un centro de interpretación de la naturaleza y se pueden realizar caminatas nocturnas y diurnas. Ofrece la posibilidad de hacer astroturismo, es decir observación guiada del cielo por las noches. Y ahora están incorporando el glamping, un espacio donde los turistas pueden hacer camping con mucho glamour. También hay un vivero de plantas nativas y una huerta agroecológica.

 >“El Potrero de San Lorenzo” es un campo para la producción agropecuaria y forestal, pero una parte del predio sobre el río Uruguay es reserva de fauna y flora. Si bien está más enfocada en recibir contingentes de alumnos, cualquier turista o vecino que quiera conocerla, ingresa en la página web, saca un turno y va con su propio vehículo. En el centro de interpretación de la naturaleza lo espera un guía que lo acompañará por los senderos que hacen posible avistar animales y conocer plantas autóctonas.

 >La más nueva es la reserva “Santa Isabel”. Ubicada cerca de la intersección de las rutas Nº14 y Nº16. Allí tienen una propuesta de caminatas en la naturaleza y tomar contacto con la producción agroecológica.

-Otro enclave es “La Estopona”, sobre el río Uruguay, con barrancas, arenales y sitios arqueológicos de importancia, donde además se puede apreciar la flora y fauna nativa.

El atractivo de las aves autóctonas

Para Andrea Takáts, Gualeguaychú es un lugar privilegiado para el avistaje de aves. “Tenemos casi 300 aves en la zona, que equivale a un 30% de las que hay en el país. No es poca cosa”, destacó.

“A los observadores de aves –apuntó– les encanta hacer un seguimiento de todos los ejemplares que hay en los distintos ecosistemas. Hay aves que son propiamente del lugar, que sólo se pueden ver acá. El tordo amarillo es la especie emblema de Gualeguaychú. Es de pastizal y hoy está amenazada”.

Según la entrevistada, al área del pastizal se la suele denigrar un poco: “Se dice: eso es yuyo. Pero este ambiente es importante. Debemos defenderlo así como hacemos con la selva en galería o con los humedales. Justamente ahora están naciendo los pichones de los tordos amarillos, y hay un grupo de voluntarios -entre los que están Aves Gualeguaychú, Aves Argentina y la gente de El Potrero- dedicados a conservar esos nidos”.

Cabe consignar que empresas de Buenos Aires llevan a grupos de turistas extranjeros, que pagan en dólares, a observar aves a los caminos rurales de Ceibas, en el sur provincial.

Por ejemplo el equipo de Sandpiper Birding & Tours publicita en su página web estos recorridos para el avistaje de aves y los safaris fotográficos.

Allí se lee: “Sin lugar a dudas el sur de Entre Ríos es uno de los destinos preferidos para muchos observadores de Aves, puede uno encontrar varias especies en peligro crítico en unos pocos kilómetros de distancia, al ser una zona inundable, pocas hectáreas pueden ser usadas para la ganadería y la agricultura convirtiéndose así en un sitio bien conservado que nos invita a recorrerlo en cualquier época del año”.

La práctica de mirar el cielo nocturno

Gualeguaychú se ha abierto en el último tiempo al astroturismo, una rama de la astronomía aplicada al turismo, aunque con una mirada nativista que hace eje en la interpretación del firmamento que hacían los pueblos originarios litoraleños, como los guaraníes y los chanáes.

Esto implica poner en valor el patrimonio natural de su cielo, al igual que recuperar el saber ancestral de los primeros pobladores de la zona, que eran avezados contempladores de los movimientos de los cuerpos celestes.

Existen ofertas específicas para los turistas que cuentan con guías profesionales de la observación del cielo local.

Visita a los viñedos de la zona

Desde hace unos años Gualeguaychú se ha sumado a la actividad vitivinícola, a tono con una tendencia provincial. De esta manera, ha devenido en un nuevo atractivo la visita a un viñedo o bodega, para conocer la propiedad y las variedades de uva en producción.

Quienes visitan estos sitios pueden aprender, así, sobre los vinos de la región mientras disfrutan de comidas preparadas con productos locales y saborean los diferentes vinos producidos en la finca.

Dos son los enclaves para visitar a nivel local: “Altos del Gualeguaychú” (bodega Ianni), situado en Calle 4, entre calles 7 y 8 de colonia El Potrero; y “Las Magnolias”, que es una bodega-boutique con alojamiento, ubicada en el Acceso Sur a la ciudad.

Como febrero coincide con la vendimia, estos enclaves suelen programar visitas guiadas para experimentar la cosecha de uvas, es decir la primera parte en el proceso de elaboración del vino.

© Semanario de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 01/04/2022 en Uncategorized

 

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