APUNTES PARA RECREAR LA CONVIVENCIA SOCIAL DESDE ABAJO
La olvidada figura del vecino
Antes que pertenecer a un partido político, profesión o entidad intermedia, incluso antes de la condición de ciudadano, somos todos vecinos de un municipio o ciudad.
Por Marcelo Lorenzo
“Pero, ¿cómo aprender a vivir juntos en la ‘aldea planetaria’ si no podemos vivir en las comunidades a las que pertenecemos por naturaleza?”, se preguntaba el político francés Jacques Delors, preocupado por la pérdida de sociabilidad dentro de la globalización.
El interrogante político central, decía, es si queremos y si podemos participar en la vida en comunidad. Idéntico planteo se hizo otro francés, Alain Touraine, célebre académico contemporáneo de estudios sociales.
En 1997, en un ensayo titulado “¿Podremos vivir juntos?”, se pregunta si es posible que las personas vuelvan a reconectarse entre sí en el marco de un proceso globalizador que ha puesto en jaque a la sociabilidad.
Se trata de un interrogante inexistente para los antiguos griegos, que no concebían vida humana sino dentro del marco de la polis (ciudad). Por eso Aristóteles escribió que el hombre incapaz de la convivencia política o de tal modo suficiente que no necesita de ella es una bestia o un dios.
De ahí que el filósofo haya definido al hombre como “zoon politikón” (animal político), sugiriendo que, a diferencia de las bestias y los dioses, el ser humano tiene la capacidad de relacionarse con otros y organizar la polis (realidad de la cual deriva la palabra “política”).
¿Acaso el sujeto posmoderno sufre un extrañamiento de su politicidad innata, de suerte que se ha hecho incapaz de vivir con otros, como alertan Delors y Touraine?
Algunos sociólogos vienen advirtiendo que este hombre se caracteriza por un desarraigo del lugar en el que vive y de los vínculos familiares. Es alguien que se recluye en el solipsismo de su proyecto autónomo de existencia, tornándose forastero entre los que lo rodean.
De esta manera se ha hecho inepto para la vida social y política, por cuanto ha devenido incapaz de establecer lazos con otros grupos, de unirse en comunidad de destino.
Además la cultura global, que expanden las modernas redes informáticas, ha provocado que las nuevas generaciones no empalmen con la memoria y las culturas locales.
Por otra parte mientras algunos creen que los espacios virtuales satisfacen necesidades de socialización, creando legítimas comunidades humanas, otros postulan que en realidad enmascaran un individualismo extremo de época.
Entre estos últimos se anota el sociólogo Zygmunt Bauman, padre del concepto de “modernidad líquida”, para quien las llamadas “redes sociales” son un sustituto engañoso de las verdaderas interacciones humanas.
“Mucha gente usa las redes sociales no para unir, no para ampliar sus horizontes, sino al contrario, para encerrarse en lo que llamo zonas de confort, donde el único sonido que oyen es el eco de su voz, donde lo único que ven son los reflejos de su propia cara”, refiere.
Según Bauman estar con otras personas, ser uno en compañía de otros, se ha vuelto un desafío existencial en las sociedades occidentales. En su opinión se ha perdido la capacidad de negociar la convivencia con otras personas.
Estamos viviendo una época, dice, donde menguan las habilidades de socialización, lo que lleva a no aceptar la diversidad humana, a ignorar que hay muchas maneras de ser humano. Relacionarse con otro supone cierta ascesis, en el sentido de que es un proceso constante de negociar y renegociar con alguien distinto y por tanto es algo que se aprende.
Al respecto, dice Bauman que la vida online genera una ilusión de interacción humana porque en gran medida está libre de los riesgos de la presencia real del otro. “Entonces si no te gustan las actitudes representadas por otros usuarios, simplemente dejas de comunicarte con ellos”, refiere.
SUJETO POLÍTICO ORIGINAL
¿Cómo hacer reconocible el rostro social del hombre y tras ello iniciar la paciente reconstitución de los diversos lazos que naturalmente nos ligan con otros?
Para contestar a esta pregunta habrá que ir a las fuentes de la convivencia, es decir volver la vista a aquellos territorios donde tienen lugar los vínculos primarios entre las personas.
¿Qué agrupamientos emergen de manera casi inmediata del natural desenvolvimiento de la tendencia humana a la convivencia? La sociología tradicional contesta que el comienzo se da en la familia.
Ese grupo primario lleva el signo de la politicidad humana. Es a partir del ámbito familiar que el hombre se integra en las demás relaciones de convivencia, incluso la política.
Ahora bien, la segunda comunidad que se constituye tan pronto se trasponen los límites de la casa y hace que el individuo inicie su vida extra-doméstica, es el municipio o ciudad, que en el fondo es una colonia de familias.
Aquí estamos hablando de uno de los primeros y espontáneos eslabones de la convivencia humana. Y no se trata de cualquier lazo inter-familiar (con grupos de otro tipo) sino de aquellos emergentes de una relación de vecindad.
Cuando hablamos de municipio hablamos de familias arraigadas en un espacio geográfico. Los grupos familiares afincados en un mismo suelo, y que tienden a organizarse para satisfacer las necesidades surgidas de la convivencia, establecen nexos de carácter vecinal.
El sujeto político del microcosmos que es el municipio es el vecino, una identidad sociológica primaria que subyace a la categoría de ciudadano (sujeto del Estado de Derecho) y que coexiste con la condición profesional (obrero, médico, comerciante, etc.) o la clase social.
Vecino se es primeramente de aquel otro que vive al lado, en la vivienda contigua (casa o departamento), y del resto de los que habitan en una zona o calle.
Vecino se es del barrio, ese primer asentamiento diferenciado que congrega a familias cuya interacción es capaz de generar su propia historia e identidad grupal.
Y por extensión se es vecino de su ciudad o municipio, “nuestra casa grande” (como le gustaba decir al doctor Oscar Lapalma), una comunidad fundada en la relación territorial pero en la que se ingresa espontáneamente desde la familia.
Probablemente Jacques Delors, cuando se preguntaba cómo aprender a vivir juntos en la “aldea planetaria”, tenía en mente la necesidad de recrear las relaciones de vecindad en el ámbito de las ciudades.
Pero ciudades entendidas como espacio de “familia de familias”, es decir con determinada escala, con una base poblacional que garantice una cierta convivencia humana, que hoy las grandes urbes sofocan con su anormal concentración demográfica.
La ciudad es el ámbito en que la gente estudia, trabaja, crea y comparte experiencias mutuas, y donde se proyecta el futuro individual y de cada familia.
¿No está aquí el cosmos social donde es posible, aunando voluntades, vivir juntos, recreando una nueva civilidad desde abajo? ¿No es revitalizando la figura del vecino como se logra recuperar el “zoon politikón” del que hablaba el filósofo?
La llamada amistad social -entendida como la capacidad de buscar juntos, desde posturas diversas, lo conveniente para todos-, ¿no debería tejerse en las primarias relaciones de vecindad?
EL BUEN VECINO
Toda moral tiene una dimensión comunitaria, lo que significa que hay un “deber ser” social. En este sentido, ¿qué virtudes o cualidades éticas debería reunir un buen vecino?
No siempre sabremos cuál es la mejor forma de interactuar con nuestros vecinos. Pero éste es un ámbito en que también rige la llamada “regla de oro”.
Así se conoce a uno de los principios morales más antiguos, universales y ubicuos. Y está encerrada en esta afirmación: “No hagas a los otros lo que no te gustaría que te hicieran a ti”.
Por lo demás, se podría establecer un decálogo tentativo de las buenas prácticas vecinales, cuyo cumplimiento mejoraría la convivencia en la comunidad. En un hipotético “Día de la Vecindad”, por caso, se podría sensibilizar la conciencia de los gualeguaychuenses recordándoles la importancia de algunos aspectos, como:
– Preocuparse por los asuntos de la ciudad, con espíritu cívico que asuma y tolere las opiniones distintas.
– Ser solidario con el vecino que necesita ayuda, apoyando a instituciones como bomberos, hospital, asilo de ancianos y bibliotecas populares, entre otras.
– Cumplir con las ordenanzas municipales (de tránsito, por ejemplo) y pagar las contribuciones monetarias que solventan servicios comunes (pago de tasas).
– Ser cuidadoso con el uso de los espacios compartidos, como las plazas y paseos públicos.
– Ser responsable con la basura domiciliaria y con el medio ambiente en general (cuidar los árboles y el agua).
– Ser responsable con sus mascotas.
– No molestar con ruidos a sus vecinos, especialmente en horarios que pueden afectar las horas de descanso.
– Si ocurre un incidente con algún vecino, intentar ser conciliador.
– Enseñar a los niños a convivir y despertar en ellos el amor por su barrio y su ciudad.
© El Día de Gualeguaychú