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Archivos Mensuales: octubre 2018

La olvidada figura del vecino

APUNTES PARA RECREAR LA CONVIVENCIA SOCIAL DESDE ABAJO

La olvidada figura del vecino

Antes que pertenecer a un partido político, profesión o entidad intermedia, incluso antes de la condición de ciudadano, somos todos vecinos de un municipio o ciudad.

Por Marcelo Lorenzo

 

“Pero, ¿cómo aprender a vivir juntos en la ‘aldea planetaria’ si no podemos vivir en las comunidades a las que pertenecemos por naturaleza?”, se preguntaba el político francés Jacques Delors, preocupado por la pérdida de sociabilidad dentro de la globalización.

El interrogante político central, decía, es si queremos y si podemos participar en la vida en comunidad. Idéntico planteo se hizo otro francés, Alain Touraine, célebre académico contemporáneo de estudios sociales.

En 1997, en un ensayo titulado “¿Podremos vivir juntos?”, se pregunta si es posible que las personas vuelvan a reconectarse entre sí en el marco de un proceso globalizador que ha puesto en jaque a la sociabilidad.

Se trata de un interrogante inexistente para los antiguos griegos, que no concebían vida humana sino dentro del marco de la polis (ciudad). Por eso Aristóteles escribió que el hombre incapaz de la convivencia política o de tal modo suficiente que no necesita de ella es una bestia o un dios.

De ahí que el filósofo haya definido al hombre como “zoon politikón” (animal político), sugiriendo que, a diferencia de las bestias y los dioses, el ser humano tiene la capacidad de relacionarse con otros y organizar la polis (realidad de la cual deriva la palabra “política”).

¿Acaso el sujeto posmoderno sufre un extrañamiento de su politicidad innata, de suerte que se ha hecho incapaz de vivir con otros, como alertan Delors y Touraine?

Algunos sociólogos vienen advirtiendo que este hombre se caracteriza por un desarraigo del lugar en el que vive y de los vínculos familiares. Es alguien que se recluye en el solipsismo de su proyecto autónomo de existencia, tornándose forastero entre los que lo rodean.

De esta manera se ha hecho inepto para la vida social y política, por cuanto ha devenido incapaz de establecer lazos con otros grupos, de unirse en comunidad de destino.

Además la cultura global, que expanden las modernas redes informáticas, ha provocado que las nuevas generaciones no empalmen con la memoria y las culturas locales.

Por otra parte mientras algunos creen que los espacios virtuales satisfacen necesidades de socialización, creando legítimas comunidades humanas, otros postulan que en realidad enmascaran un individualismo extremo de época.

Entre estos últimos se anota el sociólogo Zygmunt Bauman, padre del concepto de “modernidad líquida”, para quien las llamadas “redes sociales” son un sustituto engañoso de las verdaderas interacciones humanas.

“Mucha gente usa las redes sociales no para unir, no para ampliar sus horizontes, sino al contrario, para encerrarse en lo que llamo zonas de confort, donde el único sonido que oyen es el eco de su voz, donde lo único que ven son los reflejos de su propia cara”, refiere.

Según Bauman estar con otras personas, ser uno en compañía de otros, se ha vuelto un desafío existencial en las sociedades occidentales. En su opinión se ha perdido la capacidad de negociar la convivencia con otras personas.

Estamos viviendo una época, dice, donde menguan las habilidades de socialización, lo que lleva a no aceptar la diversidad humana, a ignorar que hay muchas maneras de ser humano. Relacionarse con otro supone cierta ascesis, en el sentido de que es un proceso constante de negociar y renegociar con alguien distinto y por tanto es algo que se aprende.

Al respecto, dice Bauman que la vida online genera una ilusión de interacción humana porque en gran medida está libre de los riesgos de la presencia real del otro. “Entonces si no te gustan las actitudes representadas por otros usuarios, simplemente dejas de comunicarte con ellos”, refiere.

 

SUJETO POLÍTICO ORIGINAL

¿Cómo hacer reconocible el rostro social del hombre y tras ello iniciar la paciente reconstitución de los diversos lazos que naturalmente nos ligan con otros?

Para contestar a esta pregunta habrá que ir a las fuentes de la convivencia, es decir volver la vista a aquellos territorios donde tienen lugar los vínculos primarios entre las personas.

¿Qué agrupamientos emergen de manera casi inmediata del natural desenvolvimiento de la tendencia humana a la convivencia? La sociología tradicional contesta que el comienzo se da en la familia.

Ese grupo primario lleva el signo de la politicidad humana. Es a partir del ámbito familiar que el hombre se integra en las demás relaciones de convivencia, incluso la política.

Ahora bien, la segunda comunidad que se constituye tan pronto se trasponen los límites de la casa y hace que el individuo inicie su vida extra-doméstica, es el municipio o ciudad, que en el fondo es una colonia de familias.

Aquí estamos hablando de uno de los primeros y espontáneos eslabones de la convivencia humana. Y no se trata de cualquier lazo inter-familiar (con grupos de otro tipo) sino de aquellos emergentes de una relación de vecindad.

Cuando hablamos de municipio hablamos de familias arraigadas en un espacio geográfico. Los grupos familiares afincados en un mismo suelo, y que tienden a organizarse para satisfacer las necesidades surgidas de la convivencia, establecen nexos de carácter vecinal.

El sujeto político del microcosmos que es el municipio es el vecino, una identidad sociológica primaria que subyace a la categoría de ciudadano (sujeto del Estado de Derecho) y que coexiste con la condición profesional (obrero, médico, comerciante, etc.) o la clase social.

Vecino se es primeramente de aquel otro que vive al lado, en la vivienda contigua (casa o departamento), y del resto de los que habitan en una zona o calle.

Vecino se es del barrio, ese primer asentamiento diferenciado que congrega a familias cuya interacción es capaz de generar su propia historia e identidad grupal.

Y por extensión se es vecino de su ciudad o municipio, “nuestra casa grande” (como le gustaba decir al doctor Oscar Lapalma), una comunidad fundada en la relación territorial pero en la que se ingresa espontáneamente desde la familia.

Probablemente Jacques Delors, cuando se preguntaba cómo aprender a vivir juntos en la “aldea planetaria”, tenía en mente la necesidad de recrear las relaciones de vecindad en el ámbito de las ciudades.

Pero ciudades entendidas como espacio de “familia de familias”, es decir con determinada escala, con una base poblacional que garantice una cierta convivencia humana, que hoy las grandes urbes sofocan con su anormal concentración demográfica.

La ciudad es el ámbito en que la gente estudia, trabaja, crea y comparte experiencias mutuas, y donde se proyecta el futuro individual y de cada familia.

¿No está aquí el cosmos social donde es posible, aunando voluntades, vivir juntos, recreando una nueva civilidad desde abajo? ¿No es revitalizando la figura del vecino como se logra recuperar el “zoon politikón” del que hablaba el filósofo?

La llamada amistad social -entendida como la capacidad de buscar juntos, desde posturas diversas, lo conveniente para todos-, ¿no debería tejerse en las primarias relaciones de vecindad?

 

EL BUEN VECINO

Toda moral tiene una dimensión comunitaria, lo que significa que hay un “deber ser” social. En este sentido, ¿qué virtudes o cualidades éticas debería reunir un buen vecino?

No siempre sabremos cuál es la mejor forma de interactuar con nuestros vecinos. Pero éste es un ámbito en que también rige la llamada “regla de oro”.

Así se conoce a uno de los principios morales más antiguos, universales y ubicuos. Y está encerrada en esta afirmación: “No hagas a los otros lo que no te gustaría que te hicieran a ti”.

Por lo demás, se podría establecer un decálogo tentativo de las buenas prácticas vecinales, cuyo cumplimiento mejoraría la convivencia en la comunidad. En un hipotético “Día de la Vecindad”, por caso, se podría sensibilizar la conciencia de los gualeguaychuenses recordándoles la importancia de algunos aspectos, como:

– Preocuparse por los asuntos de la ciudad, con espíritu cívico que asuma y tolere las opiniones distintas.

– Ser solidario con el vecino que necesita ayuda, apoyando a instituciones como bomberos, hospital, asilo de ancianos y bibliotecas populares, entre otras.

– Cumplir con las ordenanzas municipales (de tránsito, por ejemplo) y pagar las contribuciones monetarias que solventan servicios comunes (pago de tasas).

– Ser cuidadoso con el uso de los espacios compartidos, como las plazas y paseos públicos.

– Ser responsable con la basura domiciliaria y con el medio ambiente en general (cuidar los árboles y el agua).

– Ser responsable con sus mascotas.

– No molestar con ruidos a sus vecinos, especialmente en horarios que pueden afectar las horas de descanso.

– Si ocurre un incidente con algún vecino, intentar ser conciliador.

– Enseñar a los niños a convivir y despertar en ellos el amor por su barrio y su ciudad.

 

© El Día de Gualeguaychú

 

 
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Publicado por en 26/10/2018 en Uncategorized

 

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¿El futuro será acaso de los autodidactas?

Hasta no hace mucho aprender por sí mismo era una opción para los que, por falta de recursos, no podían acceder a un centro educativo formal. Pero hoy hay una generación que se instruye en Internet.

“Persona que se instruye a sí misma”, así define la Real Academia al autodidacto. Desde el punto de vista sociológico, la definición le cabe al individuo que aprende por sus propios medios porque no tiene la posibilidad de acceder a una educación académica.

Aún hoy ser autodidacta tiene sus desventajas sociales. Alguien puede aprender por sí solo una ciencia o habilidad particular, pero no puede hacer valer esos conocimientos en el mercado, porque no cuenta con el título o el certificado correspondiente de una institución académica.

La situación puede llegar al ridículo de no permitirle ejercer un área del saber al mejor en lo suyo. Por ejemplo en Argentina, la Universidad de Buenos Aires tuvo que transgredir muchas banales ordenanzas administrativas, por caso, para que Jorge Luis Borges, que era un autodidacta, pudiera dar clases en esa casa de altos estudios.

Uno de los más grades escritores de todos los tiempos, un verdadero creador en el mundo literario, no tenía título de docente para dar lengua ni podía mostrar certificado de cultura académica.

Pero en esos años (1956-1957) en que se le ofreció la cátedra de Literatura Alemana, en la Facultad de Filosofía y Letras, Borges comenzaba a ser una figura internacional de prestigio indiscutido.

El ex alumno Isaías Lerner, que luego se convertiría en ensayista, recordó tiempo después que “frente a cierta chatura académica que caracterizaba a la universidad de los años en que cursaba mis estudios, y salvo muy raras y honrosas excepciones, las clases de Borges representaron un auténtico aire renovador y un verdadero privilegio”.

El dato es que Borges no realizó estudios universitarios, pero igual  se convirtió en un gran escritor, demostrando que para llegar al máximo en un saber no se necesitan credenciales académicas.

En el pasado era más común encontrar este tipo de autodidactas en el mundo de la cultura, la ciencia y el arte. Pero esto no es habitual hoy dada la fuerte expansión de la educación básica y la universitaria.

Como sea, hay una revalorización del auto-aprendizaje en un contexto histórico-social donde existe la percepción de que el sistema formal de educación va a la zaga del avance del conocimiento.

Por otro lado hay estudios que indican que el 70% de lo que conocemos lo aprendemos experimentalmente fuera de los centros educativos formales. El nuevo entorno digital, de hecho, le ha dado un renovado impulso al autodidactismo.

En la actualidad, gracias a Internet, las oportunidades de ser autodidacta aumentan y se multiplican cada día. Esta posibilidad de acceder a contenidos educativos como: MOOCS, libros, videos, entre otros elementos, incrementan las posibilidades de aprender libremente, sin la ayuda de terceros profesionales ni de la educación normalizada.

El futuro es de los autodidactas, dicen aquellos que postulan que para ser un creador y tener éxito profesional ya no se necesita recurrir a los centros educativos.

Al respecto recuerdan que algunos de los genios informáticos, como Steve Jobs, Mark Zuckerberg o Bill Gates, no han contado con títulos universitarios. El portal Approved Index (que sirve de datos para los célebres rankings de la revista Forbes) reveló hace poco que un tercio de las 100 personas más ricas del mundo no tiene formación académica.

 

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 26/10/2018 en Uncategorized

 

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La obesidad, un tema serio de salud pública

En Argentina, el 60% de la población adulta tiene sobrepeso o sufre, directamente, cuadros de obesidad, en tanto que entre niños y adolescentes la epidemia llega al 40%.

Se trata de datos alarmantes según reconoce el secretario de Salud de la Nación Adolfo Rubinstein, quien señaló que la temática se ha convertido en una prioridad de la actual administración.

El funcionario explicó que lo que más preocupa es el sobrepeso infantil. Y es que el país lidera desde hace unos años el porcentaje de obesidad en menores de 5 años en América Latina, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Ante el impacto de la epidemia en Argentina, el año pasado se instituyó el tercer domingo de octubre como el Día Nacional de la Lucha contra la Obesidad.

La fecha busca lograr la movilización social y participación comunitaria en todos los niveles y sensibilizar a la población acerca de la importancia de la prevención y control.

La OMS define a la obesidad como la acumulación anormal o excesiva de grasa que puede ser perjudicial para la salud. El tejido adiposo que se acumula en la zona del abdomen es un importante factor de riesgo.

Además de riesgo de diabetes, enfermedades cardiovasculares y cáncer, la obesidad genera casos de bullying y dificultades para insertarse socialmente, entre otras problemáticas.

El sobrepeso y la obesidad constituyen el sexto factor principal de riesgo de muerte en el mundo y cada año fallecen cerca de 3,4 millones de adultos como consecuencia de las mismas.

Pero el mal puede prevenirse, a través de la transformación del ambiente obesogénico, promoviendo el consumo de alimentos nutritivos y el aumento de la actividad física.

Uno de los problemas es que el país se ha convertido en uno de los mayores consumidores de refrescos o gaseosas, que tienen una alta carga de endulzantes. “La Argentina es el país que más bebidas azucaradas per cápita consume en el mundo”, reconoció el secretario de Salud de la Nación.

Los nutricionistas sostienen que las calorías aportadas por las bebidas azucaradas tienen poco valor nutricional y pueden no proporcionar la misma sensación de plenitud que ofrece el alimento sólido. Como resultado, puede aumentar el consumo total de energía, lo que a su vez puede llevar a un aumento malsano de peso.

Para identificar el sobrepeso y la obesidad en los adultos se utiliza el índice de masa corporal (IMC), mediante el cual se divide el peso de una persona en kilos por el cuadrado de su talla en metros (kg/m2).

De acuerdo a la definición de la Organización Mundial de la Salud (OMS), un IMC igual o superior a 25 determina sobrepeso y un IMC igual o superior a 30 determina obesidad.

Básicamente, el sobrepeso y la obesidad son producto de una alteración en el balance de energía entre las calorías consumidas y gastadas.

En la actualidad, dos factores producen un desbalance en el organismo. Por un lado -un aumento en la ingesta de alimentos hipercalóricos que son ricos en grasa, sal y azúcares simples pero pobres en fibra, vitaminas, minerales y otros micronutrientes.

Y al mismo tiempo un descenso en la actividad física como resultado de la naturaleza cada vez más sedentaria de muchas formas de trabajo, de los nuevos modos de desplazamiento y de una creciente urbanización.

De lo que se trata, en el fondo, es de equilibrar el consumo con el gasto de energía. Con respecto a las campañas de prevención, los especialistas argumentan que hay que hace foco en la educación, empezando en los colegios.

 

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 26/10/2018 en Uncategorized

 

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El mentor ideológico de la fundación de la villa

“Las capillas serán parroquias y junto a las parroquias nacerán villas”. Esta frase del obispo Sebastián Malvar y Pinto contiene la idea germinal de fundar Gualeguaychú.

A 235 años de ese acto llevado a cabo por Tomás de Rocamora, vale resaltar la figura de este prelado a quien le cabe el título de inspirador intelectual del hecho que hoy (18 de octubre) celebramos.

En junio de 1780 el obispo Malvar y Pinto pide al virrey que erija parroquias en Gualeguaychú, Gualeguay y Arroyo de la China (hoy Concepción del Uruguay), lo que fue autorizado el 3 de julio de ese año.

La parroquia de San José de Gualeguaychú fue instalada el 2 de marzo de 1781 y abarcaba el territorio entre los ríos Gualeguay y Gualeguaychú.

En este caso la organización del territorio siguió una lógica inversa a la habitual, ya que las jurisdicciones parroquiales precedieron a la fundación de las villas.

Aquí radica el carácter de mentor ideológico de Malvar y Pinto: concibió con antelación la plantificación que haría Tomas de Rocamora, dos años después, el 18 de octubre de 1783. Con lo cual bien podría concluirse que ambos son   co-fundadores de Gualeguaychú.

Se sabe que este religioso era uno de los más eminentes miembros de la orden de los Franciscanos en España, con importantes vinculaciones en la Corte de Madrid.

Malvar y Pinto no fue un clérigo más, con determinada dignidad eclesiástica. También hacía las veces de funcionario político de alta jerarquía en la estructura de poder de la monarquía española.

Y esto en virtud del Real Patronato, un conjunto de privilegios y facultades especiales que los Papas concedieron a los Reyes de España y Portugal, a cambio de que éstos apoyaran la evangelización y el establecimiento de la Iglesia en América.

El Patronato hizo de la Iglesia del Nuevo Mundo, desde el punto de vista administrativo, una especie de dependencia de la Corona española en América.

La aparición de Malvar y Pinto en estas tierras formó parte, así, de una estrategia decidida en la corte del rey Carlos III, quien estaba empeñado en fortalecer las posesiones españolas en América frente a la amenaza portuguesa.

De hecho el obispo llega dos años después de la creación del Virreinato del Río de la Plata, constituido en 1776 para organizar, bajo una dirección unificada, la defensa de las fronteras.

Tras visitar diversos partidos de la Banda Oriental, desde Santo Domingo de Soriano cruza a Gualeguaychú, donde a fines de 1779 inspecciona la capilla pública alrededor de la cual se asentaban unas pocas familias.

Esto le permite al sacerdote conocer la precaria situación de estos habitantes y el grave problema que enfrentaba a los pequeños propietarios con los grandes terratenientes que querían expulsarlos de sus campos.

El obispo, entonces, concibe la idea de elevar el estatus eclesiástico de la capilla, convirtiéndola en parroquia, y se lo pide expresamente al virrey. Idéntico temperamento adopta para los otros poblados entrerrianos que visita: Gualeguay y Arroyo de la China.

La idea que había detrás no era sólo religiosa: la existencia de parroquias era una manera de organizar políticamente el espacio. Abría la alternativa para que los vecinos poseyeran parcelas de terreno en el poblado, lo que era un modo primario de urbanizar, descomprimiendo la disputa entablada por el acceso a la tierra.

La creación de nuevas parroquias, como base para la plantificación de las villas, es el legado de Sebastián Malvar y Pinto a la comunidad entrerriana.

 

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 23/10/2018 en Uncategorized

 

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La dicha de hacer lo que más se ama

Cada persona debería poder descubrir aquellos quehaceres que le reportan alegría, y que según José Ortega y Gasset están en línea con sus inclinaciones innatas.

El filósofo español subdividió las ocupaciones humanas en dos grupos: las “trabajosas”, es decir las que se hacen por necesidad y urgencia, y las “felicitarias”, que son las que se hacen con agrado como medio de sentirse bien y a gusto.

En ese reparto, en ese delicado equilibrio o desequilibrio se encuentra parte del secreto de una buena vida. Aunque para Ortega la dicha empieza cuando hacemos cosas que son de nuestra preferencia.

Dice: “Felicidad es la vida dedicada a ocupaciones para las cuales cada hombre tiene singular vocación.  Metido en ellas, no echa de menos nada, íntegro le llena el presente, libre de afán y nostalgia (…) por eso deseamos que no concluyan nunca. Quisiéramos perennizarlas, eternizarlas. Y en verdad que absortos en una ocupación feliz, sentimos un regusto, como estelar, de eternidad”.

El filósofo se refiere a aquellas actividades “felicitarias” que incrementan la alegría de vivir y que difieren en cada persona, ya que todos somos distintos.

De ahí que mientras unos pueden encontrar dicha practicando algún arte (dibujo, cerámica, escultura) otros gozan en su oficio (carpintería, mecánica), en tanto están los que les gusta pescar, leer, practicar deportes, conversar, o tocar un instrumento.

De acuerdo al concepto orteguiano, hay más posibilidades de atisbar los rayos misteriosos y pasajeros de la felicidad cuando hacemos cosas que nos atrapan, que están en sintonía con nuestras preferencias, sean prácticas diarias de trabajo, ocio o relaciones.

Está claro que habrá personas que podrán, debido a sus circunstancias personales, dedicar más tiempo a las ocupaciones satisfactorias y felicitarias que a las trabajosas u obligacionales, y este es el lado azaroso de la existencia.

Pero Ortega parece decirnos que los mortales tendremos que ingeniárnosla para en lo posible satisfacer en modo justo esa parte vocacional que desde el interior nos impele a la dicha porque, como el filósofo dice, “hay una vocación general y común a todos los hombre. Todo hombre, en efecto, se siente llamado a ser feliz”.

Siguiendo esta lógica, acaso la mejor utopía política sería construir un sistema social en el que el hombre pueda elegir, sin coacción alguna, el oficio que le gusta, haciendo que el trabajo dejara de ser una penalidad, un castigo, para pasar a ser una realización personal dichosa.

Algo parecido pensaba el fundador de Apple, Steve Jobs, para quien la clave de la vida pasa por hacer lo que más nos gusta, con arreglo a la vocación personal.

En el discurso que brindó en la Universidad de Stanford (Estados Unidos), en 2005, Jobs exhortó a los jóvenes a ser consecuentes con ese llamado interior.

“A veces la vida te golpea con un ladrillo. No pierdas la fe. Estoy convencido de que la única cosa que me ha mantenido en pie ha sido amar lo que hago. Tienen que encontrar lo que aman. Vuestro trabajo es una parte muy importante de la vida, y la única forma de quedar satisfechos es creer que están haciendo algo grande. Amen lo que hagan”, dijo.

El fundador de Apple aseguraba, así, que hay que permitirse descubrir las actividades que más nos gustan. De esta manera uno puede aprovechar al máximo su talento. Pero a la vez, al hacer aquello que se ama, también se beneficia a los demás, porque reciben de nosotros lo mejor que podemos ofrecer.

 

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 23/10/2018 en Uncategorized

 

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Cuando en política se espera a un redentor

El encumbramiento de Jair Bolsonaro en Brasil y la de Andrés Manuel López Obrador en México, con sus propuestas “antisistema”, plantea dudas sobre un posible regreso del mesianismo político en Latinoamérica.

El trasfondo es conocido y remite al llamado malestar democrático. Los síntomas son: desconfianza en las instituciones, hartazgo frente a la corrupción de los aparatos partidocráticos, impotencia ante la violencia en las calles y crisis económica.

En este contexto de desolación política las sociedades, enojadas e indignadas con sus gobernantes, suelen sucumbir a la tentación del hombre fuerte, a la propuesta antisistema de un redentor que, rodeado de misticismo, promete el paraíso en la tierra.

¿Cabe deducir que el ciclo histórico de la democracia representativa en la región entró en retroceso ante el triunfo electoral de propuestas antisistema como la del izquierdista López Obrador en México y el derechista Jair Bolsonaro en Brasil?

¿Le tocará el turno a un nuevo ciclo de gobiernos autoritarios, de regímenes nacionalistas que encubran jefaturas cuasi religiosas? ¿Se perfile en la región la asunción de un orden compuesto de absolutismos políticos y ortodoxias ideológicas incompatibles con las sociedades abiertas y plurales?

Aunque las diferencias entre el mexicano y el brasileño parecen opuestas –uno es de izquierda y el otro de derecha- ambos se acercan al poder, en contextos de sociedades atribuladas, presentándose como mesías salvadores en lugar de hablar de restaurar la institucionalidad republicana.

Eso dice el politólogo Moises Naím, en una columna de opinión aparecida en el diario El País (Madrid) para quien Bolsonaro y López Obrador han tocado una vieja fibra latinoamericana asociada a la búsqueda del proverbial hombre fuerte que lucha contra la corrupción, los criminales y le de esperanza a sociedades traumatizadas por terribles niveles de corrupción.

Según Naím, ambos deliberadamente se han construido como candidatos “antisistema” que aprovechan la coyuntura de hartazgo de los votantes que piden “que se vayan todos”.

“Ofrecerse como el mesías salvador del país gana más votos que hablar de instituciones que limitan el poder presidencial y protegen al ciudadano, independientemente de quien sea el presidente”, diagnostica Naím, preocupado por lo que ocurre en México y Brasil.

Teme que allí se instauren regímenes que socaven la división de poderes, se persiga a las voces disidentes y se vaya a un esquema de partido único que garantice un pensamiento monocolor.

El mesianismo significa en política la tendencia a creer en líderes de inspiración divina cuyo destino superior es salvar a un país de las fuerzas del mal, para convertirlo en una tierra prometida.

El historiador mexicano Enrique Krauze sostiene que este tipo de experimento suele prosperar en América Latina por la larga tradición de profetismo y de mesianismo que trasmitió en estas latitudes la Iglesia Católica.

“En estos países (fundados y educados por los misioneros franciscanos, dominicos y jesuitas), la ética misionera se transfirió de la esfera religiosa a la laica, de los padres redentores a los redentores civiles y revolucionarios”, describe Krauze.

La matriz teológico-política católica alimentó así un inconsciente colectivo, un imaginario social apto para esperar y encumbrar en el gobierno a un hombre providencial, es decir a un mesías (que en hebreo significa “ungido de Dios”).

 

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 23/10/2018 en Uncategorized

 

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El olimpismo como una filosofía de vida

La competición de los atletas en los Juegos Olímpicos de la Juventud Buenos Aires 2018 transmite un mensaje asociado a un conjunto de valores vitales propios del deporte.

De hecho ése fue el propósito del barón Pierre de Coubertin, el creador del movimiento olímpico moderno a fines del siglo XIX, para quien la pedagogía del deporte podía sanar a la sociedad.

Imbuido de la ideología de la igualdad social, De Coubertin (que era docente) quería que la actividad deportiva dejara de ser privilegio de las clases adineradas de le época.

Consideró entonces la necesidad de democratizarla en la sociedad, reconociendo sus beneficios en el desarrollo de madurez, nobleza, capacidad, trabajo y bienestar físico que generan el esfuerzo y la sana competencia.

La fascinación por estas competencias atléticas se remonta al mundo helénico, a una celebración que se inicia en el año 776 a.C. en Olimpia, en la península mediterránea de Peloponeso, en honor al dios Zeus.

Hoy se habla del “olimpismo” como un espíritu, como una expresión de un complejo de ideas y de valores. Aquí la palabra espíritu da cuenta de cierta ideología que subyace a una práctica, la búsqueda ulterior de determinado propósito, o una mentalidad que se abre paso como una fuerza mancomunada.

Las marcas de esta ideología ya aparecen en la ceremonia de juramento olímpico. Allí los participantes, los atletas y organizadores del evento, se comprometen a respetar determinados valores y reglas.

En 1990, el Comité Olímpico Internacional (COI) aprobó una importante reforma de la Carta Olímpica, donde se expresan los principios fundamentales del movimiento.

Allí se sostiene que el olimpismo es una “filosofía de vida” que pone el deporte al servicio de la humanidad, cuya esencia es exaltar y combinar un conjunto armónico las cualidades del cuerpo, la voluntad y la mente.

“Asociando deporte con cultura y educación, el Olimpismo se propone crear un estilo de vida basado en la alegría del esfuerzo, el valor educativo del buen ejemplo y el respeto por los principios éticos fundamentales universales”, refiere la Carta.

En dicho documento base se expresa que el objetivo del olimpismo “es poner siempre el deporte al servicio del desarrollo armónico del hombre, con el fin de favorecer el establecimiento de una sociedad pacífica y comprometida con el mantenimiento de la dignidad humana”.

También se pretende, añade, “contribuir a la construcción de un mundo pacífico y mejor educando a la juventud a través del deporte practicado sin discriminación de ningún tipo y dentro del espíritu olímpico, que exige comprensión mutua con espíritu de amistad, solidaridad y juego limpio”.

El movimiento, por otro lado, sostiene que la práctica del deporte es un derecho humano. “Todo individuo o individua debe tener la posibilidad de practicar deporte de acuerdo con sus necesidades”, se indica.

¿Portan los Juegos Olímpicos la promesa de un cambio de paradigma educativo, cultural y social? El misticismo que encierran esos juegos, con su referencia ineludible a los valores griegos del pasado y su exaltación del atleta, como figura humana modélica, ¿tiene algún mensaje vital para este momento de la historia de la humanidad?

Quienes aman el deporte y estiman el carácter o identidad que forja en las personas, probablemente responderán que los valores del olimpismo son un camino para superar los problemas colectivos que afronta la sociedad global.

 

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 23/10/2018 en Uncategorized

 

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El desafío de erigirse en un país exportador

El economista Tomas Bulat decía que la Argentina debió ser Australia, pero renunció a serlo desde que se cerró al mundo y pretendió vivir “con lo propio”.

Exportadora de materias primas, la economía australiana, comparte a primera vista, muchas semejanzas con la argentina. Pero mientras los australianos lograron convertir al lejano país en una potencia global, a través de su integración al mundo,  la Argentina retrocedió convirtiéndose en un país pobre e irrelevante.

Según Bulat, la diferencia entre uno y otro modelo residió en que mientras los australianos comprendieron que la única oportunidad que tenía su país de ser rico era abriéndose al mundo –apertura que los obligaba a ser competitivos y mejores- en Argentina prevaleció la filosofía de cerrarse al comercio mundial, siguiendo la teoría conspirativa de que los de afuera quieren nuestra ruina.

El dato objetivo es que hoy los australianos viven mucho mejor que los argentinos. Con una geografía similar a la nuestra, y con apenas 22 millones de habitantes, Australia exporta por 270 mil millones y tiene un PBI de 1,4 billones de dólares, es decir, más de tres veces el PBI de la Argentina.

La estrategia de vivir de espaldas al mundo –despreciando los réditos de las corrientes de comercio internacional- ha tenido un alto costo para la Argentina, pese a ser un país naturalmente competitivo como proveedor de alimentos, energía y minería de valor agregado.

Esto se echa de ver en la restricción externa que acumula desde hace años, cuyo síntoma evidente es la escasez crónica de divisas del Banco Central, un problema que sólo se resuelve a través de una estrategia económica de largo plazo que apueste fuertemente por las exportaciones.

Históricamente los gobiernos han optado por generar un artificial bienestar en la población, subsidiando los consumos internos y manteniendo un tipo de cambio atrasado respecto del dólar, política esta última que incentiva la importación y penaliza la exportación.

Pero estos esquemas, que crean un déficit en la balanza comercial y de pagos, terminan con crisis por falta de divisas,  forzando un salto brusco devaluatorio del peso, como el ocurrido este año.

En teoría, hoy la Argentina está más competitiva desde el punto de vista internacional. Tiene una moneda subvaluada para estimular las exportaciones y, de paso, encarecer las importaciones, lo que le permitirá en breve corregir el déficit de la balanza comercial y mejorar la posición de reservas del Banco Central.

Para adelante lo que necesita el país es encarar una agresiva política exportadora, algo de lo que habría tomado nota el gobierno de Mauricio Macri, que acaba de lanzar el programa “Argentina exporta”, cuyo objetivo es triplicar las ventas externas para el año 2030.

Lo que se busca es, a través de incentivos a las pymes, multiplicar las empresas que envían productos al exterior, pasando de las actuales 9.500 exportadoras a 40.000.

La primera etapa del programa, según se anunció, buscará que las ventas al exterior alcancen los 100 mil millones de dólares para el año 2023. Para el segundo tramo, se aspira a los 200 mil millones de dólares.

La estrategia de la diplomacia comercial argentina, según Cancillería, es desarrollar y promover una mentalidad de Estado exportador.

“Desde 2016 llevamos más de 150 aperturas en 50 mercados de todos los continentes”, refirió al respecto el canciller Jorge Faurie.

 

© El Día de Gualeguaychú

 
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Lo que puede el valor de uno solo

Son muchos los casos de individuos que, a lo largo de la historia humana, han sobresalido por su valentía ante situaciones adversas, a veces oponiéndose en soledad a la brutalidad de regímenes tiránicos.

Individualidades singulares han dado testimonio, así, de esa extraordinaria capacidad del ser humano para superar circunstancias traumáticas, una forma de resiliencia sin igual.

En el siglo XX, por ejemplo, conmueven algunas historias de vida que revelan cómo algunas personas se mantuvieron firmes, preservando su dignidad, en el medio de la persecución del poder de turno, y pudieron expresar ello en una literatura que marcó a fuego la conciencia humana.

Quien dejó un testimonio valiente del horror de la Segunda Guerra Mundial fue Ana Frank, una niña judía que en 1929 junto a su familia sufrió en carne propia el genocidio de su pueblo.

En julio de 1942 la familia Frank, judíos holandeses, se escondieron en un refugio para huir de la persecución nazi. Allí permanecieron hasta 1944 cuando los nazis descubrieron el escondite.

Ana, una de las hijas de la familia, de trece años, llevó un diario durante ese tiempo, que constituye uno de los testimonios más conmovedores del Holocausto. Y si bien la joven murió en el campo de concentración de Bergen-Belsen, su diario sobrevivió.

El valor de sus escritos transciende fronteras. Impresiona que estando en una situación crítica y sombría Ana encontrase espacio para revisar sus pensamientos, sus ideales y los plasmase en notas.

En una carta a Kitty, fechada el viernes 9 de octubre de 1942, desde su escondite, escribe: “Hoy sólo puedo contarte cosas deprimentes. Muchos de nuestros amigos judíos van siendo llevados de a poco por la Gestapo, que no se andan con contemplaciones”.

Pese a la vivencia de zozobra y brutalidad en la que estaba inmersa junto a su familia, en los escritos de Ana aparecen frases conmovedoras. “Me he dado cuenta que siempre hay un poco de belleza: en la naturaleza, en el sol, la libertad, en nosotros mismos; y todo esto puede ayudarme”, dice en uno de ellos.

Y en otro se lee: “Es realmente una maravilla que no hayan caído todos mis ideales, porque parecen tan absurdos e imposibles de llevar a cabo. Sin embargo, los guardo, porque a pesar de todo, sigo creyendo que la gente es muy buena de corazón”.

El siglo XX nos ha dejado, por otro lado, algunas historias donde el  coraje cívico de uno solo, armado de la desnuda verdad, puede más que el régimen más oprobioso y temible.

Ese es el caso de Alexander Solzhenitsyn, el gran escritor ruso que denunció la mentira comunista de la URSS. Fue él quien se animó a decir lo que millones de soviéticos no se animaron: marcar el lado criminal y perverso del régimen.

Bastó que Solzhenitsyn dijera la verdad para que el poder temblara. Su “Archipiélago Gulag”, un análisis documentado del sistema de prisiones soviético, el sistema represivo y la policía secreta, desnudó la verdad del stalinismo.

El mundo se enteró de la barbarie de los campos de trabajos forzados de la Unión Soviética gracias a este libro. La descripción que hay allí sobre las torturas y el modo inhumano con que el régimen trataba a sus disidentes, supuso un revulsivo.

Este testimonio le granjeó a Solzhenitsyn 20 años de exilio, pero su valiente trabajo intelectual no sólo fue determinante para entender el horror comunista sino para comprender el significado del totalitarismo.

 

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 23/10/2018 en Uncategorized

 

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El rostro étnico del país es plural y diverso

El 12 de octubre, fecha en la que tradicionalmente se conmemoró la llegada de los españoles a América, se promueve como un día de reflexión histórica acerca de la diversidad cultural y étnica.

En nuestro territorio conviven no sólo razas y culturas, sino varios niveles de historia. La realidad humana de los pueblos aborígenes existentes no obstante es desfavorable respecto de otros grupos.

La asimetría obedece al hecho de que Argentina –al igual que otros países latinoamericanos- emergió del difícil encuentro entre los españoles y otros colonos europeos, por un lado, y los indios conquistados y los africanos traídos como mano de obra esclava, por otro.

Es probable que el biotipo blanco europeo haya querido imponer su modelo a las otras partes, sin advertir que la realidad biológica, psíquica y cultural del país era diversa.

Las épocas pretéritas nunca desaparecen completamente y todas las heridas, aun las más antiguas, manan sangre todavía. En este sentido, ¿cómo hacer para que el deseo de justicia étnica no se transforme en revancha, exaltando así la unilateralidad que se critica? Una contra hegemonía amerindia, podría minar el ideal de la coexistencia entre grupos humanos diversos.

Convertir el mapa étnico de Argentina en un campo de batalla es la peor solución imaginada. Azuzar las contradicciones raciales siempre es desanconsejable.

¿Cómo zanjar esta cuestión, entonces? En principio, si hay situaciones de opresión étnica, habría que buscar removerlas, en aras de la justicia, ya que nada justifica la opresión de los seres humanos.

Por otro lado, habrá que convenir que cualquier visión antropológica unilateral –que ensalce un grupo sobre otro- es algo ajeno al rostro real de Argentina.

Un estudio realizado por investigadores de varias nacionalidades, y publicado en la prestigiosa revista científica PloS One Genetics en 2012, determinó que la composición genética argentina era 65% europea, 31% amerindia, y 4% africana.

A su vez, estableció que la ascendencia europea en la provincia de Buenos Aires era del 76%, mientras que para la zona sur (Chubut) bajaba a un 54%, al igual que para la zona noreste (Misiones, Corrientes, Chaco y Formosa).

En tanto en el noroeste (Salta), se determinó una ascendencia mayoritariamente amerindia, dando por resultado un porcentaje europeo de apenas 33%.

Otro estudio publicado en 2015 en la misma revista, mostró que la composición genética argentina estaba constituida por un 67,3% de aporte europeo, un 27,7% de aporte amerindio, un 3,6% de aporte africano, y un 1,4% de aporte asiático.

El estudio graficó también que el 90% de la población argentina poseía una composición genética notoriamente diferente a la de europeos nativos, evidenciándose un proceso de mestizaje y mixtura.

Algunos sociólogos sostienen que existe una brecha étnica entre los pobladores de las pampas, más relacionados con los descendientes de inmigrantes europeos y la clase media, y los pobladores de las zonas extrapampeanas, más relacionados con los criollos, sector más postergado socialmente.

Como sea, la riqueza étnica de Argentina, en lugar de ser un motivo para el repliegue y la exclusión de los grupos humanos, debería ser una plataforma para el enriquecimiento mutuo.

Los antropólogos utilizan la palabra “otredad” para explicar el descubrimiento del “otro”, que es cualquier persona percibida como diferente y que nos sirve para “interdefinir” nuestra identidad. La otredad, así, es constitutiva de Argentina.

 

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 23/10/2018 en Uncategorized

 

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