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Archivos Mensuales: diciembre 2017

La batalla por el nombre de las cosas

Se sabe que hablar no es una operación inocente sino que cada discurso comporta una versión de la realidad. Esto se echa de ver, sobre todo, en los usos del lenguaje político.

Desde la semiótica se enseña que el lenguaje genera una ilusión de realidad que no es tal. Es decir, da la impresión primera de una transparencia a través de la cual accedemos a lo real.

Pero ese efecto de supuesto reflejo de las cosas que nombra en realidad encubre el hecho de que todo enunciado comporta una valoración sobre las cosas.

Pasa igual que con la fuerza persuasiva de una foto. Las cámaras imitan la percepción del ojo humano. De tal manera que la imagen “es igual” que la realidad tal cual la veríamos nosotros mismos.

Se dice que la “refleja”. Pero con ese término –que sugiere copia exacta- se oculta la mediación de la persona que maneja la cámara, cuyo ojo ha decidido reflejar desde un ángulo especial ligado a su propia concepción del mundo.

Es decir que la imagen de la realidad en la foto no refleja la realidad, sino que la representa. La fotografía, en el fondo, es una retórica de la realidad. Con las relaciones humanas medidas en palabras pasa lo mismo.

El filósofo y lingüista Ludwig Wittgenstein decía: “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”. Esto sugiere que todo discurso es un recorte de la realidad, es decir una versión de la misma.

Algo parecido postula el filósofo Jürgen Habermas: “El mundo determinado gramaticalmente es el horizonte en que se interpreta la realidad”. 

A propósito Eduardo Madina, licenciado en Historia Contemporánea por la Universidad de Deusto, en un artículo aparecido en el diario ‘El País’ (España), sostiene que el conflicto independentista de Cataluña es también lingüístico.

La batalla de fondo, dice, es una lucha por los nombres de las cosas. La facción independentista, así, ha tratado de imponer una descripción de la realidad  oponiendo la palabra “pueblo” a la de “sociedad”.

Madina dice que estos dos términos describen cosas muy distintas. “El pueblo –apunta- tiene siempre habitantes primigenios, dueños originarios que tarde o temprano terminan cayendo en la tentación de decidir quién entra y quién no entra, quién pertenece y quién no pertenece”.

En cambio la palabra sociedad no tiene dueño. “Acoge dentro muchas y muy diversas formas de entender la vida, no entra en qué hay que ser sino que admite muchas y muy diversas formas de estar para igualarlas, todas ellas, en una misma condición de ciudadanía”, refiere.

Madina sostiene que “pueblo” –término al que suelen apelar los populismos- tiene un marco romántico, sugiere homogeneidad estática y divide a las personas entre los que pertenecen al pueblo y los que no.

Pero en su opinión la inmensa complejidad humana no es divisible en dos partes. “La realidad de cualquier sociedad occidental y democrática es mucho más heterogénea, postnacional, compleja y mestiza que la pretendida homogeneidad” que subyace detrás de la palabra “pueblo”.

Carl von Clausewitz decía que “la guerra es la continuación de la política por otros medios”. Análogamente cabría postular que el lenguaje es también la continuación de la política por otros medios.

La realidad política, aunque algunos no lo acepten, admite múltiples enfoques. Y se puede pretender instalar una única descripción de las cosas imponiendo un solo relato o discurso sobre las mismas.

 

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 31/12/2017 en Uncategorized

 

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Ser migrante y el fantasma del rechazo

De los seres humanos se ha dicho que integramos una “especie migratoria”. Los desplazamientos de pueblos han sido constantes desde la prehistoria, pero en la actualidad han adquirido un dramatismo creciente.

Las grandes etapas de la historia de la humanidad están inseparablemente ligadas a otras tantas etapas en la historia de las migraciones humanas. De hecho, los grandes desplazamientos humanos han sido el motor decisivo en las sucesivas oleadas de globalización que han tenido lugar a lo largo del tiempo.

Nuestras actuales sociedades pluriétnicas y pluriculturales reflejan la mixtura provocada por los movimientos constantes y permanentes de las personas.

Los grupos humanos, más allá de la tendencia a replegarse sobre sí mismos, han interactuado con los “otros”, produciendo otra realidad humana. Aunque muchas veces la pareja identidad-otredad ha estado signada por la intolerancia y la exclusión.

En efecto, así como a nivel individual el descubrimiento que el “yo” hace del “otro” supone una representación no exenta de peligros, en el sentido de que puede ser visualizado como un enemigo, algo parecido ocurre con los grupos humanos.

La mirada del “nosotros” sobre “ellos” puede ser etnocéntrica, es decir cargada de superioridad tribal, autosuficiente y discriminatoria. De esa manera, quien debe abandonar su tierra, casi siempre forzado por las circunstancias, y entrar en una sociedad extranjera, se expone a esta violencia cultural de los residentes.

La última gran oleada migratoria ha tenido lugar en las últimas décadas, tras la aparición de las nuevas tecnologías del transporte y de las comunicaciones, el final de la Guerra Fría y el comienzo de la sociedad global.

Un rasgo marcado del actual contexto es el desequilibrio económico entre el Norte y el Sur, e incluso dentro de los países del Norte. Y esto se ha unido a un desequilibrio demográfico de signo inverso: crece la población en los países pobres, en tanto que desciende en los países ricos (baja natalidad y mayor envejecimiento).

Por esta razón el ciclo migratorio ha cambiado el sentido: si en el siglo XIX iba  de los países europeos a las colonias o ex colonias ultramarinas, ahora la población de las zonas pobres del planeta presiona sobre los países ricos: Europa Occidental, Estados Unidos, Australia o Nueva Zelandia, por ejemplo.

La migración ha crecido de manera notable desde el comienzo de este siglo y se calcula que en la actualidad unas 232 millones de personas buscan en países distintos al suyo nuevas oportunidades para mejorar su vida.

Las Naciones Unidas (ONU) establecieron el 18 de diciembre como el Día Internacional del Migrante, para crear conciencia alrededor de los derechos que les asisten a los que migran.

Una persona puede abandonar su país por diversos motivos. Normalmente el interés económico ha tenido una importancia primordial. El sujeto que migra percibe que encontrará en otro sitio empleo, mejores niveles de salarios y posibilidades de ascenso social.

La Argentina es un país forjado en las corrientes migratorias. El período desde las últimas décadas del siglo XIX hasta 1914, se caracterizó por la entrada de grandes contingentes de extranjeros, provenientes sobre todo de Europa.

Esa gente, que venía en busca de paz y prosperidad, se incorporó rápidamente al país, y gracias a su trabajo de la tierra y en las industrias, con el bagaje de conocimientos y experiencias que trajeron, ayudaron a crear la Argentina moderna.

 

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 31/12/2017 en Uncategorized

 

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La guerra como motor de la historia

¿Más guerra, más prósperos? La conjetura es provocativa y produce escándalo entre los pacifistas, pero no se puede negar que las tecnologías de las que hoy disfrutamos, como Internet, nacieron de esfuerzos bélicos.

El dato incontrovertible es que el bienestar de la actual civilización técnica es producto de una evolución que ha tenido como promotora perversa a la lucha violenta protagonizada entre los hombres.

Se diría que es políticamente incorrecto sugerir algún saldo positivo de algo que implique muerte y sufrimiento. En este sentido, a primera vista empardar guerra y progreso es un oxímoron, es decir un absurdo.

¿Pero la aventura humana acaso no está llena de contradicciones? ¿No es la historia, como la vida misma, un cúmulo de absurdidades? ¿No es acaso el hombre un ser paradojal?

Ya hay algo inconsistente en el hecho de que mientras se sabe que la guerra es un horror, un evento que implica un costo enorme sobre todo en vidas humanas, sin embargo el hombre a lo largo de su historia no ha parado de guerrear.

¿Dónde hay lógica allí? ¿Qué tipo de racionalidad subyace en esta práctica del aniquilamiento, en ese banquete de la destrucción que es toda guerra?  Para algunos filósofos de la antigüedad no habría escándalo en señalar que lo propio de la vida es la discordia.

Es el caso del griego Heráclito Éfeso, conocido como “el oscuro”, para quien que el devenir está animado por el conflicto. “La guerra es el padre de todo” decía.

En su opinión la ley que rige al universo es la lucha de contrarios, una contienda que es un ajuste de fuerzas contrapuestas, como las que mantienen tensada la cuerda de un arco.

La tesis heraclitiana es lo que se podría deducir, en efecto, de la aventura del hombre sobre la tierra. Y es la explicación de fondo de algunas teorías que postulan que la guerra es la causa del progreso material alcanzado por la humanidad.

Eso lo suelen pensar los expertos en historia militar, como es el caso del español Juan Carlos Losada, autor del libro “De la honda a los drones. La guerra como motor de la historia”, ediciones Pasado y Presente, de 2014.

Losada no se detiene en buscar las raíces de la violencia que anida en el hombre, sino que da cuenta de los ejemplos, desde el Paleolítico hasta la actualidad, en los que se pueden descubrir los insospechados y casi siempre involuntarios progresos que los grandes acontecimientos bélicos han provocado a lo largo de la historia.

El experto sostiene que en casos como la evolución de la rueda y los carros, el desarrollo de la ética, la navegación, la cartografía, la industria, la química y la robótica se puede ir siguiendo la ruta de una cierta evolución ligada a un acontecimiento tan deleznable como la guerra.

Según Losada, la guerra y los ejércitos juegan un papel clave “de engranaje en esa gran máquina que es la Historia. Junto a otros mecanismos como la economía, la lucha de clases, la ideología, los sentimientos, la religión… interrelacionados todos entre sí, contribuyen a impulsar el devenir de la Humanidad, no sabemos si hacia la mejora de la especie humana o hacia su autodestrucción”.

Algunos historiadores han polemizado sobre los efectos de la guerra en el desarrollo económico. En el caso de las guerras napoleónicas, para algunos fue un factor muy negativo, pero para otros, como Eric Hobsbawm en “Industria e Imperio”, pudo ser una condición necesaria para que la Revolución Industrial se desarrollase como lo hizo en Reino Unido en el siglo XIX.

 

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El túnel que marcó un antes y un después

El pasado 13  de diciembre se recordaron los 48 años de la inauguración en 1969 del Túnel Subfluvial Uranga-Sylvestre Begnis, el primer enlace físico que conectó a Entre Ríos no sólo con Santa Fe sino con el resto del país.

Ese túnel tuvo una importancia capital en el desarrollo provincial porque a partir de su construcción la provincia puso fin al aislamiento real de su territorio, que padeció históricamente una comunicación precaria con su entorno.

Esta provincia tenía un problema congénito: rodeada de ríos sufrió hasta bien entrada la década de 1960 una relación física limitada con el resto de las provincias y con países vecinos.

La única vinculación con los territorios tras los ríos se realizó hasta el último cuarto del siglo XX a través de balsas, lanchas y ferries, un sistema catalogado como precario.

La insularidad entrerriana, su falta de integración geográfica, fue uno de los factores que detuvo el avance a la modernidad de la provincia. Entre Ríos perdió así con los años el protagonismo que había alcanzado en la época de Justo José de Urquiza.

Hay quienes creen que esto empezó a cambiar entre 1958 y 1979, con la aplicación de medidas desarrollistas, cuando se concretan las mayores obras de infraestructura vial, que ponen fin al aislamiento.

El túnel, en este sentido, fue la primera obra instrumentada por estas políticas en la región. Es interesante observar que si bien la solución natural hubiese sido la realización de un puente, los gobiernos provinciales solo pudieron escoger este atípico y costoso formato por la falta de colaboración del Estado nacional, quien tiene la jurisdicción sobre los espejos de agua.

Siempre se sospechó que los intereses porteños, que temían que la producción entrerriana se desviara hacia el interior del país, hizo lobby para frustrar un puente entre Paraná y Santa Fe.

Santafesinos y entrerrianos, finalmente, se cansaron de esperar. Decidieron cortarse solos y emprender la construcción de una unión física no convencional: ya que no se podía hacer nada sobre el río Paraná, había que hacerlo por debajo.

Así nació la audaz idea de construir un túnel subfluvial, contra la voluntad del gobierno central. En junio de 1960 los gobernadores de Entre Ríos, Raúl Uranga, y de Santa Fe, Carlos Silvestre Begnis, firmaron un Tratado Interprovincial con ese objeto.

Este tipo de tratados no tenía antecedentes entonces. Correspondió al doctor Jorge Ferreira Bertozzi realizar el estudio jurídico y fundamentar el derecho de las provincias para celebrar este tipo de acuerdos.

El túnel surgió sobre la base de esta convicción: si es cierto que el espejo de las aguas del río pertenece a la Nación, eso no ocurre con la zona ubicada por debajo de los lechos, que es jurisdicción provincial y puede ser administrada por las mismas.

Esta monumental obra de ingeniería, que fue pionera por su naturaleza en América del Sur y fue la primera vía de unión física de Entre Ríos con la región, fue inaugurada el 13 de diciembre de 1969.

Vía de comunicación clave para el despegue del desarrollo regional, y a 48 años de su apertura, el Túnel muestra hoy signos de agotamiento. Ya en los ‘90, la saturación del tránsito y los daños sobre su estructura ocasionados por las crecientes de esos años, prendieron luces de alarma.

Ante esta situación, paranaenses y santafesinos parecen decididos a profundizar el proceso de integración regional, al dar impulso a la construcción de un moderno puente, que en principio cuenta con financiamiento de la Nación.

 

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Publicado por en 31/12/2017 en Uncategorized

 

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Las redes sociales, ¿creaciones dañinas?

Dos creadores de Facebook se declaran objetores de conciencia de esa red, a la que acusan de romper el tejido social y de ser una droga que daña del cerebro.

La objeción de conciencia es la negativa a acatar órdenes o leyes o a realizar actos o servicios invocando motivos éticos.

Bajo esta condición dos ex ejecutivos de Facebook, Chamath Palihapitiya y Sean Parker, dispararon contra esta red social, sugiriendo que se sienten culpables por haber ayudado a crearla.

Palihapitiya señaló sentirse “terriblemente culpable” por haber contribuido a desarrollar “herramientas que están rompiendo el tejido de cómo funciona la sociedad” y recomendó “una larga pausa” de las redes sociales.

“El círculo que creamos de feedback basado en el corto plazo y la dopamina está destruyendo cómo funciona la sociedad. Ningún diálogo civil, ninguna cooperación, desinformación, mentira”, dijo Chamath Palihapitiya, ex vice presidente para el crecimiento de usuarios de Facebook, durante un encuentro en la Escuela de Negocios de la Universidad de Stanford.

“Este no es un problema estadounidense. Esto no es sobre los anuncios rusos”, aseguró. “Este es un problema global (…) está erosionando los fundamentos de cómo la gente se comporta e interactúa”.

“No los puedo controlar”, dijo Palihapitiya sobre Facebook. “Puedo controlar mi decisión, que es que yo no uso esa mierda. Puedo controlar la decisión de mis hijos, que es que no tienen el permiso de usar esa mierda”.

Luego invitó a la audiencia a reflexionar sobre su relación con las redes sociales. “Sus comportamientos, ustedes no se dan cuenta, pero están siendo programados”, dijo. “No era intencional, pero ahora ustedes tienen que decidir cuánto van a resignar, cuanto de su independencia intelectual”.

Palihapitiya es el último de una serie de destacados representantes de Silicon Valley que criticaron las dinámicas detrás del éxito de las redes sociales.

El mes pasado Sean Parker, quien fue presidente fundador de Facebook, confesó que los creadores de esa red social, y de otras, explotaron “una vulnerabilidad en la psicología humana” al diseñar las plataformas, para que causaran conductas similares a la adicción.

Parker volvió a repetir estos conceptos durante un evento organizado por Axios en Filadelfia. Reconoció que las redes sociales deliberadamente nos enganchan a ellas y potencialmente pueden ser dañinas para nuestra mente, afectando así a varias generaciones

“Cuando Facebook se estaba poniendo en marcha, tenía a estas personas que se acercaban a mí y decían: ‘No estoy en las redes sociales’. Y yo decía, ‘OK, lo estarás’. Y luego decían: ‘No, no, no. Valoro mis interacciones en la vida real. Valoro el momento. Valoro la presencia. Valoro la intimidad’. Y yo decía, ‘Te atraparemos eventualmente’”, contó durante el evento.

Parker reconoció que en su momento no entendía las consecuencias de lo que estaba diciendo, porque cuando la red creció “a mil millones o dos mil millones de personas” literalmente cambió a la sociedad y la forma en la que las personas interactúan entre ellas.

“Probablemente interfiera con la productividad de maneras extrañas. Sólo Dios sabe lo que le está haciendo al cerebro de nuestros hijos”, reconoció.

Otro de los ingredientes de este cocktail es el factor social: “La validación en bucle de los contactos, eso es exactamente lo que se buscaba. Eso explota una vulnerabilidad de la psicología humana. Los inventores de esto (….) lo sabíamos. Y lo hicimos igualmente”, contó Parker.

 

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Publicado por en 31/12/2017 en Uncategorized

 

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La apuesta por el multilateralismo

Unos 4.000 delegados, entre ellos ministros y altos representantes de los 164 países miembro, debaten en estos días (10 al 13 de diciembre) en Buenos Aires una agenda multilateral en materia de comercio internacional.

El hecho de que Argentina sea sede de la Conferencia Ministerial de la Organización Mundial del Comercio (OMC), revela el giro que ha tomado en su política internacional desde que asumió la presidencia Mauricio Macri.

Por otra parte, se realizará en 2018 en estas pampas la Cumbre del G20, organización que el país preside actualmente. Además Argentina es uno de los principales impulsores de un acuerdo comercial entre el Mercosur y la Unión Europea (UE).

También lidera un acercamiento del bloque regional con la Alianza del Pacífico, el otro bloque que aboga por el libre comercio, que mira al Asia, y que integran Chile, Perú, México y Colombia.

De esta manera la Argentina se muestra activa a favor de un concepto clave: el multilateralismo, que básicamente significa colaborar con todos los demás países cuando se trata de tomar decisiones importantes, en lugar de actuar en solitario (unilateralismo).

El unilateralismo es un comportamiento que adoptan ciertos Estados con la finalidad de imponer a los demás miembros de la sociedad internacional sus intereses, valores y principios.

Históricamente desde aquí se suele caer en la espiral proteccionista, una política consistente en “empobrecer al vecino” mediante medidas que incluyen, entre otras, imposición de aranceles elevados o manipulación del tipo de cambio y barreras burocráticas para evitar el ingreso de mercaderías.

El resultado del proteccionismo es la guerra comercial a gran escala, de suerte que el escenario internacional es visto como un juego en el que gana el más fuerte, en el que domina la lógica de la beligerancia.

La XI Cita de la Organización Mundial de Comercio (OMC) que abrió en Buenos Aires busca un compromiso por el comercio basado en reglas. “Sin reglas de OMC, la alternativa es la jungla”, explicó la excanciller argentina Susana Malcorra, presidenta de la conferencia internacional.

“El sistema es importante, necesario, porque la alternativa al sistema es la jungla y eso no es bueno para nadie”, advirtió.

La mayor expectativa está centrada en la posición que traerá Estados Unidos, cuya política proteccionista, el “America first”, ha sacudido el escenario comercial mundial en cuestión de meses, con la salida de la Alianza Transpacífico y la revisión del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA).

Para algunos analistas estamos viviendo el mundo al revés. Mientras Estados Unidos, el hogar del capitalismo, tiene un presidente (Donald Trump) que despotrica contra el libre comercio, la China comunista lo defiende en los foros internacionales.

“No habrá ganadores en una guerra comercial. Seguir el proteccionismo es como encerrarse uno mismo en un salón oscuro: puede que evite el viento y la lluvia, pero también se quedarán afuera la luz y el aire”, expresó no hace mucho el líder chino Xi Jinping.

La OMC es un foro en el que los países acuerdan derribar barreras comerciales. Estas conversaciones deben ser multilaterales, pues la única forma de que la eliminación de los aranceles beneficie a todos los países es que ésta sea una medida de común acuerdo.

La filosofía que hay detrás es que los países pueden conseguir muchos más trabajando juntos, que dejando que cada cual haga su propio juego, imponiendo sus condiciones al resto.

 

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Publicado por en 26/12/2017 en Uncategorized

 

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La necesidad de ser alguien diferente

Aristóteles definió al hombre como “animal gregario”, sugiriendo que suele someterse a lo establecido por la sociedad en la que vive. Aunque también es cierto que es un ser que busca separarse, distanciarse del resto.

La sociedad es aquello en lo que caemos al nacer y en cuyo cauce andamos necesariamente toda la vida. De alguna manera somos hechos a “imagen y semejanza” de nuestro entorno.

Socialización, así se le llama al proceso mediante el cual el individuo interioriza la ideología de una sociedad determinada, que indefectiblemente “uniformiza” a sus miembros.

Primero a través de la familia y luego mediante el resto del entramado institucional (escuela, iglesia, trabajo) la convivencia ejerce una presión colectiva sobre los sujetos, con el fin de adaptarlos a sus patrones de pensamiento y conducta.

La sociedad se impone al individuo, en forma coactiva y desde el exterior, sobre todo a través de sanciones. Toda la mecánica social se pone en funcionamiento para cercar a los sujetos dentro de los límites del grupo.

Sin embargo, en el hombre gregario hay un instinto que lo motiva a salir de sí  mismo y su entorno. Una tendencia que hace que se resista a la “correntada” de lo establecido, a romper en suma las vallas sociales.

El tema ha desvelado a los sociólogos: es necesario que el hombre viva en sociedad, porque esto es una exigencia que crea la convivencia; pero a la vez en los individuos hay un deseo de no ser común, de ser distinto, diferente.

Esta exigencia de ser alguien, de tener “carácter” o personalidad, de apartarse de los congéneres, es tan fuerte como el deseo humano de ser al mismo tiempo aprobado por el grupo, de aceptar sus condiciones para evitar el aislamiento.

Es decir hay una situación en la cual hay que salir y no hay que salir, una exigencia de integrarse al orden social, a través de la familia, el oficio y demás, pero a la vez un instinto por desbordar los marcos rígidos en que queda colocada la individualidad.

Para explicar este problema del comportamiento humano el filósofo Henri Bergson hace la distinción entre la moral cerrada y la abierta. Según dice, la moral cerrada es la expresión de la coerción que el “yo social” ejerce, a través de los deberes y obligaciones de origen comunitario, sobre el “yo individual”.

Pero a la vez Bergson reconoce que la otra fuente de la moral es la “aspiración personal”, una emoción creadora por la cual el hombre escapa de los límites del grupo, dándole vitalidad y apertura a la vida.

El hombre canaliza su deseo de singularidad de diversa manera. Ser diferente, por ejemplo, se ha vuelto un ideal frente a la “masa”, palabra que describe al hombre reducido al mínimo común denominador; es decir, “nivelado por lo bajo”.

Pero declararle la guerra a la omnipotencia de las convenciones en vigor en cada época, asumir que muchas veces el precio de la libertad es el aislamiento social, supone una dosis de coraje nada desdeñable.

La sociedad de consumo se ofrece como un mecanismo para satisfacer esta necesidad de individuación. Como escribía el filósofo Erich Fromm: “Los consumidores modernos pueden etiquetarse a sí mismos con esta fórmula: yo soy aquello que tengo y aquello que consumo”.

En este sentido, los consumidores tienden a rodearse de objetos que no son ni funcionales ni útiles, pero que son caros y difíciles de obtener. De este modo, marcan su “distancia” con respecto de los demás y exhiben su superioridad.

 

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Jerusalén y el choque teológico en el siglo XXI

Aunque pueda sonar un anacronismo, en el mundo de los iPhones y iPads, la turbulencia registrada estos días en Jerusalén, la llamada “Ciudad Santa”, tiene un innegable sustrato religioso.

La palabra “teología” luce algo antigua para dar cuenta de un conflicto político contemporáneo. Las sociedades secularizadas del siglo XXI, que han desalojado a Dios de las disputas humanas, no suelen interpretarse en términos de fe.

Pero lo cierto es que la decisión del presidente de Estados Unidos Donald Trump de reconocer a Jerusalén como capital de Israel, algo que ha soliviantado al mundo musulmán, tiene un trasfondo que va más allá de la política.

Lo verdaderamente sorprendente es que el conflicto de Medio Oriente, que hoy sacude a todo el mundo, está impulsado por competencias entre marcos teológicos, es decir entre visiones religiosas antagónicas.

El punto es que Jerusalén es sagrada para las tres grandes religiones monoteístas: judía, musulmana y cristiana. Su estatus de Ciudad Santa la ha convertido desde tiempos remotos en un polvorín.

Para el judaísmo, Jerusalén es el hogar ancestral y espiritual del pueblo de Israel, el cual cree que Dios prometió a Abrahán esta tierra y la entregó a los seguidores de Moisés después del período de esclavitud en Egipto.

La lucha por reconquistar y mantener esta tierra se convirtió en parte de la religión. La celebración de Janucá, por caso, recuerda la nueva consagración del templo de Jerusalén después de una victoria sobre los sirios en 165 a.C.

La fortaleza de Masada, situada sobre una colina, en donde 400 judíos rebeldes prefirieron suicidarse antes de rendirse a los romanos, en 73 d.C, es símbolo del nacionalismo judío.

El movimiento sionista moderno, que comenzó a finales del siglo XIX, pretende hacer retornar a las poblaciones judías que viven en otros lugares del mundo a la tierra de sus ancestros.

Para el Islam, en tanto, junto a La Meca y Medina, Jerusalén es una ciudad santa. Según la tradición suní de esta religión, el profeta Mahoma estuvo en la ciudad, donde rezó y luego visitó el Cielo en una noche del año 610.

También se reunió allí con otros profetas de su religión: Abraham, Moisés y Jesús. La ubicación de la ciudad fue la primera dirección hacia la que los antiguos musulmanes rezaban, la cual cambio luego a La Meca.

Jerusalén alberga la Cúpula de la Roca, edificada entre 687 y 691 en el lugar al que, para el islam, Abraham fue a sacrificar a Isaac. También está la mezquita de Al-Aqsa, el templo musulmán más importante de la ciudad desde donde se cree que Mahoma  ascendió para visitar a Alá.

Para el cristianismo, por otro lado, Jesús fue criado en Jerusalén, entonces parte de Judea, provincia del Imperio Romano. Allí predicó y obró algunos milagros. Los evangelistas (Mateo, Marcos, Lucas y Juan) aseguran que él y sus apóstoles tuvieron su última cena en la misma ciudad, donde luego fue arrestado en Getsemaní.

El juicio, pasión y crucifixión de Jesús en el Gólgota también fueron en Jerusalén, así como su resurrección tres días después y su ascensión al cielo.

En la Edad Media, luego de que los turcos seliúcidas (que eran musulmanes) tomaron el control de Jerusalén, surgieron las Cruzadas, una serie de campañas militares impulsadas por el Papa y llevadas a cabo por gran parte de la Europa cristiana.

El objetivo específico inicial de las cruzadas fue liberar a Jerusalén, la Tierra Santa, y ponerla de nuevo bajo control cristiano. Esta empresa militar duró casi dos siglos, entre 1096 y 1291.

 

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Publicado por en 26/12/2017 en Uncategorized

 

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Corrupción, un mal que daña a los pobres

Hoy (9 de diciembre) se celebra en todo el mundo el Día Internacional contra la Corrupción, una fecha establecida por las Naciones Unidas (ONU) para prevenir y luchar contra uno de los males de la sociedad global.

El objetivo principal se orienta a promover mensajes, campañas y acciones que resalten la importancia de prevenir y luchar contra este flagelo a nivel internacional.

“Unidos contra la corrupción para el desarrollo, la paz y la seguridad”, reza la campaña 2017 de la ONU, para significar que se está frente a un delito grave que frena el desarrollo económico y social.

“La corrupción existe en países tanto ricos como pobres, y los hechos demuestran que daña a los pobres de manera desproporcionada. Contribuye a la inestabilidad, a la pobreza y es un factor dominante que lleva a países frágiles al fracaso estatal”, sostiene el organismo mundial.

También alerta que cada año se paga 1 billón de dólares en sobornos y se calcula que se roban 2,6 billones de dólares anuales mediante la corrupción, suma que equivale a más del 5% del Producto Interior Bruto (PIB) mundial.

Se calcula que en los países en desarrollo se pierde, debido a la corrupción, una cantidad de dinero diez veces mayor que la dedicada a la asistencia oficial para el desarrollo. La corrupción está íntimamente ligada al atraso porque las ingentes sumas de dinero hurtadas por funcionarios deshonestos de todos los niveles administrativos son recursos que no se aplican a la sociedad.

La corrupción, en esencia, es un impuesto a los pobres ya que el dinero público que se sustrae indebidamente de las arcas del Estado, para beneficiar a algunos, supone menos educación, salud, vivienda digna, agua y cloaca, para los sectores más desfavorecidos socialmente.

Hay que aclarar que no hay regímenes políticos donde no existan hechos de corrupción, y esto trasciende las culturas y las geografías. El problema es cuando estas anomalías, en lugar de ser excepcionales, se vuelven sistemáticas o devienen en cultura política dominante.

Es decir, hay que distinguir entre la corrupción como excepción y la corrupción como regla. Una cosa es que uno o más funcionaros hayan “metido la mano en la lata”, y otra es que todo el gobierno sea una asociación armada para delinquir.

“Cleptocracia”, así se denomina a los regímenes políticos corruptos. El término proviene del griego, en donde ‘kleptes’ significa “ladrón” y ‘cratos’ puede entenderse como “poder” o “gobierno”.

A decir verdad en Argentina –-y acaso en América Latina– pululan los cleptócratas y tienden a consolidarse elencos gobernantes con manifiesta propensión al hurto, al amasado de grandes fortunas a expensas de los dineros públicos.

A poco que se observa el fenómeno, se cae en la cuenta que en estas pampas hay una amplia tolerancia social a la corrupción. Mientras la economía trae mejoras, es algo que no importa, al menos a amplias franjas de la población. La indignación moral sobreviene tras incomodidades materiales.

Cuando la corrupción se generaliza se advierte, entonces, una suerte de “anomia”, es decir, de descomposición global, de ausencia de normas éticas y jurídicas e, incluso , de referencias morales para la conducta, de modo que las personas ya no distinguen lo lícito de lo ilícito, lo bueno de lo malo.

Esta confusión total de valores, hace que la corrupción se expanda en forma de metástasis sobre el tejido social, convirtiéndose en un verdadero cáncer colectivo.

 

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