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¿Para qué sirven los debates presidenciales en televisión?

Los candidatos a presidir Argentina protagonizaron este domingo (1 de octubre) el primer debate electoral televisivo. ¿Qué utilidad real reporta este tipo de comunicación? ¿Puede modificar el curso de una elección?

En muchos países occidentales estos eventos se convirtieron en un rito de la democracia porque se estima que proveen información a los electores y muestran las diferencias políticas entre los candidatos.

En América Latina, los primeros debates presidenciales se dieron en Venezuela y Brasil en la década de 1960 y luego esta práctica se extendió a otros países de la región. De hecho, en algunos de ellos, como es el caso de la Argentina, existe una ley que obliga a organizarlos.

En estas pampas el primer debate presidencial se dio en 2015, aunque hubo uno que marcó historia, durante el dominio hegemónico de la televisión, como fue el que protagonizaron Dante Caputo y Vicente Saadi por el conflicto bélico con Chile en 1984.

Desde el punto de vista democrático, todo debate es bienvenido y en este sentido sus defensores creen que este tipo de comunicación política contribuye a proveer de mayor información a la ciudadanía, para que los ciudadanos puedan tomar decisiones con mayor seguridad y fundamento.

Se alega que en estos eventos los candidatos muestran características generales de su personalidad y su estilo de liderazgo, no sólo en sus intervenciones, sino también en las interacciones que mantienen con sus pares, y sostienen posicionamientos en materia de políticas públicas particulares.

En esta línea, el nivel de interacciones que los candidatos tengan entre sí también los obliga –en mayor o menor medida– a exponerse a las críticas de sus competidores y dar respuesta a estos cuestionamientos.

Incluso quienes no vieron el debate se informarán por los medios de comunicación y por las redes sociales, y comentarán el contenido de lo que dijeron los candidatos.

Luego de los debates, ocurre una segunda etapa de análisis mediático, donde el periodismo y los líderes de opinión escogen al “ganador”, y evalúan la estrategia y los puntos fuertes y débiles de cada candidato.

Por cierto, están los críticos de estos formatos televisivos para quienes los debates son puro “show mediático” que no aportan nada a la democracia desde el punto de vista cognitivo.

Se tratarían, según esta óptica, de una puesta en escena, por parte de los candidatos, en lo que lo decisivo es lo postural o gestual, de tal suerte que los políticos tomarían el rol de actores.

Pero la pregunta clave es saber cómo estos episodios televisivos pueden modificar la dinámica de una campaña electoral. En otros términos, ¿puede alguien decidir cambiar el voto tras ver el debate presidencial?

Hay estudios empíricos que indican que estos debates no cambian en forma masiva las preferencias de los electores, aunque sí pueden tener un impacto en los indecisos que no están “politizados”.

Para aquellos ciudadanos que saben por quién sufragar, estos debates suelen ratificar el gusto por un candidato o, en su defecto, confirmar el disgusto hacia otro postulante. Estos electores no varían su posición.

Pero hay ciudadanos a quienes no les interesa la elección ni están culturalmente politizados, quienes sin embargo están obligados a votar. En este universo, en cambio, el debate presidencial por televisión puede ser el único elemento con que cuentan para tomar una postura electoral.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 10/10/2023 en Uncategorized

 

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El voto para elegir a los candidatos de cada espacio

Este domingo (13 de agosto) se realizan en todo el país las elecciones Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO), en las cuales serán seleccionados los candidatos a cargos ejecutivos y legislativos, en todos los niveles, para los comicios Generales del 22 de octubre próximo.

Las PASO se institucionalizaron en Argentina en 2009, a través de la Ley Nº26.571, con el propósito de garantizar mayor transparencia y participación en el proceso de selección de candidatos de los distintos partidos políticos.

De alguna manera se puede decir que mediante este dispositivo electoral los problemas internos de los partidos (o los dilemas de la clase política) se “socializan”, se le transfieren a la sociedad civil.

Y esto porque las elecciones primarias abiertas involucran de manera obligatoria a todo el electorado en la selección de los candidatos de cada partido o coalición.

Antes de la implementación de las PASO, los conflictos y problemas internos dentro de los partidos políticos a menudo se resolvían puertas adentro, y solo los afiliados o militantes de cada agrupación tenían influencia directa en la elección de candidatos.

Esto podía llevar a decisiones que no necesariamente reflejaban las preferencias o intereses de la población en general.

Las internas partidarias a menudo eran criticadas por su falta de transparencia y por estar influenciadas por los intereses internos de los partidos y sus dirigentes.

En teoría, con la introducción de las PASO, los procesos de selección de candidatos se abrieron a una participación más amplia y a una mayor rendición de cuentas ante el electorado en su conjunto.

En este sentido, estas primarias buscan democratizar el proceso de selección de candidatos y hacerlo más transparente al involucrar a todos los ciudadanos.

Sin embargo, también es importante señalar que las PASO pueden tener sus propios desafíos y críticas, como el costo elevado y la posibilidad de que algunos partidos manipulen el proceso para afectar a sus competidores.

También es cierto que algunas agrupaciones políticas eligen no someterse al escrutinio del electorado general y optan por presentar una fórmula única de candidatos en lugar de competir en una elección primaria abierta, con lo cual la mentada “democratización” de los partidos resulta puramente virtual.

Cuando un partido decide presentar una fórmula única en las PASO, podría argumentarse que en él prevalece la llamada “dedocracia”, es decir, la toma de decisiones por parte de dirigentes o líderes del partido, sin una participación democrática más amplia.

Es decir, si bien las PASO buscan promover la participación y la transparencia en la selección de candidatos, no todos los partidos las utilizan en forma plena, y esto da lugar a debates sobre la naturaleza de la competición interna y la democracia dentro de esas agrupaciones políticas.

El concepto de elecciones primarias abiertas no es exclusivo de Argentina y se encuentra en uso en varios otros países. Sin embargo, las primarias argentinas son únicas en el sentido de que son “obligatorias” para todos los partidos y ciudadanos.

En la mayoría de los países con sistemas similares de elecciones primarias, la participación de los electores es voluntaria y cada partido político decide si desea usarlas para seleccionar a sus candidatos.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 17/08/2023 en Uncategorized

 

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Votar lo menos malo en el sistema menos malo

Ni con la democracia se progresa indefectiblemente en todos los planos; ni los candidatos políticos llenan plenamente las expectativas de los votantes. No obstante, el sistema y sus mecanismos de representación siguen siendo lo menos malo.

El malestar con la democracia no es patrimonio argentino. En todos lados se observa un divorcio entre las sociedades y un sistema de gobierno que parece lucir deshilachado por la insatisfacción que genera.

Las objeciones a la democracia vienen de lejos. Aristóteles (384-322 a.C.) enseñó que el “gobierno del pueblo” tiene una forma propia de prostituirse: la demagogia, una práctica que suele incrementarse en las campañas electorales.

Prometer a los ciudadanos cosas incumplibles, pero que ellos quieren escuchar, es quizá la artimaña más usada por los candidatos demagogos en las campañas electorales.

De aquí se desprende la famosa afirmación de Otto von Bismarck: “Nunca se miente tanto como antes de una elección, durante una guerra o después de una cacería”.

Como sea, “la democracia es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás que se han inventado”, al decir del político inglés Winston Churchill.

Es decir, la democracia, con todos sus defectos, sigue siendo mejor que el fascismo, el comunismo o las dictaduras, sistemas donde se cercenan las libertades cívicas básicas de la mayoría de la población.

El filósofo Karl Popper, por su lado, advierte que el principal riesgo del sistema del gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo, es caer en la tentación de encumbrar a un caudillo, al que se le da todo el poder, circunstancia que consagra objetivamente una tiranía.

Para ello, nos dice el filósofo, la democracia debe crear los mecanismos para que esto no suceda, garantizando el funcionamiento de los organismos republicanos, con su célebre división de poderes.

Aclarado esto, Popper enfatiza que la civilización no ha creado todavía un sistema mejor que el democrático, cuya mayor virtud es resolver el dilema de la violencia política.

La democracia, así, permite “cambiar de gobierno sin recurrir a la violencia, es decir, sin llegar a la supresión física del oponente”. Al mismo tiempo sólo ella “proporciona un marco institucional capaz de permitir las reformas sin violencia y, por consiguiente, el uso de la razón en los asuntos públicos”, enfatiza Popper.

Por otro lado, los mecanismos electorales que prevé el sistema para garantizar la representación política, tampoco son una panacea, ni mucho menos. Al respecto, no pocas veces existe la sensación de que “faltan opciones” para votar.

Uno de los grandes dilemas éticos, en suma, es el conflicto que se plantea cuando ninguna opción disponible convence.

Aquí entra a funcionar la teoría de la opción menos mala, que podría formularse así: ante el hecho de tener que escoger entre alternativas malas, según la percepción de cada elector, la opción sería desechar el mal mayor, para quedarse con el menor. 

El trasfondo de esta teoría se apoya en la idea general según la cual ineluctablemente el elector se ve constreñido a elegir entre “lo que hay”, una oferta que se impone a cada quien por circunstancias que no puede controlar.

Es importante recordar que votar es un derecho y una responsabilidad ciudadana. En este sentido, votar es una forma crucial de expresar nuestras opiniones y asegurarnos de que los líderes elegidos reflejen los valores y necesidades de la sociedad.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 17/08/2023 en Uncategorized

 

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Unas elecciones atravesadas por la desafección política

La previa electoral en la Argentina parece transmitir cierta apatía, indiferencia y falta de interés del votante. Algo que se ha reflejado en el alto ausentismo en los comicios provinciales previos a las PASO nacionales.

El dato inquietante es que en las elecciones generales provinciales que se realizaron hasta el momento, el rasgo notorio fue el alto ausentismo: se calcula que más de 5 millones de argentinos no salieron de sus casas para ir al cuarto oscuro, aun cuando el voto en Argentina es obligatorio.

Para el politólogo Lucas Romero, director de la consultora Synopsis, éste es un síntoma de desinterés y desencanto ante el proceso electoral que se ha abierto este año en el país.

“Se evidencian signos de apatía cívica y desafección política, motivados por un cuadro de crisis económica profunda y persistente que viene afectando la calidad de vida de la gente”, refirió.

“Los síntomas vienen siendo notorios y persistentes. No solo tuvimos en 2021 la elección nacional con más baja participación desde 1983 a la actualidad, sino que también hemos observado una caída en los niveles de participación electoral en todas las elecciones provinciales de este año. En promedio estas elecciones registran 5 puntos porcentuales menos de participación que los observados en 2019”, analizó Romero.

Según explicó, la desafección política es “una suerte de estado de desconfianza, desinterés o desencanto por parte de los ciudadanos hacia el sistema político, la política o los representantes gubernamentales en una democracia”.

El especialista sostuvo que este fenómeno se refleja en una disminución en la participación cívica, por una apatía hacia las elecciones, y por la falta de involucramiento en los asuntos públicos.

“Una suerte de desconexión entre los ciudadanos y el proceso político debido a la persistente falta de respuestas de los líderes a los problemas cotidianos de la gente”, indicó.

Esa falta persistente de respuestas del sistema político a las demandas ciudadanas genera una reacción, que no siempre se traduce en desafección, sino que a veces se traduce en enojo, explicó Romero.

Al parecer los argentinos cada vez creen menos que la solución a sus penurias, como la inflación o la inseguridad, saldrá de la clase política, a la que perciben más preocupada por el poder y por preservar sus privilegios estatales.

Consistente con esta percepción, el economista Rubén Lo Vuolo dice que el sistema político argentino abandonó su función de proteger a los ciudadanos de los diversos riesgos sociales y que en su lugar el sistema se ocupa de su auto-reproducción, promoviendo el miedo y la inseguridad como forma de competencia política.

En su texto “La decepción de la clase política y sus promesas democráticas”, el economista sostiene que el poder político y sus burocracias han pervertido el sistema democrático, que ha devenido en un “mecanismo caracterizado por su falta de imparcialidad, por la ausencia de moralidad y por la incapacidad para promover el bienestar general”.

Este mecanismo, refiere Lo Vuolo, “está manejado impunemente por un grupo reducido de corporaciones que conforman una ‘poliarquía’ que trabaja para la auto-reproducción de sus privilegios”.

Al respecto, señala que el sistema político argentino sigue una lógica “oportunista”, en donde no priman las expectativas ni la opinión del electorado sino de grupos de interés de los que los partidos políticos son un componente clave.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 17/08/2023 en Uncategorized

 

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La narrativa de las encuestas marca el clima preelectoral

A medida que se aproximan las elecciones, todas las miradas se posan en las encuestas de las empresas demoscópicas, las cuales ofrecen pronósticos disímiles sobre los candidatos.

No hay semana o día en que no se publiquen nuevas mediciones sobre políticos tanto del oficialismo como de la oposición, ya que todos ellos están lanzados a la lucha por el poder en un año electoral.

Muchas de ellas son funcionales a las peleas que hoy se registran en ambos frentes, ya que se discuten los liderazgos de cada coalición, un proceso no exento de narcisismos y egocentrismos. Y las encuestas, contratadas por unos y por otros, no hace más que exacerbar esta disputa.

Pero esto que ocurre en la superestructura política parece desentonar con una ola de desencanto de la sociedad argentina, agobiada por el flagelo de la superinflación, la inseguridad y la falta de futuro.

A raíz de estas circunstancias algunos sondeos hablan de un retorno fuerte del “voto bronca” o antisistema, en alusión a un crecimiento de la población desencantada que está dispuesta a elegir los extremos ideológicos o las propuestas radicales que hablan de romper todo.

Asociado a esto se ha instalado con fuerza entre los analistas de opinión pública la emergencia de un voto rebelde entre los más jóvenes. Los interrogantes son varios. ¿Cómo se vinculan hoy las nuevas generaciones con el universo de la política? ¿Cuál es el peso de la ideología en los imaginarios juveniles? ¿Estamos ante una reconfiguración de la manera de concebir la representación?

El punto es que el descrédito no sólo afecta a la “clase política”, entendida como grupo privilegiado separado de la sociedad, que sólo vela por sus intereses, sino que también envuelve a las propias encuestadoras, sospechadas de lucrar con los miembros de esa clase, que es la que contrata las mediciones de opinión pública.

De hecho, en los últimos años, en distintas geografía y países, sus pronósticos no han sido muy acertados. ¿Han dejado de funcionar las encuestas electorales o son esos datos, en realidad, una prueba clara de que ha cambiado cómo se vota? ¿Acaso ha llegado la era del voto volátil?

“La volatilidad empieza a ser una constante, algo cada vez más común en las democracias occidentales”, afirma Antoni Gutiérrez-Rubí, asesor de comunicación y consultor político.

Desde su punto de vista, su existencia es el producto de un “proceso gradual de desinstitucionalización, inestabilidad e imprevisibilidad”, que origina, además, cambios políticos en la sociedad y en el sistema de partidos “de modo secuencial, poco a poco, pero sin freno”, explica, al sugerir que esto impacta en las mediciones de opinión, cada vez más erráticas.

Como sea, la publicación de encuestas de intención de voto no parece ser una operación inocente. Ya que de alguna manera crean un “clima de opinión” que direcciona la voluntad del electorado.

No es que estos instrumentos de medición no tengan valor científico. Pueden, efectivamente, reflejar con cierta exactitud el humor de la gente. Y de hecho no hay político que no mande a hacer encuestas.

El problema es cuando se publican en la etapa preelectoral. Y allí se da el resultado absurdo de que todos los candidatos que compiten están ganando la compulsa política.

En este caso se instala la razonable duda sobre si las encuestas, en lugar de recabar fielmente el pensamiento de la gente, son apenas un instrumento de propaganda al servicio de una facción política.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 11/06/2023 en Uncategorized

 

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Ante un recargado año electoral en todo el país

El año 2023 se presenta como una larga discusión electoral, entre las primarias obligatorias (PASO), las elecciones desdobladas por las distintas provincias, y las elecciones presidenciales, que pueden incluir balotaje.

El camino a las elecciones nacionales será determinado por un calendario que, de acuerdo a las leyes vigentes, permiten anticipar que las PASO se llevarán a cabo el 13 de agosto y las generales, cuando se votará al nuevo presidente o presidenta que asumirá el 10 de diciembre, se realizarán el 22 de octubre.

Además de la Presidencia de la Nación, en los comicios de este año también se elegirán diputados y senadores nacionales (se renueva la mitad de la Cámara Baja y un tercio del Senado), a 21 gobernadores (con la excepción de Santiago del Estero y Corrientes, que los votaron en 2021) y al jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.

Varias de las 21 provincias que irán a las urnas para elegir gobernador ya definieron un desdoblamiento electoral, es decir que votarán al mandatario provincial antes de la elección presidencial.

Además del Presidente y los miembros del Congreso, en cada distrito se elegirán también legisladores provinciales, intendentes, concejales y consejeros escolares a nivel municipal.

La Ley de Partidos Políticos (26.571) establece que las PASO deben celebrarse (si no hubiera una modificación por razones especiales) el segundo domingo de agosto, que este año será el día 13 de ese mes.

En tanto, el Código Electoral Nacional ordena en su artículo 53 que las elecciones generales se lleven a cabo el cuarto domingo de octubre, que en este caso será el día 22.

En tanto, la Constitución Nacional establece que la elección del presidente y vicepresidente debe realizarse dentro de los dos meses anteriores a la conclusión del mandato del presidente en ejercicio, que es el 10 de diciembre de este año.

En caso de que ninguna de las fórmulas alcance el 45% de los votos o el 40% con una diferencia de 10 puntos sobre el segundo candidato más votado, de acuerdo a la Constitución, se debe llevar a cabo una segunda vuelta o balotaje “dentro de los treinta días de celebrada la anterior”, razón por la cual se realizará en noviembre.

En las elecciones generales de octubre los votantes de los 24 distritos del país elegirán 130 diputados nacionales, para renovar poco más de la mitad de las 257 bancas que conforman la Cámara de Diputados.

Al mismo tiempo, 8 provincias (Buenos Aires, Jujuy, Formosa, La Rioja, Misiones, San Juan, San Luis y Santa Cruz) tendrán que elegir 24 senadores nacionales a razón de 3 cada una (2 por la lista más votada y 1 por la segunda más votada) para renovar un tercio del Senado.

Respecto de las elecciones a gobernador, varias provincias se adelantan a los comicios nacionales. Entre ellas están La Pampa, Neuquén, Tucumán, Salta, San Juan, Jujuy, Misiones, Mendoza y Río Negro.

Entre Ríos se plegaría al lote de provincias que desdoblarán las elecciones para autoridades propias, según el proyecto que envió el gobernador Gustavo Bordet a la Legislatura. Allí se estipula que las primarias serían el 30 de julio y las generales el 24 de septiembre.

Uno de los interrogantes de este año es cómo se conciliará ese frondoso calendario electoral con el estado de ánimo de los argentinos, que según algunos sondeos expresan un sentimiento mayoritario de pesimismo y frustración.

Algunos encuestólogos, de hecho, se animan a vaticinar la irrupción de un “voto de enojo”.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 16/01/2023 en Uncategorized

 

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Los efectos reales de las campañas electorales

No está claro si los mensajes políticos en períodos electorales –como el que se verifica hoy (julio de 2019)  en el país- cambian la opinión de los votantes o apenas refuerzan sus posiciones previas.

El tópico forma parte del viejo debate acerca de si las campañas electorales influyen o no en la dirección del voto. En todas las democracias se trata de un aspecto crucial de su funcionamiento.

Hay que pensar, en efecto, que el voto es la base de todo sistema democrático y, por tanto, todos los partidos políticos que concurren a los comicios aspiran a conseguir el mayor número de sufragios.

El voto, determinado por diferentes motivaciones estructurales o circunstanciales, representa la decisión suprema del elector. Pero, ¿cómo llega el ciudadano a decidir el sentido de su voto?  ¿Cuánto incide en esa determinación la acción persuasiva a gran escala montada por cada partido?

Al respecto la tipología clásica que se suele utilizar es el estudio pionero realizado por Paul Lazarsfeld y otros (1944), donde se caracterizaba que los posibles efectos de las campañas eran: activación, refuerzo y conversión.

La activación se refiere a aquellos individuos que no sabían por quién votar pero que finalmente acaban decidiéndose y votando, decantándose por aquella opción política que consideran más cercana.

El refuerzo alude a los ciudadanos que antes de la campaña señalan qué votarán y a quién, y tras la campaña se comprueba que efectivamente han votado en la dirección que apuntaron antes de la misma.

La conversión, en tanto, se refiere a aquellos votantes que cambian de opinión a lo largo de la campaña, es decir, que antes de la misma decían que votarían por un partido, pero que finalmente acaban votando por otro.

Contra la presunción generalizada según la cual una eficaz campaña electoral inducía la decisión de los votantes, los primeros estudios empíricos en los Estados Unidos, realizados por el propio Lazasfeld, relativizaron el poder de los mensajes persuasivos de los candidatos a presidente.

La conclusión a la que llegó es que, durante el período en que tiene lugar una campaña electoral, los mensajes persuasivos actúan como refuerzo de actitudes preexistentes y en mucha menor medida son motivos de cambio.

Por otra parte, el público elector escucha y presta atención a aquello que más le gusta y coincide con lo que está dentro de sus expectativas. Además, el electorado selecciona los mensajes en función de la coincidencia o no con la propia postura.

Por lo demás, se cree que la elección de un ciudadano está motivada  por diferentes factores y motivaciones históricas y circunstanciales, que se manifiestan, concretan y depositan en la urna.

El voto, así, es un acto cargado de significados culturales, que refleja en su orientación costumbres, hábitos, preferencias, afinidades y fobias políticas.

Dónde se genera el voto ha sido una incógnita no resuelta definitivamente en la ciencia política, aunque la mayoría de los teóricos especulan sobre el “carácter factorial” que incide en el comportamiento del votante.

Por ejemplo, mientras Lazasfeld creía que “una persona piensa políticamente tal como ella es socialmente”, otros autores insisten en que la psicología individual del elector es más importante para poder predecir cuál será su comportamiento político, señalando que esos rasgos se proyectan imaginariamente en el partido político de su elección.

 

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Publicado por en 30/11/2019 en Uncategorized

 

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¿Cuál es el mensaje de las elecciones provinciales?

El puñado de elecciones provinciales que ya tuvieron lugar, y que revela en todos los casos un triunfo de los oficialismos, ¿refleja acaso una tendencia nacional de cara a las próximas presidenciales?

El peronismo acaba de ganar cómodamente, este domingo, en aquellos distritos donde gobierna. Obtuvo amplios triunfos en Tucumán, Entre Ríos y Misiones, y los operadores políticos hacen la lectura de que se trata de una nueva derrota del gobierno de Cambiemos.

Sin embargo, la coalición oficialista también obtuvo victorias cómodas donde venía gobernando, como Jujuy y Mendoza, así como hace poco ganó en Corrientes, en una elección legislativa.

En Chubut, en tanto, también ganó el oficialista Mariano Arcioni, vinculado al Frente Renovador, espacio que encabeza Sergio Massa.

Vistas así las cosas, las elecciones provinciales están mostrando un panorama complejo y para muchos, desconcertante. Los resultados dan mensajes equívocos que serán leídos en forma interesada por las distintas fuerzas que competirán en las próximas elecciones nacionales.

Los dirigentes que postulan la fórmula Alberto Fernández-Cristina Fernández de Kirchner para la presidencia, aseguran que los triunfos territoriales del peronismo vaticinan una victoria rotunda de ese binomio a nivel nacional.

Desde aquí se especula que existe un voto bronca o de rechazo a las políticas económicas de Mauricio Macri, que se extiende a lo largo y ancho del país, con lo cual la suerte de ese último ya estaría echada.

Sin embargo, ¿cómo se explica que Cambiemos gane en provincias y municipios donde viene gobernando? ¿Por qué allí no se verifica el mentado voto bronca? ¿Cómo se entiende?

La respuesta que dan algunos analistas políticos, como Joseph Napolitan, es que “cada campaña es diferente”, es decir que cada contexto, cada candidato, cada resultado, es diferente según el lugar y el tiempo.

En su opinión, tomar la parte como representativa del todo es un error casi idéntico al de tomar el todo como explicativo de las partes. Algo parecido insinuó el peronista Juan Schiaretti, quien al ser reelegido hace poco como gobernador de Córdoba, sostuvo que en su provincia los ciudadanos suelen votar “distinto” para “presidente, gobernador o intendente”.

A primera vista, los oficialismos están mostrando su tradicional peso a la hora de buscar las reelecciones. ¿Significa esto, acaso, que los cambiemitas Horacio Rodríguez Larreta y María Eugenia Vidal reelegirán en Ciudad y Provincia de Buenos Aires respectivamente, en las elecciones de octubre próximo, los dos distritos con más caudal de votos del país?

Ésa es la expectativa que tienen en Casa Rosada, donde suscriben la tesis de que las elecciones territoriales están demostrando que la gente vota al partido gobernante.

“Todos los oficialismos hoy están arriba del 55%”, afirman desde aquí. “Son elecciones locales”, repiten desde el gobierno de Macri, donde se afirma que hasta el momento ganan los oficialismos a nivel provincial y municipal, con algunas diferencias en sus armados, pero con la misma lógica comarcal.

En suma, hasta el momento las contiendas celebradas en las provincias introducen dosis de incertidumbre en las estrategias de los espacios que disputarán las presidenciales en agosto y octubre.

¿Se verificará, como creen algunos, que el país se volverá a polarizar entre una fórmula peronista-kirchnerista y una de Cambiemos? ¿O habrá una tercera opción que romperá con la polarización?

 

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Publicado por en 30/11/2019 en Uncategorized

 

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El país de los barquinazos: una explicación sociológica

Mientras la Argentina asiste a otra de sus típicas crisis económicas sistémicas –corrida hacia el dólar y desconfianza inversora- sigue siendo una curiosidad intelectual el porqué de sus vuelcos recurrentes.

¿Podrá detenerse en los próximos días o semanas el pánico de los mercados? ¿Hay razones para pensar que el país logrará evitar otro caos económico y financiero?

Si el freno del deterioro económico depende de la prudencia y generosidad de la elite nativa, habría que anticipar ya el peor pronóstico. Está visto que a  una parte importante de la clase dirigente vernácula (mal llamada dirigente) le gusta más el juego del todo o nada, que ayudar a resolver los problemas.

De hecho este grupo -políticos, sindicalistas, empresarios, jueces- es parte del problema del país. Más interesado en sus privilegios, y afecto a conductas mafiosas y corruptas, es un factor disolvente.

Pero la política es un reflejo de las condiciones culturales de una sociedad. Y dado que el país viene a los barquinazos desde la época de su fundación,  parece una frivolidad decir que en estas pampas fracasan los gobiernos o todo es responsabilidad de los que mandan.

¿Acaso hay una inviabilidad antropológica de fondo que subyace a las crisis económicas y políticas? A esto se lo han venido preguntando distintos historiadores y sociólogos.

Entre las muchas explicaciones sociológicas que se han ensayado sobresale la que formuló hace tiempo el politólogo Manuel Mora y Araujo, para quien en la Argentina hay tres países en uno.

Su tesis la expuso por primera vez en un célebre ensayo titulado “La Argentina bipolar: los vaivenes de la opinión pública (1983-2011)”, donde se pregunta sobre la ciclotimia argentina.

“La opinión pública es, normalmente y en todas partes, volátil (…) Pero en la Argentina parece serlo más que en muchas otras sociedades”, dice el autor.

Los argentinos, por caso, son un día pro mercado, creen en la economía libre y competitiva, pero esa creencia no les dura mucho. Al poco tiempo abjuran del capitalismo competitivo y abrazan programas socialistas o estatistas, que están en las antípodas.

En el extranjero, de hecho, se preguntan ¿qué quieren en realidad los argentinos? Pues bien Mora y Araujo, al analizar 30 años de democracia, sostiene que este trastorno bipolar arraiga en la estructura social y económica del país.

Según el autor, en la Argentina “hay un tercio de la población –de buenos o muy buenos ingresos– que aspira a un país altamente integrado al mundo, hay otro tercio –la típica ‘clase media’ argentina– que gana poco y le teme al mundo, y hay un tercio del país sumergido en la pobreza que vive al margen del mundo” y depende de la asistencia estatal.

La Argentina, según esta visión, estaría dividida claramente en tres grandes sectores sociales, según su nivel de productividad, cada uno de los cuales tiene una visión diferente de la política y del Estado.

Esa es la hipótesis sociológica del analista, para quien cada tercio no solo representan tres categorías de votantes -de conformidad con sus expectativas sociales-, sino que sus intereses suelen chocar impidiendo dar estabilidad a una política económica determinada en el tiempo.

La palabra bipolaridad es empleada aquí como ciclotimia, implica fuertes cambios en las valoraciones y expectativas de la población, en cortos períodos de tiempo, según el humor de cada uno de los tres sectores sociales.

 

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 06/09/2019 en Uncategorized

 

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Los míticos indecisos, esos que definen las elecciones

A una semana de las elecciones PASO (Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias), los encuestólogos especulan que la llave que define la polarización electoral  en Argentina pasa por ese elector que aún no ha resuelto su voto.

La disputa por la presidencia, que arranca con las elecciones primarias del domingo 11 de agosto y continúa luego con las generales de octubre, se estaría dando entre el oficialismo de Juntos por el Cambio y la coalición opositora del Frente de Todos.

Las encuestas hablan de “elección cerrada”, en la que ninguna fuerza política saca ventaja sobre la otra, una paridad que finalmente se rompería esta semana cuando los “indecisos” se inclinen por alguna de las opciones.

En teoría “indeciso” es quien no puede elegir una opción entre varias que se le ofrecen, ni decidirse a ejecutar una acción, ni seleccionar una estrategia, ni orientarse hacia un determinado rumbo renunciando a otros.

El concepto llevado al mundo electoral remite a una figura casi mítica. En efecto, un halo de misterio rodea a estos electores que, de acuerdo a los sondeos, aún meditan su decisión o ni siquiera analizaron la oferta electoral. Típicamente, este grupo de personas dice que irá a votar, pero al ser consultado rehúsa dar una opinión sobre sus preferencias electorales.

La imagen estándar que se suele tener del indeciso es de alguien al margen del proceso político, dominado mayormente por la apatía y la indiferencia hacia la cuestión ideológica y partidista.

En las antípodas del  “politizado”, el tipo humano que milita fervientemente por alguna causa política, implicado en el poder (porque aspira a él o por interés cívico), el indeciso se asimilaría al rol de espectador de los asuntos públicos.

Siguiendo esta lectura, el dato paradójico es que dado que los indecisos son los que finalmente inclinan la balanza en los procesos electorales polarizados, resulta que el poder descansa en la opinión de este grupo de bajas calorías políticas.

En teoría las democracias, regímenes definidos por el “gobierno del pueblo”, requieren de una ciudadanía activa, altamente participativa e informada, definiciones que escapan al concepto de indeciso.

Se ha construido una mitología alrededor de esta figura electoral. Sobre todo por la importancia estratégica que finalmente tiene, y el interés de las fuerzas políticas por seducir al mentado votante indeciso.

Los estrategas electorales creen que este grupo representa una mina de oro para ganar una elección. Por eso hacen ingentes esfuerzos por saber quiénes son, qué es lo que esperan y qué promesa electoral los seducirá.

Algunos especialistas los definen según tres tipos de personas: 1-Alguien que no quiere decir a quién va a votar (algunos le llaman “voto vergonzante”); 2-Alguien que siente una simpatía primaria hacia un candidato, pero es un sentimiento que aún no ha logrado hacerlo consciente; 3-Alguien que no sabe aún a quién va a votar positivamente, pero sí sabe a quién no va a votar.

Los encuestólogos, para detectar hacia dónde se volcarán los indecisos, suelen estudiar sus rechazos o aversiones políticas. La pregunta de rigor, en este caso, es “a quién no votaría”.

A partir de la base de que sus votos se van a decantar en función de lo que no quieren, de lo que rechazan, se puede inferir sobre las “certezas” ocultas de los llamados indecisos.

 

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 13/08/2019 en Uncategorized

 

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