Los candidatos a presidir Argentina protagonizaron este domingo (1 de octubre) el primer debate electoral televisivo. ¿Qué utilidad real reporta este tipo de comunicación? ¿Puede modificar el curso de una elección?
En muchos países occidentales estos eventos se convirtieron en un rito de la democracia porque se estima que proveen información a los electores y muestran las diferencias políticas entre los candidatos.
En América Latina, los primeros debates presidenciales se dieron en Venezuela y Brasil en la década de 1960 y luego esta práctica se extendió a otros países de la región. De hecho, en algunos de ellos, como es el caso de la Argentina, existe una ley que obliga a organizarlos.
En estas pampas el primer debate presidencial se dio en 2015, aunque hubo uno que marcó historia, durante el dominio hegemónico de la televisión, como fue el que protagonizaron Dante Caputo y Vicente Saadi por el conflicto bélico con Chile en 1984.
Desde el punto de vista democrático, todo debate es bienvenido y en este sentido sus defensores creen que este tipo de comunicación política contribuye a proveer de mayor información a la ciudadanía, para que los ciudadanos puedan tomar decisiones con mayor seguridad y fundamento.
Se alega que en estos eventos los candidatos muestran características generales de su personalidad y su estilo de liderazgo, no sólo en sus intervenciones, sino también en las interacciones que mantienen con sus pares, y sostienen posicionamientos en materia de políticas públicas particulares.
En esta línea, el nivel de interacciones que los candidatos tengan entre sí también los obliga –en mayor o menor medida– a exponerse a las críticas de sus competidores y dar respuesta a estos cuestionamientos.
Incluso quienes no vieron el debate se informarán por los medios de comunicación y por las redes sociales, y comentarán el contenido de lo que dijeron los candidatos.
Luego de los debates, ocurre una segunda etapa de análisis mediático, donde el periodismo y los líderes de opinión escogen al “ganador”, y evalúan la estrategia y los puntos fuertes y débiles de cada candidato.
Por cierto, están los críticos de estos formatos televisivos para quienes los debates son puro “show mediático” que no aportan nada a la democracia desde el punto de vista cognitivo.
Se tratarían, según esta óptica, de una puesta en escena, por parte de los candidatos, en lo que lo decisivo es lo postural o gestual, de tal suerte que los políticos tomarían el rol de actores.
Pero la pregunta clave es saber cómo estos episodios televisivos pueden modificar la dinámica de una campaña electoral. En otros términos, ¿puede alguien decidir cambiar el voto tras ver el debate presidencial?
Hay estudios empíricos que indican que estos debates no cambian en forma masiva las preferencias de los electores, aunque sí pueden tener un impacto en los indecisos que no están “politizados”.
Para aquellos ciudadanos que saben por quién sufragar, estos debates suelen ratificar el gusto por un candidato o, en su defecto, confirmar el disgusto hacia otro postulante. Estos electores no varían su posición.
Pero hay ciudadanos a quienes no les interesa la elección ni están culturalmente politizados, quienes sin embargo están obligados a votar. En este universo, en cambio, el debate presidencial por televisión puede ser el único elemento con que cuentan para tomar una postura electoral.
© El Día de Gualeguaychú