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Aprender a pensar es lo más difícil

Haber pasado por la primaria o la secundaria no garantiza, al menos en la Argentina, haber adquirido el hábito del pensamiento. Algo que eclosiona luego en la universidad.

El diagnóstico unánime entre los expertos es que buena parte de los alumnos tiene dificultades para razonar. Con lo cual el pasaje por el sistema educativo formal no ha supuesto en ellos la adquisición de lo esencial.

Los profesores de matemáticas, por ejemplo, sostienen que la carencia se ve en el hecho de que la mayoría de los adolescentes no pueden hacer operaciones mentales básicas, como divisiones. Y tampoco si usan lápiz y papel, lo que denuncia que desconocen el mecanismo de las mismas.

Las pruebas que se toman, tanto a nivel nacional como local, revelan que el principal inconveniente es que al no comprender la lógica de las cuentas, lo jóvenes se ven incapacitados de aplicarlas a la realidad, en la solución de problemas concretos.

Por otro lado, y no solo en matemática sino en el resto de las materias de estudio, los alumnos apelan a la memorización de los contenidos escolares, en lugar de comprender y relacionar, que es el abecé del acto de pensar.

De esta manera, según los especialistas, los adolescentes decodifican pero no comprender, deletrean pero no captan el significado de los textos. Esta es una de las razones principales por la cual los recién egresados de la secundaria se sienten abrumados cuando en la universidad le dan muchos textos para estudiar.

No sólo no tienen el hábito de la lectura. Muchos de ellos deletrean penosamente y no comprenden el sentido de las palabras. Se supone que a los 18 años un alumno tiene habilidades lectoras básicas. Pero no: un gran número tiene serias deficiencias para decodificar unas cuantas líneas, no importa su contenido.

No tienen siquiera la experiencia de alguna lectura provechosa, porque pese a haber estado varios años en el sistema educativo algunos ni siquiera recuerdan haber leído un libro completo.

La lectura es un hábito que se adquiere durante la infancia y la adolescencia. Y a decir verdad, a la vista de los resultados, ni la primaria ni la secundaria argentinas lo crean (un esfuerzo que de última descansa en la familia).

Leer un libro requiere esfuerzo intelectual. Es una tarea formativa por excelencia porque nos hace reflexivos y racionales, y nos enseña a escribir y a hablar. Se entiende, entonces, el porqué de la pobreza lingüística de tantos jóvenes.

La pregunta, a esta altura, parece obvia: si la escuela no enseña a pensar, ¿para qué sirve? Últimamente, se habla de su importancia como lugar de “contención” de los chicos y adolescentes, en una sociedad en crisis.

¿Cuál es el fin del sistema educativo, entonces? ¿En qué medida su función primaria pedagógica ha sido reemplazada por otro rol de carácter social, más ligado a “guardar” los alumnos?

En tanto, el sistema hoy sufre los embates de la informática. El acceso a la última información y la conexión con el mundo, ha instalado la idea, dentro de los muros del colegio, de que lo importante es estar “actualizado”.

Mientras no se explora lo que está en los libros, Internet se presenta como la gran proveedora de información. Pero aprender a pensar no es una cuestión de cantidad y novedad de datos.

La clave siempre ha sido en cómo el pensamiento le da sentido y significado a todo eso. El problema no es la falta de datos: lo que falta en el aula son las operaciones básicas para razonar el mundo.

 

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 17/10/2013 en Uncategorized

 

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