El mundial Qatar y las manifestaciones sociales que rodearon al evento sugieren que el fútbol es más que un deporte y de hecho envuelve significaciones diversas, sobre todo desde el punto de vista psicosocial.
Son concomitantes con el fútbol fenómenos como el tribalismo, el poder, el fervor popular, el fanatismo, de suerte que resulta difícil reducirlo a un simple juego en el que dos equipos de once jugadores corren detrás de una pelota.
Antes de que el balón ruede las parcialidades entran en un juego dialéctico en el que se torean y se desafían mutuamente, a veces con cánticos ofensivos. Y cuando el árbitro por fin hace sonar el silbatazo inicial, la grada estalla en un arrebato de júbilo. Equipo y aficionados se funden en un sonoro nosotros que se refuerza por la alteridad del rival, el otro.
Por lo pronto, es llamativo que este juego esté lleno de términos bélicos: disparo, defensa, ataque, contraataque, entre otros. En suma, no hay nada mejor que ese deporte para representar a dos tribus enfrentadas en una metáfora casi perfecta de la guerra.
Cierta dosis de locura y violencia verbal y física se concitan en un estadio de fútbol como en ninguna otra expresión cultural de nuestro tiempo. Y de ese belicismo de fondo participan los millones de aficionados y simpatizantes, quienes contagian su exaltación al resto de la sociedad.
Muchos observadores han visto en el fútbol una suerte de mecanismo psicosocial que logra canalizar o desplazar las pulsiones agresivas innatas del ser humano.
Para el escritor uruguayo Eduardo Galeano “el fútbol es un ritual de sublimación de la guerra”, tesis que desarrolló en su libro “El fútbol a sol y sombra”, publicado en 1995.
“En el fútbol, ritual sublimado de la guerra (énfasis agregado), once hombres de pantalón corto, son la espada del barrio, la ciudad o la nación. Estos guerreros sin armas ni corazas exorcizan los demonios de la multitud, y les confirman la fe”, escribe Galeano.
Y añade: “En cada enfrentamiento entre dos equipos entran en combate viejos odios y amores heredados de padres a hijos. El estadio tiene torres y estandartes, como un castillo, y un foso hondo y ancho alrededor del campo. Al medio, una raya blanca señala los territorios en disputa. En cada extremo aguardan los arcos que serán bombardeados a pelotazos, y entre los arcos, está la zona de peligro. En el círculo central, los capitanes intercambian banderines y se saludan como el rito manda”.
En de cada país, existen los “clásicos” del tipo Boca-River donde la rivalidad entre facciones suele alcanzar niveles paroxísmicos. En cada partido se diría que el equipo local debe resistir el asedio a su fortaleza que realiza el ejército invasor, compuesto por los jugadores y la hinchada contraria.
En los mundiales, en tanto, los seleccionados nacionales se ven afectados por un contexto bélico y desempeñan un papel en el que se activa el sentimiento patriótico. Hay encuentros de alto voltaje donde se suelen mezclar conflictos geopolíticos graves o viejos enconos nacionales.
El escritor inglés George Orwell, autor de la novela distópica “1984”, también dijo que el fútbol es como la “guerra sin las armas” sugiriendo así que este deporte, especialmente los campeonatos mundiales, son la continuación de la lucha por otros medios.
El psicoanálisis enseña que la sublimación es un mecanismo de defensa que realizamos los seres humanos por el cual canalizamos un impulso inaceptable, transformándolo en actividades no censurables.
El fútbol es la sublimación de lo bélico en un plano lúdico.
© El Día de Gualeguaychú