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La infancia, edad idealizada

13 Jun

Al menos en la tradición judeo-cristiana, que está en la base de la cultura occidental, el niño resume las principales virtudes de la humanidad. En él confluyen, por caso, la simpleza de mirada y el valor de la inocencia.

La literatura universal da cuenta de esta preferencia hacia la etapa temprana, al punto que su superación, por el desarrollo de los años, es vista casi como un paraíso perdido.

Hay una reivindicación de los primeros años en “El Principito”, la obra cumbre de Antoine de Saint-Exupéry. La enseñanza de este libro, uno de los más leídos en el mundo, es que para ser feliz no hay que dejar de ser niños.

“Lo esencial es invisible a los ojos”, la frase que ha hecho célebre a esta obra, sugiere que las personas mayores tenemos atrofiada la capacidad de comprender las cosas por sí mismas.

Los niños, sin embargo, tienen una visión diferente del mundo, ellos miran a través de la inocencia y la imaginación. Una mirada intuitiva, no contaminada por la cultura, les permitiría capturar el misterio esencial de las cosas.

Esa filosofía de la infancia, que el paso de los años estropea en mayor medida, choca con la frialdad y el escepticismo de la adultez, etapa en la cual lo más importante son los negocios de la vida, considerados como “cosas serias”.

Saint-Exupéry es un artista y en este sentido cabría decir que “El Principito” recoge la opinión de los cultores del arte. “Tenemos de genio lo que conservamos de niños”, eso pensaba el gran escritor francés Charles Baudelaire.

El autor de “Las Flores del Mal” equipara así la mirada del niño con la del artista. El chico estaría en condiciones de ver más allá de los fenómenos, de contemplar el secreto que anida en las cosas, que es la cualidad que se le pide al artista.

Se trataría de un conocimiento intuitivo del mundo, una representación pura de la realidad, no perturbada por el querer o por la excitación de la voluntad de poder o de adquisición, propia del hombre adulto.

El niño, por otro lado, es sinónimo de inocencia, un término de origen latino, “innocens”, en donde “in” equivale a negación, en tanto que “nocere” significa producir daño.

Por lo tanto, algo inocente es lo que no es destructivo ni dañino. Aplicado a los seres humanos es la cualidad de alguien que no posee maldad o no ha cometido pecado y eso se atribuye básicamente al infante.

En nuestra cultura de trasfondo cristiano, el Día de los Inocentes, el 28 de diciembre, rememora la matanza de niños de menos de dos años, ordenada por el rey Herodes con el fin de impedir que Jesús de Nazaret se convierta en rey.

Justamente en los Evangelios la niñez es exaltada como condición necesaria para llegar al Reino de los Cielos. En efecto, ella sintetiza la sencillez de corazón, la limpieza y la humidad del espíritu.

La imagen de los niños que transmiten los Evangelios es la de un ser débil, que no posee nada, no tiene ambición, no conoce la envidia, está en las antípodas de los males que aquejan a los adultos.

El niño tiene un alma sincera y permanece en la sencillez de sus pensamientos. Es así como Jesús de Nazaret muestra explícitamente, en varios pasajes del Evangelio, su preferencia por los infantes.

En una ocasión, tomando a uno de ellos y acercándolo, les dijo a sus discípulos: “El que recibe a este niño en mi Nombre me recibe a mí, y el que me recibe a mí recibe a Aquel que me envió; porque el más pequeño de ustedes, ése es el más grande”.

 

© El Día de Gualeguaychú

 
1 comentario

Publicado por en 13/06/2016 en Uncategorized

 

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Una respuesta a “La infancia, edad idealizada

  1. ladoncelladelaola

    14/06/2016 at 18:20

    Gracias a ti ahora sé que se celebra exactamente el día de los inocentes, claro sabiéndolo tiene sentido.

     

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