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Niños en peligro: el abusador en casa

18 Sep

Cada tanto las portadas de los diarios o los noticieros ponen en el tapete la dolorosa situación de menores abusados sexualmente por sus progenitores o algún conocido.

Aunque las estadísticas no abundan, los expertos sugieren que esta problemática que castiga a los más chicos, una población devenida en sufriente y violentada, más bien avanza.

La información recopilada en distintos países de América Latina y el Caribe muestra que entre el 70 y el 80% de las víctimas de abuso sexual son niñas, que en la mitad de los casos los agresores viven con sus víctimas y en tres  cuartas partes de los casos son familiares directos.

Los datos los aporta Nils Kastberg, director regional de UNICEF, para quien cuando el abusador tiene las llaves de la casa, la imagen del hogar como sitio  de protección de los menores queda totalmente desvirtuada.

¿Acaso no son las familias el primer entorno de amor y defensa de los niños? Por lo visto, algunos padres se transforman en depredadores, convirtiendo a sus hijas en juguetes sexuales.

El cuadro de castigo a los menores se completa, tétricamente, con la incomprensible actitud de muchas madres que aún ante la certeza de un abuso perpetrado por sus propios maridos, deciden callar ante la imposibilidad de sostener el hogar en caso de denunciarlo.

Aunque pueda haber madres que “entreguen” a sus hijas a cambio de alguna cosa, muchas no se atreven a denunciar la situación por temor a sus maridos o porque estiman que en ese caso la familia se iría a pique (sobre todo desde el punto de vista económico).

Justamente el drama de este tipo de delito es el ocultamiento y la disimulada complicidad que lo atraviesa. El atentando contra la integridad física y psíquica de los menores, necesita del secretismo.

En principio el abusador se refugia en el secreto, que lo protege y le permite repetir su actuación. Ocurre que este sujeto (alguien muy cercano y de “confianza”) suele ocupar una posición de poder moral frente a su víctima.

Rige entonces un ocultamiento y un mutismo férreo intra-muros, en el interior del grupo humano donde tiene lugar el abuso. Porque aunque éste sea descubierto por algún miembro de la unidad familiar, el hecho de hacerlo público desestabilizaría de tal manera al grupo conviviente, que todos prefieren callar.

Esta ley del silencio agudiza los efectos y las consecuencias que la víctima sufrirá en su vida. Además, los psicólogos sostienen que en estos casos se pone en funcionamiento el mecanismo de la “negación”.

Hay una tendencia a no querer ver o a “ocultar la cabeza en la tierra”,  a pesar de las evidencias, porque resulta intolerable aceptar que niños y niñas duerman con el enemigo.

No resulta digerible que algún miembro de la propia familia pueda ser el agresor: abuelos, padres, padrastros, tíos, hermanos, primos, o allegados a la casa.

Cuesta imaginar que los hijos puedan quedar a merced de la actitud depredadora de vecinos o amigos, incluso de aquellos a quienes se les ha confiado su cuidado (como niñeras, empleadas domésticas o maestros).

Se entiende por abuso sexual toda actitud o comportamiento que realiza una persona sobre otra, sin su consentimiento o conocimiento y para su propia satisfacción. Esto incluye amenazas, engaños, seducción y confusión.

Es un acto que pretende dominar, poseer, cosificar a la persona a través de la sexualidad. Por lo general, en el ámbito doméstico, el abusador se vale de la confianza en él depositada por la víctima, por la cercanía afectiva que los une.

 

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 18/09/2014 en Uncategorized

 

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