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La dimensión ficcional de todo poder

25 Abr

¿Será que vivimos dentro de una gran ficción instrumentada por el poder político de turno? ¿Somos, acaso, víctimas de un fantástico relato al que tendemos a darle crédito más allá de la realidad?

Todo gobierno se ve obligado a realizar la construcción de una narrativa que otorgue sentido y una nueva significación a sus acciones, desde las más trascendentes hasta las más triviales.

Es un prisma ideológico, que orientado a través de los medios de comunicación consolida un discurso político dominante.

Se trata de un montaje retórico desafiante porque en lo posible debe ser consistente a lo largo del tiempo, a la vez que adaptable a las cambiantes circunstancias que se van planteando con el devenir de los acontecimientos.

Tradicionalmente un relato “X”, como se ha visto en Argentina, implica por lo general usar el aparato del Estado, desde medios de comunicación pasando incluso por el sistema educativo, para moldear el “sentido común” de la gente, utilizando un término gramsciano.

La narrativa debe ayudar a mantener la adhesión de la mayoría de la población todo el tiempo que sea necesaria para garantizar que el elenco gobernante y sus socios sigan en el poder.

Pero nada es eterno, y menos en política. Llega un momento en que la realidad se impone al relato. Es cuando la gente cae en la cuenta que lo que le sucede contradice el discurso que baja del poder.

Entonces la pérdida de la efectividad explicativa de la narrativa oficial, su cada vez menor credibilidad, permite la emergencia de “contrarrelatos” que empiezan a pugnar por reemplazarla.

Esto es lo que preanuncia el fin del ciclo vital de un gobierno y el comienzo de un nuevo ciclo político. En otros términos, es cuando la novela del poder ha perdido eficacia y la sociedad, que cae bajo el embrujo del “contrarrelato”, decide cambiar el elenco gobernante.

¿Cómo se construye una buena novela del poder? Orlando D’Adamo y Virginia García Beaudoux, que dirigen el Centro de Opinión Pública de la Universidad de Belgrano (UB), refieren que los populismos son afectos a una historia de héroes y villanos, en la que los unos (el oficialismo) encarnan el bien y los otros (la oposición) el mal.

Además, hay una “escenificación del liderazgo” en la que el gobernante aparece enfrentando retos importantes, y de hecho protagoniza una gesta de emancipación contra los enemigos del país, que son los “desestabilizadores”.

Es importante que el líder instale una “visión”, que es el horizonte hacia el cual el gobierno se dirige, un esbozo de futuro que mueva a la gente a esforzarse para conseguirlo.

Se trata de usar un lenguaje de tipo aspiracional, un discurso con contenido épico, que permita a los ciudadanos visualizar cómo cambiarán sus vidas si la visión del líder se concretara.

La recurrencia a mitos también es central. Se trata de explicaciones, culturalmente compartidas, actúan como puntos de referencia y cohesionan a los grupos, refieren D’Adamo y García Beaudoux.

Según los autores, estos relatos sirven a tres funciones psicológicas. En primer lugar, permiten a los ciudadanos “sentirse parte”, integrar un colectivo social exitoso. Es una historia sobre todo para la propia “tropa”, es decir para los simpatizantes.

En segundo lugar, su función es proveer “certidumbre” y “blindar” discursivamente el gobierno ante las críticas.

Una tercera función, es que constituyen poderosos “heurísticos cognitivos”, de tal manera que quienes adhieren al relato lo utilizan para justificar, explicar y evaluar las acciones de gobierno.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 25/04/2024 en Uncategorized

 

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