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Holocausto, el exterminio de los judíos de Europa

El 27 de enero se celebra el Día Internacional de Conmemoración de las Víctimas del Holocausto, una fecha que remite a un acontecimiento de indecible monstruosidad, cuyo recuerdo amonesta a la conciencia humana.

Hace 78 años, el mundo se anotició de que las tinieblas se habían asentado en el corazón de Europa (Alemania), cuando las tropas soviéticas liberaron el campo de concentración y exterminio nazi de Auschwitz-Birkenau, el 27 de enero de 1945.

A partir de entonces se tomó nota de que en unos pocos años, entre 1939 y 1945, alrededor de 6 millones de judíos -las dos terceras partes de la población judía europea- fueron asesinados sistemáticamente por los nazis.

La magnitud del horror contenido en esta simple constatación es casi imposible de concebir. Aunque éste no fue el primero ni el último ejemplo de genocidio, el cometido por los nazis fue de una escala que no ha sido sobrepasada hasta ahora.

El término “holocausto” deriva de una palabra griega que significa “quemado en su totalidad”, y se aplica en el Antiguo Testamento a los sacrificios de animales en los que las víctimas eran consumidas por el fuego.

La alusión se refiere a la incineración de los cuerpos de los judíos asesinados en los crematorios de los campos de exterminio. En tanto, para esa etnia el intento de aniquilar al judaísmo europeo se denomina Shoah, palabra hebrea para “catástrofe”.

No resulta fácil comprender los motivos de los verdugos, aunque se trataría de la conclusión lógica de la creencia en la superioridad de una raza sobre las demás.

“Nosotros, los alemanes, debemos aprender finalmente a no mirar a los judíos como gente de nuestra especie”. Esta declaración de Heinrich Himmler, jefe de las SS, da la clave de la ideología de la “solución final”.

Una de las grandes contradicciones de la historia es cómo conciliar el ominoso Holocausto con el hecho de que se originó en un país como Alemania, por entonces el más “culto” de Europa, uno de los más ilustrados del mundo.

El escritor vienés Stefan Zweig, de origen judío, quien se suicidaría en Brasil en 1942, en su autobiografía, escrita al final de sus días, consignó que había “sido testigo de la más terrible derrota de la razón y del más enfervorizado triunfo de la brutalidad de cuantos caben en la crónica del tiempo”.

“Nunca, jamás (y no lo digo con orgullo sino con vergüenza) sufrió una generación tal hecatombe moral, y desde tamaña altura espiritual, como la que ha vivido la nuestra”, refirió Zweig.

Idéntica perplejidad embargó al humanista George Steiner, hijo de padres vieneses de origen judío, quien con 11 años pudo escapar con su familia hacia Estados Unidos.

La pregunta central que se plantea Steiner en su obra, una y otra vez, es cómo la bestialidad política del nazismo pudo surgir en la patria de Schiller, Goethe y Beethoven, Kant o Hegel. Y esto ante la pasividad –e incluso la complicidad– de millones de ciudadanos de países como Italia, Austria y Francia, que eran también faros de la cultura occidental.

“Ahora somos conscientes –reflexionó- de que extremos de histeria colectiva y de salvajismo pueden coexistir con la conservación, e incluso el desarrollo, de instituciones, burocracias y códigos profesionales de la alta cultura”.

Y añadió: “En otras palabras: las librerías, los museos, los teatros, las universidades, los centros de investigación, en los cuales y a través de los cuales tiene lugar la transmisión de las humanidades y las ciencias, pueden prosperar junto a los campos de concentración”.

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 29/01/2023 en Uncategorized

 

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