Mijaíl Gorbachov, el último presidente ejecutivo de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y que puso fin a la Guerra Fría, murió el martes a los 91 años.
Este político ruso pasó así a la historia por los tremendos cambios que lideró, los cuales finalmente precipitaron el colapso de la URSS. Y por aquel big bang ocurrido el 9 de noviembre de 1989, cuando el Muro de Berlín, símbolo del comunismo europeo, fue abierto para la libre circulación de los ciudadanos.
Mikhail Sergeievich Gorbachev nació el 2 de marzo de 1931 en el pequeño pueblo de Privolnoye, en la región de Stavropol, en el sur de Rusia.
Más tarde estudió en la Facultad de Derecho de la Universidad Estatal de Moscú, y en la Facultad de Economía del Instituto Agrícola de Stavropol. Se unió al Partido Comunista de la Unión Soviética en 1952.
Al convertirse en secretario general del Partido Comunista Soviético en 1985, con solo 54 años, puso en marcha un amplio programa de reestructuración política y económica (glasnost y perestroika) para democratizar el país y sacarlo del atraso y del estancamiento económico.
Atento a los pedidos de una sociedad que quería cambios, Gorbachov puso fin al monopolio del poder del Partido; liberó disidentes y, en política exterior, abandonó la vieja aspiración soviética de exportar la revolución al resto del mundo y de intervenir en los países de Europa del Este.
Gorbachov contó en su momento que el régimen soviético se había vuelto odioso en los países bajo su poder. Relató que los sucesos de la represión militar rusa en Budapest, en 1956, y en Praga, en 1968, le produjeron siempre vergüenza, y que no olvidaba cómo en una vista a Checoslovaquia en 1969, los obreros en una fábrica les daban la espalda.
Su sinceridad política era precisa cuando recordaba los acontecimientos de entonces al declarar: “habíamos humillado a los checos y eslovacos, todo aquello me marcó profundamente, todavía siento vergüenza”. Y agregaba: “Soy un hombre de conciencia, de moral, no soy como esos políticos que creen que el fin justifica los medios”.
Fue la influencia de estos cambios y los problemas internos del socialismo los que determinaron el derrumbe del Muro de Berlín, el mayor símbolo de la confrontación Este-Oeste, es decir, de la guerra a muerte que durante 50 años sostuvieron sin descanso las dos mayores potencias del siglo XX –Estados Unidos y la Unión Soviética–, en todos los campos y en todo el planeta.
Por su colaboración para que llegara a su fin la Guerra fría permitiendo que antiguos países del bloque soviético de Europa Oriental abandonaran sus regímenes comunistas, así como por su intervención en la unificación de Alemania, le fue concedido el Premio Nobel de la Paz en octubre de 1990.
Sin embargo, Gorbachov restó importancia a su protagonismo en la caída del Muro de Berlín. Durante una conversación que mantuvo en 2009 con Hubert Védrine, que fuera Ministro de Asuntos Exteriores de François Mitterrand, definió esa caída como “un árbol que cae porque su tronco está podrido”.
Finalmente, el poder de Gorbachov fue minado irremediablemente por un intento de golpe contra su gobierno, circunstancia que determinó su renuncia el 25 de diciembre de 1991. La Unión Soviética comenzó a caer en el olvido un día después.
Quien seguramente será recordado como un hombre que cambió el mundo y su país, murió el martes a los 91 años en el Hospital Clínico Central de Moscú.
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