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La infancia, entre el mito y la realidad

Cabría postular que las concepciones de la infancia no han sido estables sino más bien variables, algo que se echa de ver en la existencia de visiones incluso antagónicas.

La literatura, por ejemplo, nos ha proyectado una imagen vinculada a la inocencia. Ante la presencia de un niño, decía Fiódor Dostoyevski, “el alma se cura”, sugiriendo que los más pequeños redimen a los mayores.

En “Oliver Twist” y otras novelas de Charles Dickens, el niño representa un emblema de bondad y virtud frente a la corrupción, las injusticias y las vanidades de la sociedad. Es decir, hay un enorme abismo que separa la inocencia de los niños del vicio de los mayores.

En el Evangelio, Jesús de Nazaret llegó a decir: “De cierto os digo que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos.”

Y en otra parte, lanzó una admonición: “En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis”.

Algunos piensan que en Occidente nadie aportó tanto a la imagen del niño angelical, idealizado, el que vive en un paraíso de inocencia, como el filósofo suizo Jean-Jacques Rousseau.

Esa concepción se correspondía con el mito del buen salvaje, formulada por este autor, según el cual el hombre nace bueno por naturaleza, pero está sometido a la influencia corruptora de la sociedad.

Sin embargo, contra esta imagen ideal de la infancia, se ha instalado otra más bien antitética, al punto que algunos psicólogos hablan de un niño devenido en un “pequeño dictador” que ha tomado el control del hogar

Pasamos, así, de una visión que concibe al infante como un ángel a otra, más perversa, que lo asocia a un demonio. ¿Acaso la base de bondad inherente a los más chicos, entonces, se echó a perder en interacción con el mundo adulto?

Hay quienes piensan que es el mercado quien ha tomado a su cargo la formación real de la infancia. No porque pretenda hacer de los más chicos personas virtuosas, sino para formarlos como consumidores habituales.

La conquista y reorganización del alma infantil, sobre la base de criterios mercantilista, está en marcha desde hace tiempo, y aquí los “pedagogos” son los agentes de marketing.

La refundación del carácter del niño no sobre la noción (romántica) de inocencia, sino sobre la base de que por encima de todo es el consumidor de mañana, sería un vasto plan digitado por el sistema económico.

Convertir a los niños al espíritu y la práctica del consumismo –porque de lo que se trata es de prolongar el ciclo de los negocios- ha llevado a que los padres (que ya no confían en su propio criterio sobre la educación de los niños) consulten cada vez más a sus hijos antes de tomar la decisión de comprar algo.

La nueva cultura de consumo infantil, ¿tiene que ver con algunos síntomas de desafío abierto hacia la autoridad de los padres? Por lo pronto el psicólogo español Javier Urra, ha escrito sesudos ensayos sobre la aparición, en muchos hogares, de “hijos tiranos” que son capaces de maltratar a los mayores.

“Son niños caprichosos, sin límites, que dan órdenes a los padres, organizan la vida familiar y chantajean a todo aquel que intenta frenarlos. Quieren ser constantemente el centro de atención, son niños desobedientes, desafiantes, que no aceptan la frustración”, describe.

¿Cómo conciliar estos hijos acosadores, consentidos, sin conciencia de los límites, que engañan y ridiculizan a sus mayores, con la imagen de inocencia y bondad de los más chicos?

 

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 17/05/2018 en Uncategorized

 

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Los ángeles que llevamos adentro

¿Es posible que el hombre no sea tan malo como parece? ¿Y entre los instintos violentos que tiene, haya otros de signo contrario que los compensen? ¿Demonios y ángeles coexisten dentro de él, en pelea constante?

Hay toda una corriente de pensamiento que cree que en el fondo el ser humano es un animal salvaje, una fiera. Una criatura carnicera que sólo puede volverse inofensivo mediante un super bozal.

Es la opinión que instaló, por ejemplo, el filósofo inglés Thomas Hobbes, en su libro ‘Leviatán’, publicado en 1651. Los historiadores cuentan que escribió ese libro desalentado por las secuelas inmediatas de la guerra civil inglesa.

Aislados, preocupados únicamente por sus propios intereses, en constante competición y conflictos recíprocos, los hombres no son más que lobos para sus congéneres.

La vida es una lucha por la supremacía. “Señalo en primer lugar como inclinación de la humanidad entera, un perpetuo e incesante afán de poder, que sólo cesa con la muerte”, escribió quien es considerado uno de los padres de la filosofía política.

Los individuos egoístas, así, viven hundidos en un estado de discordia permanente. ¿Puede desarrollarse una organización social y política con semejante base?

La respuesta de Hobbes es que eso es posible sólo gracias “a un poder común que los aterrorice”, el poder absoluto del Estado, denominado simbólicamente Leviatán, identificado en la Biblia como aterrador monstruo marítimo.

La persistencia de la violencia en la sociedad contemporánea, los episodios de explotación humana, la extensión del delito y el crimen en las grandes ciudades, los abusos de poder de distinto calibre, parecerían darle la razón al filósofo inglés.

Sin embargo, en la actualidad hay quienes piensan que la actual civilización pone en entredicho el lóbrego retrato hobbesiano. Es el caso de Steven Pinker, catedrático de psicología experimental de la Universidad de Harvard, que en su último libro “Los ángeles que llevamos adentro”, ha sacudido el avispero intelectual.

Su tesis es que “junto a los instintos que nos impulsan a ser violentos, hay instintos de signo contrario (los ángeles que llevamos adentro)”, y por tanto “todo depende de qué lado de nuestra naturaleza acabe siendo más influyente”.

En una entrevista publicada por el diario El País, de España, da a entender que los ángeles son más influyentes hoy, dado que en la sociedad contemporánea los niveles de violencia han bajado notoriamente respecto de otras épocas históricas.

“Nunca ha habido menos guerras y genocidios, nunca menos represión o terrorismo que en nuestra época, de la misma manera que jamás han sido tan bajas como lo soy hoy las posibilidades de que los seres humanos sucumbamos a una muerte violenta”, indicó.

Y añadió: “Hay toda una serie de prácticas que han sido abolidas con carácter irreversible. Dudo mucho que vuelvan los sacrificios humanos. Tampoco creo en la vuelta a la costumbre de torturar sádicamente a los condenados a muerta antes de ejecutarlos. No creo que se restauren la crucifixión ni la práctica de arrancar las entrañas a los reos cuando aún están vivos. No creo que se vuelva a legalizar la esclavitud”.

En otra parte, Pinker razona: “Creo que no es ridículo ni romántico pensar que la guerra entre naciones puede llegar a desaparecer completamente. El cese de hostilidades bélicas entre las naciones más desarrolladas es un hecho desde hace 67 años”.

 

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 02/03/2013 en Uncategorized

 

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