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Ser migrante y el fantasma del rechazo

31 Dic

De los seres humanos se ha dicho que integramos una “especie migratoria”. Los desplazamientos de pueblos han sido constantes desde la prehistoria, pero en la actualidad han adquirido un dramatismo creciente.

Las grandes etapas de la historia de la humanidad están inseparablemente ligadas a otras tantas etapas en la historia de las migraciones humanas. De hecho, los grandes desplazamientos humanos han sido el motor decisivo en las sucesivas oleadas de globalización que han tenido lugar a lo largo del tiempo.

Nuestras actuales sociedades pluriétnicas y pluriculturales reflejan la mixtura provocada por los movimientos constantes y permanentes de las personas.

Los grupos humanos, más allá de la tendencia a replegarse sobre sí mismos, han interactuado con los “otros”, produciendo otra realidad humana. Aunque muchas veces la pareja identidad-otredad ha estado signada por la intolerancia y la exclusión.

En efecto, así como a nivel individual el descubrimiento que el “yo” hace del “otro” supone una representación no exenta de peligros, en el sentido de que puede ser visualizado como un enemigo, algo parecido ocurre con los grupos humanos.

La mirada del “nosotros” sobre “ellos” puede ser etnocéntrica, es decir cargada de superioridad tribal, autosuficiente y discriminatoria. De esa manera, quien debe abandonar su tierra, casi siempre forzado por las circunstancias, y entrar en una sociedad extranjera, se expone a esta violencia cultural de los residentes.

La última gran oleada migratoria ha tenido lugar en las últimas décadas, tras la aparición de las nuevas tecnologías del transporte y de las comunicaciones, el final de la Guerra Fría y el comienzo de la sociedad global.

Un rasgo marcado del actual contexto es el desequilibrio económico entre el Norte y el Sur, e incluso dentro de los países del Norte. Y esto se ha unido a un desequilibrio demográfico de signo inverso: crece la población en los países pobres, en tanto que desciende en los países ricos (baja natalidad y mayor envejecimiento).

Por esta razón el ciclo migratorio ha cambiado el sentido: si en el siglo XIX iba  de los países europeos a las colonias o ex colonias ultramarinas, ahora la población de las zonas pobres del planeta presiona sobre los países ricos: Europa Occidental, Estados Unidos, Australia o Nueva Zelandia, por ejemplo.

La migración ha crecido de manera notable desde el comienzo de este siglo y se calcula que en la actualidad unas 232 millones de personas buscan en países distintos al suyo nuevas oportunidades para mejorar su vida.

Las Naciones Unidas (ONU) establecieron el 18 de diciembre como el Día Internacional del Migrante, para crear conciencia alrededor de los derechos que les asisten a los que migran.

Una persona puede abandonar su país por diversos motivos. Normalmente el interés económico ha tenido una importancia primordial. El sujeto que migra percibe que encontrará en otro sitio empleo, mejores niveles de salarios y posibilidades de ascenso social.

La Argentina es un país forjado en las corrientes migratorias. El período desde las últimas décadas del siglo XIX hasta 1914, se caracterizó por la entrada de grandes contingentes de extranjeros, provenientes sobre todo de Europa.

Esa gente, que venía en busca de paz y prosperidad, se incorporó rápidamente al país, y gracias a su trabajo de la tierra y en las industrias, con el bagaje de conocimientos y experiencias que trajeron, ayudaron a crear la Argentina moderna.

 

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 31/12/2017 en Uncategorized

 

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