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La selva, la otra metáfora social

18 Sep

Al concepto de que el hombre es por naturaleza social, y de que su felicidad consiste en vivir en concordia con otros, se le opone la recurrente imagen mental de que la vida social se asemeja a una “selva”.

¿Cuál de estas dos visiones es la correcta: la que da por sentado que la sociedad es un sitio bueno y sano, donde cada quien logra realizarse, en colaboración con los otros, o la que postula que en ella rige, al igual que en la naturaleza, la “ley de la selva”?

Es conocida la tesis del filósofo Thomas Hobbes según la cual el hombre es un lobo para sí mismo, que en su afán egoísta está dispuesto a matar para sobrevivir.

La sociedad y el Estado, bajo este concepto, son una invención orientada a sofrenar a esa fiera, a la manera de un gran bozal. De esta manera, el animal carnívoro se convierte en herbívoro.

El orden de la civilización, de esta manera, hace las veces de jaula que cumple el cometido de domar al animal salvaje. Pero cuando los resortes de ese orden se aflojan, cuando los cerrojos saltan, el salvajismo estalla.

La expresión “ley de la selva”, que se suele utilizar para dar cuenta del mal funcionamiento de la sociedad ante la ausencia de la ley, en analogía con el mundo animal, abreva en esa concepción deprimente del ser humano.

Cuando la vida social, política e institucional parece sucumbir al desorden y la anarquía, y se instala la impresión de que están “todos contra todos”, la metáfora de la selva gana predicamento en el discurso público.

Es notable su empleo, por ejemplo, ante el fenómeno de la inseguridad, en que las “fuerzas del orden” se revelan incapaces de traer tranquilidad pública, ante la acción del delito.

Un Estado que no puede dar seguridad, diría Hobbes, directamente no existe, toda vez que no cumple el cometido para el que fue creado: evitar las luchas dentro de la sociedad, imponiendo orden.

La expresión “ley de la selva” sugiere la existencia de un orden alternativo (y anterior) al Estado, artificio propio de la civilización. En la selva, rige la supervivencia del más fuerte, o la venganza por mano propia, en un ambiente en el cual matar o morir se convierte en algo cotidiano.

La metáfora de la selva sugiere un retroceso al mundo primitivo, al llamado “estado de naturaleza”, al decir de algunos filósofos sociales, en el que el hombre, sin las cadenas del orden legal, liberado de todo ordenamiento ético social, puede impunemente actuar como un salvaje.

Ortega y Gasset, para quien la colectividad humana siempre está amenazada por la disgregación y la disociación, contraponía la “selva” a la “civilización”, diciendo que el hombre histórico hizo un tránsito de un mundo al otro.

Pero mientras la selva “siempre está ahí” o se “sostiene a sí misma”, la civilización es una conquista humana. Esta última no es algo dado (como la Naturaleza) sino un conjunto de procedimientos, técnicas y normas de conducta que se adquieren, en un esfuerzo cultural constante.

El mundo, donde se plasma el comportamiento de las naciones y de distintos actores globales, puede ser catalogado también como un escenario en el cual no rigen las reglas de juego normales de la civilización.

Davie Brookes, del diario The New York Times, acaba de escribir, a propósito, que la amenaza que se cierne sobre el mundo –hoy asediado por el terrorismo fundamentalista y el nacionalismo belicista- es el reingreso a la “ley de la selva”, lo que marcaría el fin de toda convivencia civilizada.

 

© El Día de Gualeguaychú

 
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Publicado por en 18/09/2014 en Uncategorized

 

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